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35. El beso

35. El beso.

Continuaron su viaje a pie hasta llegar a destino. El restaurante de tres estrellas Michelin Per se.

En la recepción, una hermosa mujer pelinegra y ojos verdes les dio la bienvenida con una muy coqueta y ensayada sonrisa.

—Bienvenido, Señor Sharpe. Nos alegra tenerlo nuevamente con nosotros —la anfitriona miró sin disimilar su desagrado a la acompañante del atractivo millonario, que lo tomaba del antebrazo con naturalidad, ignorando los puñales visuales de la morena, distraída en su inspección del lujoso establecimiento. Los guio hacia una mesa privada y exclusiva—. Le tenemos preparada su mesa habitual para uno.

—Como podrá apreciar, seremos dos —respondió con frío sarcasmo en una sutil orden.

Beatrice había hecho la reserva y él adrede, no había aclarado la excepción al momento de indicar la solicitud. 

—Sí, claro. Déjeme corregirlo enseguida —suplicó complaciente bajando la mirada, aunque sus ojos observaban con celos hacia la rubia antes de marcharse.

A punto de sentarse, fueron interrumpidos.

—¡Steve!

—James —respondió escueto, y automáticamente soltó la mano de Aurora, alejándose un paso de ella, que lo observó decepcionada. No era la primera vez que reaccionaba de esa forma cuando alguien se acercaba a ellos, marcando distancia inmediatamente entre los dos.

Un hombre regordete y algo más bajo que Aurora con sus zapatos de taco aguja saludaba con entusiasmo al joven.

Tendría unos cincuenta años. Un poco más. Su cara redonda parecía la de un sujeto alegre y bonachón.

—Muchacho, lamento tanto no haber podido ir a tu gala este año. Unos compromisos me tuvieron atado en el extranjero. Igualmente, hice llegar por mi asistente mi ayuda.

—Así es. Muchas gracias James.

Estrecharon sus manos en un saludo cordial y familiar.

El hombre giró para ver a la acompañante del soltero codiciado. Nunca lo había visto en público junto a una dama de manera exclusiva, y su sorpresa era evidente.

—Vaya, vaya... ¿qué tenemos aquí? ¿Qué haces tú con una jovencita tan bonita? —Su sonrisa, para alivio de Aurora, era genuina y amable, haciéndola sentir a gusto—. Tu novia se ve demasiado dulce para un hombre tan serio como tú.

—No es mi novia —atajó enseguida, logrando que Aurora cada vez se sintiera peor—. Es mi connaisseur, Aurora —girando apenas hacia ella, terminó las presentaciones—. Aurora, este es James Walker. Un viejo amigo.

—No sabía que estabas interesado en el arte.

—Es algo reciente.

—Aunque pronto estaré libre para un nuevo contrato, en caso que conozca a alguien que necesite de mis servicios, señor Walker —estiró su mano, para ser estrechada entre las de James, que la envolvió con ambas manos. 

Sus palabras brotaron impulsadas por la indiferencias de Steve, que la contempló serio, apretando sus labios en una fina línea.

—Oh, yo no entiendo ni aprecio realmente nada de eso, pero si escucho algo, le avisaré a Steve.

—Muy amable.

Entre tanto, la mesa había sido preparada para los dos y James se despidió de ambos con una sonrisa.

—¿Qué fue eso Aurora?

—Lo siento señor Steve. —Todo su temple había desaparecido y sentía que había sido irrespetuosa—. Creí que sería conveniente para sus propósitos.

—¿Propósitos?

—Que no crean que soy su novia —murmuró, tratando de evitar el temblor en su voz dolida.

No supo qué decir. La muchacha que ocupaba sus pensamientos, a la que deseaba cada día más, más allá de lo físico, no lo miraba y no había que ser un genio para notar que había metido la pata. Se abofeteó mentalmente por su incapacidad emocional por liberarse totalmente con ella. Pasó sus dedos por su cabellos, peinándoselos hacia atrás, aunque no tuviera ni uno fuera de lugar.

Antes que pudiera disculparse —una vez más por su estupidez—, Aurora se adelantó y apoyó su mano sobre la que Steve mantenía en la mesa, en una sutil caricia antes de alejarla, dejándolo con la marca en su piel de ese efímero contacto.

—No lo volveré a hacer, señor Steve. No le fallaré. Sé lo que soy —su sonrisa fue tan fingida que lo golpeó—. Sigamos disfrutando, por favor.

Iba a protestar, disculparse, flagelarse, pero la llegada del camarero y su impotencia para ser el hombre que quería junto a la joven a su lado, lo mantuvo con su postura glacial y distante ante los ojos de los comensales y empleados, que cada tanto miraban hacia ellos con curiosidad.

Con el correr de la comida, poco a poco, volvieron a relajarse y las suaves sonrisas y las caricias por debajo de la mesa resurgieron. Con mesura y recato. Logrando tener un almuerzo perfecto, para un día igual de perfecto.

Al menos, así lo veía Sharpe.

***

En la suite del hotel, una vez que Andrew se había retirado después de dejar las bolsas con las compras, por fin quedaron solos. 

Aurora, ya descalza y sin el cinto rodeando su cintura, estaba admirando la vista, con su rosa en una de sus manos. 

Salvo cuando estuvo en las montañas, no había estado nunca tan alto. Le gustaba eso. 

Steve se quitó el saco y la corbata, dejándolas sobre una silla y alcanzó al escultural cuerpo, tomando con sus dos manos la parte de atrás del vestido, para bajar el cierre que aprisionaba la suave piel de la mujer, al tiempo que su boca y lengua recorrían su cuello y jugaba con el lóbulo de su oreja, recibiendo como respuesta que Aurora inclinara su cabeza, dándole más espacio para dominar su carne.

Ese húmedo contacto tuvo un efecto inmediato en ella, que una vez liberada de la prenda giró, con la mirada encendida, hacia Steve. 

Pudo comprobar el efecto de sus besos al fijar sus ojos profundos en sus pezones erguidos y ansiosos. Se relamió anticipando el banquete que tendría en su boca.

La rosa se le cayó de entre sus dedos al aflojar la presión y con ambas manos libres lo tomó de la camisa, y en una especie de revancha por su vestido, la abrió de un tirón, lanzando cada botón arrancado al aire. Mordía su labio inferior y su pecho ascendía y descendía por la agitación al contemplar el perfecto torso frente a ella, igual de agitado que el suyo.

En un segundo, Steve se terminó de despojar de su ropa, dejándola con descuido en el suelo.

Estando ambos desnudos, la alzó, sujetándola por las nalgas y sin llegar a la cama, la poseyó en el primer mueble disponible, entrando salvajemente en ella de una estocada que obtuvo como premio un largo jadeo. 

Una noche sin ese contacto lo había vuelto loco y lo demostraba con cada dura arremetida, con su boca ocupada en marcar como suyo cada rincón del cuerpo divino. Marcas que brillaban antes de desaparecer de la vista, y aun así, seguían bajo su dermis.

—No te permito que te corras todavía, Aurora —gruñó contra su boca, manteniendo sus frentes unidas entre sus balanceos frenéticos, provocándola una vez más por un beso que nunca llegaría—. Te vienes cuando yo lo diga.

—Sí señor Steve —gimoteó.

La apretó más contra su pelvis, enterrando sus dedos en su perfecto y redondo culo, clavándose hasta el fondo en ella, disfrutando su verga siendo envuelta por los músculos vaginales. Sus cuerpos colisionando, los sonidos húmedos de sus jugos y la música de sus labios los estaban llevando al límite.

Sin demorarse mucho más, el inicio de su nueva muerte seguida por su resurrección de luz dorada se plantó en ambos cuerpos.

—Ahora mi niña. Vente conmigo y viajemos al cosmos juntos —rugió.

Y todo estalló en su interior.

Ambos gritaron y se tensionaron, pegando más sus anatomías, deseando derretirse en un solo ser.

Sus miradas se encontraron y una sonrisa lánguida y llena de complicidad los sumergió en un limbo momentáneo, antes de continuar recorriendo, en su sexual travesía, la suite, terminando en la gran cama King de la habitación. 

Cada parada previa había sido un orgasmo galáctico de proporciones astronómicas.

Los gemidos, jadeos, gritos y risas ante el golpe contra algún mueble o pared al desplazarse, resonaron en la suite sin vergüenza ni pudor. Posiciones, sacudidas y estremecimientos ocuparon el resto de la tarde.

En la cama, su último punto de encuentro, se deshacían en otra tanda de abrazos y bailes eróticos.

Steve estaba desencajado. La energía desbordaba y la necesidad de meterse hasta el fondo en Aurora era apremiante y parecía imposible de aplacar, sin importar cuántas veces ni de qué manera la poseyera.

Era un animal. Los dos lo eran.

Ella no se quedaba atrás. De hecho, por momentos, era la que imponía el ritmo, pidiendo más, gritando, exigiéndolo hasta los límites.

Le fascinaba escucharla gemir su nombre. Clamando más fuerza. 

Muy obedientemente, Steve la embestía con los bríos de un toro. Un semental cuyo único propósito era hacerla estallar, una y otra vez. En busca de esa colisión luminosa y mágica. 

—Por favor, señor Steve, más. ¡Más! —Clavaba sus uñas en la espalda de Steve, que gruñía con excitación ante el dolor, respondiendo con una estocada más profunda y acelerada.

Las gotas de sudor lo bañaban y caían sobre la dorada piel de Aurora. El aroma de ambas pieles era intenso y se combinaban perfectamente, de forma embriagadora.

—Aurora, mi niña. Pídeme lo que quieras. Yo ordeno tus orgasmos, pero sólo lo hago porque estoy rendido a ti. —<<Y porque tu mágica luz me tiene atrapado como una puta droga>>—. Aquí, tú eres dueña y señora de todo lo que soy —sus labios, tan cerca de los de ella, le susurraban palabras apasionadas—. Soy tuyo, tu esclavo, mi niña.

Abrió completamente sus dorados ojos iluminados. Él no la veía, teniendo su cara refugiada en el hueco del delgado cuello, marcándola con chupetones que disfrutaba ver relucir. 

Observaba cómo el gran cuerpo, tallado a la perfección haciendo notar cada músculo tensionado, se sacudía adelante y atrás sobre ella. Entrando y saliendo de ella.

Aunque el movimiento era frenético, sintió su corazón latir con una arritmia diferente.

Le había dicho que era de ella. No estaba segura si él comprendía la dimensión de lo que había confesado. 

Lo que más temía, era el momento en que lo había expresado. En la cama. Dentro de ella.

<<Aquí, tú eres dueña y señora de todo lo que soy>>. <<Aquí>>, repitió. El lugar donde él le daba importancia. Su lugar. El de una p... no, tampoco podía decirlo.

El brillo de su iris se aplacó. Algo en ella estaba apagado y su pecho le pesaba.

Lo sintió correrse en su interior. La calidez de su semen llenarla y rebalsarla, humedeciendo sus muslos.


Steve supo que Aurora no había alcanzado el orgasmo junto a él. No necesitaba la luz intensa para reconocerlo. No la había sentido sacudirse. No hubo espasmos ni percibió cuando se cerraba con fuerza alrededor de su polla. O el gemido agónico.

La observó y los ojos de ella no tenían el fuego del punto máximo de satisfacción.

Tampoco los fijaba en él, perdida a un lado.

—Aurora, ¿estás bien? —Aún dentro de ella, le acarició el pómulo con dulzura y despejó su rostro de unos mechones desordenados después de tremenda faena. Con delicadeza, la hizo mirarlo moviendo su mentón con un dedo—. ¿Pasó algo?

—No señor Steve.

Sonrió. Pero su sonrisa no llegó a sus ojos. Y Steve lo notó. Podrían ser pocos los días de conocerse, sin embargo, la sentía tan suya, tan familiar, que podría hacer una extensa lista de sus particularidades, gestos, sonidos y miradas. 

Algo no estaba bien. 

—Háblame mi niña. ¿Qué sucede?

—Perdóneme si no pude llegar con usted. Lo haré mejor la próxima vez —su voz casi se quebró.

—¿Perdón? No tienes que pedirme perdón. Me importa una mierda la próxima vez. Quiero saber qué ocurre ahora. —Controló su frustración. No quería atemorizar a su niña. Acunó su cara entre sus manos, bajando el tono—. ¿Te hice daño?

—Sabe que resisto el dolor —mordió su labio. No era daño físico el que sentía. Era una tonta. <<Tonta>>. Se repetía. Era feliz. Así como estaba. No necesitaba más. Lo que tenía era suficiente. Tenía que recordar su lugar, como quedó en claro en el restaurante. Y en la suite. ¿Por qué se había vuelto ambiciosa con el hombre que la contemplaba con confusión y preocupación?—. Estoy bien señor Steve. Seguramente, son los nervios por esta noche. Nunca estuve en una fiesta.

Dudó unos segundos. Analizaba la veracidad de sus palabras. Suspiró, aceptándolas finalmente no muy convencido.

—¿Lo dices en serio? —Asintió lentamente. Él la besó en los párpados y en la frente—. No dejes de hablarme mi niña —¿Quién era él para pedir eso?—. No quiero verte angustiada. Si no disfrutas conmigo, dímelo.

—¡Oh, señor Steve! ¡Claro que disfruto con usted! 

Tuvo que contener un <<Lo amo>> que casi brotó de su pecho.

Comprendía por qué Pierre había dicho que amar era un castigo. Desgarraba el corazón. Ella amaba y no era plenamente correspondida. Sabía lo que era para el señor Steve, y aun así, no podía evitar amarlo. De desear salvarlo y sanarlo. Él era amable con ella. La protegía y trataba con cariño. No podía negarlo. Simplemente, se sentía como un bien que cuidaba. Como sus trajes, relojes o coches. Se sentía a salvo con él. A resguardo del Centauro, de Yuri y Anatoli. De Yoshida. Era libre. Ella había elegido quedarse junto a Sharpe, cuando éste la había advertido sobre su persona y lo había aceptado tal cual era. 

Suspiró resignada. 

Debía aceptarlo tal cual era. Si a cambio obtendría de él una pequeña porción, siendo para su aprovechamiento, lo tomaría.

Sintiéndose ridícula al sobreanalizar apartó sus cavilaciones a un rincón. Al menos por ahora. Llegaría el momento en que debería hacer frente a sus confusiones sobre Steve.

—Me alegro saberlo —continuó él, desconociendo la tormenta que había desencadenado en Aurora.

Una sonrisa lobuna y hambrienta se dibujó en sus labios. No entendía qué le pasaba, pero no se saciaba nunca con la muchacha que tenía sus piernas enredadas en él. 

Con una castigadora lentitud, fue descendiendo sobre el torso de Aurora con besos posesivos, sostenidos y succionadores, alcanzando su ombligo, donde usó su lengua como pincel para detallar diferentes trazos.

La joven se encendió nuevamente y sus manos se sujetaron de las hebras rubias oscuras con desesperación.

—¿Qué te parece mi niña de seguir con esto en la ducha? —Susurró contra su piel, erizándosela.

—Una idea tentadora, señor Steve —respondió entre jadeos, arqueándose y retorciéndose ante los besos que seguían acariciando su piel.

¿Qué más podía hacer? Si él la tenía a su merced. Y ella, al fin y al cabo, lo disfrutaba.

Desconociendo que en realidad, el que estaba perdido por ella, era el hombre que no podía admitir lo que sentía o lo que era ante la mujer que lo tenía girando como un mero planeta alrededor del sol.


No se hicieron esperar. La tomó de los muslos y la llevó sujetada a su cintura provocándole carcajadas que daban vida al alma de Steve. Sin importarles la temperatura del agua, conectaron el comando y de este se abrió paso la fuerte lluvia artificial. 

Iniciaron con la espalda de ella contra la pared, siendo embestida con salvajismo por un Steve y su verga reactivados. Antes de llegar a su punto, el hombre la bajó, riendo entre dientes por las protestas sin disimular de Aurora.

Con brusquedad, aquella en la proporción justa y sensual, la giró, empujándola contra la mampara de vidrio. 

De pie, ella apoyaba sus manos, sosteniéndose con fuerza, mientras él la sujetaba con firmeza por la cadera, apoyando todo el peso de su cuerpo sobre su espalda y moviéndose con ritmo. Mordía su cuello, hombros, ascendiendo a su lóbulo para jugar con su lengua en ella, reconociendo en este gesto la debilidad de la dama.

Golpeando su pelvis contra ella, percibiendo cómo el orgasmo se formaba en cada uno, arañando por dentro, alcanzaron al mismo tiempo su sagrado final.


Concluido el agotador reencuentro, se quedaron bajo la ducha, lavándose mutuamente. Una práctica de cariño nueva para ambos. 

Se miraban perdidos en los ojos del otro, embobados. 

La imagen de un Steve con el cabello desaliñado, húmedo y pegado a su rostro le parecía a Aurora una de las más sensuales que el hombre le podría regalar. Recorría con la yema de sus dedos cada línea de su rostro, deseando que la besara. No se atrevía a robarle un beso al dueño de su corazón, por temor a alejarlo de ella. Pero no dejaba de fantasear cómo sabrían esos labios carnosos.

Steve imaginaba al mismo tiempo el sabor de esos labios que, de forma cobarde, no se atrevía a probar. 

***

Se acercaba la hora del evento. Steve quiso confirmar una vez más la decisión de Aurora de asistir, esperando limpiar algo su conciencia, que le reprochaba la participación involuntaria y desconocida de la joven en tan oscura misión.

—Puedes quedarte aquí. Desnuda, esperándome. Iré un rato y estaré devuelta antes que te des cuenta.

—Desnuda —bufó—. No señor Steve. Disfruté mucho de todo. Ahora debo vivir la última lección del día —aceptó encogiéndose de hombros. Después de todo, ella le había pedido ser útil y poder trabajar para él. Ser algo más—. Una noche de gala con usted a mi lado. Además, me preparé para ser su connaisseur, monsieur.

Aceptando la batalla como perdida, agregó:

—Muy bien Aurora. Entonces, debemos comenzar a prepararnos. Vendrán unas personas a ayudarte.

—¿Para qué? Puedo ponerme un vestido sola —rio con extrañeza.

—Sí, pero te asistirán con otros aspectos, como el maquillaje, peinado y todas las cosas que se hacen las mujeres.

—Uf, qué aburrido. No entiendo para qué se necesitan tantas cosas.

—Claro que no lo entiendes, porque eres hermosa. No necesitas nada más. Pero en eventos formales, uno aprovecha para lucir como las estrellas que veías en casa, la otra noche.

La miró, dándose cuenta de que la estaba convenciendo. Ella dudó unos segundos, pero terminó aceptando, y una sonrisa ladeada tiró de los labios de Steve.

—Muy bien. Entonces sí.


Sharpe estaba terminando de vestirse con un elegante esmoquin y como pieza final, tomó su reloj Chopard, compañero de cada misión y lo ajustó a su ancha muñeca, cuando el equipo de estilistas llegó a la suite. 

La dejó en sus manos, con la asistencia de la atenta mirada de Andrew, que se quedaría pendiente de cualquier cosa, sin interferir, y bajó a esperarla en el bar. Repasaría los siguientes pasos de la noche. 

***

Todo lo que había sentido durante el día, la satisfacción y la alegría, se estaban esfumando. Se acercaba la hora de convertirse en otra persona. 

Por última vez, esperaba. 

Antes de ir al bar del hotel, fue hasta su Mercedes, estacionado en el parking para buscar algunas de las cosas que necesitaría para el trabajo. Abrió el maletero, asegurándose que nadie más estuviera cerca y atestiguara el arsenal que ocultaba en unos bolsos. Tomó una pequeña tarjetera de plata. Revisó su contenido. Tenía unos rastreadores que utilizaría para colocarle al blanco, de manera de seguir sus movimientos dentro de la galería, desde el celular. El resto del equipo, el arma con el silenciador y otros objetos, ya estaban escondidas desde la noche anterior, en el exterior del edificio al que irían.

***

Miraba el fondo de su vaso. El whisky bourbon que había pedido estaba intacto. No bebía nunca antes de un encargo, pero lo usaba para entretenerse con algo en las manos, girando el líquido en un hipnótico movimiento. 

Aunque debía centrarse en el trabajo, su mente le estaba jugando malas pasadas al invadirlo con imágenes de Aurora. De sus ojos, de su cuerpo. De su boca. Esa bendita, pecaminosa, tentadora boca.

Se fijó en las personas que estaban junto a él, que dejaron de hablar de golpe, para mirar algo que había llamado su atención atrás de Steve. Siguió la dirección de sus miradas y se quedó boquiabierto. 

No eran los únicos que admiraban la aparición en el bar. Cada hombre y mujer del lugar se volteó a ver a la mujer, que caminaba con movimientos felinos, hasta su lugar. La había visto desnuda todos los días desde que se conocieron, pero la forma en que la observó en ese momento, lo maravilló. 

Sólo ella lo podía poner de rodillas como un devoto ante su diosa.

Vestía un largo vestido verde esmeralda, que brillaba con pedrería. Uno de los lados se abría desde el hombro, revelando debajo un body de encaje delicado del mismo color que alcanzaba la zona superior del muslo. Quedaba así desvelada la pierna firmemente torneada. El escote delantero mostraba sólo lo suficiente de su perfecto y redondo pecho. Era la abertura de atrás lo que infartaba, llegando hasta la parte más baja de la espalda. Una fina y larga cinta metálica de oro seguía el borde posterior del vestido, uniéndose en la cintura y cayendo hasta las corvas por entre las piernas. El cabello lo traía peinado de costado, respetando sus sutiles y naturales ondulaciones. Del otro lado lo tenía ajustado con un pequeño broche de oro con delicadas esmeraldas. En lugar de pendientes, como no tenía perforaciones, usaba uno de oro a presión que recorría toda el hélix de la oreja del lado despejado de cabello, hasta el lóbulo, colgando una delgada cadena hasta casi tocar el hombro. El maquillaje era suave y resaltaba aún más sus grandes y dorados ojos y la boca tenía un color más intenso. Completaba la imagen un par de zapatos abiertos de color dorado y una cartera tipo sobre del mismo color.

Steve se puso de pie, casi con torpeza, embobado por la visión. Sabía que los ojos de todos los hombres presentes estarían fijos, con completa envidia, sobre él. Y le gustaba esa sensación. 

Él era el afortunado que se llevaría a la dama.

El dueño de ella.


Aurora estaba completamente fascinada con el rol que estaba cumpliendo. Mientras vivía la transformación en la suite, había ido descubriendo que podría jugar con su sensualidad de otra forma. Cada uno de los que trabajaron en ella, que no debieron hacer mucho esfuerzo, adoraron a la muchacha y su belleza. 

Una vez lista, hasta Andrew había quedado con la mandíbula caída cuando la vio salir del cuarto de baño, acompañándola luego hasta dejarla en la puerta del bar, desde donde había seguido la escena con una sonrisa de orgullo antes de ir a buscar el vehículo.


Ahora, ella caminaba hacia Steve, disfrutando el impacto que le estaba ocasionando. Le causó gracia verlo ponerse de pie como un autómata, chocando casi con el taburete a su lado. 

Una vez reencontrados, la joven le colocó un dedo debajo del mentón y presionó hacia arriba, para cerrarle la boca y sonrió. Pero no esperaba su reacción.


Apenas la tuvo en frente, se dejó arrastrar por un impulso contenido desde el primer día que la había visto.

La besó. 

Por fin. 

Y sintió electricidad recorriéndole cada fibra de su cuerpo.

Había pasado una década desde que había vivido tal nivel de intimidad. Desde que permitía la invasión a su mundo. No se sentía torpe, raro ni extraño.

Por el contrario. 

Ese contacto le supo al paraíso a ambos.

Era un beso arrebatador, que ella correspondió con apetito, sujetándolo por la cintura, atrayéndolo más hacia ella, perdiéndose en su gran y alto cuerpo. Aferrándose al hombre que por fin le daba su regalo más ansiado.

Mientras él tenía sus manos en el delgado cuello y, acariciaba sus mejillas con sus pulgares, besando su boca de cereza, deleitándose con sus labios, dulces y jugosos.

Sus pieles se erizaron y el beso desencadenó un millón de mariposas en sus organismos. Corazones desbocados, respiraciones agitadas y lágrimas contenidas.

El calor de sus esencias se complementaban, alcanzando la boca del otro. Jugaban sobre ella, rozando con sus lenguas la superficie carnosa del otro. Se reconocían en ellos. 

Lo estaba besando.

La estaba besando.

Sus labios se recorrían. Steve mordía con delicadeza la sabrosa carne inferior para luego regresar a posarse sobre ella, envolviéndola. El gemido femenino fue la puerta para invadirla con su lengua y el tesoro descubierto lo encandiló.

Realmente sabía a cerezas. A dulzura pura. A inocencia salvaje.

Y a algo más que no podía definir.

Quería desgastar los labios de Aurora, mordiéndola, tirando de ellos, lamiéndola con delicadeza. Esos labios eran familiares y cómodos, como volver al hogar. Y le pertenecían. Supo que su propia boca por fin había hallado a su dueña. Era ella a la que había estado esperando sin siquiera saberlo.


Se despegaron. Con una última y delicada mordida por parte de Steve, para luego cerrar con un corto beso.

Ella mantuvo los ojos cerrados unos segundo más, saboreando ese trozo de cielo, con el cuello estirado como si aún estuviera en contacto con él. 

Tuvo que sostenerse de la imponente figura por el beso que la debilitó, haciendo que sus rodillas se aflojaran.

Cuando abrió sus ojos, que tenían un húmedo brillo ambarino, sonrió, porque en ese momento creyó que aquel acto contenía mucho más que un simple roce y su corazón saltó de alegría, pensando que tal vez, el hombre que ella amaba podía sentir lo mismo por ella.


Él seguía con sus manos en el mismo lugar y recibió esa sonrisa como un bálsamo para su alma. Deseaba desaparecer en ese instante para siempre con su ángel, dejando de lado la vida que ahora despreciaba más que nunca. 

Aurora los trajo de vuelta.

—Creo que debemos irnos. Además... —miro en rededor—. Nos están observando.

—Te observan a ti. Y envidian mi suerte —susurró sobre su boca, sin dejar de verla, hipnotizado—. Creo que deberás retocar tu labial.

Sonrió, llevándose los dedos hasta su boca hinchada y palpitante. Por suerte, su pequeño bolso tenía lo necesario.

—Y usted, limpiarse lo que me robó —cambió el destino de sus dedos a los labios de Steve, que mantenía una sutil sonrisa en ellos.

***

Aurora y Steve habían emprendido el camino a la galería, conducidos por Andrew, en completo silencio, cada uno sumido en sus propios pensamientos.

No quedaba lejos del hotel, por lo que el viaje sería corto. Aun así, ella seguía las luces de la ciudad con fascinación, pensando en cuánto había disfrutado de su día con el señor Steve, a pesar de su cambios constantes. 

Sonreía recordando la cara al verla en ese vestuario, toda una sorpresa para él, ya que había elegido ese vestido sin enseñárselo en la tienda. 

Y lo que había obtenido por el impacto. Su pecho estaba hinchado de orgullo y felicidad. 

Hasta que la conversación de Gerry oscureció la reciente luz de alegría y sintió cómo su propio semblante se apagaba. Los secretos que le habían sido revelados, sobre el real trabajo del hombre sentado a su lado la llevaron a una encrucijada. No lo imaginaba asesinando después de lo generoso y atento que se mostraba con ella. ¿Cómo habría sido el trabajo del día anterior? Estaba segura de que todo había salido bien, ya que estaba allí, con ella. 

Aunque ahora lo sentía muy serio y perdido en otro planeta, uno demasiado distante. 

Había creído que ese beso cambiaría todo. 

Sin embargo, allí estaban los dos, alejados en pensamientos y en cuerpo. Cada uno en un extremo, como si estuvieran en lados opuestos de un precipicio.

Suspiró, resignada.

Entendía por qué había hablado de fingir. El hombre vivía una doble vida, que lo había estado consumiendo. Comprendía por qué no le había dicho a ella lo que era, pero esperaba que algún día confiara en compartir su secreto. Después de todo, ella esperaba poder hacer lo mismo. 

También sentía que el momento de ella para sincerarse se acercaba. Ya no podía soportar ocultarle lo que era. Pero el riesgo era muy grande y podía perderlo todo. Por otro lado, estaba segura de que algún día los misterios que ya conocía de ella lo obligarían a indagar más, y no enterarse por ella sobre su origen sería peor. 

Sacudió su cabeza pretendiendo desechar esos pensamientos desalentadores en un momento que creía debía ser alegre. La estaba llevando a una fiesta. Aunque simularan que ella fuera sólo una asesora de arte para su nuevo interés. 

Otra vez, fingían. Y toda la emoción de su primer beso terminó por esfumarse del todo, y con ello, el sentimiento de plenitud. 

Quiso saber algo. Era la hora de hablar. Él le había dicho que siempre le hablara.

—No comprendo una cosa... —comenzó, sabiendo que él la escuchaba—. Si no le agrada el arte, ¿por qué asistimos? ¿Y por qué necesita de una connaisseur?

Steve, que había mantenido su atención del otro lado de la ventanilla, tratando de recuperar el control después de desestabilizarse como un idiota adolescente, le respondió con frialdad y monotonía. Se percibía el hastío en sus palabras.

—Con cierta posición social, vienen responsabilidades. Una de ellas es asistir a eventos para donar y dar apoyo a diferentes organizaciones. Es cierto que no me interesa el arte, sin embargo, era importante que pudiéramos concurrir a esta fiesta.

Mentía con naturalidad, pero se estaba cansando de eso. Llegando a la galería, se estaba arrepintiendo de usar a Aurora. Y se sentía peor aún, porque ella estaba percibiendo que había algo que le ocultaba.

—¿No se cansa de fingir?

—¿Cómo dices? ¿Fingir qué?

¿Acaso podía leerle la mente?

—Usted me dijo que muchas veces había que fingir. Esta es una de esas ocasiones, ¿no?

—También te dije que contigo no fingía —sintiéndose acorralado como un animal salvaje, no tuvo mejor idea que mostrar sus colmillos—. ¿Y tú Aurora? —las rubias cejas perfectamente perfiladas casi se unieron en una sola línea, con confusión—. ¿Finges conmigo? —abrió su boca, pero antes de emitir un sonido, un molesto Steve la interrumpió—. Que no te haya vuelto a preguntar sobre tus habilidades, no significa que me crea tus palabras o no sepa que me ocultas algo.

Sabía que estaba siendo un bastardo por usar esa sucia jugada.

<<Hipócrita>> pensaron ambos.

—Yo... —apretó con sus dientes su labio inferior conteniendo las ganas de gritar su monstruosa verdad—. Jamás fingiría con usted —<<oculto parte de lo que soy, que es diferente>>—. Soy quien soy por usted, porque me dio mi libertad y me salvó la vida los dorados ojos se clavaron en él, atravesándolo y haciéndolo sentir indefenso ante ella, decidida a contraatacar a la fiera—.  ¿De verdad no finge conmigo? —insistió, redirigiendo la atención a él.


Su voz sonó a reproche. 

¿Se podía fingir en un beso? No sabía si eso era posible.

Steve se estaba poniendo nervioso. Manifestaba su incomodidad pasando sus dedos por su cabellos.

Aurora reconoció ese ademán.

Eso hizo que cuestionase su rol en la vida del señor Steve nuevamente. Entre ellos dos, había surgido algo que no tenía nombre. Se había ilusionado, pero debía reconocer que ella sabía que él la había llevado a su casa para ayudarlo en cierto trabajo, que al final fue infructuoso. A pesar de ello, la joven sí lo estaba ayudando secretamente. 

Había estado tratando de calmar su dolor y en los pocos días que había estado con él, se había enamorado. 

¿Y él? ¿Qué sentiría por ella? ¿Sería sólo sexo? ¿Qué había significado entonces aquel beso? Estaba confundida. Retomó las reflexiones que habían cruzado su mente desde hacía días, sin comprender por qué se sentía tan tonta y nerviosa. Él ya no era el frío hombre que había visto el primer día. Pero ahora, en sociedad, ella no era nada para él. 

Los recuerdos de los gritos del hombre en la mansión días atrás retomaron impulso en su mente. Aquellos que había tratado de guardar bajo llave.

Con dolor, le preguntó.

—¿Qué soy yo para usted?

—¿Cómo dices? —se sorprendió.

—Quiero decir, sé que usted pagó por mí. Soy suya. ¿Eso qué me hace?

Sintió un golpe en el estómago. Antes de responder, subió el vidrio divisor, aislándolos de Andrew.

—¿No he sido bueno contigo? ¿No te he dado tu libertad? —No podía ocultar su molestia.

—Usted ha sido lo mejor en mi vida y sólo quiero vivir con usted. Pero no sé qué lugar ocupo yo. Sólo le doy sexo. ¿Eso me hace su amante? ¿Acaso que se sepa eso es malo y por eso debemos simular que conozco de arte? ¿Que no soy nada más para usted?

Cómo deseaba tener el valor de preguntarle si él estaba enamorado de ella. O si algún día podría estarlo.

—¿A qué viene esto ahora?

—Sigue confundiéndome, señor Steve —frunció el ceño hacia ella—. Me ha besado. He deseado tanto ese beso. Creía que...

—¿Qué Aurora?

—Que cuando usted me besara, dejaría de hacer esto.

—¿Qué cosa?

—Ignorarme. Apartarme de su mundo. 

<<Sé sobre su mundo, déjeme entrar>> quiso aullar. 

Sus ojos oscilaban por las lágrimas contenidas. 

Ambos se contemplaban. Con dolor. Ella por creer que tenía delante suyo la respuesta que no había aceptado antes. Él, porque veía la pena que le causaba.

—Paseamos juntos hoy, ¿no? No te aparto ni te oculto. No es mi intención. 

<<Claro que sí. Mierda>>. 

Si fuera el muñeco de madera de Geppetto, su nariz no entraría en el Rolls Royce.

—Entonces, explíqueme por qué me hace sentir como si no mereciera ser algo más. Alguien importante para usted. Y no tener que fingir ser otra persona.

No se había percatado antes de cómo podría afectarle a ella presentarla de esa forma, ocultando ante todos que ella era parte de su vida... que realmente era importante para él. 

Que era todo para él.

—Mi niña. Créeme, te estoy protegiendo. Ahora mismo, esta noche, te estoy cuidando.

<<Del depredador al que te expondré>>

Pensar en ello le hizo subir la bilis por la garganta. Si algo salía mal, echaría por la borda lo que estaba tratando de construir con las ruinas de la muralla que aquella niña había desmantelado con su mirada y su sonrisa.

—Lo mejor es que nadie sepa de nosotros. Que crean que sólo trabajas para mí.

—¿Por qué?

—Aurora, hermosa. Todavía no estoy listo para hacer pública mi vida privada. —No era una mentira. Estaba dando un paso enorme para él al llevarla como acompañante al evento, aunque fuera por los motivos erróneos—. Lo que eres para mí, lo que somos, es complicado. Te pido tiempo. Un día más y te prometo que te haré la mujer más feliz, cada día de vida que me quede. Te besaré hasta gastarte. Confía en mí, por favor, te lo prometo.

Las náuseas se hicieron más fuertes.

Ella mostró una enorme sonrisa aliviada, enseñando sus perfectos y hermosos dientes como perlas, enmarcados en esa boca de cereza. 

—¿Un día? —Él asintió—. Muy bien. Confío en usted. Porque las promesas no se quebrantan, ¿verdad?

Steve borró la distancia entre ellos y plantó un fuerte beso de labios cerrados que la hizo reír, confirmando la promesa.

Estaba confiando en él, una vez más. <<Maldita sea>>. El remordimiento lo carcomía. Contaba los minutos para enterrar esta horrible vida y comenzar de cero con su ángel.

<<Un día>>, pensó Aurora. <<Por favor, que se cumpla. Que nada me quite esto>>.

El recuerdo de Masao prometiéndole un día más para confesarle su origen la golpeó en el centro de su pecho, repitiéndose el dolor de saberse perdida y sola.

<<Por favor>>.


N/A: 

Por fin su primer beso. 

Y lo que pase en la gala, marcará un antes y un después.

Una estrellita nos pondría muy contentos, sobre todo después del tan ansiado beso.

Gracias por leer, demonios!

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