Estaba feliz por ser parte del equipo, pero tampoco podía dejar de sentirme tan nervioso y ansioso por el mismo tema. ¿Habrá sido buena idea hacerlo? Esperaba y deseaba que fuese así, pero tal vez Emma tenía razón, esos chicos no daban buena espina. Pero, ¡vamos! Estamos en la universidad, el 90% somos mayores de edad, demasiado grandes para tonterías como esa. No sufrí de acoso en el colegio, mucho menos aquí. ¿Qué tanto puede pasar?
—¡Vamos a almorzar, muero de hambre! —exigió Emma.
—Solo salgo de aquí si es pollo frito con papitas y harta salsa BBQ, menos de eso no acepto —se quejó Gustavo.
—No seas así, Gus —replicó ella con pucheros.
A medias los escuchaba, sus interminables quejas me hubiesen causado mucha gracia de no ser porque, a cierta distancia, estaba aquel grupito de amigos riéndose de lo lindo. ¿El problema? Habían notado mi presencia, siendo ahora su blanco perfecto de risas.
—¡A ver, tarado! —exclamó Emma interponiéndose—. ¿Qué bicho te picó?
—¿De qué o qué? —indagué sobresaltado.
—Estás lelo mirando lejos desde antes de ayer, hasta yo lo noto —comentó Gustavo—, ¿qué pasó?
—¿Y desde cuando dices más de tres frases? —repliqué mirándolo ceñudo.
—Soy flojo, pero chismoso, así que escúpelo —exigió también, esta vez con más interés del que hubiese preferido.
Sus intensas miradas centradas en mí no dieron cabida para huir, debía hablar o soportar a Emma todo el día. Gustavo no era problema, ventaja de que sea tan flojo. Y después de un eterno suspiro, conté todo lo sucedido el día de la prueba, sin contar que cada vez que los veía por ahí significaba recibir miradas amenazantes constantes. No, eso me lo guardaba para mí, en especial estando a solo unos metros de distancia.
—¿Te lo dije o no? Esos tipos no me dan nadita de buena vibra, pero no, al baboso le gusta la adrenalina —se quejaba sin cesar—. ¿Aún crees que exagero?
—Bueno, mientras no pasen de ahí creo que hay mucho escándalo por eso —opinó Gustavo ganándose una patada de Emma—. Digo, está bien mamón el asunto. ¿Qué harás?
Por un segundo logré olvidar el problema, la interacción de esos dos era entre tierna y divertida. Sin embargo, por más que cayera bien el Gustavo, me daría la razón al pensar que el amor es una trampa. Ahí estaba él, ultra embobado y haciendo caso a todo lo que ella decía solo por complacerla y de paso, llevarme la contraria.
Muchas veces lo hice, no por amor, sino porque es mi mejor amiga y quiero verla feliz. Pero siempre me daba el privilegio de poder decirle, ¡no, ve a joder a otro lado! Diferente de él, que no sabía negarle nada en un vano intento por conquistarla. Sonará mal, pero creo que eso terminará peor de lo que se ve.
—¡Salte! —exigió ella.
—¿Qué? —exclamé volviendo a mis sentidos—. ¿De qué me volví a perder?
—Otras dos patadas en mi pobre pierna —se quejó Gustavo sobando sus extremidades.
—Que te salgas de esa vaina, fácil y sencillo —volvió a decir ella.
—¿Es en serio? ¿Si recuerdas lo que dijo la secretaria? Descuento, señora, pagaré literalmente la mitad de la matrícula —expliqué a detalle.
—¿Tanto descuentan? —exclamó Gustavo con sorpresa, al parecer sopesando las opciones—. ¿Qué otros proyectos extracurriculares hay?
Esta vez el asombro se dibujaba en sus rostros, al parecer el desinterés por todo esto era más del que imaginé. ¿De verdad eran mis amigos?
—¡Nah, mucho esfuerzo! —concluyó.
—Sí, gracias por su atención.
—¿Quiénes son? —indagó Emma con seriedad—. Hay que conocer al enemigo, sino puedes contra él, únetele.
Tanto Gustavo como yo la observábamos con cautela, sin saber exactamente a qué se refería con ese dicho. Sin embargo, no puede hacer más que señalar con la mirada ese mismo espacio ocupado por ellos, los atarbanes del equipo de baloncesto.
—¡Esta universidad es más pequeña de lo que imaginé! —expresó ella con un suspiro de frustración—. Solo ignóralo, si no quiere tener problemas no molestará, así que de momento puedes estar tranquilo. O eso espero.
Ahora los extrañados éramos Gustavo y yo. ¿A quién se refería y cómo es que hablaba con tanta certeza de alguien que solo yo había visto un par de veces?
—¿Cómo dices que dijiste? —exclamé.
—El gigantón de cabello largo se llama Edgar, es ayudante del profesor en mi clase de deporte formativo —explicó con fastidio—. Es todo un idiota, pero por lo que escuché en uno de sus muy regulares regaños, tiene varias anotaciones disciplinarias por dárselas de fuckboy con todo su grupito y supongo son ellos mismos. Así que, ignóralo. A palabras necias, oídos sordos.
—¿Es el día internacional de los dichos o algo? —bromeó Gustavo.
Por inercia, los tres miramos en esa dirección al tiempo, ganándonos una de las más frías miradas por parte del susodicho. ¿Qué le había hecho para que me odiara así tan de repente?
—Vaya, doña consejos, trataré —me burlé, tratando de bajar la tensión con el tema—. Esperemos que de verdad funcione con estos, sino...
No quería preocuparla de más, las practicas apenas iniciaron ese mismo día y no podía solo echarme la sal encima sin antes suceder nada. Hay que bajarle al drama.
—En fin, mucha suerte con eso, mientras tanto debo ir a clases —anunció Gustavo estirándose con pereza.
—Por la sombrita, ¿no?
—Púdrete, te veo en clase —me dijo, para luego dirigirse a Emma con una amplia sonrisa un beso en su mejilla—. Hasta luego, preciosa.
—Hasta luego, primor.
Emma parecía muy interesada en Gustavo, su mirada no se había despegado de él desde que dejó aquella mesa. ¿Era real?
—Ahora sí, escúpelo —exigió, mirándome con intensidad al perderlo de vista.
—¿De qué hablas, loca? —repliqué.
—¿De qué más, so animal? —me golpeó—. Las miraditas con el chico del día ese, no me has soltado la sopa.
Mis manos pasaron por mi rostro y despeinaron mi cabello con frustración, porque para ser sinceros, había esperado que olvidara todo aquello. ¿Qué podía decirle? Cualquier cosa que diga podía ser usado en mi contra más adelante, le encantaba encontrar fallas en mi lógica y mis argumentos. Según ella, solo lo digo por estar soltero.
—No es nada del otro mundo, así que no te emociones —suspiré.
—Sí, claro, y yo me chupo el dedo —añadió con sarcasmo—. Habla, por las buenas.
—Solo es un compañero de clases, hizo un trabajo con nosotros hace un par de horas y ya —aseguré con calma—. Ni siquiera hemos hablado algo más allá de un saludo, o cosas relacionadas a ese taller. ¿Contenta?
—¿Y es gay? Porque esas miraditas no son solo de un simple compañero y está bien guapo, ¿eh? —sugirió continuando antes que yo hablara—. Y no me vengas con tus pendejadas de siempre, si este chico te llega a gustar y te corresponde, aprovecha. Vive un poco, deja la amargura de lado, después cuando ya este viejo es cuando te arrepentirás de estas babosadas.
Solo suspiré con resignación, no quería dar más vueltas al asunto ni mucho menos volver a dar mis argumentos. No pensaba hacerlo, solo me concentraría en mi carrera que apenas iniciaba, y en no morir en el equipo.
En tan solo unas horas, después de clases, se daría la primera practica oficial. Los nervios eran inevitables, debía enfrentar el problema que aún no iniciaba. Hasta el momento no tenía queja alguna, el campus era hermoso, las clases me encantaban, y de paso empezaba a socializar con algunos otros compañeros por algunos trabajos en clase. En especial, con Fernando, observando cada vez con más detenimiento esos hipnóticos ojos grises. No me quejaba por ello.
Solo ese pequeño detalle manchaba la página de mi vida llamada «Universidad».
Pero ya que, no se puede llorar sobre la leche derramada, además, esto me lo busqué por gusto propio. Amo el baloncesto, mala suerte que exista gente tan odiosa dentro del equipo. Ni modo, a lidiar con ellos o enfrentarlos. Lo que salga.
—¿Listos, señoritas? —gritó el entrenado—. Cinco vueltas a la cancha, ya.
Empezamos el calentamiento, correr, estirar los músculos y soportar los gritos del entrenador. Por el momento todo iba viento en popa, habíamos pasado unos cuantos minutos algo incomodos aglomerados en los vestidores colocándonos el uniforme y nada había sucedido. Nada más que intensas miradas de soslayo, algunas risas ahogadas y susurros. Solo eso.
Internamente estaba suspirando de alivio, si algo de peso habían planeado hacer, esa era su oportunidad de oro y no la usaron. Tal vez habíamos exagerado, quizá solo eran unos burlones sin remedio, y con toda probabilidad estábamos paranoicos. Quien sabe, pero no debía darme mala vida por algo que no sucedía. Solo respirar y seguir.
—¿Eso es todo lo que pueden hacer, nenas? —gritaba el entrenador—. ¿Los mando con el equipo femenino? Incluso ellas les ganan.
Media hora de correr, saltar y caer, resumía todo el entrenamiento. Creo que me equivoqué de lugar, esto era el ejército.
—Divídanse en dos según su color, hagamos un pequeño juego —exigió haciendo resonar el silbato—. Marcos, capitán de los rojos y... Andrés, a ver qué tal lo haces. No hagas que me arrepienta de tenerte aquí.
Solo asentí y tomé mi lugar, sin caer en cuenta que frente a mí volvía a tener esos profundos ojos azules acribillando mi alma. Su mirada era aún más oscura y amenazante que ese día, porque esta vez estaba poniendo en peligro su territorio y autoridad. ¿Qué cree que era esto, Animal planet?
Por este lado, pueden ver un macho Beta obstaculizando el poder del alfa quien, con sus más profundos dotes físicos, trata de intimidar a su adversario y ahuyentarlo de su manada. Pero no lo logra, este se mantiene firme en su posición sin saber realmente que sucede o que rayos está haciendo.
Sí, realmente me sentía fuera de lugar con ese mastodonte mirándome de esa manera. Si las miradas mataran, el pentágono lo estaría buscando para usarlo como arma de ataque.
¡Ring! Sonó el silbato, y mi corta distracción me costó el poder del balón. Marcos había saltado y lanzado la pelota a Edgar, quien lo recibía y salía corriendo directo a nuestro lado de la cancha.
—Concentrado, señores, concentración, ¿se las busco en el diccionario? —gritaba el entrenador.
—Sigue intentándolo, pulguita —murmuró Marcos antes de irse, no sin antes golpear mi hombro.
Me paralicé por un segundo, pero viendo su peligrosa proximidad a nuestra cesta decidí pellizcarme los cachetes. Salí corriendo, aprovechando que tenían a Edgar marcado por varios lados. Este hacía señas a los demás para que se acercaran, pero por su mirada sabía que lanzaría a otro lado: un chico bajito de contextura más gruesa, piel tostada y cabello negro, pero de ojos azules claros, contrario a Marcos. Tenían cierto parecido, menos la estatura.
—Christian, carajo, no te quedes quieto —le gritó el entrenador.
Sin pensarlo dos veces, alcancé a llegar cuando Edgar lanzaba la pelota justo hacia este chico, Christian, pero de la misma manera intercepté el pase lanzándolo de inmediato a uno de mis compañeros. Con ello, el shock del momento los hizo procesar la información más lento. No se esperaban eso.
—Por fin reaccionas, sigue —exclamó el entrenador.
Bajé con los demás, siguiendo el ritmo del balón y esperando que encestaran. Sin embargo, el moreno de cabello rizado fue más rápido que los demás, interceptando a mi compañero en mitad del camino.
—Ojo con las manos, Toño, no queremos faltas innecesarias —seguía lanzando advertencias.
Obligado, pasó el balón hacia atrás, a mí. Me dirigí por el lateral opuesto repicando el balón, pero Marcos se interpuso en mi camino con tanto enfado que casi me hace trastabillar. Detrás de este, Edgar y los demás me tenían rodeado.
Hice lo único que podía, a mi lado estaba uno de mis compañeros, dirigiendo el balón hacia él viendo como los demás seguían el movimiento del mismo. Sin embargo, en el último segundo salté y lancé el balón directo a la cesta.
¡Canasta!
—Bien hecho, Cruz, por fin alguien sabe lo que hace —expresó el entrenador.
Y con ello, sin saberlo ni planearlo, acababa de echarme la soga al cuello. ¿Por qué lo sé? Porque desde ese mínimo instante en que el profesor me elogió, todas las miradas del equipo rojo se clavaron en mí como misiles de alto calibre. ¿Cuchilladas? Hubiese sido una mera cosquilla para lo que fue en realidad.
El partido siguió, corrigiendo posturas y analizando en qué estábamos fallando. Hicimos, además, un par de ejercicios de refuerzo con lanzamientos y demás. Sin embargo, muy pocas iban dirigidas a mí y por ello las miradas iracundas me quemaban la nuca. Casi, casi, los sentía respirarme en el cuello.
—¿A dónde vas, pequeñín? —murmuró Christian marcándome—. Buena jugarreta, ¿qué otros trucos tienes?
—De qué...
Con aquella distracción, el chico con corte militar me arrebató el balón de las manos al mejor estilo Kitty patitas suaves.
—Y así es como Sergio se roba tu balón —se burló Christian.
Hablando de jugarretas, ¿alguien vio a donde se fue mi concentración? No había hecho más que distraerme, pero los gritos del entrenador resultaban más fastidiosos que ellos mismos, así que decidí ahorrarme sus regaños y solo ponerme pilas. Están jugando, yo también sé hacerlo.
Regresé al frente, viendo como Marcos lanzaba y encestaba a la perfección desde una distancia más amplia que la mía. Todos, sin excepción, vitorearon su hazaña como la más grande de la historia y este solo me miraba por encima del hombro gozando de su fama.
¿Quiso presumir? Bueno, no es el único que puede.
Solo lo ignoré, y esperé el momento más oportuno. Uno de mis compañeros hizo el saque pasando el balón directo a mí, dando solo un par de pasos lejos de la cesta cuando estaba rodeado por los dos mastodontes, uno rubio-fresa cara de culo y otro castaño cola de vaca. Ofensa para los caballos.
—Ni creas que irás tan lejos, pulguita —murmuró Marcos con una sonrisa sarcástica.
—Yo no —contesté.
Nuevamente, y estando tan lejos de la canasta, hice señas a uno de mis compañeros para que se preparara a recibir el balón. Pero estos, intuyendo mis movimientos, lo marcaron y taponaron esa línea de saque. Sin embargo, aproveché ese descuido para lanzar del otro lado, en dirección a la cesta con un gran salto y una distancia aún más amplia la anterior anotación de Marcos.
¡Y canasta!
—Que buen brazo tiene este flaco, a comer espinacas, señores —se burló el profesor.
—Bien hecho, pulguita —dijo Marcos con una suave sonrisa.
Aun así, al pasar por su lado totalmente ciego por ese aparente gesto de amabilidad, su pie se interpone en mi camino haciéndome caer.
—Que torpe estas, pulguita, no te hagas daño, ¿quieres? —se burló pasando por encima de mí y ese solo fue el primero, el inicio de una pesadilla.
Desde ese día, no hubo practica en que no termine de una forma u otra con la cara en el suelo. Los raspones que no me hice de niño, ellos los estaban provocando y no podía hacer más nada que callar. ¿Por qué?
—Fue un accidente, profe —se excusaba Marcos.
Y de cierta forma le crían, en un deporte como este las caídas eran más que normales. Pero no los empujones, codazos, pisotones y puntapiés. Lo peor del caso es la astucia, los desgraciados solo lo hacían cuando el balón estaba lejos, momento en que no podía ser falta y no estaba la atención del entrenador sobre mí.
—Enanín tiene dos pies izquierdos, profe, ta chiquito, entiéndalo —se burlaba Edgar.
Por fuera de práctica, no cambiaba mucho la cosa. Los cinco infelices, por más que quiera negarlo, se habían ensañado conmigo.
¿Cómo vamos?
Nuevas teorías en 3, 2, 1...
#TeamRubioFresaCaraDeCulo o #TeamCastañoColaDeVaca
Descubramos al personaje misterioso del capítulo.
#QuienEsEsePorkemon digo #QuienEsEsePersonaje
Los leo mis amores
PD: bueno, el personaje ya lo conocen, ¿pero que tanto pueden saber de él?
#ModoFBIActivado
Pausa activa para mostrar un pequeño grupo sobre mis libros, es poco pero es trabajo honesto
Todos son bienvenidos
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