𝑿𝑰𝑰
15 de julio de 1993
— ¡Dobby! —gritó Deneb sorprendida al ver al elfo dentro de su cuarto en la mansión. Parecía algo consternado por el ruido que había hecho la joven, pero el resto de la familia se encontraba todavía en la planta baja tomando el café de la tarde.
Porque claro estaba que él no quería que nadie se enterase de su visita.
— Señorita Deneb, Dobby le ha traído un regalo por su cumpleaños —extendió un pequeño paquete con sus manos. La castaña cerró la puerta del cuarto y se dirigió hasta él con una sonrisa.
— No tenías por qué hacerlo —murmuró ella. Agarró el regalo y lo abrió con delicadeza para ver que contenía un par de medias tejidas a mano. Eran de color azul y tenían estrellas.
Sus ojos se le cristalizaron casi por inercia. No es que nunca le hubiesen regalado medias en toda su vida, pero el hecho de que su antiguo sirviente hubiera tenido la amabilidad de venir a verla y a entregarle algo hecho por él mismo en el día de su cumpleaños, la emocionó a lo grande.
No solía recibir ese tipo de regalos.
— Dobby le ha bordado estrellas, señorita —dijo con su chillona voz— porque sabe que Deneb es una.
— Lo sé, Dobby. Sé que lo sabes —ella asintió con la cabeza y dejó las medias sobre su regazo luego de sentarse en el suelo— gracias. Gracias por todo. Madre y padre se pondrán alegres de verte —el elfo dio un paso atrás y juntó ambas manos con nerviosismo.
— No pueden saber que Dobby está aquí, señorita Deneb.
— ¿Qué? ¿Por qué no? —preguntó confundida.
— Pues, porque, después de lo sucedido —Deneb frunció el ceño. No comprendía lo que el elfo estaba diciendo— no tengo amo, no tengo ama. Soy libre.
— Sí —asintió— por eso no estás más en esta casa. Pero creí que volviste para vernos a todos... Pensé que las cosas estarían bien, al fin y al cabo ellos te han liberado —los ojos del elfo se llenaron de lágrimas en cuestión de segundos y se sonó la nariz con la manga de la camiseta enorme que traía puesta.
— A Dobby lo ha liberado su amigo Harry Potter —sollozó— los señores Malfoy son malvados, no cuentan la historia verdadera. No son como usted.
Deneb apretó los puños con rabia. Le habían hecho creer algo que no era real. Una de tantas cosas en las cuales le habían mentido y ya no sabía cuánto más podría aguantar esa farsa.
— No lo sabía —susurró ella.
Atrajo a Dobby con sus dos brazos y se fundió en un abrazo con él, mientras seguía sollozando sobre su pecho. Pero no a ella no le importaban sus lágrimas sobre el caro vestido que sus padres le habían comprado por su cumpleaños... lo único que le interesaba en ese momento era darle amor a un ser que no supo tratar bien en un principio, pero que cuando comprendió cuál era el bando bueno de la historia, supo entenderlo y se respetaron mutuamente.
Dobby jamás le hubiese regalado medias a Draco o cualquier otra persona de la familia Malfoy, porque allí solo Deneb era su amiga.
26 de agosto de 1993
La placa verde y plateada de prefecta yacía sobre el tocador de la hija de los Malfoy. Deneb lo miró una vez más, como quien estuviera pensando si realmente quería ser aquello o no.
Estaba de acuerdo con las responsabilidades que conllevaba, con las horas extras de vigilar pasillos, con tener poder sobre los alumnos alborotadores que tanto le molestaban, pero había una sola cosa que la hacía cambiar de opinión: Y era que llevar esa placa de prefecta significaba que se parecía a su familia. Significaba que ella también seguía el camino de su madre, de su padre, de sus abuelos, de su tía Bellatrix.
Se preguntó si también estaría siguiendo el camino de la tía Andrómeda. Porque no sabía si ella habría sido prefecta en Hogwarts en su tiempo.
Deneb quiso creer que sí.
Se colocó la pequeña cartera blanca en sus hombros y acomodó el cuello de la blusa que traía puesta. Su madre estaría viendo a todo rato la prenda torcida si no lo hacía. Y prevenir antes que lamentar era su nuevo lema.
Deneb bajó hasta la sala de estar con pesadumbre. Su hermano la estaba esperando allí, acompañado de Graham Montague. El otro prefecto de slytherin de quinto año. Ambas madres charlaban con avidez en el sofá, mientras la castaña se aparecía.
— Hijo —habló la señora Montague— vayan primero a la bóveda de los Malfoy en Gringotts, así sacan dinero.
— Claro madre —contestó él— si ya estás lista, podremos partir —dijo mirando a Deneb. La chica asintió con la cabeza. Se despidieron de sus madres y los tres juntaron sus manos sobre la del elfo doméstico de los Montague, Grapper, para aparecerse en el callejón Diagon.
Les habían encargado la tarea de comprar todo lo necesario para el siguiente curso. A Deneb no le hacía mucha gracia estar en comitiva por el lugar, sobretodo ir acompañados por un elfo doméstico, pero supuso que no le quedaba otra opción que aceptar la idea. Sabiendo además que la solución para ir de compras por el callejón Diagon sin sus padres implicaba traer a su hermano y a alguien mayor que velara por ellos.
Timothy no estaba disponible para acompañarlos, se había ido de vacaciones durante todo el mes. Y a Narcisa y a Lucius Malfoy les pareció que lo más conveniente era invitar a Montague como reemplazo. O ir con ellos. Pero Deneb prefería aguantarse las tonterías que decía Graham antes que seguir compartiendo tiempo con los mentirosos de sus padres.
Por lo menos con él se reía.
1 de septiembre de 1993
Deneb se levantó de su asiento en el compartimiento del expreso de Hogwarts, todavía sintiéndose fría y triste. Se acomodó mejor la túnica y abrió la puerta asomando la cabeza hacia el pasillo del vagón.
— Voy a revisar que todo esté bien —le dijo a Nott, Bulstrode y Bletchey, quienes esperaban dentro todavía.
La joven salió al pasillo aún atormentada por la imagen del dementor que había visto deslizarse fuera del compartimiento. Estaban por todos lados desde la fuga de Sirius Black de la prisión de Azkaban. Pero buscarlo dentro de un tren que iba camino a un colegio, lleno de estudiantes... ya era demasiado.
Ella nunca se había topado con uno, solo los conocía por imágenes en los libros de texto, y no le hizo ninguna gracia encontrárselos en carne propia aunque fuese por unos segundos mientras seguían su rumbo por los pasillos.
Deneb se encargó de golpear uno por uno los compartimientos del vagón donde se encontraba y el siguiente, para asegurarse de que todos los alumnos estuviesen a salvo. O al menos que nadie se sintiera mal por lo ocurrido.
— Tienes que estar de chiste —dijo uno de los gemelos Weasley cuando Deneb tocó en su puerta. Nada más rodó los ojos y se acomodó mejor contra el respaldo del asiento.
— ¿Se encuentran todos bien? —hizo caso omiso al comentario del chico.
— ¿Y a ti que te importa, Malfoy? —murmuró Lee Jordan, otro de los problemáticos de gryffindor, y amigo de los gemelos Weasley. Deneb miró la placa reluciente de prefectos en el pecho del moreno.
— Hago mis deberes —ella se cruzó de brazos— no como tú, Jordan —movió su cabeza señalándolo— Deberías ir a revisar que todo esté en orden.
— Ah, la pequeña Malfoy tiene plaquita también —dijo Fred Weasley sonriéndole de forma socarrona— nos llevaremos mejor este año entonces, ¿Cierto?
— Sí Weasley, seremos los mejores amigos —murmuró ella entre dientes, para luego cerrar la puerta del compartimiento y dirigirse otra vez a su vagón. Quería pasar un buen rato hasta llegar a Hogwarts, sin preocupaciones ni alumnos insoportables.
Ya bastantes alteraciones tenía con respecto a sus padres y a sus compañeros de casa, como para ahora tener que aguantarse a ese trío causándole problemas en el castillo. Si bien lo bueno era que podía descontarles puntos por cualquier cosa que hicieran, lo malo era que Deneb no jugaba sucio como su hermano o sus padres. Y no le quitaría puntos sin razón alguna.
Lo que ella no sabía es que le darían siempre una razón para hacerlo.
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