21
—Son sentimientos revueltos, entre la amistad y entre el amor, lo más importante de esto es que todo está muy claro entre los dos —canturreó un muchacho en plena tarima—. Somos amigos especiales, tú sales conmigo y solo somos amigos; ay nena márcame la clave, que en nuestra guarida voy a estar contigo.
Ya eran las diez de la noche, pero la cosa apenas se estaba prendiendo. Antes de eso solo se limitaban a bailar, cantar desde sus asientos y tomar, reír y conversar entre amigos, lo normal. Pero habiendo pasado como dos horas de iniciar todo, la palabra karaoke se activó, empezando con un valiente que quiso pasar pena cantando esa canción.
No lo decía por la elección, en realidad era una de esas viejas melodías de reguetón que tanto pegaron y gustaron en su tiempo, aunque ya casi nadie recordaba. Aun así, muchos la cantaron y bailaron como si fuese la primera vez.
Entre risas, con clara evidencia de alcohol en su cuerpo, bajó de la tarima dando paso a la siguiente valiente y una melodía más suave empezó a sonar.
—Amanecer con él a mi costado no es igual que estar contigo —cantó suave y melodioso, siendo aplaudida por su grupo—, no es que esté mal, ni hablar, pero le falta madurar, es casi un niño.
Empezamos bien, la energía muy encima de lo normal y la diversión en otra galaxia, incluso yo. Sin embargo, el despecho en cada palabra de aquella canción me apretujó el corazón. ¿Por qué preciso esa?
—Blanco como el yogurt, sin ese toro que tu llevas en el pecho —continuó y por inercia miré a Fernando, cantando entre risas sin dejar de vitorear a la cantante—, fragilidad de flor, nada que ver con mi perverso favorito. Sin tus uñas arañándome la espalda, sin tus manos que me estrujan todo cambia, sin tu lengua envenenando mi garganta, sin tus dientes que torturan y endulzan yo no siento nada.
Me hizo recordar la sensación de sus manos apretujando mi cintura, cada vez que clavaba sus dedos en mi piel y acariciaba mi espalda, todas las veces que sus dientes mordieron mi labio y cuello, todas esas malditas veces que me dejé cegar por su aparente ternura y deseo. Todas y cada una de las desesperantes veces que deseé volviera a besarme como antes, justo como en ese momento.
Y lo maldije, una y mil veces más, porque por su culpa ese estúpido nudo en mi garganta volvió a crecer hasta casi hacerme llorar.
—Por ti, imbécil —murmuré y de un tirón terminé de tomarme mi bebida.
Habíamos seguido tomando, acompañando todo con baile y mucha diversión. Aun así, nada de eso impedía que el alcohol hiciera sus efectos. Los retrasaba, más no lo eliminaba por completo del cuerpo. Se imaginarán, entonces, como me sentía después de dos horas con todo eso entrando a mi sistema. Mareado, mucho a decir verdad y más desinhibido, riendo y diciendo estupideces. Y ya sé lo que dirán, no necesitaba alcohol para hacer eso último, lo acepto.
No tuve miedo de seguir tomando, estaba con mis amigos y la estábamos pasando de maravilla. Salvo por la elección de música para señora despechada, se estaba cumpliendo el objetivo de la noche, sacarme a Marcos de la cabeza y gozar.
—Marcos se ha marchado para no volver…
—¡Nombre de mierda! —expresé, dejando salir un estremecimiento al escuchar su nombre.
—… el tren de la mañana llega ya sin él, es solo un corazón con alma de metal, en esa niebla gris que envuelve la ciudad —canturreaba otra chica, al parecer empeñada en arruinar mi humor—. ¡Quizás si tú piensas en mí, si a nadie tú quieres hablar, si tú te escondes como yo, si huyes de todo y si te vas…!
—¡Como todo un cobarde el idiota! —grité por sobre el sonido de la música.
—¿Soy un cobarde? —indagó entre burlón y dolido tras de mí.
Señal número setecientos noventa y tres de que el universo me odiaba, Marcos estaba detrás de mí mirándome con esa intensa y brillante mirada esperando alguna respuesta de mi parte. Pero nada, solo me congelé.
—¡Dios, ¿no sabes lo que es alejarte de nosotros?! —expresó Fernando molesto, llegando a tomarme de la mano—. No arruines el ambiente, mejor vete con tus novias, tienes cuatro esperándote.
—No es contigo, así que no te metas —exigió con rabia—, y suéltalo, te pasas de la raya.
—Vete, Marcos, no eres invitado aquí —logré decir.
Ladeó la cabeza, mirándome esa vez como tratando de encontrar la trampa en mis palabras, pero no consiguió nada más que mi propia molestia.
—A menos que sean los organizadores del karaoke, creo que no pueden decidir si puedo o no puedo quedarme —replicó, cruzándose de brazos, flexionando sus estúpidos músculos en mi cara.
¡Como lo odié y lo deseé a partes desesperantemente iguales!
—Ok, tienes razón, en ese caso rectifico —carraspeé dando más profundidad a mi voz, y mitigando de paso la inestabilidad de mi postura—. No eres invitado a este grupo, ya elegiste y no fue a mí, ahora lárgate. Es más, ahí vienen tus amiguitas.
Giró su mirada con rapidez, viendo como en efecto iban entrando sus fieles secuaces entre rabietas y risas. Aún no lo veían, pero sí lo buscaban con la mirada por todo el lugar. Esa, aunque no lo haya querido aceptar, fue su batiseñal para huir de la escena del crimen. Porque claro, para estar con su grupo de homofóbicos debía aparentar ser lo que no es, muy heterosexual, y por supuesto, ese papel me salía más a mí que a él mismo.
Con ese pequeño detalle pude comprobar algo, el mando había cambiado de mano definitivamente. Ya no era, o parecía ser, Edgar quien debía acatar «órdenes» del macho alfa del grupo, por el contrario, Marcos era quien se veía temeroso de ser descubierto en su doble vida. ¿Qué sonaba peor? Ambas opciones eran un completo desastre, pero ese era su segundo nombre.
—¿Todo bien? —indagó Fernando preocupado, mirándome como si tratara de consolarme, tal vez lo necesitaba, pero no esa noche.
—Más que bien —aseguré, desviándome a llamar a una de las meseras que iba de paso—. Un veneno de vampiro, por favor.
—¡No inventes! —bufó Fernando y no pude más que reírme.
Se sentaron todos a un par de mesas de nosotros, con el constante cosquilleo en mi nuca fastidiándome al sentirme observado. No eran ellos, por extraño que parezca estaban absortos en el menú como una recua de niñitos con regalos nuevos. Él en cambio, seguía molesto y ceñudo mirando en nuestra dirección.
Las canciones seguían sonando, la gente desafinada cantaba como si no hubiese un mañana y yo seguía envenenándome a punta de sangrita de dríadas y babas de troll. Obvio, a Fernando ni a nadie más le hizo gracia la extraña casualidad del veneno de vampiro. Un mal chiste, lo sé, pero no era mi culpa que de todos los demás sea el más delicioso.
¡Maldita ironía!
—¡A la chingada todo! —expresé levantándome de mi asiento, ya un poco tambaleante—. A cantar se dijo, joder, igual la cara de tonto ya me la vieron.
—Ya me preocupo —suspiró Gustavo atento igual que los demás.
Me subí a la tarima pidiendo el siguiente turno, aún con la mirada intensa y desafiante de Marcos. Esa vez, también con los demás centrados en mí y reclamándole a este. ¿Qué esperaban? La desgracia es mi eterno acompañante, a donde quiera que vaya está detrás. A veces, el mundo y la universidad podían llegar a ser demasiado pequeños.
Me acerqué a la pantalla y todos empezaron a gritar, tal cual cada que un valiente subía a para hacer el ridículo. Un par de movimientos en la pantalla y la canción ideal apareció, fue una mera coincidencia, pero perfecta para el momento y una de mis favoritas.
—Mucho te quiero, pero aquí no pasa nada; muchos mensajes, pero ninguna llamada, y tú sin más, y yo sin ti —empecé a cantar—. Te siento lejos cuando estamos cara a cara, pero solo es aire lo que nos separa, y tú y yo estamos a un beso de tener la solución.
Por más que no quisiera tener todo eso en mi cabeza, se hacía imposible si tenía al causante de mis males justo frente mirando. Ya no molesto, esta vez más entre la culpa y la frustración. Se veía tan contrariado consigo mismo, que me llené de resentimiento hacia él. ¿De verdad era tan difícil decidir lo que yo veía más que obvio?
—Entre un te quiero y no quiero, entre te tengo y te pierdo, quiero esta vida contigo, pero me estás matando —continué, cerrando los ojos y cantando para mis adentros—. Me encuentro perdido entre te quiero y te olvido, me siento entre la espada y la pared…
¿Era para él o para mí? ¿Cuál de los dos estaba de verdad entre la espada y la pared? Él no, él tenía opciones y podía elegir con toda libertad, el problema estaba en el querer hacerlo. Querer y poder son dos cosas diferentes, en este caso contradictorias y eso me dolía más.
—Una parte de mi se va a quedar por siempre aquí pensando en ti quizás, la otra parte de mí no puede más contigo, con este amor a medias sin sentido. Una parte de ti sabrá porque cojones te tuviste que marchar cuando yo estaba a punto de algo más contigo, si luego vuelves no tiene sentido.
Las voces cantando conmigo se escuchaban cada vez más, en especial en esa parte tan llamativa del coro. Sonreí, porque no había nada más cerca de la realidad que esa siguiente estrofa.
—Dime como puede terminar si esto no ha acabado de empezar —suspiré, dramatizando y sintiendo cada parte de esas palabras—, y ya tengo el corazón partido.
Bajé del escenario haciendo mil reverencias al público, ignorando por obvias razones cierta mesa infectada de estupidez, los únicos en todo el lugar que abucheaban mi maravillosa presentación.
—¿Y esa canción? —indagó Fernando de brazos cruzados.
—Es de mis favoritas y le puedes preguntar a cualquiera aquí —repliqué entre risas, cada vez más mareado—, no tiene nada que ver con cierto idiota rubio-fresa con cara de culo pálido, ese se puede tirar de un puente si quiere, es más le doy la patadita de la buena suerte.
—Esta vez sí tiene razón, incluso a mí me gusta —intervino Gustavo—. ¿Alguien más se ofrece de voluntario? Quiero más espectáculo.
—¿Qué tal si mejor jugamos algo? —sugirió Sol con malicia—. Verdad o reto y el que pierda debe subir a cantar una canción elegida por nosotros o alguna otra penitencia.
—Suena tentador —aseguró Emma y todos concordamos.
Pedimos una ronda más de mini posiones de misteriosa procedencia, que en realidad no eran más que chupitos de vodka. Delicioso, pero peligroso.
—Ronda uno —anunció Emma entre risas—, ¿verdad o reto, Fer?
—¡Reto! —expresó y todos vitoreamos—. Picante desde ya.
—Hablando de picantes, te reto a… —empezó, haciendo una pausa larga e intrigante— besar a alguien, pero no a Andrés, eso es trampa.
—Sabes que eso sería divertido, ¿verdad? —se burló, mirando una vez más hacia esa mesa.
—Concuerdo, pero dejemos lo mejor para el final —se burló y yo solo pude carcajearme, ya no podía controlarme, aunque en el fondo temía el significado de esas palabras—. ¡A Sol!
—¡Hecho!
Se levantó como todo un galán dirigiéndose hacia el puesto de Sol, quien a su vez y por raro que parezca, se veía nerviosa y muy sonrojada, además. Le ofreció su mano como todo un caballero, atrayéndola hacia su pecho e inclinándola como en las telenovelas. Y con lentitud, ternura y un poco de «picante», la besó en los labios por una larga y muy observada eternidad.
—¡Excelente espectáculo, Fernandito! —gritó Marcos desde su asiento.
—¿No quieres uno también? —le gritó de vuelta—. Tengo muchos de sobra.
La rabia era visible en su rostro llegando a mostrarle el dedo medio desde su puesto, pero al parecer el ver que Fernando besaba a alguien más le dio cierto alivio. Pero no, eso no le iba a durar mucho y me encargaría de eso. Sufrimos todos o nadie.
Los retos y juegos siguieron, revelando cierta información que no quería saber y esperaba el alcohol borrara de mi memoria, como la bisexualidad de Fernando. ¡Toda una sorpresa, aunque no tanto después de ese beso! Los retos ni se digan, más besos, bailes sin sentido y ciertas revelaciones públicas que no dejaron cabida para más. Solo faltaba algo, verlos cantar.
—A ver, quiero sangre correr por aquí —exigió Gustavo entre risas, muy colorado por el alcohol—. Andecito, ¿verdad o reto?
El nivel de ebriedad iba en aumento, no en todos, al parecer varios de ellos seguían conscientes y preparados para lidiar con borrachos mala copa como Gustavo y yo. Ellos se veían bien, en cambio, nosotros empezábamos a atropellar las palabras y tambalear cada vez más. Podía caminar, eso sí, por el momento.
—Reto, ¿quién dijo medio? —dije, moviendo mi cabeza frenéticamente en negación—. Miedo, eso, miedo, chingue su madre la dislexia.
—Estás borracho y pendejo, no disléxico —se burló Sol...
—Te reto a… —expresó con lentitud— subir y cantar algo, joder. Quiero verte caer del escenario, hazlo por tu mejor amigo y cuñado.
—Esta va por ti, guapo —me burlé.
Me levanté y medio tropecé, carcajeándome sin reparo y siguiendo las risas del mismo Gustavo.
—Voy con él, solo por si acaso —añadió Sol—, no se vaya a partir la madre él solo.
—Esa es la gracia, aguafiestas.
A duras penas alcancé a llegar al escenario, buscando y leyendo entre el repertorio algo movido que cantar. Quería fuego, diversión, polvos pica-pica, o mejor eso encima de Marcos. Había muchas cosas que quería estuviesen encima de él, yo, por ejemplo, pero mejor no.
—¿Listo? —indagó Sol viendo mi elección y dudando—. ¿Qué tramas?
—¿De qué, o qué, para qué? —balbuceé, tomando con cierta torpeza el micrófono.
—Dame eso —expresó arrebatándolo de mis manos.
Ella misma apretó el botón de iniciar, así que no podían decir que lo que pasara de allí en adelante era mi culpa. Pudo haber cambiado de canción, ¿o no? En fin, estábamos para divertirnos, no para vigilarme como a un niño con hiperactividad crónica y un grueso historial de muy malas decisiones. Cosa que sí existía, y por ahí estaba la prueba viviente de ello haciéndome caras.
—Tú me hiciste sentir que no valía, y mis lágrimas cayeron a tus pies, me miraba en el espejo y no me hallaba, yo era solo lo que tú querías ver… —con su voz melodiosa, inició Sol cantando y luego suspiró, tendiéndome el micrófono susurrando— ¡Espero no equivocarme con esto!
—Y me solté el cabello, me vestí de reina, me puse tacones, me pinté y era bella —canturreé lo mejor que pude sonriendo y aparentando, para luego fruncir el ceño y mirarlo a él, el objetivo—, caminé hacia la puerta, te escuché gritarme, y te respondí que la concha de tu madre…
La sorpresa y confusión en sus rostros fue gloria para mí, pero más la de Marcos. Sol por su parte solo me miraba con temor, esperando que no hiciera lo que con toda seguridad estaba pensando que iba a hacer. No se equivocaba, pero no por ello iba a retractarme, quería sacar mi veneno y escupirlo en su cara. ¿Qué mejor lugar y ocasión que esa?
—Y miré a la noche y ya no era oscura, ahora te… —hice la pausa correcta, en el tiempo correcto y la entonación correcta, pero se vino lo mejor— mando pa’ la mier…
—¡Andrés, carajo! —me interrumpió arrebatando el micrófono de mis manos.
—Así dice la canción, mira… —me quejé con toda mi inocencia, señalando la pantalla con la letra— ¡Ya se fue!
Las risas de todos los presentes avivaron la mía, el dolor en mi pecho no salía como se suponía y eso lo agradecía. Detestaría ser de los borrachos llorones, era mejor ser del gracioso y pesado, más si puedo desquitarme de alguna forma.
En mi mesa todos me miraban como tratando de ver qué diablos estaba haciendo, mientras, en la otra me observaban con confusión y Edgar con rabia. Quién me interesaba no había captado la indirecta como me hubiese gustado, porque el muy infeliz se sonreía con tanta dulzura que casi me hacía doblegar. ¿Por qué los dioses le dieron esa sonrisa tan… tentadora?
—Otra… mejor otra porque, bueno, ya saben —bufé entre risas y con rabia—, no me dejan cantar a gusto y tal, no se vale.
—¡Suénala DJ! —gritaron.
Elegí una vez más, aprovechando una leve distracción de Sol tratando de escuchar lo que nuestros amigos le decían y para cuando hubo regresado, era demasiado tarde.
—Pendejo, esta canción no la elegiste para el Marcos, ¿verdad? —se quejó.
—¿Marcos quién? —me reí de buena gana—. Relájate, estoy calmao.
—¿Puedo confiar en que no mencionarás a ese idiota en la canción? —amenazó, dudando si dejarme presionar el botón de iniciar.
—¡Lo prometo! —aseguré, cruzando los dedos a mi espalda.
Una suave melodía empezó a sonar, la dulce y perfecta voz de Mon Laferte se hubiese podido apreciar por los altavoces, pero eso le quitaría lo divertido a la ocasión. Es un karaoke después de todo, en cambio, la afinada voz de mi presumida prima endulzaba nuestros oídos.
Todo iba más que bien, la canción era hermosa y muy suave, incluso la cantábamos demasiado bien para ser solo amateurs borrachos. Incluso yo que, contrario a lo que esperaban, me estaba comportando y canté la primera mitad de la canción como era debido. Pero, ¿cuál era la gracia de la noche?
—Ahora dormiré muy profundamente para olvidar, quisiera hasta la muerte, para no pensar, me borro pa’ quitarme esa amargura —canturreó Sol con todas sus ganas—. Ven y cuéntame la verdad…
—Pa qué si ya la sé… —murmuré, ganándome una leve mirada de reojo.
—Ten piedad y dime por qué… —continuó ella, dándome por fin el micrófono con algo de arrepentimiento— ¡Canta bien!
—Porque él es un huevón… —continué yo bien mamón y emperrado, mirando con rabia al único que había logrado lo impensable, enamorarme— como fue que en ese imbécil me fijé, ahora sí que la cagué, por la reconcha de su…
—¡Ya párale! —exigió arrebatándome el micrófono de las manos, de nuevo.
—Déjame mentarle la madre, se lo merece el hijo de su fruta abuela.
—Se acabó, para abajo —exigió Sol, siendo apoyada por Fernando quién fue a por mí.
Este, viendo la expresión de Marcos y mi rabia al notarlo, decidió hacer lo que menos me imaginé. Tomó mis mejillas entre sus manos, muy dulce y sonriente, para luego plasmar un beso en mis labios tan cálido que me sentí perdido por un instante.
¿Lo peor? Por un segundo deseé con todo mi corazón que ese fuese Marcos, pero no y así era mejor.
Aunque eso no era todo, la cereza del pastel, dulce y perfecta.
¿Saben quién se tragó todo el espectáculo en primera fila?
Sí, IdiotaMarcos.
Ay, ay, yayay, canta y no llores, porque cantando se alegran, cielito lindo, los corazones....
Pregunta, mis pulguitas, ¿Valió o no valió la espera?
Si dicen que no, ya verán mugres, el siguiente capítulo los dejara pero...
Los amo....
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