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𝑿𝑿𝑽


27 de marzo de 1995


¿Le has visto la cara? —Escuchó decirle a George Weasley, hablando con su gemelo— seguro su padre le prohibió comprarse más vestidos...

Pero no oyó nada más, porque Deneb dio la vuelta en el primer pasillo que pudo y los perdió de vista a ambos gemelos pelirrojos.

Recordó que en el primer piso detrás de aquel tapiz de unicornio había un pasadizo secreto, y se metió dentro. Porque quería seguir llorando, quería estar sola y sin que nadie le estorbara el camino, sin que nadie la viera y opinara sobre su humor o su cara o lo que fuera.

Le hubiese gustado poder volver a la torre de astronomía y quedarse más tiempo, pero en unas pocas horas la profesora Sinistra estaría dando vueltas por allí, preparando todo para la clase de la noche. Y Deneb prefería no dejar rastro de su presencia.


Se sentó en el frío y húmedo piso del pasadizo, apoyando la espalda contra la pared de piedra y estirando sus piernas hasta casi tocar el otro extremo del angosto lugar. El distanciamiento con Timothy no le estaba sentando bien. Ya ni siquiera le dirigía la mirada. Y eso le dolía mucho porque nunca, durante casi diez años, se habían separado de aquella manera.

Se frotó los ojos y se propuso no volver a llorar para que nadie la viera otra vez en aquel deplorable estado. Pero se quedaría allí un rato más, para que la piel de su cara volviera a su color pálido natural y dejase de estar colorada.


Abrió su mochila y sacó de allí un paquete de caramelos ácidos de frambuesa. Todavía estaba lleno pero, para su pesar, Timothy no le daría más mientras ambos estuvieran peleados. Así que tenía que comerlos en menor cantidad para que le duraran, al menos hasta que pudiese ir a Hogsmeade y consiguiera otros, si es que tenían.

Agarró un caramelo, lo comió, y guardó los demás de nuevo dentro de la mochila para asegurarse de no caer en la tentación y comer más.

— Increíble —Deneb se giró abruptamente. Fred Weasley había aparecido por la entrada del pasadizo— soy mejor que tú para las escondidas.

— Quiero estar sola —murmuró ella viendo la pared que tenía enfrente.

— Lo lamento pero yo ya había reservado este lugar hace meses —Deneb rió, negando con la cabeza.

— No entiendo cómo es que siempre termino topándome contigo.

— Lo sé, yo me hago la misma pregunta —se encogió de hombros— ¿Qué te sucedió? —ella chistó con la lengua. Juntó la mochila del suelo y se levantó, para estar a la altura de Fred Weasley y hacer contacto visual con él.

Mi padre me prohibió comprar más vestidos —repitió con brusquedad.

Deneb se dio media vuelta dispuesta a irse por la otra salida del pasadizo, pero el chico se apuró a taparle el paso. Tenía el ceño fruncido, pues no le había gustado el comentario que había hecho.

— Yo no soy George. Soy Fred —dijo, con voz calma— y ya te he dicho que si te pregunto algo es porque realmente me importas.

— ¿Por qué? —Dijo Deneb exasperada— ¿Por qué tengo que importarte Fred? ¿Por qué no puedes ser como el resto del colegio y odiarme y burlarte?

El chico dejó de tensar su cuerpo. No se había puesto a pensar en eso, pero le sorprendió saber que sí tenía una respuesta para todo lo que estaba preguntándole Malfoy en ese momento, increíblemente.

— Porque me demostraste ser una buena persona y... te preocupaste por mí, Den, cuando otros dieron por sentado que yo nunca me puedo sentir mal.

La chica agachó la cabeza, algo apenada por haberle elevado la voz a la única persona que de verdad parecía escucharla y con quien podía hablar libre, al menos, de ciertos temas.

— Me he peleado con Timot —se corrigió— con Nott.

— ¿Y por qué?

Deneb lo miró. Le clavó sus profundos ojos azules en los suyos. Por ti; pensó para sí misma, esperanzada de que el chico pudiera leerle la mente y no tuviera que nunca decírselo a la cara ni mucho menos inventarse una excusa en ese momento.

— De acuerdo, lo siento —asintió con la cabeza, dándose cuenta de que la chica no quería hablar sobre el tema— no quería entrometerme.

— No, no es eso... solo que, es complicado.

— ¿Sabes qué es complicado? —Dijo con una sonrisa en la cara, mientras sacaba una galleta amarilla de su bolsillo— que los de slytherin prueben nuestros productos. ¿Quieres ser la primera? —Deneb lo miró, escéptica.

— ¿Qué se supone que es eso?

— Oh, recuerdas que —hizo una pausa— creo que te lo he comentado en alguna de nuestras tutorías. Que con mi hermano queremos dedicarnos a vender artículos de bromas y bueno, de momento vamos testeando algunos productos con los alumnos.

— ¿Sabes que como mi deber de prefecta debería prohibirles hacer eso?

— Saberlo lo sé, pero también sé que no lo harás —Deneb alzó una ceja. El pelirrojo le extendió de nuevo la galleta y ella la aceptó, aunque no muy convencida aún. Luego de darle dos mordiscos y no dejar ni una migaja, Fred se rió. Y mientras Deneb estaba convertida en un pájaro por un minuto entero, el chico le dijo que era una galleta de canario.

Muy a lo contrario de lo que la Deneb de un año atrás haría, que se enfurecería y le quitaría puntos ya de por sí de estar vendiéndole cosas a los alumnos, la nueva Malfoy se rió, genuinamente, de haber sido un canario por unos minutos.


— Gracias —dijo ella con una sonrisa de lado— necesitaba reírme.

— Yo creo que necesitas algo más —murmuró. No pasaron ni cinco segundos hasta que Fred Weasley le rodeó el cuerpo con sus brazos. Deneb sintió la calidez que emanaba y recordó lo frío que se sentía el mundo, porque hacía mucho tiempo que nadie le abrazaba. Y sin pensarlo mucho dejó caer su cabeza sobre el hombro del pelirrojo y le devolvió el gesto.

Sí, eso necesitaba.

Y otra vez el destino le demostraba que la persona más impensada era la que le hacía brillar más fuerte.

Pero de nuevo le pesó en la conciencia de que estaba junto a un traidor de la sangre, junto a un gryffindor, junto a un Weasley, en ese pasadizo estrecho con olor a humedad. Segundos atrás riendo ambos sin ningún remordimiento.


Que doloroso era saber que al salir de allí, poco después, dejarían de llevarse bien y tendrían que aparentar para el resto que seguían odiándose, al igual que su padre, Lucius Malfoy, odiaba con todo su ser a la familia Weasley. 


1 de abril de 1995


Deneb entró junto a Fred Weasley en el aula vacía del sexto piso, para luego cerrarla. Ambos caminaron hacia los pupitres y dejaron sus mochilas allí. Esta sería la última tutoría que tendrían porque la profesora McGonagall había visto un gran avance en el chico, incluso más de lo que esperaba, y solo quedaba darle un repaso a lo que más le costase.

Pero sacando eso, Fred Weasley y Deneb Malfoy ya no tendrían que verse más.

— Antes de empezar —dijo el pelirrojo sentándose sobre uno de los pupitres— tengo que devolverte esto —el chico abrió su mochila para sacar algo de adentro, pero Deneb agarró su mano para no dejar que lo hiciera.

Los dos se miraron sorprendidos. Deneb tragó saliva, con dificultad. No creyó que tener contacto físico con Fred sería siempre tan difícil para ambos. Siendo además algo tan tonto y simple como tocarse las manos.

Incluso después de haberse abrazado días atrás sin ningún tapujo.

Pero cada tanto se acordaban que se gustaban entre sí y un simple roce como ese generaba un millón de mariposas revoloteando en sus estómagos.

— No me tienes que dar nada. Tú no tienes nada mío —dijo ella, soltándolo. Fred miró al suelo y se rascó la nuca, nervioso.

— Den, sé que fuiste tú. ¿Quién más sino?

— No sé de qué hablas Fred.

Pero ella sabía bien a qué se refería.

Esa mañana le había mandado varios galeones al pelirrojo, por medio de una lechuza del colegio. Los envió con una carta diciendo que era un inversor anónimo, que quería que expandieran su negocio de artículos de bromas.

Creyó que le había salido bien la jugada, porque sería ilógico sospechar de ella. Pero al parecer Fred Weasley no era un idiota como varias personas creían.

— Habrá que devolverle el dinero al inversor anónimo entonces... —murmuró.


Fred —susurró Deneb, negando con la cabeza. Se sentó frente a él, también sobre uno de los pupitres, pero acomodó su falda que mostraba casi medio muslo afuera— no lo quiero. Vengo guardando esos galeones desde hace tiempo, es lo que me sobra de las mesadas que me envían... no quiero el sucio dinero de mis padres. Tú le darás un mejor uso.

— ¿Y qué le diré a George? Él es parte del negocio también.

— Le muestras la carta que envié y la bolsa de galeones, ¿No te parece? —Deneb sonrió— no notará nada sospechoso.

— Entiendo que puedas subestimar a mi hermano pero —se rió— no tuviste en cuenta una pequeña cosa llamada Isadora Black.

— ¿Qué tiene que ver ella?

— ¿Quién te piensas que hace las cosas realidad? Es el cerebro, es la magia detrás. Ella hace los hechizos, las pociones...

No lo sabía —susurró— ¿Y por qué no se tragará el cuento del inversor anónimo?

— Ah, no lo sé. Es muy inteligente —se encogió de hombros— igual, no puedo aceptar tanto dinero Deneb —ella rodó los ojos.

— Tómalo como un regalo por lo que has hecho por mí.

¿Qué hice por ti? —susurró, confundido.

— Me has regalado caramelos.

— Ah, es una tontería, Deneb —dijo negando con la cabeza— no he gastado tanto dinero en eso.

— No, pero para mí vale mucho el gesto. Además has escuchado mis quejas sobre mis compañeros, mi familia, el colegio...

Los dos se miraron unos segundos en silencio. Fred no quería aceptar el dinero pero comprendió que esta vez Malfoy tenía razón, porque así como ella aceptó unos caramelos de su parte tiempo atrás, ahora le tocaba aceptar a él un regalo de ella.

— Tú también escuchaste las mías. Claro que es más fastidioso tener que hablar de Sanders o Pucey, que cuando yo hablo de Angelina —ambos rieron.

— También me has sacado una sonrisa en muchas ocasiones —bajó la voz, y luego siguió casi en un susurro— cuando más lo necesitaba.

— Bueno, que para eso son los... compañeros —dijo con lentitud, tratando de encontrarle la palabra correcta a lo que era su relación. Volvieron a mirarse, aunque esta vez con mucha menos alegría que antes— Lo sé, no somos amigos —susurró Fred apenado, anticipándose a lo que Deneb diría y luego bajó la vista a sus pies— pero me gustaría.

No podemos —susurró Deneb también.

— No sé qué tiene de malo —Fred se encogió de hombros.

— No lo entenderías —ella suspiró— pero quizás, algún día... me gustaría a mí también —el pelirrojo sonrió, aunque la chica no lo pudo notar porque su vista estaba fija en una de las ventanas del aula, perdida en sus propios pensamientos.


— Que casualidad ¿No? Que enviaste justo un regalo el día de mi cumpleaños —Deneb sonrió y se giró a verlo.

— ¿Crees que fue casualidad?

Fred la miró sorprendido, pero reaccionó poco después. De seguro se le había escapado en algún momento que él cumplía años el día de los inocentes. O seguro que se había enterado por otros alumnos, muchos sabían sobre eso, después de todo por algo Fred y George eran populares.

— Andando Malfoy, aprovechemos nuestro último encuentro —Fred bajó del pupitre de un salto sacando su varita del bolsillo del pantalón, y al pasar al lado de Deneb para ir hasta al medio del aula, le dio una pequeña palmadita en su desnuda rodilla. Casi como una caricia.

Se sonrojó, porque no esperaba aquello, pero a la vez la mortificaba ver que el chico le daba señales que ella sabía interpretar pero no podía cumplir.


No podían estar juntos.

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