El mismo pecado
Este relato pertenece al #demoniochallenge propuesto por @degelallard y @Nadabrovitchka para crear drabbles durante el confinamiento por el COVID-19.
Rojo. Es lo último que vi antes de cerrar los ojos: una neblina encarnada que me rodeaba, envolviéndome cada vez más apretadamente, hasta que no pude soportarlo.
Rojo. Desperté, temiendo encontrarlo de nuevo, pero ahora todo estaba oscuro. Parpadeé con lentitud, intentando adaptarme para ver algo, sin conseguirlo. Tanteé el suelo con las yemas de los dedos. Húmedo y viscoso. Frío. Como el aire que entraba en mis pulmones con cada dificultosa inspiración. Todo era muy extraño: estaba convencida de haber muerto y, sin embargo, me hallaba tendida a oscuras sobre un charco de mi propia sangre, esperando no sabía muy bien qué.
- Bienvenida.
¿De dónde provenía aquella voz? Traté de incorporarme, pero me costaba coordinar mis movimientos. De repente, una mano se materializó frente a mí, rodeada de tinieblas, ofreciéndome su ayuda. La observé, con desconfianza, pero terminé por aceptar y tomarla para levantarme: era gélida y, a la vez, firme y suave.
- Es un placer tenerte por fin entre nosotros. Te esperaba.
Giré la cabeza en busca del propietario de la voz, hasta darme cuenta de que nadie la emitía: sonaba directamente dentro de mi cabeza, vibrando en mi cráneo y produciéndome una curiosa sensación de hormigueo.
- ¿Quién... qué... eres? -conseguí preguntar, incapaz de orientarme.
- Ah, sí. Permite que me muestre.
Chasqueó los dedos, desvelando gradualmente el brazo, el torso y, por fin, el cuerpo marmóreo de un joven cubierto por una túnica blanca. Su cabello rubio pendía en brillantes rizos a lo largo de su espalda y sus ojos carmesí me miraban con algo parecido a la... ¿compasión?
- Yo soy aquel a quien conoces como Satanás. O Belcebú, si lo prefieres. Tanto da.
- Yo...
- Sé quién eres. Ya no tienes nada de qué preocuparte: tu estancia en el mundo ha terminado y, con ella, tu sufrimiento.
- Pero, si tú eres Satanás... eso significa que...
- Significa lo que tú quieras que signifique. Todo depende de cómo lo enfoques.
El joven me ofreció su brazo y caminó junto a mí, sin prisa; su contacto me helaba el alma, pero la sensación, lejos de angustiarme, me infundía una extraña tranquilidad. A nuestro paso, tenues luces iluminaban un túnel interminable que recorrimos hasta llegar a una gran sala cuyo perímetro adornaban doce columnas corintias que servían de apoyo a sendas antorchas.
- El infierno no es exactamente lo que te explican en la iglesia, ¿sabes? No solo los malvados acaban aquí; hay también sitio para aquellos cuyo pecado fue equivocar los medios para conseguir un objetivo lícito, como tú.
- Solo quería ayudarles, que fueran libres... -mi voz se quebró al recordar la lucha que había liderado para intentar acabar con la injusticia que nos oprimía.
- Tranquila, lo comprendo. Ahora también tú serás libre, por toda la eternidad.
Se volvió hacia mí, tomó mis mejillas entre sus manos y besó mi frente, iluminándome con un haz argénteo que me envolvió hasta transformarse en una túnica similar a la suya.
- Estarás bien. Estás conmigo. Al fin y al cabo, los dos cometimos el mismo pecado.
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