Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

2

Dimos por terminado el paseo cuando, cansados de tanta caminata, decidimos quedarnos en una de las cafeterías a tomar algo y esperar la siguiente clase. No faltaba demasiado, solo media hora que aprovecharíamos para seguir hablando.

—¿Ustedes son novios? —preguntó Gustavo de sopetón.

—¿Por qué la pregunta? —dije entre risas.

—Ah, bueno, no siempre se ve a alguien tan cariñoso con una chica que no sea su novia o hermana —explicó con algo de tartamudeo—, y ustedes no se parecen en nada.

—Nah, no lo somos porque él no quiso —se quejó Emma con dramatismo—. Solo somos mejores amigos, desde hace... uff. ¿Cuánto?

—Tiempos inmemorables, y no digo que desde kínder porque no lo recuerdo —añadí entre risas.

Y aunque no lo decía, me pude dar cuenta que Gustavo es de los que no sabe ocultar sus sentimientos. El alivio fue más que notorio en su expresión, remplazada después por una enorme duda y esperaba equivocarme en ello, porque no dejaba de mirarme mientras se hacía cientos de preguntas internas.

—Todos felizmente solteros, a menos que tú no lo estés, ¿Gus? —continuó Emma.

—También, o por lo menos por ahora —contestó con una nueva sonrisa.

—¡Ah, vaya, don Juan! —expresé con burla.

—Ay no vengas otra vez con tus vainas de abuelo amargado —se quejó Emma.

Solo la miré con reproche, sabiendo que detestaba que me llamara de esa manera. No era amargura, solo un punto de vista muy poco común en jóvenes. ¿Qué tenía de malo?

—Me perdí, ¿me dan un mapa?

—Explica, señor —me retó.

La adoraba, mi mejor amiga y desquiciada favorita, pero eso no significaba que no dieran ganas de asesinarla de vez en cuando. Y este, es uno de esos cuando.

—Simplemente no creo en esas estupideces del amor, y motivos para eso tengo de sobra —dije con un suspiro.

—A ver, dime una —exigió Gustavo con extraño interés.

—Primero, crea etiquetas que dividen a la gente solo por decidir con quién pasar su vida, y eso lleva a muchos problemas sociales que no han cambiado por más que pase el tiempo —repliqué sin titubear y con gran seguridad.

—¡Válgame Dios! —exclamó con asombro, mientras ella se burlaba de su expresión.

—Y es un veneno, te daña las neuronas convirtiéndote en un idiota que dice y hace cosas absurdas por «amor», casi como un títere —continué, terminando con un encogimiento de hombros.

—¿Quién te hizo tanto daño? —interrogó con asombro, sacando una buena carcajada de Emma—. No todas las mujeres son así, ¿sabes? Algunas sí valen la pena.

Por mi parte, la seriedad cubrió todo mi rostro empeñándome en lanzar amenazas solo con ello, pero ella no entendía mi mensaje homicida. Se reía a carcajadas cada vez más fuertes, y pese a mi expresión, la boba seguía y seguía.

—¿Quieres el chiste completo? —dijo a duras penas—. Jamás en su vida se ha enamorado, nunca ha tenido interés por estar con nadie o confesarse con alguien, ni hombre, mujer, perro, gato, árbol, pan. Nada.

Gustavo arrugó la cara sin entender, regresando a mirarme de nuevo cada vez con más intensidad, como quien ve un perro caminado con sus patas traseras y tomando el té a las tres de la tarde. Y por ello, me empezaba a preocupar de verdad por su estabilidad mental. Somos mal ejemplo.

—Adelante, pregúntalo —suspiré.

—¿Cómo puedes asegurar todo eso, si no sabes lo que es estar enamorado?

—No es necesario sentirlo para saber los efectos que tiene —refuté por millonésima vez—, soy observador y analítico.

—Y amargado, demasiado para ser tan lindo —replicó esta vez Emma.

—Simplemente no puedes hacerlo, por más que observes no es algo que puedas analizar como un computador, incluso yo entiendo eso —comentó Gustavo—. El que no lo siente, no lo entiende. ¿Sabes?

—Gracias, Gus, ya me caes bien —expresó Emma, y este solo sonrió como un adolescente.

Terminada la reprimenda, porque lo sentí de esa manera, cada quien retomó su camino a clases, quedando en reunirnos ahí mismo a la salida.

Ese primer día fue una pasada, refrescante y muy nutritiva a mi parecer. Por mi parte, tenía la suerte de coincidir en casi todas las clases con Gustavo, era divertido pese a su expresión de fastidio y seriedad. Solo por nuestros enfoques diferíamos en dos clases a la semana.

Lo mejor de todo, o por lo menos lo veía de esa manera hasta ese momento, aquel muchacho iba a absolutamente todas mis clases. ¿Coincidencia? No lo creo. ¿Contradictorio? Solo un poco, pero no hay nada de malo en alimentar la vista, ¿cierto?

Al día siguiente, las ansias por pisar esa cancha me estaban acribillando la cabeza. Hace un tiempo que no jugaba, desde que pisamos el último periodo escolar los partidos y demás se suspendieron para los de último año. ¿Motivo? Estudiar para el examen de estado.

—¿Quieres dejar de hacer eso? Agotas mi energía con solo verte —se quejó Gustavo.

—¿Qué cosa? —indagué sin prestarle mucha atención, en ese momento cierto chico de ojos grises cruzaba miradas conmigo y sonreía.

—Deja de mover la pierna como loco, ¿quieres? —exigió, deteniendo el frenético movimiento al sujetar mi rodilla—. Me estas desesperando.

—Es lo único que me mantiene en calma, no quieras verme asesinar a alguien por la ansiedad —me burlé.

—Si es así, mátame entonces, me ofrezco como sacrificio —replicó, gruñendo por lo bajo.

Mientras el profesor seguía con su interminable explicación, los cálculos de funciones pasaban por mis narices y seguían de largo como si fuese un desfile. No eran de mi interés en ese momento, mi cabeza estaba dividida en dos; una parte estaba en la cancha jugando en solitario con una pelota de baloncesto, haciendo canasta tras canasta como si fuese lo más fácil del mundo; y, por otro lado, mis ojos se desviaban a esa sonrisa ladeada de labios carnosos y rosados. Aquellos ojos me distraían más de lo normal.

—Oye, algo me quedó sonando de ayer —susurró Gustavo titubeante—. ¿Emma se te declaró alguna vez?

—Sí, hace como cinco años, estábamos en el colegio —contesté distraído.

—¿Por qué? —exclamó casi ofendido—. O sea, no es como si estuvieses obligado, pero... Ella es muy linda como para rechazarla.

—Precisamente por eso, campeón —me burlé—, porque a diferencia de ti, no caí bajo el encanto de sus cachetes. A la orden, por cierto, tienes camino libre. Pero eso sí, con cuidado porque sigo siendo celoso y sobreprotector con ella, es como mi hermana.

Una suave sonrisa bobalicona adornó y sonrojó su rostro, casi tomando el color de su cabello. Apenado, ocultó la cara entre los brazos apoyado en el pupitre.

—Hablando de caer... —volví a burlarme, dirigiendo mi atención al frente, pero volviendo a desviarla casi por inercia.

—No soy el único que está cayendo, señor «no me quiero enamorar» —replicó este con tono burlón—, desde ayer no dejas de mirar a ese grupito.

—¿De qué hablas? —indagué, rascando mi nariz vez nervioso al verme descubierto.

Era demasiado pronto para que lo supiese, porque y aunque haya demostrado ser un buen chico hasta ese momento, aún no lo conocía lo suficiente para revelar tal detalle de mi vida.

—¿Es la chica de bisos rojos? —indagó curioso—. ¿O la de puntas lila?

¿Alguna vez han sentido que el alma regresa a su cuerpo y el alivio los inunda? Así me sentí, agradeciendo que sea tan ingenuo como lo aparentaba, pese a ser tan serio e intimidante de momentos.

—Ninguna de las anteriores, solo me parecen atractivas —repliqué más tranquilo—. Que diga que no quiero enamorarme, no quiere decir que no sienta atracción por nadie. No soy un robot, tengo sentimientos y necesidades.

—Como diga, señor —se burló una vez más.

Ese día las miradas no pararon por más que la clase avanzaba, llegado a un punto en el que sus compañeras también miraban en nuestra distracción y reían con él.

—Para terminar, quiero que se hagan en grupos de... cinco estudiantes —anunció el profesor contando los papeles que tenía en mano—, me resuelven este cuestionario y quien entregue puede ir saliendo. Tienen media hora.

—Nos cargó el payaso —me quejé, socializar no era lo mío, mucho menos para Gustavo.

—¿Por qué no socializas con esas chicas? Ellos son tres y nosotros dos, sabes sumar, ¿verdad? —comentó él con fingida inocencia.

—A ti te va cargar la chin...

—Hola —saludó una de aquellas muchachas, de bisos rojos en su cabello—, ¿ya tienen grupo? Nos hacen falta dos personas.

—Y a nosotros tres, coincidencia, ¿no? —bromeó Gustavo.

—Claro, sería genial —dije yo, tratando de apaciguar las burradas de mi nuevo amigo.

Con calma, y al igual que el resto de los compañeros, arrastraron sus pupitres hasta nuestro lugar para hacer un intento de circulo. Gustavo se mantenía a mi lado, rodeado por dos chicas nuevas que, a simple vista, se veían muy coquetas y divertidas. Y él, justo frente a mí.

—Soy Fernando, pero puedes llamarme Fer, mucho gusto —extendió su mano con esa misma sonrisa ladeada, siendo estrechada por mí con los nervios a flor de piel—, ellas son Cecilia y Mercedes.

—Solo llámenme Tata, odio el Mercedes —intervino la chica con puntas lila.

—Es un gusto conocerlos, este de aquí es Andresito y yo soy Gustavo, ni se les ocurra llamarme Gus —advirtió este con seriedad.

—¿Por qué, Gus? A Emma no le dijiste lo mismo, Gus —me burlé, devolviéndole el favorcito.

—Te odio —dijo y los demás se unieron a las risas.

Por raro que parezca, siendo solo la primera vez que interactuamos con ellos se sintió bastante natural. De cierto modo fue un alivio para mí, quería caerles bien y expandir mi círculo social a más de dos personas, y ellos lo hacían más sencillo.

Terminamos aquel trabajo y nos despedimos, no sin antes intercambiar números y volver a quedar para futuros talleres y trabajos en grupo. Deseando que, a lo largo de la carrera, no era el único trabajo de grupos de cinco a realizar.

Aun así y después de ese buen rato, mi ansiedad por jugar seguía creciendo en mí. Hasta que, por fin, después de esperar un interminable día más, llegó el momento de dar la prueba en el equipo de baloncesto. Mi momento de brillar había llegado, tenía confianza y ganas de ser parte del equipo. Emma tenía clases por lo que no me acompañó, y Gustavo iba a morir de aburrimiento con solo imaginárselo. Así que, de momento tocó solo, solín, solito.

—Bienvenidos, jóvenes y señoritas, para ustedes solo soy el entrenador Ramírez y para quienes se crean muy listos, su peor pesadilla —explicaba un sujeto de unos dos metros de estatura, imponente, intimidante y bastante fornido—. Hoy solo unos cuantos podrán entrar al equipo, hay pocos cupos y muchos de ustedes. Los demás sigan practicando, las canchas siempre están abiertas excepto en las tardes, practica del equipo.

En efecto, había más personas de las que llegué a imaginar. Además, los que ya pertenecían al equipo nos observaban con aires de superioridad, mismos que había visto hace dos días jugar como animales. Su uniforme rojo y sonrisas prepotentes, me incomodaban demasiado y podía notar que muchos se sentían intimidados por ellos.

—Empiecen corriendo alrededor de la cancha —gritó el entrenador.

Empezamos con un trote suave, respirando superficialmente para poder aguantar todo el trayecto. Con aquello eliminaba a los más lentos, los menos resistentes y los que menos estado físico tenían. Punto aprobado.

Sin embargo, desde las gradas se encontraban aquellos chicos riendo y despidiendo a aquellos que iban saliendo de la cancha. Eran cinco, el equipo oficial de la universidad, que según rumores eran un completo problema andante. En especial dos de ellos; el mismo fortachón de cabello largo y castaño, Edgar, uno de los más antipáticos y homofóbicos del grupo; y luego estaba él, capitán del equipo, admirado por sus compañeros, una sensación en la cancha, deseado por las chicas y el más patán, Marcos, el rubio-fresa con cara de culo.

Por lo que supe, los otros tres no eran más que relleno en el equipo, pero igual de insufribles que el resto. Los seguían a donde iban, acolitaban sus burlas, pero no eran tan estúpidos como para meterse en todos sus problemas. En esos casos disfrutaban ser espectadores.

—Suficiente, todos al centro de la cancha, hagan una fila y el primero que tome un balón —gritó seguido del silbato.

Uno a uno fuimos haciendo canastas, sacando a quienes no lograban dar en el blanco mínimo dos de tres. Cambió las distancias cuatro veces, cada vez más lejos de la canasta. Resultados, y sin querer presumir, fui el único que logró encestar la última casi desde la otra cesta de la cancha.

—Tu nombre, flaco —preguntó el profesor.

—Andrés —contesté casi gritando, sintiéndome más en el servicio militar que en la universidad.

—Buen tiro, dale otra vez —exigió, y acerté—. ¡Excelente! Todos divídanse en dos, juguemos un poco a ver que pueden hacer.

Empezaba a sentirme lleno de energía, el entrenador notaba mi presencia más que la de los demás. Eso me daba cierta ventaja, tenía más posibilidades de entrar si notaba mis cualidades, pero también me ponía un poco nervioso y podría meter la pata. Pero hoy no era el día para hacer el tonto, debía pasar como sea.

El partido inició suave, uno de los chicos del equipo contrario tenía la pelota, intentó pasarla a otro de sus compañeros dada la marcación de tres que tenía a su alrededor. Lanzó la pelota lo más alto que pudo, pero llegando casi a su receptor y aprovechando su momentánea distracción, la atrapé en medio de un salto, corriendo de inmediato hasta la otra esquina y logrando el primer punto para mi grupo.

—Más concentración, señores, la pelota no está sola en la cancha —gritó el entrenador.

Y mientras más avanzaba el partido, más notaban mis movimientos fluidos y por ello, me ganaba las marcaciones más pesadas. Sin embargo, siempre trataba de jugar con el espacio y el amague. Ventajas de tener un primo de cinco años y más escurridizo que un ratón, ser de niñero afinó ciertas agilidades y reflejos en mí.

—Excelente, señores y señoritas, están mejor de lo que pensé —anunció el profesor—, a ver como los organizamos aquí. ¡Marcos, vení!

El susodicho se acercó al profesor, no sin antes mirar de reojo a todos los presentes con superioridad. Y detrás de este su, al parecer, cocapitán con la misma expresión centrándose en mí con una mirada más penetrante y acusadora. ¿Ser el capitán daba tanto poder? ¡Ridículo!

Entre cuchicheos, señalaban y elegían la organización de los nuevos grupos. Al parecer, lo del equipo mixto era más que serio, por lo que empezaba a desear estar en ese.

—Bien, primero nombraré a las nuevas integrantes del equipo femenino —anunció, enlistando las primeras cinco—. Ahora, el equipo mixto, totalmente nuevo así que aprovechen y no me hagan quedar mal.

Continuó dando los nombres, pero el mío no era mencionado por ningún lado. Ya empezaba a asustarme, y a su lado, el tal Marcos me miraba con una sonrisa tan petulante como él mismo. Aun no entraba, pero ya me resultaban un completo fastidio.

—Por último, nombramiento especial, Andrés Cruz —anunció, sorprendiendo a Marcos y el resto de su equipo—, te necesito en el equipo principal, veremos cómo te acoplas a los partidos de verdad.

—Sí, señor —contesté con firmeza, pero muerto de ansiedad por dentro.

—Pasen por sus uniformes a la oficina, pero antes vayan a las duchas, deben apestar —volvió a gritar—. Pueden irse.

Poco a poco todos fueron saliendo, muchos con la sonrisa tan amplia por haber logrado entrar a uno de los equipos. Sin embargo, y aunque me sentía feliz por ello, dentro de mí había cierta sensación de incertidumbre que no me dejaba tranquilo. Aquellos chicos eran un problema con patas, se burlaban de todos por absolutamente todo, incluso se veían tan inmaduros con esa actitud de bullying que desesperaba, pero por desgracia, atraje demasiado su atención y ahora ella recaía toda sobre mí.

Me entregaron dos uniformes; uno de color amarillo con letras azules para las practicas, dado que el profesor solía dividir en dos para enfrentarlos entre ellos; y el oficial, de color negro con vinotinto y el escudo de la universidad.

Salido de las oficinas, aquellos chicos se encontraban en el pasillo refunfuñando y quejándose con el profesor.

—¿Y si quiere ser capitán? —inquirió Edgar—. Ya estamos completos, mándelo con las nenas, tiene cara.

—Decisión tomada, decisión terminada y no acepto peros —zanjó este y se marchó.

—¡Mierda! —gruñó Edgar, recayendo su atención en mí—. ¡Ja! ¡Bienvenido al equipo, Andresito!

—Mmmm... ¿Gracias? —contesté sin saber sus verdaderas intenciones.

—Nos veremos pronto, pequeñín —comentó con sarcasmo.

Pasaron por mi lado riendo con ese tono malicioso que siempre usaban, quedando de último Marcos. Solo caminó hacia mí, haciéndome retroceder hasta arrinconarme en la pared sin siquiera tocarme, con su expresión más seria y dura que pude haberle visto.

Varios centímetros más altos que yo, ojos azul oscuro casi morados tan intensos que, sumado a lo penetrante de su mirada, me hizo sentir como una hormiga a su lado. Me detalló de pies a cabeza, arrugando el gesto y riendo con sarcasmo, regresando su mirada a mi rostro enarcando las cejas.

—¿Puedo... ayudarte en algo? —titubeé, sintiéndome cada vez más incómodo.

—¡Ja! —volvió a reír—. ¡Suerte, pulguita, la necesitarás!

Se marchó desbordando seguridad en su andar, con manos metidas en sus bolsillos y esa estúpida sonrisa de suficiencia.

Un minuto con él cerca, y ya lo odiaba.

Primer encontronazo de estos sementales sabrosos, hagan sus apuestas.

#TeamAndres #TeamMarcos #TeamEdgar #TeamGustavo #PorqueNoMeDejaránAl NiñoPorFuera

#RamirezParaPresidente

Ya saben que es un Bl y que todos son unos pendejos, but...

¿Qué creen que pase más adelante?

Los leo, besos

PD: ¿Notaron el cambio? ¿Bueno o malo?

Llega un nuevo team

¿Quiénes serán #TeamFernando? No sean tímid@s

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro