💀Capítulo 1
"Es posible que se llegue a un límite, en el cual, los más vigorosos miedos van invadiendo hasta abarcar la última gota de cordura. No toda locura enfermiza se evidencia con escandalosos delirios o crisis demostrativas en demasía; existe una locura que disimula la oscuridad bajo terroríficas sonrisas dulces, bajo horrorosa bondad, bajo amargos abrazos y un amor desbordante en manipulación".
Zeru permanecía inmutable, adherido con firmeza al acolchado asiento de los espectadores mientras apreciaba en primera fila, expectante, los movimientos tan sensuales de aquella pareja que se deleitaba en la melodiosa armonía del tango. Tan íntimo, tan fogoso para todos los presentes, pero tan rutinario e incluso mecanizado para dos personas que lo bailaban por mera costumbre, no despertando ningún otro sentimiento que no fuese entretener a su público.
Para un niño de diez años, contemplar semejante talento de su madre, era simplemente maravilloso. Estaba fascinado con el baile de su progenitora junto a un hombre al quien no conocía, pero eso no importaba, lo único relevante, es que su madre era una estrella, una estrella hermosa de cabello tan oscuro como las inolvidables noches en las que parece que la luna está ausente.
Tan irrelevante fue la presencia de pequeños charcos de sangre, casi imperceptibles, los cuales permitían un mayor desliz sobre la pista.
Espléndido, ese espectáculo era espléndido. Nadie emitía un solo sonido, todos disfrutaban observando. Hasta el ambiente colaboraba al teñir de oscuridad a toda la audiencia, centrando una ostentosa iluminación para enfocar a los dos protagonistas de la noche dentro de la tarima, misma que se mantenía más baja respecto a la hilera de butacas que cada vez tomaban mayor altura, como si de un cine se tratase.
—¡Papá! ¿No crees que mami es genial? Estoy seguro de que está dando su mejor show para celebrar mi cumpleaños desde hoy.
Zeru dio pequeñas sacudidas al hombro de su padre, procurando no desviar la vista ni por un segundo. Estaba muy emocionado, definitivamente ese sería el regalo que su madre le daba por adelantado, dado que al día siguiente de seguro se avecinaba el turno de su padre, aunque ya nada podría superar lo que sus ojos captaban en ese instante.
Perduraba en un profundo trance ante un arte tan fantástico, que no logró notar que su padre no dedicaba la mínima atención al tango de su esposa; estaba nervioso, temeroso, estrujando entre sus manos a una esponjosa pelota antiestrés, al tiempo que mordisqueaba una y otra vez su labio inferior, provocando que este se rasgara al punto de brotar gruesas gotas de sangre por su mentón.
Un nudo aprisionaba a las posibles palabras hacia su pequeño. Los nervios se apoderaban de todos sus sentidos, despertando molestas punzadas en su sien.
Los recuerdos lo atormentaban, lo harían por siempre.
Aquel espectáculo finalizó. Para Zeru, los minutos fueron tan cortos, que le molestaba el régimen del tiempo, deseaba observar por mucho más a su madre con el holgado vestido escarlata. Para su padre, Bastian, esos minutos transmutaron a desesperantes horas, era un verdadero milagro que diera fin de una vez por todas.
Luego de obsequiar la sintonía de sinceros aplausos, cada uno de los presentes se retiró en orden, incluyendo a los dos familiares de la misma mujer que se llevaba los suspiros de varios admiradores, más no los de su esposo, nunca gozaría de ellos, no de nuevo.
Zeru se aferraba al agarre de su padre mientras recorrían pequeños caminos hacia la salida del lugar, del cual el niño no tenía mucho conocimiento, lo único que sabía era que su mamá visitaba el sitio todos los días, sin falta; salía muy temprano y llegaba cuando él ya se complacía en un profundo sueño. Pero si esas ausencias se traducían a bailes tan fascinantes, el pequeño aceptaba con mucho gusto. Ahora podría presumir, con sus pocos amigos, lo maravillosa que era Lu, su madre.
Con tan enorme alegría, Zeru integró divertidos saltos a su caminata, sin embargo, y para el pesar de su padre, no fue desapercibido el focalizar una pequeña carreta de helados justo a la salida del lugar. Sus dos iris aguamarinas brillaron tal cual estrellas, combinando con el cordobán de su cabello.
—Lo siento mucho, cachorrito. No pude traer mi billetera. La próxima vez, recuérdame, ¿si? —garantizó Bastian, intentando mantenerse firme ante los pucheros de su hijo al anticiparse a que este le suplicara por un helado.
Esta vez no se mantendría condescendiente ante ese pedido. No se trataba de presumir su firmeza paternal, era algo mucho peor. Además, nunca permitiría que su amado hijo ingiriese algo tan repugnante de aquel sitio igual de despreciable.
Por suerte, el inusual apodo surtía un factible efecto en Zeru, quien solo asintió resignado, estaba demasiado feliz como para deprimirse por no saborear un simple helado.
El mayor, de cabello azabache, dejó escapar un suspiro ante la afirmativa. Ninguno se percató de la facie molesta del heladero, quien sumergía porciones de un globo ocular bajo la mermelada negruzca que cubría la bola de nieve, misma que fue entregada a otro cliente, el cual gustoso disfrutó aquellos restos sin notar nada extraño, ni siquiera el olor a putrefacción, o tal vez, lo disfrutaba.
• • • • • • • •
Al llegar a su hogar, una mediana casa de concreto color crema, Bastian se apresuró a recrear ejercicios matemáticos para su hijo; estos serían lo suficientemente complejos para que mientras Zeru se atormentaba por hallar la solución, él prepararía algunos tiramisús y milhojas, tan propios de su natal Francia, también lo predilecto a siempre preparar en el cumpleaños de su "cachorrito".
Amaba demasiado a su hijo, como la mayoría de padres, era lo mejor que le pudo pasar, el obsequio más preciado que la vida le otorgó. Por un instante, se perdía en su tierna mirada, olvidaba aquella ansiedad con la que vivía diariamente, pero pronto iba a cambiar todo, al menos eso pensaba.
El transcurrir del tiempo pasó desapercibido para quien yacía en la mesa resolviendo ecuaciones y para quien decoraba con mantequilla los exquisitos postres en la cocina. Apreciaron el clic de abrir una cerradura, conllevando a la aparición de la preciosa fémina dueña del hogar.
Sin notarlo a prontitud, Zeru era trasladado por la fuerte sujeción que Bastian mantenía de su muñeca. El niño no pudo armar refutaciones ante la acción del mayor, siendo consciente de su destino hasta encontrarse dentro de la habitación, misma que fue bloqueada gracias el cerrojo.
No entendía absolutamente nada de la situación, no comprendía por qué su padre lo encerraba en su recámara sin la posibilidad de saludar a su madre. Confuso, era la única forma de asimilar aquello, en realidad ya no recreaba interrogantes, sabía perfectamente que nadie estaba dispuesto a brindarle respuestas.
En realidad, siempre fue así. Los constantes nerviosismos de su progenitor, mismos que poco a poco pasaban desapercibidos de tan habituales que resultaron; los encierros en su habitación cada vez que su madre se hacía presente. Fue muy difícil, demasiado. Amaba a Lu, era hermosa, admirable en su talento para danzar, mas nunca gozó de sus caricias, cuentos para dormir, besos amorosos, inclusive, comenzaba a imaginar que no podría reconocer a aquella mujer si estuviese en una muchedumbre; precariamente, recordaba algunos rasgos de su rostro.
¿Por qué su padre lo privaba del posible amor que su madre le brindaría? Al principio, desarrolló sentimientos de vehemente rechazo hacia Bastian, pero con el perseverante amor que este le ofrecía, Zeru estaba al tanto del sempiterno amor paternal, aferrándose al mismo ante la ausencia de su progenitora. Bastian lo era todo para él, su adorado héroe, su lugar seguro, su mejor amigo, el mejor papá del mundo.
Y en definitiva, sí.
Por rutina, Zeru se recostó sobre la aterciopelada sábana azul que recubría su blando colchón, observando el techo ataviado con figuras de dinosaurios. No pasó demasiado tiempo para rendirse ante un pesado sueño, recordando que al día siguiente, disfrutaría un cumpleaños más, le quedaban muy pocas horas para cumplir once.
El mutismo se exponía en aquel comedor. La tensión casi se palpaba en el ambiente. Cualquier sentimiento de repugnancia afloraba entre las miradas que los dos esposos mantenían, distando a años luz del amor.
—Nuestro bebé está creciendo muy rápido, ¿verdad, cariño? Quizás un día pueda pasar más tiempo en familia. De todas formas, no pretenderás alejarlo para siempre de su mami, ¿verdad? Deberé esforzarme mucho para recoger algunas migajas de cariño, ya que todo es para ti —concertó Lu, finalizando con el incómodo silencio que se mantenía dentro de las pálidas paredes.
Bastian empuñó ambas palmas con rabia. No podía crear una imagen mental de una familia feliz. Se esforzaba con fervor para mantener lo más lejos posible a su pequeño, era suyo, solamente suyo. Se percibieron sonidos de gruesas degluciones por parte del hombre. Por un corto lapso de tiempo, añoraba oprimir fuertemente el cuello de su esposa, estrujarlo a tal punto de apreciar cómo la última gota de vida era despojada con sus propias manos.
Sí, ese sería su más anhelado sueño.
—Preparé todo para su cumpleaños, cariño. Nuestro Zeru la pasará muy bien mañana, incluso si solo estoy yo. —Las vocalizaciones de Bastian desbordaban en hipocresía y doble sentido oculto.
Su corazón latía frenético al depositar un casto beso sobre los labios de su "amada", no precisamente por estar atestado de amor. Por primera vez, realmente la felicidad emanaba como la principal de sus emociones.
Mientras tanto, Zeru dormía con placidez, el reloj marcaba justamente las doce de la madrugada. El hastiado sonido de un tic tac, se acompañaba de una estremecedora mirada, aunando las constantes caricias en su rostro, logrando el cometido de extraerlo de sus sueños para encontrarse con la realidad. ¿O realmente era una pesadilla de la cual no estaba al tanto?
Su corazón se paralizó, en realidad todo su cuerpo lo hizo. Era la primera y única vez que su madre estaba tan cerca de él. Despertó la necesidad más ansiada de acariciar el delicado rostro de la mujer, la cual sostenía un pastelito de chocolate entre sus manos. La leve iluminación de la vela trazaba una profunda oscuridad en los ojos de Lu, más esta jamás podría ser notoria para Zeru, quien ahogaba gritos de felicidad al tener a su madre a tan corta cercanía, el momento era perfecto.
—Feliz cumpleaños, mi hermoso Zeru.
Lu acarició la mejilla de su hijo, susurrando cada palabra para evitar la presencia de su esposo. Aquella muestra de afecto fue suficiente para rectificar el amor más sincero en el niño, deseaba que ese momento se congelara. Cerró fuertemente sus párpados, apagando la vela con un poco de esfuerzo, preparándose para plantear su deseo, pero al instante, se quedó en blanco. Parecía buena idea recurrir a un poco de ayuda.
—M-mamá, ¿qué puedo pedir?
Perfecto, la primera convivencia con su pequeño y este ya le pedía un consejo. En definitiva, no se equivocó en visitarlo esa madrugada. Era la oportunidad para que este le cediera un poco de cariño.
—¿Sabes, Zeru? Todos tienen un ángel de la guarda, pero creo que es muy maleducado despertarlo a estas horas. —No fue la mejor elección de palabras, pero aún no finalizaba—: Justo por eso te desperté a esta hora. Porque mientras tu perezoso angelito duerme, muchos dulces demonios estarían dispuestos a hacer lo que sea por ti, cariño. En tu cumpleaños, es el único día en el que no tendrás que ofrecer nada a cambio.
Zeru era muy inocente, demasiado para un niño de once años, todo ello gracias a los cuidados tan rigurosos de su padre, quien lo mantenía al margen de absolutamente todo, incluso tomó el cargo de brindarle la mejor enseñanza desde casa, con una severa instrucción religiosa. Por lo tanto, no tenía la más remota idea a qué se refería su madre.
Así que imploró, anheló con vehemencia el siempre ser tan cercano con su adorada madre.
Además del pastelito, Lu le obsequió un dulce beso en la frente, permitiéndole continuar en su siesta.
La mañana importunó al pequeño, algo que ignoraba al recordar las maravillas que le esperaban el resto del día. Su padre lo despertó con abrazos bastantes fuertes, algunas cosquillas y besos por todo su rostro. Los postres estaban listos, resguardándose del pequeño para esperar a la noche, dado que siempre celebraban a ese tiempo.
Cada instante era usual, justo como todos los años, incluyendo las salidas habituales de su madre desde muy temprano. No imaginó que fuese tan necesario el mencionar el repentino vínculo que empezaba a crear con esta misma. En cambio, decidió acompañar a su padre cuando le mencionó que saldría por unas horas.
Jamás debió callarlo, de hecho, jamás debió cruzar palabra con ella.
Luego de prepararse con el atuendo que estrenaría ese día, Zeru y su padre partieron desde la puerta trasera, algo poco común, pero el niño no pensaba plantear preguntas, se sentía muy seguro, muy emocionado. Transitaron por la raída grama de la parte trasera del hogar, llegaba el momento en el que la distancia solo focalizaba como pequeño punto a su casa. Atávicos árboles se hacían presente en el recorrido hasta apersonarlos a lo que parecía una muy deteriorada iglesia.
El lugar no le generó la mínima confianza a Zeru, quien traccionaba con fuerza una porción de tela en la camisa de Bastian, mismo que únicamente le dedicaba una sonrisa bastante reconfortante, la cual cumplía con el cometido de transmitir mucha fortaleza y valía.
Al ingresar, la congoja se apoderó del niño. Observaba con detenimiento a las bancas rotas en muchos pedazos, hojas secas, cadáveres de algunos perros, y al final de camino, una enorme cruz de madera podrida; muchos insectos acariciaban el material, algo que Bastian ignoraba por completo.
Hermosa, la única iglesia en aquel pueblo, era tan hermosa para el hombre.
El mayor se arrodilló de imprevisto, inclinando el rostro con un enorme respeto ante tal arte, según él. Repetía palabras una y otra vez, las cuales solo se conducían como murmullos confusos a la percepción de Zeru. Aquel ambiente empezó a abrumarlo, tenía miedo, mucho miedo. Ese lugar era extraño, transmitía vibras que oprimían sus sentidos. Solo deseaba salir de allí de una vez por todas, habían pasado quizás dos horas; no ayudaba que su padre continuase en la misma posición.
—Zeru, estaremos bien. Nos iremos de este maldito lugar hoy mismo. Yo te cuidaré como siempre lo he hecho, confía en papá, ¿si? —Al pronunciar aquello, Bastian se aferró a los hombros de su hijo, arrodillándolo por la fuerza depositada, logrando así que varias piezas de vidrio se incrustaran en su piel debido al impacto contra el suelo, algo que pasó totalmente desapercibido, menos para el pequeño, quien evitó quejarse en ese momento.
—¿Y mami?
Era lo único que le importaba a Zeru. Claro que estaba dispuesto a ir con su padre, pero no estaba seguro si abandonaría a Lu, no especialmente desde el momento tan conmovedor que compartieron.
—Seremos solo papá y tú. Los dos, siempre será así. —Percatándose de la preocupación irradiada a través del semejante, el mayor supo que las medidas debían cambiar, salvo que la manipulación jamás fue su fuerte—. Mi pequeño Zeru, solo ven conmigo, yo siempre te protegeré.
Un sincero abrazo invadió el contexto. Bastian impregnó toda gota de su amor en esa muestra de afecto, algo que Zeru notó rápidamente, correspondiendo al mismo. Su padre lo amaba, no dudaría jamás de ello, aunque doliera abandonar a su madre, él no preferiría a una mujer a quien no conocía exactamente.
Sí, ese momento fue inolvidable, pero nunca se compararía con todas las sonrisas con su padre. Estaba decidido, seguiría a su padre a donde fuese, no importaba el destino.
Algo que ignoraba el infante, era una coyuntura en demasía relevante. Por ningún motivo se separaría de su madre, no después de aquel deseo, aunando que el emotivo momento padre e hijo, fue apreciado a detalle por quien yacía en la puerta de la iglesia, escuchando hasta el mínimo vocablo, dibujando una sádica sonrisa.
Se dispusieron a regresar a su hogar, con la clara iniciativa de preparar el mínimo de equipaje, dejando transcurrir varias horas hasta que el cielo se tiñó ambarino ante el descenso del sol. El hombre estaba muy ansioso, cada prenda pareciese estar untada de mantequilla al resbalarse continuamente de sus manos. Envió a Zeru a tomar nuevamente una ducha, dado que él también tomaría una; no toleraba lucir desprolijo, mucho menos con manchas de suciedad por doquier.
El adorable niño, se deleitaba en las caricias del agua tibia sobre su piel, las cuales avivaban ardores molestos en las cortaduras de sus rodillas. Con el agua teñirse de una mezcla rojiza, logró rememorar el pánico que despertaba en él cuando observaba una gota de sangre, todo ello antes de que su padre le explicase la importancia de esta sustancia, incluyendo algunas adulaciones a su matiz.
Quizás sangrar no era tan malo, claro, siempre que no fuese él quien lo hiciera. Aquellos pensamientos intrusivos fueron rápidamente disueltos. La sangre era bonita, sí, pero no estaba bien imaginar una terrible hemorragia, especialmente si aquel líquido se escurría entre sus dedos. No, no. Debía olvidar esas imágenes.
Ignorando que aquella sangre, era demasiado abundante como para provenir de pequeñas heridas.
Finalizando su rutina de aseo y arreglo personal, Zeru decidió salir de su habitación. Mutismo, intranquilo mutismo invadía cada recámara. Se preguntaba si su padre aún no terminaba de empacar todo. ¿Cuándo se irían? El tiempo de espera era abrumador, añadiendo que el de cabello cordobán no contaba con la supuesta virtud de la paciencia.
Se percató de un sonido burbujeante proveniente de la cocina. De seguro, Bastian prepararía algunas bebidas antes de partir, dado que no habían degustado más que algunos postres durante todo el día.
Aterrado, era lo único que venía a su mente mientras su cuerpo lucía en parálisis, percibió un impulso eléctrico el cual recorría toda su espina dorsal, llevando al rechinido nervioso de sus dientes.
—¡Mi cariño! Justo a quien me moría por ver. Pedí permiso para salir temprano, y aquí me tienes, intentando preparar una cena digna para mi príncipe hermoso, aunque no soy muy buena.
Era ella, su madre. Vestía un elegante vestido, como siempre, más un delantal negro para dar el detalle de cocinera del día.
¿Qué podía decirle? ¿Aún sería capaz de huir al tenerla frente a frente? ¿Dónde estaba su padre en ese momento? Todas las dudas posibles se apoderaron de su mente, lo único que deseaba era salir corriendo, olvidando a su madre, quien añadía los últimos retoques a un platillo que se veía muy apetitoso, manteniendo en el fuego a una pequeña vasija con salsa, tal vez.
En el fondo, no comprendía por qué percibía tanto terror, la necesidad de huir. Quizás su conciencia deseaba revelar alguna información.
—¿En dónde está papá? Qui-quiero ir con él —demandó el cumpleañero, restándole la total importancia al bello gesto de su madre, quien en lugar de molestarse, dibujó una cándida sonrisa.
La tranquilidad de aquella mujer le provocaba escalofríos. Bastian jamás le permitía cruzar más de dos palabras con ella, pero ahora, ¿por qué no se avecinaba a interrumpirlos de una buena vez? Se sentía solo, tan pequeño ante quien realmente no conocía del todo, afirmando que el breve momento en la madrugada, no significó nada, ella aún era una extraña, alguien quien nunca le prestó atención. ¿Qué deseaba exactamente?
—Pero, cariño. Solo quería prepararte una deliciosa comida, no te preocupes por papi. —La fémina tomó el platillo entre sus manos, contorneando sus caderas al caminar hasta posar los alimentos en la mesa—. Anda ya, siéntate, cariño. Te propongo que si degustas muchos bocados, te ayudaré a buscar a tu padre. Quizás está jugando a las escondidas, ¿no? Es un travieso.
Pese a ser un menor de once años, una opresión en su pecho le susurraba que algo no estaba bien, sin embargo, y sin bajar la guardia, se colocó cabizbajo hasta avanzar para tomar asiento frente a la comida, misma que desprendía una esencia exquisita.
Se llevó un bocado de lo que parecía ser un dumpling a su boca, deleitándose con un sabor fascinante. Las hierbas comestibles jugaban con una explosión de sensaciones. No existía más grande falacia como el mencionar que su madre no era buena cocinera, dado que jamás imaginó un talento semejante en tal área culinaria. No fue consciente de la inmutable mirada directa, sino hasta culminar con el penúltimo mordisco, encogiendo ambos hombros por la incomodidad suscitada.
—Y-ya puedes decirme dónde está papá, por favor.
La voz de Zeru se emitía entrecortada, jugaba con sus dedos sin parar, presionando fuertemente sus labios entre sí.
—No entiendo por qué estás tan nervioso, cariñito. ¿Cómo dicen los padres? —Meditaba en su respuesta, ofreciendo una expresión dubitativa—. ¡Ah, recuerdo! Es: "Todo lo que hago es por tu bien". ¿Crees que te amo, Zeru?
El niño mordisqueaba con desespero la mucosa de su mejilla. Una especie de pánico jamás experimentado, hacía su aparición, paulatinamente. ¿Qué podía responder? Aunando que en verdad no llegaba a comprender lo que su madre le transmitía.
—Sí, yo... yo creo que todas las mamás quieren a sus hijos, así como papi me quiere. Aunque si me quieres mucho, deberías ayudarme a buscarlo —afianzó Zeru, quien no se atrevía a levantar la vista.
No soportaba cruzar miradas con aquellos profundos ojos.
—¿Estás tratando de manipularme, cariñito? —Anticipándose a alguna contestación, Lu emitió una escalofriante carcajada, plasmando sonoros ecos por toda la casa—. Zeru, te amo demasiado. Tanto así, que te estoy permitiendo despedirte de la mejor manera de tu padre. Mi cariño, deberías saber que no puedes abandonarme, nunca. Tu corazón siempre permanecerá conmigo, incluso si debo arrancarlo.
Ante tales vocalizaciones, Zeru temblaba en demasía. Todo su cuerpo se tensó, deseaba correr lo más rápido, gritar el nombre de su padre, incluso si su garganta ardía hasta llamar la atención de su progenitor. Y lo hizo, vociferó con todas sus fuerzas el nombre de Bastian, todo ello mientras amargas lágrimas descendían por sus suaves mejillas, pero a pesar de todo, estaba solo, solo con la mujer que no reaccionaba ante ninguna acción, como si esperase que aquel niño se cansara de una vez.
—Po-porfavor, quiero a mi papá, tú dijiste que me ayudarías a encontrarlo.
Lu no manifestaba emoción alguna, únicamente se limitó a recrear una sonrisa de ironía.
—¿No lo entiendes, cariñito? Te despediste de la mejor manera, ¿o no crees que tu padre sabe delicioso?
Dolor, repugnancia, toda una mezcla de atonía con estupefacción emanaba de un pequeño corazón. Pero aquello, no era en absoluto relevante, no cuando su mente aún estaba intacta. Aunque había fulminado su corazón, ella lo sabía, y lastimosamente, no era ese su objetivo.
Porque en ese comedor, solamente estaba presente un demonio, dado que el otro, requería mucha instrucción aún para resplandecer como el más desquiciado.
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