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Dedicatoria

juanitosnsd

Mil gracias por tu apoyo, aunque me amenaces 💢

—¡Andrés! —me llamaron a lo lejos.

Por un segundo la esperanza empezó a palpitar en mi pecho, con la idea de que mi increíble y deseada casualidad se haya hecho realidad. Ver a Marcos acercarse de la forma más poética y cursi posible, con su amplia sonrisa de fuckboy y ese pelo rubio-fresa que me encanta. Pero no, para mi eterna desgracia la mala suerte estaba de mi lado. Me bastaron un par de segundo y risillas muy mal camufladas para darme cuenta de quién era en realidad. Quienes, a decir verdad.

—Mis antenitas de vinil están detectando la presencia del enemigo —dije para mí mismo con un suspiro de resignación.

—¡Mira nada más! —Su sonrisa burlona acercándose fue todo lo que necesité para levantarme de un salto—. La sorpresita de año nuevo que nos encontramos, ¿muy solito sin tu noviecito?

—¿Tanto me extrañabas que no pudiste esperar a regresar a clases, Edgarina? —respondí como debí desde un inicio.

—¿Alguna vez te han dado un buen puñetazo un diez de enero a las ocho de la noche con un clima tan fresco como este? —Tres pasos más y su cara estaba casi pegada a la mía, tan roja y llena de rabia que casi me asusto.

—¿Alguna vez has salido de tu cueva sin tu séquito de orangutanes para hacerte la del macho alfa? —Y sí, mis instintos suicidas estaban encendidos como el arbolito de navidad que aún no quitaban de la sala de mi casa.

—Estas cavando tu tumba, niño, no sabes con quien te estás metiendo —refunfuñó dándome empujones con su pecho.

¿Se podía ser más troglodita que eso? Mientras él se las daba de alzado empujándome con su musculado tórax lleno de esteroides, sus amiguitos lo rodeaban mirando en con nerviosismo a los alrededores, notando como la gente se iba dando cuenta de la escenita que se producía. Como siempre, los muñequitos estaban adornando.

—Con un niñato insufrible que no se ha dado cuenta que ya es un jodido adulto al que pueden echar de la universidad si no se comporta como tal —dije de corrido, sin aire ni pausas.

—¿Acaso eso fue una amenaza?

—Edgar, no empecemos, mejor vamos a otro lado —intervino Antonio, colocando sus manos en medio de ambos y evitando que avanzara más hacia mí.

—Por fin intervienen, creí que eran decoración —me burlé.

—Me gustabas más cuando no hablabas, en serio —expresó Chris molesto, ayudando a Antonio a aguantar al gorila de su amigo.

—¿Por qué podían hacer lo que quisieran? —inquirí con falsa duda.

—Porque no empeorabas la situación, idiota —me recriminó.

Tal vez, solo tal vez y un poquitico más, había la posibilidad de tener razón. Pero, ¿qué más daba? Si hablaba o no siempre habría el mismo resultado, moretones y golpes. Me cansé de eso, así que, si el resultado es el mismo siempre, mejor cambio los factores o por lo menos el mío.

—Avísame cuando haya posibilidades de mejorarla, ¿quieres? —ironicé.

—Si quieres te mejoro la cara de un puñetazo, mariquita —rezongó el gorila.

—No creo que funcione, a Thomas no le sirvió contigo, sigues igual de feo. —No sé en qué estaba pensando.

—Hijo de...

—Si no quieres más problemas mejor cállate —amenazó Antonio, más preocupado que molesto, tratando a duras penas de detener a Edgar en su intento por embestirme cual toro.

—Ustedes son los que no pueden verme porque todo se convierte en un mierdero —exploté, era ridículo que me culpara por todo—, ¿qué culos les hice? Déjenme en paz.

—Desde que apareciste no hiciste más que ser un fastidio —gritó Edgar con tanta rabia que empecé a retroceder—, ¿no entendiste el desprecio a los golpes o es que acaso te gusta que te peguen a lo maldita sea?

—¿Es que acaso tu mamá no tomó ácido fólico durante el embarazo o de verdad crees que yo inicié todo esto? Te recuerdo que el primero en iniciar esto fuiste tú y tu amiguito favorito, yo solo quería jugar baloncesto, no quitarte tu preciado puesto de... ¿de qué? Ni siquiera eres el capitán, Marcos lo es, pero claro, el idiota estaba pegado como garrapata a ustedes, lo imbécil se contagia al parecer.

La gente empezaba a aglomerarse alrededor con su respectiva distancia, incluso algunas madres con sus niños pequeños parecían tan preocupadas por la escena que estaba clamando por llamar a seguridad, o quizá a la policía. La cosa se estaba saliendo de control, pero tampoco podía dejar mi brazo a torcer. Ya había llegado lejos, ¿por qué retroceder?

—Vuelve a llamarme así y te pondré en tu lugar a golpes —volvió a gritar.

—Hablando de eso, ¿sabes a quién pusieron en su lugar recientemente? —expresé burlón, viendo las caras de comprensión de los demás sobre lo que venía.

—No te atrevas, hijo de... —murmuró Antonio atónito, pero me valió hígado.

—A ti —señalé a Edgar con énfasis—, nada más y nada menos que el verdadero «rey» Thomas, ¿no te bastó?

—Esta te la ganaste... —dicho y hecho, Edgar se abalanzó sobre mí.

Pese a los intentos de sus amigos por detenerlo, Edgar logró escabullirse de sus brazos para lanzarse hacia mí con puño en alto. Sin embargo, algo que le agradecería eternamente, era el haberme entrenado en esquivar y potencializar mis reflejos. Fui rápido, esquivando su puño y saliendo de su alcance de un brinco. Y de forma casi automática, respondí con el mismo movimiento dándole un golpe certero en la mejilla.

Lo vi caer al suelo de costado, golpeándose el codo con un sonido seco seguido de sus propios quejidos de dolor. El shock del momento no dejó cabida para más movimientos, ni siquiera yo podía creerme la osadía que acababa de cometer. Esa vez sí había cavado mi propia tumba, con flores y lápida incluida.

La cara de Edgar sorprendida y furiosa se clavó en mí, un hilo de sangre salía de su boca y la satisfacción se apoderó de mí.

—Que sea la última vez que intentas pegarme, no me dejaré de ustedes como antes, ¿entendido? —expresé con valentía.

Un gruñido gutural salió de su boca, y de inmediato me preparé para la nueva huida. ¿Quedarme a enfrentarlo? No en tanta desventaja.

—Feliz navidad, inmundo animal —exclamé con la adrenalina al cien—. ¡Y feliz año nuevo!

Luego de eso solo se me pasó una única cosa por la cabeza: «paticas pa' que las tengo, corre como el viento, tiro al blanco, ajua». Acababa, casi que literalmente, suicidarme frente a solo un par de días de regresar a clases y al equipo de baloncesto, puedo burlarme de ello antes que quiera llorar como magdalena.

Llegué a casa con la respiración entrecortada, la risa atascada en la garganta y una sensación fría de muchas cosas mezcladas en mi cuerpo: alivio, frustración, rabia, miedo, pavor, pánico, diversión y una extraña emoción demasiado satisfactoria. ¿Explicación? Ni idea, lo único que tenía seguro era los días contados de vida que le quedaban.

Para despejar, hicimos una última reunión para despedir las vacaciones, una salida a un centro comercial a comer, tomar y terminar en un karaoke hasta podrirnos en alcohol. Claro está, por mi parte sería medido y controlado. Resacas no quiero, más vergüenzas tampoco, esperaba mantener la poca dignidad que tenía. Si había.

El tema de la tarde: mi suicidio. Pero más que eso, celebraron mi hazaña como si hubiese sido la mejor de las ideas y de cierto modo se sintió bien, quizá por eso ellos hacían lo que hacían.

—Ya era hora, nojoda —celebró Emma emocionada—, me llenas de orgullo.

—Ustedes no son de mucha ayuda, la verdad —me quejé ocultando la sonrisa que estivo a punto de delatarme—, ¿si saben que eso significa que querrá matarme al verme?

—Como si fuese la primera vez —se burló Emma con un bufido.

—Cosa que no significa que no le importe si lo hace o no —intervino Gustavo en su defensa antes de decir algo yo—, así que relájate, animal.

—Mira, Dash, te recuerdo que primero fui yo el amor de tu vida antes que ella, ¿sabes? —me quejé ante sus preferencias—. Amigos nates que novia, recuerda eso.

—Te aprovechas que soy todo paz y amor —replicó.

—Flojera y pereza, será —intervino esta vez Fernando a mi lado—. Aunque no lo niego, firmaste tu sentencia de muerte, cariño.

—Oh, gracias, eso ayuda mucho.

—Te extrañaré —concluyó, dándome un beso en la mejilla cual Judas.

—¡Infeliz!

Las bebidas fueron pasando, dulces, gasificadas y frías, una combinación que no le hacía bien a mi despecho actual. Sin embargo, no me dejé llevar por todo ello, aunque tuviese la fuerte tentación: Marcos en la cabeza. Cada vez que veía a Emma con Gustavo de melosos, podía recordar a la perfección nuestras salidas, lo momentos en que me abrazaba y besaba con esa dulzura que me derretía, sus miradas y el brillo intenso de sus ojos cuando sonreía. ¿Por qué, maldita sea?

Mis ojos volvieron a llenarse de lágrimas que pude camuflar, muy mal hecho al parecer porque se dio cuenta. Fernando a mi lado, solo me tomó de la mano con fuerza y me sonrió con pesar.

—Aparecerá, tú espera —dijo en un susurro.

—¿Cuánto más? —pregunté con el corazón encogido.

—Poco, tenlo por seguro —aseguró con cierto deje de amargura y me miró con dureza—. Marcos jamás ha entendido lo que es estar lejos de ti, ¿por qué hacerlo ahora?

—Es lo que está haciendo, precisamente —repliqué.

—Estas bien menso, ¿sabes? —suspiró, poniendo los ojos en blanco—. Apuesto que no has intentado escribirle, tienes su número, ¿no?

Desvié la mirada, tenía toda la razón en lo que decía, estoy idiota. Y con ello recordé que de algunas redes sociales lo tenía bloqueado, ¿cómo esperaba que viera las fotos y demás si estaba silenciado? Mi sentido común no existe.

—Tan fácil y sencillo como sacar el celular y dar varios clics. —Con su propia mano, sacó mi celular de mi pantalón y lo puso en mis manos—. Aprovecha que puedes usar el alcohol como excusa, solo si te arrepientes después.

Lo intenté, lo busqué, lo desbloqueé y sus redes parecían casi desiertas, ni rastro de vida inteligente. Desistí, sus mensajes seguían ahí sin posibilidad de saber si hubo más mensajes después de esos, y el arrepentimiento total por aquellos impulsos. Pero, ¿quién se iba a imaginar que me enamoraría así de ese idiota?

La noche pasó y esperé que llegara un mensaje, pero en el fondo sabía que debía ser de mi parte. Al fin y al cabo, fui yo quien le insistió mil veces que me dejara en paz. Aun así, ¿no fue el quien dijo que se acercaría de la forma correcta? Me encantaría saber cuál es ese método.

Así llegó el primer fatídico lunes, el sigilo se apoderó de mi cuerpo y mis reflejos en máxima alerta. Me había mentalizado para evadir, esconderme y hacerme invisible todo el día, la semana y el semestre entero si era posible, pero... ya se saben la historia, mi querido entrenador no me colaboró en nada.

«Reunión urgente hoy al horario habitual, ni se les ocurra faltar, traigan uniforme».

Suerte que vi el correo justo antes de salir, de lo contrario, habría tenido excusa para ir y no quedarme. Me eché encima todas las bendiciones posibles y salí, no sin antes volver a revisar aquel aparato. Ningún mensaje nuevo.

El día, el almuerzo y hasta la tarde previa a la práctica transcurrió de forma normal, sin inconvenientes, sin avistamientos, sin Marcos. Solo faltaba una hora más para que empezara mi infierno y mi preocupación ascendía a niveles intergalácticos, no tanto por Edgar, sino por él, ¿por qué no aparecía?

Usé mi último recurso, no podía esperar más: «Te extraño». Mensaje enviado. De vez en cuando es bueno dejar el orgullo, y ese fue mi momento. Respiré profundo y caminé rumbo hacia mi destino final.

—¿Preparado para caer o ya despertaste? —indagó uno de mis compañeros, de esos invisibles que me dejaban a la deriva con los trogloditas en los partidos. ¿Para que recordarlos?

—Solo quiero un poco de paz, ¿es mucho pedir? —me quejé.

—Debes buscarla, no pedirla y ya —se burló el muy desgraciado.

Se cambió y salió dejándome solo, lo imité saliendo lo más rápido posible, quedarme a solas en algún lugar era lo que menos podía hacer en mi situación, menos en los vestidores. Fuera, ya estaba Edgar con sus orangutanes sentados frente a un muy emocionado entrenador. En su rostro brillaba un muy lindo moretón, una mezcla entre morado y verde que le lucía como una corona.

No voy a negar que sentí miedo al ver su mirada furibunda sobre mí, pero tampoco ocultaré la sonrisa socarrona que asomó mis labios al verle la cara golpeada. Siempre había sido yo, por primera vez era él y hecho por mi mano, mejor aún.

—A ver, niños, apresúrense y siéntense, no tenemos todo el día —exigió como de costumbre—. Este semestre tenemos los internacionales, así que espero y aspiro a que de verdad sea año nuevo, vida nueva, actitudes nuevas. ¿Oíste, Edgar?

—Sí señor.

—Tu cara y ese moretón me dice lo contrario, pero te daré el beneficio de la duda —se burló, como siempre—. Mientras, hay varios anuncios y noticias.

Me senté lo más alejado posible de ellos, con mis compañeros haciendo de barrera protectora, pero con el panorama libre hacia la entrada a las canchas. Marcos no parecía y mi decepción empezaba a notarse.

—Este semestre nos acompañará de forma casi permanente un ayudante. —Dicho y hecho, Thomas entra en escena con aires de suficiencia mirando a Edgar con esa sonrisilla de diablo en fiesta pagana que anunciaba caos—. No solo será el nuevo contador egresado de la universidad, sino que seguirá como ayudante de deportes, este semestre en este grupo mientras se adapta y pueda tener sus propios pupilos, así que si alguno quiere mudarse de deporte puede hacerlo. Ayudarían más si no estorbaran aquí.

La burla y risa contenida de Thomas solo avivó la rabia de Edgar, quién desvió su atención a mí con más amenazas escritas en su ojo morado. Lo siento, solo gozo con ser el causante de ese color en su cara antes de morir. De momento, escuchaba las palabrerías del entrenador mientras mi atención se difuminaba entre el suelo y mi alma queriendo salir a buscar a ese idiota.

Mi mirada cada tanto se desviaba a la salida, esperando que en algún momento su rostro apareciese como si nada y ocupara su lugar, siempre y cuando ese fuese justo a mi lado. Pero nada, seguía sin dar señales de vida y eso me estaba aterrando. ¿Le habría pasado algo?

—Ahora las advertencias, así que presten atención: juro por mi madre que las consecuencias para cualquier mínima falta este semestre será incalculable —aseguró con seriedad, a su muy propio estilo militar—. Las nacionales nos las tomamos muy en serio, no solo yo y el director del comité de deportes, no es un juego de niños, esto es importante y necesito madurez de su parte, unos diez años como mínimo en especial de ti, Telan. ¿Te comportarás esta vez si te levanto la suspensión?

—Téngalo por seguro, señor.

Su voz me trajo de regreso al plano de la desgracia, pero esta vez con la ilusión de haber escuchado bien. En la entrada, apoyado sobre las gradas estaba él, IdiotaMarcos. Se le veía más delgado, un poco bronceado y con el cabello más largo, pero sin ese precioso brillo en sus ojos que lo caracterizaba.

Dolió.

Sentí una fuerte punzada en mi pecho al notar que su mirada estaba fija y solo puesta en mí, sin sonrisas ni diversión, nada más que tristeza oscurecía su mirada. Quise levantarme, ir hacia él y abrazarlo, pero el murmullo de fondo de las voces que nos rodeaban seguía impidiendo cualquier movimiento.

—... ¡Entendido, Cruz! —gritó el entrenador provocándome un mini infarto—. Este hijo de su madre, ¿me escuchaste?

—No, señor, discúlpeme —dije casi en un susurro, todas las miradas sobre mí y los reclamos silenciosos de Edgar al notar las miradas.

—Última vez, Cruz —advirtió de forma militar—, que este semestre no seas uno con el suelo y reza para que mantengas ese brazo intacto porque vamos a tener serios problemas, ¿ahora sí escuchaste?

—Sí escuché.

—¿Te mantendrás alejado del piso como un niño bueno y excelente jugador?

Sopesé por un largo segundo aquella respuesta, ojalá dependiera solo de mí y de mis capacidades motoras, pero los verdaderos culpables de todo ellos seguían mirándome con ganas asesinas.

—Sí... lo intentaré —contesté sin mucha convicción.

—Más te vale, Cruz, más te vale —expresó, regresando su mirada a Marcos—. ¿Y tú qué, esperas invitación para irte a cambiar? Pilas, papi, que la tarde es corta.

—Sí señor.

Lo miré una vez más, toda la desesperación de esos tres meses saliéndose por cada poro de mi cuerpo, llegando incluso a humedecer mis ojos hasta nublarme la vista. Y él volvió a sonreír, una genuina y tierna sonrisa adornó sus labios inundándome de alivio. De forma automática, le respondí de la misma manera y lo vi marcharse hacia las duchas.

Suspiré, no todo estaba perdido.

Henos aquí, mis pulguitas.

No era lo que esperaban, pero apareció por fin el conchesumadre así que todos ganamos, eh?

Veda?

En otras noticias, los invito a leer otra de mis historias en myonlybooks.com

Aún más allá, les gustará, de verdad. Espera por ustedes, no sean así.

Es más, Marcos y Andrés quieren que la vayan a leer, miren que sí.

Sí, soy Marcos, vayan a leerla.

*cof cof cof* #MomentoEsquizo

Mamá pulguita fuera.

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