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Habíamos esperado tanto para ese momento en el que, después de una eternidad en el colegio, por fin llegáramos a ese punto de nuestras vidas en que la verdadera aventura iniciaba. Y ese día por fin llegó, lleno de emoción y con una de las personas más importantes para mí en él, mi mejor amiga.
—¿Listo para la gran aventura, mi buen amigo?
—Listo y preparado para la acción, mi querida compañera.
Con un choque de manos, ambos salimos de casa con la emoción por los cielos. Emma había sido mi mejor amiga desde que tengo memoria, y por ello había estado en cada momento que marcó mi vida, tanto los buenos como los malos. Y ese día en especial, más por su propia exigencia, me había ido a recoger para irnos juntos a nuestro primer día de clases.
¿Cómo pasó el tiempo tan rápido? Hace nada estábamos corriendo para entregar trabajos acumulados, todo lo que los maestros dejaban para último momento solo porque se acabaron el temario del periodo. Y, ahora, una nueva aventura nos sonreía en la cara, la universidad.
¿Será tan maravilloso como lo pintan en las películas?
—¡Este lugar es increíble! —exclamó Emma emocionada.
Habíamos llegado al campus, veíamos con asombro varios y grandes edificios para cada facultad, equipado con las necesidades que requiere cada una. No solo eso, las cafeterías y espacios de descanso eran todo lo que estaba bien en ese lugar. Y eso solo en lo que alcanzamos a ver por encima, la primera hora de clases se aproximaba y no queríamos empezar siendo impuntuales.
Acompañé a Emma hasta su salón, viendo lo emocionada que estaba por estar allí. Yo también lo estaba, pero no lo demostraba tanto.
—¿Almorzamos luego? —pregunté sacándola de su burbuja de emoción.
—Obvio, y después caminamos por ahí, ¿va? Tengo bastante tiempo libre hoy —sugirió ella.
—Desde luego.
Besé su frente y pellizqué con suavidad sus cachetes, ganándonos las miradas curiosas de todos. No era la primera vez, muchos confundían mi relación con ella dado que siempre he sido cariñoso. Pero no, soy gay y solo las personas importantes en mi vida lo sabían, como ella.
Llegado a mi edificio, me maravillé al ver la tecnología de los salones de cómputo, mi sueño ideal. Ser un gran ingeniero de sistemas era mi objetivo en la vida, muy pocas cosas me apasionaban más que ello, salvo el baloncesto. Ambas son mi vida.
Y en el salón, todos estaban reunidos y conversando como si se conocieran de antes. Y he allí el primer fallo, no asistimos a la semana de inducción y por ello éramos completos desconocidos. Para ella era pan comido, siempre fue extrovertida y le era fácil conversar con la gente. Pero yo, por el contrario, soy un asco en las relaciones sociales.
Por un momento bastante incómodo fui el centro de las miradas, estático en la puerta como si me hubiese equivocado de salón. Todos me observaban curiosos, tanto los hombres como mujeres, recordándome lo fastidioso que siempre fue ser el nuevo del salón. Aunque en este caso ellos lo eran al igual que yo, pero siendo la primera vez que iba, era el más nuevo de los nuevos. ¿Hay algo más absurdo e incómodo que eso?
Y entre tantos ojos clavados en mí, hubo un par en específico que me detallaba de pies a cabeza.
Un grisáceo con tonos verdes, tan intensos como profundos e intimidantes. Pero más que asustarme ante ellos, un cosquilleo recorrió mi rostro hasta calentar mis mejillas y con ello, una suave sonrisa ladeada apareció en su rostro. El dueño de aquellos ojos tan hipnóticos me sonreía, un moreno de piel blanca y contextura delgada, pero con unos buenos bíceps marcando su camisa. Siendo sincero, un deleite para la vista.
Sin muchas ganas y tratando de disimular, solo me dirigí al único asiento vacío en toda el aula, esperando solo leer mientras tanto, prestar atención a la clase y marcharme. Sin embargo, algunas de las miradas seguían puestas en mí como si tuviese algo raro pegado a la cara, tanto así que empezaba a sentir el ambiente pesado.
Pero un murmullo a mi lado terminaba por desconcentrarme, un chico de apariencia seria y aburrida canturreaba sea lo que sea que escuchara de su teléfono. Era un poco fastidioso, pero no me atrevía a quejarme.
—¿Te molesta que haga esto? —preguntó desviando su perezosa atención a mí.
—¡Ah! No, tranquilo —balbuceé un poco apresurado.
—Ok.
Continuó en lo suyo, incluyendo ahora un toqueteo en el pupitre al ritmo de la melodía. El sonido de sus auriculares era tan alto, que incluso estuve a punto de identificar la canción que escuchaba.
—¿Pero podrías bajar un poco la voz? Si se puede, claro —me atreví a decir.
—Bien —suspiró con cansancio.
Guardó su teléfono quedándose casi estático en su lugar, mirando fijamente algún espacio en el vacío frente a él. Sus ojos grandes color miel y el cabello cobrizo, resaltaban por sobre los oscuros cabellos del resto. Era muy atractivo para ser... tan rígido, parecía una estatua camuflada con el resto del salón.
—¿Qué lees? —preguntó volviendo a fijar sus ojos en mí.
Lo había estado observando más de la cuenta, trabándome en mis propios movimientos al verme descubierto por él mismo.
—Un manga... isekai, una bobada —contesté apresuradamente.
—¿Cómo? ¿Acabas de decir que Konosuba es una bobada? —replicó con más energía.
—Ah, no en realidad, es uno de los isekai mejor desarrollados... —expliqué con rapidez— solo que no pensé que conocieras de ello.
—Conocer es poco —dijo y se acomodó en su asiento.
La plática con él fue bastante fluida y entretenida, muy poco había tenido la oportunidad de hacerlo frente a frente con alguien con el mismo entusiasmo que yo le colocaba. Y me sorprendía de verdad, su apariencia da para pensar otro tipo de aficiones, como conquistar chicas o jugar algún deporte extremo. Su voz gruesa le haría fácil la conquista, pero no, ahí estaba tratando de explicarme cuál era su anime favorito. ¿Es este acaso mi ser amado?
—Buenos días muchachos, perdonen la demora, reunión improvisada de facultad —explicó el profesor—, por hoy solo haremos la presentación del módulo y me dejaran sus correos.
—¿Tanto se demoró? —indagó él.
—No me fijé —contesté.
—Soy Gustavo, por cierto —tendió su mano como saludo.
—Andrés, mucho gusto.
Poco después, el hambre empezaba a hacer estragos en las expresiones de todos. La clase se alargó más de lo que esperábamos, muy contrario a lo que había anunciado inicialmente el profesor. Pero por suerte, una nueva llamada a reunión nos dio libertad.
—¡Ey, Gustavo! ¿Tienes donde almorzar? —pregunté.
—No en realidad —contestó con un bostezo.
—¿Quieres ir conmigo? Saldré con una amiga, iremos a almorzar y ver algo por ahí mientras tanto —sugerí mientras salíamos del salón.
—¿Queda muy lejos? —se quejó con tono perezoso—. Es que quiero evitar la fatiga.
—Hombre, la flojera mata, ¿sabes? —me burlé—. Usted camine y ya.
Aun escuchando sus réplicas, caminamos un buen tramo hasta llegar al pabellón de ciencias de la salud, viendo como mi futura odontóloga favorita salía sonriente conversando con algunas chicas. Con su expresión más dulce, se acercó a nosotros después de despedirse de sus nuevas amistades.
—¿Qué tal todo, bombón? Me encanta este lugar, es tan... —hizo una pausa a su emoción, notando la mirada pasmada de Gustavo— Hola, lo siento, me emociono a veces. Soy Emma.
Silencio, parálisis y su rostro colorado me envió alertas de emergencia. Reconocía esa mirada de perrito regañado, el flechazo instantáneo y el inminente desastre. Era ese mismo veneno del que tanto huía, pero este era más letal y rápido, le llaman amor a primera vista.
—Él es Gustavo, está conmigo en casi todas las clases —intervine por él—. ¿Hay problema si lo invito a almorzar?
—Claro que no, es un milagro que hables con alguien que no sea yo o Sol, o tu perro —se burló ella, fijándose más en él—. ¿Y tú hablas?
—Sí, tengo hambre... digo —tartamudeó nervioso—. Soy Gustavo, puedes decirme Gus, es un gusto conocerte.
—Ok, Gus, el gusto es mío, ahora sí, nos fuimos —exclamó Emma.
—¡Yo voy! —exclamó Gustavo con emoción.
Me sorprendía ese cambio tan drástico, pasó de estar aburrido y fastidiado por gastar energía, a ser el mayor interesado en recorrer la universidad. No lo conocía, pero podía jurar que la razón tiene nombre, apellido y cachetes pellizcables.
Llegamos a la cafetería principal, la más amplia y cercana que teníamos. Se veía muy pintoresca, la barra de comidas en el centro rodeado de varias decenas de mesas de concreto. Espacio abierto con entradas de aire, pero perfectamente cubierto del sol. Lo único malo, era la más concurrida y bulliciosa de todas. Todo un fastidio.
—Cuéntanos, Gus —dijo Emma con gran interés—, ¿qué te llevó a inscribirte en esa carrera?
—Me gustan los videojuegos, quiero ser creador de contenido y diseñador de interfaces —explicó a detalle, viendo por primera vez que decía algo con interés—. Puede que incluso sea creador de juegos, es algo que estoy viendo aún.
—Otro nerd, son tal para cual, por lo que veo —se burló ella.
—Oye, por lo menos no queremos torturar niños con esos aparatos y pastas dentales que saben a rancio —repliqué fingiendo indignación.
—Si quieres te torturo a ti para que hables con gusto, así que no me busques, cariñito.
Entre risas, nos terminamos el almuerzo y continuamos nuestra conversación mientras caminábamos. Recorrimos gran parte del lugar, llegando a chismear incluso en los pabellones ajenos a los nuestros solo por querer saber cómo son. Vimos laboratorios de biología, los de física y unos especializados para microbiología, todo desde afuera.
En el trayecto, nos cruzamos de momento con aquel muchacho de ojos profundos e intensos, quien al verme volvió a sonreír de la misma manera. Inevitablemente, un suave sonrojo cubrió mis mejillas. ¿Cómo evitarlo? Es demasiado atractivo como parea ignorarlo, menos si me miraba de esa manera.
—¿Me vas a contar? —susurró Emma entre sonrisas picaronas.
—Al rato, estamos acompañados, compórtate —le regañé.
Finalmente llegamos a la parte más alejada y menos concurrida, el pabellón de deportes donde se encontraban las diferentes canchas: de fútbol, béisbol, tenis y la que más me interesaba, baloncesto. Un hermoso rectángulo de cemento pintado de verde, con sus respectivas divisiones y las canastas, todo en perfecta condición. Había jugado en muchas canchas a lo largo de mi vida, pero ninguna como esta, grande y como nueva.
Además, se encontraba en una zona con amplios espacios libres, detrás de todo esto se hallaba una parte enmontada que ya no pertenecía al campus, pero que igual le daba un aire más natural a todo el lugar. Era increíble.
—Ya se embobó —se burló Emma.
—Ya me dio flojera con solo verlos —se quejó Gustavo.
—Ustedes no saben apreciar las mejores cosas de la vida —repliqué ofendido.
—Disfruto dormir, y no te imaginas cuanto —añadió Gustavo con suficiencia.
Obligados por mí, entraron al pabellón de deporte buscando las oficinas. Si había estudiantes jugando en ese momento en la cancha con uniformes puestos, muy seguramente había equipo que representara la universidad, y de ser así, debía estar en él.
Ventajas, sabía todo lo necesario para ingresar de inmediato, movimientos y pases básicos. No es por presumir, pero más de seis años practicándolo como deporte favorito da mucha experiencia.
—Buenas tardes, ¿desean inscribirse en algún deporte formativo? —indagó la secretaria.
—Buenas, quisiera saber si hay cupos para entrar al equipo de baloncesto, por favor —solicité.
—Claro, en ambos equipos hay cupos, tanto femenino como masculino, incluso abrirán uno mixto —explicó.
—Solo él, por favor —intervino Emma con cara de espanto.
—Solo yo, por ahora —comenté con una amplia sonrisa.
—Perfecto, llena este formato y lo dejas en la oficina del segundo piso, pasado mañana a las seis de la tarde son las pruebas de ingreso.
Llenado dicho documento, me vi obligado a subir solo aquellas extensas escaleras hasta el segundo piso, mis muy buenos amigos se negaron en acompañarme. Sí, me gusta el baloncesto, deporte donde debo correr y saltar por más de cuarenta minutos. Las escaleras son otra cosa, un método de tortura despiadado que cualquiera detesta. Entregado aquello, la citación para hacer la prueba era todo un hecho.
Con sus caras de cansancio y mi expresión de emoción, salimos del pabellón recibiendo los rayos de sol y la suave brisa. Para mí se sentía todo tan fresco y maravilloso, que no me percataba de nada más que la posibilidad de ingresar al equipo, ni siquiera al grupo de muchachos que jugaban en la cancha. Entre empujones y burlas, jugaban un partido de práctica.
—Algo me dice que esto se pondrá feo —dijo Gustavo, sin quitar su espantada mirada de aquellos muchachos.
—Andrés, hablando serio, ¿de verdad quieres entrar? —preguntó Emma con algo de preocupación, añadiendo al ver mi expresión de desconcierto—. O sea, es el amor de tu vida y todo eso, lo sé, pero... ¿de verdad quieres estar en ESE esquipo?
Su preocupación era algo tierno y podía intuir por donde iba, aquellos chicos eran algo bruscos, demasiado para ser un juego. Todos altos, algunos bastante fornidos y con expresiones súper duras, los típicos malandros de la clase. Sin embargo, pese a los empujones que se daban unos a otros en pleno juego, no parecía ser problema.
—Tranqui, solo están practicando —contesté restándole importancia al asunto.
—¿Practicando? —repitió Gustavo, centrando su atención en ellos.
En ese justo momento uno de ellos, fornido y de cabello castaño medio largo, amarrado en una coleta, con ayuda de otro más alto y cabello rubio-fresa, empujaba con demasiada fuerza a otro para quitarle el balón y luego encestar. Una jugada muy sucia a mi parecer, más porque aquel muchacho terminó en el suelo con posibles raspones.
—¿Te parece eso un juego? —replicó Emma.
Acto seguido, el mismo fortachón le ayuda a levantarse e incluso sacude un poco del polvo que había en su ropa. Estaban riendo, con tanta energía que parecía divertido. Para ser sinceros, quería estar tanto en ese quipo que no quise ver la situación real.
—Parecen amigos, unos bastante pesados, pero bueno —dije para apaciguar el ambiente—. Además, no entro por ellos, entro por el descuento. ¿No escucharon?
Sus expresiones de asombro y desconcierto contestaron, no habían prestado nada de atención.
—A todo el que esté en alguna actividad extracurricular, como el equipo, por ejemplo, le hacen un buen descuento en la matrícula —expliqué con obviedad.
—Sigue sin gustarme la idea —insistió ella—, son unos atarbanes.
Empezaron a alejarse, mientras que mi atención volvía a aquellos chicos que seguían riendo mientras abucheaban al herido. Y de un momento a otro, todos ellos tenían sus curiosas miradas sobre mí, pero solo uno me sonría con cierta malicia.
Hasta ese instante, la vida había sido casi demasiado buena, pero algo en su mirada me decía que no todo seguiría siendo así de fácil. ¿Habré tomado la decisión correcta?
¿Qué tal este primer y hermoso capítulo?
Vayan eligiendo eligiendo personajes favoritos... para bolsa de boxeo.
Nah mentiras, #NoMeCreanTodo #NiLoQueEscriboAqui #OSi
#NoOlviden Dejar su comentario, los iré anotando pa navida
Besos!
PD: de a poco se van notando las diferencias, ¿no?
#AdivinenElPersonaje
PD2: video perfecto para Marcos
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