Desagradables noticias
Iván descansaba desplomado en uno de los sillones del área privada de Arturo, con la cabeza reclinada en el respaldo bajo y un brazo sobre la frente, cubriendo a medias sus ojos cerrados.
Aunque la iluminación ámbar era tenue y agradable, el resplandor le molestaba. Su vientre brillaba aún por el sudor y el lubricante. Tenía que decirlo; hacía mucho tiempo que no se sentía tan cansado.
Si fuera solo él, al terminar se hubiera vestido e ido a casa de inmediato para comer y dormir hasta bien avanzada la mañana siguiente. Y tal vez, entre la cena y el sueño, abrazar el desnudo cuerpo de Gabriel. Le hubiera tomado de nuevo pero despacio, besándolo entero para disfrutar de su sabor.
El sonido del agua en la regadera se detuvo y Gabriel emergió de entre una nube de vapor, húmedo y con el cabello escurriendo. Con una toalla roja se secaba el pecho y el rostro. Tenía una sonrisa de ángel. Libre de cansancio, parecía entusiasmado por salir y divertirse hasta el amanecer.
Se acercó a lo suficiente. Algunas gotitas frías cayeron sobre su pecho y vientre. Iván no protestó por ello, solo retiró el brazo de su rostro. Gabriel lo interpretó como una invitación; apoyó una rodilla, después la otra y lo montó a horcajadas.
Encontró la manera de inclinarse mejor, de apretarse contra él y lo rozó despacio, quería incitarlo. No tuvo que esperar casi nada; Iván respondió, se lanzó por su cuello para morderlo y chuparlo.
¡Adoraba hacerle el amor recién salía de la ducha! Era fresco, como beber agua de un río en la montaña.
Deslizó sus caricias por la espalda hasta los glúteos en donde halló bordes irregulares. Al roce, recibió un siseo.
Eso no detuvo su deseo; tenía mucho de excitante saber que él mismo le había dejado esas marcas, pero frenó la inminente embestida de su apetito renovado, lo miró a los ojos para detectar con exactitud, cuánto dolor le había impuesto.
—¿Te duele?
En definitiva, su Xosen no sufría por eso. Le sonrió con gentileza.
—Un poco, pero me gusta. Fue intenso y excitante. Gracias por eso.
De todos los posibles futuros inmediatos, el que más deseaba era tener a su amante en la penumbra de su habitación. La luz de la luna se colaría a través de los enormes ventanales de su desván y lo haría parecer la estatua de un ángel mientras dormía. Lo que tenía de demonio solo aparecía cuando despertaba con ese ánimo chispeante para hacer toda clase de travesuras.
Como justo, en esa ocasión.
—La noche es joven, mi Xosen. ¡Vamos! ¡Abrázala conmigo! Nos perderemos en las aventuras que nos tiene reservadas —. Ante el discreto mohín que Iván trató de borrar, le acarició el rostro—. Lo que necesitas es un baño caliente y una cena. Te vas a sentir mejor.
De un salto hacia atrás se levantó y de un tirón, lo sacó del sillón. Iván se precipitó en sus brazos, con intenciones de continuar el beso de minutos antes.
—¡Ah, no! ¡Si sigues por ese camino, no saldremos de aquí y yo tengo ganas de hacer muchas cosas! ¡Anda, muévete!
Con cierta desgana, Iván se dejó guiar al baño, solo para admitir que tenía razón; el agua caliente se llevó su cansancio y esa cierta tensión que mantuvo el día entero.
Fue increíble que todo saliera bien. Logró su cometido y Gabriel estaba vibrante, lo que no era de extrañar; con cada persona absorta en él, chorros de las más gratas emociones ligadas al sexo y oleadas de lujuria estuvieron disponibles para nutrirse de ellas. Algo que, como Edénnari, su Xosen necesitaba tanto.
Por varios días rebotaría lleno de vitalidad hasta la siguiente gran idea loca que le cruzara por la mente. ¡La noche fue perfecta! Ambos la disfrutaron como el diablo.
Su origen era el mismo y compartían un destino en común, pero sus necesidades al respecto eran un poco diferentes.
Si fuera una droga, Gabriel hubiera sido un adicto sin remedio, mientras que Iván apenas un consumidor asiduo. Esa era la razón por la cual se esforzó tanto para no revelar su rostro. Toda la atención y el deseo de la multitud era para Gabriel. Y también era el porqué estaba dispuesto a seguir la parranda esa noche y el resto de su vida. Era lo que requerían los anclajes de su Xosen.
Mientras se enjabonaba, volvieron a su memoria los ojos bonitos de una mujer. La única presente en el club.
La descubrió al subir a la pista. La observó a ratos, la miraba mientras torturaba un poco a Gabriel. Tenerla como testigo fue más excitante. Ella era diferente; bonita, menuda y con el cabello negro hasta los hombros.
¡Y sus expresiones! Desde la reprobación, la sorpresa, la ira y el deseo, cada una bien legible en su lindo rostro.
Pudo ver el anhelo en su mirada. Quería a Gabriel y al mismo tiempo, estar en su lugar. Ambas cosas eran aceptables para Iván.
Por si fuera poco, esa chica le resultaba aún más especial.
Algunos llamaban "cristal" a la gente como ella: humanos, peeo menos animales que el resto. Empáticos y conectados con su entorno. A veces un tanto inadaptados. Sensibles. De un modo primitivo, podían llevar a cabo cierto tipo de vinculación. Estar con ellos era increíble.
Gabriel lo sabía de cierto. Y después de observarla un rato, Iván comenzaba a creerlo. La mirada de la chica conectó con la suya. Su propia excitación llegó a un punto increíble.
Ella, con su cándida presencia, mejoró toda la experiencia.
¡Fue tan poderoso...!
—¿Piensas terminar de ducharte este mes?
Iván rio. Sí que se había perdido en sus pensamientos. Cerró el agua y abandonó la regadera. Lo que dejó tirado en el piso ya no estaba. En cambio, encontró una muda de ropa y sus efectos personales de higiene.
Iván era más bien desordenado, mientras que Gabriel prefería ser escrupuloso para la limpieza. Era una ráfaga que ponía orden por donde pasaba, sin reclamos ni exigencias y con la misma vitalidad y alegría que hacía todo lo demás en la vida. Por ese motivo, jamás tenían problemas. Y por ningún otro tampoco.
Con el baño, la fatiga se había ido. Y consideraba aún si salir de fiesta con mucho alcohol, música y estruendo, era mejor que la paz de su desván. Lo que deseaba de verdad era poseer a Gabriel. Ya mismo.
Haría lo que su loca pareja quisiera. Incluso lo de la cabra.
Aunque, siendo sinceros, dejaría a los caprinos por fuera de sus planes de esa noche. Y de todas las que tuviera por delante, el resto de su vida.
Se olvidó de la mujer y del repugnante recuerdo con cuernos y salió. Encontró a su compañero a medio vestir, sentado en el sillón. Ya tenía puestos los jeans y un par de mocasines color marrón.
A su lado esperaban el resto de sus prendas.
Iván se detuvo frente a él. Su miembro a cinco centímetros de la hermosa boca de su Xosen, endureciéndose. En la punta podía sentir el cálido aliento. Jugaba, quería ser un poco molesto, pero bien sabía que aquél siempre estaba dispuesto. Solo era necesario tentarlo. La desatada libido de Gabriel no tenía fin. Dejó su labor de vestirse a medias, tomó la erección con ambas manos y comenzó a frotarlo.
El deseo chisporroteaba en su mirada.
Las sensaciones invadieron su sistema nervioso, estremecimientos y largas ondas de placer que le obligaron a cerrar los ojos, aspirar bocanadas más profundas de aire. Y Gabriel lo introdujo en su boca, como si consumiera algo exquisito.
Comenzó a respirar con dificultad. Aquella lengua no daba tregua y las ondas eran ya impactos, reventándole las puntas de los nervios. Estremecido, con el vello del cuerpo erizado a cada pequeña mordida, succión o caricia, vibraba. Se sentía pulsante; vivo.
La suprema estimulación erótica, al punto máximo, solo por compartirla con ese hombre; unión y sexo.
A ojos de un testigo, de haber alguno, quizás el tenue resplandor de su piel hubiera pasado desapercibido. Un simple efecto visual de la luz o del agua.
Pero estaba ahí, como un eco olvidado de su naturaleza perdida. Gabriel también resplandecía. Y era algo que pasaba al darse una total entrega entre ellos.
No ocurrió en la pista porque se hallaban concentrados en sus roles y había demasiada gente involucrada. Pero a solas, aunque fuera una habitación ajena en el más sórdido club de ese lado de la ciudad, ambos se pertenecían y su vínculo destellaba.
Gabriel hacía de la felación un arte; podía engullir una longitud completa, la de él y la de cualquiera, después de tantos años de práctica constante.
De la nada, se interrumpió para mirar a los ojos a Iván, como si hubiera recordado algo divertido.
—¿Te fijaste en la mesa de la segunda fila, frente a la pista?
Eso rompió el hechizo en el que se hallaba. El leve resplandor se apagó e Iván sonrió.
Deslizó la mano por la nuca de Gabriel para instarlo a continuar. Sabía quién estaba en esa mesa. Era la mujer de los ojos bonitos. Pero no podía importarle menos en las circunstancias en las que se hallaba.
—No.
Gabriel sonrió y volvió a lo suyo. No tuvo compasión; atacó con maestría. Las sensaciones se acumulaban y disparaban por todo su cuerpo, muy cerca de esa pequeña muerte llamada orgasmo. Un intenso calor en el interior de su saco nació para dispararse como relámpagos por todo su ser. Su cerebro, sacudido tal si fuera un trapo, dejó de funcionar, lo mismo que sus pulmones y su corazón que, por espacio de unos segundos, los más preciosos que se pueden vivir, latió como el aleteo de un colibrí.
Su amante terminó de beber de él, de rodillas y aferrado a sus glúteos con ambas manos. Iván sentía los movimientos de su pecho en los muslos. ¡Cómo quisiera poder hacerlo todo de nuevo, en ese mismo instante!
Fue limpiado con mucho cuidado, en atención a la sensibilidad posterior al clímax. Un beso final le fue dado, como si el chico que acababa de complacerlo agradeciera el privilegio de recibir su líquido sagrado.
Iván volvió a sonreír. Le gustaban esos detalles de su compañero.
—Era Eduardo Sánchez.
Fue como frenar en seco. El bienestar post coital se esfumó.
—¿Es una broma?
—¡Claro que no!
Gabriel se puso de pie con un ágil movimiento, sacudió sus rodillas. Mientras tomaba un suéter negro y se lo ponía, relató los hechos.
—Llevé a unos inversionistas a comer al Bistró, el que abrieron junto al Corporativo. ¡Y nos encontramos ahí de casualidad! Le dije que estaríamos aquí, esta noche. ¡Y mira, sí vino con unos amigos!
Terminó la idea al tiempo que acabó de vestirse. Su tono despreocupado cambió a uno reservado.
—¿Te molesta que lo haya invitado?
—No sé qué decir. Sabes lo que pienso y siento.
De su inflexión, nada se podía deducir. Era seria, pero no molesta. Gris, sin ser indiferente. Gabriel intentó explicarse un poco más.
—Lo sé. ¿Y tú recuerdas que mi voluntad es tuya?
—Por supuesto. La mía te pertenece. Quieres verlo, ¿no es así?
Gabriel sonrió y asintió.
—Entonces ve —dijo. De nuevo, su rostro inexpresivo no revelaba emoción alguna.
—¡Vamos, ven conmigo! Y ponte guapo. Te espero abajo.
Tomó su chaqueta. Con pasión, abrazó y besó a Iván, dando todo de sí en ese breve contacto. Al separarse, le guiñó el ojo y salió, sin decir nada más.
El rubio volvió al baño por sus cosas, se puso una camiseta negra con una gran calavera roja estampada al frente, mientras pensaba en la repentina aparición de Eduardo.
Un rosario de maldiciones brotó de sus labios de manera continua. Lo que menos quería era ir y ser educado con ese tarado. No obstante, Gabriel deseaba saludarlo. Y eso era todo; Iván haría cualquier cosa que hiciera feliz a su Xosen.
Ni siquiera se miró al espejo; solo se acomodó el cabello, casi seco y se puso los mismos pantalones que traía antes, zapatos y una chaqueta de piel negra. Instaló en su expresión una calculada distancia y seriedad.
Ese estúpido no tenía por qué saber el miedo que ya le estrujaba el corazón.
Recordó el tiempo que estuvo en sus vidas, como se tiene en la memoria cruzar un desierto en solitario. ¡Qué difícil fue su día a día! Hubo ocasiones en las que sintió que no podría seguir adelante.
"Nada bueno saldrá de esto" pensó. Y salió de la habitación, con paso lento y sin hacer ruido.
Nadie hubiera notado su desánimo.
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