50. Aurora Woods
50. Aurora Woods.
—¡¡STEVE!! —Volvía a gritar, una y otra vez entre llantos, tras empujar a un lado al hombre que la había protegido con su largo cuerpo—. ¡NOOO!
Quiso ponerse en pie, pero sus piernas le fallaron y cayó de rodillas al suelo. No podía resistirlo. Su fuerza la abandonaba y el aire en sus pulmones también, ahogándose en sus sollozos. Su corazón se sentía igual de destruido que el edificio, ardiendo en dolor.
Quemaba.
Su pecho ardía y su garganta también con cada grito al cielo, desgarrando su alma.
Perdía por segunda vez a Steve.
Chris la acompañó, abrazándola y conteniéndola todo lo posible.
Las luces del fuego iluminaban la noche. Los ruidos de las explosiones que seguían sucediendo a medida que el incendio alcanzaba otras áreas inflamables de los laboratorios, rompían el silencio y la sobresaltaban con cada estallido.
—Lo siento —decía el hombre, en un susurro—. Lo siento tanto.
Lo decía con dolorosa sinceridad. Nunca se perdonaría no haberse dado cuenta antes de lo que ocurría. Debería haber ido inmediatamente después de salir del puerto, aunque no pudiera asegurar que eso hubiera significado un cambio en el final de la historia.
Y sentía también remordimiento, por haber deseado alguna vez estar en esa situación. De tenerla en sus brazos consolándola después de perder al hombre que amaba. ¡Qué canalla había sido! Escuchar sus llantos y tener su cuerpo convulsionando entre sus brazos le destrozaba. Daría cualquier cosa por evitarle ese dolor. Por quitárselo y lanzarlo al agua como si fuera una piedra hallada en la arena.
La sostenía con fuerza.
Los dos arrodillados en el suelo se quedaron sin energía para moverse.
No se dieron cuenta cuánto tiempo había pasado, cuando ella levantó la cabeza por encima del hombro de Chris. Algo se movía desde uno de los laterales del edificio. Una sombra negra se tambaleaba hacia ellos.
Chris se percató que algo había llamado la atención de Aurora y siguió su línea de visión. Inmediatamente, se irguió apoyando su peso sobre el pie sano, tomando la única arma que todavía conservaba, y colocándose delante de la joven, que seguía en el suelo. No podía ser que alguno de esos monstruos hubiera sobrevivido. Tendría que sacar fuerzas de donde fuere para protegerla.
Pero entonces, la mujer salió corriendo hacia la sombra, tan rápido que no le dio tiempo al agente a reaccionar deteniéndola, con temor a que se enfrentara con el extraño en venganza.
Su sorpresa fue enorme cuando la escuchó gritar.
—¡Steve! —corrió hasta la oscura y alta figura y se lanzó a su cuello, abrazándolo.
—¡Auch! —protestó de dolor, sujetando un lado de su cuerpo, donde algunas costillas estaban fracturadas.
—Lo siento —se alejó y cambió el contacto por uno más delicado—. Creí que habías...
No pudo terminar la frase por el nudo formado en su garganta.
Estaba vivo. Herido. Con el rostro magullado, un ojo cerrado, sucio y despeinado. Una versión alterna de un Steve Sharpe que, aunque se viera así, seguía siendo majestuoso.
El hombre contemplaba a la dueña de su corazón. Por la que había arriesgado su vida sin siquiera dudarlo. Lo haría mil veces más de ser necesario.
El llanto le habían marcado surcos en el rostro sucio por el polvo, pero seguía siendo hermosa.
El movimiento de las llamas que lamían la estructura que continuaba desplomándose le daba a los ojos de Aurora un movimiento hipnótico y tintaba de dorado las lágrimas que caían con ímpetu.
Steve sonrió.
Llevó una de sus manos a su mejilla, arrastrando su humedad con ternura. La otra la capturó por la cintura, pegándola a su cuerpo. Bajó la cabeza para besarla despacio. Para obtener el preciado tesoro que había creído perdido.
Correspondió el beso y le tomó de la nuca con ambas manos, enredando sus dedos en sus cabellos sucios, húmedos y desprolijos, atrayéndola hacia ella de forma posesiva y necesitada. El beso lento fue dando paso a una invasión de lenguas, ansiosas por celebrar el reencuentro entre los enamorados.
Sus labios eran apretados, mordidos y lamidos con desenfreno, entregando todo de sí. Dejando en ese acto todos los miedos y recuperando el alma perdida. Tomando del otro la parte que les faltaba para ser uno.
Él sintió un intenso calor y el brillo curativo de la divina criatura se perdió en el resplandor del fuego.
Se separaron agitados, tratando de recuperar el aliento, con los labios hinchados y una sonrisa en cada rostro. Un rostro que ya no manifestaba lesión alguna. Al igual que su cuerpo. Sólo la suciedad era testigo de lo ocurrido.
—Ya estoy mejor —la abrazó con más fuerza y ella se refugió debajo de ese abrazo que significaba el mejor lugar del mundo, al que pertenecía y al que siempre querría volver. Steve levantó la cabeza y vio acercarse a Chris. Despacio, respetando el reunión entre la pareja, rengueando, y con los mismos efectos de lucha en su rostro—. Gracias. Por todo —le estrechó la mano cuando lo tuvo a su alcance.
—De nada —le sostuvo con firmeza la mano—. Gracias por sobrevivir —miró a Aurora.
Steve comprendió lo que quiso decir. Supo, o confirmó, que el sujeto que lo había acompañado a una misión suicida era un buen hombre.
Aurora se despegó de Steve y se acercó a Chris. Tuvo que elevar mucho su cabeza para conectar sus miradas.
Webb percibió la caricia sobre rostro como magia. Ella sostuvo su mano en su mejilla, en la cual sintió el calor —que ahora sabía—, lo estaba ayudando a reponerse de las heridas. Cuando terminó, él colocó su propia mano sobre la de ella. Aurora estiró su cuello y él se agachó, facilitándole lo que entendió que intentaba hacer.
El beso en la otra mejilla. Uno inocente, de agradecimiento, era su recompensa.
No hizo falta palabra alguna. Él sabía lo que significaba. Igual Steve. Pero ese beso lo marcaría para siempre, junto con la sonrisa que le dedicó tan cerca de él tras mirarse por un instante a los ojos.
En otro momento, habría envidiado la suerte del hombre dueño de su corazón. Pero sabiendo lo que sufriría sin él, sólo esperaba que la hiciera feliz. La estaba dejando en buenas manos. Ese hombre volvería a dar su vida por ella.
Y Chris también.
El agente especial hizo su aparición, dejando de lado al hombre que había roto las reglas para salvar a la fantástica mujer.
—¿Qué hacemos ahora?
—Ahora, agente Webb, nos iremos a casa a descansar. Y veremos mañana en las noticias lo que las autoridades tengan para decir.
—¿A qué casa? No debe haber quedado nada de ella —indagó Aurora, regresando bajo el calor de Steve.
—Iremos a la de mi padre. Y tendremos que pensar en una buena explicación.
Atravesaron una vez más el bosque en su regreso hacia el BMW con un humor y sentimiento diametralmente opuestos a cuando habían hecho el sentido opuesto.
Aún no amanecía, pero para Andrew, había sido una eternidad desde que las sombras de su jefe y del agente habían desaparecido entre los árboles. Un ruido de hojas siendo pisadas lo puso en guardia, sacando el arma de la cintura, apuntando al suelo, listo para responder con fuego de ser necesario.
La voz de Steve Sharpe relajó sus músculos y su respiración llenó de aire sus pulmones.
—¡Andrew! —Aurora corrió hacia el grandote, abrazándolo.
No se contuvo de corresponderle con los ojos aguados.
—Señorita Aurora. Está bien —disimuladamente pasó un dedo por su ojo, secándose la humedad.
Los dos hombres que lo contemplaban sonrieron con complicidad.
—Así es —volvió a su refugio, arrebujándose debajo del brazo de Steve, apretándose contra su cuerpo.
—Andrew, necesitamos ir a tu casa. Y algo de ropa. No podemos llegar así a la casa de mi padre. También, deberás llevar al agente Webb a su hogar.
—Sí señor Sharpe —hablaba con la firmeza de siempre, pero no pudo evitar una sonrisa al ver a la pareja subirse al asiento trasero, donde mantuvieron el abrazo. Sin demora, subió a su puesto como piloto.
Chris, por su parte, se sentó en el asiento del copiloto, cerrando sus ojos y sumiéndose en un profundo sueño, lleno de los recuerdos de la noche y perdiéndose en unos ojos dorados hechizantes.
***
Acababa de llegar a su vivienda, conducido por el asistente de Sharpe. Aunque estaba agotado, se dio una veloz ducha y se dejó caer sobre su cama, agradecido que cada herida, hueso roto y golpe hubiera desaparecido como la misma agua en el drenaje.
Sólo le quedaban un par de horas antes de que tuviera que prepararse para ir a las oficinas del FBI.
El sonido de su teléfono móvil le arrancó un gruñido de amarga frustración por el sueño negado.
—¿Qué? —fue su respuesta, en un hilo de voz.
—Chris, el jefe nos pide que nos hagamos cargo de una situación extraña en unos laboratorios, a las afuera de la ciudad.
—¿Qué laboratorios?
El cansancio desapareció por arte de magia y su cuerpo había reaccionado sentándose de golpe en la cama.
—Ehmmm, creo que dijo Quirón.
—Mierda —masculló. No podía ser.
—¿Cómo dices? ¿Los conoces?
—Sólo de oídas. Te espero en casa para ir juntos. ¿Tienes la dirección de la escena? —Como si no acabara de regresar de ese infierno.
—Sí. Te recogeré en media hora.
Dejó el aparato en la cama, mientras pasaba su gran mano por su nuca, masajeándosela. Lo volvió a tomar. Tenía que hacer una llamada.
***
El resto de la noche, el Mayor General George Wilkinson lo había pasado revisando el expediente que aún conservaba en su caja fuerte.
Nadie, salvo su hija, conocía el contenido de aquella carpeta. Su esposa, que lo había amado hasta su último suspiro, había ignorado lo que el general había hecho. En primer lugar, porque era un secreto de Estado. En segundo, porque su Elena era demasiado inocente para comprender la dimensión de lo que hacían. Y los sacrificios que solicitaban.
Su hija, en cambio, a los quince años, lo había visto al meterse de manera furtiva en su despacho; y movida por la curiosidad, sus manos y ojos habían revisado lo que en un descuido, el hombre había dejado brevemente sobre su escritorio.
En lugar de inventar historias para justificar todo lo relacionado con el Programa Hércules, el padre, al descubrir que la muchacha parecía fascinada, la convirtió en su confidente. Y siendo en el presente una adulta, estaba seguro que aquella experiencia era parte de lo que la había motivado para elegir su camino profesional.
Sintió una leve molestia en el pecho, del lado izquierdo, llevando su mano opuesta al lugar como respuesta. Sabía que era el corazón. Uno enfermo, que se tambaleaba agotado. El estrés generado por la noticia de Cameron sólo había empeorado su malestar.
El teléfono timbró con estruendo en la soledad de la habitación, provocando que se sobresaltara. Sin embargo, el rictus de dolor se transformó en una sonrisa al escuchar el saludo del otro lado.
—Buenos días, general.
—Hola hija —le divertía que se dirigiera a él de esa manera, con cierto tono de burla—. ¿Ya estás en Washington?
—Así es. Tomaré un taxi y estaré en casa en una hora.
—Sigo sin entender por qué no me has dejado que fuera a buscarte, o mandar por ti.
—Porque tengo veintiséis años y puedo manejarme por mi cuenta. Además, necesitas descansar. ¿Estás tomando tu medicamento?
—Siempre, cada día, como corresponde —mintió. Era realmente descuidado con eso, especialmente porque no podía combinarlo con sus habituales tragos y luego se olvidaba de tomar la pastilla. Como distracción antes de recibir algún regaño, se enfocó en lo que tenía delante—. Tengo algo de qué hablarte en cuanto llegues. Estoy seguro de que te interesará.
—Acabas de despertar mi curiosidad. —El hombre sonrió satisfecho—. Pero no me engañas con lo de tu medicamento. Así que me aseguraré de que cumplas mientras esté en casa.
—¡Sí doctora!
Una risa llegó a su oído.
—Te quiero, papi.
—Yo también, Manda.
Dejó el teléfono en su lugar y tomó el control remoto del televisor para encenderlo. En cuanto la pantalla se iluminó, otro golpe al corazón lo alcanzó en el pecho y el sudor perló su frente. Pasó el dorso de su mano para secársela.
La imagen mostraba los Laboratorios Quirón completamente en ruinas. El FBI acordonaba la zona y varios agentes se movían de un lado a otro, aunque no hubiera mucho por hacer en el estado en que se encontraba el edificio.
Un rostro llamó su atención. Imposible que no destacara entre los demás con su altura y su porte atlético e imponente. Parpadeó varias veces, como si necesitara confirmar lo que su mente acababa de identificar.
Quiso decir su nombre a la nada, pero le faltó el aire.
Otra intensa y fulminante puntada en el corazón y sus dedos se aferraron al pecho en un fútil intento por arrancárselo de cuajo.
Allí quedó cuando su cuerpo se desplomó sobre la maciza mesa de madera.
***
Contemplaban desde el jardín más de la mitad de la mansión completamente destruida. El día anterior habían evitado ir a la propiedad, por lo que aprovecharon para descansar y alejarse del torbellino de noticias que los embargó.
Aquellas relacionadas con Steve Sharpe, como el suicidio de Gerry, cuyo cuerpo había sido descubierto por la empleada doméstica; la <<amiga>> con la que se lo había visto al millonario codiciado varias noches atrás y que todavía especulaban su procedencia; y la más reciente, el <<accidente>> en la mansión Sharpe.
Con sumo cuidado, Aurora y Steve, bajo la atenta y nerviosa mirada de Andrew, habían recuperado hacía dos horas parte de sus pertenencias desde la habitación principal y otras salas. El que hubieran tenido algunas maletas preparadas para una huida resultó extremadamente conveniente para no tener todo perdido.
—Andrew, encárgate de hablar con el jefe de bomberos. Explícale que creemos que debe haber habido alguna fuga de gas y que de forma descuidada habíamos dejado algunas velas encendidas porque iba a darle una sorpresa a mi... —se volteó a Aurora, que le sonrió de forma provocativa—, a mi chica.
—Sí señor.
Ella rio. Las campanillas colocaron una media sonrisa en los labios de Steve. No imaginaba pasar el resto de su vida sin escuchar el sonido alegre de su risa.
La apretó con fuerza contra su cuerpo y besó su frente. Sintió los delgados brazos aferrarse a su cintura y cualquier preocupación desapareció del mundo. No le importaba la casa, los rumores, sus pertenencias. Sólo la muchacha que le había dado un motivo para volver a vivir.
La mujer que se había vuelto dueña de su mente, su cuerpo, su alma.
<<¿Cuál alma?>>. Se burló su subconsciente.
La que ella había descubierto nuevamente para él.
La voz de Andrew lo trajo devuelta de sus cursis pensamientos.
—¿Y con la casa?
—La reconstruiremos desde cero. Tal cual era, ¿verdad mi niña?
—Así es —sonrió, mostrando su hilera de perfectos dientes blancos.
Andrew asintió y desapareció detrás de la propiedad, hacia la gran verja de entrada tras comprobar desde su teléfono móvil que un vehículo solicitaba acceso. El hombre al que aguardaban.
—¿Cuánto tiempo crees que llevará reconstruirla?
—No lo sé.
—¿Dónde viviremos mientras tanto? No podemos quedarnos siempre con tu padre, ¿o sí? ¿A él le molestaría?
—Creo que él estaría feliz —ella volvió a sonreír, compartiendo la emoción del mayor de los Sharpe—. Pero eso plantearía un problema para mí.
—¿Por qué? —arrugó su entrecejo.
Steve se acercó al oído de Aurora, donde murmuró muy suave.
—Porque me calienta mucho escucharte gritar cuando te follo —lamió su lóbulo y sintió cómo la piel de su cuello se erizaba. Se alejó tirando con algo de crueldad la tierna carne y sonriendo con pedantería ante lo que causaba en la mujer.
Jadeó. Esas simples palabras llevaron una corriente eléctrica al centro de Aurora, que apretó sus piernas en un intento por controlar lo que había causado en ella; y mordió su labio inferior con intensidad.
Conectaron sus miradas y en ellas veían el brillo del deseo. La joven presionó más su cuerpo contra el de Steve, provocándolo con sus pechos. Rodeó su cuello, del cual se colgó, quedando en el aire, sostenida por los brazos del hombre que rodeaban su pequeña cintura.
—Tienes razón. Además, no podría estar desnuda caminando por todos lados, o siendo poseída sobre cualquier mueble.
—Oh, mi niña. Esa es mi pequeña pervertida —gruñó excitado—. Cómo me enciendes.
Atrapó sus labios con sus dientes, tirando del inferior, para luego lamerlo. Su lengua se movió avanzando al interior de la boca de cereza que lo había conquistado y del cual bebía a su antojo a cada instante.
Un carraspeó los hizo caer del paraíso a la tierra de los mortales. Con cuidado, Steve depositó en el suelo a Aurora y miraron hacia el responsable de la interrupción.
Andrew, con la cabeza gacha, era escoltado por Chris Webb, que tenía en su mano un pack de cervezas frías y al que se le veía sonrojado.
Steve compartió una corta sonrisa, estirando apenas la comisura de uno de los lados de sus labios.
—Hola agente Webb —estrechó su mano y con la cabeza señaló las bebidas.
—Me han dejado un gran trabajo con lo de los laboratorios, pero la teoría que proporcionaste creo que servirá para convencer a mis superiores y cerrar el caso pronto, aunque deberé entregar alguna evidencia que la respalde —levantó el paquete que sostenía—. Hoy venía a que cumplas con tu parte del trato, aunque se supone que estoy recolectando dicha evidencia.
—Hola agente Webb —saludó Aurora arrugó su entrecejo al ver lo que traía—. ¿De qué trato hablan?
—¿Por qué no vamos al sótano? Le debo a nuestro invitado una larga explicación, que incluye un recorrido completo —giró hacia su empleado—. Gracias Andrew. —El hombre de color sonrió al escuchar aquella palabra salir de la boca del hombre que en los siete años que conocía, nunca le había dirigido. Miró a la responsable de tal cambio y la vio contemplar con orgullosa devoción al hombre que la tenía cautivada—. Ve a lo de mi padre a comer algo. En cuanto terminemos aquí, tú y yo iremos a Nueva York.
—Sí señor.
Con un gesto de la cabeza, saludó a los tres presentes y partió, mientras estos avanzaban por las ruinas, siguiendo a un Steve Sharpe que vestía de manera impecable, como siempre.
Aurora avanzó hasta caminar junto a Steve para cuestionarle sobre lo que acababa de decirle a Andrew.
—¿Vas a ir a Nueva York? —Él asintió con la cabeza, sin mirarla—. ¿Puedo acompañarte?
—No hace falta mi niña. Quédate con papá. Trataré de estar de vuelta para la noche.
—¿A qué irás a la ciudad?
—A cerrar unos negocios.
—¿Qué tipo de negocios? —Lo enfrentó, deteniendo su caminar. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho, provocándolo con ellos al elevarlos.
Chris, detrás, no pudo evitar llevar sus ojos al mismo lugar que los del rubio, lo que enseguida lo hizo desviar la mirada, avergonzado.
—Nada importante, mi niña. —Ella elevó una ceja, exigiendo que ampliara su respuesta—. Una compra pendiente. No te preocupes. Nadie morirá.
—¡Steve! —Reprendió, abriendo enorme sus ojos, sin poder evitar contener una sonrisa.
—Eso espero, Sharpe —se escuchó desde atrás.
—Créame, agente Webb. Me he retirado del negocio —guiñó el ojo hacia Aurora, que volvió a su lado y lo tomó del brazo para proseguir con cuidado el camino hasta el gimnasio.
No podía creer lo que atestiguaba. Un sótano secreto al cual se accedía desde una puerta camuflada. No sólo era un sótano. Era un polígono de tiro.
Estaba dividido. La parte oficial sentía cierto rechazo al pensar todo lo que se había planeado en ese lugar. Pensó en Lara y lo que diría si supiera que conocía al justiciero, que de justiciero no tenía nada, pues había sido un sicario, tal como el agente había sostenido.
La otra parte admiraba lo que contemplaba con la diversión de un apasionado de las armas y la práctica de tiro. Tener a disposición de uno un espacio para entrenar cada vez que se deseara era un lujo que jamás podría tener, salvo cuando regresaba a su hogar en Montana y se perdía en los bosques montañosos, donde se desafiaba con blancos cada vez más lejanos y dificultosos, usando marcas inertes.
Steve tomó tres cervezas que su invitado había dejado sobre la mesa del centro y las repartió a cada uno. Chris destapó la suya todavía maravillado por lo que sus ojos descubrían en cada estante y tomó un trago.
Aurora, rechazó la que le entregaba su no-novio y se mantuvo sentada en los escalones de acceso, lo más lejos posible de las armas que tanto detestaba.
Fue Steve quien rompió el silencio.
—Bueno agente, pregunte. Responderé a todo, sólo si promete dos cosas.
—No era ese el trato, pero lo aceptaré porque lo que tiene aquí me parece un sueño.
—Entonces, ampliaremos nuestro pacto. Una vez que mi casa... —se volteó a ver a Aurora que mantenía sus ojos en él sin comprender el motivo de su pausa—, nuestra casa —Una enorme sonrisa se dibujó en el sublime rostro y el corazón de Steve saltó un latido—, esté reconstruida, podrá venir cuando quiera a usar las instalaciones, si usted no revela nada a nadie.
—Eso no hacía falta pedirlo, Sharpe. Soy un hombre de honor. Lo que diga, morirá conmigo.
—Sé que es un hombre honorable. Ese no era uno de mis pedidos.
—Hable.
Tanto Chris como Aurora estaban expectantes.
—Aurora nunca tuvo ningún documento. Ella no existe. —El agente y la muchacha intercambiaron miradas—. Necesito que nos consiga papeles oficiales para ella.
—Podemos decir que se perdieron en el incendio. Sólo tiene que darme algunos datos.
—¿Y cómo explicamos que no tuviera registro de nacimiento?
La muchacha se irguió incómoda. Hablar de ello le recordaba lo que era, lo que había vivido y los sacrificios que todavía le pesaban. Y aunque Steve supiera todo de ella, e imaginaba que él le había compartido lo mismo al agente, sintió el vacío en su pecho.
—Cariño, ¿te sientes bien?
La voz de Steve la sacudió.
—Sí, claro. Es sólo que... necesito aire. Los esperaré afuera.
Salió a paso apresurado, esquivando los restos de muebles quemados y mojados hasta llegar al borde de la piscina.
Alzó la vista al cielo, donde el sol todavía no alcanzaba el cenit. La contemplación del cielo azul la calmó por completo y despacio, avanzó por el jardín alejándose de la edificación, hasta que terminó recostándose sobre el césped, donde permaneció viendo las nubes pasar.
Esa maravillosa, blanca y sutil danza sobre el cielo que la hacía sentir en paz, sin importar donde estuviera.
Había pasado una hora —eso lo pudo comprobar fácilmente por la ubicación del astro rey—, cuando el agente reapareció a la luz del día. Venía solo, caminando con sus largas y seguras zancadas hacia la joven, que lo aguardaba ya de pie, mirando por detrás de él, buscando con la vista a Steve.
—No se preocupe, señorita —comenzó Chris, que había captado la muda interrogante—. Su novio ya sale. Estaba al teléfono.
Le sonrió en respuesta, de manera amplia y encantadora, encandilándolo una vez más, como el mismo sol sobre su cabeza.
—Gracias agente Webb. Aunque en realidad, no es mi novio —rio entre dientes.
—¿Cómo dice? —prácticamente le había gritado, pero enseguida se repuso.
—Que no es mi novio.
—No creo que él lo sepa —arqueó una ceja.
—Oh, pero sí lo sabe —elevó su barbilla en un gesto de desafío.
—No entiendo, ¿cómo es que no es su novio? Por lo que él me dijo, usted es su novia.
—No es exacto, agente —pestañeó con coquetería—. Le estoy dando una lección de humildad y no acepté todavía esa condición en nuestra relación.
Después de la arriesgada aventura, quería decirle sí en cuanto se lo propusiera. Sólo esperaba la pregunta.
La carcajada gruesa y viril de Chris maravilló a Aurora, que lo contempló con los ojos abiertos y una sonrisa en su semblante ante el sonido del hombre.
—Usted es realmente sorprendente, señorita Aurora.
—Gracias agente Webb. —El recuerdo de un incómodo suceso se instaló en su mente y enfocó a Chris entornando sus ojos, con suspicacia—. Si creía que éramos novios, ¿por qué me besó? Usted ha dicho ser honorable y también lo creo. Sin embargo su accionar me confunde, porque estoy segura de que no es aceptable robar besos a las novias de otros. —Lo reprendía con un adorable puchero en su apetecible boca y colocando sus brazos en jarra.
Primero, el color desapareció de su piel al escuchar el planteo. Cuando comprendió lo que había hecho, la palidez dio paso a un rojo furioso que sentía encender y quemar su rostro.
—Yo-yo —comenzó tartamudeando mientras pasaba su mano por la nuca, buscando con ello recuperar algo de orden en su cabeza—. Lo siento mucho señorita. Creo-creo... que fue la alegría y el alivio de encontrarla bien. Le juro que nunca buscaría sobrepasarme con usted. O cualquier otra mujer.
Parecía sopesar la sinceridad de sus dichos. Quedando satisfecha, sonrió en aceptación.
—Muy bien. Un beso de alegría. —Chris asintió más ruborizado todavía ante su ingenuidad—. Pero para futuras celebraciones, no me bese, agente Webb, por favor —adelantó su mano al frente en un gesto de paz—. ¿Amigos?
¿Amigos? Sería todo lo que ella quisiera que fuera. Aceptaría migajas con tal de recibir sus sonrisas y miradas alguna vez.
—Amigos —confirmó, estrechando su suave mano, sintiendo un estremecimiento por debajo de la piel—. Pero por favor, dime Chris.
—Chris... —repitió como si fuera un hechizo y el movimiento de sus labios capturaron la atención de los orbes claros del hombre—. Entonces, yo soy Aurora.
Estaba feliz. Tenía un amigo. Otro amigo después de Pierre. Deseó que él estuviera también a su lado, en su nueva vida.
—Tengo entendido que Aurora Woods. —Parpadeó ante la combinación que acababa de oír y no pudo evitar que sus ojos se cristalizaran—. Oh, lo siento Aurora, no quise angustiarte.
—Estoy bien, agen... Chris —sacudió la cabeza, cerrando sus ojos unos segundos para eliminar la humedad antes de abrirlos nuevamente—. No había pensado en que Woods es lo único que me quedó de mi madre. Aurora Woods.
—¿Sin segundo nombre? —preguntó—. Mañana iniciaré los trámites y usted tendrá en unos días todos sus documentos.
—¿Segundo nombre? —Sus ojos ambarinos se encendieron como el oro fundido—. Sí, tengo.
N/A:
¡Sorpresa! ¡¡Steve vive!! Jijijiji
¿Cuál creerían que sería el segundo nombre de Aurora? Seguro que pueden deducirlo fácilmente. Aurora ----- Woods...
La breve participación del Mayor General George Wilkinson tendrá su eco más adelante en la saga. Nada es al azar.
No te olvides de votar si te gustó el capítulo.
Gracias por leer, Demonios!
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