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27. Mi casa

27. Mi casa.

El resto de la tarde había sido tranquila en la mansión.

Una vez que volvieron de la caminata por la playa, se relajaron en la piscina, nadando un poco y recostándose en las tumbonas, lo que significó una tortura para Steve al tener el cuerpo casi desnudo de Aurora sin poder hacer más que unas caricias a la distancia, usando sus orbes como manos, con tantos pares de ojos en la casa.

Parecía como si de repente, todos tuvieran que estar cerca de ellos. Gerard se había aligerado la ropa con alguna de sus prendas que mantenía en otra de la habitaciones, y se había colocado a la sombra, relajándose. No se le había escapado que cada tanto el mayor los acechaba de soslayo con una sonrisa socarrona en el rostro.

Si bien disfrutaron del momento juntos, Steve notaba que Aurora no había dejado de sentirse afligida por cómo había sido la mañana y eso lo apenaba. No sabía qué pasaba por su cabecita, pero no estaba tan iluminada como siempre y no fueron escasas las veces que le había llamado la atención cuando la encontraba perdida, mordiendo su labio inferior.

Aunque ella reaccionaba sonriendo. Hasta le dejaba algún cariñoso beso en la mejilla antes de retomar la lectura del momento. Muestras que recibía algo parco por la incomodidad al saberse observado por otros, comprendiendo que la muchacha buscaba una respuesta más cálida de su parte.

Pero no podía. No estaba preparado para abrirse completamente, más allá de lo físico que compartían en la intimidad. Y sabía que esa inaccesibilidad, el muro que no terminaba de dejar caer, podría perjudicarlo.

Echar a tierra sus planes.

***

La ansiedad la había estado carcomiendo durante todo el día, volviéndola distraída y torpe. A tal punto que varios de sus compañeros tuvieron que llamarle la atención en reiteradas oportunidades, molestos por su aletargamiento.

Hasta Rowan le había reclamado por su actitud.


Sintiéndose dueña de los dominios de los Laboratorios Quirón, que se encontraban ya abandonados por ser de noche, la agente Petrova retomaba su misión.

Los dedos le picaban mientras caminaba por los solitarios pasillos hasta el refrigerados que una vez más había custodiado aquella muestra extraña de sangre. Tomó con cuidado la caja y regresó a su puesto de trabajo.

La noche anterior no había podido obtener mucha luz sobre el enigmático ADN, por lo que en lugar de usar su ordenador portátil, aprovecharía los registros del laboratorio. Mucho más amplios y ricos en información. Necesitaba toda la ayuda posible para desentrañar el misterio que tenía entre sus manos.

Colocó la muestra en su lugar y comenzó a procesar los datos.

No había duda que era una quimera. Una creación artificial que había logrado lo imposible.

Sus pensamientos regresaban una vez más al Dr. T. Tenía delante suyo lo que el científico y ella misma habían soñado. Un ser perfecto cuya secuencia genética se ensamblara con naturalidad con otras especies. 

Quería desentrañar toda la doble hélice y ver qué características poseía, pero no era suficiente para responder a sus incógnitas.

Debía saber quién era el autor de dicho milagro. Y más importante. La criatura que llevaba tal preciada ambrosía.

Esperando que el repertorio de documentos, datos e investigaciones producto de años de trabajo de cientos de científicos pudieran ser útiles, comenzó a registrar sus resultados, anhelando encontrar coincidencias.

Un mensaje bloqueó su pantalla, alertándola de su imprudencia.

<<Acceso denegado. Restringido a categoría Hércules>>.

No tenía idea qué era eso. <<¿Hércules?>>. Jamás lo había escuchado, salvo el ser mitológico. No comprendía qué relación tenía con los laboratorios. Abrió sus ojos de forma descomunal detrás de sus lentes multicolores.

<<¿Quirón no había sido un centauro entrenador de héroes como Hércules?>>.

Sabiendo que estaba en lo correcto, la pregunta lógica era, ¿quiénes tenían acceso a la categoría del semidiós? Y el hecho de que la muestra fuera relacionada con él, ¿no indicaba que ese ADN estuviera asociado con la industria del Dr. Meyer?

Dejó caer su espalda sobre el asiento, reflexionando sobre lo que estaba ocurriendo. Se mantuvo así varios minutos hasta que volvió en sí.

No había más que hacer. No podía avanzar más allá sin invadir la seguridad del sistema. Lo que no estaba dispuesta a realizar.

Trataría de indagar sobre lo que había descubierto durante el día siguiente.

Resignada, apagó el ordenador y tomó todas sus cosas junto con lo que quedaba de la muestra y se marchó a su casa.

***

Siendo ya de noche y solos en la mansión, Steve y Aurora se encontraban en la amplia y elegante sala de estar. 

Él sentado en el largo sofá en forma de L leyendo los periódicos y revistas del día y ella, que tenía otro libro entre sus manos, acostada boca abajo en el sofá de enfrente. Algunos de los periódicos que Steve leía eran de su corporación. Pero examinaba varios más. Una vez por semana, mantenía reuniones virtuales con los diferentes editores en jefe de Sharpe Media. Más que nada para hacer sentir su presencia, pero confiaba en sus juicios y no se entrometía. No era lo que le interesaba. Antes de convertirse en lo que hoy era, había estudiado política exterior, sobresaliendo en cada materia y obteniendo el título con honores, a pesar de haber sufrido el golpe más terrible en su vida a unos pocos meses de su graduación. Su sueño había sido trabajar en las Naciones Unidas y en organizaciones que asistieran a otros. Sin embargo, diez años atrás, todo había cambiado, incluyendo su orientación laboral, que dio un giro de ciento ochenta grados.

De vuelta al presente, examinaba la figura seductora de Aurora. Tenía las piernas desnudas. Podía notar la perfección de su piel y la firmeza de sus músculos. El resto del cuerpo estaba cubierto con un ligero vestido corto tornasolado, atado por detrás de la nuca con un lazo. Su atención estaba puesta en su libro, pasando las páginas a una velocidad que lo impresionaba.

La deseaba, pero dudaba en tocarla, temiendo que fuera un espejismo que desaparecería al acercarse, para encontrarse con arena en lugar de un oasis. 

Sentía la fragilidad de su relación. <<¿Relación? Estúpido, no hay relación. Sólo le permites abrirse de piernas a tu conveniencia sin corresponderle con sinceridad, cobarde>>. Se estaba volviendo costumbre auto flagelarse y eso le molestaba.

La responsable de su desequilibrio se encontraba allí. No sólo la veía. Su fragancia que inundaba la estancia ocasionaba estragos en él, que quería recuperar su cálido contacto. 

La necesitaba. La quería devuelta completamente, no a medias, como se había mostrado desde que habían conversado en el despacho. 

Debería probar con volver a disculparse.

Ella pareció sentir sus pensamientos y detuvo su lectura, para responder a su mirada, seria y concentrada.

—¿Ocurre algo malo, señor Steve?

—No hay nada malo en lo que veo —dijo en tono ronco y sonrió escueto—. Sólo me preguntaba si realmente estabas leyendo o pasabas las páginas.

Rio con ganas llevando su cabeza hacia atrás y estirando su largo, elegante y apetecible cuello, que lo invitaba a morder hasta marcarlo.

Le gustaba escuchar su risa. Tan fresca y sincera. Diferente a las risas ensayadas de tantas mujeres que había conocido.

—Claro que sí. Y lo recuerdo todo —inmediatamente después de esas palabras, se mordió el labio. Había revelado demasiado.

A Steve esa afirmación le llamó la atención. Seguía sin saber mucho sobre ella. Siempre reservada. Constantemente caían comentarios que lo llevaba a una bruma de incomprensión sobre su persona.

Pero esa nueva pieza de información le permitía seguir armando el rompecabezas que era Aurora.

—¿Quieres decir que tienes hipermnesia? —Ella se había sentado en el sillón, sin responder. Estaba seria y lucía temerosa—. ¡Eso es fantástico!

—¿En serio le parece? —parpadeó sorprendida. 

Eso la animada. No le gustaba ocultarle cosas al hombre que la contemplaba con alegre asombro, aun sabiendo que era lo que debía hacer. Lo que el Dr. T le había indicado. Pero cuando él descubría algo nuevo en ella, eso la hacía sentir feliz.

—A ver, si te doy este artículo, ¿me lo podrías repetir a la perfección?

La muchacha se puso de pie para tomar la publicación que le estaba alcanzando.

—¿Es un juego? ¿Me está desafiando?

Sonaba divertido.

—Te estoy desafiando.

Sus ojos brillaban de expectación.

Ella leyó la media página que ocupaba el artículo solicitado. Sus ojos se habían encendido con el fuego intenso y dorado del oro fundido mientras los desplazaba velozmente por cada línea, llamando la atención del hombre, que la contemplaba embelesado ante esa extrañeza.

Tras unos pocos segundos le devolvió el periódico.

Cuando comprobó que él estaba listo para el ejercicio, comenzó a repetir palabra por palabra lo que acababa de leer. Al finalizar, Steve levantó la vista del papel y la miró maravillado. Una de sus comisuras estaba estirada con evidente orgullo.

—¡Perfecto!

—¿Y no está molesto?

—¿Por qué lo estaría? Es increíble.

—¡Oh! No sabe lo feliz que me hace escucharle decir eso.

Dio un aplauso de emoción y saltó al regazo de Steve, colocando cada pierna a un lado del cuerpo del sorprendido hombre que no esperaba tan bello regalo. Lo recibió sujetándola por la cintura.

—¿Ya no estás enfadada conmigo? —Bajó sus manos a sus nalgas.

—Yo... —jugó con su labio inferior—, no estoy enfadada con usted. Confundida, dolida, sí. No lo comprendo, señor Steve. 

—Lo sé. Lamento no poder echar luz sobre mí mismo. Créeme, es mejor así. 

—Entiendo eso, señor.

Ambos sabían lo que significaba. Ella era un enigma y él comprendía que los dos se estaban escondiendo. Cada uno seguro que su propio secreto era imperdonable y terrible ante los ojos del otro.

—Olvidemos lo de hoy, por favor señor Steve —inició un reguero de besos en su rostro, afirmándose contra su musculoso cuerpo.

Inmediatamente, sintió cómo se excitaba. Era el efecto que su niña lograba en él.

Subió sus manos hasta el lazo que sujetaba el vestido y con habilidad, lo soltó, dejando sus pechos desnudos. Ella también sintió su erección y sonrió con seducción, refregándose sobre su pelvis y escuchando cómo se escapaba un gruñido contra la piel de su cuello, antes de ser mordida con ansias depredadoras. 

Lanzaba fuego de su mirada. Sus delicados dedos acariciaron el sedoso cabello de Steve y siguió el movimiento hasta llegar a su nuca, desde donde lo sujetó con fuerza y arqueando su columna como una contorsionista lo invitó a que le besara el pecho. Invitación que aceptó sin demora. Jugaba con sus pezones, entre lamidas y mordidas que ella respondía con gemidos de placer. Su lengua continuó su camino hasta uno de sus hombros, donde su boca volvía a alternar entre besos y mordidas por igual.

Sentía su piel siendo abrasada por cada contacto del señor Steve. Fueran sus dedos, su lengua, su boca, dientes o hasta el calor que irradiaba, quemándola hasta el alma. Hasta su aroma se enterraba en ella.

¿Cómo podía sentir tanto? Temía que ni siquiera su cuerpo sobrehumano pudiera abarcar y sostener la intensidad que amenazaba con colapsar su sistema, concentrándose en el centro de su pecho.

La torturaba apretando sus pezones entre sus perfectos dientes, tironeando de uno para luego atacar el otro. Llevando miles de descargas por cada terminación nerviosa.

Cambiaron de posición gracias a la maestría del hombre experimentado, que la recostó sobre el sofá, deteniéndose un segundo para admirar su figura con el deseo dilatado en sus pupilas. 

Su vestido corto había quedado cubriendo su abdomen y pelvis. Desesperado por llegar a cada rincón de ese cuerpo, tomó la prenda entre sus poderosas y asesinas manos y la destrozó abriéndola por la mitad, comprobando una vez más, que las bragas no existían para ella. 

Aurora dio un grito de asombro y carcajeó. Pero al verlo ponerse de pie para desnudarse, enmudeció.

Se desvistió ante la lujuriosa mirada de color dorada y verla lamerse los labios como un animal hambriento cuando su miembro quedó expuesto lo hizo endurecerse más.

Quiso provocarla y usó su mano para desplazarla sobre su verga. Una sonrisa ladina apareció al comprobar que recibía la reacción deseada. Ella mordía su labio, sin despegar sus ojos de sus movimientos. Se removía, arqueando su columna y gimiendo, necesitada.

Así la quería.

Lo estaba poniendo a mil por lo que llevó su gran cuerpo sobre el de la mujer, que lo tomó con fuerza de la cintura con sus largas piernas, ansiando su contacto. Steve sujetó ambas muñecas por encima de la cabeza de Aurora mientras dibujaba con su lengua sobre su abdomen definido, perfecto y suave. Sus manos fueron bajando por sus costados, rozándola sólo con las yemas de los dedos, lo que provocaba que su piel se erizara. Hasta que llegó a sus pechos. Los masajeó con firmeza. Los apretó, juntándolos y metió su cara entre ellos.

—Mierda Aurora. Tus tetas me van a volver loco —atrapó una con toda su boca, abriendo como una anaconda sus mandíbulas. Pasó a la otra, torturándola al estirar otra vez su pezón con sus dientes para enseguida lamerlo. Dibujaba con la punta de su lengua siguiendo la circunferencia de su aureola rosada.

Ella, dejando sus brazos arriba, se sujetó del apoyabrazos, disfrutando de cada maniobra. De sus pechos, las manos experimentadas del hombre pasaron a sus nalgas, para sujetarlas con fuerza, elevándola. 

Besos y lamidas descubrían una vez más cada rincón de su cuerpo, jugando alrededor de su ombligo, bajando hasta rozar su sexo hinchado y palpitante. La cercanía de su aliento la cosquilleaba en el vientre. Cuando creía que sus labios besarían su clítoris, estos siguieron por el interior de su muslo.

Su pecho vibraba. Su respiración era agitada y sus ojos se volteaban hacia atrás, perdida en la bruma del deseo.

Se dejó guiar cuando la mano que había hecho un rastro eléctrico por su pierna la tomó del tobillo y la elevó, apoyando su corva sobre el hombro del amante, abriéndola más para él. 

—Esto te va a gustar, mi niña —ronroneó, excitado antes de meter sus dedos entre sus pliegues, comprobando que estaba lista para él. 

Pero como disfrutaba castigarla, decidió prolongar la estadía de sus largas falanges en su interior. Hacía círculos, variando el ritmo de la danza según las respuestas del cuerpo que se retorcía debajo de él. La sentía a punto de estallar, por lo que sacó sus dedos, recibiendo un quejido lastimero. Condujo la punta de su falo hasta la entrada y la detuvo allí, divirtiéndose ante la desesperación de la mujer, que movía su cadera hacia arriba, buscando su contacto.

—¿Lo quieres? 

—Sí señor Steve. Por favor. Lo quiero ya —sonaba ahogada.

—Te lo daré todo. Siempre que lo desees —terminó de empalarla, de una seca estocada que obtuvo como bienvenida un grito de alivio—. Duro, largo y fuerte. 

Gruñó cuando buscó más profundidad. Apretaba la larga pierna elevada sobre su pecho, que le daba más abertura. Presionaba con desesperación. La penetraba enajenado. 

Sus cuerpos se movían en sintonía. Pasaban de movimientos frenéticos a otros sostenidos y lentos.

Las manos de Steve se aferraban al trasero de Aurora, apretándola más contra su pelvis, balanceándose a un ritmo frenético y salvaje. El choque de sus pieles llenaba la sala junto con sus gemidos.

—Me vuelves loco, mi niña —declaraba jadeando, perdido en el movimiento de su valkiria debajo de él. 

Sus ojos no perdían el enlace, sumergiéndolo en un mundo totalmente ajeno a su realidad. El dorado intenso lo abarcaba todo en él, dejándolo fundirse en sus profundidades.

Aurora liberó su agarre del mueble y deslizó sus manos por el ancho, poderoso y sensual pecho del hombre que la penetraba de tal forma que la elevaba a las estrellas. Sus dedos alcanzaron su cuello y se aferró a él como si su vida dependiera de ello.

La boca carnosa del hombre se mantenía abierta entre jadeos, seduciéndola, atrayéndola a probarla. Lo atrajo hacia ella, pegando sus cuerpos agitados. Dejando que sus narices de acariciaran entre sus vaivenes. Notó el deseo por sus labios cuando las noches azules de Steve se posaron en su boca.

—Béseme, señor Steve —susurró anhelante.

Ese pedido vibró en su pecho. 

Sin dejar de penetrar como un sádico a la joven, inició el descenso de su boca hasta el pecado en forma de cereza.

Sin embargo, a último momento, se desvió, escondiendo su rostro en el hueco perfumado de la diosa cuando se sentía a punto de colapsar.

No podía. No. Aunque fuera una de las cosas que más lo perseguía. 

La percibió aferrarse más a él.

Sintió el rechazo con vergüenza y confusión, pero su cuerpo estaba totalmente sumergido en las sensaciones de cada embestida, que se dejó arrastrar, ignorando la solitaria lágrima que rodó por su mejilla hasta caer sobre la tela del sofá.

El placer regresó a ella, anestesiando su decepción. Las profundas y contundentes estocadas la llenaban con delicioso dolor. Lo sentía atravesarla, alcanzando partes que no creía posible. Apretando botones que desconocía y encendiendo sensaciones adictivas que estaban abrumándola. 

Lo sentía entrar y salir con vehemencia. Como un animal y eso la enloquecía. La velocidad aumentó, al igual que el calor por la fricción de ambas anatomías. Los gruñidos subieron al nivel de gritos. Los dedos de Steve se apretaron aún más en sus nalgas, despegando su culo del mullido almohadón, logrando que el nudo en su vientre creciera exponencialmente, amenazando con arrasar todo en su interior.

Con las últimas estocadas, se dejaron arrastrar a la violenta supernova.

Ansioso por experimentar ese fulgor dorado en su interior, disfrutó de ese momento sorprendente, llegando ambos al orgasmo con espasmos que los sacudían. Steve adoraba sentirla cerrarse sobre su pene al mismo tiempo que él se derramaba.

Agotado y todavía ciego por el misterioso y adictivo brillo, se recostó sobre la figura de la responsable de su fatiga, con su cabeza sobre sus firmes y redondos pechos. Cerró sus ojos y se concentró en el calor de ese cuerpo y en el tacto de su abrazo, que lo acariciaba con la punta de sus dedos, por toda su espalda con una ternura que estrujaba su corazón, haciendo que la piedra que lo recubría comenzara a resquebrajarse.

<<¿Qué es esto? ¿Qué me haces Aurora? Mi mágica y misteriosa niña>>.

Después de unos minutos donde se sintió transportado a otro mundo, lejos de lo que él era en el verdadero, se despegó de esa delicada fuente de placer y se puso el pantalón sin hacer uso de su bóxer, rememorando el momento donde casi la besaba y mentalmente se golpeaba por haberse negado a ese paso.

Observó a la joven levantar del suelo los retazos de su prenda.

—Mire lo que le hizo a mi vestido —parecía una reprimenda que terminó en una risa. Ese encantador sonido a campanillas.

—Será mejor que te cubras con algo, a no lograré pasar de esta noche con vida.

Soltó una tímida risa. Ya alguien meses atrás le había dicho lo mismo. El veloz recuerdo fue sacudido con un leve movimiento nostálgico.

Steve tomó su camiseta del suelo. Se sentó junto a Aurora colocándosela con delicadeza por la cabeza y ayudándola a pasar sus brazos. Cuando terminó de pasar su rubia cabeza, le besó la frente, mientras ella mantenía sus ojos cerrados, recibiendo tan delicado e íntimo contacto. 

La prenda le quedaba larga, cubriendo hasta la mitad de sus muslos, a pesar de no ser de baja estatura. Después de todo, sobrepasaba el metro setenta por un de centímetro.

 —Tengo hambre. ¿Puedo ir a buscar algo de comer a la cocina?

—Aurora, esta ahora es tu casa. Puedes hacer lo que quieras.

—Mi casa... —qué bien sonaba eso. Su casa, junto con el señor Steve.

Se la quedó mirando unos segundo, acariciando su rostro y pasando un pulgar sobre sus labios de cerezas. No sabía cuánto tiempo más podría rechazar el magnético contacto de su boca. Ella parecía percibir sus intenciones porque lo miraba otra vez con anhelo y algo de tristeza. 

Eso lo hacía sentir una mierda.

Suspiró. 

Luego se giró para entrar en el despacho. Abandonando una vez más a mitad de camino el beso latente entre los dos.


Era la primera vez que entraba a la cocina. Lo que veía le parecía increíble. No se parecía en nada a la humilde cocina de la casa del Dr. T, en Japón. Esta, tenía un espacio enorme. Una isla imponente ocupaba el centro del lugar y las paredes estaban cubiertas de alacenas y estantes. Un gran refrigerador de doble puerta llamó su atención, dirigiéndose a saquear lo que hubiera en su interior. 

Sacó una gran variedad de alimentos y los colocó sobre la mesada. No tenía idea qué estaba haciendo, pero se divertía probando bocados de todo tipo. Pensó en los bocadillos que le habían hecho Theresa y Josephine y quiso crear los suyos. 

Satisfecha con el resultado, ordenó todo en su lugar y llevó la preparación al despacho.

***

Después de la larga y aburrida jornada, revisando fotos y listas de pasajeros, Lara, Vicky y Chris fueron a cenar en una hamburguesería cerca de las oficinas del FBI.

Él era un hombre de acción y a veces, los trabajos de escritorio lo volvían loco y exacerbaban sus jaquecas. Se había hecho chequear por doctores para descartar problemas de visión. Lo que todos le habían dicho es que su vista, que él sabía era perfecta para un francotirador, no era el problema. Lo único que podía ser, eran remanentes de sus experiencias explosivas en Afganistán. Algo en su cabeza había quedado presionando su cerebro.

Antes de comer, tomó dos pastillas más y se las tragó.

—¿Otra vez con jaqueca? —preguntó Vicky, con preocupación de hermana mayor.

—Sí. Nada grave. Es por la tarea mecánica de mirar fotos. Ojalá tuviéramos otra pista.

—Esperemos para la próxima vez lograr algo —habló esperanzada Lara—. Que haya un error que nos acerque al sicario.

—Tú también crees que habrá una próxima vez —dio un bocado gigante a su hamburguesa, disfrutando la sustanciosa y grasienta comida—. Pero no creo que se equivoque. Es un profesional con mucha experiencia.

—Al menos, sus objetivos lo tienen bien merecido.

La acotación de Lara hizo que Vicky y Chris la miraran fijo. No se había dado cuenta de su comentario. Simplemente se le escapó. No dejaba de ser cierto lo que había dicho, pero no era correcto que una agente lo expresara en voz alta. Eso era lo que las caras de los otros dos le estaban diciendo. Y la reprimenda de Chris se lo confirmaría.

—Culpables o no de lo que se les acusa, deben ser llevados a la justicia, no al matadero. No es trabajo de un vengador limpiar la sociedad.

—Lo siento. No quise decirlo así. —Unos segundos después, cambió de opinión y respondió al regaño—. ¿Sabes? No, no lo siento. Es verdad que no es la forma. Pero no lamento esas muertes. Y sí, estamos mejor sin ellos. La justicia, y esto lo sabemos muy bien nosotros, es manejada por hombres poco justos y menos honorables todavía. De lo contrario, ellos hubieran estado donde corresponde y no sueltos para seguir haciendo lo que sea que hacían.

—En primer lugar, ni siquiera sabemos si es un noble vengador o un sicario que cumple objetivos para quitar competencia de mafias adversarias. Sin importar lo que sea, está destruyendo el sistema por el que nosotros trabajamos. Somos agentes de la ley. Creemos en lo que hacemos. Y si no lo haces, tal vez estás en el trabajo equivocado.

—Bueno, bueno. Ha sido un día largo y al parecer, frustrante. —Vicky interrumpió la conversación, usando sus manos para apaciguar las fieras erizadas—. Pero no olvidemos que estamos todos del mismo lado. Más importante aun, que estamos aquí para desconectarnos del trabajo y disfrutar un rato entre gente querida.

—Tienes razón Vicky, lo siento —respondió agachando la cabeza ante el reto de la mayor del grupo.

—Es verdad cariño —coincidió con su novia. Miró a Chris, del otro lado de la mesa—. Lo siento Chris.

—Yo también —dio una palmada a la mesa—. Como dijo Vicky, disfrutemos de la cena. —Volvió a darle un gran mordisco a su hamburguesa triple.

—Y tú, deberías disfrutar de aquella mujer en el extremo del bar, que no te ha quitado el ojo desde que llegamos —codeó Victoria, guiñando un ojo.

—¿De qué hablas? —El alto hombre se irguió siguiendo la línea de visión de su amiga, hasta que conectó con la mirada de la susodicha, que le sonrió de forma coqueta. 

Una atractiva rubia de piel bronceada y piernas elegantes.

—Pero qué atrevida —atacó enseguida Lara—. El sujeto está acompañado por dos hermosas mujeres y esta le clava la vista como si lo estuviera desnudando.

—Somos lesbianas querida, no nos importa que mire, desvista y folle a nuestro hombre.

—Eso ella no lo sabe.

—Bueno, bueno, que no estoy sordo —volvía la atención a su plato—. No quiero que ella o ninguna desconocida me desvista, me folle y se vaya en la mañana como si huyera de la luz del sol. O peor, de mí.

—No seas una niñita. Estás soltero. Desde hace un año. Deberías estar sacudiéndote con cuanta mujer se te cruce por el camino. ¿No crees que deberías olvidar de una vez a Clare? Eres joven, extremadamente atractivo, honrado, inteligente, gracioso. Un moja bragas, bueno, salvo cuando te vuelves un gruñón y frunces tu entrecejo. Sí, así, justamente como haces ahora. Mmm... en realidad, sigues siendo lindo.

Lara y Vicky comenzaron a reír al ver su expresión de enfado.

—Mi cara fruncida es porque me estás molestando Victoria. Y no quiero nada de una noche.

—No tendrás nada más largo de una noche si no empiezas a dar oportunidades. No sales nunca salvo a cenar solo, como si tuvieras lepra, a tu restaurante favorito. Tus únicas actividades recreativas y sociales son los encuentro semanales de póker y los partidos de básquet con los muchachos. ¿Cuándo fue la última vez que saliste a bailar? ¿A un bar?

—¿Crees que esa hermosa dama está buscando algo más serio que un revolcón? Claro que quiero conocer a alguien, sólo que no en un bar. Además, —abrazó los hombros de Vicky y el largo de su brazo le permitió alcanzar la espalda de Lara—, mis citas esta noche son ustedes.

Dio un sonoro beso en la mejilla a la doctora, que rio cerrando sus ojos.

Lara se puso de pie y simulando que acomodaba su ropa, dejó entrever su arma enfundada en su cintura, directamente hacia la intrusa, que mudó el semblante. La agente se desplazó hasta sentarse del otro lado de su amigo y le dió un beso cerca de la comisura de su boca. Fijó sus negros y rasgados ojos hacia su objetivo, a la cual vio avergonzada y sin ganas de continuar con juegos coquetos.

La doctora siguió el mismo juego, copiando la acción de la oriental y ambas se presionaron contra el musculoso y fuerte cuerpo del castaño.

—Joder —gruñó, apretando fuerte sus párpados y sintiendo el calor ascender por su rostro—. Esto es una putada demasiado caliente chicas, pero como las considero unas hermanas, roza el incesto.

Ambas se separaron riendo.

Chris envolvió a cada una con sus brazos y pasó una rápida mirada por la desconocida que abría sus ojos con sorpresa desde la distancia.

—Eres una maldita celosa Lara —besó su mollera—. Gracias loca. No hubiera sabido cómo rechazarla amablemente.

—Lo sé. Siempre cuidaré tus espaldas, hermano.


Dos horas más tarde, dejaba su maletín sobre la mesa redonda de su comedor, que guardaba en su interior parte del archivo del caso.

Dudaba de seguir revisando lo obtenido hasta el momento.

Cansado, se dejó caer en el sillón de tres cuerpo de la sala de planta abierta. Llevó su mirada a su guitarra. Una <<Fender>> apoyada sobre su soporte en un rincón. Había sido de su padre y él se la había regalado cuando era un adolescente.

Hacía meses que no la tocaba. Sin embargo, esa noche la sintió diferente. Alzó toda su contextura y tomó el instrumento entre sus grandes manos con impresionante delicadeza. Volvió a sentarse y comenzó a afinar las clavijas. Cuando alcanzó el sonido adecuado, sus dedos iniciaron su recorrido sobre las cuerdas con maestría.

No cantaba. Sólo tocaba. Obtenía las notas de canciones variadas. Country, folk, rock. Baladas. Terminó con alguna dolorosamente romántica, animándose hasta a susurrar la letra al sentir que no sólo a Clare la pensaba entre esas notas. No había sido la única que le había roto el corazón y en su mente una sucesión de relaciones fallidas lo fue hundiendo en su asiento.

Se detuvo, pensativo, al regresar a la última apuñaladora de sentimientos con algo de remordimiento.

Reconoció para sí mismo que no había dedicado muchas interpretaciones a su ex novia, y se preguntó por qué. Si él era un romántico, ¿dónde habían quedado sus habituales gestos hacia Clare?

¿Ella lo habría dejado de amar, engañándolo con otro porque él había permitido que la rutina los envolviera? ¿O es que ellos nunca estuvieron en el mismo verso? A lo mejor, ni siquiera cantaban la misma canción y su subconsciente se había dado por vencido antes que él lo notara.

Se encogió de hombros, masajeando con una mano sus sienes. La jaqueca lo dominaba una vez más.

Sería mejor ir a dormir. El día siguiente les quedaba mucho trabajo pendiente.


N/A:

Imagino a Chris tocando esta canción como la última en su repertorio. Obviamente (lo siento Lewis Capaldi), lo veo en mi mente mucho más atractivo, alto y atlético.

https://youtu.be/slAYvGY3Z44

Gracias por leer, demonios!

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