💀Capítulo 6
Dicen que un bloqueo emocional, es un mecanismo psicológico de defensa, que realmente nos protege, bloqueando el sentir emociones tan fuertes al punto de no soportarlas, así que, nos sumerge en una burbuja; extrayéndonos de la misma, hasta que seamos capaces de asimilar.
Pero... ¿Qué sucede cuando una persona percibe tan placentera esa zona de confort?
Quién diría que esa pequeña casa, apartada de las demás, dentro de unos años sería vista como un lugar sombrío, que nadie se atrevería a pisar siquiera su jardín; víctima de leyendas populares, pero solo dos personas sabrían cuál de estas era certera.
Zeru percibía cómo cada pieza de su corazón era sellada por fuertes candados, y lo único que podía manifestar eran carcajadas, que iniciaron con una sutil sonrisa hasta ser audibles en toda la habitación.
Observando su actitud, Lu se movilizó rápidamente, quedando de rodillas frente a su hijo. No era la actitud que deseaba, se supone que él lloraría fuertemente, estaría devastado por rememorar algo que rompería en miles de pedazos su alma. Y lo hizo, pero no únicamente fragmentó sus emociones, sino también su corazón y aquella mente que jamás sería la misma.
—¿Cariño? Está bien si lloras, sé lo que hiciste, pero no me importa. ¿Lo entiendes? Puedes llorar, acá está mamá —consoló, tomando al niño entre sus brazos con tanta fuerza, procurando reparar todo el daño causado. Sería el primer y último abrazo que ambos apreciarían.
Por un momento, Zeru intentó conseguir el máximo consuelo de dicho contacto, era lo que tanto deseaba, incluso tiempo atrás, algo que anhelaba más que nada en las últimas semanas; pero en ese instante, no era suficiente, no le transmitía absolutamente nada. Muy tarde, ya sería demasiado tarde para un abrazo que, simplemente, le parecía desagradable.
Su madre rompió la breve conexión, ubicando la mirada del pelinegro, quien la mantenía fija. Lu había atravesado grandes y profundas oscuridades a lo largo de su vida, lloró del temor en varias ocasiones, pero jamás sintió ahogarse en una mirada así de oscura, una en la que no hay retorno, que despierta los más terroríficos escalofríos por todo el cuerpo. Tuvo miedo de su propio hijo, quien ya no reía a carcajadas, mas aún conservaba una tenue sonrisa.
Era una mujer demasiado cobarde, lo que ocultaba; por lo cual, con lo único que pudo camuflar su gran temor, fue a través de una fuerte cachetada en el rostro de su hijo, dejando un intenso rubor y ardor en la mejilla de este, quien no emitió la mínima queja. Notándolo, sostuvo el brazo de Zeru con tal brusquedad para colocarlo de pie e incluso enterrando sus uñas en la piel del menor, exhibiéndose manchas de sangre en las mangas de su camisa.
Salieron de la habitación de Zeru para dirigirse a la suya, él ni siquiera se resistía, pero a pesar de ello, tiraba de su brazo con ira. Abrió la puerta de la recámara e inmediatamente, lanzó al pelinegro dentro de la misma. Pudo percibir cómo su cuerpo era derribado sobre filosas espinas de tallos de flores, los cuales permanecían distribuidos como gruesas capas, uno sobre el otro, por todo el piso.
Ambas rodillas, junto a sus palmas, fueron las primeras en impactar y percibir las punzadas de cada espina a través del desgarro de su piel. Ahora comprendía el interés de su madre en podar, cada tarde, los rosales de su jardín y las continuas últimas noches que dormía en el sofá de su sala.
Resultaba demasiado dolorosa la forma en que aquellas espinas se enterraban en distintas partes de su cuerpo, pero simplemente se limitó a contemplar cada rincón del lugar. Hizo memoria de las incontables veces que entraba a buscar a su padre; los muebles, los retratos en la pared, cubiertos de polvo en ese momento. Y llegó a odiarse tanto a él mismo.
Giró el rostro hacia la salida, no encontrando allí a su madre, quien lo había lanzado con suficiente fuerza para que dicha salida le quedase lejos. Intentando no realizar muecas de ardor, se puso de pie, reprochándose haber dejado las pantuflas en su habitación. Con cada paso, varias espinas se clavaban en sus plantas. Deseaba llorar debido al intenso dolor, pero una parte de él, lo disfrutaba, disfrutaba recibir tanto daño, porque creía merecerlo.
Abundante sangre emitían cada uno de los orificios en su piel, inclusive al salir de la recámara, las hemorragias no cesaban, tiñendo el camino a su paso. Transitó por los pequeños pasillos de su hogar, observaba la pijama que traía puesta, casi empapada de su sangre. Al llegar a la cocina, no pudo ubicar a su madre, no había rastros de ella. Únicamente, se percató de un filoso cuchillo, descansando sobre la repisa de los condimentos.
Con vehemencia, se propuso rememorar el rostro de la persona que los había perseguido en la iglesia, algo que le resultaba imposible; también intentó traer a su mente algunos recuerdos de la infancia, pero no podía, era como si alguien los hubiese hurtado. Se sintió frustrado, una opresión en su pecho se hizo presente, olvidando cualquier dolor físico. Sin pensarlo, tomó fuertemente aquel cuchillo, acercándolo a su cuello.
¿Serviría de algo seguir con vida? Una vida que odiaba, estando al tanto, que el único culpable era él. Tensó la mandíbula, apretando con todas sus fuerzas el mango del cuchillo. Solo bastaba tirar del mismo para acabar con todo. Si existía un infierno, estaba seguro que no era tan desgarrador como el que vivía últimamente.
Apreció el brusco toque de un material sólido sobre la parte occipital de su cráneo, haciéndolo caer de rodillas. El peor dolor de cabeza se hizo presente, como si algo dentro hubiese explotado. Colocó ambas manos sobre sus sienes; tenía náuseas, todo a su alrededor daba vueltas, podía notar a su visión nublarse, acompañado de un continuo tintineo en sus oídos y gruesos hilos de sangre que caían sin parar a través de su cuello.
Mientras su vista se aclaraba, por breves instantes, logró divisar fragmentos de vidrio en el suelo, aunando charcos de su sangre mezclados con un líquido transparente. Posó una de sus manos sobre la herida en su cabeza, la cual no podía siquiera tocar, jamás experimentó un dolor tan fuerte. Con el pasar de los segundos, todo se veía más oscuro.
—¿No crees que es injusto? Me quitaste a tu padre, deberías quedarte conmigo, al menos haz eso. —El sonido de la voz de su madre le inquietaba, por lo que parpadeó varias veces intentando no perder el conocimiento—. Olvidaremos lo sucedido, después de todo, eres experto en eso, en olvidar. Aún podemos ser felices, cariño.
Zeru observó a su madre colocarse frente a él, sujetando lo que quedaba de una botella de vino blanco, hecha pedazos, formada por puntiagudos restos. Acentuadas punzadas de dolor eran percibidas. Solamente deseó morir, ¿era demasiado?
—Déjame morir y ya. ¿No entiendes que prefiero mil veces arder en el infierno que soportar una vida con una loca como tú? ¡Solo déjame morir! —Aquellas vociferaciones estremecieron a Lu; en una parte muy profunda de su corazón, se arrepintió, y a la vez, sintió el obsesivo deseo de mantener a Zeru a su lado.
—Ya lo perdí todo, cariño. He perdido más de lo alguien soportaría, así que comprenderás que no pienso perderte, después de todo lo que hecho. No importa si tengo que amarrarte o desfigurarte el rostro para que vivas conmigo. Eres lo único que me queda.
Amargas lágrimas se deslizaban por las mejillas de la fémina, quien tomó con firmeza la botella rota, dispuesta a desgarrar el rostro de su hijo con la misma. Zeru observó cómo Lu alzaba el brazo, y justo cuando el filo del vidrio rozaría contra su piel, un sólido agarre tiró del otro brazo de la mujer, no permitiendo que cumpliese su objetivo; pero durante dicho momento, varios fragmentos diminutos de vidrio, fueron esparcidos en el aire para ingresar en ambos ojos del niño.
La sensación de cientos de aquellos fragmentos, enterrándose en las córneas de sus globos oculares, despertaron un desgarrador clamor del pelinegro. El dolor era insoportable. Su visión se tornó rojiza. Se colocó de pie, con las pocas fuerzas que contenía y presionó sus párpados con ambas manos. Podía sentir la hemorragia que transitaba sus mejillas, como si se tratase de espesas lágrimas.
—¡Eres una loca de mierda! Hasta para la basura como nosotros hay límites. ¿Cómo le haces eso a tu propio hijo, idiota?
—Cierra la boca, Pietro, esto no te incumbe. Solo yo sé qué es lo mejor para él. Me importa muy poco si crees que estoy loca, pero es la única forma de que no se acerque a ese lugar. Pensé que me entenderías, al menos yo intento salvarlo, no solo lo asesino como tú hiciste con tus hijos, ¿o me equivoco?, ¿quién es la loca ahora?
Un profundo silencio se adueñó entre Lu y el moreno, quien anteriormente, prometía ser el más fiel compañero de baile. A Pietro le dolió, fue como si dichas palabras rasgaran un abismal sinfín de recuerdos que lo atormentaban todas las noches. Tragó grueso, ofreciendo una mirada cargada de odio hacia la mujer; no perdiendo más el tiempo, se dirigió hacia Zeru, quien aún mantenía las palmas sobre sus párpados.
—¿Estás bien, niño? Iremos a un hospital, no te preocupes, ¿si? —La grave tonalidad de Pietro podía transmitir mucha seguridad.
Zeru cavilaba en la razón por la cuál ese hombre apareció de la nada en su hogar. Estaba agradecido, pero no podía confiar en nadie, ¿realmente deseaba ayudarlo sin pedir nada a cambio? Después de todo, ¿no se supone que era amigo de su madre? Y tampoco podía ignorar lo que Lu le reprochó, acerca de haber asesinado a sus hijos.
La sangre comenzaba a disiparse de su visión, la cual permanecía rojiza, pero al menos pudo divisar algunos detalles. No sabía lo confortante que sería observar el rostro de Pietro, estaba usando el uniforme del zoológico, eran notorias las marcas de sudor sobre el mismo, como si hubiese corrido para llegar hasta allí.
Escrutando en la facie del mayor, consiguió notar una expresión de dolor. Con dificultad, contempló cómo el musculoso cuerpo de Pietro comenzaba a tambalearse, hasta caer por completo boca abajo. Procuraba ponerse en pie, sin embargo, se derrumbaba una y otra vez.
El moreno percibió el ardor ante el corte de la botella, la cual, mediante los toscos fragmentos de vidrios, fue incrustada justo a nivel de su columna dorsal, trayendo consigo, la sensación de electricidad recorriendo su espalda; todo ello transmutando a una enorme debilidad en sus piernas, como si algo se hubiese desconectado.
Con la misma intensidad con la cual incrustó la botella, Lu la extrajo, evocando un clamor de Pietro. Estaba completamente feliz, sabía que a pesar de ya no practicar el baile, era lo que más amaba el moreno, y ahora, ella se había asegurado de destrozarlo. Él simplemente debió mantenerse al margen, justo como ella lo hizo al saber que este había asesinado a su propia familia, al menos indirectamente.
Asesinar a su antiguo amigo no estaba en sus planes, de hecho, una parte de ella no deseaba hacerlo. Pero estaba decidida, una muerte más en su conciencia no haría diferencia, así que se aferró aún a la misma botella, con la meta en enclavarla en alguna parte de su cuello mientras él procuraba ponerse de pie, fallidamente.
—¿No lo recuerdas, Lu? Entre nosotros no debemos lastimarnos. Estás tan preocupada porque esos bastardos no se metan con Zeru, que no te das cuenta que él ya te odia demasiado, le has jodido la vida a tu hijo. ¿No te das cuenta de lo que tú misma has creado, idiota? —argumentó Pietro, preparándose para cualquiera que fuese su destino.
Había sido una horrible persona, así que merecía ser lo más infeliz que se pudiese. Después de aquel accidente en la galería, pidió perdón durante largas noches a Dios, intentó remediar su propio daño, aunque no le alcanzara la vida para ello. Así que, se aferró a Zeru, un niño tan dulce que asistía en primera fila a ver sus bailes, quien al encontrarse nuevamente en el zoológico, había perdido todo el brillo de sus ojos, estaba roto. ¿Podría expiar un poco sus pecados si lo ayudaba?
Cerró los párpados, había sido egoísta, pero al menos sabía que no era el único que intentaba remediar toda su mierda.
—¡Ya basta, mamá! —exclamó el menor, obteniendo la atención de su madre. Sus ojos y cabeza aún dolían demasiado, aún no podía ver bien, al menos no sin que un halo rojizo se interpusiera—. ¿Cuándo piensas parar?
Zeru caminó hasta donde se encontraba la mujer, rompiendo la distancia entre ellos.
—Y-yo, yo ya no te lastimaré, ¿está bien? —Lu colocó lo que restaba de la botella en las manos de Zeru, acariciándolas al mismo tiempo. Mientras se aferraba a las muñecas de su hijo, se postró de rodillas frente a él.
—¿De verdad crees que ha valido la pena todo lo que has hecho? ¿A qué le tienes tanto miedo? —El menor cavilaba en que quizás hablar directamente, lo haría romper en llanto, pero no fue así, se sentía totalmente sereno, vacío.
—¿Qué te parece si escapamos juntos? Así como lo harías con tu padre. Seré buena contigo, ¿si? Dejaremos todo el pasado atrás, después de todo, no recuerdas nada, resultará fácil.
Aquellas palabras le despertaron mayor repudio hacia su madre, estaba harto de las continuas repeticiones acerca de que no podía recordar nada, se sentía inútil, un cobarde que huye de su realidad. El sentimiento de impotencia, solamente le hacía odiarse más.
—¿Te das cuenta de todo lo que hiciste, mamá? Pídeme perdón —sentenció Zeru, observando de reojo a Pietro, quien yacía aún en el suelo, procurando ponerse de pie, pero simplemente, sus piernas estaban tan flácidas, Lu había dañado tanto su columna.
—No debo hacerlo, ¿acaso no recuerdas de quién es el cadáver en tu cuarto? —Cada palabra fue acompañada con sutiles sonrisas por parte de la fémina. Era aterradora la forma en la que, a pesar de notarse continuas lágrimas en su rostro, también podía reírse de la situación, sin ningún tipo de remordimiento.
Rememorar el cadáver putrefacto de su padre, fue apreciar el dolor desgarrador de sentirse mucho más culpable. Zeru deseaba olvidar, no solo lo sucedido, sino también todo lo que tuviese que ver con su padre, ni siquiera mencionar su nombre. No era digno, no era para nada digno de haberlo llamado papá alguna vez. El solo saber que lo último que vio Bastian, fue a su propio hijo arrebatándole la vida. Era demasiado dolor, no podía soportarlo.
Tensó la mandíbula, empuñando con fuerza aquellos restos de la botella entre sus manos. Dirigió el filoso cristal, deslizándolo sobre uno de los ojos de su madre y luego sobre el otro. Gruesas salpicaduras de sangre fueron desprendidas junto a porciones de globos oculares y piel, ensuciando el rostro y atuendo del menor.
Intensos clamores de ardor, mezclados con terror, fueron evocados por parte de Lu, quien aún de rodillas, posó las manos sobre sus ojos, ahora destrozados. Zeru contemplaba cómo su madre emitía gritos demasiado desgarradores, al mismo tiempo que apreciaba la tibia sensación de la sangre ajena deslizarse sobre sus antebrazos.
Fue un impulso, pero a pesar de ello, no sentía un atisbo de arrepentimiento, al contrario, jamás percibió tanta tranquilidad, aquellos gritos, extrañamente, le provocaban paz.
—No debo pedir perdón por eso, ¿verdad, mamá? Ahora lo entiendo, si tú mismo no sientes el dolor, entonces no importa —afirmó. Un extraño sentimiento de plenitud, afloraba cada vez más en su interior. No sentía miedo, y aunque no estaba del todo seguro, al menos en ese momento, no parecía descabellado estar feliz.
Pietro mantenía una actitud expectante, un escalofrío recorrió su espina dorsal. ¿Qué podría hacer? No era la persona más adecuada para brindarle una charla moral al muchacho, pero a decir verdad, estaba atónito, no tenía la mínima idea de cómo reaccionar ni qué pensar acerca de lo que Zeru había hecho, justo frente a sus ojos.
—¡Mierda! Después de todo lo que hice por ti, debí saber que siempre serías un sucio psicópata. Me alegro tanto de que no lleves mi sangre. Alguien que nació entre la mierda, no puede huir de ella. —Lu se encorvó, sujetando ambos párpados, que lucían remplazados por enormes huecos sangrantes.
La hemorragia tiñó su rostro totalmente, llevando varios hilos de sangre que se colaban entre su boca; se manifestaba las manchas escarlata sobre sus dientes, al demostrar una malintencionada sonrisa, a pesar de querer continuar gritando por el dolor tan fuerte de sus heridas.
Aquellas palabras desconcertaron a Zeru, quien dibujó una facie de total duda. Sin embargo, para Pietro, era algo de lo que estaba al tanto, pero sabía que si Lu continuaba hablando, el niño terminaría de perder la cordura.
—¡Cállate, idiota! —La exclamación de Pietro logró extraer a Zeru de sus cavilaciones, podía notar que el menor estaba a punto de perder, nuevamente, el control—. Niño, ven acá, deja de escucharla, no sabe lo que dice.
—¿No sé lo que digo? Si él tanto desea saber a lo que le temo, entonces. ¿Por qué no puede recordar de una maldita vez? Es injusto que haga sus mierdas retorcidas y que Bastian le haya convertido la mente así. Solo espero que no olvide lo que acaba de hacerme.
Escuchar el nombre de su padre le provocaron intensas náuseas y mareos. Quizás evitaba tanto la culpa, que su cuerpo no lo soportaría. No estaba arrepentido por dañar a Lu, y en su mente, empezó a borrar la idea de su padre, sería como si nunca existió, evitaría que cualquier persona lo mencionara, era su punto débil, lo podría quebrarlo.
Mientras apreciaba los continuos sollozos de Lu, entre la serie de insultos que Pietro le lanzaba para conseguir que cerrara la boca, Zeru pudo notar la luz que se colaba a través de la puerta de entrada, la cual se abría cada vez más, y lo único que apreció a continuación, fue el fuerte sonido seco, con poco eco y un patrón establecido de la cadencia de una bala, misma que perforó el dorso de su madre.
Las tres personas dentro de la habitación, no fueron conscientes de la llegada de una cuarta presencia. Estaban petrificados por aquel sonido, el cual se adjuntó con una persistente tos de Lu, aunando expectoraciones de sangre que salpicaban la ropa de Zeru, dado que permanecía frente a ella, haciéndola caer de espalda sobre el suelo.
La hemorragia le evitaba respirar adecuadamente, hiperventilaba; acúmulos de sangre eran expulsados a través de sus labios, ahogándola.
—¿Por qué hiciste eso? No tenías que ir tan lejos —reclamó Pietro, dirigiéndose hacia la persona que sostenía un revólver platinado, quien yacía parado aún en la puerta de entrada—. Ahora llévate al niño, no dejes que continúe viendo toda esta mierda, no puede encontrarlo nadie en esta situación. Yo me encargo de esto.
El menor no se inmutó por ningún segundo. No podía procesar nada de lo sucedido, todo lo que acababa de presenciar estaba invadiendo la poca cordura que tenía. Anhelaba gritar, llorar, reírse, pero no podía, no comprendía nada y tampoco sintió lástima por su propia madre, quien poco a poco perdía la vida frente a él.
Lo único que pudo realizar para salir de aquel shock, fue hincarse al lado del cuerpo moribundo de Lu. La respiración de ella era agitada, había demasiada sangre.
»Llévatelo de una vez, no te quedes ahí parado. Deja el revólver acá conmigo y váyanse a la mierda, ¡muévanse! —Las exclamaciones de Pietro no parecían surtir efecto en nadie.
Zeru observó la pulsera de plata que un día su padre le obsequió en un cumpleaños, siempre la tuvo consigo desde entonces, era lo único que podía recordarle a él, algo que ya no deseaba. Contempló toda la sangre, al tiempo que se deshacía de dicha pulsera, colocándola sobre el pecho agitado de su madre.
Jamás olvidaría lo sucedido ese día, jamás olvidaría a su madre, pero sí estaba dispuesto a dejar atrás todos los recuerdos de Bastian. Estaba al tanto que recordarlo, solo le quebrantaría día a día el corazón. Alguien que, de mil formas, le hizo creer lo buena que podría ser una persona, pero él no era así, al menos no más y estaba bien aceptarlo.
—Muere de una vez. Los dos no podemos estar en el mismo infierno, tú debes morir y yo me quedaré acá. Seré lo más infeliz que pueda, pero tú no debes estar viva para verlo. Creo que así es justo para ambos.
Al finalizar de susurrar cada entonación, una dulce sonrisa fue dibujándose en el rostro de Zeru.
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