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💀Capítulo 5

¿Qué tan terrible podría ser no sentir absolutamente nada?

Tiempo atrás

—¿Terapia electroconvulsiva? ¿No es peligroso? ¿Cómo puedo estar seguro de que perderá todos sus recuerdos?

El robusto anciano, de barba algodonosa y blanca, emitió un largo suspiro. No se trataba de que aquel oficial no comprendiera sus palabras, que de hecho, ya se las había repetido más de cinco veces; en realidad, no lograba ser acreedor de su confianza. Eso lo desesperaba, pero no se daría el lujo en demostrarlo.

—Oficial Bastian, deje todo en mis manos. Le garantizo que esa chica no recordará nada a partir de hoy, usted podrá moldear el pasado a su antojo y crear recuerdos con ella. Créame, a todos nos conviene. Usted solo debe cumplir con su palabra. —Esa voz se percibía tan serena.

—Su mente estará en blanco, llenaré su vida de mentiras. Además, no sé si es lo que ella desearía —justificó. Sus grandes ojeras reflejaban las noches de insomnio por meditar en lo que haría. Nunca pudo imaginar cuán importante serían esos dos desconocidos el día que los encontró en la carretera.

Realmente titubeaba si tomaría la decisión correcta, pero la situación ameritaba medidas extremas. Tampoco le convencía lo que dicho anciano, vestido con tan pulcro esmoquin, le pedía a cambio. A Bastian, siempre le resultó complejo tomar decisiones, y ahora, ¿debía tomar una acerca de la vida de otra persona? Estaba nervioso, asustado.

—Me disculpo, pero ella no está en posición de elegir. Usted debe hacerlo, oficial. A cambio, solo le pido que haga lo que sea necesario para que ella se interese y forme parte de mi academia de arte, es imperativo.

El anciano no deseaba manifestar su desesperación, ya que el trato, tenía un objetivo muy claro. Y aunque luchaba porque pareciese algo trivial, en realidad, una vez se cerrara la negociación, estaría dispuesto a llevar a Lu a su academia, incluso si debía arrastrar su cadáver allá, pero quería hacerlo por las buenas, así era más divertido.

La balanza se inclinaba a su favor; sabía que Bastian estaba desesperado y aunque le molestaba que no cediera su confianza, tarde o temprano, este lo haría. Después de todo, era solo un anciano dueño de una exitosa academia de arte, dispuesto a brindar su apoyo.

—De acuerdo, solo asegúrese de que ella jamás recuerde el mínimo detalle de su pasado. Pienso inventarle uno y estar allí para crear su presente —concertó el oficial, luchando por contener gruesas gotas de sudor.

Una idea muy fugaz, le aseguraba que aquella no era la mejor decisión, pero muy a su pesar, siempre trataba de ver la bondad de las personas. De seguro, el anciano sí anhelaba apoyarlo. Con esa vana idea comenzaba a tranquilizar su ansiedad, erróneamente. Necesitaba algo a qué aferrarse, tener esperanza.

El mayor dibujó una curiosa sonrisa y sin más, salió de la lóbrega habitación rodeada de esculturas. El lugar desprendía un exquisito aroma a flores de naranjo, el perfecto camuflaje para la putrefacción. En realidad, a esa persona no le interesaba Lu, ella únicamente sería una insignificante pieza para moldear a quien realmente era su objetivo.

La paciencia es una virtud, una con la cual, aquel anciano contaba al máximo. Pasarían muchos años, pero entre más pasaran, más gratificante le resultaría su dulce y mortal obsequio.

••••••••••••••••••••

Habían pasado ya dos semanas desde el incidente en el zoológico. Jeremy se preocupó demasiado, claro que jamás pasó por su mente que Lu fuera la responsable, en cambio, cada vez estaba más seguro de que la ausencia de Bastian repercutía en las actitudes de su sobrino. Por primera vez en su vida, le invadían sentimientos sinceros hacia alguien que no fuera él mismo, y quizás, comenzaba a preguntarse si Zeru estaría mejor viviendo con él.

Con cada día más, el silencio entre la madre y su hijo solo se acrecentaba. Ninguno de los dos mencionó la mínima palabra sobre lo sucedido, especialmente porque Lu pasaba horas fuera de casa; para el niño, era un alivio su ausencia, aunque también implicaba desayunar y almorzar algunas golosinas, dado que no tenía idea de cómo preparar algo decente.

Su complexión cambió, ahora era bastante delgado, descuidado, demacrado, parecía un cascarón vacío. Pasaba largas horas divagando en sus pensamientos, sentado en la grama frente a su casa. A veces, su mente simplemente se quedaba en blanco; no deseaba recordar y tampoco idealizar un futuro, eso lo entristecía, era dolorosa la forma en la que, poco a poco, perdía cada una de sus emociones.

El pelinegro dormía todo el tiempo, no importando si era de mañana, incluso su vestimenta habitual eran sus pijamas. Ese día, el cielo se tornó a tonalidades grises, finas gotas de lluvia iniciaron una llovizna, así que pensó que no había nada más perfecto que dormir con un clima así. Entró a su hogar y luego llegó a la habitación, fue directo a su cama para caer plácidamente sobre el acolchado.

Percibía que con cada día que pasaba, el olor a flores de naranjo se acentuaba; ese aroma era el que caracterizaba a su madre al regresar de la academia, recordaba que Bastian lo odiaba, así que al ya no estar, supuso que su madre simplemente se encargó de llenar cada rincón de la casa con dicha esencia. No le molestaba, pero sí le parecía curioso que su habitación fuese la que más destacara en esa fragancia, como si tuviera una docena de naranjos frente a él.

Estando recostado, boca abajo, se enfocó en algunos oscuros hilos gruesos y otros finos que escurrieron por debajo de las puertas de su closet. ¿Pintura o quizás...? Parpadeó varias veces, pero solamente continuaba viendo aquello, lucía casi negro y seco. No recordaba cuándo fue la última vez que abrió ese closet, dado que al utilizar pijamas, se centró en su gavetero, únicamente.

A punto de enderezarse, Zeru percibió el sonido de la puerta de entrada. Tenía mucha incertidumbre, pero también sabía que al estar dormido, no tendría que cruzar palabra con su madre, lo había comprobado. Al dormirse, no soñaba con nada, no tenía pesadillas, ni tampoco veía algo lindo, así que estaba bien, al menos tenía un poco de paz.

Percibió a la luz colarse cada vez más por la apertura de la puerta, seguidamente, la sensación de peso sobre uno de los bordes del colchón. Un escalofrío recorrió su cuello ante la caricia de una palma, una caricia que quizás ansiaba, pero al mismo tiempo, le invadía de terror. Varias lágrimas recorrieron sus mejillas; había perdido la comprensión de lo que sentía, no entendía si era tristeza o miedo.

—Te contaré una historia para que duermas. —Las entonaciones de su madre solo aumentaban el horror—. En una aldea, vivía una princesa con su esposo; pero resulta, que como toda princesa, ella estaba enamorada del príncipe, ambos se amaban. ¿Y sabes qué? Resulta que en ese lugar, pecar era digno de un castigo. Supongo que tu padre ya te ha hablado de los pecados. El problema, era que como castigo, los pecadores eran obsequiados a un horrible monstruo. Así que, como el amor de la princesa y el príncipe era un pecado, ambos fueron obsequiados.

El niño no estaba comprendiendo porqué su madre le relataba todo ello, se sentía inquieto, no confiaba en ella, creía que en cualquier momento perdería el control y lo dañaría, nuevamente.

»Fue injusto, pero los padres del príncipe ofrecieron a su hijo menor a cambio de él. Entonces, el hermanito y la princesa, fueron entregados al monstruo. ¿Te parece bien un final así, cariño?

¿Un final? Eso no podría llamarse de tal forma. Se supone que las historias terminan bien, al menos así lo era con las que Bastian le relataba por las noches. Por un momento, olvidó su horrible realidad, solo anhelaba saber  más de esa historia, estar seguro que no podría haber tanta tragedia para dos personas; indignado, no podría estar más indignado. Giró su rostro, chocando la mirada con su madre, era la primera vez, luego de demasiado tiempo, que la veía directamente.

—Los príncipes deben rescatar a las princesas de cualquier monstruo, no importa lo malo que sea, él se enfrentará con espadas o con todo lo que tenga —expuso. A través de sus ojos, Lu pudo observar que ya no brillaban como antes, no más, había logrado apagarlos, y eso le ocasionaba acentuada tristeza y felicidad.

—No, cariño. A veces, solo otro monstruo, mil veces más aterrador, puede ser el salvador de las princesas. Pero, ¿sabes?, puedes darle el final que desees a la historia. Claro, siempre y cuando no sea feliz, debes aprender que la mayoría de personas vive de forma terrible.

Lo sabía, él era el ejemplo más prominente de que existen personas con vidas terribles. ¿Estaba pagando algún pecado? Todas las noches, su almohada era víctima de cientos de lágrimas. Dolía, la vida dolía demasiado, por lo que, al terminar su llanto, imploraba hacia el cielo para no sentir más. Y lo estaba obteniendo. No captaba lo malo que esto sería, pero se sentía bien, se sentía bien perder sus emociones.

—Si puedo elegir el final, al menos quiero que sea feliz.

Ante su respuesta, Lu se enderezó, dirigiéndose hasta la puerta para poder salir de la habitación. El sonido de sus tacones, era indicativo de su vestimenta muy formal y coqueta, sus usuales vestidos rojos holgados. ¿Feliz? Era una lástima, pero sus planes eran tan perfectos, que no podría permitir que su adorado hijo añorara tal sentimiento.

—Ten una linda siesta. —Antes de cerrar la puerta, Lu se detuvo, sabía que era el momento—. Por cierto, tenías curiosidad por tu closet, ¿por qué? No creo que haya algo más interesante que ropa. En todo caso, deberías cerciorarte, nunca se sabe.

La puerta se cerró, permitiendo que densa oscuridad cubriera cada rincón de la habitación, por lo que el niño encendió una linterna que reposaba sobre su mesa de noche. Se levantó, emprendiendo una corta caminata para colocarse frente al closet, desplegando ambas puertas a la vez. El aroma a flor de naranjo era en demasía fuerte, sus fosas nasales ardieron, pero esta vez, también se colaba una esencia putefracta.

Solamente veía ropa en la parte superior, pero al observar la base del closet, notó a una especie de líquido, ya seco, el cuál escurrió hasta sobresalir. Se colocó en cuclillas, deslizando las cerchas para notar el interior. Gotas de sudor emanaron desde su sien, transitando por el rostro y cuello, estaba muy nervioso.

Tenía tanto miedo de dirigir la luz de la linterna hacia dicho interior, pero lo hizo. De repente, su mente se trasladó a ese día, el día que escaparían con Bastian. Ver aquello dentro del mueble, le concedió los verdaderos recuerdos de ese día...

Ambos salieron de la iglesia, Zeru se sentía demasiado feliz, para él, comenzaba a transmutar a un tipo de aventura el huir con su padre. De repente, percibió una voz que llamó a su padre, por lo que ambos voltearon. Era notorio que Bastian conocía a esa persona, pero por más que se esforzara el niño, no podía recordar el rostro, ni siquiera una silueta o la voz.

Se sentía como en una película, como si fuese el espectador de lo sucedido, solo podía limitarse a apreciar.

No comprendía las palabras que cruzaron esa persona y su padre. Fue consciente cuando su mayor, lo tomó más fuerte del antebrazo, tirando del mismo para correr a toda prisa; se inmiscuyeron dentro de los árboles. Casi palpaba el terror en los ojos de Bastian, en cuestión de segundos, sus prendas se empaparon de sudor. El sonido de respiraciones agitadas, era lo único que distinguía.

Corrieron tan rápido, que sus corazones se sincronizaron a palpitaciones que indicaban que podría pararse en cualquier instante, sus piernas fueron como gelatina. Estaban cansados, aterrados por quien los perseguía. Continuaron a pesar de ello, hasta que un desgarrador clamor hizo caer a Bastian de rodillas.

—Sigue corriendo, Zeru. No pares en casa y llega hasta el pueblo. ¡Ve de una maldita vez! —exclamó el mayor, perdiendo el control al notar que su hijo continuaba tirando de su brazo para que se levantara de una vez.

La otra persona, se acercó rápidamente, a quien Zeru percibía como una sombra. Se colocó detrás de Bastian y extrajo con brusquedad un largo cuchillo clavado en su espalda, razón por la cual este había caído. El niño observó cómo su padre, con las fuerzas que aún conservaba, se colocó de pie, evitando a expensas de lucha, que aquel extraño cortara su garganta, logrando lanzar el arma blanca sobre la grama.

Aquella sombra extraña tomó entre sus manos el cuello de Bastian, tornándose su rostro a una tonalidad violácea. Desesperado, Zeru se apresuró para tomar el cuchillo. Solo deseaba que nada malo le ocurriera a su padre; así que, con todas sus fuerzas, corrió hacia la otra persona, quien rápidamente se apartó.

El niño, apreció la sensación de un líquido tibio recorrer sus manos y antebrazos, con voluminosas salpicaduras en su rostro, colándose por sus labios. La filosa hoja, estaba completamente incrustada en el cuello de su padre, quien escupía gruesas corrientes de sangre por la boca.

No comprendía el momento en el que ocurrió, sus párpados se abrieron por completo, y sin ser consciente, continuas lágrimas brotaban de sus ojos. Colocó ambas manos en el cuello de Bastian. Podía ver a través de sus pupilas, cómo la esperanza iba abandonando a la persona que más amaba. Su padre, ahora hincado sobre la grama, misma que se teñía de escarlata, creando charcos, esa imagen jamás abandonaría su mente.

Bastian apartó las manos de su hijo, aferrándose a una de ellas.

—Pa-papá, p-perdóname. N-no me dejes...

—T-tú no hiciste nada. —El mayor hizo una pausa, debía expectorar la sangre que se acumulaba en su cavidad oral—. Eres un niño bueno, tú no hiciste esto. Olvídalo. Tú jamás harías algo malo.

El niño percibía un dolor inconmensurable, como si oprimiesen su pecho. Respiraba fuertemente, el aire no le resultaba suficiente. El vértigo se apoderaba de sus sentidos, tanto su visión como sus pensamientos, se teñían absolutamente negros.

Distorsionados clamores amenazaban con extraerlo de aquella especie de trance. No se percató del momento en el que llegó a su hogar, estaba sentado a la orilla de su cama, y próximamente, bajo las tibias gotas de agua de la ducha.

«¿Así que eso sucedió?» Fue el inmediato pensamiento de Zeru.

—¿Ahora si me crees, cariño? ¿Dejarás de intentar culparme? Me pregunto si aún imaginas que mereces pensar en un final feliz. —La voz de Lu se apersonó en la oscura habitación, apreciando el temblor de su hijo, quien lucía derrumbado frente al closet.

Si Zeru aún se obstinaba en conservar el mínimo de emociones, aquella imagen dentro del mueble del cuerpo putrefacto y cubierto de gusanos de su padre, desmembrado en varias porciones, aún con aquel cuchillo incrustado en el cuello, le pusieron punto final.

A pesar de que sus músculos se estremecieron, a pesar de  un casi violento temblor de su cuerpo, no se sentía triste, enojado, tampoco sorprendido. Realmente era la gota que logró rebalsar el vaso del agua. Estaba vacío, cansado de tanto. Una parte de él no terminaba de creerlo, pero otra, no hacía más que aceptar la culpa.

Los blanquecinos gusanos sobresalían por los orificios en la carne podrida de Bastian, sumando ello a secreciones purulentas que emanaban por la incisión del cuello, más el terrible olor mezclado con el aroma de naranjo, era simplemente nauseabundo.

Bastian era lo más preciado para él, pero ya no estaba. ¿Qué sentido tenía pensar en un futuro? Se aferró a la idea de no encontrar jamás su cuerpo, de cavilar en que aún estaba con vida. Algo sin sentido en ese instante. Giró el rostro, encontrándose con el de su madre, quien dibujó una facie de desprecio al notar su mirada fija.

Aquella imagen se impregnó en sus recuerdos, nublando incluso la cordura de su corta edad. Concibió la idea de su madre, suplicando por su vida mientras él le extraía los globos oculares, con toda la paciencia del mundo, sin prisa, deleitándose en que cada grito podría ser melodía para él.

¿Sería un pecado? A quién le importaba ya, si a nadie le resultó relevante todo lo que esa mujer lo dañó, o quizás ese fue el castigo por lo que él le hizo a su padre. Entonces, podría colaborar un poco para convertirse en el karma de ella misma; después de todo, estaba dispuesto a aceptar cualquier final para él, uno tan terrible como su vida.

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