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Depresión/ Cuento

La historia de Félix Luna, se remonta al día en el que nació, aquel 28 de Agosto del dos mil dos, en el hospital Alemán, Avenida Pueyrredón al 1640, en Bs As. En esa mañana de invierno, pensaba en el hipotético caso sobre que hubiera ocurrido sino lo hubiesen concebido, quién ocuparía su lugar, aquello lo tenía inquieto. Pero Félix, solía tener estos espejismos o especies de disparates, aunque no lo sean tanto, como si nunca nos hubiéramos preguntado lo mismo.

Aquella mañana, la del día de su cumpleaños, que sea dicho de paso era su cumpleaños número veinte, veinte años desde el día de su nacimiento, su familia lo sacó de sus pensamientos al comenzar con los saludos por el natalicio. El imaginaba que si no estuviera en este mundo posiblemente todo sería mejor, que no era importante su presencia, por qué lo sería, si había personas más influyentes en el orbe. 

Desayuno con Danaly, su hermana, Vállele, su otra hermana, y con sus papás, aquél desayuno era algo especial, excepción del festejo, waffles, el típico dulce de leche argentino sobre la mesa, la manteca, jugo exprimido, pero también la pava lista para los mates o por sí alguien quisiera hacerse un café.

—¿Qué haremos hoy en tu cumpleaños hermano?—preguntó la bella Danaly.

—Sabes que no me gusta celebrar mi cumpleaños.—inquirió el joven Félix.

 —Yo propongo que hagamos en la noche una salida de hermanos.—expresó Vállele.

—Es una buena idea.—alegaban los padres de los jóvenes. 

Mientras se debatía sobre como se llevaría a cabo el festejo, Félix, subía lentamente las escaleras hacía el segundo piso de la casa ubicada en recoleta, sin ánimos de responder a la cuestión, porque sinceramente le daba igual, donde, cómo y con quiénes lo celebraría, pues tampoco tenía ganas de pensar en ello. 

Llegada la noche, la familia se dispuso a alistarse para celebrar el vigésimo cumpleaños de Félix, Sottovoce sería el restaurant italiano que visitarían ubicado en Avenida del Libertador, llegaron a la mesa reservada, comieron, rieron por un rato, Félix creía divertirse también, sonría. Pero de pronto todo cambió cuando una fuerte presión en el pecho no lo estaba pudiendo dejar respirar con normalidad.

 Esta situación hizo que todos en en sitio se preocuparan por el muchacho, sin embargo, Félix, solo podía sentir como le faltaba el aire y todo a su alrededor poco a poco se iba apagando e incluso las voces hacían eco de "llamen a una ambulancia".

La misma no tardó más de cinco minutos ya que lo que ocurría era de gravedad, las sirenas anunciaban un despeje de la zona de transito que esa noche, congestionaba la avenida. Con ella llegó Leandro Paredes, enfermero y el ángel de la guarda de Félix Luna, como lo caracterizaría más adelante. 

La camilla ingresó por la puerta de urgencias del Hospital Interdisciplinario Psicoasistencial José Tiburcio Borda, la doctora Martina Branson, se encargó de solicitar el informe del paciente ingresado, no era la primera vez que Félix caía en ese estado al edificio médico. 

La asistencia médica se hizo lo más rápido que se pudo, por suerte la respiración del joven pudo restablecerse sin necesidad de que aplicaran un respirador mecánico. Horas más tarde, Félix, recobró la conciencia, la doctora Martina Branson, hablaba con sus familiares sobre lo que le ocurría a Félix, era depresión.

 Y aquella situación era un posible ataque de pánico que habría sufrido a consecuencia de acumular demasiadas emociones dentro suyo, casi como la última vez. Pero también cuestionó la interrupción de las sesiones con el terapeuta, ya que su recomendación era que volviera a retomarlas.

Mientras la doctora hablaba con sus familiares, Leandro, se acercó a la habitación del paciente, el muchacho descansaba como si su noche hubiera sido demasiada larga, los rayos del sol atravesaban las hendijas de la persiana, esa ligera luz que daba en su rostro palidezco y en su cabello despeinado, su respiración tranquila, Leandro no pudo evitar acercarse un poco más, tomó su mano con delicadeza.

La sentía algo fría, pero su calor corporal hizo que también cobrara temperatura, Leandro se sentó unos minutos en lasilla del acompañante, se quedó allí, sacó de un bolsillo del pantalón un pequeño libro, citaba a la excelentísima Virginia Woolf, un extracto de su novela, la Sra. Dalloway  publicada en (1925):

«Belleza, parecía decir el mundo. Y como para demostrarlo (científicamente) donde quiera que mirara las casas, las barandillas, los antílopes que se extendían sobre los palos, la belleza surgió al instante. Para ver una hoja temblar en la avalancha de el aire era una alegría exquisita. Arriba, en el cielo, las golondrinas se precipitaban, se desviaban, se lanzaban dentro y fuera, dando vueltas y vueltas, pero siempre con un control perfecto como si los elásticos las sostuvieran; y las moscas subían y bajaban; y el sol veía ahora esta hoja. Ahora que, en burla, deslumbrándolo con oro suave y de buen humor; y ahora otra vez, una campanilla (podría ser una bocina de motor) tintineando divinamente sobre los tallos de la hierba, todo esto, tranquilo y razonable como era, se hizo visible de cosas ordinarias como era, era la verdad ahora; belleza, esa era la verdad ahora. La belleza estaba en todas partes «.

Leandro terminó de leer, cerró el pequeño libro, le dio un ligero apretón a la mano de Félix y la intentó soltar, pero sintió el agarre, Félix lo había oído, no quería que se fuera.

—¿Cuánto has escuchado?—preguntó el enfermero.

—Pues todo el relato, que por cierto es muy bonito.—expresó Félix con sencillez. 

 —Me alegra escuchar que lo has podido oír.—dijo Leandro orgulloso.

—Hasta pronto.—expresó Félix dejando que el chico siguiera trabando. 

—Un placer, avisaré a tus padres y a la doctora que ya has despertado, sigue descansando, pronto te traerán el desayuno.—inquirió Leandro saliendo de la habitación. 

 Al rato, sus padres y hermanas, ingresaron a la habitación, se encontraban algo preocupados por Félix, él se sintió algo juzgado, la doctora Martina también ingresó a la sala, y le explicó al joven lo que le había ocurrido, que debía retomar el tratamiento por depresión y adjunto al desayuno ya comenzarían con medicinas para tratar esos malestares que le causaba la misma. 

Pero lo único que pasaba por la mente de Félix Luna eran aquellas palabras de Ana cristina Herreros en su obra (cuentos populares de la madre muerte Siruela), "Sin miedo a la muerte, acaba siendo rey, es decir: soberano de su propia vida".

Por qué debía no temer a la muerte, Félix, sentía que vivía cada momento como si fuera el último, aunque era cierto que muchas veces no quisiera o no tuviera ganas de hacer nada. El sabía que luego de la muerte habría un mundo mejor, posiblemente sin dolor ni sufrimiento como en este pobre mundo de mortales incapaces de amar.

Esa misma tarde soleada, pero un una brisa fresca que chocaba con el cuerpo de quien anduviera en la calle, se le dio de alta a Félix Luna, el joven enfermero Leandro Paredes se percató de ello cuando vio la habitación del joven vacía, inmediatamente corrió por los pasillos por la puerta principal, Félix subía al automóvil de su padre.

El muchacho logró alcanzarlo, le otorgó aquel pequeño librito que portaba consigo, le pidió que lo conservara consigo y que lo leyera siempre que se sintiera triste, Félix asintió con mucha felicidad de su parte, y poco a poco el coche se alejaba del gran edificio de salud mental.

La semana transcurrió, Félix, debió regresar para su seguimiento con el terapeuta que ya conocía desde tiempos inmemorables por no decir desde años, el doctor William Márquez, le realizó casi un interrogatorio de preguntas, todo hacía hincapié en la necesidad de que Félix expresara aquello que más le aquejaba en su interior.

El encuentro con el terapeuta le fue de gran ayuda al muchacho para alivianar sus problemas emocionales, Félix Luna, sintió como si una mochila llena de cargas se fueran de su espalda, pero recordó que esa misma sensación sintió hace tiempo atrás.

En aquel entonces se encontraba bajo la influencia de sustancias adictivas, ya que la junta que tenía no le eran favorables y andaban cometiendo vandalismos por el barrio de recoleta. Pero un día, al fumar de más cayó en urgencias y allí le diagnosticaron depresión, aquél era el motivo por el cual se comportaba de tal manera, intentando llamar la atención a su modo, una señal o pedido de ayuda.

Un saludo lo sacó de sus pensamientos mientras caminaba por uno de los pasillos del gran hospital, era Leandro Paredes, su sonrisa hizo cambiar el humor de Félix, los pasos se hacían cada vez más lentos, la hora pasaba tan rápido que sus charlas parecían una cascada de agua inagotable y llena de anécdotas que el lexicón mental guardaba esperando el momento para ser contadas.

—Oye, ante de que te vayas quería decirte que eres una persona muy especial.—expresó Leandro tomando su mano como la primera vez que lo hizo en la habitación de paciente en recuperación. 

—Para mí también lo eres.—inquirió Félix mostrando una sonrisa como no lo hacia en mucho tiempo. 

Leandro y Félix desde aquél momento llegaron a tener una amistad inigualable, comenzaron a verse fuera del hospital, salían a diario, bebían café, tomaban helado, daban paseos largos, entre ellos no había intenciones de malicia, era la pureza misma de sus corazones que sostenía este afecto de cariño y amor no declarado entre ambos.

Pasaron los meses, Félix Luna, comenzó a tener avances progresivos sobre los resultados de la depresión, pero no todo termina bien en este relato, la noche del diecinueve de febrero del dos mil veintitrés, Leandro caminaba por la calle Dr. Ramón Carrillo al 375, la misma que da hacia el Hospital Interdisciplinario Psicoasistencial José Tiburcio Borda, se dio una persecución policial, unos ladrones habían asaltado a los cajeros del banco ciudad de la avenida Cabildo.

La persecución no terminaría bien, Leandro Paredes sería atropellado por los delincuentes que iban escapando de la policía, héroe o victima, decían las noticias, ya que el automóvil rodó unos cuantos metros, haciendo que los ladrones también fallecieran, cinco muertes se habría llevado consigo la oscura noche.

Esta notica devastó el corazón y psiquis de Félix Luna, una perdida más, una más de las tantas que había vivido, muchos seres queridos para él se habían ido del mundo, como sí él no quisiera irse también. Pero una fuerza mayor le acompañaba, Leandro estaría consigo a su lado siempre que Félix lo evocara.

Una noche se le apareció en un sueño y le dijo: Por qué lloras amado Félix, no derrames lagrimas en mí ausencia porque siempre iré contigo, seré tu escudo protector, sé que no terminamos de conocernos, sé que faltó tiempo y en un instante se nos arrebató, pero no puedes culparte de nada, porque el que menos daño le ha hecho a este mundo eres tú. 

Vive todo lo que puedas, vive por lo que me quitaron, disfruta por ambos, come por ambos, ríe por ambos, sonríe sobre todo porque lo que más me gustaba era verte feliz, me llevo en el recuerdo esa última y única sonrisa que me regalaste.

Me di cuenta que tu tratamiento comenzaba a progresar, se que hoy me sueñas después de tres meses desde mí partida, quiero que sepas que estoy bien en este lugar, pero no quiero que me acompañes, no al menos hasta que seas anciano y sea la vida misma que te pida el retorno a las cenizas.

También te pido de un modo un tanto egoísta que no me olvides, sí todavía conservas aquel pequeño libro que te regale, me gustaría que me recordarás en una lectura en voz alta las sabías palabras que guardaba en el. 

Pero no solo quiero que me recuerdes sus palabras, oírte poniéndote en escena de lectura, escuchar tu voz, será un placer, todavía recuerdo un poco que te daba vergüenza leer y escribir, pero podrías hacer un libro sobre que hubiera ocurrido sí hoy estaría vivo, por eso no te des por vencido.

Vive por el amor mismo de vivir, por el amor mismo a disfruta de las maravillas del mundo y vive principalmente porque a tu lado aunque no lo creas tienes a alguien que le importas mucho y tu perdida también la desbastaría.

Así concluyó aquel sueño tan real que tuvo Félix Luna con Leandro Paredes, ya hace un tiempo del cual visitar su tumba no termina en un mar de lágrimas incontrolables, ahora visitar la lapida era una sensación de tranquilidad, estar a los pies de la misma solo daba paz y calma, por lo que muchas tardes al visitarla se quedaba durmiendo bajo los rayos cálidos del sol.

Un año más tarde recibí el alta medica, la ayuda de Leandro y su fuerza, habían hecho que no bajara los brazos, ese día solamente noté una especie de nostalgia, no podía abrazarlo, pero aún podía visitarlo, hablarle y darle las gracias cada vez que quisiera, él estaría ahí para escucharme siempre, porque de eso se trata, estar aunque no estemos, porque de nada sirve estar y estar ausente, por eso te invito a que volvamos a recobrar nuestras vidas juntos, a que seamos libres de la depresión.

FIN.

Cuento escrito por Alexis Saavedra, fecha de finalización 30 /08 /2022.

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