Este relato pertenece al #demoniochallenge propuesto por @degelallard y @Nadabrovitchka para crear drabbles durante el confinamiento por el COVID-19. 

Danzan en torno a la hoguera, melenas al viento, faldas alzadas hasta las rodillas, pies descalzos, un remolino de colores y risas y cánticos cada vez más rápido, frenético.

Cantan y gritan y bailan y oran y el mundo a su alrededor se convierte en un borrón rojizo, insignificante. Vueltas, vueltas, fuego, calor, pavesas, música, alegría, entusiasmo, euforia, vueltas, vueltas. Trance.

Trece mujeres, los brazos en alto, las bocas abiertas, los pechos desnudos, contemplan las formas caprichosas del fuego, cuyas lenguas crecen y ascienden en el cálido aire nocturno hasta dibujar la silueta imponente de Aquella a quien esperan.

Madre. La figura adquiere contornos vagamente humanos: cabellera ígnea, ojos de brasas, los brazos extendidos en un gesto acogedor al que todas las mujeres responden arrodillándose ante ella, la Única, la Esperada, la Madre.

Las envidian. Las llaman "malditas". En la aldea se sabe que algo ocultan, que sus carcajadas a medianoche son fruto de revelaciones vedadas al común de los mortales. Y ellas asumen que serán hostigadas y perseguidas hasta la muerte, pues la Madre les ha mostrado su futuro en las llamas, pero no les preocupa. Porque atesoran el conocimiento de milenios: el pasado y el porvenir se desvelan ante ellas, la ciencia de la naturaleza reside en sus espíritus, el poder de la unión entre hermanas calienta sus corazones como la luz frente a la que danzan.

Viven por ella, morirán por ella. Por esa figura que ahora se les revela en un torbellino de fuego que palpita y crepita susurrando las palabras que solo ellas entienden...

Bienhalladas, hijas mías; dichosas vosotras, porque os entregaré los secretos del mundo antiguo y de los días por nacer...