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26 de septiembre de 1995
Fred Weasley caminaba por el pasillo del quinto piso luego de salir de una de sus clases de defensa contra las artes oscuras, dirigiéndose hacia su sala común para usar su rato libre durmiendo y luego probando productos nuevos que estaban testeando con su hermano gemelo.
Pero el destino no quería que hiciese eso. Por lo que cuando pasó frente a una puerta abierta de un salón vacío, fue arrastrado mágicamente hacia dentro. La puerta se cerró tras de sí.
Se giró con rapidez creyendo que alguien le estaba jugando una broma pero se encontró con Deneb Malfoy esperándolo sentada sobre uno de los pupitres.
— ¿Ahora tú me secuestras? —preguntó él con una sonrisa ladeada. Ella se rió.
— Sí, a veces me toca a mí —Fred negó con la cabeza y dejó caer su morral al suelo. No dudó ni dos segundos en acercarse hasta Deneb. Colocó ambas manos sobre el pupitre, al costado del cuerpo de la chica y arrimó su cabeza más cerca de su cara, siempre manteniendo contacto visual con sus ojos azules.
— ¿No tienes clase de adivinación a esta hora? —murmuró, con tono divertido.
— Recuerdas más mis horarios que los tuyos. Debería usarte de recordadora —Fred sonrió, una vez más.
— Recordatorio para Deneb Malfoy —dijo imitando una voz como si fuese una especie de radio. Ella tomó su corbata roja de gryffindor, que colgaba algo suelta del cuello del pelirrojo, y lo atrajo más hacia su cuerpo.
— Dime, ¿De qué me estoy olvidando? —le susurró.
— De mi dosis de besos diarios —respondió, terminando de acortar la brecha entre ambos juntando sus labios durante unos segundos. Se separaron, se miraron con deseo la boca y entonces Deneb lo acercó aún más tomándolo de la nuca, como queriendo que no se volviese a escapar, ni que se fuese de aquel lugar.
No pasó mucho tiempo para que Fred cambiase sus manos de posición y las apoyara sobre los muslos de Malfoy, acariciándolos con suavidad por encima de las medias negras.
Cada día perdían un poco más la cabeza el uno por el otro, pero no se atrevían a dar pasos más largos por temor a salir lastimados. Porque ambos sabían que tenían todas las de perder.
5 de octubre de 1995
Aquel día Deneb necesitaba más que nunca una larga y profunda pitada de cigarrillo. Perderse entre el humo y las estrellas de la noche, deseando que su vida fuera otra.
Deseando no tener que planear cómo escapar de toda la mierda que la rodeaba.
Se sorprendió cuando horas más tarde alguien abrió la puerta de la torre de astronomía. Pero bajó la guardia cuando notó que el pelirrojo que se sentaba a su lado era Fred Weasley. Recordó que habían hablado a través del medallón del pájaro y que, posiblemente, se verían.
Y tal y como habían planeado, allí estaban los dos.
— ¿Fumas? —Dijo Fred mirando el cigarro que la chica tenía en los dedos, a poco de terminarlo— Pero hace mal Deneb.
— Si vienes a darme un sermón —Fred la interrumpió.
— No —negó con la cabeza— es solo que, no sé. Es raro. Sobre todo a nuestra edad.
Los dos hicieron silencio.
Deneb no quería que se enterase de que fumaba, porque tal vez el chico se lo tomaba para mal. Pero ya estaba allí, con la evidencia en su mano, y no había vuelta atrás.
— Me libera —dijo ella, un poco avergonzada— no es algo de lo que estoy orgullosa. Pero es de las pocas cosas que puedo decidir por mí misma si hacer o no.
— No lo comparto pero... lo comprendo.
— ¿Cómo estuvo Hogsmeade? —dijo ella, cambiando de tema.
— Esperaba encontrarte allí. ¿Por qué no has venido?
— No quiero saber más de este colegio, de mi familia, de nada —se encogió de hombros. Dio la última pitada a su cigarrillo y lo apagó contra el suelo, para luego mover su varita sobre él y hacerlo desaparecer por completo y perfumarse la ropa. Nunca dejaba rastros de que hubiese estado fumando.
— Por suerte te compré caramelos —Fred sonrió y sacó del bolsillo de su pantalón un paquete multicolor, que se lo entregó a Deneb. Ella los aceptó con una pequeña sonrisa, más no se dignó a abrirlo, pues su mirada estaba perdida en el cielo nocturno.
El pelirrojo la miró desconcertado por unos segundos, haciendo silencio. Preguntándose si quizás había hecho algo mal la última vez que se vieron o si había dicho algo fuera de lugar. Pero de ser así, Deneb se lo hubiese comentado, o eso quería creer.
— ¿Qué sucede? —preguntó él.
La chica giró su cabeza, con lentitud, hasta encontrarse con los ojos de Fred. Visualizó sus labios, que tanto le gustaban saborear. Y entonces se le hizo un nudo en la garganta y los ojos se le humedecieron.
Porque tarde o temprano ya no lo vería más.
Porque tarde o temprano dejaría de besar a Fred Weasley.
Deneb colocó su mano sobre el puño del suéter para jalar la manga hacia arriba, luego de soltar un gran suspiro. Podía confiar en él.
Se arremangó hasta el codo, dejando ver un tatuaje en forma de serpiente que salía de una calavera.
La marca tenebrosa.
Allí estaba, igual que meses atrás, aunque menos sangrienta. Pero las marcas de los cortes que su padre le había ocasionado en el tatuaje aún eran visibles y, sospechaba ella, que lo serían de por vida.
— Den... —Fred susurró, con los ojos abiertos y con expresión de no poder creer lo que estaba viendo. Pasó sus dedos con lentitud por arriba del tatuaje y luego de tragar saliva, volvió a mirar a la chica a la cara.
— Lo sé, soy un monstruo.
— ¿Quién te hizo esto? —Dijo con voz temblorosa— estas marcas.
— Me porté mal —susurró, volviendo a tapar el tatuaje con sus prendas.
— Por qué les permitiste... —lo interrumpió.
— ¿¡Piensas que quiero tener esto en el brazo!? —dijo, exasperada. Corrió su cara hacia el lado contrario donde estaba Fred. No quería verlo— ¿Aún piensas que soy como mi familia? Creí que me conocías.
— No quise decir eso, Den. Sé que eres una mujer fuerte que lucha por lo que quiere, por eso creí que... que quizás podrías haberlos persuadido o algo por el estilo —el pelirrojo posó una mano en su barbilla, haciéndole girar la cabeza hacia él— no eres un monstruo. Tampoco eres como ellos —los ojos azules de Deneb se volvieron a llenar de lágrimas. Y esta vez una decidió escaparse por su mejilla.
Pero Fred Weasley tenía buenos reflejos y la corrió antes de que pudiese deslizarse por toda su cara.
— No estaría aquí contigo en la torre de astronomía, con frío, a escondidas, un sábado —ella se rió— si no fuera porque me gustas... me encantas.
— Por Merlín, eres tan tonto —negó con la cabeza— déjate de ilusionar Fred. Sabes que lo nuestro no tendrá final feliz.
— No me importa. Soy feliz ahora y tú eres feliz conmigo ¿O me lo vas a negar? Déjate de idioteces Den, apreciemos el tiempo que tenemos juntos. Sean dos semanas, dos meses o dos años.
Fred Weasley tenía razón. Debía dejar de ser tan pesimista respecto a su relación. Era la única cosa buena que le estaba pasando en su vida y no debería pensar en el futuro, no debería pensar en que algún día se terminaría. Sino que debería estar sintiéndose afortunada de que estuviese pasando.
— ¿Te acuerdas aquella vez que la poción amortentia te olía a quemado? —dijo ella, cambiando de tema otra vez.
— Sí... Ahora que me lo recuerdas... ya veo a quién estaba oliendo —ambos se rieron— me lo hubieras dicho en el momento.
— ¿Me hubieras creído? —Fred sonrió.
— ¿Me hubieras creído si te decía que tú me oliste a mí?
— Yo nunca te hablé de —la interrumpió.
— Somos dos personas inteligentes —dijo él— ambos sabemos que nos olimos mutuamente —Fred se acercó hacia Deneb y aspiró con fuerza sobre su suéter, para luego soltar una gran sonrisa— ¡Cómo olvidar tu olor a rana putrefacta y papel higiénico mojado! —ambos rieron.
Todavía no lo comprendía a la perfección cómo es que aquel hombre la hacía sentir tan bien en un momento tan feo. Deneb no comprendía por qué Fred Weasley podía hacer que todos sus problemas desapareciesen de un segundo para otro.
Pero lo que sí sabía era que, aunque le costase admitirlo, se había enamorado de él.
— Yo tengo las fosas nasales en mi lengua —dijo ella, divertida. Fred alzó una ceja, haciendo una mueca pícara con su boca— ¿Me dejas olerte?
— Con mucho gusto —contestó, poniendo sus manos en la cintura de Deneb, acercándola más hacia él. La castaña pasó un brazo por el cuello del chico y atrajo su cara hacia ella. Fred le plantó un suave beso en los labios que, segundos más tarde se convertiría en una explosión de pasión contra aquella fría pared de piedra en la torre de astronomía.
Y allí se quedaron largas horas besándose y acariciándose, cada tanto soltando pequeñas risitas y sonriéndose el uno al otro. Porque nadie más importaba en el mundo que ellos dos, sus labios y sus eternos besos.
2 de noviembre de 1995
— ¡Draco! ¡Draco Malfoy! —gritó Deneb apareciéndose en el vestuario del campo de quidditch, donde estaba el equipo de slytherin. Vincent Crabbe se interpuso frente a ella, agarrándola de los codos para que no arrematara con furia dentro del lugar, lanzándose sobre su hermano.
Draco tiró la capa de su uniforme en el suelo y salió trotando.
— Suéltame —le dijo ella al corpulento chico.
— Harás escándalo como siempre —respondió.
— Crabbe, suéltala. Ella ya sabe lo que hace —dijo Montague detrás suyo. A Deneb no le hacía mucha gracia que otra persona se entrometiera en sus asuntos, pero esta vez estuvo agradecida de que Graham fuera el capitán del equipo y Crabbe le hiciera caso.
Deneb miró al amigo de su hermano con rabia y echó a correr detrás de Draco por los terrenos, aunque no le costó mucho encontrárselo antes incluso de entrar al castillo.
— ¿Qué mierda fue eso Draco? ¿Qué fue esa pelea en medio del campo? Golpeaste a Potter y a Weasley.
— Eres insufrible Deneb. No tengo que darte explicaciones de nada.
— ¿Cómo qué no? ¿No eres mi hermano?
— No te entiendo —se giró, frustrado, a verla a los ojos— ¡Cuando te conviene somos hermanos! ¡Cuando hay oportunidad de que me grites o me retes! ¿¡Y el resto de las veces!?
— Yo no te entiendo —Deneb se cruzó de brazos y tragó con dificultad, siendo que se le había formado un nudo en la garganta— ¿Cómo puedes ser así? Tratando mal a la gente, peleándote, burlándote... esto —se tocó el antebrazo por encima del pulóver, donde estaba la marca tenebrosa— esto, Draco, no es lo correcto. No es —la interrumpió.
— ¿Y qué es lo correcto? —ambos apretaron los dientes— ¿Estar en contra de tu familia? ¿Perder amistades? ¿Hacer sufrir a tus padres? ¿Alejar a tu hermano? ¿Pelearte constantemente?
— ¿Por qué no lo puedes entender? No soy la mala de la historia.
— ¿Eso te dijo Weasley?
— ¿Qué? —el corazón se le frenó.
— No soy estúpido Deneb —negó con la cabeza— padre tenía razón, eres una desgracia.
— Draco, ¿Qué has hecho? —sollozó ella— si tú llegas a abrir la boca... si tú —la chica tomó una bocanada de aire, hiperventilándose. No esperaba que su hermano se enterase de que se veía con Fred Weasley, mucho menos que fuera tan pronto— por favor, Draco —su voz tembló— Draco... No sabes de lo que son capaces. Si vieses lo que me hizo padre en el ritual —él negó con la cabeza.
— Cielos santo, no te rebajes así —giró sus ojos hacia la entrada del castillo, para no ver a su hermana lagrimeando enfrente suyo— te he dicho que no soy estúpido Deneb. Sé qué cosas decir y cuáles no. Somos hermanos —susurró— aunque tú te olvides de eso...
— Draco —trató de agarrarlo del brazo para que girase la cabeza hacia ella otra vez, pero fue en vano. Incluso se zafó de su agarre.
— Está bien. Lo prohibido te atrae. Siempre fue así.
— No es cómo crees que —la interrumpió.
— Sí es. Lo juro Deneb que si ese asqueroso te pone una mano encima yo... —hizo una breve pausa disgustado— ojalá que no me vuelva a enterar que se vieron ustedes dos, porque ahí sí... no tendré forma de ocultar más tu tonto secreto —el rubio le lanzó una mirada fugaz, con sus grises ojos, al tiempo que entraba dentro del castillo y desaparecía de su vista.
Deneb se secó con rapidez las lágrimas de la cara y corrió, sin pensarlo dos veces, hacia el bosque prohibido. Para subirse al árbol más alto que pudiese encontrar.
Allí donde nada ni nadie pudiera molestarla mientras desahogaba todas sus penas.
21 de diciembre de 1995
Deneb;
¿Cómo has estado?
No he podido encontrarme contigo la última vez porque mi padre ha tenido un grave problema de salud, pero tranquila, ya está bien. Fue un susto nada más. Pero Dumbledore nos hizo irnos de Hogwarts antes, con mis hermanos, y bueno no hemos podido coincidir.
Ojalá te diviertas en el colegio sin mí, estas fiestas.
Igualmente te enviaré cartas si quieres para mantenernos en contacto.
Aguardo respuesta.
Muchos besos, Fred.
Deneb soltó el papel en el suelo, por la sorpresa.
Si la carta hubiese caído en manos equivocadas...
Si tan solo la lechuza se hubiese equivocado de ventanal.
Miró al animal que le había traído la carta, esperando por ella sobre la butaca de su habitación en la mansión de los Malfoy. Porque así como él no le había avisado que se había ido de Hogwarts, ella tampoco.
Y podría haber sido un completo desastre toda su vida en cosa de segundos, si aquella carta no era entregada debidamente a Deneb.
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