10
Había estado repasando algunos temas de la clase anterior, al parecer y por sospechas de muchos de mis compañeros, tendríamos examen sorpresa. Aquella, al ser una materia de electiva, la daba solo y únicamente con Fernando, pero este no había aparecido en todo el día. Sin embargo, no tuve esa suerte con Marcos.
—Hola, pulguita, ¿por qué tan solito?
Me había encontrado, sí, pero no se dirigió a mí con ese tono burlón y despectivo de siempre. Por el contrario, había mantenido su palabra al no buscar más pleitos, alejar a sus amigos y acercarse cada vez más a mí con cierto... interés desconocido y a mi parecer, demasiado peligroso y sospechoso.
—¿Qué quieres? —indagué a la defensiva.
—Solo saludar —sonrió—, ¿tus amigos?
—En clases —contesté a secas—, como deberías estarlo tú, ¿por qué no lo estás?
—Tengo unos minutos libres y los quise aprovechar para hablar contigo —confesó sin dejar de sonreír—. ¿Qué haces?
—¿Por qué no estas con los... con tus amigos? —indagué, mordiéndome la lengua al casi decir algo indebido.
Si quería seguir por el buen camino, mantener esa misteriosa insistencia de querer ser amable, debía colaborar también y no sacar su demonio interno con insultos. Aunque claro, a veces era solo inercia, la mera costumbre.
—Los veo hasta en la sopa, hay mejores cosas que quiero ver, ¿sabes? —con un suspiro y sin quitar sus ojos de mí, solo apoyó su rostro ladeado en la mano.
—¿Cómo qué? —indagué sin pensar y sin siquiera mirarlo a la cara, con total indiferencia.
—Tú, tu linda sonrisa, tu boquita deliciosa y tus preciosos gestos.
Con el ceño fruncido, levanté la mirada de mis notas solo para ver la burla en su rostro, o eso esperaba. Clavé mis ojos en él con la esperanza de verlo reírse a carcajadas, tal vez escucharlo decir algo estúpido o quizás darme un golpe «juguetón» de amigos. Sin embargo, solo sonreía con esa cara de idiota que me sacaba de quicio.
—¡Ay ajá! —exclamé.
—No seas así, me estoy esforzando por caerte bien —replicó entre suaves risas.
—Sigue intentando, campeón —ironicé.
—Te ves tan sexy enojado, que... —el estruendo de su celular le interrumpió, gruñendo por lo bajo al ver la alarma de su próxima clase—. Hora de irme, ¿nos vemos luego?
—Claro que no —me burlé con ironía—, ¿cómo para qué o qué?
—Solo hablar, a menos que quieras hacer algo más, no sé, caminar por ahí, comer algo —sugirió—, darte un par de besitos.
Seguía por completo escéptico a sus palabras, quería mantenerme en mi posición de completa indiferencia hacia el odioso de Marcos, pero, ¿cómo serlo cuando ya no demostraba ser ese patán de antes? Su tono de voz, la forma de mirarme, de hablarme, su sonrisa, todo era de cierto modo diferente a como era antes, y no sabía que era peor.
—¡Claro, en tus sueños! —expresé.
—Créeme que ya lo hago, y mucho más, pero por ahora me voy —se levantó, tomó sus cosas y se inclinó hacia mi sobre la mesa—. ¿Puedo darte un beso? Uno chiquito, ¿sí?
—Tengo una idea mejor, ¡piérdete! —repliqué nervioso.
—Está bien —se lamentó con un puchero—, pero tienes algo en la cara, solo por si no lo notaste.
—¿Qué cosa?, ¿dónde? —insistí.
—¡Justo aquí!
Señaló bajo mi barbilla, donde pasé mis manos en busca de sea lo que sea haya visto, pero no había nada. Y justo en ese momento, cuando levanté la mirada para preguntar por ello, tomó mis mejillas y se acercó a mi rostro dejándome por un segundo paralizado.
—Te ayudo —susurró, para luego estamparme un beso en los labios.
Uno largo y lento, un beso que me hizo dudar y considerar ciertas cosas, como la suavidad de sus labios, el sabor dulce y la sensación cálida de su lengua jugando con la mía. No tuve el coraje de negármelo, el muy infeliz besaba malditamente bien y sabía cómo usarlo a su favor. Tanto que, aunque lo haya querido, no hubiese podido alejarlo.
—Nos vemos luego, primor —susurró sobre mis labios, para terminar un suave beso.
Se alejó todo sonrisas, satisfecho con su jugarreta y los resultados de ella. ¿Y yo? Aún trataba de identificar ese dulce sabor en su boca, mientras miraba lejos con la misma cara de idiota que he tenido desde que le conocí, mezclada con confusión total y duda, todo un coctel de aturdidoras sensaciones.
—¡Hola, Andresito, ¿estás en este planeta?! —dijo Fernando frente a mí, chasqueando los dedos con insistencia.
—¿Qué? —reaccioné por fin—. ¿Desde cuando estás ahí?
—Llevo como cinco minutos tratando de revivirte, ¿pasó algo? —indagó preocupado.
—Algo... no, es solo que —titubeé—, me distraje pensando en algunos problemas en casa.
—¿Seguro? —insistió, incrédulo—. Sabes que puedes confiar en mí, ¿cierto?
—Sí, claro, pero no te preocupes, no es nada del otro mundo —volví a mis anotaciones, retomando lo que debía hacer—. ¿Ya estudiaste para la clase?
—¿Debería? —suspiró resignado, sabiendo que no diría más nada sobre ello.
—Dicen que habrá quiz sorpresa, no sé qué tan cierto sea, pero por si acaso.
—¡Me lleva!
Tan solo media hora nos restaba para empezar la clase y lanzarnos de cabeza a un pozo de incertidumbre, así que no perdimos tiempo y repasamos lo que pudimos. Sin embargo, cada tanto nos distraíamos con cualquier cosa, reíamos y bromeábamos sin cesar. Eso sí, de vez en cuando rosaba mis manos o me daba suaves caricias en mis mejillas. En esos momentos le sonreía, trataba de seguirle la corriente tal como pasaba antes, pero algo no andaba bien en eso. ¿Por qué sentía como si lo estuviese usando? ¿Por qué se sentía tan diferente?
—¿No estarás pensando que...?
—¡No! —exclamé, interrumpiendo sea cual sea la barbaridad que estuvo a punto de decir Gustavo—. Nada de lo que piensas está ocurriendo, ¿cómo podría ser posible?
—Porque eres un pendejo masoquista, tal vez —contestó Emma al escuchar aquella pregunta—. ¿Por qué otra razón lógica podría ser posible?
—Porque...
—Y el que me diga que es por Marcos le parto su madre —le interrumpí a Gustavo—. Sigue sin simpatizarme, que no se salga de ahí, por favor.
Estábamos almorzando juntos, después de salvarme de un quiz sorpresa y despedirme temporalmente de Fernando. Así inició una nueva sesión de regaños, porque en eso se habían convertido los últimos días.
—Ok, nos estamos yendo por la rama de la violencia, así que antes que corra sangre solo diré una cosa —expresó Gustavo—: Déjate querer de buenas maneras, nada de lo que quiera o pase con el Marcos puede salir bien. Lo que empieza mal, termina peor.
—Vaya, es lo más largo que te he escuchado decir que no sea académico —me burlé—. ¿No quieres agregar algo más?
—Estamos hablando en serio, idiota —replicó Emma, dándome un golpe en el brazo.
—¿Y qué esperas que haga si ni sé que chorizo está pasando? —exclamé exasperado—. Ojalá pudiera leerla mente de la gente para saber que está tramando el idiota ese, pero no, soy un ser humano común y corriente.
—Pendejo diría yo —replicó Emma.
—No es necesario que entiendas, solo evítalo y apártalo, ¿por qué es tan difícil? —contraatacó Gustavo.
Tenía razón, ¿por qué era tan difícil huir de él, de su insistencia por ser amigos, de esa estúpida y dulce sonrisa, de sus besos? ¿Por qué mierdas siquiera lo consideré? No debería ser un problema, en mi mente todo estaba en apariencia claro como el agua, un empujón y correr. Más nada, pero en realidad nada era lo que hacía.
—No le des tantas vueltas al asunto, me mareas con solo verte —se quejó Gustavo—. Además, es más que obvio lo que pasa.
—¿De veras? Explícame —ironicé.
—Está jugando contigo, como una simple pelota que lanza directo a la canasta —dijo con un bostezo.
—Interesante —intervino Emma sorprendida—, de verdad interesante, y sí, tiene razón. En cambio, con Fer no existe ese problema, es amable, te trata bien que es lo más importante aquí y parece que le gustas de verdad, no como a ese. O dime, ¿cómo van las cosas en tus practicas con los demás animales esos?
—¿Me creerías si te digo que no han hecho nada estos últimos días? —expresé con un tanto de sorpresa—. Se han mantenido al margen desde ese día que escuché a Marcos decirles que me dejaran quieto, más por ellos, pero ha funcionado. No sé qué pensar la verdad, se supone que solo es dentro de las practicas, pero por fuera es igual. Puedo decir que he respirado paz en estos días.
—Por ahora —recalcó Gustavo.
—Exacto, por ahora —reiteró Emma.
Solo suspiré, no podía hacer más nada de momento que sacar todo el tema de mi cabeza. La práctica se acercaba, así que no quería llevarme esas vibras a la cancha. Debía aprovechar mi momento de tranquilidad, porque ellos tenían razón y a ciencia cierta no sabía cuánto duraría esa buena racha.
—En fin, nos vamos —anunció Gustavo, lleno de energía de un momento a otro.
—¿A dónde? Aún falta para la clase —indagué confundido.
—Sí, bueno...
—¿No le dijiste? —preguntó Emma, dirigiendo su mirada a mí—. Gus y yo saldremos... por ahí, así que estarás libre el resto de la tarde.
—No tan libre, me pasarás los apuntes del resto de las clases —advirtió Gustavo.
La perplejidad se dibujó en mi rostro, mirándolos intercaladamente con mi mayor expresión de indignación. ¿Cómo podían empezar a salir sin decirme? No veía nada de malo, era una buena manera para que Emma se sacara el bichito de la curiosidad con el nombre de Edgar. Pero seguían dos inconvenientes: uno de ellos era el mismo que tenía yo con Fernando, lo estaba usando y podía salir muy mal, más para él que para ella en realidad; y el segundo, que me sentí como el tercero en discordia.
—Gracias por tenerme en cuenta, disque amigos —me quejé.
—Dramático, vamos Gus —se burló ella.
—Te lo compensaré después, no puedo perder esta oportunidad —susurró Gustavo, recogiendo sus cosas para ir tras ella.
—Solo ten cuidado, no puedo decirte más, pero es en serio —le advertí.
Se marcharon, siendo Gustavo quien regresara la mirada con algo de confusión y preocupación. No era por ser aguafiestas, pero, así como ellos trataban de abrirme los ojos, creí necesario hacer lo mismo con él.
Los perdí de vista y mi soledad empezó, tenía una hora completa antes de la siguiente clase y cuatro más antes de la práctica, ¿qué podía hacer durante ese tiempo?
—No sabes cuanto me encana encontrarte así, solito y solo para mí —sus brazos me rodearon por la espalda, susurrando aquello en mi cuello.
—¿Cómo haces para encontrarme siempre? —indagué tratando de mitigar ese temblor en mi voz por su cercanía.
—El destino, yo te quiero y este te pone en mi camino —aseguró, dándome un beso en la mejilla.
—Sí claro, me creí esa estupidez —renegué, tomando mis cosas esperando hacer lo que debía, huir—. Eso se llama acoso, no más digo por si no conocías el término.
—Ok, sé que esto no es fácil de creer, pero es verdad, tú me...
—No... —le interrumpí— ni se te ocurra decirlo, jamás en tu vida creeré ni media palabra de lo que digas.
Empecé a caminar lejos de él, dejándolo con el pesar brillando en el rostro y con ello, mi corazón latiendo a mil por hora. Pero, ¿por qué? No debía sentirme culpable por nada, no debía caer en su juego, él era el malo en la historia y debía defenderme, ¿no?
—¡Espera! —me interceptó, posicionándose frente a mí con la respiración acelerada.
—No sigas...
—Solo escúchame un momento, ¿sí? —insistió—. Nada de esto es por molestar, ya no es como antes, en serio.
—La luz divina brilló sobre tu cabeza y aprendiste la lección, ¿no? —me burlé con escepticismo—. Esto no es la rosa de Guadalupe, mijo, ve a tontear con quien sea menos conmigo.
—Solo dame una oportunidad, solo una y verás que no te estoy mintiendo —volvió a insistir, evitando mi huida—. ¿De verdad crees que te besaría solo por joder? Te beso porque me gusta hacerlo, me encanta tenerte cerca y hablar contigo.
—¿Cómo me explicas todo lo demás? —indagué, entre molesto y nervioso, su extraña confesión no hizo más que confundirme—. ¿También me haces bullying porque que encanta verme sufrir?
—Puedo contarte todo, hay una razón para todo eso, solo dame un rato y charlamos, ¿sí? —insistió casi con súplica—. Te invito a comer o a tomar algo, lo que quieras. No tienes clase ahora, ¿verdad?
La duda crecía en mi interior: por un lado, la razón me decía que rechazara la oferta, que lo alejara y no creyera en sus palabras y sus gestos; pero, por otro lado, precisamente eso me llenaba de incertidumbre, su expresión de desesperación y la suplica en sus ojos. De cierta forma me empezaba a mover el piso, y eso era preocupante. ¿Por qué? Demasiadas razones para eso, pero la principal era el mayor dilema: ¿es real o una trampa?
—¡Por favor! —insistió acercándose más notando la duda en mi rostro—. Solo quiero...
—¡Buenas, llego en buen momento! —expresó Fernando, interponiéndose entre Marcos y yo—. ¿A qué debemos tu visita, Marquitos?
Este, casi obligado y apretándola la mandíbula con rabia, retrocedió unos pasos alejándose de nosotros. Estaba más que furioso, se podía ver en el brillo de sus ojos y la forma de mirarlo. No a mí, a Fernando.
—¿Qué haces, Fer? —indagué casi entre susurros.
—Vengo por nuestra cita, nos queda poco tiempo antes de la clase —aseguró, mirándome con intensidad—. Perdona la demora, pero ya estoy listo.
—¿Cita? —replicó Marcos—. No lo creo.
—Pues créelo, cariño, este bomboncito se va conmigo, lo quieras o no —sentenció Fernando colocándose a mi lado, enredando su brazo con el mío aumentando la rabia en la expresión de Marcos.
—No te lo llevarás, no lo voy a permitir —renegó con voz grave.
—No me asustas con ese tonito de macho, ¿sabes? —le retó mientras yo solo era un mudo espectador—. Y sí me lo llevaré, no eres quien para decir lo contrario.
Ellos dos no paraban de discutir, quien podía o no llevarme de un lado a otro como si fuese un saco de papas en medio de la calle y sin dueño. No podía creer lo que sucedía, mucho menos mi inesperada mudez, pero debía reaccionar y parar ese circo. ¿Por qué debía ser Marcos el indignado cuando era a mí a quien trataban como un objeto?
—¡Ay ya! —exclamé callándolos a ambos—. En serio, esto es absurdo, dejemos la pendejada hasta aquí, ¿sí?
—Pero... —replicaron ambos al unísono y mirándose fijo con desprecio.
—Ibas a salir conmigo, estabas a punto de decirme que sí cuando este sapo llegó —se quejó indignado.
—Sapa tu madre —contestó Fernando.
—A ver, Marquitos, esto no está llegando a nada, ¿sabes? —expresé con cansancio—. Tengo una mejor idea, dejemos de perder el tiempo y cada quién por su lado, ¿te parece?
—Pero...
—¡Adiós, ten lindo día! —exclamé, tomando a Fernando de la mano y llevándolo conmigo lejos de allí.
Por un momento lo vi satisfecho, sonriéndole a Marcos con suficiencia por saberse el ganador de ese round. Y eso me fastidió. No porque fuese con él, sino porque todo ese circo que se montaron ellos dos fue mucho peor que desesperante y solo podía traerme más problemas.
De momento solo caminamos lejos de allí, rumbo a la salida de la universidad como si esa fuese mi salvación. Pero luego de perderlo de vista, de saber que estaba a salvo, solo lo solté y seguí caminando. Me sentí extraño, molesto y muy confundido. ¿Eso que vi en él fueron... celos?
—Espera, Andrés —me detuvo, atrayendo mi atención a sus ojos—. ¿Estás molesto conmigo?
—Sí, un poco —confesé—. ¿Cuál era la necesidad de hacer semejante show?
—Solo trataba de ayudarte, lo tenías casi encima —replicó indignado.
—No iba a golpearme, eso puedo asegurarlo —contesté.
—Claro que no, solo iba a besarte, nada más —ironizó, dejándome con la palabra atragantada en la garganta.
Su mirada se tornó insistente y luego incrédula, al parecer en mi expresión se podía leer todo lo que ya había sucedido, o por lo menos lo que él quería verificar.
—¿Acaso él te...?
—Créeme que no sé qué sucede con Marcos, pero discutiendo tú con él no resolverá nada —dije—. Te lo agradezco, en serio, pero hablar de mí como si fuese algo que pueden tomar y llevárselo a donde quieran, en mi propia cara como si no estuviese, molesta un poco.
—Bien, lo siento, pero es que me fastidia el cómo te... —se interrumpió indeciso.
—¿Qué? —insistí, quería saberlo todo.
—¿De verdad no sabes cuáles son sus verdaderas intenciones o te haces el tonto? —indagó curioso—. ¿Ya te ha besado, cierto?
—No importa lo que haya dicho o hecho, de todas formas, no creo en nada de lo que diga, ¿sí? —aseguré, más para mí que para él.
Fernando solo sonrió, acercándose a mí y colocando sus manos en mis mejillas con suaves caricias. Sus ojos seguían siendo iguales, del mismo hermoso e hipnótico gris, brillantes como la luna, pero sin surtir con la misma intensidad aquel efecto. Aún me tenía embobado, pero no al extremo de llegar a sonrojarme y titubear por los nervios. Y eso me asustaba.
—Está bien, trataré de no mentarle tanto la madre a ese Marcos, pero si llega a tocarte de nuevo se las verá conmigo, ¿entendido? —expresó con su radiante sonrisa.
—¡Esta bien! —suspiré entre sonrisas.
—¡Te ves tan lindo sonriendo! —susurró, dándome un suave y lento beso en la mejilla.
Me dejé llevar por un momento, aquel beso cálido y tierno lo sentí refrescante, como si todo el calor de la rabia bajara de sopetón al sentirme mejor, seguro, más a gusto. Pero esa misma sensación difería demasiado a lo que sentía cuando era Marcos quien me besaba, no era fogoso o intenso, era dulce y tranquilo. Y aquello me llevó a pensar, ¿cómo me sentiría si me besara en los labios? No era lo mismo, debía ser diferente, y puede que, así como estaba haciendo Emma, así debí hacer yo en ese momento.
Pero no, no pude, más por la vergüenza que eso me generaba y la culpabilidad de pretender usar a Fernando de forma tan egoísta, que por otra cosa. Y, sin embargo, no pude evitar sentir una punzada en el pecho cuando la mirada derrotada de Marcos se clavó en mí, observándonos desde lejos y marchándose al ver aquella escena.
No debería, pero, ¿por qué eso me hizo sentir tan mal?
#MilAñosDespuésPeroLlegué #NoMeMaten
Me perdí un tiempo, pero ya estoy de vuelta y estos dos veran su final
No se morirán, tranqui, pero sí llegará el final de la historia...
A eso me refería, porque aja, no falta el tragico que diga que los mataré
#NoSoyTúMano ;)
PD: esta historia vuelve al ruedo, pero sera publicada una vez por semana, cortesía de la universidad, así que nos vemos de aquí al próximo... MARTES
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro