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2 de enero de 2002


Le soltó el brazo a Harry Potter en el instante en que tocaron tierra firme luego de aparecerse en la puerta de una casa celeste sobre cimientos de piedra. El chico le asintió con la cabeza y le aseguró de que ya estaba todo arreglado para que ella fuese allí, que no había nada de qué preocuparse.

Entonces Harry se desapareció de su vista. Deneb guió sus ojos hacia la puerta de entrada, subió los tres escalones antes de tocar, pero primero respiró profundamente.

Sí había cosas por las que preocuparse. Y muchas.

Cuando alzó su puño para golpear la puerta se abrió, dejando ver detrás a una mujer de pelo ondulado color castaño oscuro y unos ojos marrones casi saltones pero refinados. Tenía esbozada una pequeña sonrisa ladeada.

Cuando la joven reaccionó y bajó su mano otra vez al lado de sus caderas, su tía Andrómeda decidió ser la primera en hablar de las dos.

— Hola Deneb —dijo con voz calma— ven, pasa —se corrió de la puerta hacia un costado dejándole el paso libre hacia el interior de la casa.

Pudo darse cuenta que detrás de Andrómeda había un pequeño niño de cabello azul que se ocultaba agarrándose de las piernas de su abuela. Ya lo había visto en varias ocasiones y sabía que era el hijo de su prima Nymphadora... pero ahora se le achicaba el pecho al saber que ella ya no estaba más con él, ni con su esposo Remus Lupin ni con su madre Andrómeda Tonks.

Lo mismo su tío Ted. Por más que lo buscase dentro de esa casa acogedora y cálida, él no estaría allí.


El pequeño Edward saludó con la mano para luego irse corriendo hacia un pasillo que de seguro daba hacia su habitación. Andrómeda le retó por correr descalzo, pero el chico no le hizo caso.

Es rebelde —susurró negando con la cabeza al tiempo que sonreía— pero tenía a quien salir, con una madre así...

— Me lo imagino —contestó Deneb. No sabía mucho de su prima fallecida, pero tenía por sabido que era una auror espléndida –de las mejores- y que aun así no seguía las reglas al pie de la letra y siempre hacía lo que quería.

— Me alegro de verte de nuevo Deneb —Andrómeda le señaló uno de los sillones grises de la sala de estar para que tomasen asiento allí. La castaña pidió permiso y le hizo caso.

La bruja mayor con un movimiento de mano hizo flotar una bandeja proveniente de lo que se imaginó que sería la cocina. Traía una tetera, dos tazas y varias masitas de colores y formas distintas.

— Quería venir hace rato... —murmuró— me hubiese gustado estar con ustedes durante estos años... lamento mucho todo lo que pasó Andrómeda, de verdad.

El silencio las inundó a ambas. El ambiente se había tensado un poco, porque tenían que hablar de varias heridas que todavía a pesar de los años seguían abiertas. Y estaban allí justamente para intentar cerrarlas entre ellas.

— Lo sé. Sé que lo sientes —murmuró, algo apenada. Asintió con la cabeza— A todos nos hubiese encantado tenerte aquí —hicieron de nuevo una pausa en silencio. Luego comenzó a servir el té en las dos tazas de porcelana rosa.


Deneb necesitaba dejar de una vez por todas de lado cualquier tema que tuviese que ver con su madre. Por más que Draco le dijera que no era un monstruo, que ella aún le quería... No cabía en la cabeza de Deneb cómo es que una persona que te quiere puede permitir que sucedan cosas malas frente a su nariz.

A ella siempre le faltó una figura de autoridad fuera de Hogwarts, una madre o un padre real. Y le hubiese gustado -¡Sí, claro que le hubiese encantado estar con sus tíos y su prima!- pero en ese momento ella no pensaba así. Deneb Malfoy estaba acostumbrada a tener unos padres como los que tuvo siempre... y no se imaginó que podía haber tenido otra familia que, en realidad, ya era parte de la suya.

Necesitaba recuperar ese vínculo que estuvo perdido desde un inicio por culpa de sus abuelos. Uno que su madre tampoco quiso alguna vez recuperar.

Y uno que hoy en día no le daría la satisfacción de tener a Narcisa Malfoy otra vez.


Andrómeda le tendió una de las tazas y la castaña aceptó con una pequeña mueca en los labios, a modo de sonrisa.

— Podríamos haber hecho más por ti, querida —dijo la mujer, tomando ella también la otra taza— Lo lamento tanto... No sabíamos qué sucedía... No vimos las señales a tiempo.

Deneb apretó su mano alrededor de la porcelana para que no le temblasen los dedos. Todavía se sentía nerviosa de estar allí.

— No es culpa de ustedes. No creas eso, por favor.

Andrómeda bajó la vista hacia el suelo sin decir más nada, como sintiéndose culpable de que su sobrina hubiera tenido que escapar de aquella casa y huir durante tanto tiempo. Como si ella le hubiese hecho la marca tenebrosa en el brazo dejándole cicatrices mágicas de por vida. Como si ella hubiese sido capaz de buscarle un matrimonio arreglado, no una, sino dos veces.

Deneb lo pudo sentir.

Lo vio en sus ojos, tristes, y casi apagados.

Quizás se dio cuenta de que ella misma había vivido una situación similar con quienes eran sus padres. Quizás Andrómeda Black había tenido el mismo destino que Deneb Malfoy... pero ella no lo sabía, tan sólo lo sospechaba. Pues nunca le habían contado la historia verdadera detrás de la separación de su tía. Siempre había escuchado lo que su madre quería contar.

La historia que se contaba, seguramente, modificada para que ellos quedasen bien parados.

La farsa.


— No estaría aquí de no ser por ti —dijo entonces Deneb, luego de haber tomado un par de sorbos de té— Ni tampoco vendría a hablar contigo si te tuviese algún tipo de rencor.

Ella también bebió. Luego ambas dejaron las tazas de nuevo en la bandeja. Deneb jugueteó con sus dedos sobre su regazo.

— Me gustaría que me contases la historia real de todo, Andrómeda —murmuró ella— desde el principio. Por favor.

Alzó su vista otra vez y le miró a Deneb, con sus ojos marrones oscuros, casi negros. Aquellos que le hacían recordar una vez más que esa no era su madre y sí lo era Narcisa, la que le había donado los ojos azul oscuro.

La única diferencia notable entre ambas mujeres que se sentaban allí enfrentadas.

— Meda, dime Meda —contestó sonriendo— somos familia, Den.

Deneb le devolvió la sonrisa tan grande como pudo.

— Tía Meda suena mejor.

Andrómeda le tomó de la mano y la acarició con suavidad. Nadie jamás podría reemplazar a su hija, pero sabía que había hecho mal con su sobrina, que podía haberle dado el amor que realmente se merecía y que ella tenía tanto para dar. Y se propuso no dejarla escapar una vez más...

Porque la necesitaba. Porque era su familia.

Y Deneb no huiría de nuevo, porque ahora tenía un lugar a donde pertenecer.

Gracias por regresar, cariño —le susurró, antes de ofrecerle masitas para comenzar a contestar las mil y una preguntas que tenía Deneb preparadas para ella.


4 de enero de 2002


— Weasley... ¿Unas cervezas al cerrar? Yo invito.

— Acepto.


Deneb Malfoy recordó de nuevo la conversación que tuvo con Fred Weasley aquella mañana, cuando se lo cruzó en el callejón Diagon al salir de la tienda para ir a almorzar junto a Katelyn y Marlon, sus compañeros de trabajo.

Se miró en el espejo de la tienda antes de salir fuera, dando por concluido su día laboral. Saludó a todos los allí presentes y se despidió para iniciar su noche de viernes, que le seguiría a un ajetreado fin de semana con muchos planes.


Mientras caminaba hasta Sortilegios Weasley recordó que no debía olvidarse de decorar una tarta de frutilla que había preparado en la mañana. La llevaría al otro día a casa de Timothy Nott porque le había invitado para el almuerzo junto a su hermano, su prometida –con quien poco había hablado en navidad- y otros dos amigos.

Se sentía algo nerviosa por saber quiénes serían los dos hombres extraños que estarían allí porque no tenía ganas de reencontrarse con personas como Pucey. Pero sabía que Timothy no se llevaría bien con él o con similares... y mucho menos la invitaría a comer a su casa sabiendo que ellos asistirían.

Pero Deneb se calmó cuando le llamó por teléfono días atrás, comentándole que uno de los hombres era compañero de trabajo suyo y no había asistido a Hogwarts, y el otro era Graham Montague.

Estaba entusiasmada por verlo de nuevo.... No de forma romántica.


Deneb dejó pasar a una joven enfurecida que casi le atropella con el cuerpo. Luego detrás vio salir a un pelirrojo de la tienda de bromas. Se le acercó con una sonrisa ladeada y le tocó el hombro para hacerlo girar casi asustado.

— Ah, eres tú... —murmuró, con la voz casi inaudible.

— ¿Y quién más? —negó con la cabeza.

— Podrían haber sido tantas personas —dijo alzando las cejas— ¿Nunca esperaste que te tocase el hombro el sumo pontífice? —ella se rió.

Santo dios... ¿Estás listo ya? —preguntó. Fred Weasley sonrió y asintió con la cabeza, para luego hacer una pequeña reverencia y estirar su mano indicando el camino fuera al callejón.

— Te sigo —dijo— Guíame, reina de slytherin, ¿En dónde me deleitarás esta noche?

— La verdad... —Deneb comenzó a caminar seguida por el pelirrojo— que no tengo idea. Supongo que iremos por el centro hasta encontrar algún bar de esos medio escondidos donde tiran cerveza en barril, las papas están aceitosas y la música tan fuerte que debes hablar gritando.

— Bien, al menos tienes claro lo que quieres —él se rió— ¿Esto es una cita? —el chico le miró con una sonrisa ladeada por unos segundos formándosele un pocillo en la comisura del labio. Luego se concentró en el suelo, en no pisar en falso entre los adoquines medio sueltos y la poca gente que transitaba por allí.

Deneb se mordió el labio por dentro. No esperaba que preguntase aquello.

Desde el primer día del año que no se habían vuelto a ver por más de diez minutos en el callejón ya que sus horarios no concordaban. Y también, desde ese día, no habían vuelto a besarse otra vez.

Pero ganas no les faltaban. Y ambos sabían que era cuestión de tan solo tocarse dos segundos, en un roce de esos que sucedían sin querer al pasar al lado de una persona, para que se encendiera la llama de nuevo entre ellos.

Por eso estaban intentando ir despacio con la relación. Porque los dos eran chispas ardientes que se potenciaban juntas y podían explotar en cualquier momento.


— ¿Quieres que lo sea? —le preguntó entonces Deneb. Fred se tomó unos segundos en silencio para responderle.

— ¿Tú?

— ¡Yo pregunté primero! —dijo ella divertida. Él sonrió ampliamente. Deneb le miró de soslayo. Se acomodó un mechón de cabello pelirrojo que caía sobre su frente y casi le llegaba a un ojo, y terminó perdiéndose entre las pecas de su cara.

Sí, lo había extrañado. Había extrañado todo de él.

— Más tarde la contestaré —respondió, todavía sonriendo y mirando hacia adelante. No es que no quisiera girarse para ver a Deneb pero Fred sabía que de nuevo estaba perdiendo el control con ella y no quería precipitarse.

Porque si en esas dos cuadras que caminaron hasta salir al Londres muggle él se giraba a verla y se encontraba con sus mejillas sonrojadas, su pequeño tatuaje de estrella en el pómulo, sus radiantes ojos azules mirándole con ese brillo tan especial que tenía y su sonrisa que era solo para él y causada por él... no se controlaría de nuevo.

Y sabía que iba a terminar besándola como aquella primera noche del año.

¡Y es lo que más quiero, pues obvio!; pensó para sí mismo.

Pero Fred Weasley también sabía que se habían reencontrado semanas atrás luego de años sin verse y aún necesitaban tiempo para restablecer el vínculo que tenían.



Luego de una pelea por quién pagaba la cuenta –aunque Deneb dijo que ella invitaba- terminaron por salir de aquel bar con música irlandesa, decorado con barriles por mesas y pequeños bancos de madera oscura.

— ¿¡Y sabes qué sucedió después!? —continuó diciendo Fred mientras le tendía la puerta a Deneb, para que ella saliera fuera.

— ¡No, ni me lo puedo imaginar! —contestó ella.

Cuando los dos estuvieron en la acera dejaron pasar a un pequeño grupo de personas dentro del bar y prosiguieron con la charla en un tono de voz más bajo, ya que podían escucharse mejor.

Creo que perdí una oreja como mi hermano, después de estar allí tanto tiempo —susurró Fred riéndose.

— Cuéntame cómo terminó la historia —dijo Deneb riendo también, algo desesperada porque no le gustaba que la dejasen esperando ansiosa.

Ambos comenzaron a caminar sin rumbo por las calles de Londres. Deneb guardó sus manos dentro de los bolsillos de su saco gris después de acomodar su bufanda alrededor del cuello. Hacía frío esa noche.

— ¿Te interesa? —preguntó él, también escondiendo las manos en su abrigo.

— Fred, estuviste los últimos veinte minutos contando una anécdota sin mucho sentido alguno —agregó ella encogiéndose de hombros— que no sé todavía cómo va a terminar porque suena demasiado disparatada... claro que quiero saber. Invertí mucho de mi tiempo y quiero saber el final.

— Eso es lo bueno, ¿Sabes? Ahora tendré una excusa para invitarte a la próxima cita.

— ¿Próxima? —El corazón de Deneb le latió más rápido. Fred sonrió por inercia— ¿Entonces esto sí fue una cita?

— Lo sigue siendo.

La castaña bajó la cabeza para esconder su boca entre la tela de la bufanda y así ocultar una de esas sonrisas idiotas que se le habían comenzado a formar desde que volvió a verse con Fred Weasley. El mismo que tenía ahora a su lado, caminando con ella y riendo por tonterías, o por nervios más que otra cosa.


Deneb no lo había notado pero habían hecho el trayecto hasta su departamento sin siquiera pensarlo. Se dio cuenta de aquello cuando reconoció la esquina de su cuadra al ver la panadería por la que pasaba todas las mañanas, compraba algo para desayunar, y se dirigía a su trabajo con alguna delicia recién horneada en sus manos.

Ella se frenó frente a la puerta del edificio. Fred hizo unos pasos más hasta que notó que Deneb no le seguía por lo que se giró algo confundido a verla.

— Aquí vivo —murmuró. Le hizo señas con la cabeza. El pelirrojo miró hacia donde indicaba y se acercó de nuevo a ella.

— Ah, así que me estabas trayendo a una trampa meticulosamente planeada —alzó una ceja.

— ¿Qué? —preguntó frunciendo el ceño, sin comprender.

— Sí, ya sabes... —Fred se acercó todavía más hacia Deneb, casi tanto como para poder sentir la fría y humeante respiración del otro— ahora me dirás si quiero pasar a tomar algo. Te diré que sí. Me mostrarás alguna cosa interesante que haya en la casa. Nos besaremos. Se descontrolará todo, entonces te quitaré la —Deneb se rió tan fuerte que le interrumpió el monólogo a Fred.

— ¿Yo planeé eso? —Dijo— Creo que es al revés.

El pelirrojo esbozó una pequeña sonrisa y agachó la cabeza para juguetear en el suelo con una piedra.

— ¿Quieres pasar a tomar algo, Fred?

— Sí, por supuesto —contestó con rapidez. Ambos volvieron a reírse por la situación.

Deneb le dijo que le mostraría la forma muggle de entrar, por lo que subieron por las escaleras y ella abrió con llave la puerta de entrada principal. Hicieron lo mismo en la parte de adentro mientras procuraban no hablar muy alto porque ella sabía que tenía vecinos grandes, y quizás estarían descansando.

Pero en su departamento había puesto un hechizo de insonorización. Porque no tenía miedo a morir asesinada allí, pero sí que quería poner música a todo volumen cuando tuviese ganas –y a veces era de madrugada-.


Deneb cerró la puerta de su departamento y se quitó la bufanda, la cartera y su saco, dejándolo todo en el perchero de entrada. Fred hizo lo mismo mientras miraba con curiosidad toda la sala de estar y la cocina, que eran al menos las habitaciones que se apreciaban desde la entrada.

— ¿Qué me mostrarás de interesante? —preguntó dando unos pasos dentro.

— Bueno... Nimbus —ella le señaló con el dedo al animal mientras el gato corría por el pasillo hasta ocultarse dentro de su cucha, sobre uno de sus rascadores.

— Un placer conocerte Nimbus —lo saludó Fred de forma sarcástica.

— No es muy sociable —dijo Deneb negando con la cabeza.

— ¿Recuerdas qué viene ahora? —Ella le miró con el ceño fruncido— la mejor parte.

Deneb sintió un cosquilleo recorrerle el cuerpo cuando la mano del pelirrojo tocó su cintura, exponiendo parte de su piel al levantar la blusa que llevaba. La atrajo hacia él tomándole la mejilla con la otra mano libre.

Ella lo tomó por el cuello de su camisa e hizo que se arrimara más hacia su cara. Sus narices se tocaron por unos segundos mientras Fred acariciaba su nuca con suavidad. Entonces se besaron con lentitud. Disfrutando cada segundo que estaban juntos otra vez.

A Deneb le latía el corazón con tanta prisa que creyó por un momento que se le saldría del pecho. Porque de nuevo estaba deleitada de poder disfrutar de Fred Weasley, de sus besos, de sus suspiros, de sus sonrisa, de sus caricias.

Colocó sus manos alrededor del cuello de Fred para aprisionarlo más hacia ella mientras se movían del lugar con lentitud. Ahogaron un par de risas entre besos cuando chocaron con el sofá.


Se separaron para tomar aire y aprovecharon a mirarse los labios y seguir deseándose. Fred recorrió con ambas manos la cintura de la joven, por debajo de su blusa, y le acercó todavía más a su cuerpo aprovechando que el sofá no les dejaría correrse más hacia atrás. Deneb entonces comenzó a desabrochar el primer botón de la camisa que tenía Fred. Pero en ese instante le tomó las manos.

Espera... —susurró, algo agitado.

¿Qué sucede? —preguntó confundida. Fred le besó con suavidad las manos y se separó un poco de ella para poder bajar su propia temperatura corporal.

— No quiero que pienses que sólo quiero acostarme contigo.

— No pienso eso de ti, Freddie —Deneb se soltó y apoyó una de sus manos en su mejilla, acariciándole. Cuando el pelirrojo alzó la vista se miraron a los ojos y se perdieron entre la inmensidad de ellos por unos segundos— me gustas, y sé que te gusto también —él sonrió.

— Lo sé. Por eso no quiero arruinar lo nuestro —susurró. Hizo una pausa para encontrar las palabras exactas que quería decir. Deneb le esperó, pues no quería interrumpirlo— yo sé que a los diecisiete años todo parecía un cuento de hadas y nada nos importaba, nos manoseábamos hasta en el armario de escobas entre clases pero... —ambos rieron por lo bajo— quiero hacer las cosas bien esta vez.

¿Y cómo es eso? —susurró ella.

— Quiero salir de verdad contigo. Quiero tener citas como lo hace la gente normal, conocernos, hablar de idioteces. Ir por la calle tomados de la mano, besarnos en medio de la gente. Algún día incluso te presentaré a mi familia, comerás los deliciosos pasteles que prepara mi madre, te contarán anécdotas vergonzosas sobre mi... —Fred apoyó su frente contra la de castaña— quiero hacer todo lo que no pudimos hacer la primera vez, porque ahora sí podemos —susurró.

Deneb le sonrió apretando los labios para que no le temblasen. Sus ojos se habían aguado. No creía que ese día terminaría de esa forma, con ella casi al borde de las lágrimas. Pero se alegraba de que fuera un sentimiento de alegría y no uno de tristeza.

Me encantaría, Fred —le susurró para luego plantarle otro suave beso más. Uno que desencadenaría varios seguidos, cada vez más largos y más intensos, terminando con ambos recostados en el sofá abrazados y viendo una película que habían encontrado en el televisor.

El pelirrojo se despidió después que finalizara, no sin antes pedirle otra cita y dejarle a Deneb un beso de buenas noches en la comisura de sus labios. Lugar que tocaría con las yemas de sus dedos mientras intentaba dormir, recordando cada detalle de aquella noche mágica.

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