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17


No había marcha atrás, ni para él ni para mí.

Estando en mi casa no podía parar de pensar en lo que podía significar aquello, no sabía la magnitud del problema en el que me había metido. Aunque claro, tampoco lo consideraba la gran cosa, pero al parecer el que le saliera el tiro por la culata me hacía el culpable absoluto. La idea fue de él, pero yo iba a pagar por ello.

Volví, en esos últimos momentos, a mis días de sufrimiento. Sus miradas eran más penetrantes y asesinas, pero aún no hacían más nada que eso, además que ese día, solo ese, tuve cierto respaldo de mis compañeros. ¿Hasta ese momento se les ocurrió hacer tal cosa? Los golpes no habían regresado más porque no tuvieron oportunidad y ese era un gran alivio, de todos modos, Marcos solo se había ausentado por ese día, las demás prácticas sí estaría y todo se acabaría. ¿Cierto?

—¿Y esa carita, mi amor?

Marcos había llegado, me dio beso en la mejilla sorprendiéndome un poco dada mi profunda distracción. Desde que salí de esa estúpida practica el tema no salía de mi cabeza, pero frente a él debía disimular. ¿Qué ganaba contándole? Nada, solo preocuparlo.

—Nada, solo… estaba pensando —contesté tratando de sonar natural—. ¿Qué tal tu ensayo?

—Largo, aburrido, sin ti —expresó, acercándose cada vez más a mí haciendo pucheros de lo más tierno—, pero terminado y disponible para ti todo el fin de semana.

—Genial —me permití sonreír y recibir sus labios—, ¿qué hacemos?

—Quiero que conozcas mi restaurante favorito, el Coffe Paté —anunció emocionado—. Tienen una tarta de queso deliciosa, te va a encantar.

—¡Entonces vamos!

Nos habíamos reunido en las afueras de la universidad, a solo un par de cuadras de la entrada principal donde había una parada de buses, vacía y solitaria a esa hora de la tarde. Nos subimos a un taxi y en contada media hora estábamos en el lugar, un restaurante bastante pintoresco y muy agradable. La fachada lo decía todo, y por dentro era aún más lindo, pero con solo poner un pie dentro sentí vibras extrañas.

No era por ser nuevo, incluso sé que Marcos lo sintió, porque frunció demasiado el ceño y miró en todas las direcciones como buscando algo que no vio.

—Bienvenidos a Coffe Paté, sigan, por favor —nos saludó una chica castaña, muy simpática, pero sin rastro de la alegría que su sonrisa debía demostrar—. La tarta del día es la de queso, y tenemos la promoción de un combo salado dos por uno, menú tres.

—Hola, Edna, ¿qué tal todo? —le saludó Marcos.

—Regular, pero por ahora solo trabajo, ahí está el ogro echando humo por las orejas —explicó sin dejar de lado su sonrisa—. Les dejo la carta y me llaman cuando quieran pedir.

—Ya queremos pedir, ¿cierto? —le interrumpió—. Dos porciones de tarta de queso, dos batidos de banana y me das la promoción.

—Listo, ya se los traigo —dijo, me miró por un largo segundo y sonrió esa vez de verdad—. Un gusto conocerte, lindo.

—El gusto es mío.

Se marchó dejando la orden en su lugar, suspirando con melancolía por un segundo y volviendo a sonreír al acercarse a otra mesa. Atención al cliente debía ser el peor trabajo si deja a una persona en ese estado, agotada emocionalmente.

—Espero que esto no arruine nuestra cita, no siempre es así de lúgubre —se quejó Marcos—, si estuviese Kar entenderías, esa chica es un amor.

—¿Tanto vienes? —indagué curioso.

—No tan seguido, pero sí llevo años viniendo a cenar —explicó con una sonrisa sarcástica—, en especial con mi papá cuando venía de visita, le gustaba quedarse como idiota mirando a Kar.

En tan solo diez minutos nuestra orden estaba lista y servida, y con ello entendí el porqué de su amor por ese lugar. Delicioso era decir menos, la mezcla perfecta entre lo dulce y salado.

Sin contar el ambiente, pasamos un rato bastante agradable comiendo y conversando. Con Marcos siempre había un motivo para sonreír, un tema del que hablar o solo un momento de complicidad que me hacía estallar de emoción. Por eso cada vez podía ocultarlo menos, quería estar más tiempo con él y besarlo todo el tiempo. Era adictivo, sentir sus labios sobre los míos y sus caricias en mi piel.

Lo sentía tan peligroso y a la vez tan dulce, que me embriagaba el solo tenerlo cerca y sentir su aroma. Me estaba enamorando, demasiado profundo y pronto.

—¿Ya te tienes que ir? —indagó entre susurros.

Nos quedamos en los alrededores del restaurante, en la parte más alejada de una plaza donde había bancas para descansar, unos cuantos juegos para niños y ventas de dulces. Claro está, era día de semana y un poco tarde, por lo que no había rastro de niños, sino de parejas abrazadas o solo conversando. No nos gustaba exhibirnos demasiado, tampoco es que nos dieran muy buenas miradas al vernos siquiera tomados de la mano, pero así era la sociedad no podíamos hacer mucho para cambiarlo.

—Solo media hora, no quieres que me castiguen el fin de semana sin salir por tu culpa, ¿o sí? —me burlé, sintiendo sus suaves roces en mi cuello.

Le encantaba hacer eso, solo acariciarme para hacerme desesperar y todo porque sí, lograba tentarme a tal punto que yo mismo me lanzaba a su boca.

—Puedo ir a tu casa, vemos una película y nos divertimos con más tranquilidad —susurró con esa voz ronca que tanto me encantaba, terminando la frase con un muy superficial beso—, ¿no crees, mi pulguita preciosa?

—Solo creo que eres un perfecto odioso —me quejé.

Miré en todas las direcciones, sentados casi en una esquina del lugar donde la luz no llegaba por completo, además de estar amparados por una amplia sombra del toldo de uno de los negocios contiguos. En resumidas palabras, bien camuflados de la vista curiosa de la gente.

—Pero te gusta, ¿no? —expresó entre risas.

—Peor que eso —dije, girándome para quedar frente a frente—, me encanta.

Tomé sus mejillas entre mis manos acaparando su boca, ahogando en mis labios sus propios jadeos de sorpresa y gusto. Envolví mis manos en su cabello, sintiendo como me rodeaba la cintura con esos brazos fuertes pegándome a su cuerpo. Cálido y suave, no había mejor lugar para mí que su regazo.

—Adoro… —murmuró sobre mis labios sin dejar de besarme— que… me beses así.

Sus manos exploraban mi espalda, acariciaban mi cintura y abdomen, me apretaba presionando sus dedos en mi piel tan rico que no podía evitarlo, me emocionaba de más y él lo sabía. Momentos como esos deseaba fuesen más largos, duraderos, pero también eran demasiado peligrosos para mi «virtud».

Lo disfruté, pero más gocé del fin de semana saliendo con él. Fuimos al cine, regresamos al restaurante Coffe Paté porque me enamoré de ese batido, nos besamos un montón, tanto que terminé con un leve dolorcito en los labios, pero valió cada segundo. Podía decir que cada vez era yo mismo frente a él, ya sin miedo sin inseguridades, solo éramos él y yo juntos, y amaba eso.

Quien sabe, tal vez ya lo amaba a él.
De regreso a clases y el aburrimiento fue lo primero que me atropelló, después fue una mole como de 1,90 de estatura llamada Edgar.

—¡Ups, no te vi! —se burló pasando por encima de mí—. Es que eres tan chiquito, pobrecito, dan ganas de aplastarte como la cucaracha que pareces. Me tientas, ¿sabes? Y después de lo del viernes aún más, ya nadie te salvará. ¡Nadie!

Se fue caminando, pecho arriba y mirada retadora, como todo un boxeador que acaba de ganar el round. Todos a mi alrededor se quedaron en completo shock, así mismo como yo estaba. No vi en qué momento se acercó, no me percaté de sus intenciones, nada, hasta que lo tuve encima vociferando como desquiciado.

—¡Esto es un infierno! —me quejé.

Fui a paso lento hasta mi salón, el empujón del mastodonte me dejó cojo por un par de horas, así que tuve que recurrir una vez más al arte de la mentira.

—Me tropecé esta madrugada con un mueble y me di duro en la rodilla —expliqué a una enojada Emma—, estaba oscuro, no podía prender las luces, ¿qué querías que hiciera?

—Tropezar, sí, muy creíble después de no verte en todo el fin de semana ni saber cómo te fue en la practica el viernes —se quejó—. A todas estas, ¿dónde chorizos estuviste el fin de semana? Cada vez que llamé, tía decía que habías salido.

—Nos estuvo ignorando, ¿cierto? —replicó Gustavo—. Ni a Fer le quieres contestar, ¿A dónde fue ese cariñito que se te salía por los poros? Ese Marcos idiota.

—¿Por qué quieren meter a Marcos en todo? —bufé poniendo los ojos en blanco.

—¿Será por qué está en todas? —intervino Fernando llegando a mis espaldas—. Se mete a las clases, se mete en nuestras conversaciones, de vaina no se ha metido en tu casa, ¿verdad?

—No por ahora, tía Med me habría dicho —añadió Emma.

La hora del almuerzo ya no pasaba tan rápido como antes, no desde que según ellos los estaba haciendo a un lado por estar con Marcos. No era así, seguía dedicándoles bastante tiempo, más que al mismo Marcos. Sin embargo, lo más preocupante no era solo eso. La rabia de Fernando estaba casi por desaparecer, pero estaba siendo remplazada por algo que no quería aceptar: dolor.

—Hablando del rey de roma, ¿por qué no se ha aparecido hoy? —indagó Gustavo burlón—. Tenemos una apuesta pendiente, y creo que perdió así que me debe una buena.

—No sé, debe estar en clases a esta hora, pero sale en unos minutos —contesté, no sin poder evitar sonreír un poco al recordar su último mensaje.

«Me encantó pasar el fin de semana contigo, pero deseo más de ti, mucho más y no quiero quedarme solo con las ganas. ¿Podemos dar el siguiente paso? De verdad te quiero y lo digo en serio, te quiero para muchas cosas y para toda mi vida si me lo permites»

—¡Míralo! —expresó Emma boquiabierta—. Lo idiotizó, te chupó el cerebro con un beso, pues.

—Son tan evidentes los dos —intervino Fernando mirándome con una sonrisa triste—. Ya háganlo oficial, ¿no? Harías menos daño así.

Tomó sus cosas y se marchó, dejándome con una punzada fuerte en mi pecho. La culpa era mía, puede que en algún momento al dejarme llevar le diera ilusiones, ideas que no se cumplieron ni lo harán dadas las circunstancias. Lo sentía por él, pero tampoco estuvo en mis planes y nadie lo entiende.

A decir verdad, ni yo lo entendía.

—¿Sabes lo que significa eso? —me reprochó Emma—. Le rompiste el corazón, intensional o no, lo hiciste y es casi como si se lo restregaras en la cara al dejar que se pasee por ahí contigo.

—No sé mucho de eso, pero creo que podrías conversarlo y no terminar tan mal —sugirió Gustavo con un suspiro de pereza—, lo verás toda la carrera y en todas las clases lo que resta de semestre.

—Lo sé, ya sé todo eso y créanme que no me siento bien con ello, no creí que esto fuese a pasar —acepté sintiéndome idiota y frustrado.

Solo dos clases más, pero en ninguna de esas se presentó y eso me preocupó un poco. Mucho, a decir verdad, porque a pesar de todo seguía teniéndole cariño y no quería que las cosas se fuesen tan lejos. De momento no tuve de otra que seguir con mis actividades, y la última que me quedaba era la práctica.

Respiré profundo y me dirigí a mi destino final, aunque tenía una pequeña esperanza de salir libre del infierno, Marcos estaría en nuestro entrenamiento. Aún como espectador, su castigo no había terminado, pero estaría.

—¿Por qué se demoran tanto en cambiarse? El maquillaje lo dejan para otro día, niñitas —gritaba el entrenador—. Paciencia no es mi segundo nombre, deberían saberlo.

—Listos y preparados, señor —gritó Antonio al estilo militar.

—Muy gracioso, Toñito, alguien quiere irse a las gradas —replicó—, que sean veinte vueltas a la cancha por el chistecito.

Hizo estallar su silbato, el sonido era cada vez más estridente. Y a su lado, riéndose a carcajadas de nuestra desgracia estaba Marcos, señalando y burlándose de sus amigos por la reprimenda. Sin embargo, al mirarme a mí la sonrisa se borró de su rostro. Estaba un tanto nervioso, pero aun así logró mandarme un beso a distancia.
Sonreí para mis adentros, me enternecía y emocionaba cada vez que hacía cosas como esa, tan simples y sutiles, pero igual de cargados de sentimientos.

Iniciamos con cosas suaves, estiramientos y flexiones. Le encantaba torturarnos con eso, en especial los días en que según su ojo crítico deportivo estábamos vagando, a palabras más suaves. Sin embargo, la hora favorita llegó.

—Ya saben, dos equipos, saca el ganador del partido anterior y el que siga cometiendo los errores de la vez pasada se queda en la banca —anunció—, ¿estamos?

—Sí, señor —gritamos todos.

Me dirigí al centro, el lugar del capitán seguía siendo mío a falta de un compañero valiente que tomara mi lugar. Por inercia miré a mi costado, quería ver su sonrisa una vez más, pero en lugar de eso sus nervios eran más evidentes, miraba su zapato y movía una piedra con este. Eso no me dio buena espina.

—¿Listo, pulguita? —indagó Edgar con esa mirada llena de ira.

—Dios, no otra vez —me quejé.

—Ya no tienes a nadie que te salve —expresó con burla remarcando las últimas palabras—, ya no, pulguita.

El silbato sonó tomándome por sorpresa, siendo Edgar quien tomara la oportunidad y llevara el balón de su lado. Había caído en manos de Antonio y yo directo al suelo, su pie me hizo trastabillar.

—¿Ya empezamos, Andrés? No me jodas —me riñó el entrenador.

Me levanté con rabia viendo cómo se alejaba dando saltitos emocionado, miré una vez más a Marcos a ver si reaccionaba de alguna forma, pero evitaba mirarme directamente.
De momento no le di importancia, durante las practicas tratábamos de no darnos nada de atención más que unas cuantas miradas furtivas, fue un acuerdo mutuo para protegernos de ese animal. Sin embargo, estaba seguro de que la situación ameritaba incumplirlo.

—Necesita tiempo, eso es —me dije aún con algo de esperanzas.

Medio partido después, tres tropezones más y un par de golpes intencionados en mi abdomen fueron mas que suficiente para mí, pero él seguía sin hacer nada. Se limitaba a moverse de un lado a otro, revolverse el cabello y pasarse las manos por la cara con frustración, pero nada más que eso.

El balón cayó una vez más en mis manos, el marcador estaba a su favor, pero nada de eso aplacaba la rabia que refulgía en sus ojos. Edgar seguía en su plan «jodamos al enanín», lo que me llenaba también de curiosidad, ¿qué fue eso tan malo que les tocó hacer para que me odiara aún más? Quería y no quería saber, pero de cierta forma hubiese querido que me tocara a mí si eso me lo quitaba de encima, si es que su rabieta se debía a eso de verdad. Con Marcos en ese estado, había lago que no me cuadraba del todo.

Tres de ellos, incluyéndolo a él, se iban a cercando a mi a toda velocidad, por lo que pasé el balón con rapidez a uno de mis compañeros. Este, viendo su interés en mí, salió disparado hasta más allá de media cancha donde, por desgracia, fue interceptado por Cristian y perdido el balón.

No lo dejé pasar, este no sería el primer partido en el que pierda solo por su rabieta infantil, aunque eso apriete más la soga en mi cuello. Me desprendí de su marcación, acercándome a Cristian quien, al verme, intentó pasar el balón a Sergio, el más cercano. Falló, con mi mayor impulso intercepté el lanzamiento y desde ahí atiné a la cesta.

¡Empate!

—Ese brazo será de oro, por fin haces algo, joder —expresó el entrenador—. Vamos Andresito, uno más y te mantienes invicto, no me hagas perder la paciencia.

—¡Solo uno! —me dije.

—Y te mueres, cabrón —susurró Edgar tras mío.

—Déjame en paz, mierda, esto es estúpido igual que tú —le reclamé, pero él solo se rió a carcajadas.

El balón cayó en manos de Sergio una vez más, pero con Edgar ahora delante de mí no me permitía moverme. A donde quiera que diera medio paso, el se movía como si fuese mi sombra.

—¿A dónde tan apurado, pulguita? —se burló.

—Tú no me llames así —repliqué, dándome de topes mentales al ver su maliciosa expresión, y luego su mirada a Marcos.

—¿Por qué, pulguita? ¿Te trae recuerdos? —se rió a carcajadas.

El balón se movió hacia mi lado de la cancha, pero seguía con Edgar pegado a mis pies sin siquiera dejarme ver que sucedía en frente de nosotros. Solo alcancé a ver sus brazos moverse haciendo señas, su cabeza ladeándose mirándome con una sonrisa torcida, y después al idiota saltando y con ello su codo impactando en mi barbilla.
Fue un movimiento rápido, pidió el balón y al momento de saltar para atraparlo me golpeó, provocando que me mordiera el labio y lo rompiera.

—¿Y ahora que pasó? —gritó el entrenador.

Me alejé por inercia, sosteniendo mi boca esperando no se me cayera la mandíbula por el dolor. No solo era mi labio, toda la cabeza me resonó con el golpe y mis dientes se estrellaron entre sí. El sabor metálico se coló en mis papilas, viéndome obligado a escupir sangre.

Me dolía, me palpitaba el labio y de cierto modo los oídos me pitaban un poco. Me limpié la boca con el dorso de la mano, continuaba sangrando y no creí que fuese a parar. Una vez más la rabia volvió a mí, mirando ceñudo a Marcos desde mi posición. Este, como tanto lo temí, seguía inmóvil sin hacer nada.
Me devolvió la mirada con ojos abiertos, parecía que no sabía que hacer, debatiéndose entre un lado y el otro, mirándome como si quisiera que entendiera algo con ello. Yo solo pude enarcar una ceja en su dirección, y como si nos estuviésemos comunicando de alguna forma, el solo ladeo la cabeza. Yo solo sonreí con rabia y asentí sin dejar de mirarlo.

—Ok —dije y lo di todo por terminado.

Holis, soy Bradley y les apuesto esta galleta 🍔 a que terminarán llorando en el próximo capítulo

O riendo hasta llorar

No sé, una de las dos

En fin mis pulguitas preciosas

Abre este espacio para opiniones, quejas, reclamos, insultos a Edgar, amenazas a Marcos, y besos para mi 😂

Los amo.

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