Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

12

—Pero que mier... ¡Andrés!

Una pequeña furia rubia se acercaba a nosotros a pasos agigantados, con toda la rabia que sus expresiones asesinas podían demostrar Emma dejaba algo en claro: iba a correr sangre. La mía o la de Marcos era opcional, pero esa era su intención.

—A ver, idiota con cabello de princesa —replicó ella—, ¿cuántas veces más hay que decirte que nos dejes en paz? Eres un hombre hecho y derecho, no estás en el puto colegio, madura maldita sea.

Ambos nos habíamos quedado petrificados, su rabieta era más desmesurada de lo que se esperaba o debía. No estaba así por lo que vio, había pasado algo más. ¿Pero qué?

A regañadientes, y más por la perplejidad que le causó la situación, Marcos se alejó de mí solo por pocos centímetros. Sin embargo, su furia extrapoló más allá de eso, interponiéndose entre nosotros dándole un fuerte empujón.

—¡Auch! Te pesa la mano para ser tan pequeña —se quejó.

—No me vengas con tus chistecitos pendejos, ponte los pantalones de una vez por todas y habla claro —exigió Emma con rabia—. ¿Qué mierdas quieren ustedes?

—A ver, niña, primero cálmate antes que...

—Me calmo un culo —le interrumpió, mientras yo observaba anonadado su semblante—, ¿qué mierdas quieren?

—Cualquier problema que hayas tenido con Edgar no tiene que ver conmigo, soy diferente a él en todos los sentidos, así que no te desquites conmigo por su culpa —logró decir Marcos.

—¡Esto no tiene que ver con él! —expresó casi a gritos.

—¡Emma! —le llamé.

—¡¿Qué? —gritó mirándome con reproche.

Respiraba agitada, con los ojos un poco rojos casi a punto de llorar. La conocía demasiado para saber que no estaba del todo bien, estaba frustrada y molesta, algo había sucedido.

—Tranquila, ¿qué pasó? —indagué preocupado.

—Mira, Andrés, ahora mismo no importa si tengo o no algo, lo que importa es que aún no eres capaz de hacer algo por tu vida —me reclamó—. ¿Cómo es posible que dejes que este idiota te bese, así como así sin hacer nada?

—Porque le...

—Cállate, mierda —le interrumpió una vez más—. Tú y ese idiota que tienes de mejor amigo tendrán que buscar a alguien más que joder, esta guachafita no la toleraré más. ¿Entendido?

—Me gusta Andrés, no lo hago por molestar ni tengo nada que ver con...

—Y yo nací ayer —volvió a interrumpirle—. A otro con ese cuento, nada de lo que digas después de todas sus mierdas tiene credibilidad.

—No tengo la culpa que te guste el ser más misógino, machista y homofóbico de la universidad, lo siento —replicó Marcos fastidiado.

No pudo haber peor cosa para decir que eso, no en el estado tan alterado en el que se encontraba Emma. La tercera guerra mundial hubiese estallado con menos furia, porque ese pequeño duende solo quería arrancar cabezas, mejor si era la de Marcos. Si no es por mi rápida reacción, lo habría tumbado al suelo de un empujón o golpeado quien sabe cuántas veces.

No fue por defenderlo, pero tampoco creí prudente armar todo un espectáculo a esas horas. Estábamos en la universidad aún, podíamos meternos en problemas más grandes.

—¡Suéltame, ¿por qué lo defiendes?! —gritaba—. Déjame y le parto su puta madre.

—¡Vete! —le dije.

—Pero...

—Que te vayas, mierda, no busques más problemas —insistí.

—Bien —gruñó con fastidio.

Dio media vuelta y se alejó un par de pasos, esperando solo poder perderlo de vista y calmar a mi amiga quien seguía forcejeando en mis brazos. Sin embargo, Marcos se detuvo y giró sobre sus talones fijando su mirada en nosotros una vez más.

—Solo escucha esto, Emma, por el bien de Andrés y el tuyo mismo, te recomiendo que consideres alejarte de verdad de Edgar —expresó con cierto pesar—, yo no tengo muchas opciones al respecto, pero tú puedes hacer algo por evitar enredarte demás con ese idiota. En serio, es de todo menos una buena persona.

Me miró una vez más con tristeza y una suave sonrisa, dio media vuelta y esa vez si se perdió entre la oscuridad de los pasillos. Mi atención se perdió desde el momento en que sus ojos se clavaron en mí, aquel efecto hipnótico que sentí una vez con Fernando, no podía evitar sentirlo ahora, pero con él. Nunca negué que fuesen hermosos, un color bastante peculiar para ser normal, pero no esperaba sentirme de esa manera con solo observarlos por un par de segundo, mucho menos después de todo nuestro historial.

No dejaba de ser preocupante, no tanto por los demás, sino por él mismo, la veracidad de sus palabras y acciones. No podía decir que lo conocía lo suficiente para saber si decía la verdad, o si por el contrario solo era un juego. Ese era mi verdadero temor.

Un suave golpe en mi abdomen me sacó de mis ensoñaciones, nada fuerte para lo que estaba acostumbrado con Emma, pero dado que me dio justo en el moratón el dolor lo sentí insoportable, llegando a gruñir y doblarme por el dolor.

—¿Qué mierdas te pasa con ese idiota, Andrés? —me reclamó alejándose de mí y caminando con desespero de un lado a otro—. No me vengas con estupideces, tú también puedes hacer algo por ponerle el freno, pero es como si no quisieras. ¿De verdad? Dime de una vez...

—¿Qué? Ya lo he dicho... —dije casi susurrando, interrumpiéndome con una ráfaga de tos.

—Ya deja de lloriquear, no te pegue tan duro como quisiera —recriminó—. ¿Te gusta Marcos?

No pudo responder, no por la tos, no por no poder respirar, sino porque ya no sabía que decir ante ello. Debería decir que no, era lo más sensato y lógico, pero dentro de mí algo quería decir lo contrario. Ese mismo cosquilleo que me embargaba cuando me besaba, lo bien que se sentían sus manos en mi rostro y su lengua explorando mi boca, todo eso y su estúpida sonrisa me tenía demasiado confundido.

—Contesta, Andrés —insistió con falsa calma—. Lo primero que debes hacer para zapatearlo es definirte, ¿te gusta o no?

—No creo...

—Habla bien, deja de exagerar que no te pegué duro —volvió a reñirme como niño pequeño—. ¿Qué tienes?

—Es que... —carraspeé— creo que me va dar gripa.

—Deja de jugar con mi paciencia y... —levantó la mano, imaginando que volvería a golpearme llevé mis manos a mi abdomen, cualquier parte menos allí—. ¿Por qué te...? ¿Qué tienes?

Esta vez la curiosidad más que la indignación refulgía en sus ojos, por lo menos algo había desviado toda su ira, pero no me convenía en absoluto el rumbo de los acontecimientos.

—Nada, solo que creí que volverías a pegarme allí —contesté con rapidez.

—¿En serio? Levanta la camisa —exigió de brazos cruzados.

—Cómo se te ocurre que...

—¡Hazlo! —exigió—. ¿Qué tienes que no puedes mostrar? No es como si nunca te hubiese visto sin camisa, deja la bobada.

—Pero...

—No me hagas levantarla a las malas, Andrés —me advirtió con frialdad.

Sin más que hacer, accedí a sus exigencias. No hacerlo la encabronaría igual que antes, hacerlo daría el mismo resultado, más sabiendo quién lo había ocasionado. No tenía opciones, no si la idea era calmarla. En esas circunstancias, era imposible. Con pasmosa lentitud, esperando se arrepintiera o aburriera de ello, levanté mi camisa. Pero no dijo nada, solo se mantuvo a la expectativa hasta que el moratón ahora de color purpura casi radiactivo brillo en mi piel.

—Que mierda es... ¡Dios!

Sus ojos estaban abiertos de par en par de la sorpresa, casi como si quisiera estar viendo mal y que aquel enorme pozo morado no existiese en mi cuerpo. Pero, ¿qué más da? Quisiera lo mismo, y el nunca haber conocido a Edgar.

Inspiró con fuerza, acarició su nariz con delicadeza, pero con evidente frustración. Volvió a mirarme y en sus ojos una profunda, amenazante y preocupante oscuridad me observaban.

—¿Edgar? —indagó casi en un susurro.

—Sí —contesté con un suspiro—, pero...

No me escuchó, asintió una vez más y se fue caminando sin mirar atrás. Me dejó con la palabra en la boca y el corazón en la mano, no por el idiota de Edgar, ese me daba igual, sino por ella. Dudaba que fuese capaz de golpearla, pero no sabría a qué nivel le estaba gustando ese desgraciado. Y eso era lo preocupante, ¿era la suficiente como para que le doliese?

No sabía que iba a pasar, solo que no sería para nada bueno.

ESPECIAL: EMMA

Las cosas se estaban poniendo cada vez más intensas, más confusas y peor todavía, más calientes.

Edgar era todo lo que estaba mal en mi vida, pero de la misma manera tan malditamente seductor que me sorprendía mi propio autocontrol. Tenía una habilidad casi demoniaca para llamar la atención de las chicas, y no solo eso, alborotar hormonas femeninas. ¿Cómo lo sé? Porque he sido víctima de ellas y desearía que no fuese así.

Cada vez que se me acercaba, que me hablaba y sonreía, parecía tan tierno y sincero que por una milésima de segundo me lo creí. Después llegaban ciertos comentarios sexistas, algunas actitudes machistas y el encanto se iba. Sin embargo, a veces me dejaba cegar por aquellos pequeños momentos de ternura tan fugaces, que cada uno se hacía especial.

Hasta que, aun sabiendo que aquello pasaba, simplemente me dejé sorprender al verlo con otra chica igual de coqueto, de dulce y sonriente. Sabía que aquello pasaba, incluso varias veces lo hacerlo en mis narices. Entonces, ¿por qué dejaba que ahora me afectara tanto?

Fue por ello que tomé la salida del cobarde, aunque se lo haya sugerido a Andrés como última y desesperada opción, era completamente consciente de lo mala que era. Gustavo llegó a mi como una señal divina, más porque con toda la energía que jamás le vi desde que lo conocí, me invitó a salir como amigos. Claro, amigos por el momento y con segundas intenciones, eso se notaba de lejos. Pero acepté, más por querer sacarme al idiota de la cabeza que por cualquier otra cosa.

Y me sentí fatal.

¿Por qué? Durante nuestra salida Gustavo había sido muy lindo conmigo, siempre lo fue, pero al estar solos su dulzura y caballerosidad para conmigo aumentaron a millón. Eso me encantaba, su sonrisita y nervios al tratar de tomar mi mano eran tan tiernas que me sentía derretir. ¿Cuántas veces tenemos esa oportunidad? Y, aun así, mientras él hacía todo lo posible por meterse en mi corazón con los mejores métodos posibles, yo lo usaba como un clavo que trataba de sacar otro.

¿Así es como se siente Andrés con Fernando? Supongo que sí, y al parecer por ello no ha querido seguir aquel consejo. Y lo entiendo, mejor que nadie.

—Gus... —dije, quedándonos a observar el atardecer.

—¡Dime, preciosa!

Habíamos regresado a la universidad, esperando poder irme con Andrés al salir de su practica de baloncesto. Nos detuvimos en los alrededores un poco alejado de los pabellones, cercano a las mismas canchas.

—Quisiera hacerte una pregunta, pero solo si me prometes contestar con la verdad —estaba nerviosa, sin saber la razón las manos me temblaban con ligereza.

—Por supuesto, linda, lo que quieras saber —contestó Gustavo.

—Yo... —suspiré tratando de calmarme, y lo miré a los ojos— ¿Yo te gusto de verdad?

Por un segundo se vio sorprendido por la pregunta, pero solo bastaron segundos más para que aquella sorpresa se convirtiera en una amplia sonrisa de emoción.

—¿Gustarme? Por favor —dejó salir una sonrisa nerviosa—, si tu nombre se ha convertido en mi contraseña.

—¿Qué? —exclamé anonadada.

—No me gustas —dijo, tomando mi rostro con ambas manos—, me encantas.

Al decir aquello, un nuevo brillo en sus ojos apareció acompañada de una amplia y tierna sonrisa. No pude evitar creerle, sinceridad como esa no había visto en mi vida. Y con ella, una chispa nació en mi interior dando paso a una risa nerviosa, pero encantada. Me sentía mejor que bien, más todavía cuando veía sus labios acercarse a los míos con esa misma dulzura.

Sin embargo, la fuerza de empujón dejó a Gustavo tendido en el suelo con un golpe en su costado. La sorpresa del momento me dejó perpleja, no entendía en qué momento las cosas cambiaron tan drásticamente, pero su voz me hizo entender de que iba todo eso.

—Llegó tu caballero, mi Leidy —susurró a mi oído—, justo a tiempo.

Detrás de mí, sosteniéndome por la cintura y evitando que ayudara a Gustavo, estaba Edgar. Él y solo él, había sido el autor de tal estupidez. Pero, ¿por qué?

—¡¿Qué crees qué haces, idiota?! —traté de zafarme de su agarre, forcejeé cuanto pude, pero su fuerza era mucho mayor a la mía—. ¡Suéltame!

—Solo quiero darte cariño, primor —contestó con su típica voz gruesa—, no seas tan malita conmigo. Sabes que ese niñito nerd no te conviene, no te podrá satisfacer como yo.

—Eres un cerdo asqueroso, en tu vida me pondrás un dedo encima —repliqué—. Suéltame, dije, no seas animal.

—Me encanta cuando te haces la difícil, ¿sabes? —gruñó—. No sabes cuanto...

—¡Que la sueltes, dijo! —expresó Gustavo con rabia, devolviéndole el empujón.

A duras penas pude sostenerme de Gustavo, la fuerza del empujón, aunque no tumbó a Edgar dada su complexión física, estuvo a punto de hacerlo conmigo. Sé que no fue su intensión, no hacia mí y que con toda seguridad era una pésima idea dejar que la cosas siguieran ese curso, así que hice lo mejor que pude: intervenir.

—Gus, tranquilo, solo vámonos —sugerí tomándolo de la mano.

—¿Desde cuando tan machito? —se burló Edgar con cierta molestia en sus ojos—. Creí que lo mariquita se pegaba, hasta los hacía juntitos.

—¿Desde cuando tan idiota? Creí que al estar en una universidad la gente maduraba un poquito —contestó Gustavo sin quitar sus desafiantes ojos de él—, todos menos tú y tus amiguitos, por lo visto.

—Y tienes el descaro de...

—Ya basta, Edgar, compórtate como un adulto una sola vez en tu vida, por Dios —exclamé harta—. Ya no estás en el colegio, tienes más de media carrera encima, pronto serás un profesional si es que no te expulsan antes por idiota, así que ponte los pantalones y deja de fastidiar como un niñato.

Desvió por un segundo sus ojos a mí, mirándome con esa sonrisa socarrona y diabólica que una vez me engatusó, pero que ya no más.

—Contigo hablo después, nena —dijo con presunción.

—No le llames así, imbécil —expresó Gustavo.

—Ven y dímelo en la cara si eres tan machito —amenazó dando pasos hacia él.

Gustavo no se hizo hacia atrás, por el contrario, se notaba tan molesto que todo rastro de flojera que una vez se vio en su semblante, había desaparecido siendo remplazado por la ira pura. Se mantuvo firme en su posición, sin importar cuan grande y musculado se viese Edgar.

No pude más que admirarlo con es dureza en su expresión, esa firmeza en sus acciones y la valentía que estaba demostrando. Aun así, traté de evitar que las cosas se salieran de control.

—Déjanos en paz, ¿quieres? Ve a molestar a otra de tus cientos de amiguitas —dije, captando un atisbo de sorpresa—, de esas tienes muchas, así que no me necesitas para nada.

—¿Me estás reclamando? —indagó indignado.

—No, te estoy exigiendo que me dejes en paz, esta pendejada tuya de jugar conmigo se acabó —contesté con firmeza—. Hazlo con quien quieras, pero conmigo ya no más. ¿Entendido?

Sin palabras. Edgar se había callado por fin, mientras solo observaba indignado como me llevaba a Gustavo de la mano, justo después de haberle gritado sus verdades. ¿Qué esperaba, que me quedara callada como una tonta sumisa que puede controlar a su antojo? No, no sé cuantas pendejas caerán tan bajo, peor no soy ellas, yo si tengo voz para gritarle a la cara y tampoco soy Andrés. Lo adoro, es mi mejor amigo, pero fastidia su actitud.

Nos alejamos a paso apresurado, pero fuimos bajado el ritmo con forme nos acercábamos a los pabellones de clases. Me sentía frustrada, como toda una tonta al recordar que casi fui tan tonta de caer en su juego. Pero aun, de saber que estaba usando a Gustavo para sacarme la espinita.

—¿Estás bien? —indagó preocupado deteniéndome con suavidad.

—Sí, estoy bien —contesté distraída.

—¡Emma! —dijo con suavidad, casi en un susurro.

Con delicadeza, me acercó a él envolviéndome en sus brazos. Con ambas manos acarició mi rostro, fijó sus ojos en los míos y como nunca antes, pude detallarlos mejor. Un suave café tan claro, que casi se acercaba al color de la dulce miel; llenos de franqueza, sinceridad y dulzura, pero detrás de todo eso una profunda tristeza que incluso llegó a dolerme.

—No sé si te gusta Edgar y creo que no importa mucho ahora, pero... —dijo por fin— quiero que me des una oportunidad, por lo menos quiero intentar...

No le permití seguir, lo interrumpí siguiendo mis propios impulsos. El verlo de esa manera me llevó a hacer locuras, una de la que no me estaba arrepintiendo en absoluto. Lo besé, y me encantó.

Awebo que paso aquí!!

¿Como andan mis pulguitas?

Ya llevo dos semanas y media de clases, tres trasnochadas y cuatro crisis existenciales

Pero meh...

Normal.

Leo sus opiniones sobre este capítulo.

¿Les gustó la sorpresa?

#EmmaParaPresidente

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro