𝑿𝑿𝑰𝑽
18 de marzo de 1995
Deneb agregó el asfodelo cortado en pequeñas piezas y removió su caldero hasta que empezaron a aflorar burbujas de a poco. Cuando terminara el hervor, la poción debía cambiar de color marrón a un rosa pálido, y su olor sería la clave para asegurarse de que estuviera bien hecha. Pues la amortentia debía atraer a las personas y cada una debía de oler algo diferente, mostrando así aromas de la persona que les gustase o que les atrajera.
Snape se pasó por la mesa de Malfoy y revisó su poción y la de Nott. Le dio diez puntos a slytherin porque Deneb había logrado completar la tarea antes de tiempo, como era usual en ella. Pero le reprochó a Nott que le faltó agregar raíz de angélica y por eso su poción no sería potente.
El profesor Snape se acercó hasta la mesa de las chicas de gryffindor, quienes tenían problemas con gran parte de la poción, cuando Fred y George Weasley entraron en una ardua conversación sobre que sus calderos olían mal y no sabían a qué se debía. Snape le gritó a Malfoy para que se acercara a ayudarlos, ya que él estaba ocupado en asuntos peores.
— Ah, ya veo —dijo Fred con tono burlón— ¿También me darás tutorías de pociones? —Deneb rodó los ojos mientras se cruzaba hasta la mesa de los gemelos.
— ¿Cuál es el problema?
— Que todo huele a quemado —se quejó el pelirrojo. George no omitió palabra, pero se dignó a mirar lo que la chica procedía a hacer.
— Déjame ver —Deneb se acercó hacia uno de los calderos y lo primero que le inundó la nariz fue un aroma cítrico, de limón. Y poco más tarde vinieron esos dos olores que prefería omitir; papel viejo y humedad. Se mordió el labio por adentro, porque sabía que su interés por Fred Weasley se estaba plasmando en aquella poción, pero no podía decírselo a nadie más. Al menos no si quería seguir con vida.
— Yo no huelo a quemado, pero él no me cree —susurró George, alzando las cejas y revolviendo su caldero, sin prestarle atención a su hermano o a Malfoy.
Isadora Black, su compañera de gryffindor, le dirigió una fugaz mirada a la mesa donde se encontraban los gemelos. Y sus ojos se encontraron con los de Deneb por un momento.
Y luego de casi seis años juntas en el mismo colegio y el mismo curso, por primera vez Deneb notó que tenía ojos violetas.
Tan fascinantes como quedarse perdida viendo las estrellas en el cielo nocturno.
— ¡No, espera! —dijo Fred arrimando la cabeza hacia su caldero, sacándola de sus pensamientos. Deneb se hizo unos pasos para atrás, para no estar tan cerca del chico. El pelirrojo aspiró el humo con una sonrisa en la cara— ahora sí huele bien. Frambuesas. ¡No! Más específicamente, caramelos ácidos pintalengua de frambuesa. Mis preferidos.
— Está bien la poción —dijo Deneb. Ambos gemelos la miraron— quizás antes dejaste caer algún ingrediente en el fuego.
— Quizás —Fred se encogió de hombros. El profesor Snape se apareció en su mesa, para revisar lo que ambos estuvieron haciendo.
— Ya puedes volver Malfoy —le espetó, siseando las palabras— ¿Qué has quemado Weasley?
Deneb se dirigió hasta su mesa, no sin antes escuchar a Fred quejarse otra vez de que cada tanto había olor a quemado, más específicamente; olor a quemado como si fuera tabaco.
Su corazón comenzó a latir más fuerte de lo normal.
Sintió las miradas de todos sus compañeros clavadas sobre ella, pero nadie le estaba prestando atención, ni siquiera su amigo quien ya había finalizado también. Estos nuevos sentimientos la hacían sentir rara, no tenía con quien hablarlo, y no sabía explicar si así se sentía gustar de verdad de una persona o si se estaba enamorando, sin querer.
¿Pero cómo iba a ser posible elegir de quien enamorarse?
Deneb apretó la mandíbula. Sabía que no era lo correcto, sabía que nunca podría estar con él, pero ella no podía mandar en su corazón. Y eso era algo que le molestaba porque estaba fuera de su control.
Y era peor. El problema era mucho más grande de lo que pensaba... Porque fue allí, parada frente a su estación de trabajo y a punto de guardar sus ingredientes en la mochila, cuando Deneb se dio cuenta de que Fred Weasley también gustaba de ella.
— ¿Qué te pasa? Suéltame —Timothy la había agarrado del brazo al salir de la clase de pociones y entraron dentro de uno de los armarios de escoba— ¿Qué haces? —dijo todavía sin entender.
— ¿Qué mierda fue aquello Deneb? —frunció el ceño, cerrando la puerta tras de sí.
— A mí me hablas bien, Nott —dijo enojada. No podía creer que su amigo estuviese tratándola de esa forma.
— ¿Por qué Weasley olió tabaco en su poción? ¿Quieres explicarme? —se cruzó de brazos.
— Y yo que sé —rodó los ojos— No entiendo a dónde quieres llegar.
— No soy idiota, Malfoy —hizo una pausa— Se supone que soy tu mejor amigo, veo lo que haces, el mucho tiempo que pasas con él, y lo poco que hablas del tema.
Deneb lo miró con bronca, mordiéndose sin querer el interior de las mejillas con fuerza. Agachó la cabeza y se apoyó contra la pared, cayendo sobre una escoba polvorienta. Pero no le importaba ensuciar su uniforme en estos momentos.
— ¿Se supone eres mi mejor amigo? —susurró Deneb, dolida. Timothy se pasó una mano por el pelo, exasperado. No quería cambiar el rumbo de la conversación.
— ¿Hacen algo más que estudiar en las tutorías?
— ¡No! —Contestó ella con rapidez— Por las barbas de Merlín, por qué se te ocurren esas ideas.
— ¿Por qué olió tabaco? ¿Cuántas personas en este colegio piensas que huelen a eso?
— Yo no tengo olor a tabaco Nott —Deneb lo apuntó con el dedo— Tú y mis otros tres compañeros de casa son los únicos que saben que fumo. Siquiera Montague o Matilda están enterados. ¿Qué te piensas que un extraño como Fred Weasley sabría eso?
— Pero después lo escuché Den, olió los caramelos de frambuesa que te gustan.
— Él mismo lo dijo —susurró— son sus favoritos también.
— Bueno, pues al parecer, no sabes sumar uno más uno. Te olió a ti en esa poción —miró al techo, frustrado— y me apuesto toda mi bóveda de Gringotts a que tú le has olido a él —Deneb rodó los ojos. No porque su amigo no tuviera razón, sino porque era demasiado inteligente y sabía juntar las piezas del rompecabezas al igual que ella. Y eso le molestaba. Le daba bronca que no pudiera seguir manteniendo en secreto sus sentimientos hacia el pelirrojo— Deneb, por favor... dime que me equivoco.
La chica no supo qué responder.
No quería mentirle a su mejor amigo pero no quería confesarle lo que sentía por un chico de gryffindor, al que consideraban un traidor a la sangre y venía de una familia pobre. Pero su silencio la incriminó y Timothy se guardó las palabras también. Deneb atinó a agarrarle la mano mientras estaba en el picaporte de la puerta, a punto de irse de allí sin más.
— No pasó nada entre nosotros y no va a pasar nada tampoco.
— Te gusta Weasley... —susurró, dolido.
— No le digas a nadie, Tim, por favor —suplicó ella. El chico suspiró, tomó aire y luego se giró para ver a Deneb a la cara.
— Te aprecio demasiado y sé que abrir la boca es solo para hacerte daño. Prometo no decir nada, pero... creo que será la última promesa que hagamos juntos.
— ¿Qué? —dijo Deneb sin aire. Timothy abrió la puerta del armario y ella la sostuvo antes de que el chico se fuera caminando— No, por favor, Tim. No me hagas esto.
— Lo siento —se encogió de hombros, con los ojos lagrimosos— Esta vez no puedo estar de tu lado.
Y se fue.
Deneb lo vio irse caminando por el pasillo de las mazmorras hacia la sala común y, aún sin poder creerlo, después de ese momento su amistad se esfumó.
20 de marzo de 1995
Por suerte era sábado.
Y Deneb se repitió esa frase durante todo el día, como excusa para no hacer nada, ni estudiar, ni salir de su habitación -excepto para comer en una esquina de la mesa de slytherin, alejada de sus compañeros- y es que, no tenía ganas de nada.
Hacía dos días que no se hablaba con su mejor amigo. Ya no era su mejor amigo, de hecho. Y eso la partía en dos. Se recordaba una y otra vez que podría haber manejado mejor la situación, que podría haberle mentido con mayor efusividad.
Pero no quería mentirle. Y ese era el problema.
Ella no quería mentirle a una de las pocas personas en las que confiaba, porque le hubiese gustado poder hablar de aquel secreto con alguien, pero jamás se imaginó que con Timothy sucedería eso.
Él no era así. Él no pensaba de esa forma sobre los traidores, sangre sucia y demás.
Le preocupaba que hubiese cambiado de parecer por haber compartido tanto tiempo junto a Pucey y Warrington, y otros tantos del curso superior que pensaban igual que sus padres.
O quizás le sucedía algo más, le pasaba algo que Deneb no supo interpretar en ese momento y que ahora no podía descifrar porque Timothy no le dirigía ni una sola palabra más.
Apretó los labios para que no le temblasen más por la tristeza y bronca que sentía al mismo tiempo. Luego abrió el cajón de su mesa de noche y sacó de allí un pedazo de pergamino vacío, al azar. Tenía varios de esos allí.
Lo recorrió con las yemas de los dedos como recordando algo. Tomó su varita, le apuntó y le susurró revelio, dejando así aparecer palabras que estaban escritas en secreto.
Había comenzado como un juego aquello con Nott -escribirse con tinta invisible- pero con el tiempo le dieron mayor importancia. Se contaban algunos secretos, cosas importantes, e incluso hablaban sobre temas en los que había que ser cautelosos. Como por ejemplo;
Den, ¿Crees que me harán la marca tenebrosa este verano?
Padre me había dicho que podíamos esperar... y bueno, de hecho, he estado un año entero sin ella, pero no creo que deje pasar más tiempo.
Tengo miedo. No creo que duela, o al menos no mucho, que igual eso lo puedo soportar y ya. Pero ¿Y todo lo demás que eso implica? ¿Tengo que unirme a los mortífagos? ¿Tengo que matar gente que pueda ser inocente? No podría...
¿Tú qué harías?
Se le escapó una lágrima cuando terminó de leer aquello, al tiempo que las palabras se volvían a desvanecer de a poco. Deneb se giró en la cama todavía sosteniendo el pergamino en su mano y mirándolo, con cierta añoranza. Porque no podía entender cómo el Timothy Nott de ese mensaje fuese el mismo que días atrás decidió terminar con su amistad.
Matilda Bulstrode entró al dormitorio pocos minutos después para buscar un cuaderno que se había olvidado. Le dirigió una fugaz mirada a la castaña que seguía con la vista fija en la nada misma.
— Tienes un papel vacío en las manos —le comentó.
— No me digas, Matilda... Qué inteligente —le susurró ella con sarcasmo y cierto tono brusco en la voz.
— ¿Por eso Nott se ha peleado contigo? —Le espetó— ¿Porque también le contestas así?
Deneb apretó los dientes y cerró su puño con fuerza, arrugando por completo el pedazo de pergamino que reposaba allí.
— Ve y pregúntale a él si tanto te interesa.
— Me gustaría más saberlo de tu parte —Deneb la miró.
— ¿Para que después vayas a decirle a Amanda y a Venus?
— Son mis amigas también —terminó por decir, antes de salir de la habitación sin poder continuar con la charla.
Deneb se giró de nuevo en la cama y cerró los ojos para tratar de no pensar en absolutamente nada ni nadie. Matilda era buena persona, sí, pero ella también se estaba empezando a juntar con el bando equivocado y no podía confiarle su secreto.
Pero al menos, esperaba que ella fuera un poco más empática. Porque si Deneb la hubiese visto cabizbaja todo el día, comiendo sola en el almuerzo, encerrada en el cuarto durante horas, peleada con su mejor amigo, y contestándole enojada... mínimo le habría preguntado qué le sucedía y por qué.
Mínimo.
Era lo único que pedía. Lo único que le hubiese gustado.
Que alguien viniese a preguntarle si estaba bien y le diera un abrazo para juntar todas esas piecitas rotas que se habían dispersado adentro suyo.
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