Jazmín era muy buena trenzando cabello, pero ese día el peinad que le hacía a Básima quedo torcido.

—Creo que tendremos que buscarte a otra peinadora —se rindió.

—Descuida —rio su hermana —. Yo también estaría nerviosa si me anunciaran que me casaré pronto.

La princesa miró con ternura a su amiga y sintió culpa. Lo que mas quería era liberar a su pueblo, pero si eso pasaba, talvez tendría que sacrificar el modo de vivir de gente inocente.

—Básima ¿Eres feliz?

—Si —respondió sin dudar—. Mi madre es un poco estricta, pero me quiere y el sultán es... bueno, es el sultán.

—¿Aunque jamás se nos permita ver lo que hay afuera? —preguntó rehaciendo el peinado colocándose detrás de Básima.

—Creo que ese es la clave de mi felicidad. Si descubriera que hay personas allá afuera que no son felices. Entonces no me sentiría cómoda en la mía —respondió tristemente sabiendo claramente que las demás personas no eran afortunadas.

Jazmín se envalentonó por las palabras de su hermana y uso su magia para trenzarle el cabello por si solo mientras ella caminaba para verla de frente.

—Básima, tengo algo que confesarte.

Básima se sorprendió al sentir como le arreglaban el cabello sin que Jazmín se ocupara de la tarea. Giró la cabeza aterrada y pegó un grito al sentir que el cabello se le movía solo.