Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Ayuda.

A más de veinticinco kilómetros del lugar en donde Gabriel era retenido, Iván despertó, alarmado.

Sintió una fuerte impresión de poder revelado a través de su vínculo. Fue tocado con tanta fuerza, que temió perder el sentido.

Cerró los ojos para protegerse de la intensa luminosidad que, por un momento, pensó que emergía de aquella fuente de poder pero que no era más que el sol entrando por una ventana directamente sobre su rostro.

Quiso girar y esconderse bajo la almohada, pero no podía.

Sus brazos y piernas estaban atadas y extendidas formando una X.

Confundido, levantó la cabeza para comprobar qué pasaba.

¿Dónde está Gabriel?
Tal vez, si fuera tan amable de cerrar las cortinas, podría ver mejor en dónde estaba. En su desván, evidentemente no.

También le podría alcanzar un vaso con agua y explicarle por qué sentía como si le hubieran batido el cerebro y por qué lo ataron a la cama.

—¿Estás bien? ¿Necesitas algo? —le preguntó una voz lejana.

—Mucha luz. Agua... —balbuceó. Le dolía la cabeza, el rostro y los brazos. Una mano suave le irguió la cabeza para proporcionarle una deliciosa y reconfortante frescura. A los pocos sorbos se sintió mejor.

Después, la oscuridad invadió la habitación. Por fin pudo abrir los ojos sin sentir que se los quemaban. Lo primero que vio fue un rostro querido y que había echado de menos como no se había atrevido a confesar.

—¿Ann? ¿Qué haces aquí?

—Vine a ver si ya habías despertado. Se supone que también te vigilo.

—¿Vigilarme?

—Ya amaneció, así que te voy a soltar aunque Esteban dijo que no lo hiciera. Pero no puedes estar atado como animal. ¡Él es el animal...!

Ana abrió las esposas que lo mantenían prisionero mientras seguía insultando a su mejor amigo con murmullos.
Iván pudo sentarse. Acariciaba  sus muñecas mientras Ana daba un masaje a sus tobillos. Se sentía aturdido y débil.

—¿Por qué todo da vueltas?

—Lo siento mucho. Esteban te inyectó algo para que durmieras porque no estabas cooperando. Dijo que era eso o tundirte a golpes y yo preferí el sedante —. Su voz sonaba avergonzada.

Iván trató de situarse en lo último que recordaba. Terminaba de vestirse en su desván, casi listo para salir con Gabriel, pero él  llamó para cancelar. Pudo sentir su miedo, a pesar de sus intentos de esconderlo, para no causarle preocupación. Salió a buscarlo, guiado por su vínculo y luego...

—¿Dónde está Gabriel? —preguntó, con una espantosa sensación de temor creciente. Ana lo miró. Parecía triste. Tenía oscuros círculos alrededor de los ojos.

—No hemos sabido nada de él todavía —. El recuerdo llegó. Estaba con alguien. Y esa persona se lo llevó. Lo peor fue su tono de renuncia, como si su adiós fuera una despedida permanente.

Trató de levantarse, tenía que salir y buscarlo donde quiera que estuviera. El dolor estalló en su cabeza. Pero eso no lo detendría. Pese a las protestas de Ana, salió de la habitación.

***

Esteban entró a la cocina para desayunar. Tenía la intención de tomar café y cuatro huevos revueltos y largarse a trabajar. Eduardo seguía durmiendo y suponía que Ana también. Y el rubio idiota estaba preparando café. Apenas se acercó, Iván, sin decir palabra, le alargó una taza.

Todavía tenía un par de buenos moretones en el rostro, pero nada parecido a lo que tiene alguien al otro día de recibir unos merecidos puñetazos. Apenas tenía junto al ojo y en la quijada una tonalidad violacea y amarillenta. A ese paso, por la noche iba a estar como si nada el desgraciado.

Gruñó un agradecimiento y aceptó el café. Contempló la cocina pensando su plan de acción, pero Iván, aún en silencio, sacó una cebolla, un par de chiles verdes y el cesto de huevos del refrigerador, los dejó sobre la mesa y regresó a la silla alta en la que había estado antes.
Esteban se extrañó. Era como si le hubiera leído la maldita mente.

—No, muchas gracias —dijo Iván, de pronto—. En general no desayuno nada más que café.

En efecto, ya que el asno había sacado los materiales y preparado el café, y solo por educación, estuvo a punto de ofrecerle preparar su desayuno.

Iván se levantó, sacó una sartén de los anaqueles inferiores y la colocó en el fuego, lo encendió, dejó caer una gota de aceite y luego un buen trozo de mantequilla. Tomó un plato hondo y un tenedor, los dejó junto a los huevos y regresó a su silla. Ni siquiera miraba a Esteban. Tampoco sonreía.

Esteban lo miró con indignación. ¿Eduardo le había dicho que así le gustaban los huevos?

—No he hablado nunca con Eduardo. Y Gabriel nada me ha dicho sobre ninguna de tus preferencias. Lo juro.

Se levantó de nuevo, sacó la azucarera de la alacena y la puso junto al café de Esteban.

—Hoy solo una porque tienes ganas de que sepa un poco más amargo.

—¡Para! ¿Qué haces? —exclamó Esteban, nervioso y descolocado.

—Solo te facilito las cosas.

—Pues no lo hagas.

Esteban comenzó a preparar los huevos. Con todo a la mano como lo dejó Iván, fue muy rápido. El rubio le acercaba lo que necesitaba, como la pimienta o la sal, en el momento justo. En pocos minutos tenía su desayuno en el plato, pero faltaba...

—En el anaquel de la izquierda. Es tostado.

—¿Cómo haces esa mierda?

Esteban, que no se dejaba impresionar, tenía los ojos sorprendidos. Y su hostilidad había desaparecido del todo.

—Te lo diré, si me ayudas a encontrar a Gabriel.

Esteban apretó los labios. Lo miró intensamente. Abrió la puerta del anaquel y encontró medio paquete de pan tostado.

Ana nunca lo guardaba ahí ni él tampoco. Tal vez el rubio preparó todo, pero no tenía modo de saber que ese día no quería azúcar o que le gustaba freír la mantequilla en aceite antes de agregar la cebolla.

—Vas a tener que presentar una denuncia, de persona desaparecida.

—No puedo levantar una denuncia. Tiene que ser muy discreto.

—Ya sabía que estaban metidos en una mierda sucia. ¿Que es? ¿Narcotráfico? ¿Prostitución? ¿Trata de personas?

—Te juro que no es algo sucio. Solo complejo. Te lo contaré todo, ¿está bien?

—Bien. Iremos a la comandancia en cuanto termine de desayunar.

Iván apuró su café, se levantó e hizo una pequeña reverencia. Salió de la cocina. Volvió un momento después con un paquete de galletas de chocolate.

—Para tu café.

Esteban entrecerró los ojos. ¿Cómo podía saber eso? La noche anterior llevó galletas de chocolate a Ana. Ella no tenía ganas y las guardó. Y acababa de recordarlas, pensando donde las habría metido Ana.

—Das grima.

Iván sonrió.

—Tú también comienzas a caerme bien.

Y salió, dejando al policía confundido, aunque también un poco divertido por su manera de llamar la atención.

***

Una reja color verde rodeaba el edificio y su explanada. En ella, decenas de hombres conversaban entre ellos, caminaban en grupos o cruzaban apresurados las puertas de cristal de apertura automática.

Más allá estaba la recepción y varios hombres con armas largas vigilando el acceso. Esteban entró mostrando su identificación, pero Iván tuvo que pasar por el detector de metales, registrarse, dejar una identificación y permitir que una cámara de reconocimiento facial almacenara su imagen con hora y fecha.

Subieron por las escaleras centrales hasta el segundo piso y se dirigieron al pasillo de la derecha. Había otro pasillo igual a la izquierda y en medio de ellos, una estatua de San Judas Tadeo tamaño natural.

Entraron en la primera oficina.

Amplia, con dos escritorios metálicos y un sillón de plástico café que no combinaba para nada con las paredes azules. Dos mujeres de aspecto recargado, con demasiado maquillaje y sumando entre las dos al menos ciento cinco años, escribían en máquinas que Iván recordaba de muchos años atrás. Eran piezas de museo, pero aún prestaban servicio en una oficina gubernamental.

Una de las secretarias, la que tenía el pelo rojo zanahoria, tomaba dictado de un hombre joven, alto y fornido, vestido con elegancia. Había otros hombres, un par en el sillón, algunos de pie y los demás cerca de la puerta.

Todos se cuadraron y guardaron silencio cuando Esteban entró.

El Comandante Robledo era considerado por sus hombres como su superior y la obediencia que profesaban era genuina. Iván pudo percibir el verdadero respeto y subordinación que sentían. No fingimientos.

—¿Qué carajo están haciendo aquí todos? ¡Lárguense a trabajar!

Los hombres salieron en fila después de repetir "Sí, señor".

—Roberto, entra a la oficina. Tengo algo para ti.

El joven interrumpió el trabajo que hacía con la secretaria del pelo zanahoria y se cuadró, para dejar pasar a su comandante. Esteban dejó entrar primero a Iván, después a Roberto y cerró la puerta detrás de él.

No era una oficina lujosa, pero estaba bien. Alfombrada, con escritorio de madera, credenza a juego, pantalla plana más ancha que la puerta, ventanales con vistas a la explanada que cruzaron para entrar.

Iván supuso que a eso podían llamar un buen estatus, en ese medio.

Esteban tomó asiento en su ostentosa silla que tenía botones en uno de los apoyabrazos. Para masajes, supuso Iván. Si no hubiera estado tan preocupado por la ausencia de Gabriel, le hubiera resultado divertido.

No les invitó a sentarse. Ni siquiera parecía importarle su presencia. ¡Era tan rudo! Y todos parecían sentirse cómodos con su actitud.

—Iván, él es Roberto Aguirre, el cabrón más confiable que tengo. Es de esta nueva generación de policías, tiene una licenciatura en no sé qué madre y está estudiando una maestría en quién sabe qué cosa.

Iván disimuló la risa. Esteban de verdad era entretenido.

—Rob, este de aquí es Iván Albarichi, es un desocupado bueno para nada, cuyo propósito en la vida es incordiarme.

Roberto también sonrió sin entender de qué iba la cosa. Extendió la mano y los dos se saludaron con cortesía. Observó los moretones en el rostro de Iván y los nudillos hinchados en su Comandante, pero no hizo gesto o pregunta alguna al respecto.

—Pongan sus culos en las sillas —. Cuando los dos tomaron asiento, Esteban sacó un cuaderno. Roberto sacó una pequeña libreta del bolsillo interior de su saco y una pluma costosa. Iván apoyó los codos en sus propias rodillas. Podía sentir que Gabriel estaba bien. Por eso se lo estaba tomando con calma.

—Ayer, en la calle Mérida en el callejón de la Iglesia de Santa Soledad, alrededor de las dos mil cien horas fue secuestrado Gabriel Sousa. Iván, danos la filiación de la víctima, por favor.

La palabra víctima no le gustaba. Pero comenzó a describir a Gabriel.

—Veintinueve años, un metro ochenta y ocho centímetros de altura, ochenta y cinco kilos. Tez apiñonada —sonrió—. Ojos castaños, pestañas... —y guardó silencio al ver que los dos habían dejado de escribir. Corrigió el rumbo. Querían la filiación, no el milagro que para él era contemplarlo—. Nariz recta respingada, cejas finas y largas, labios torneados y llenos, pómulos altos, sin cicatrices evidentes.

Roberto cerró su cuaderno y se puso de pie.

—Señor Albarichi, ¿tendrá una fotografía reciente del señor Sousa?

Iván negó. Ninguno de ellos se tomaba jamás fotografías.

—No se va a abrir carpeta de investigación de este caso —. Roberto parpadeó, pero asintió—. Dale prioridad y hazte acompañar de algún cabrón listo y  confiable como tú.

—Sí, jefe. Pero puedo hacerlo solo también.

—Lo sé —. Esteban se inclinó sobre el escritorio y susurró hacia Roberto, que también de había inclinado hacia su jefe—. Este caso me interesa personalmente. Tengo la impresión de que no iban a llevarse a Sousa, sino a Eduardo. Sousa intervino y lo levantaron a él.

Roberto se mostró preocupado.

—¿A Eduardo? ¿Se refiere a...?

—Sí, Rob. A mi pareja.

—Entiendo, señor —susurró Roberto. A Iván no le pasó desapercibido cierto desasosiego después de recibir esa información que, sin embargo, ocultó tras una máscara profesional—. Tendré que hablar con el señor Sánchez, entonces.

—Sí. Debe estar en la casa de Ana. Te mandaré los datos. ¿Traes algo importante ahora?

—Ayer hicimos tres puestas a disposición. Las entregué hoy a las ocho de la mañana. Una más de hace un rato con Vicente. Rosy me está ayudando a terminarla.

—Que la terminé Vicente, Rob. Tú enfócate a encontrar a Sousa y mantenme informado.

—Sí, señor. Con su permiso, señor Albarichi.

Roberto salió sin ningún otro comentario. Iván seguía sonriendo

—¿Qué es tan gracioso? —preguntó Esteban. Sus tratos eran incluso más brutos, pero había perdido todo el veneno. No había hostilidad.

—Nada—. Levantó las manos en señal de inocencia —. Solo que no te había visto en el papel de Jefe. ¿Tus hombres no tienen problema con tus preferencias?

—No tengo idea, pero si cualquiera de esos perros lo tiene y se atreve a decir algo que no me guste, será lo último que le pase por la lengua antes de que se la arranque —. Lo miro ceñudo —. No sería la primera ni la última vez que... bueno, no tiene importancia. Me conocen. Ninguno de ellos es tan pendejo como para meterse conmigo.

Iván rio de buena gana ya sin reprimirse, haciendo una pequeña reverencia en su dirección. Esteban se ganaba su respeto a pasos agigantados. En una hora, también él le diría "Sí, señor".

—Bueno, si acabaste ya de divertirte, deja el suspenso en el que me has tenido toda la mañana. Aquí nadie nos va a interrumpir hasta...—. Oprimió el botón del interfono y gruñó—. ¡Que nadie me interrumpa, no me pases llamadas y no digan a nadie que llegué hasta dentro de dos horas!

La voz metalizada respondió "sí, señor".

—Comienza —dijo.

Iván se levantó y caminó por la oficina. Apreciaba los detalles al mismo tiempo que ordenaba sus ideas. A un lado de la televisión había una puerta y al abrirla, se dio cuenta de que era un amplio baño, donde había un sofá cama, un pequeño armario y la cantina más pequeña que él hubiera visto jamás. Encima de la mini barra había una botella de cognac a la mitad.

—¿Puedo? —preguntó a Esteban con la botella en la mano. Él asintió. Se levantó para entrar al baño a sacar dos copas del gabinete de la parte superior de la mini cantina. Sirvió un generoso trago para cada uno. Entregó su copa a Iván y lo guió de nuevo a la oficina, impaciente. Lo sentó, oprimiendo su cuello.

—Te vuelves a parar de aquí —susurró, con el rostro detrás de su oído—, y te puteo, cabrón. Detesto el misterio —. Volvió a sentarse. Respiró profundo y colocó el trago y los codos en el escritorio, con las manos en cúspide, procedió a escuchar.

—Ahora, escupe.

—De acuerdo —tomó un buen sorbo y dejó su vaso en el escritorio. Iván no solía ponerse nervioso con facilidad, pero Esteban podía ser realmente intimidante en su papel de fuerza del orden y el tema era complicado—. Mira, comandante. Nosotros, Gabriel y yo, no somos lo que crees —dijo Iván.

—¿Para esa mamada tanto suspenso? —dijo con una ceja arqueada.

—Espera, empecé mal. Déjame intentarlo de otra manera.

Se talló los ojos, tratando de encontrar alguna forma que le permitiera explicar...

—No soy humano.

Esteban lo miró inexpresivo durante un rato. Luego sonrió.

—Esto va a ser divertido —comentó con sarcasmo, en voz baja—. Das por hecho que yo creo que eres un humano —. Soltó una risotada seca—. ¿Sabes? Estás empezando a caerme bien.

—Esteban, ni Gabriel ni yo hemos revelado esto. Gabriel quiso decir la verdad a Ana, pero al parecer cambió de opinión. Es algo complejo de explicar. Por favor, tómalo en serio.

—Está bien, niño. Te escucho. En este trabajo he visto cosas increíbles, así que no me asustas. Entonces, quedamos en que eres extraterrestre. ¿Qué más?

Iván suspiró.
¿Cómo iba a lograrlo?

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro