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16 de enero de 1995


Deneb salió de Las tres escobas acompañada de Matilda Bulstrode, tomadas del brazo.

Deneb no le veía la gracia, pero a Matilda le encantaba mostrar afecto de forma física, y que los demás la vieran junto a su amiga Malfoy del brazo, la hacía sentir bien, porque así sabrían que ambas eran inseparables.


Timothy Nott salió del bar detrás de ellas junto a Montague. Los cuatro habían quedado en ir hasta el borde del bosque y jugar una guerra de bolas de nieve, de la cual Matilda no quería ser parte pero tampoco estar sola y perderse la diversión... así que terminó aceptando.

Deneb era la "loca" que siempre proponía estos juegos y nuevas aventuras, porque en su casa jamás se lo permitían, y aprovechando que ninguno de sus padres estaba cerca ella también debía divertirse.

Y cuanto más alejada de la vista de Draco estuviese, mejor. Porque ya lo tenía calado a su hermano y sabía que cualquier mínimo desliz se lo haría saber a su padre. Aunque fuese algo tan simple e idiota como "Deneb se revolcó en el suelo de Hogsmeade con dos chicos", porque claro, nunca les contaría los hechos reales.

— ¿Hacemos una parada para golosinas? —preguntó Matilda, mientras pasaban ambas chicas frente a Honeydukes. Se giró a ver a los dos alumnos de slytherin que las seguían.

— Me parece una buena idea —dijo Timothy encogiéndose de hombros. Él y Montague entraron dentro del lugar y Nott tendió la puerta para que las dos chicas pasaran también. Matilda entró pero Deneb no.

— Hay mucha gente, los espero afuera —dijo ella. Tim asintió con la cabeza y cerró la puerta tras de sí. Deneb se hizo a un costado, apoyándose en la fría pared exterior del negocio, justo donde terminaba la gran y colorida vidriera llena de chucherías y golosinas.


La puerta de Honeydukes no paraba de abrirse y cerrarse, pues todos querían entrar y comer algo o llevarse recuerdos. El pequeño pueblito estaba más abarrotado que de costumbre porque además de los alumnos de siempre de Hogwarts, ahora también se sumaban los de Beauxbatons y Durmstrang.

— Ey, Malfoy —escuchó una voz a su lado. Deneb giró su cabeza con rapidez y pudo ver a Fred Weasley acercarse hasta ella, habiendo salido recién de la tienda— justo a ti te buscaba.

— ¿Ah, sí? —Deneb sonrió de lado. Fred abrió la bolsa que tenía en la mano y sacó de adentro un paquete que le tendió. Ella lo agarró, mirándolo confundida— ¿Y esto por qué?

— Es un regalo, a cambio de ayudarme a mejorar mis notas —se encogió de hombros— son caramelos pintalengua de limón. Supuse que te gustarían porque siempre tienes un paquete guardado en la mochila, ¿Verdad?

— Qué observador... Pero no tienes que —pero Fred la interrumpió, sin dejarle siquiera hablar.

— A mí me gustan las de frambuesa, pero ya no tenían más de esas. Y no te atrevas a decirme que no las aceptas.

— Estas son igual de ricas —dijo Deneb, luego de haber pensado si debía decirle que no necesitaba que le diera nada— gracias Fred.

— Sé que fue una charla muy corta pero... tú sabes que a la gente le gusta hablar y si nos ven juntos en Hogsmeade, ¡Qué escandalo! —hizo una burla con sus brazos y una mueca con su cara, mientras se iba riendo por la calle principal hasta toparse con una chica rubia. Seguramente su amiga Isadora.

Deneb guardó con rapidez el paquete en su cartera, al mismo tiempo que veía a Montague acercarse a la puerta de Honeydukes.

Le lanzó una mirada furtiva al pelirrojo y luego fue hacia Deneb.

— ¿Te estaba molestando Weasley? Creí haberlo visto contigo —preguntó. Ella negó con la cabeza.

— No, nada más me preguntó cuándo era nuestra próxima tutoría.

— Cierto que tú y él tienen eso —murmuró, frunciendo el ceño— no sé por qué aceptaste.

Porque el día de mañana mi currículo será más interesante que el tuyo —susurró. Montague alzó una ceja, pero en vez de sentirse mal por aquello, echó a reír.

— Quizás. Pero al menos no les oculto cosas a mis padres —Deneb lo miró con la boca semi abierta, a punto de decirle algo. Pero no lo hizo. Porque Graham tenía razón. No solo les ocultaba las tutorías a sus padres, sino que se veía con un Weasley, que fumaba, que comía caramelos todos los días, que se fugaba casi todas las noches de la sala común, y la peor de todas, que le gustaba un traidor a la sangre.

— Se los diré a mi tiempo, y entenderán que fue para beneficio de mi futuro.

— De acuerdo —se rascó la nuca— ¿Quieres ir yendo? Esos dos se están tardando mucho...

— Pero deberíamos avisarles —Graham la interrumpió.

— Ya les he dicho que nos encontráramos allí.

— Bueno, entonces podríamos adelantarnos —dijo Deneb.

Ambos comenzaron a caminar con paso lento hacia las afueras del pueblo, bordeando el bosque y buscando un lugar cómodo donde esperar. Graham empezó a hablarle de banalidades, como lo hacía siempre que tenía que compartir con él ronda nocturna de prefectos. Y Deneb sospechó que entre su amiga, su amigo y el chico que tenía sentado al lado, habían planeado que estuviesen solos. Porque tanto Matilda como Timothy se estaban tardando demasiado para comprar un par de grageas y chocolates.

A Deneb le hubiese molestado la actitud de los tres porque hubiese preferido que Graham viniera de frente a pedirle una cita o que estuviesen solos en ese lugar, pero, algo en ella era diferente.

Y no sabía si estaba cien por ciento segura de qué se trataba, pero podía afirmar que no le interesaba Graham, porque solo pensaba en otra persona.

Y quizás por eso ya no se sentía incomoda estando con él, porque sabía que de su parte no habría puerto seguro con Montague, y esperaba que se diera cuenta de las actitudes de ella para que Deneb no tuviese que volver a rechazarlo.

¿Con una vez no alcanzaba?


Se preguntó si Fred Weasley también era igual de insistente como Graham Montague. Porque sí le gustaría que él lo fuese.

Pero no tenía formas de probar que el pelirrojo gustase de ella, más que haber bromeado en navidad sobre muérdagos y besos.

Lo que sí podía probar era que sus padres se equivocaban, una vez más. La familia Weasley no era una desgracia para el mundo mágico. Deneb hasta había pensado por unos segundos que eran mejores que los Malfoy. Porque Fred Weasley le había demostrado esa misma tarde que, a pesar de no tener mucho dinero, se había acordado de ella y había gastado lo poco que tenía para regalarle unos caramelos en vez de comprarse algo para sí mismo.

Y para Deneb, eso era más valioso que toda su fortuna. 


24 de febrero de 1995


— ¡Apuestas! ¡Apuestas! —gritaba George Weasley, al borde del lago negro, sosteniendo una pequeña caja en las manos. Mientras su hermano gemelo, parado al lado, aceptaba dinero mágico de varios alumnos— ¡Apuestas para la segunda prueba!

Merlín, Deneb haz algo con esos idiotas —le susurró Timothy. La chica se cruzó de brazos, mientras ambos continuaban bajando los terrenos hasta llegar a los dos gryffindors.

— ¿Vienes a apostar Nott? ¿Tú también Malfoy? —dijo George mirándolo, con mala cara. Deneb se puso delante de su amigo de forma disimulada para que no empezaran una pelea allí, frente a todo el mundo. No conocía bien a George pero sí a Tim, y sabía que podía explotar por cualquier idiotez como que alguien que le cae mal diga su nombre de forma despectiva.

— No pueden seguir con esto —dijo ella, mirándolos a ambos. Fred se hizo el despistado, mientras contaba las monedas que tenía en la mano.

— ¿Y qué harás al respecto? —Volvió a hablar George— no es ilegal.

— Tampoco es legal. La gran mayoría siguen siendo menores de edad.

Quítales puntos Den —le susurró su amigo en el oído, ocultando su cabeza para que los pelirrojos no lo vieran. La chica bufó, no quería tener que siempre hacer lo mismo. No quería recaer en sacarle puntos a los que se estaban portando mal. Pero en este caso no era algo completamente inmoral ni ilegal, por algo los profesores hacían la vista gorda y los dejaban ser, hasta que armasen mucho revuelo y ahí les frenaban el carro.

— Prométanme que la próxima lo harán a escondidas —dijo ella, pasando sus ojos de uno a otro. Fred alzó la vista y asintió con la cabeza.

— De acuerdo —dijo él. Agarró a su hermano por el codo— no llamemos tanto la atención.

— ¿Vas a dejar que ella te mande?

— Sí George, es prefecta —los dos se miraron unos segundos, con rictus serio. Fred lo empujó del brazo a su hermano para que ambos se movieran de lugar, sin decir nada más. Timothy siguió detrás a su amiga, quien ya se había encaminado hacia las gradas donde asomaban la mayoría de los alumnos de slytherin.

— Siempre te han tratado mal Den —murmuró Timothy, antes de sentarse— no deberías apremiarlos. Aunque sea un castigo les habría venido bien.

— Yo sé cómo manejarme siendo prefecta, no necesito que me digas qué hacer—dijo ella, frunciendo el ceño.

Timothy se corrió un poco en su asiento, para estar más cerca de Pucey y hablar con él. Pues no le dirigió la palabra a su amiga en lo que restaba de la segunda prueba del torneo de Los tres magos.


3 de marzo de 1995


Deneb se despidió de Graham Montague en el pasillo del sexto piso, donde ambos tomaron rumbos diferentes luego de la clase que compartían de adivinación. Le agradaba no tener que aguantarse a Amanda Sanders... pero a la vez sabía que estar siempre sentado con Montague era jugar con fuego, porque ahora sabía que Amanda tenía sentimientos por él y él, pues, no le pensaba dar la hora. Al contrario que sí lo hacía con ella, la mayor de los Malfoy.

Pero trató de no pensar demasiado en ese tema porque ella no podía hacer que los demás cambiasen de parecer. Por alguna razón le parecía más simpática que Amanda y le caía mejor, por lo que, ella no era el problema.

Revisó para ambos lados con su cabeza que el pasillo estuviese vacío, antes de entrar al aula en desuso del castillo. Dio un pequeño respingo al notar que Fred Weasley ya estaba allí, tarareando una canción, recostado sobre dos pupitres de forma casual con una pierna colgando, un brazo debajo de su cabeza, mirando al techo y con la mano libre jugueteando con su varita, dándole vueltas entre los dedos.

Algo que con el tiempo Deneb notó que Fred Weasley lo hacía seguido, sobre todo cuando estaba aburrido o nervioso.


El pelirrojo movió la cabeza hacia la puerta y apenas vio que la castaña entraba allí se acomodó con rapidez, incluso casi tambaleando uno de los pupitres en el apuro, por torpeza.

— Perdón, creí que llegarías más tarde —se aclaró la voz.

— ¿Por qué perdón? —preguntó ella confundida, frunciendo el ceño levemente. El chico abrió la boca para decir algo pero se quedó en blanco, sin saber qué contestar a eso— si fue porque estabas cantando desafinado... acepto las disculpas.

Fred sonrió de lado mientras ella se acercaba hacia él, dejando caer su mochila por los hombros hasta atajarla con la mano. Luego la colocó sobre uno de los pupitres.

— Guarda la varita Fred. Hoy toca leer.

— No... —dijo con cierta pesadumbre— tienes que estar de chiste. Eso lo puedo hacer solo en la sala común.

— Sí, me lo imagino —Deneb se sentó mientras abría su mochila y proseguía a quitar un par de libros— pero no lo harás. Por eso, hoy toca leer.

— ¿Por qué crees que no lo haré? —el pelirrojo tomó el libro que estaba por encima antes que Deneb pudiese agarrarlo. Ella solo le bufó— si desconfías de mí, tengo una amiga muy exigente que no dejará de molestarme si sabe que debo leer... Dile a ella y verás que —le interrumpió.

— ¿Le tengo que decir a otra persona que esté detrás de ti para que hagas tus deberes? —Alzó una ceja— tienes diecisiete años. Ya eres grande.

— Es que tú no confías en que yo lo leeré por mi cuenta —Fred Weasley se cruzó de brazos, escondiendo el libro que había tomado poco atrás.

Los dos se miraron unos segundos más, desafiándose entre sí. No querían darle la satisfacción al otro, y admitir que ninguno de los dos tenía razón en esa situación. Porque claro que Deneb no confiaba en que Fred Weasley leyera un libro siendo que estaban en las tutorías justamente por esa razón; porque no leía, ni estudiaba.

Pero Fred sabía que si perder unas horas de su tiempo libre para leer un libro significaba compartir más y mejores momentos con Deneb Malfoy, practicando hechizos y riendo, entonces lo cumpliría.


— De acuerdo —dijo ella por fin, resignada, cortando todo contacto visual con él— pero si no lo lees lo sabré, y McGonagall también. Y tú te harás cargo de los problemas.

— ¿Y cuándo no me hice cargo? —Prosiguió a susurrar— Si habré perdido puntos para gryffindor por eso... —a Deneb se le esbozó una pequeña sonrisa, recordando la cantidad de veces en las que ella misma fue quien le quitó puntos al pelirrojo por estar fuera de su sala común en la noche o por haberlo pillado en el momento equivocado, mientras se jugaba una broma.

Y luego recordó también las últimas veces en las que no le quitó puntos. Esas veces en las que hizo ojos ciegos y oídos sordos. Porque ya no podía tenerle bronca a Fred Weasley.

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