E (II)
18 de noviembre de 2016
— ¿Has bebido?
Jungkook miró a Jimin con las manos reposadas sobre su regazo y ojos de cervatillo, como si nunca hubiese roto un plato. Apretó los labios inconscientemente y negó con la cabeza. Jimin camufló una sonrisita sabiendo que el menor mentía, pero le resultaba de lo más adorable que intentase ocultarlo. Era tan pillo como inocente, ¿qué esperarse de un chico que se encontraba en la tierna edad de los dieciocho?
El pelirrojo le dio otra oportunidad para que se confesase, alzando una ceja. Jungkook mantuvo su posición sin inmutarse, llegando a dar la sensación de que ni siquiera respiraba. Al final, Jimin dio un suspiro y le dedicó una apacible sonrisa.
— Sabes que no me importa que hayas probado un poco de mi cerveza mientras estaba en el baño, pero, legalmente, no tienes la edad para beber, Kookie, y me la cargaré yo como alguien se entere.
La verdadera naturaleza de Jungkook asomó, transformando el pueril semblante del moreno en el de un muchacho travieso. Sus ojos se curtieron de pronto, dando una versión de él perfectamente calificable para mayores de dieciocho. Su maliciosa media sonrisa fue lo que terminó de delatarle.
— Nadie me ha visto, hyung. Puede ser nuestro secreto.
A pesar de usar honorífico, aquello no iba con intenciones de mostrarle respetos a su mayor, sino más bien de insinuarse. Jungkook únicamente se dirigía hacia él de esa forma cuando quería jugar. Jimin miró a su alrededor; el bar no estaba demasiado abarrotado, pero tenía su clientela diaria aquella noche. Podrían haber pillado a Jungkook en pleno acto sin ningún problema, ya que se encontraba a la vista de todo el mundo; otra cosa es que le hubiesen prestado atención al muchacho mientras cogía el botellín que no era suyo y le daba el trago, porque era cierto que cada uno iba a su puñetera bola. Algunos estaban enzarzados en una emocionante (y puede que absurda) conversación, otros se hinchaban a soju en la barra, y otros tantos jugaban al billar o a las tragaperras como si la vida les fuera en ello.
Jimin sacudió la cabeza, dándose por vencido.
— Maldito mocoso, nunca puedes hacer lo que te digo... —se quejó, chasqueando la lengua y resoplando. Y no le faltaban motivos. Se pasaba el día pidiéndole que se comportase, cosa que jamás sucedía. Más bien, el joven tendía a hacer lo contrario como si de un niño pequeño y revoltoso se tratase.
Jungkook se rió tan solo para provocarle, arrugando para ello la nariz, y, al mismo tiempo, levantó por debajo de la mesa una pierna para tocar el muslo interior de su novio con la plantilla del pie. De inmediato y como era de esperar, Jimin se echó hacia atrás, alarmado, y apartó de un manotazo el pie del más joven.
— ¿¡Se puede saber qué haces, sinvergüenza!? —bufó, rojo como una luz de semáforo, habiéndose echado primero sobre la mesa para que la conversación fuese más íntima.
— Cálmate, Jiminie. Sabes que eso no es nada en comparación con lo que podemos llegar a hacer... —El niño alzó las cejas repetidas veces a modo de gesto lascivo, por lo que se ganó una palmada en el hombro como reprimenda por parte del pelirrojo.
— Te la estás ganando —rió Jimin tímidamente, mirando a ambos lados para asegurarse de que nadie les escuchaba y cubriéndose la boca para no hacer mucho ruido. ¿A quién pretendía engañar? Le encantaba el desparpajo de Kookie, por mucho que se empeñase en fingir lo contrario. Siempre le hacía sonreír, y esa era tan solo una de las muchas virtudes que Jimin adoraba de él.
Jungkook hincó los codos sobre la superficie de madera y se inclinó hacia Jimin sin ningún pudor.
— ¿Y qué significa eso? ¿Piensas castigarme esta noche, hyung?
Jimin tragó saliva cuando los dientes delanteros de Jungkook engancharon su propio labio inferior, el cual era muy fino. Los ojos del moreno se posaron sobre los del pelirrojo y, por un instante, olvidaron que estaban en público. Aquellos dos se conocían de hacía un tiempo, pero llevaban en una relación relativamente poco. Desde el minuto uno tuvieron una conexión y confianza inexplicables que tan solo fue creciendo con cada mirada, cada roce, cada mensaje de madrugada, cada beso... Hasta derivar en lo que eran ahora. Novios, amantes, follamigos... La gente podía llamarlo como quisiera, pero ellos tenían claro lo que querían y lo que sentían el uno por el otro.
No era una simple atracción, no era una fase, no era solo sexo. Sin duda, había mucho más.
Detrás de Jungkook, una persona robó la atención de Jimin. Se trataba de un chico moreno, de ojos gatunos y tez pálida que estaba encerando la punta de un taco para jugar al billar. No eran ilusiones suyas; era él de verdad, era...
— Yoongi —pronunció, boquiabierto.
— ¿Qué?
— ¡Espera, espera! No mires todavía —le pidió, viéndole las intenciones de girarse—. ¿Te acuerdas del chico del que te hablé, el que me encuentro al salir del metro?
— El rapero que te usó de sujeta paraguas —afirmó Jungkook, demostrando que sabía de qué le hablaba.
— Sí. Pues está justo detrás de ti... ¡No te gires!
— Quiero verle —protestó, haciendo un puchero.
— Te sobra con saber que es guapo —le contestó Jimin, divertido.
Tal vez no se tratase de Míster Corea, pero Yoongi tenía su puntillo, algo que, claramente, atraía. Y no, Jimin todavía no se hacía una idea de qué podía ser, pero le gustaría averiguarlo.
— Seguro que no más que yo.
Los ojos de Jimin se posaron de nuevo en Jungkook, quien sonreía con una confianza envidiable, a pesar de tener marcas de acné por sus mejillas y parte de su barbilla. Era un chico bastante guapo para su edad o, al menos, Jimin pensaba que tenía más atractivo que cuando él tenía sus dieciocho. Se recordaba a sí mismo con muchos cachetes y un corte de pelo horrible. Un par de años después, ya pasada la pubertad, su rostro se alargó y perdió algo de peso.
— Tenéis bellezas distintas, Kookie —opinó, riendo.
— Bueno, te lo acepto. —Se encogió de hombros y, aprovechando que su pareja le daba un trago a su cerveza, se giró un segundo para identificar al tal Yoongi. Cuando volvió a mirarle a la cara, tenía una medio sonrisa plasmada en los labios— ¿A qué esperas? Ve a por él, tigre.
Jimin se tocó la nuca, indeciso, y también en un intento por disimular su repentina timidez.
— ¿Crees que debería acercarme para hablar?
— Parece que está solo. Es una buena oportunidad.
Jimin observó cómo el moreno se preparaba para la partida, colocando las bolas dentro del triángulo. Sí, efectivamente, no parecía estar jugando con nadie más. ¿Era solitario hasta para eso? El joven de labios pomposos descansó su barbilla sobre la palma de su mano y ladeó su cabeza, divagando mientras se mordisqueaba la uña del meñique.
— Como no tires la caña, el besugo se te escapa.
Ignorando la ocurrencia de Jungkook, Jimin suspiró y se apretó las mejillas, muy frustrado por su falta de iniciativa.
— Creo que sería una pérdida de tiempo, Kookie. Lo más seguro es que no le gusten los hombres...
Había que ser realistas; en una sociedad como la coreana, ibas a encontrarte a pocas personas con una mente abierta referente al tema sexual, y eso incluía también los gustos y orientaciones. Por lo general, nadie se declaraba abiertamente homosexual (o bisexual) por miedo al rechazo social, la crítica y demás consecuencias que acarreaba una confesión de ese calibre. Así que, mucho menos iba a ser aceptado un chico que no solo se sentía atraído por ambos sexos, sino que, además, le gustaba tener relaciones abiertas.
Nada convencional, así era Park Jimin, y tuvo que sufrir en silencio durante años por ello. Al menos así fue hasta que llegó Jeon Jungkook, un estudiante bastante peculiar y distinto a los niños de su generación, que tenía ganas de comerse el mundo y demostrar lo equivocados que estaban los adultos.
— Eso no lo sabrás si no lo intentas —argumentó el maknae, tanteando el frío vidrio de la botella de cerveza con un par de dedos— Vamos, hyung, ni que tuvieras que comerle los morros ahora. ¿Qué hay de malo en saludarle? Intenta conocerle más, hazte su amigo... Y a ver qué pasa.
Si bien Jimin no se veía muy convencido al principio, la seguridad que le transmitió su novio consiguió envalentonarle lo suficiente como para cambiar de opinión. Demonios, ¿qué le costaba intentarlo? Aquella era una oportunidad de oro, y si no la tomaba en ese preciso instante, puede que no volviese a suceder. Estaba bien si no salía como él quería; quedaría como una anécdota y Yoongi seguiría siendo el chico underground que se cruzaba todas las mañanas. Fin de la historia.
Asintió, decidido.
— Bien. Voy a hacerlo.
— ¡Suerte! Yo estaré justo aquí, dándote apoyo desde la distancia...
Jimin tomó por el cuello la botella de cerveza antes de que cayese en manos de Jeon Jungkook. El chico suspiró y frunció levemente sus cejas bajo aquel flequillo largo y lacio, enfurruñado. En cambio, Jimin sonrió triunfante y le guiñó el ojo.
— Gracias, bebé. Pero me llevo esto conmigo —se recochineó, alzando la cerveza.
Jimin le dio un trago largo y se alzó, enfocando la vista en su objetivo mientras terminaba de saborear el líquido ámbar.
Allá vamos.
Le dio la sensación de que avanzaba con demasiada lentitud, pero eso era tan solo un efecto de su propia mente, que quería ralentizar el momento. Ni siquiera sabía qué iba a decirle, así que supuso que tendría que improvisar. Justo cuando estuvo a punto de llegar hasta la mesa de billar, se giró, tan solo para comprobar que Jungkook observaba atentamente la escena. El menor alzó su pulgar para darle ánimos y, después, sacudió su puño a la vez que susurraba un "¡Fighting!". A Jimin se le antojó tierno tal gesto y sonrió.
Cuando se centró de nuevo en su propósito, descubrió que Yoongi se había percatado de su presencia, y que esa era la razón principal por la que se encontraba mirándole fijamente. Tragó saliva, sintiendo que sus articulaciones se paralizaban, y se preguntó inevitablemente si Yoongi le habría reconocido. Desde aquel día que le brindó protección bajo su paraguas, habían vuelto a intercambiar algunas palabras; a veces, a Yoongi le daba por resolver sus dudas, y otras, sin embargo, no había quien lo hiciese hablar. A lo tonto, Jimin se había enterado de que era de Daegu, que apenas llevaba un año viviendo en Seúl y que empezó a componer a los once años. Pero nada más.
El chico pálido parpadeó lentamente dos veces. Luego, como si no hubiese visto nada, se inclinó para alinear su palo y golpear la bola blanca.
— ¿No te parece que tu acoso de fanático está yendo demasiado lejos?
Clack, clack, clack.
El impacto hizo que los números se dispersaran por toda la mesa a una velocidad brillante, colando en consecuencia una bola amarilla por uno de los agujeros. Jimin miró la jugada, absorto, pero no tardó en recordar que tenía que darle una respuesta a Yoongi. Se mojó los labios y sonrió con facilidad, intuyendo que se trataba de una broma.
— No seas presuntuoso. Yo estaba aquí antes.
Sus ojos oscuros viajaron a las mesas por un par de segundos. El moreno se irguió y se paseó por el lateral de la mesa de billar, todavía sin dirigirle la mirada a Jimin.
— ¿Has venido con alguien?
Jimin dudó acerca de decirle la verdad. Creyó que era demasiado pronto para revelar que tenía novio, y más aún para hacer presentaciones. El tiempo determinaría si más adelante sería necesario revelar esa información.
— Tal vez. —El pelirrojo esbozó una mueca coqueta y le dio la espalda al rapero para tomar uno de los palos de billar sobrantes, dejando en una repisa su botella vacía— ¿Acaso importa? —Yoongi negó con la cabeza y permaneció mirando la alfombrilla verde, calculando su próximo tiro. Podía dar la sensación de que estaba pasando totalmente de Jimin, pero algo le decía al más joven que Yoongi sí estaba al tanto de lo que decía. Al fin y al cabo, cualquiera podía fingir indiferencia, pero no aplicarla realmente— ¿Puedo unirme?
El muchacho se encogió de hombros, por lo que lo tomó como un "no".
Pasaron un par de rondas sin que ninguno de los dos hablase. Jimin quería esperar a entrar en un ambiente más íntimo para continuar charlando y que resultase agradable. Yoongi se veía como alguien que podía estresarse fácilmente cuando indagaban en su vida personal, así que era mejor ser precavido.
— Eres bueno —admitió Jimin, observando maravillado cómo otra bola más era tragada por una de las troneras centrales tras impactar con la bola blanca de Yoongi— ¿Aprendiste a jugar solo?
Los ojos almendrados de Yoongi siempre parecían estar huyendo del contacto visual, de forma que dejaba entrever que no había cosa que le importase lo suficiente como para prestarle toda su atención. No era fácil distraerle, y tampoco era recomendable hacerlo. Yoongi desprendía esa esencia que te advertía como si de un cartel de neón se tratase que no te cruzaras en su camino. Al menos si querías seguir de una pieza.
El moreno negó con la cabeza una sola vez ante la pregunta de Jimin y le indicó con la barbilla que se centrase en el juego. El menor obedeció, inclinándose sobre la mesa.
— Así no conseguirás meter ninguna —articuló, desesperado por la lentitud de su contrincante. Jimin agachó la mirada, sintiendo que estaba haciendo el ridículo. No se le daba para nada bien el billar, pero allí estaba, fingiendo que tenía todo bajo control tan solo para poder hablar con el rapero. Yoongi pareció hacerse una idea de lo que ocurría, motivo por el que alzó una ceja y mostró una mueca retorcida y burlesca— Esto se te da del asco.
Ya no tenía sentido seguir disimulando. Jimin se irguió y lleno sus pulmones con aire hasta que sintió que explotarían como un par de globos. Seguidamente, se armó de valor y miró al chico a los ojos. Este tenía una mirada taimada a juego con su sonrisa.
— ¿Y por qué no me enseñas en vez de criticarme?
La expresión de Yoongi cambió como si hubiese recibido una bofetada. Ahora fue el pelirrojo el que se dio el gusto de sonreír con el peso de una victoria a sus espaldas, pero, a diferencia del mayor, su gesto no tenía malicia; solo retenía en sus labios un inocente regocijo.
Jaque Mate.
Por un momento, Jimin creyó que el pelinegro pasaría hasta el culo de él y que tomaría su turno en compensación por el tiempo perdido, pero muy lejos de cumplir con la clase de pensamientos que cruzaban su cabeza, se acercó a él. Tragó saliva, sintiendo sus nervios a flor de piel, y vigiló las acciones del oriundo de Daegu. Yoongi se había colocado detrás suya, y ahora le exigía que pusiera en posición el taco dándole un par de toques con los dedos en el codo.
— Ni siquiera sabes sostenerlo bien —se quejó. Jimin se mordió el labio, avergonzado por que hubiese reparado en ese detalle. ¿Tan mal lo estaba haciendo? Yoongi dejó a un lado su propio instrumento, apoyándolo de pie contra la mesa de billar. Luego, puso una mano en la espalda de Jimin, obligándole a echarse hacia adelante—. Sostenlo así. Y tu izquierda tiene que estar más cerca de la punta. Así. —El joven muchacho sentía que iba a morir de un ataque al corazón con cada indicación. Las manos venosas de Yoongi estaban sobre las suyas, guiándole. No estaba siendo precisamente dulce (más bien no paraba de destacar sus continuas erratas y sus agarres eran bruscos) pero Jimin no podía controlar lo que exigían las hormonas. Al contrario que él, el moreno no encontraba significado al contacto que habían establecido— Inténtalo ahora.
Se quiso morir. Estaba seguro de que Yoongi había estado explicándole lo que hacer, pero su cabeza estaba en otra parte, y sus ojos, enfocados en otra cosa que no era ni el palo de billar ni el juego en sí. Buscó momentáneamente a Jungkook para pedir ayuda, pero no consiguió encontrarle en su sitio. ¿Dónde demonios se había metido?
Suspiró, tratando de serenarse. Yoongi tendría que pensar que era tonto de remate.
— Eh... ¿Puedes repetirlo?
Yoongi resopló, perdiendo la paciencia abruptamente. No, no se lo repitió; en su lugar, decidió hacerlo él mismo. Sin pensárselo dos veces, se inclinó sobre el cuerpo de Jimin, pegando su pecho a la espalda del pelirrojo, y se apoderó del control de sus brazos. A continuación, se tomó unos segundos para concentrarse en la esfera blanquecina de masa pesada y, cuando pensó tenerla a tiro, hizo que las pequeñas manos de Jimin efectuasen el movimiento a través de las suyas. El joven veinteañero se quedó en shock, dejando que la colonia de Yoongi le atontase junto al olor a tabaco de su chaqueta. Vio cómo las bolas de colores se dispersaron a la velocidad de la luz, pero realmente no le dio la importancia que se merecía a la jugada maestra. Tan solo podía pensar en cómo el cuerpo de Yoongi estaba rozando el suyo, en cómo la separación entre sus pieles estaba limitada por un par de prendas, y comenzó a preguntarse si el pecho y abdomen del joven rapero serían tan pálidos como su rostro.
— No es tan difícil... —Escuchó mascullar a Yoongi al tiempo que el calor que desprendía dejaba de besarle el cuerpo.
Jimin se incorporó y utilizó su palo de bastón, apretándolo entre sus manos nerviosamente. Las piernas le temblaban.
— Sí... Parece mucho más fácil cuando lo haces tú.
— Eso es porque no sabes jugar —le contesto secamente. Sin más que añadir, le dio la espalda y cogió su palo; le tocaba a él.
El descorazonamiento fue inevitable. A Jimin le daba la sensación de que Yoongi le estaba siguiendo el juego por compromiso, y no por interés. Todavía no le había dicho nada mínimamente agradable, y eso le hacía meditar profundamente acerca de si estaría siendo una molestia. Saltaba a la vista que el pelinegro no era una persona muy sociable, pero Jimin había tenido la ridícula esperanza de que con él fuese un poco más abierto. Con él, que solo era un chico que le grababa en la calle. Un fanático. Un don nadie. Le entraron ganas de reír por su estúpida ingenuidad.
Se quedó quieto, con sus ojos grácilmente tallados bajo sus definidas cejas puestos en las botas militares que vestía aquel día. La razón le pedía a gritos que se diera media vuelta y fuese a buscar a Jungkook; la otra, mucho más visceral, le pedía que se quedase, que lo siguiese intentando, porque una vez más no le hacía daño a nadie.
Continuó callado, con la mirada perdida. No quería interrumpir a Yoongi, así que obtuvo tiempo extra para decidir qué hacer hasta que el mayor terminó de jugar.
— Creo que debería irme —comunicó cuando consiguió reunir fuerzas para ofrecer una sonrisa decente, una que fuese capaz de ocultar lo mal que se sentía por dentro.
El rapero ladeó su rostro unos centímetros para mirar a Jimin. Al mismo tiempo, separó sus labios para acariciar una de sus comisuras con la punta de la lengua y arqueó una ceja.
— ¿Me estás jodiendo?
Jimin se encogió de hombros, quedándose en blanco a la hora de justificarse.
Tiene algo que me intimida, que me deja sin habla, pensó, y eso le pareció peligrosamente atrayente.
— Esto no se me da bien —dijo, torciendo el gesto con decepción. Porque sí, estaba bastante disgustado consigo mismo.
Yoongi bufó, pero a continuación sonrió de lado, mirando directamente al pelirrojo a los ojos. Entonces, en el pecho de Jimin se formó un ardor inesperado y sus mejillas se encendieron del rosado más notable. Maldita sea, ¿por qué Yoongi le resultaba tan guapo?
— ¿Te rindes siempre tan rápido con todo, pelirrojo?
Aquello le sonó provocador. Algo juguetón. Una pregunta sin ánimos de ofender; más bien con intenciones de quitarle hierro al asunto. La presión que tenía sometido el estómago de Jimin se esfumó. Tal vez se había tomado las respuestas de Yoongi demasiado a pecho. ¿Y si él era así siempre? ¿Y si realmente sí que tenía interés en mantener una conversación?
— No. Puedo llegar a ser realmente insistente cuando me lo propongo. Solo necesito motivación.
Jimin se relamió los labios inconscientemente mientras repasaba mentalmente las palabras que acababa de soltar por esa boca tan pomposa. Temió haberse pasado un poco con esa insinuación de doble filo por si hacía sentir incómodo a Yoongi. Ni siquiera supo si había captado el mensaje deseado, pero por el cambio en su expresión, algo sí que debió entender.
Un intenso choque de miradas oscuras se produjo.
Yoongi se negaba a dejar escapar una mínimo aliciente que pudiese darle esperanzas a Jimin; le gustaba jugar al despiste. Antes de meter la pata, se frotó la punta de la nariz con un brusco movimiento de mano y contrajo las fosas nasales, sorbiendo.
Necesitaba un cigarro.
— El sábado que viene estaré en un evento underground, en Hongdae —le informó Yoongi, con la voz repentinamente más ronca que antes—. Pásate un rato si quieres. Tal vez encuentres tu motivación —se mofó, apartándose el flequillo de los ojos con un movimiento rápido de cuello.
Hongdae quedaba como a media hora de casa de Jimin. Era perfecto. Pero el muchacho tuvo que hacer un esfuerzo por disimular lo mucho que le agradaba la idea.
— Me pasaré. ¿Me das la dirección exacta?
Le dio la sensación de que Yoongi le sonrió, pero atribuyó la ilusión al juego de luces que estaban sobre sus cabezas. El moreno hizo un gesto de cabeza en su dirección que se le antojo demandante.
— Mejor dame tu móvil. Te enviaré la ubicación por Kakao.
Ahora es cuando viene el drama y nos vamos acercando al meollo del asunto jojojojojojo. Vais a odiar mucho a Yoongi, solo digo :)
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