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10. Jean Pierre Clement

10. Jean Pierre Clement.

En el horario pautado, Pierre llegaba justo a tiempo para ver cómo arrastraban a la torturada presa hasta las duchas, para dejarla una vez más lista para él, costándole todas sus fuerzas no mostrar el efecto que le producía verla en ese estado.

Sabiendo cómo sería la rutina, Yoshida le permitió esperar a la muchacha directamente en la misma habitación de la noche anterior, ofreciéndole en esa oportunidad un variado conjunto de instrumentos que reconoció de tortura. Látigos, fusta, esposas, manoplas, mecheros y otros elementos que le revolvieron el estómago. 

Él mismo implementaba sus propios instrumentales en su trabajo, pero imaginar el contacto de estos sobre el cuerpo de la deidad que ocupaba sus pensamientos lo indignaba y decidió alejarse del mueble que guardaba los juguetes, como los llamaba Arata.

Mientras los minutos pasaban, Pierre se puso cómodo, quedándose descalzo y quitándose todas las prendas que cubrían su tren superior, luciendo los tatuajes que cubrían la piel de esa zona casi en su totalidad. Tomó una de la copas y se sirvió un poco de champagne que le había dejado el anfitrión. Considerando el costo de la noche, era lo menos que podía hacer. 

Sentado en una de la sillas que rodeaban la pequeña mesa, percibía la excitación que comenzaba a crecer en su interior. Perdido en sus ensoñaciones, jugando con su anillo de manera inconsciente, se sobresaltó cuando la puerta se abrió de golpe y automáticamente buscó una inexistente arma en su cintura. Enseguida recordó que estaban prohibidas en aquel buque, por lo que no disponía de su 9 mm.

Otro japonés anónimo fue el encargado de entregarle la muchacha y una vez cumplida su tarea, sin demora, salió de la habitación. 

Pierre se mantuvo inspeccionando lo que tenía delante de él y sólo pudo maravillarse más ante el espectáculo de belleza de la que nombraban como Demonio Blanco. Lentamente, abandonó su lugar y llegó hasta la puerta, donde la joven esperaba nerviosa por él. 

Pasó su brazo por al lado de ella, la cual respondió dando un pequeño salto al lado opuesto. Sin embargo, el objetivo del francés era trabar la puerta, aunque el acto reflejo de la asustadiza le hizo sonreír con algo de burla.


No comprendía porqué otra vez se encontraba en aquel camarote ni con ese hombre que no parecía querer usarla para lo que Arata suponía. Era el único al que le otorgaban esa habitación para estar con ella. Ningún otro tenía ese beneficio. Lo adjudicaba, por lo que había escuchado la noche anterior, que su captor y el extraño eran amigos. Uno que le mentía al otro al insinuar que la había lastimado cuando no había sido así. Otro enigma que escapaba de su entendimiento.

Nunca había tenido amigos. Lo más parecido era Nomi con la que se había relacionado en el poco tiempo que habían compartido antes que la aislaran, y de la que no sabía en qué estado se encontraba.

Pero no conocía realmente en qué consistía la amistad, aunque algo le quedaba muy en claro. La mentira no debería ser un ingrediente para esa fórmula.

Pardon. Hier je ne t'ai pas dit mon nom.

La joven lo observaba algo exasperada. Realmente no podía traducir ninguna palabra y ese hombre seguía hablándole en ese idioma desconocido. 

Suspiró desanimada, rodando sus ojos. Al menos, no tenía que fingir no comprender. 

Se puso en guardia cuando notó que el alto sujeto se acercaba tanto a ella que parecía que la cubriría con su cuerpo en cualquier momento. 

No pudo evitar examinar con la vista la anatomía que se erguía tan cerca de ella. Era más alto por casi una cabeza, delgado y fibroso, cada parte visible estaba delineado y el relieve de sus músculos ofrecían un extraño efecto en los diseños que ocultaban su piel en todo su torso hasta las muñecas. Un pequeño aro metálico colgaba de uno de sus pezones y eso capturó su atención.

Vio cómo él se llevaba una mano a su pecho. La misma que se había cortado en la mañana y que llevaba con un vendaje.

Je m'appelle Jean Pierre Clement. Et toi?

Sus ojos habían quedados prendados de la boca que había hablado en un susurro, pero enseguida se recuperó, ascendiendo desafiante hasta los ojos del hombre.

Eso le pareció una presentación. Jean Pierre Clement. Había escuchado cómo Yoshida lo había llamado Pierre y Clement la noche anterior y estaba segura que ese era su nombre completo. Contuvo una sonrisa de satisfacción ante su pequeño triunfo en un confuso mundo de palabras desconocidas.

Al no observar reacción alguna por parte de la muchacha, volvió a intentarlo. Golpeó suavemente su palma vendada contra su pecho desnudo.

Jean Pierre Clement —llevó su dedo índice hacia el centro del pecho de la joven de ojos dorados. Ese simple toque les dio electricidad a ambos—. Et toi?

Sólo recibió una negativa y un encogimiento de hombros.

Shiroi Akuma? 

Intentó Pierre, pero enseguida se arrepintió cuando notó cómo se ensombrecía su semblante. Puede que así le dijeran, pero no parecía aceptar ese nombre. Sin poder contenerse, sujetó con su dedo índice y pulgar la barbilla de la misteriosa chica y la obligó a mirarle desde su posición de inferioridad debido a al metro ochenta y siete contra el que ella se enfrentaba. No se cansaba de recorrerla con la vista.

El calor de ambos parecía ascender, o al menos, así lo percibía Pierre, que se sentía afiebrado ante la cercanía de ella. Elevó el brazo libre para aprisionarla desde ese lado a la altura de su cabeza y eliminó cualquier distancia que los separaba. Sentía la piel desnuda de ambos pechos rozarse y su organismo iniciaba su dolorosa respuesta en sus pantalones. Presionó más sus pectorales sobre ella, buscando borrar sus fronteras físicas. Registraba los cambios en el ritmo respiratorio de la joven y le gustó ver cómo su pecho subía y bajaba con fuerza.

No podía quitar las palabras de Arata sobre las reglas para su encuentro. No tenía pensado usar las primeras, pero la tercera, estaba cerca de romperla. 

No para forzarla, sino para conquistarla. 

Con esa intención, bajó de un movimiento su rostro para apoyar sus labios sobre los dulces que había probado horas antes y que no había logrado quitar de su mente. Notó como su boca se abrió levemente lo que le provocó con desespero recorrer cada rincón con su lengua. Necesitaba saborearla otra vez.

Pero su plan no salió como esperaba. Aunque tenía un brazo bloqueando uno de sus costados, su mano en el mentón y su cuerpo aprisionado, ella se escabulló antes de lograr su cometido por debajo del hueco que le proporcionaba el brazo elevado, alejándose de él y refugiándose cerca de uno de los muebles de la habitación. 

Sus ojos refulgían y no estaba seguro de si era por miedo o porque fuera a atacarlo.

Merde!

Pierre se estaba golpeando mentalmente a sí mismo por creer que podría acercarse de alguna forma a aquella muchacha. 

La notaba tensa, asustada y llena de ira. Algo que comprendía a la perfección dada su situación. Pero quería llegar a ella. Tenía la imperiosa necesidad de hacerle ver que él podría ser su amigo. Ese simple pensamiento le pareció ridículo. Él era un criminal. Uno de los que estaban del otro lado de donde se paraba la tímida y hermosa chica. No sería el que la había encerrado, pero pertenecía a ese mundo. 

Lo peor, era que le gustaba su lugar.

Desde que había sabido que su padre era un hijo de puta que llevaba negocios oscuros camuflados entre los legales y aceptables ante la sociedad, halló su lugar con cierta facilidad. 

Era bueno para llevar la administración de los movimientos de cada rama manejada por su donante de esperma. Aunque desde el inicio había dejado en claro que no participaría en lo relacionado con la trata de blanca. 

Después de múltiples discusiones, su padre le había desligado de aquella parte del negocio. De todo lo que se encargaba, en lo que mejor se desempeñaba era en la organización de logísticas, cuentas y en mantener el control usando la violencia. Ese era su momento. Pasaba de la fría monotonía de la contaduría a los golpes y asesinatos sin gran transición. Por ello lo consideraban alguien desequilibrado. Pero no lo era. Sabía lo que había que hacer, con quién y cuándo.

Y en ese momento, por muy absurdo que le pareciera, lo que quería era abrazar a la que llamaban Shiroi Akuma, quien lo miraba con desconfianza y confusión. Suponía que no comprendía francés, por lo que probaría con inglés.

—Sólo quiero asegurarme que estás bien. No pienso golpearte. No soy como todos los demás —<<o tal vez sí>> pensó—. Sólo quiero ser tu amigo. —Ante sus palabras, le pareció ver un brillo de comprensión que no había estado presente cuando le hablaba en francés y sonrió. Estaba casi seguro que ella simulaba no entender inglés—. Me entiendes, ¿cierto? 

No hubo respuesta alguna, pero no se desanimaba.

Dio un paso más hacia ella y suspiró desanimado cuando ella respondió con otro paso hacia atrás, arrinconándose.

—Entiendo. Imagino que tienes miedo. Lo que es lógico. Arata es un experto en destruir el alma de otros —chasqueó la lengua, lo que provocó que ella lo observara con atención, inclinando su cabeza y mordiéndose el labio—. A decir verdad, yo también soy un experto en torturar —percibió que sus cálidos ojos se abrían levemente. Había sido un gesto casi imperceptible, pero él estaba acostumbrado a leer a los otros para descubrir cuando intentaban engañarlo—. Verás, no soy un buen hombre —no sabía por qué creía que tenía que justificarse, pero sentía que por primera vez, podía hablar sin temor a ser juzgado—. Pero te juro que nunca dañaría a una mujer. Soy cruel, asesino, traficante, criminal, mafioso, pero en algún lugar trazo mi línea y esa es con los niños y las mujeres. Y tú, eres una mujer. Una bellísima muchacha que no debería estar aquí.

El grácil cuerpo intentaba controlar los pequeños espasmos que anticipaban un posible llanto y sus ojos, aquellos que parecían una fuente de oro líquido, lucían empañados. Supo entonces a ciencia cierta que el inglés era de su comprensión.

—No tienes que contenerte delante de mí —ella lo contempló mordiéndose el labio nuevamente—. Puedes llorar. Conmigo estás a salvo.

Y como si esas últimas cuatro palabras tuvieran el poder de un hechizo hecho realidad, ella cayó de rodillas y sus lágrimas comenzaron a rodar por sus sonrojadas mejillas. 

No estaba segura porqué se dejó deshacer de aquella forma. Tal vez era porque estando junto a él, se aseguraba que nadie más la buscaría por las siguientes horas, reclamándola. Podría sentirse aliviada de no ser el blanco de algún perverso y cruel monstruo. Creía que nadie la sorprendería y reprendería por mostrarse débil, ya que se había negado a entregarle nuevamente a cualquiera de los que la torturaban lágrimas de dolor o tristeza. Pero también temía llorar en la soledad de su celda, por temor a ser descubierta.

—Ven, trésor. Déjame consolarte.

Se movió despacio eliminando la separación entre ellos y se arrodilló a su lado. 

Cuando levantó su rostro para conectar miradas, Pierre contuvo la respiración ante la visión que tenía frente a él. Podría estar llorando, pero no dejaba de ser la criatura más grandiosa que sus ojos contemplaran. La rodeó con sus largos y musculosos brazos y se alegró internamente cuando se dejó sostener contra su pecho. 

Su cuerpo convulsionaba cada vez más fuerte mientras él pasaba una de sus manos sobre su húmedo cabello. No comprendía cómo podía percibir en ella el aroma a pinos, flores silvestres y aire fresco, cuando llevaba tiempo encerrada en aquel barco. Lo que le hacía suponer que ese era su perfume natural.

Con cuidado, la tomó entre sus brazos, elevándola del suelo. La sintió tan delicada y frágil cuando percibió cómo escondía su rostro en el hueco de su cuello. La guio hacia la cama, donde la recostó boca arriba. Ella sin embargo, se sentó rápidamente apoyando su espalda contra la cabecera de la cama y se abrazó las piernas contra su pecho.

—No me temas, por favor, trésor. No te haré daño —se ubicó del otro lado, recostado sobre un lateral, manteniéndose de frente hacia la joven y apoyando su cabeza sobre su mano—. No haré nada que tú no quieras —palmeó sobre el colchón, invitándola a recostarse junto a él—. Sólo dormiremos. Imagino que en ese horrible colchón no has podido descansar bien. —Ella elevó una ceja, como si con ese gesto le estuviera diciendo que el problema del descanso no era el colchón, lo que provocó una risa en Pierre—. Lo siento, creo que fue algo torpe de mi parte ese comentario. Pero dime, ¿has dormido algo desde que llegaste?

Apretó su labio inferior con sus dientes, debatiéndose entre hablar o mantener el silencio. Decidió simplemente negar con la cabeza.

—¿Tienes miedo? —Se sintió nuevamente estúpido ante su cuestionamiento, pero ella no le reclamó y asintió suavemente—. ¿Qué te parece entonces si esta noche me dejas cuidar tu sueño? Descansa, trésor. Nada te ocurrirá.

Sus propias palabras le sorprendieron. Tanto por el tono empleado de completa ternura, como por el significado. ¿Por qué necesitaba resguardarla, aunque sólo fuera por unas horas?

De forma dubitativa, la joven dejó que su cuerpo se aflojara y bajó de su posición hasta recostarse acurrucada contra el fuerte cuerpo de Pierre, colocando sus brazos por delante de sus senos buscando un poco de distancia física.

—Eso es trésor. Personne ne te fera de mal. 

Al menos, por lo que quedaba de la noche.

El dulce perfume que envolvía a Pierre la había relajado casi instantáneamente y no le llevó más de unos pocos minutos caer en un profundo sueño. Uno que no disfrutaba desde que la habían arrancado de su libertad. 

No temió ser despertada entre golpes o gritos y su mente voló a sus pocos días felices en la inmensidad de las montañas.

***

La realidad se hizo presente poco a poco, cuando tomó consciencia de los brazos que la cubrían y el suave compás de la respiración de su compañía. Inspiró profundo, reteniendo una vez más el aroma que emanaba del extraño. Y sonrió inconscientemente al descubrir que esa fragancia le gustaba.

Se removió con cuidado en la cama, tratando de evitar cualquier movimiento que despertara a Pierre. 

Conocía su propio organismo y no dudaba de que hubiera dormido sólo unas pocas horas, lo que para ella era suficiente, pero para cualquier otras persona no alcanzaría a reponer sus fuerzas. Sin embargo, el cambio en el ritmo respiratorio del joven le reveló que él ya no descansaba y lo comprobó cuando irguió su cabeza y se encontró con la mirada turquesa y gris del único hombre que parecía no buscar dañarla.

—¿Ya estás despierta, trésor? 

Se sentía extraño de haber logrado descansar sin pesadillas y lo adjudicó a su compañía. Si él pretendía cuidar su sueño, al final, ella había sido la guardiana del suyo, alejando los tormentos. Pestañeó un par de veces buscando eliminar su visión borrosa y consultó su reloj de muñeca por la hora. 

—Sólo fueron unas cuatro horas. ¿No quieres volver a dormir? —Ella negó en silencio—. ¿No puedes hablar? —asintió, sonrojándose con intensidad. Pierre sonrió ante el color adquirido en sus mejillas—. Bueno, espero ganarme alguna palabra en algún momento. Especialmente si vamos a tener varias horas de desvelo por delante —la observó morderse su labio inferior. Comenzaba a conocer que ese era una especie de reflejo que le gustaba mucho ver—. ¿Prefieres que hable yo? —Otra afirmación muda—. Muy bien —hizo silencio, llevándose una mano a su barbilla, acariciando la rasposa piel de la zona por la incipiente barba—. Ya te dije mi nombre. Tengo veinticinco años y soy un criminal. —Ella asintió recordando sus palabras horas antes—. ¿Eso te asusta? —Una vez más, sólo obtuvo como respuesta un movimiento afirmativo con la cabeza. Pensó que parecía un pequeño ratón miedoso—. Deberías. Soy peligroso.

—No conmigo —murmuró muy suave, reencontrándose con su propia voz después de meses de esconderla. A ella le sonó tan extraña y distante, como si perteneciera a alguien más. Y para Pierre, eso fue música fabulosa para sus oídos. Ambos sonrieron sin dejar de conectar sus ojos—. ¿Por qué?

—No lo sé. Nunca me importó nadie salvo mi propio pellejo. No me interesa meterme en asuntos ajenos y cuando alguien se mete en los míos, suele pagarlo con su vida.

Sus ojos brillaron con asombro y espanto.

—¿Eso no te asusta?

—¿Qué cosa?

—Que tu corazón se oscurezca, que lo que la gente llama alma se quiebre de alguna manera y en lo que eso puede convertirte. A dónde puede arrastrarte.

Rio con pesadez por lo bajo. Eso era precisamente lo que le revelaba su subconsciente al cerrar los ojos por las noches. Su inevitable destino.

—Vaya, empiezas a hablar y sueltas preguntas existenciales que nadie se atrevería a dirigirme. —Ella sonrió, encogiéndose de hombros y él sacudió lentamente su cabeza, resignado—. Ya sé en lo que me he convertido. Llegué a eso por mis propios medios. Bueno, algo mi padre tuvo que ver.

—¿Tu padre? ¿Por qué?

—Porque él, un reverendo hijo de puta, es el jefe de una organización mafiosa. Me llevó por su camino.

—¿Y no quieres recorrer el tuyo? ¿Alejado de ese mundo?

—No. Tuve una vida antes de eso y no me gustó. Una donde yo también fui víctima y me juré no volver a dejarme pisotear. Esta que llevo, no será la ideal, pero es lo que soy y resulta que se me da muy bien. Tengo mis límites...

—Nada de niños ni mujeres torturados —le interrumpió con su murmullo suave.

—Exacto —tocó la pequeña nariz con la punta de su dedo.

—¿Algún otro?

—No traicionar. No prometer si no voy a cumplir —respondió sin asomo de duda.

—¿Y lo que haces conmigo?

—¿A qué te refieres?

—¿No traicionas a Arata al no golpearme y fingir que lo hiciste?

—Sólo debo cumplir sus tres reglas.

—Nada de registrar tus encuentros, sin cercenarme y sin... —el color volvió a encender su rostro.

—¿Follarte? —rio con ganas. La muchacha se movía desnuda sin pudor alguno, pero pensar en ser follada la incomodaba—. ¿De verdad eres virgen?

—Sí.

—¿Quieres seguir siéndolo? —La pregunta salió de sus labios con voz ronca, llena de deseo—. Porque no me importaría romper esa regla.

De un ágil movimiento, Clement se ubicó encima de ella, dejándola sobre su espalda. Con una de sus rodillas, le separó las piernas para colocarse entre ellas. Apoyó sus codos en el colchón, a cada lado de manera de sostener parte de su peso y no aplastarla. Aunque no pudo evitar que su cuerpo reaccionara entre sus pantalones. Estaba seguro que ella era consciente de esa presión en su centro y se descubrió interesado en conocer su reacción.

Se quedó quieta, dejando que Pierre se acomodara a su gusto sin rechazarlo a pesar de la dureza entre ellos. No pudo responder. No sabía qué decir. La experiencia que tenía con los hombres lujuriosos la habían espantado a tal punto que creía que jamás podría sentirse segura de avanzar por gusto propio hasta ese nivel. Tampoco creía poder llegar a tener el poder sobre sí misma para elegir.

Pierre trataba de escudriñar lo que escondía esa cabecita que parecía deliberar cómo accionar. O qué sentir al respecto. Al menos, no rehuía de su contacto y eso lo tomó como una buena señal. Una muda invitación a explorar otros límites. ¿Podría avanzar en esas tierras foráneas?

Antes que cualquiera de los dos dijera o protestara de alguna manera, unos golpes hicieron sobresaltar en su lugar a la muchacha, volteando hacia la puerta sin despegar la vista de ella como si esperara un inminente ataque y se dispusiera a responder huyendo o contraatacando.

Pierre no dejó de observar el acto reflejo y el intenso color dorado que habían adquirido sus iris. Sintió una presión en su pecho al comprender que los traumas que la marcaban la hacían actuar de esa forma.

Señor Clement, el señor Yoshida le informa que le queda una hora antes de su partida.

—Entendido, Gracias —respondió sin quitar sus ojos de su acompañante.

El silencio se hizo presente como un invitado más en aquella habitación.

Trésor, tenemos que prepararnos.

—Lo sé —sus ojos se apagaron completamente.

Se pusieron de pie y cuando el joven seleccionó un arma cortante de entre los que descansaban en la mesa, la mano de Shiroi lo detuvo.

—No, Pierre. No puedes volver a herirte por mí.

—Tenemos que hacerlo.

—No así. Deberás romper una de tus reglas —esas palabras calaron profundo en Clement, que no podía creer lo que le estaba insinuando.

—No. No lo haré.

—Debes hacerlo —tomó el látigo de varias puntas y una de las manoplas de acero—. No te preocupes. Sanaré enseguida. Así, no mentirás y no tendrás que seguir dañándote. Si Arata descubre que mientes, podría ser peligroso para ambos. Yo valgo mucho para él. Seguramente sólo me castigaría, pero a ti podría matarte.

Comprendía a la perfección que ella tenía razón en todo lo que exponía, pero no significaba que lo aceptara. Su estómago se revolvió y por primera vez en su vida, quiso ser otra persona. Observó cómo su tesoro se giraba, dándole la espalda y despejaba su cuerpo de su rubio cabello, sujetándolo con una mano al tiempo que con la otra se apoyaba sobre una de las paredes, para sostenerse y evitar caer al suelo.

—Hazlo Pierre, por favor.

—Lo lamento.

—No lo hagas. Me diste la mejor noche desde que estoy aquí. Aunque sea la única que tenga en lo que me queda de vida, es suficiente para que valga la pena lo que sigue.

Pardon, mon trésor.

Y antes de que perdiera todas sus fuerzas y la poca voluntad que le quedaba, levantó la mano que empuñaba el látigo que nunca registró ser colocada en ella por la muchacha y la bajó con titubeo sobre la espalda desnuda de aquel ángel.

No emitió sonido alguno que escapara de su garganta. Si Pierre la escuchaba quejarse no podría continuar y tenían que lograr que algunas marcas de sangre surcaran su piel. Sólo hubo un impacto y luego nada. Esperó un nuevo golpe que no llegaba.

—Otra vez, Pierre.

—No puedo.

—No pienses en mí. Piensa en uno de los hombres a los que has torturado. Hazlo rápido. Llegarán en cualquier momento.

Desde que comenzó a usar sus puños contra sus abusadores en el orfanato, Jean Pierre no había vuelto a derramar una lágrima. Hasta esa madrugada, cuando sus ojos se nublaron por el llanto que corría por su rostro.

—Lo siento —murmuraba tras cada latigazo y cuando la piel comenzó a lacerarse y el color escarlata pintó líneas sobre la espalda, cayó de rodillas sin contener su angustia. 

La joven se volteó y se arrodilló para consolar a su recién estrenado amigo.

—Por favor, no llores por mí. Gracias a ti estaré bien —rodeó al hombre con sus delgados brazos y lo atrajo hacia su pecho, meciéndolo de un lado a otro—. Es suficiente. No usaremos la manopla.

—No. No lo haremos —respondió por lo bajo desde su refugio en el cálido pecho de la mujer. Los suaves latidos de su corazón lo calmaban a pesar de la tormenta que se había gestado en su interior.

—Ponte de pie. Debes recomponerte. No pueden verte así.

Asintió en silencio, secando sus lágrimas con el dorso de sus manos y se irguió con esfuerzo. No porque el cuerpo le doliera, sino porque el alma le pesaba tanto que no podía despegarla del suelo. Fueron las manos de su tesoro los que lograron cumplir con su tarea y lentamente devolvió las armas a su lugar y sin abrir la boca, comenzó a vestirse.

—No luzcas triste, Pierre. —Él no respondió. Sólo mantenía su mirada perdida mientras se acomodaba las mangas de su camisa de forma automática. Preocupada, caminó hasta su compañero y acunó su rostro entre sus manos, forzándolo a mirarla a los ojos—. Por favor, mira, ya no duele y las heridas se han cerrado. —Para demostrarle que decía la verdad, le enseñó su espalda, donde la sangre seca se mantenía como recordatorio de su regla quebrantada, pero efectivamente, la piel parecía tersa otra vez—. ¿Ves? Lo terrible ya pasó. —Lo enfrentó una vez más y le entregó una gran sonrisa, esperando ver su reflejo en el varonil rostro. Pero él no compartía el sentimiento—. Por favor, sonríeme. Sería mi último regalo para resguardar en mi memoria.

Esas palabras lograron convencer a duras penas a Pierre, que logró esbozar una mueca que se asemejó lo mejor que pudo a una sonrisa.

—Bueno, no es la más bonita, pero servirá. —Esas palabras hicieron que el joven mejorara su intento—. Gracias.

Los siguiente golpes en la puerta sonaron a tortura que confirmaba que su realidad volvía a golpearlos. La muchacha se arrinconó en un extremo de la habitación, pretendiendo estar asustada justo a tiempo para cuando Ken abrió la puerta.

—Buen día Ken —saludó con su semblante serio y duro, como si fuera de piedra. Así se sentía en ese momento. Una fría e inerte roca.

—Buen día señor Clement. ¿Está listo?

—Así es. No necesito escolta, así puedes llevarte a la niña a su celda. Ya conozco el camino.

—Muy bien señor —gruñó entre dientes.

Y así, sin volver la vista atrás, huyó de aquellos ojos dorados y del dolor que creía que dejaría en aquella habitación.

Sólo que no era así. 

Cuando se despidió de Arata, no pudo confirmarle su asistencia para esa misma noche, a pesar que le había solicitado al principio aprovechar las últimas noches de su estadía en aquella parte de Europa. Pero no estaba seguro de poder repetir la experiencia que había vivido en la mañana. Su trésor no había soltado ningún quejido, pero eso no lo hizo menos tortuoso para él. No podía aceptar volver a someterse y someterla a ese dolor.

***

Desde que habían bajado del avión su estómago había estado dándole pelea. Se revolvía, amenazaba con expulsar cualquier cosa que ingiriera o se endurecía tanto que parecía que fuera un bloque de cemento y no un órgano blando. En ese momento, esa última percepción era la que lo dominaba. Se sujetó el vientre sintiendo la dureza, no muscular, sino interna.

A medida que se acercaban a su destino, esa piedra se hacía más y más pesada. Cerró los ojos mientras el vehículo se tambaleaba de un lado a otro. Trató de controlar su respiración para alcanzar un intento de estado de relajación.

—Dr. Green, ¿se encuentra bien? 

El militar lo miraba de reojo desde su lugar del otro lado del asiento trasero de la Hummer, ignorando a los dos compañeros que se encontraban adelante como piloto y copiloto. El primero, con rasgos orientales y el segundo blanco como la nieve y de cabellos platinados. Todos vestidos de negro, usando botas, pantalones y chaquetas militares.

—Nada de esto está bien, señor Doyle —respondió con una mueca torcida por su evidente malestar estomacal.

—Después de tantos años, no tiene derecho a fingir remordimiento, considerando que hemos hecho de usted un hombre rico.

—Traspasaron los límites. Acabaron con la vida de Masao y para colmo, seguimos a ciegas con respecto al suero.

—Bueno, por eso usted está aquí. Nos ayudará a dar luz a lo que pudiéramos haber pasado por alto —lo observó de soslayo, con una sonrisa ladeada que no pasó inadvertida al hombre mayor.

—¿Qué le causa gracia, Doyle?

—Creí que estaría extrañando a su noviecita. La barbie.

—Tanto como ella a mí, la muy zorra.

Brendan soltó una sonora carcajada, llevando su cabeza hacia atrás.

—¿Así que lo sabe? 

—¿Saber? —Abrió grande sus ojos, olvidando por un momento su malestar estomacal y sintiendo una mezcla de rabia y vergüenza ascender por su pecho—. ¿Usted cómo lo supo?

—Bueno, no es que sea una sorpresa inimaginable. Después de todo, una chica treinta años menor que usted, no es increíble que lo use por su dinero, ese que ganó gracias a nosotros, mientras se folla a otros. Además, la vi haciéndole un trabajo oral a nuestro Mark, aquí presente en una de sus visitas al laboratorio. Esas que son para solicitarle con ojitos coquetos más dinero para alguna nueva joya.

—¡¿Qué?! —Volteó sus ojos para observar al susodicho, que reía por lo bajo—. ¿Cu-Cuándo fue eso...?

—Hace algunos meses, ¿no?

El platinado asintió.

—¿Por qué nunca me dijo nada?

—Bueno, ella fue muy convincente —guiñó un ojo e hizo un gesto obsceno con su lengua golpeando repetidas veces su mejilla del lado interno y usando su mano con movimientos adelante y atrás.

—Puta... —la furia se abría paso.

—No se enfade. No puede pretender fidelidad de mujeres así. Al menos, no llegó a ser su tercera esposa. Y exesposa.

El doctor farfulló maldiciones incoherentes, que aunque Doyle no las entendiera, le causaron gracia.


Horas después, sin otro intercambio de palabras, arribaban a la estructura ennegrecida que había albergado a su viejo amigo. La mitad de la cabaña presentaba las huellas de las lamidas del fuego. La otra mitad, la que se había salvado, mostraba el abandono de los últimos meses desde el suceso.

—Hemos llegado, doctor.

—Me lo imaginé. Gracias por señalar lo evidente.

—Gracioso —bufó con una media sonrisa, ignorando la pulla.

A diferencia de Cameron, Brendan era más relajado cuando no estaban en una de sus misiones mercenarias, en las cuales todos parecían adquirir un mismo semblante desprovisto de cualquier sentimiento que los asemejara a un humano. Especialmente con la aplicación del suero, que parecía potenciar sus instintos asesinos.

En silencio, los cuatro hombres se dirigieron a la propiedad. 

Hank seguía sin tener muy en claro qué se esperaba de él. No era un analista de escenas de crimen. Era un genetista, acostumbrado a trabajar en un laboratorio.

—No sé qué debo hacer.

—Hemos registrado todo y recuperado cualquier documento que se hubiera salvado. Eso ya lo sabe. Pero Cale piensa que tal vez nos estamos centrando en pequeños detalles y perdiendo de vista el panorama completo.

—Aun así, no creo que pueda ser de utilidad.

—¿Por qué no nos limitamos a revisar el laboratorio?

—Muy bien —resopló, evidentemente contrariado, pero comprendiendo que no había caso protestar. Además, ya estaban ahí—. Lo sigo.

Doyle lo guio, mientras los otros dos acompañantes se quedaron custodiando la entrada, y en unos minutos se vieron de pie en medio de un laboratorio, o lo que quedaba de él. Giró trescientos sesenta grados para tener un pantallazo general. A pesar de que todo estaba destruido por la onda expansiva y el fuego, se imaginó de manera clara cómo pudo haber sido ese espacio tan sagrado para hombres como Masao y él mismo. Sonrió, sintiendo después de tantos años algo que lo conectaba con el pequeño científico.

Dio unos pasos alrededor, continuando con su inspección sin comprender realmente lo que contemplaba. Sus ojos se detuvieron en un rincón. Un espacio amplio y vacío que se le antojó extraño. Todo el resto del sótano parecía haber estado atestado de mesas, estantes, artilugios de todo tipo. Lo habitual en un espacio de trabajo para ellos. Aunque de eso quedaran restos desperdigados por todos lados.

Sin embargo, en su mente ese hueco le hacía ruido. Se acercó hasta la dañada pared y dejó que sus dedos palparan la superficie, descendiendo hasta colocarse en cuclillas cuando se topó con varias fuentes de alimentación.

—¿En qué piensa doctor?

—No lo sé con certeza —apretó sus labios, convirtiéndolos en una fina línea—. Algo falta aquí.

Doyle tomó el archivo con las fotografías que habían tomado después de la explosión y revisó cada imagen. Negó con la cabeza.

—Todo está tal cual lo dejamos. No había nada en ese lugar.

—Entonces, lo quitaron antes que ustedes llegaran esa noche.

—¿Y qué podría haber sido?

—Si lo supiera...

Se irguió e ignorando al hombre de armas ascendió por las escaleras. Se detuvo de pronto en la mitad al reconocer desde esa perspectiva el punto donde el cuerpo de su antiguo amigo había sido destruido y la bilis ascendió por su garganta. Tapó su boca con una mano y corrió al exterior con desesperación ante la mirada de los militares, la cual rayaba entre asombro y burla. 

En cuanto se encontró afuera, no se contuvo más y el contenido de su estómago, que no era piedra sino los restos de su desayuno, fue expelido con fuerza. Dos expulsiones más que lo mantuvieron con sus manos sobre sus rodillas, agachado, y su respiración volvió a la normalidad.

Limpió los restos con su manga y se enderezó, inspirando profundamente el aire limpio de montaña de un día fresco y soleado de primavera. El perfume de los cerezos en flor cercanos le hicieron olvidar por un momento la misión que tenían que cumplir allí.

Contemplaba embelesado el paisaje que lo rodeaba. Era realmente asombroso. Estaban en un amplio claro en medio de un bosque, rodeados de árboles de todo tipo, pero los más bellos en ese momento, los protagonistas de la imagen eran sin duda aquellos cerezos con sus blancas y rosadas flores, cuyos pétalos desprendidos flotaban llevados por la brisa.

—Doctor... —la mano fuerte que lo alcanzó a la altura de su hombro lo despertó de su ensoñación—. ¿Por qué estamos aquí afuera?

—Lo siento... yo... sólo... necesitaba aire —se volteó para enfrentarlo, pero algo por detrás del mercenario llamó la atención del científico, que frunció el ceño, haciendo que sus pobladas cejas casi se tocaran—. ¿Qué es eso? —Preguntó más para sí mismo que para Doyle. Antes que éste respondiera, lo dejó de pie en su lugar y se desplazó hasta una ventana. Debajo de esta había un gran cantero de un diseño bastante extraño.

No supo qué le llamó la atención, pero cuando tuvo el objeto delante suyo, lo rodeó, como si bailara delante de él de un extremo a otro. Se agachaba, lo tocaba, volvía a ponerse en pie y cambiaba de posición.

Entonces, lo vio. Lo tuvo claro y la idea que se había ido formando en su mente lo golpeó con brusquedad. Dio unos pasos hacia atrás, como si observara una obra de arte a la distancia.

—¿Qué? ¿Qué es lo que ve?

—¿Para qué un cantero tendría vestigios de conexiones? ¿No le parece que tiene el tamaño perfecto para entrar en el hueco del laboratorio?

—Hum... no lo sé —volteó hacia sus otros compañeros—. ¡Hey! ¡Ayúdenme a vaciar esto!

Sin demora, los tres comenzaron a quitar toda la tierra. No sabían qué estaban haciendo, pero la ansiedad los empujaba a finalizar la tarea con prontitud.

Ignorando el montículo de tierra que habían desperdigado en el jardín, el Dr. Green tomó de uno de sus bolsillos de su chaqueta sus lentes y prosiguió con una inspección más minuciosa. Las ideas se agolpaban torpemente, complicando la interpretación de lo que tenía delante de él. Pero sabía que estaba bien encaminado. El corazón le golpeaba con fuerza como si pudiera anticipar la solución que aguardaba por ser descubierta. Estaba allí. Sentía las piezas tratando de encajarse en el complejo rompecabezas de Masao. Una visión borrosa que luchaba por clarearse como el sol busca brillar tras la niebla.

Levantó su mirada hacia Doyle, que lo contemplaba con evidente nerviosismo. Pasó sus ojos del hombre a la urna varias veces. Su mente hacía cálculos sin que su consciencia supiera qué buscaba.

Por fin le llegó. Lo tuvo claro y la idea que se había ido formando en su mente lo golpeó con fuerza.

Arquímedes en su máxima expresión.

—¡Eureka!

—¿Eureka?

Doyle compartió con sus colegas su mirada de confusión.

—Lo he descubierto.

—¡¿Qué?! ¿Qué descubrió? 

De un paso ya se encontraba al lado del científico, tratando de ver lo mismo que él.

—Esto es un tanque de inmersión.

—¿Para qué querría un tanque así el doctor Tasukete?

—Para meter a un hombre en ella y suministrarle el suero a través de un tratamiento a largo plazo —pasó una mano bajo su barbilla, rascándosela en un gesto meditabundo—. Seguramente, fue un proceso lento y paulatino en el que el organismo se fue adaptando a las mutaciones, en lugar de la intempestiva dosis que les dábamos a los voluntarios.

—¿Quiere decir que mantuvo a un hombre encerrado allí como si fuera un experimento? ¿No se hubiera ahogado?

—Probablemente le proporcionaba oxígeno por una de las conexiones. Lo mantendría en estado latente, como si hibernada mientras que modificaba su genética.

—¿Podrá repetir el procedimiento?

—No lo sé. No sé qué tipo de dosis utilizó. Ni cuánto tiempo requirió. Tal vez, le llevó casi diez años. Hay muchas variables que desconocemos. Pero por el tamaño, podemos deducir que era un adulto.

Ambos hombres se mantuvieron en silencio por unos minutos, cada uno perdido en sus reflexiones.

La voz de mando, fuerte y clara, se hizo oír sobre sus subalternos.

—Vayan al pueblo. Consigan una camioneta que sirva para transportar esta urna. Nos la llevaremos a los laboratorios. Y luego, iniciaremos una búsqueda.

—¿Después de meses tiene sentido? —Hank dudaba que tuvieran éxito.

—Dígame doctor... ¿Cree que un hombre que lleva el suero en sus venas puede pasar desapercibido?

—Pues... —comprendió a qué deseaba hacer referencia—. Sus ojos.

—Sus ojos.


N/A:

¿Qué opinan de Jean Pierre? ¿Un mafioso con alma?

Cale y los suyos parecían haber quedado olvidados, pero no.

Gracias por leer.

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