Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Cacería


Otra visita relámpago, pero esa sería la última vez que estuviera en ese departamento.
Entrar, cargar las cajas restantes en el auto y alejarse para siempre. Ese era el plan.

Erick acomodó la última caja en el asiento del copiloto sin esfuerzo, pero lo hizo porque el dueño del departamento llevaba la mano en un cabestrillo. Por la atención, Eduardo intentó darle una propina. Pero el conserje la rechazó como siempre, sin levantar la vista.

El aún propietario no insistió. La primera vez que lo vio, era un joven lleno de vitalidad, de risa fácil, de modales refinados y una luz interior cegadora. Ese día parecía estar mal; se veía desaliñado, distraído, más delgado, pálido y con ojeras.

Pero de todas maneras le gustaba mucho.

Supo por el administrador del edificio que ese chico era Contador Público. Que había estado viviendo con un alto mando de la policía de investigaciones, Pero al parecer habían terminado y ahora pretendían vender el departamento que ya estaba vacío.

Los dos sacaron sus cosas, haciendo visitas en turnos distintos. El policía había sacado los muebles en un camión de mudanzas el fin de semana anterior.

Erick se limpió la mano en el pantalón de su mono de trabajo y la ofreció al Contador. Eduardo no era un tipo pretencioso, de manera que sonrió y le agradeció sus atenciones. También le dio una lista de instrucciones verbales, que ya estaban escritas en una hoja que le entregó.

Erick contestó "sí, señor" a todo, sin tener idea de qué diablos hablaba el hombre. Contemplaba absorto sus ojos. Un gran sufrimiento brotaba de ellos y era hipnótico. Le resultaba tan atractivo, que no podía esperar más para tenerlo y poseerlo. Por lo general, esa mirada aparecía en las personas "después" y no antes de conocerlas.

El chico subió a su auto y se fue para siempre. En un mundo en el que Erick no estuviera, jamás volverían a verse.

El joven conserje entró en el edificio y se sentó en su escritorio. Parecía feliz y permaneció un largo rato sin moverse, sonriendo, como si estuviera perdido en pensamientos excitantes. Alguien gritó en la calle y el ruido le devolvió al presente. Desdobló la hoja que le chico le entregó, anotó en ella: "Instrucciones D802". Se estiró y de un salto lleno de entusiasmo se levantó para ir a la oficina del administrador. Por fortuna, el inútil estaba ahí y no tendría que esperar.

Aunque dadas las circunstancias, podría irse sin más. ¿A quién le importaba?

—Buenas tardes, señor Gallardo.

—Muchacho. Pasa. ¿Quieres café? Hace un poco de frío.

—No señor, muchas gracias —. El entusiasmo, la apariencia feliz y vigorosa fue remplazada por un aire de vulnerabilidad y timidez apenas cruzó el umbral de la oficina. Era como un camaleón pasando del rojo al negro.

—¿Qué necesitas, hijo?

—Esto es lo que dejó el señor del departamento D802 —dijo, poniendo la hoja frente al administrador—. Y le aviso que tengo que irme. Por los problemas de salud de mi mamá. Necesito ir ahora con ella y me va a ser difícil venir todos los días. No tengo con quién dejarla. Perdone por no darle unos días de preaviso, pero se puso mal de repente. Esperaba que estuviera bien.

—Entiendo muchacho, la familia es primero.

Firmaron una renuncia en menos de diez minutos. El tipo no era alguien que se ganara el odio de la gente. En algún momento pensó en llevarlo consigo. Pero descartó la idea. Tenía un proyecto mucho más interesante. Tomó su mochila y se quitó el horroroso mono azul de trabajo. Su ropa era sencilla.

—Siempre tendrás aquí la puerta abierta, Erick.

—Gracias, señor Gallardo. Fue agradable trabajar con usted —pensó. El pobre zoquete no tenía idea de lo que era "agradable" en el trabajo para Erick. Tenía buena suerte, eso era seguro, de no averiguarlo.

—Si regresas, aunque no tenga tu puesto, a ver dónde te acomodo. La gente como tú es muy valiosa; responsable, limpia, honrada...

"Bla, bla, bla", pensó Erick. Si el tipo no se callaba en un minuto iba a reconsiderar la idea de subirlo a su mesa de trabajo.

Le dedicó la más inocente sonrisa de incertidumbre, como si ahora fuera a enfrentarse a un mundo peligroso y desconocido. El señor Gallardo le dio un ligero apretón en los hombros, para darle ánimo. Con su mochila en el hombro, salió del edificio, dejando atrás la farsa del muchachito trabajador.

Había sido una locura perder mes y pico trabajando en ese lugar. Era la magia de un cristal. A cualquier otro lo hubiera levantado en las primeras doce horas, pero era tan excitante rondar, acechar y vigilar al muchacho, que se vio reducido a ser un empleado, algo que nunca en su vida había sido.

Conforme caminaba, iba perdiendo la apariencia de timidez. De su mochila sacó unas gafas oscuras de diseñador y un teléfono costoso, imposible de costear para un conserje de edificio. Marcó un número y esperó, mientras hacía parada a un taxi para que lo llevara dos kilómetros al sur, hasta un estacionamiento en donde su camioneta esperaba.

—¿Qué se le ofrece, patrón? —respondió una voz extraña, lenta, del otro lado de la línea.

—Di a... Bueno, di a quien sea que investigue la dirección del Contador Eduardo Sánchez, cuya dirección de oficina es Florencia 10, no recuerdo qué piso. No quiero alboroto ni sangre. Sean discretos.

—Sí, patrón.

La llamada se cortó. Erick estaba acostumbrado a ese nivel de servilismo por parte de otros.

Llegó al estacionamiento y recuperó su jeep, una Wrangler de modelo no reciente, que no renovaba porque le gustaba. Había dejado todo descuidado por estar haciendo el idiota en ese edificio. Y no era como si tuviera alguna responsabilidad en la vida, algo de qué encargarse o un compromiso de cualquier tipo. Podría en ese mismo instante tomar un vuelo a Asia y quedarse allá haciendo maldades por cincuenta años sin que nadie lo extrañara o hiciera falta de alguna manera. Pero quería ir a casa. Quitarse esa inmunda ropa de pobre y ver a "su mamá enferma".

Su relación con Yao era todo lo cercana o lejana como lo necesitara. Su preceptor estaba siempre ahí. Y al mismo tiempo nunca estaba, nunca intervenía, opinaba o calificaba sus acciones o falta de ellas. Pero suponía que, dentro de su humana experiencia, podría llamar a ese sentimiento de echar un poco en falta: extrañar.

TomóAvenida Insurgentes con dirección al Norte. Era hora de la diversión.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro