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Las manos le temblaban. En realidad, todo su cuerpo daba síntomas de estar a punto de colapsar en un ataque de ansiedad.

Jimin no estaba solo esa noche en casa, pero se sentía como si fuese la única alma vagando por el apartamento. Sus padres estaban de viaje y su hermano pequeño se había ido a dormir hacía unas horas, después de que el pelirrojo jugase con él un par de partidas a Mario Kart. No se escuchaba otro murmullo que el de la lluvia besando las calles de Seúl. El sonido era opacado por las paredes y las ventanas, selladas por la cremona. Pero, entonces, los sollozos de Jimin, que hasta entonces habían sido silenciosos, brotaron de su garganta.

 No podía contenerlos más. Había intentado ser fuerte, pero era tan difícil cuando él se encontraba al otro lado de la línea, suplicándole, rogándole... Y diciendo su nombre incesablemente. Cada vez que lo hacía era como una desgarradora puñalada en el pecho, y cada una sangraba y dolía como mil demonios clavando sus dientes para beber de sus venas.

Paulatinamente, Jimin se quedaba sin fuerzas. La cordura le abandonaba a la par que las lágrimas descendían desde sus ojos hasta su afilada barbilla.

Basta, suplicaba, por favor, para...

Pero la tortura no tenía fin, porque su mal (y al mismo tiempo su todo), no podía leer sus pensamientos, y tampoco quería escuchar sus afligidas peticiones.

 — Jimin... —El alcohol ingerido hacía estragos en la voz de Min Yoongi, provocando lentitud y desequilibrio en su forma de hablar— P-Por favor... Hablemos. Joder, no me hagas esto. No podemos... N-No puedes... 

Yoongi también trataba de retener las lágrimas; se le daba infinitamente mejor que a Jimin. Aun así, ciertas brechas nacían en sus cuerdas vocales cada vez que sentía que las palabras eran tan duras que le ahogaban. 

 — No puedo más, Yoongi... —lloró el menor, llevándose la mano libre a la cara para contener sus llantos. No quería despertar a Jihyun, ni mucho menos que se enterase de lo que ocurría en el salón principal de los Park. Comenzaría a hacer preguntas y, cuando volviesen sus padres, les diría todo con la inocencia de un niño de diez años preocupado por su hermano mayor. Jimin cogió aire antes de continuar y procuró hablar en voz baja— L-Lo hemos intentado tanto q-que... No estoy seguro d-de... —Cada vocablo le dolía figurada y literalmente. Se atravesaban como agujas en su tráquea, incapacitándole el habla.

  — Jimin, no, escúchame  —pronunció un Yoongi consternado. Jimin apretó los labios con fuerza, resignándose a prestarle atención sin hipar. La presión continuaba acumulándose en su ceño. Agachó la cabeza y se tocó el cuero cabelludo nerviosamente; no había otra cosa que pudiese hacer para calmar el dolor— Podemos salir de esta, ¿d-de acuerdo? Joder, lo hemos hecho antes. Lo haremos de nuevo, ¿me oyes? Y-Yo... Yo te necesito, Jimin. Necesito que estés conmigo.

Ahora, el corazón del pelirrojo estaba siendo torturado por una figura incorpórea que se empeñaba en aplastar su (ya de por sí) maltratado órgano sin piedad. Todo era un efecto causado por la confesión de Yoongi. Cada vez que oía algo así, Jimin sentía que quería morir, porque el resquemor era demasiado. Agradecía que, al menos, no lo tuviese delante de él, en persona, porque si no, estaba seguro de que caería de nuevo en sus mentiras, como había pasado anteriormente.

Había perdido la cuenta de las veces que había decidido perdonar a Yoongi, y nunca parecían suficientes. Estaba demasiado enganchado, era adicto a una droga que le estaba consumiendo nocivamente y, aun así, no le importaba. 

Hasta llegado aquel punto.

¿Es que no tenía amor propio? ¿Por qué se hacía eso? Ni siquiera tendría que haber descolgado la llamada en primer lugar. Jimin sabía a lo que tendría que enfrentarse en cuanto vio el nombre de Yoongi reflejado en la pantalla. Ya era prácticamente un mantra, el pan de cada día, y, de todas formas, optó por el camino del suplicio, aun cuando debería haber aprendido de las veces anteriores. 

Por eso mismo, no supo de dónde sacó el valor para plantar cara a su mayor miedo.

  — Mientes —dijo, echando la cabeza hacia atrás para mirar un punto fijo en el techo y contener las lágrimas, que igualmente se desbordaban por las esquinas de sus ojos rasgados e hinchados—   Siempre lo haces. —Rió con cinismo, sin ganas. Se relamió los labios y sorbió por la nariz. Dios, ¿por qué siempre terminaba hecho un puñetero desastre?— Y no me apetece seguir así. No me lo merezco, Yoongi, no quiero...

Recordó las palabras dichas por Jungkook, su actual pareja. Él siempre le estaba recordando lo mucho que valía, y continuamente criticaba las actitudes impulsivas de Yoongi. No le faltaba razón. Yoongi se había estado comportando como un capullo durante todo el año de "relación" que llevaban juntos, si es que se le podía llamar así al conjunto de todas las experiencias compartidas. El menor estaba cansado de los cambios de humor del mayor, siempre indeciso acerca de lo que tenían, siempre preocupado por los prejuicios, siempre entregándose a él únicamente cuando estaba cegado por el alcohol o la marihuana...

Yoongi no respetaba los sentimientos de Jimin, y Jimin no estaba seguro de poder sobrevivir a más golpes duros, porque el infierno que había que tenido que pasar durante casi trescientos sesenta y cinco días le parecían más que suficientes. 

Sentía que los buenos ratos que habían compartido no compensaban los malos. Sentía que ya no merecía la pena seguir adelante, que estar con alguien como Yoongi no le beneficiaba en absoluto, y le costó darse cuenta. Pero ahora tenía una oportunidad. Si hacía lo correcto, podía ser libre.

  — Perdóname, por favor.

Yoongi rompió a llorar. Era la primera vez que lo hacía.

A Jimin se le olvidó cómo respirar.

 También fue la primera vez que Jimin escuchó el llanto del pelinegro, porque este siempre había sido demasiado orgulloso para mostrar sus verdaderos sentimientos. Pero aquel momento era una excepción, se permitió un paréntesis; todo lo que amaba corría peligro y debía hacer algo, demostrar que Jimin realmente era su todo.

 — Te quiero, Jimin.

Está borracho, pensó el pelirrojo tristemente. Solo me dice eso cuando está intoxicado por algún licor.

Así que no podía creerle. No podía volver a tropezar con la misma piedra y esperar que las heridas fuesen más leves que la vez anterior. Sería incluso peor, porque las viejas heridas se abrirían y se mezclarían con las nuevas. Simplemente no podía dar su brazo a torcer.

Tenía que ser fuerte por él mismo, demostrarse que se amaba, y que nadie tenía el poder suficiente para corromper esos valores.

 Jimin tensó su columna, poniéndose recto sobre el sofá en el que estaba sentado, y se echó el flequillo hacia atrás mientras pensaba bien las palabras que zanjarían aquella conversación, aunque no esperaba que Yoongi lo recordase a la mañana siguiente.

Abrió los labios y todo fluyó.

  — Yo también... Y eso debe cambiar, porque mientras que siga teniendo sentimientos por ti, no dejaré de alimentar a mis demonios, y no hay nada más doloroso que eso. Y... Y si tú me quieres a mí, déjame ir. Por favor, Yoongi. Déjame ir. 

Jimin se sorprendió por lo calmada que sonó su voz. Ya no le temblaba, aunque mantenía un deje de angustia e incomodidad. Fuera como fuere, estaba hecho. Le había dejado las cosas claras a su ahora ex-pareja. Yoongi parecía estar tomándose tiempo para procesar la información, porque no se oyó absolutamente nada al otro lado de la línea durante un par de minutos.

  — Adiós, Yoongi  —se despidió Jimin, pensando que era lo mejor para ambos si él cortaba la llamada; le daba más credibilidad a su decisión.



No volvió a recibir ninguna llamada de Min Yoongi en toda la noche, y eso fue en parte un alivio, pero también una enorme decepción. Jimin se preguntó por qué se sentía tan mal consigo mismo si se suponía que había tomado la decisión correcta.

Esto está bien, ¿no? Así es como tienen que ser las cosas. Me merezco algo mejor que Yoongi, Jungkook lo dice, Vika también. Todos lo hacen.

Inevitablemente, se tumbó en el sofá y se echó a llorar durante horas. Las mantas y los cojines con los que cubrió su cara y cuerpo fueron los únicos que presenciaron su agonía aquella noche.

Jimin sufrió en silencio. Necesitaba estar solo, pensar un poco en todo y a la vez fundirse con la nada.

Finalmente, se dio cuenta de que lo que le había dicho a Yoongi era verdad: amar a sus demonios era la única forma que había de amarle a él, y eso equivalía a entregarse a un martirio constante de por vida, lanzarse de cabeza al Tártaro.

Pero eso se había acabado y, con el tiempo, lo superaría. Con el paso de los días, las semanas y quizá años, aprendería a quemar el recuerdo de Min Yoongi, el peor de todos los diabólicos monstruos que habitaban en su cabeza.








No pensaba subir el primer capítulo hasta el viernes, pero como hoy es el aniversario de Bantang en Corea, pues me he sentido generosa :)

Nos vemos, chiquis xxx

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