Capítulo 1
Los pasos apresurados creaban un eco tan profuso en todas las paredes, que a Hazimir le pareció que podrían despertar a los muertos de las tumbas que se encontraban en lo más profundo del palacio.
Detrás de los suyos se escuchaban unos más pequeños, pero igual de veloces.
Cuando terminaron de bajar hasta el último escalón de arenisca amarilla, tuvo que descalzarse las babuchas y ayudo a Jasmín a despojarse de los suyos.
A partir de ahí debían tener más cuidado. Pues el palacio estaba lleno de amplias salas abovedadas donde hasta una figura en medio de la noche podría ser fácilmente detectada por la guardia real.
Pegada a la pared se deslizó y echó un esperanzador vistazo hacia la puerta que daba al amplio jardín, pero sabía que no podían correr a él todavía. No sin la alfombra. No podría escapar a ningún lado sin ella.
Sabía que el sultán la había guardado bajo llave en alguna de las cámaras donde solía guardar los tesoros y las telas finas. Ahí no alentaría más los rumores acerca de que últimamente la salud mental del gobernante no era la mejor, pues veía magia y animales fantásticos; una alfombra voladora sería el colmo.
Sorteó entre las esquinas para evitar las pocas lámparas de metal que se encontraban encendidas, y se refugiaron en los rincones donde el resplandor de la luna no rebotaba con el naranja, rojo y fucsia de los grabados turcos en las paredes.
Un cosquilleo le recorrió el cuello cuando llegaron al salón donde había pasado tantos días jugando entre las joyas, las exquisitas telas y los vistosos cuadros. Días en los que su esposo confiaba aún en ella.
Sujetó con fuerza la mano de Jazmín mientras que, con la otra, aferraba la lámpara de aceite con miedo a llevarse de entre los tesoros otra vasija en su lugar.
Las manos le sudaron ante un mal presentimiento. La alfombra siempre venía cuando su ama le llamaba, pero no apareció mientras ambas recorrían los espacios vacíos entre las alhajas. Las fuerzas abandonaron sus piernas cuando la encontró, hecha una madeja de hilo amontonada en un rincón donde había sido desbaratada hasta el último punto. Y mientras se derrumbaba también caía con ella la única oportunidad de escapar de Agrahba.
Tomo rápido la lámpara y a Jazmín para salir pronto del lugar y recorrer las salas para traspasar el arco que daba al jardín. Sabía que no había oportunidad, pero aun así su corazón se contrajo cuando escuchó que todos en el palacio despertaban y la guardia comenzaba a ir tras la esposa del sultán.
Sin perder el tiempo, Hazid murmuró unas palabras a la lámpara y está desapareció al instante. Después miro a Jazmín y deseo con todas sus fuerzas que el conjuro también pudiera hacer desaparecer a su hija de carne y hueso.
Esa noche, fue la última vez que Jazmín vio a su madre.
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