25
Dedicatoria
Gracias por apoyarme
Por más que quisiese hacerme el indiferente, el cruzarme todo ese día con ellos traía a mi cabeza sus acusaciones, en especial las de Fernando. Entendía su decepción, pero tampoco era motivo suficiente para que me tratasen de esa manera. No lo culpo, pero no lo justifico. Aun así, prefería mantener distancias ese día mientras las cosas se calmaban. O eso esperaba.
Más bien, mientras yo me calmaba. Estaba demasiado enojado por ello que no tenía ganas de hablar con nadie, ni siquiera con Gustavo durante las clases. Por primera vez desde que lo conocí, me senté lo más lejos posible de él y sentí el peso de la soledad. Nunca supe lo que era no tener amigos, siempre estaba con Emma y el tener esta nueva sensación en mi pecho me lleno de miedo. No quería perderlos, pero bueno, las disculpas debían ser por ambas partes.
Para colmo, ese día debía enfrentar una nueva practica y aumentar mi pesadilla. Si lo que dijo Marcos es verdad, las cosas con los neandertales iban a pasar de mal a peor en un santiamén, aunque poco me importaba ya. ¿Qué diferente podía pasar? ¿Qué me rompan un brazo?
La tensión en las canchas era palpable incluso desde lejos, con todos reunidos y con uniformes puestos, parecían más un batallón preparado para el fusilamiento. Incluso Marcos, alejado del resto mirando a todas partes con temor, se le veía más cauteloso que de costumbre. Pero lejos, sin hacer más nada que observar cada cosa que hago, esta vez con una profunda mirada de pesar.
—Bien, espero hayan podido disfrutar de su fin de semana, hayan descansado y visto el atardecer... —dijo el entrenador caminado de un lado a otro, haciendo una pausa mirándonos a todos con seriedad— porque será la última gota de paz que tendrán el resto del puto semestre.
Nuestro fin había llegado. Nunca había visto al entrenador molesto de verdad, por el contrario, todos los momentos de antes hasta ahora empezaron a parecer los más felices de su vida. Esto si era rabia, ira pura.
—¿Algún voluntario que me explique que mierdas fue ese espectáculo en el karaoke? —continuó, son dejar de mirarnos con sus oscuros ojos llenos de enfado—. No se sorprendan, aquí en este platanal no pasa nada sin que me entere y que llegue a mis oídos que precisamente los del equipo fueron los protagonistas de ese desastre no hace más que enfurecerme. ¿Quién se ofrece? ¿Edgar?
Y por primera vez, Edgar mostró docilidad completa como un perrito asustado. Habría disfrutado de aquella imagen si no estuviese yo en medio del regaño también, porque de esa no me iba a salvar tampoco.
—Me encantaría saber porque el nombre que más se repitió entre tanta queja fue el tuyo, debe haber una muy buena explicación para eso, ¿no?
—Bueno... —titubeó, sudaba frío.
—Y vaya que lo es —se burló.
—Llegas a tiempo, Thomas, estábamos a punto de escuchar una nueva versión de los hechos. —Junto al entrenador, un muchacho corpulento de mirada seria y actitud arrogante, había llegado de improviso como si conociera todo lo que allí ocurría—. Varios de ustedes ya lo conocen, los que no, él es Thomas, mi hijo quien pronto empezará a trabajar aquí como auxiliar deportivo. ¡Saluden, niños!
Un escaso y tímido balbuceo se escuchó muy por ahí, perdido entre el tumulto de miedo y desesperación que éramos en ese momento. Al parecer, aquel muchacho era más que conocido entre los antiguos estudiantes. Como primíparo, poco sabía de lo que había sucedido en la universidad antes, pero al parecer ellos sí conocían la historia, en especial, Edgar.
Thomas había centrado un cúmulo de rabia muy similar a la de su padre en sus ojos claros, un par de tonos más claros que el azul de Marcos, y toda esa ira se había plasmado en una mirada solo para Edgar. Los nervios de este eran aún mayores que con el entrenador, ¿de verdad le tenía tanto miedo?
—Se supone que ustedes, Edgar y tú también, Marcos, son los mayores entre esta partida de niñatos y debería poner el ejemplo —continuó el entrenador—. ¿Cuántos semestres llevan ya, cinco? Media carrera y aun siguen siendo críos insoportables salidos del colegio, otros más idiotas y hormonales que el resto, pero todos van por ahí, ¿no, Edgar?
—Les hace falta un par de lecciones sobre caballerosidad, a mi parecer —intervino Thomas sin quitar su mirada iracunda de Edgar.
—Que sea la última vez que me dicen algo de ustedes, algo diferente a lo buenos jugadores que son, porque les juro por mi madre que renuevo todo el puto equipo si es necesario, aunque me pierda las regionales —gritó con furia—. No quiero más quejas, gracias a ustedes el equipo y mi credibilidad esta por el suelo ahora mismo. Una más, Edgar, y estas fuera de forma permanente. ¿Entendido?
—Sí señor —contestó casi en un susurro.
—Thomas, quedas a cargo por un momento, que hagan calentamiento, no tardo, tengo que intentar solucionar sus mierdas.
A pasos agigantados, la figura del entrenador se alejó perdiéndose dentro del edificio con tanta rapidez que no me dio tiempo ni de asustarme. Quedamos solos, un montón de pseudoadultos universitarios con problemas de madurez, poca paciencia y hormonas alborotadas. El entrenador no esta muy lejos de la realidad.
Por suerte, Thomas solo se limitó a alejarse y sentarse en las gradas sin dejar de observar todo con ojo crítico, por lo que Edgar respiró un poco más tranquilo desviando su completa atención a mí. Sí, por suerte, pero de la pésima.
—Me imagino la felicidad que tendrás, ¿cierto, pulguita? —vociferó Edgar con ironía, mientras al mismo tiempo, Thomas sonreía expectante y Marcos se acercaba con cautela.
—Si notaste que el regaño es general, ¿no? —contesté, mordiéndome la lengua por idiota. Debía parar, no seguirle la cuerda.
—Ni creas que te salvaste, mariquita. —Poco a poco se acercó a mí con la furia de un rinoceronte—. Esta me las vas a pagar muy caro y no sabes cuanto...
—Ya déjalo en paz, ¿no tienes suficiente con todos los regaños hasta ahora? —Marcos se había puesto en medio de ambos, empujando a Edgar lejos de mi con cuidado de no ser hostil.
Las cosas no podían empeorar más de lo que ya estaban, sin embargo, por más que un calorcito se haya internado en mi pecho al verlo tener los pantalones por primera vez para defenderme, lo primordial era impedir una nueva batalla campal innecesaria.
—Que bonito, defendiendo al novio —se burló Edgar.
—Estoy tratando de hacerte un favor, por si no te quedo clara la amenaza del entrenador —vociferó Marcos.
—Y ahora debo agradecerte por eso, ¿no? —ironizó Edgar, mientras los demás de sus esclavos trataban de aminorar su acercamiento—. ¿Quieres un besito?
—Creo que esta vez estoy con Marcos —intervino Antonio por primera vez en su vida.
—¿Es en serio? —exclamó indignado, mirando a los demás con reproche—. ¿De qué lado están?
—Del tuyo, pero por eso mismo lo decimos —insistió.
Thomas, a lo lejos, sin que los demás se dieran cuenta empezó a grabar con su teléfono celular. Sabía que tramaba algo, aquella mirada y sonrisa perfilada no podía augurar más que malas noticias.
—Recuerda lo de Thomas, dudo mucho que esa sonrisita sea buen augurio para nosotros —le susurró Christian.
—Me vale tres hectáreas de verga, ese mariquita es el culpable de toda esta mierda —gritó Edgar, tratando cada vez más de acercarse a las malas.
—En ningún momento te dirigí la palabra en toda la noche —repliqué, cansado de sus reclamos sin sentido—, fuiste tú quien empezó con sus patanerías, te lo recuerdo por si el alcohol también opacó la poca razón que tenías.
—Dímelo en la cara a ver si tienes los huevos. —Con furia, trató de eliminar el poco espacio que nos separaba, sin embargo, una vez más Marcos interviene.
—¡Ya basta! —Lo empujó—. Antes que sea peor, deberías seguir mi consejo.
—¿Por qué? ¿Para dejarme contaminar como tú? —Se rio a carcajadas—. No seas hipócrita, detrás de esas palabritas no hay nada de buena fe, no hacia nosotros por lo menos.
—No dices más que estupideces.
—Pero tampoco lo niegas, desde que ese infeliz se apareció por acá todo es una mierda y lo sabes, tú mismo lo dijiste muchas veces. —La expresión de Marcos palideció un par de tonos, y la sonrisa venenosa de Edgar no hizo más que ampliarse, mirándome una vez más a mi—. Si sabias eso, ¿no? Tu queridito Marquitos hablaba tan lindo de ti, hasta que, no sé, ¿le diste agua de calzón?
—Ya cállate, eres un cerdo —gritó Marcos molesto, empujándolo una vez más con mucha fuerza.
Una vez más, el calor en mi pecho se congeló tan rápido como si una era de hielo hubiese invadido mi ser. No podía esperar más y, aun así, terminé decepcionado más de la cuenta.
—Pero hombre, más hombre que ustedes dos, florecitas del campo —vociferó Edgar forcejeando para liberarse del agarre de los demás.
—¿Besar a una chica a la fuerza te hace ser más hombre? Busca un diccionario, creo que la palabra hombría se te perdió del cerebro.
—Vuelve a...
—¡Ya basta, en serio! —Sin pensarlo dos veces, intervine entre esos dos antes de darle gusto a Thomas y su cámara—. Por más que me gustara no verte la cara aquí, no creo que te convenga que Thomas este disfrutando de esta escenita. No me crees, míralo tú.
Y como si del exorcista se tratase, su mirada se centró una vez más en aquel muchacho quien, al notar lo sucedido, los saludó enérgicamente con celular en mano. Con un fuerte manotazo, Edgar se desprendió del agarre de sus amigos, acomodándose la camisa y respirando con más calma.
—Esto no se queda así...
—No se preocupen por mí, sigan, me estoy divirtiendo como nunca —se burló Thomas.
Se alejó una vez más, seguido de su sequito de orangutanes dejándonos a Marcos y a mi clavados en ese lugar. Sin embargo, lo que menos quería era tener ningún contacto con él, mucho menos después de escuchar aquellas palabras salir de Edgar con tanta furia. No quería mas decepciones, demasiadas para una vida.
Marcos intentó dirigirse a mí, pero en cuanto noté sus intenciones, les seguí el paso a los demás para dar inicio al calentamiento. Lo suficientemente lejos de ellos para no provocarlos, pero igual de cerca como para iniciar el calentamiento antes de ganarnos otro regaño. Era eso o más gritos.
Empezamos a correr alrededor de la cancha, cuando los pasos pesados del entrenador empezaron a resonar y el sonido del silbato nos ensordeció a todos.
—¿Cómo mierdas van? —indagó aun molesto.
—Corriendo por sus vidas —contestó Thomas con burla.
—Bien, empecemos esto. —Hizo sonar su silbato por más tiempo del debido—. Y Tú, Marcos, largo de aquí, no quiero distracciones.
Por primera vez en la vida, hubiese preferido volver a los días en que el único problema durante la practica era el esquivar sus golpes; puede sonar masoquista, lo sé, pero si eso implica que el profesor no nos quiera sacar el alma del cuerpo a punta de ejercicios, elegiría eso sin pensarlo dos veces.
Hasta que no nos vio a punto de caer, no nos dejó en paz. Vuelta tras vuelta a la cancha, trotando, corriendo, carreras de un lado a otro para medir la velocidad, resistencia y quien sabe que más según él. No era nada de eso, ese era su castigo hacia nosotros por aquel incidente. Y Thomas, feliz de la vida, riéndose para sus adentros al ver como Edgar sufría. ¿Por qué lo sé? No dejaba de mirarlo con esa misma expresión fría salida del infierno, al parecer con él la cosa era más que personal.
¿Qué habrá hecho?
—Espero y aspiro a que liberar toda esta energía les quite las ganas de ser idiotas hormonales e insufribles de ahora en adelante —dijo, y todos nos dejamos caer al suelo sin aire—, o que por lo menos se la piensen dos veces antes de cagarla y dejar el equipo en vergüenza. ¿Estamos?
—Sí señor.
—Tienen cinco minutos para reposarse, se bañan y esta vez nadie se queda de último —exigió, dirigiendo lo último a mí—, hoy cierran el bloque deportivo temprano y no quiero a nadie por aquí o dormirán con los murciélagos.
Miro derredor una última vez, su expresión de enfado no había bajado ni una nota, pero por lo menos se veía cierta satisfacción en su rostro que, aunque debería asustarme, me dio un poco de esperanzas. Si ya estaba conforme con este resultado, puede que no siga con su «castigo», ¿verdad?
Dio media vuelta y se marchó sin decir más nada, dejando atrás no solo a un tumulto de jugadores exhaustos, sino a su propio hijo. Este, sin intensiones de irse, se acercó a nosotros; o, mejor dicho, a Edgar, con cierta amenaza en sus ojos.
—¡Nos estaremos viendo, Edgarcito! —expresó Thomas con malicia.
—Todo fue un mal entendido, yo no...
—¿Mal entendido? —exclamó aún más molesto—. A ver, imbécil, besar a la fuerza a una mujer no es un jodido mal entendido, pero si da a entender lo poco hombre que eres, y te convierte en un idiota misógino con falta de contacto femenino, desesperado por sentirse halagado o con ganas de demostrar lo que no es.
—No estoy desesperado ni...
—Me importa una mierda todo lo relacionado a ti, sin embargo, te metiste con la chica equivocada. —Le dio un brusco empujón, del cual por raro que parezca, Edgar no hizo nada para responder más que alejarse—. Pero no huyas, si te las vas a dar de machito, mantén la postura siempre y no solo cuando te convenga, ¿o no tienes los huevos?
Por más interesante y satisfactorio que vea la escena, mis nervios por una nueva reprimenda del entrenador estaban a flor de piel. Si se enfado tanto por ese incidente, ¿Cómo reaccionaria si alguien se mete con su hijo? Aunque sea el quien este iniciando el pleito, pocas oportunidades tendría Edgar para probar lo contrario. El karma le estaba llegando, peor no en un momento en que pudiese disfrutarlo.
—Solo lo diré una única vez, si te vuelves acercar a mi novia o a siquiera mencionar su nombre, date por muerto. —Dos largos pasos y de nuevo lo tenía cara a cara—. En tu perra vida permitiré que le pongas un dedo encima, ¿entendido? Atente a las consecuencias de ahora en adelante.
Se marchó con el mismo estilo militar de su padre, de tal palo tal astilla. Con eso, dejó un Edgar hecho gelatina intimidado por alguien más grande, fornido y hombre que él. Por eso dicen, los que se las dan de machitos son los primeros en acobardarse.
—¡Maldita sea! —exclamó Edgar con furia, dirigiéndose a las duchas no sin antes clavar su venenosa mirada en mí.
No estaba para nada de humor, ¿lo peor? No pude escapar de ellos ese día, peor no podía ser.
Sin más opciones, fui a las duchas esperando que mi desgracia ocurriera. Trate de bañarme lo más lejos posible de ellos, atento a cada movimiento de todos, en especial, de Edgar. Este, enojado como estaba, se mantenía en silencio, duchándose lo más rápido que podía y sus amiguitos le seguían la corriente.
Por un momento me relajé, no parecía tener intensiones de nada más que de irse de allí, por lo que empecé a cambiarme sin apuros ni complicaciones. Sin embargo, ellos ya habían terminado, y así como se alistaron, así de rápido me embistieron contra la pared.
—¿Disfrutaste del show, mariquita? —Edgar me sujetaba del cuello de la camisa, tratando de alzarme por encima de su cara—. Me imagino lo excitado que te puso el ver todo eso, ¿no?
—Solo tú piensas eso, enfermo —espeté, sintiendo la presión en mi cuello—. ¡Suéltame, esto no tiene nada que ver conmigo!
—Dame una razón, no se me ha olvidado que todo lo de hoy fue por tu culpa —escupió en mi cara—. Te robaste a nuestro amigo, lo convertiste en un enfermo como tú, ¿no es así? ¿Por eso Marcos te defiende?
—¿Me defiende? —me burlé—. No hacer nada durante las practicas y ver como ustedes me pegan cuando se les viene en gana, ¿es defenderme?
—Hoy, me refiero a hoy, idiota.
—Y yo me refiero a todo el puto semestre, ustedes no empezaron a ser un grano en el culo solo hoy.
Un zumbido en mi oreja me dejó atontado por un segundo, su mano abierta se había estrellado en mi cara en un golpe sordo rompiendo mi labio. El dolor era más fuerte de lo que podía imaginar, el infeliz tenía la mano pesada cuando quería. Al recomponerme, los demás lo sujetaban de los brazos impidiendo que se me lanzara encima.
—Ni creas que esto se queda así, mariquita —refunfuñó.
Salió echando humo por la oreja, recogiendo sus cosas y llamando con la mirada a los demás. Estos, como sus corderitos obedientes, los siguieron. Con espanto, vi como cerraba la puerta del baño no sin antes morarme con una sonrisa burlona.
—Hasta mañana, pulguita.
—¡Hijo de puta!
Ups, esto como que no quiere mejorar
Ustedes que dicen, mis pulguitas?
Es que no mamen, los dejo un ratito a que se desahoguen y arman guerra estos hijosde...
En fin, los quiero.
Deseo cumplido, ManoALfonso
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