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𝑿𝑳𝑽


15 de julio de 2002


¡Abela! ¡Ya llegó De! —exclamó Teddy Lupin apareciendo en la sala de estar de su casa al escuchar como la chimenea se prendía fuego, dejando ver allí a Deneb Malfoy quitándose el resto de ceniza causada por los polvos flu con los que había viajado mágicamente.

— Hola Teddy —dijo ella alzando los ojos para verlo, sonriéndole.

¡Que los cumplas feli... Que los cumplas feli...! —comenzó a canturrear una y otra vez dando pequeños saltitos en su lugar.

— Hola querida, estoy terminando de preparar la cena —Andrómeda salió de la cocina limpiándose las manos en su delantal. Luego se acercó hacia su sobrina y le dio un corto abrazo mientras Teddy seguía cantando en el fondo— feliz vuelta al sol.

Gracias —ambas se soltaron— Traje la torta, ya que no me has dejado encargarme de nada más... una con mucho chocolate, como a Remus le gusta —Andrómeda se rió— ¿Necesitas ayuda?

— No, no, no te preocupes —ella negó con la cabeza— Ya termino. Además no te haré trabajar cuando tú eres la agasajada —tomó la caja que contenía el pastel y se lo llevó de nuevo hacia la cocina para guardarlo en la nevera y continuar con los últimos preparativos para la cena de cumpleaños.

— Mira De... —Teddy, quien había dejado de cantar por fin, se fue corriendo por el pasillo— ¡Espera ahí! —gritó a lo lejos. Deneb no pudo esconder una pequeña sonrisa mientras tomaba asiento en uno de los sillones. El niño regresó dando fuertes pisadas con un peluche tejido en las manos— ¡Tengo un duendetito! Es azul como mi pelo.

— Que bonito Teddy —dijo Deneb mostrando una cara de asombro— ¿Quién te lo dio?

— La abela Molly, fui a su casa. Lo hizo para mí —giró el peluche que le mostraba a la morena y lo puso frente a él, para volver a mirarlo con detenimiento, como apreciando cada detalle que tenía. Jugueteó con sus orejas cuando alzó la vista de nuevo para ver a Deneb— ¡Wow! Tienes un montón de flores... —dijo apuntando hacia el tatuaje que ella tenía cubriendo por completo el brazo izquierdo.

Teddy dejó el peluche sobre la mesa ratona y se sentó en el sofá. Comenzó entonces a señalar una por una todas las rosas que había en la gran enredadera que se esparcía en el brazo de ella. Aquella que muchos años atrás le había hecho Fred Weasley.

— Una, dos, tres, cuatro, seis —murmuró por lo bajo— No... cinco —se corrigió— seis, siete, ocho —Teddy le tomó el brazo a Deneb para girarlo y poder seguir contando las flores pero se detuvo al ver la marca tenebrosa— ¡La abela tiene la misma sepiente! ¿Sabías?

— Sí, muchos tenemos este tatuaje —dijo con cierta amargura en su voz.

— A ella ya no le gusta pero no se lo puede sacar —agregó Teddy, abriendo los ojos y levantando las cejas para reafirmar lo que estaba diciendo— ¿A ti te gusta De? —ella miró una vez más el tatuaje que tanto odiaba, y luego negó con la cabeza— yo nunca voy a hacerme tatus cuando sea grande —ella se rió ante la ocurrencia del pequeño— yo también me hice un auchi.

— ¿Un auchi? —preguntó confundida. Teddy dejó de sostener el brazo de Deneb y prosiguió a mostrarle su codo raspado.

— Sí, como el que tienes ¿Ves? —la joven volvió a mirar entonces su brazo para terminar de entender a lo que se refería, y entonces comprendió que hablaba sobre las cicatrices que todavía se podían ver alrededor de la marca tenebrosa. Unas heridas que no se irían jamás, según lo había sospechado, porque habían sido hechas con magia y odio— me caí corriendo... Pero papi ya le dio un beso y se pondrá mejor —ella sonrió levemente.

— Estoy segura de que sí, Teddy —dijo, acariciándole la cabeza.

— Son como las de tu papá —agregó Andrómeda saliendo de la cocina, apoyándose contra el arco que dividía ambos espacios— la lastimaron, no se lo hizo ella sin querer.

El niño se vio un poco conflictivo por la información que acababa de recibir, porque no le gustaba la idea de que alguien pudiese lastimar a otro, pero creció rodeado de las personas correctas quienes le enseñaron que no era algo para angustiarse sino que debía ver esas heridas como actos de heroísmo, de valentía... Un recuerdo de que habían enfrentado malos momentos y continuaban siendo personas fuertes.

— Papi tiene muchas de esas —dijo más calmado— O como la que tiene Harry en su cara y su mano... El tío Geoge tiene en la mano también, y el tío Fed, y el tío Won, y la tía Ginny, y la tía Mione... ¡La tía Isa tiene muchas en el brazo como tú! Porque se peleó con ocho vampiros a la vez... —Deneb y Andrómeda se rieron a la par. La ingenuidad de la mente de un niño pequeño sería siempre algo fascinante.

— Si, son cicatrices Teddy, las mías al igual que las de ellos no se irán jamás —dijo la cumpleañera.

— Pero... papi me dijo que pueden doler menos —susurró él. Acto seguido dejó caer su cuerpo sobre el de Deneb, con los brazos abiertos, para proporcionarle un cálido abrazo que ella no dudó en responderle con una sonrisa genuina.

Sí, tiene mucha razón —susurró— un abrazo cura muchas heridas. ¿Hay uno para la abuela también? —Ella alzó la vista para dirigirse a su tía— No queremos que se ponga celosa.

Teddy entonces se separó de Deneb y fue corriendo hasta Andrómeda con los brazos estirados para rodearle las piernas en un abrazo.

— Mi pequeño arándano —la mujer se agachó entonces para estar a su altura a devolverle el gesto. Entonces le llenó de besos ambas mejillas— te amo.

Los tres dirigieron sus ojos hacia la chimenea que se encendía con unas pequeñas chispas verdes. Poco después se vislumbraba la silueta de un hombre alto, pelirrojo, pecoso y con un reluciente e impecable traje violeta.


— ¡Tío Fed! —gritó el pequeño Teddy escapándose de los brazos de su abuela para correr hacia el joven recién llegado. Andrómeda se alzó de nuevo y esbozó una gran sonrisa, una casi idéntica a la de su sobrina allí sentada a metros de ella.

— Buenas tardes señora y señorita Black —dijo Fred con un tono de voz grave, haciéndose el gracioso, mientras saludaba al niño de pelo azul con un par de cosquillas— y muy feliz cumpleaños para usted —el pelirrojo trató de acercarse hacia su novia esquivando a Teddy, quien se enredaba entre sus piernas para no dejarlo caminar. Deneb entonces se levantó del sofá y cuando estuvo a su lado le tomó de la cara para plantarle un corto y cariñoso beso en los labios.

Uno que Fred aceptó con una amplia sonrisa, volviendo para uno más mientras la tomaba de la cintura y la atraía hacia su cuerpo. Pero ese beso Teddy no dudó en interrumpirlo para llamar la atención de su tío.

— Mira Fed —el pequeño volvió a tomar su peluche de duendecillo que había tejido Molly Weasley y lo alzó cerca de Fred para que lo viese con mayor atención. Deneb se separó por completo de su novio y les dejó espacio a ambos.

— ¡Ah! ¡Un duendecillo! —Se hizo el sorprendido— ¿Sabes qué hacen los duendecillos Teddy?

— No... —dijo algo confundido, frunciendo el ceño. Como si tratase de recordar si su padre o su abuela o alguien de la familia se lo hubiese dicho ya— ¿¡Qué, qué!? —preguntó con entusiasmo.

— Mucho lío... como yo —en ese mismo segundo Fred Weasley estiró sus brazos y tomó al pequeño por su torso, alzándolo sobre su hombro, mientras ambos se regocijaban en risas— Meda, traigo la cena de esta noche —dijo dándole unas palmadas en la espalda a Teddy, todavía siendo cargado por Fred— dieciséis kilos de carne fresca, recién cazado.

Deneb no pudo aguantarse la risa. No solo porque su novio siempre tenía las más locas ocurrencias, sino porque Teddy no paraba de reírse y aquello era más contagioso que la viruela de dragón.

— Ay pero mira que bello espécimen —Andrómeda se acercó hacia ellos y tomó a su nieto entre brazos— deja que lo lleve a la bañera para limpiarlo primero.

— ¡Pero me bañé hace poco! —se quejó el aludido.

— Fue hace tres días Teddy, y te has ensuciado demasiado para dejar pasar tres días... vamos, que hoy tenemos visitas, queremos que estés presentable para ellos, ¿No?

De acuerdo —susurró rendido— ¿Puedes hacer bubujas azules abela?

— Por supuesto. Ya volvemos, siéntanse como en su casa —dijo ella mientras se alejaba por el pasillo con el niño en brazos.

Deneb entonces volvió a tomar asiento en el sofá, aunque algo inquieta porque su tía no le dejaba hacer nada, ni poner la mesa, cuando ella estaba allí. Menos ahora que era su cumpleaños.


Fred colocó sus manos en los bolsillos del pantalón y se apoyó con pereza sobre una de las paredes.

— ¿Vendrá tu hermano? —preguntó, alzando una ceja. Deneb le miró con la misma cara interrogatoria.

— No, aún sigue instalándose en la casa nueva —respondió, casi sin ganas— Además sé que no hay mucha afinidad con su esposa.

— Bueno no te voy a negar que es un poco estirada —agregó Fred ladeado su cabeza.

— ¿Isa cómo está? ¿Has podido ir a su casa? —preguntó ella para cambiar el rumbo de la conversación.

— Sí, sí. Está bien... George se está volviendo un poco loco en la casa porque Isadora quiere hacer mil cosas y él no quiere que haga nada —se rió— no sabes lo enorme que está. No entiendo como un cuerpo tan pequeño puede soportar semejante barriga.

— Al menos tus sobrinos han decidido no adelantarse y nacer hoy —Deneb se levantó del sofá dispuesta a ir hacia la cocina para al menos acomodar la mesa con los platos, cubiertos y vasos. Se sentía igual de inútil que Isadora en esos momentos.

— Ya bastante con que Samantha se adueñó de mi cumpleaños —respondió Fred, siguiendo por detrás a la castaña. Le puso una mano por sobre la cintura, haciéndola girar en su lugar para verla cara a cara.

— Y estoy segura de que fue el mejor regalo que pudieses haber recibido —él sonrió de lado— No soy de esas que asumen cosas pero... yo diría que es tu sobrina preferida —Deneb soltó una breve y cálida risa.

— No te voy a mentir, esa pequeña tiene un lugar especial en mi corazón —ambos sonrieron— es hija de mi hermano gemelo, hija de mi mejor amiga, soy su padrino, compartimos cumpleaños, y fue la primera en convertirme en tío. ¿Qué más puedo agregar a esa lista?

— Que ya tiene dos años y es tan revoltosa como tú.

— Eso también suma —ambos se rieron. Deneb le dejó un suave beso en la comisura de los labios antes de continuar camino hacia la cocina una vez más— espera, ¿Qué quieres?

— ¿Poner la mesa? —Trató de nuevo de entrar en la habitación pero Fred se interpuso enfrente de ella, acaparando el espacio libre de la puerta— ¿Qué quieres tú? ¿Qué escondes?

— ¿Has traído algo? —preguntó, un poco nervioso. Ella afirmó con la cabeza.

— Pastel. Está en la heladera.

— De acuerdo, quédate ahí —el pelirrojo se dio vuelta con rapidez y caminó dentro de la cocina volviendo a gritarle a su novia que no se moviera del lugar. Pero conociéndola a Deneb, debería de haber sospechado que no le gustaba seguir las reglas y aquella vez no sería la excepción.

Por lo que cuando entró allí le confundió el estado en el que se encontraba todo: Limpio, impoluto, sin un utensilio fuera de su lugar y sin ninguna comida preparada para la cena de esa noche. Mientras que Fred sacaba del refrigerador la torta que ella misma había traído para el festejo.

— ¿Te encanta desobedecer, no? Nunca cambiarás —dijo con una sonrisa en el rostro. Deneb no pudo replicar ante nada de lo que estaba sucediendo porque en ese instante el pelirrojo le tomó de la mano y ambos se desaparecieron del lugar con un sonoro crack.



¿Fred? —susurró ella, con la voz casi imperceptible, aferrándose a la mano de su novio con mayor fuerza. Estaban en un lugar completamente oscuro y en silencio.

Pero no pasaron ni tres segundos más cuando la luz le encegueció, haciendo que tuviese que entrecerrar los ojos para acomodarse a la nueva iluminación repentina. Y fue allí cuando escuchó un coro de diversas voces deseándole feliz cumpleaños al mismo tiempo.


Deneb se dio cuenta entonces que estaba en la casa de George Weasley, rodeada de unos cuantos rostros conocidos, como Andrómeda y Teddy, quienes se habrían aparecido en vez de ir al baño y ahora estaban al lado de Remus Lupin. Divisó a Katelyn Abbott y a su otro compañero de trabajo Marlon, en uno de los sofás junto a Ron, Hermione y Harry Potter.

Isadora Black estaba con Molly y Arthur, recibiendo en ese momento la torta que Fred había llevado consigo. George tenía en brazos a su hija, a quien bajaba al suelo para que se fuera corriendo con Victoire, la hija de su hermano mayor. Poco después les siguió Teddy por detrás.

Habían un par de Weasley más, Ginny, Bill y su esposa, Percy y su esposa... pero sus ojos fueron directo a un rincón alejado de la sala de estar.

Un lugar a su izquierda allí donde su hermano Draco y su amigo Timothy descansaban contra una pared con dos tragos en las manos, mirándola con unas sonrisas casi serias, pero que ella sabía que eran sinceras pero trataban de ocultarlas entre tantas personas que hasta entonces quizás les resultaban desconocidas.

Y se preguntó cómo es que estaban en esa reunión. Cómo es que habían aceptado venir a la casa de una Black, de un Weasley, de "traidores" a la sangre, con personas que en su momento habían despreciado. Pero luego recordó que nadie de los presentes les juzgaría y eso le reconfortó.

Sí, no fue fácil convencerlos a esos dos —murmuró Fred acercándose de nuevo hacia ella— ¡La chica es tímida, por favor! ¡Dejen de mirarla! —dijo gritándoles a los demás invitados, quienes soltaron una carcajada al unísono, pero continuaron charlando entre ellos después de esa escena. Lo cual Deneb agradeció interiormente, porque le ponía nerviosa tener tanta atención.

— No entiendo —dijo Deneb todavía confundida ante la situación, habiéndose quedado quieta en el mismo lugar en donde se habían aparecido— ¿Qué hacen todos aquí?


— Celebrar contigo, ¿Qué más sino? —Dijo Fred con una sonrisa en el rostro— por cuestiones de salud Isa no puede aparecerse y bueno, entonces, ella aportó la casa.

— Pero... —trató de decir, todavía sin caer en la cuenta de que todas esas personas estaban allí para celebrar su cumpleaños.

— Vamos, Den —escuchó una voz a su lado. Ella giró la cabeza y se encontró con Draco sonriéndole de lado— tú eres inteligente, no es difícil de comprender —el rubio estiró sus brazos y rodeó a su hermana. Deneb le devolvió el gesto dejando recaer su cabeza en uno de sus hombros— estamos aquí porque te queremos, te hemos extrañado y... te merecías tener un cumpleaños como siempre quisiste. ¿No crees?

¿Con qué te sobornaron? —susurró ella, divertido. Draco soltó una pequeña risa antes de separarse por completo del abrazo. Luego negó con la cabeza, pero Fred le interrumpió antes de que pudiese decir algo.

— Es secreto entre nosotros —murmuró el pelirrojo guiñándole un ojo a Deneb. Se dio media vuelta con una sonrisa pícara en la cara y caminó hacia su hermano gemelo para hablar de algo con él.

— Disfruta de esta noche, te lo mereces —agregó Draco.

Deneb sonrió, caminó hacia uno de los sofás para empezar a saludar a los invitados de su fiesta sorpresa y no paró de hablar en toda velada. Se sintió por primera vez en el ambiente correcto.

Por primera vez tuvo una fiesta de cumpleaños en donde no tenía que preocuparse por cómo se veía, ni por cómo se comportaba. Sobre todo ya no debía fingir que las personas presentes le caían bien, porque esa era la realidad. Quería a todos y a cada uno de los que estaban allí para celebrar ese día tan especial.

Y por primera vez, se dio cuenta de que ese era un día especial.

Y lo sería siempre, de ahora en más, como todos los quince de julio que faltaban por venir.

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