II. Huir
Estoy aterrado pero no me marcharé,
sé que tengo que pasar esta prueba.
Solo apretaré el gatillo.
Rihana, Russian Rulette.
Capítulo II
JongIn no se atrevía a mirarlo después de lo ocurrido la última vez en aquel consultorio. Aceptaba que había sido demasiado mordaz cuando reaccionó de esa manera.
Siendo honesto, la última vez que estuvo allí, se había sentido como si le aventaran un baldado de agua fría sobre su cara. La ola de furia que sintió, no le permitió aceptar que en realidad, se sentía prisionero en su propia vida, lejos de todo y de todos.
Aquella vez, el joven doctor había dado en el clavo; pero su orgullo impedía que se disculpara por su aberrante comportamiento. No era posible que su enfermedad estuviera gobernando sus pensamientos y acciones, ¿o tal vez sí?
En esa semana tuvo tiempo para reflexionar y reconocer que esa no era la primera vez que reaccionaba de esa manera. Su anterior psiquiatra empleaba técnicas similares para que se enfrentara a sus más viciosos temores. Probablemente las palabras "ataques de ira", debían ser una constante en su expediente. Sin embargo, admitía para sus adentros, que fue injustificado comportase de esa manera ante su psiquiatra, que parecía ser una buena persona.
A estas alturas, sabía que el hombre frente a él, lo observaba con miradas sutiles mientras pretendía leer algunas notas en su agenda.
Cuando llegó al consultorio solo habían intercambiado saludos de manera cortés, y eso fue todo. Se sentaron en sus sillas de siempre y el psiquiatra ya no intentó generar alguna conversación. Esta vez, era el turno de JongIn de iniciar una, pero se sentía un tanto cohibido.
No podía negar que su psiquiatra le llamaba la atención desde que lo conoció tres semanas atrás. Sintió una cierta familiaridad que no supo concretar, tal vez porque era el único rostro amigable que había visto desde que llegó a esa ciudad, concluyó.
"Eso debía ser" aseguró en su mente.
—¿Quieres hablar de lo que sucedió la semana pasada? —El psiquiatra levantó el rostro de su agenda y en un tono gentil, intentó, no por primera vez, hablar con el otro hombre.
Jongin se quedó de piedra, no sabía qué. Su voz lo retaba a recordar algo; pero no era suficiente para lograrlo. Negando con la cabeza, su psiquiatra tomó este signo como una clara manifestación de su prolongado silencio y simplemente el doctor no podía quedarse con sus brazos cruzados, viendo como su paciente se negaba a cooperar.
—Señor Kim, creo que ya es suficiente —dijo seriamente—, le he dado tiempo prudencial para que se familiarice con este nuevo entorno. He sido paciente y he estado esperando que usted pueda compartir sus experiencias. Pero esta es nuestra tercera vez que nos vemos. ¿No cree que ya es momento de establecer una comunicación asertiva?
JongIn notó cómo el aura tranquila que proyectaba su psiquiatra, poco a poco era remplazada por una de desesperación que nunca antes había estado allí. Sus palabras se sintieron como pequeños alfileres que atravesaban su piel. Nuevamente una cierta sensación de familiaridad se insertó en su mente, la cual fue rápidamente olvidada, cuando la persona frente a él habló de nuevo:
—JongIn, perdón... señor Kim —Se autocorrigió, esta vez más calmado—. Sé que ya ha pasado por esta situación, me refiero a que anteriormente, el doctor Park fue quien lo diagnosticó con un trastorno psicótico. Según las evoluciones en su historia clínica, él fue quien inició su tratamiento desde su semana internado en el pabellón de salud mental, hasta las mejoras, debido al tratamiento farmacológico con antipsicóticos y especialmente debido a la psicoterapia; esto último le permitió disminuir paulatinamente la dosis de sus medicamentos.
El doctor, quien se había expresado sin ningún tipo de vacilación, como si lo estuviese leyendo, hizo una pausa y lo miró directamente a los ojos:
—Pero me temo que si usted sigue sin exteriorizar sus pensamientos en este consultorio, en poco tiempo se generará un retroceso en su salud mental, perdiendo los avances en su recuperación. Y sé que no quiere que esto suceda.
JongIn pestañeó sorprendido, y por un par de segundos no supo qué responder; así que, le dio paso al resentimiento y al temor para que contestara.
—-¡Vaya, lo tiene muy bien aprendido! —exclamó con cinismo—. Si algún día quisiera que alguien escribiera mi biografía, en la primera persona que pensaría, sería en usted. Dígame ¿disfrutó leyendo mis expedientes? —preguntó con una sonrisa ladina. Su mirada febril se cruzó con un enrojecido psiquiatra.
En ese momento reaccionó como si estuviera en otra piel, se dio cuenta que había perdido la poca cordura que le quedaba. Aquel hombre, una vez más tenía razón, su recuperación estaba en la cuerda floja, si continuaba sin hablar de sus asuntos o peor, siendo un completo imbécil reaccionando de esa manera frente a él.
Antes de que el doctor se dispusiera a responder, JongIn continuó:
—Perdón, yo eh —titubeó, llevando su mano hacia su nuca—. Yo he estado un poco estresado desde que me mudé a esta ciudad, no conozco a nadie, salvo a mi arrendatario y a usted... Supongo que todas mis frustraciones las descargo aquí. —Tomó una fuerte bocanada de aire y prosiguió—: Reconozco que usted tiene razón.
Esa última frase le había costado parte de su orgullo, pero creía que se lo debía a esa persona.
—No hay nada qué perdonar, por supuesto entiendo que se sienta estresado, no debe ser fácil empezar a vivir en una nueva ciudad, especialmente cuando se está intentando huir —indicó haciendo un pequeño énfasis en la última palabra.
Esa palabra, huir, no le había gustado a JongIn; sin embargo, decidió no discutirlo. Siendo sincero, nunca había huido, por el contrario —aunque a veces no lo quisiera—, se inclinaba más hacia la confrontación, y al estar en aquella ciudad era la oportunidad que estaba esperando para recuperar su vida y enfrentar sus temores. No era simplemente "huir" como lo había mencionado.
Al igual que en la semana pasada, el timbre sonó indicando la finalización de la consulta; pero a diferencia de la anterior, se despidieron educadamente, con la promesa implícita, que en la cuarta vez que se encontraran, hablarían de aquellas experiencias —reales o no— entre Kim JongIn y su autoproclamado depredador.
...
Diez minutos habían transcurrido desde que se encontrara solo, tomó una gran bocanada de aire como si no hubiese sido capaz de respirar en presencia de la otra persona.
Otra respiración más y ya sentía como poco a poco sus propios demonios se despertaban, ellos tomaron el control de sus manos, que en forma de puño terminaron en una pared, causándole una abolladura sobre esta.
Ahora, tan solo sus ojos reflejaban esa furia que había sentido un momento atrás.
Cinco minutos después, y ya con sus bestias controladas, abandonó el lugar.
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