EPÍLOGO: Uno más
EPÍLOGO: Uno más.
OCTUBRE
Steve y Aurora disfrutaban de su ducha juntos. La enorme tina —que tantas veces los había recibido en románticos y lujuriosos encuentros—, no la habían usado desde hacía unas semanas, cuando decidieron que tendrían un parto acuático, por lo que lo reservaban para el momento crucial.
Aun así, las duchas se habían vuelto un ritual que amaban realizar juntos cada vez que podían. Como en aquel momento, donde el embelesado padre no dejaba de acariciar el húmedo vientre. Se arrodilló para besarlo, bajo el agua de la gran regadera, murmurando palabras secretas en una conversación entre padre y futuro retoño.
Luego miró hacia arriba, a su bella mujer, que lo seguía con sus ojos dorados. Regresó sobre sus pies, manteniendo su mano sobre la barriga y besó los labios de cereza que lo tenían totalmente hipnotizado.
—No te distraigas, me tocaba a mí ser enjabonada. Yo ya hice mi parte —rio, son ese sonido maravilloso.
—Sí mi hermosa Aurora. —Pasó el líquido jabonoso por todo el cuerpo de la mujer y mientras la enjuagaba, iba besando cada centímetro de piel perfumada—. Me vuelves loco.
Continuó besándola, a lo que ella respondía con leves gemidos de placer.
Con su liturgia finalizada, Steve se secó primero, dejando su toalla rodeando sus caderas de manera que la V masculina que tanto provocaba a Aurora quedara peligrosamente a la vista.
Lo siguió con la vista cuando tomó la gran toalla que sería para ella y la envolvió, comenzando a secarla con devoción.
Aurora se dejaba hacer, disfrutando de los mimos, con la mirada perdida en los cabellos revueltos de su esposo. Adoraba cuando este perdía el control habitual, dándole un aire rebelde.
Se ubicó a su espalda para continuar su tarea, con un reguero de besos que en lugar de secarla, la humedecían entre sus piernas. Los carnosos labios paseaban por el hombro y el cuello, llegando hasta su oreja, donde jugó con su lóbulo usando su lengua, mientras sus dedos recorrían suavemente los senos de Aurora.
Estaba excitado y sabía con qué facilidad podía provocar a la sensual joven, siempre anhelante de su contacto.
Entonces, ambos se detuvieron en su labor y se miraron a los ojos, con una sonrisa. Estaban encendidos, deseándose uno al otro.
La guio hasta la cama, sentándola con cuidado en el borde, quedando nuevamente con sus rodillas en el suelo, atrapado entre las largas piernas de su hechicera.
Terminó de pasar la toalla por la húmeda barriga, que respondió con un movimiento ondulante bajo la piel que Steve aprisionó apoyando su palma con la misma emoción de siempre.
—Bebé, sé que adentro se está muy bien. Lo he comprobado muchas veces y se goza a lo grande.
—Tonto —regañó entre risas.
Steve prosiguió con una media sonrisa socarrona, centrado en su conversación.
—Pero ya llevas nueve meses enteros y queremos tenerte en brazos. Quiero sentir esas pataditas en vivo y en directo.
—Yo también estoy ansiosa —acompaño con voz de ilusión, pasando su mano por la cuna de vida—. Pero Vicky dijo que es normal. Posiblemente, su organismo híbrido requiera más tiempo de generación.
Los labios de Steve descendieron peligrosamente hacia el triángulo de su perdición.
—Joder, bebé. Que te haces rogar.
—No le hables así —jadeó Aurora, cerrando los párpados y dejando caer la cabeza hacia atrás, recargándose sobre un brazo—. Olvídate de usar ese vocabulario a futuro, o no tendrás besos de mi parte.
—¿Pero me darás otras cosas? —ronroneó con su aliento calentando su centro.
Los dedos de Aurora se enredaron en las hebras húmedas, atrayendo la sucia boca a su punto sensible, debiendo acomodarse por su gran y rígida redondez.
—Maldición. No es justo. —En un acto de una fuerza de voluntad asombrosa, tironeó del cabello, forzando a Steve a elevar la cabeza para enganchar sus ojos oscurecidos de deseo—. No te daré nada. Solo me verás de lejos mientras me doy placer.
—¿Sin poder tocarte?
—Sin tocarme.
—Mier.. —Se calló ante la ceja alzada de su esposa—. Mujer cruel. Tu mamá puede ser muy cruel con papi. Pero tú estarás de mi lado, ¿verdad?
El breve cambio de tono de Steve al dirigirse al vientre la ablandó.
—Cuida tu boca. Y tendrás todo lo que quieras. —Con una sonrisa traviesa, Aurora guio nuevamente el varonil y perfecto rostro de su esposo a su entrepierna—. Y yo también. Por supuesto.
—Tramposa —rio, enterrado en la deliciosa fruta.
Su boca la colmó de toda clase de atenciones, hasta que cambió la dirección de sus labios hacia los de su mujer, que lo recibió deseosa.
Con lentitud, la recostó de lado y se arrastró para quedar a su espalda.
Sus manos acariciaron la magnética silueta con la yema de los dedos, subiendo por sus pierna, buscando el lado interno de sus muslos, hasta llegar el sexo húmedo de su mujer. Jugó con sus dedos, disfrutando del movimiento que hacía ella, en respuesta a su juego erótico. Ella lo tomó por la nuca, en solicitud para que llevara sus labios a su cuello y la besara.
Steve liberó su mano empapada de esencia para introducir su miembro y moverse en un baile donde ambos se volvían uno. Cerraron sus ojos para perderse en los otros sentidos y aumentar su placer.
De golpe, ambos se detuvieron, abriendo enorme los ojos ante la viscosa interrupción.
—Aurora, eso es...
—Sí... —se levantó despacio de la cama, mirando el lecho húmedo y sosteniendo su barriga—. Rompí fuente.
Todo estaba planeado. Aunque el lugar que recibiría la nueva vida era en la casa Los Hamptons y la comadrona —papel a cumplir por Victoria—, estaba en Nueva York, Steve tenía preparado el rápido traslado de ella, Lara y Chris.
Mientras tanto, Theresa preparaba a la parturienta, que aunque su umbral de dolor le permitía soportar estoica las contracciones, poco a poco le ganaban los nervios.
Ya dentro de la tina de agua tibia, a la espera de Victoria, Aurora recibía las caricias de Steve, que arrodillado desde afuera, la sostenía entre sus brazos.
—Todo saldrá bien, mi amor. Lo harás de maravilla.
—¿Lo crees?
La duda en el timbre de voz enterneció a Steve, que besó la frente humedecida.
—Por supuesto. Nuestro guisante tendrá a la mejor mamá del mundo.
Las lágrimas se agolparon en los maravillosos orbes ante la dulce mirada que le obsequiaba Steve, mientras sostenía sus manos.
—Ya no es un guisante. Es una pelota de fútbol americano.
Steve rio.
—Es cierto. Y es por eso, que pronto tendremos a ese balón en nuestros brazos.
—Sí, después de sacarlo por un agujero mínimo —gruñó ante la siguiente contracción.
La puerta de la habitación se abrió y en unas decenas de rápidas pisadas encontraron a Vicky en el amplio cuarto de baño.
—¿Cómo estás Aurora? —Un nuevo gruñido le dio la respuesta—. Ánimo linda. Me prepararé enseguida y veremos cuál es el estado. —Una enorme sonrisa se dibujó en su rostro—. Luces hermosa.
—Gra-gracias —gimoteó.
—Nada de ligar con mi mujer.
La interacción hizo sonreír a Aurora, feliz por la llegada de Victoria, que respondió con una carcajada antes de alistarse.
Momentos después, ya dentro de la tina, fijó sus ojos sobre aquellos que hechizaban y le sonrió.
—Ya viene.
Steve la sostuvo por los hombros y besó el costado de su cabello atado.
—Es hora mi niña. Lo estás haciendo. Nos estás dando nuestra familia.
Esas palabras la llenaron de tanto.
Un pánico repentino por una nueva vida como padres.
Ilusión por ver el pequeño rostro y descubrir a quién se parece.
Y amor. Tanto amor que no sabía si cabría en su cuerpo.
Todos esos sentimientos se exteriorizaron en un gran grito. Uno largo y liberador.
***
Theresa y Josephine mantenían la calma correspondiente a la experiencia de una madre. Calmaban los nervios del abuelo, que cada dos segundos dejaba la taza de té para tomar una galleta que masticaba sin parar.
Lara fingía leer una revista que encontró en la mesa entre los sofás, aunque confiaba plenamente en las capacidades de su novia para cumplir con la delicada tarea.
Y Chris caminaba de un lado a otro seguido de Hunter, como si él mismo fuera el ansioso padre y ante algún grito de dolor por parte de la mujer en labor se congelaba por el pánico. En esos momentos olvidaba que su preciosa Aurora no era un ser normal. Por suerte, Lara, sabía cómo hablarle para controlar su nerviosismo.
—Tranquilo padrino... las mujeres llevan mucho tiempo pariendo. Y aunque Aurora sienta dolor, lo superará a la velocidad de la luz.
Asintió, exhalando en comprensión.
Pero un nuevo llanto los paralizó a todos, que de manera automática y sincronizada, elevaron sus cabezas hacia el acceso a las escaleras superiores.
Un llanto agudo, desgarrador.
Y lleno de vida.
Que colmó de emoción los corazones de los asistentes; y de lágrimas sus cuencas.
Los gritos de júbilo estallaron en la sala, que se unieron en un abrazo lleno de regocijo.
Rato después, cuando comenzaba a clarear el día, una felizmente agotada Victoria abrió las puertas del dormitorio principal y bajó los dos tramos de escaleras hasta la sala de estar, donde todos aguardaban con evidente impaciencia y ojos en la recién llegada.
—Es lo más hermoso que he visto en la vida. Van a derretirse. Vengan.
Con una gran sonrisa, le cedió el paso a todos los visitantes.
Era hora de dar la bienvenida al recién nacido.
Todos entraron con sigilo como si fuera un templo sagrado. Hasta Hunter se movía con cuidado, trotando hasta el puesto donde se encontraba su humana y apoyó su cabeza en su regazo, con el conocimiento de que algo especial estaba ocurriendo y él debía dar su apoyo.
Y allí la vieron.
Aurora, la magnífica, la mágica y misteriosa mujer, relucía desde su acolchado trono, sentada en una butaca ubicada en un rincón de la habitación, al lado del ventanal y vestida con un camisón y una bata blancos.
No había registro en su rostro —o en su cuerpo—, de haber estado en trabajo de parto. Ni siquiera parecía haber estado embarazada.
Brillaba con los primeros rayos del sol, testigo de la llegada de la nueva vida, que caían sobre su cabeza. El padre del bebé se encontraba de pie detrás de ella, con sus manos apoyadas en ambos hombros de la joven y luciendo una enorme sonrisa de orgullo, cambiando su habitual rostro de esfinge.
Todos se fijaron en la preciosa carga escondida entre los brazos de la flamante madre. Y con su suave voz, hablando casi en un susurro, hizo las presentaciones.
—Les presento a Andrew Alpha Sharpe... —besó la suave cabeza rubia del bebé, que bostezaba abriendo su diminuta boca y levantando sus párpados. En lugar de la brumosa mirada de un recién nacido, el hijo de Aurora y Steve mostró unos ojos con pequeños destellos dorados en su azul profundo. —Andrew, esta es tu familia.
***
Otro bebé, de unos cuatro meses, iba a ser presentado también a su propia familia. Solo que sería recibido con sorpresa. No era un bebé esperado.
Ni siquiera deseado.
El padre, un joven doctor, solo lo veía como el resultado de la curiosidad científica. Una curiosidad que lo había empujado casi obsesivamente a intentar, una y otra vez después de cada fracaso, a fecundar un óvulo.
Uno de origen increíble.
Obtuvo su éxito con la última muestra obtenida de la misteriosa y desconocida joven, que poco más de un año atrás, había destruido todo lo que los laboratorios Quirón y el Proyecto Hércules significaron. Pero había obtenido a cambio la consagración de una criatura que combinaba todo lo que el doctor Masao Tasukete había logrado. Sería la mitad de lo que el experimentado científico había alcanzado, pero no era menos meritorio.
Era un hecho que había superado al doctor Green. Un hombre carente de imaginación y mediocre, que había tenido su gran idea justo a lo último. Combinar a la mujer perfecta, diseñada genéticamente para ser mejor que cualquiera, con el ADN de otro hombre. Pero el doctor Green no era merecedor de ser el progenitor. Y lo había pagado con su vida.
Él, el brillante doctor Rowan Hennessy, sí lo era.
Había estado un mes entero trabajando para que su esperma no fuera deteriorado por las muestras de la desconocida. Cuando estaba por perder las esperanzas, pensó en el antisuero que había creado para sedarla. Adaptando la fórmula, logró aletargar el ADN de la mujer lo suficiente para que su propios espermatozoides fecundaran al último óvulo que le quedaba.
Y lo había conseguido.
Luego, solo lo congeló y esperó a encontrar a la madre subrogada correcta. No fue difícil. Una universitaria que necesitaba dinero. Él no tenía mucho, pero había obtenido lo necesario cocinando algunas drogas que introdujo en la universidad donde trabajaba. Lamentablemente, —o convenientemente—, la joven había fallecido en el parto.
Rowan entonces se había quedado con el bebé. Aprovechó los primeros meses para tomarle algunas muestras, comprobando que si bien, era la mitad de perfecto, esa imperfección le permitía asimilar de mejor forma genes extraños. No los destruía con la misma facilidad que su madre. Por el contrario, se acoplaba y se adaptaba de manera equilibrada.
Pero no soportaba tener al bebé con él. No sabía qué hacer ni estaba dispuesto a cumplir con el rol de padre. Un rol que solo le interesaba desde la genética, no desde lo emocional.
Recordando el nombre de la voluntaria que había leído en el informe que Cale Cameron le había compartido —Olivia Woods—, y sabiendo que era una veterana, había estado buscando cualquier familiar directo de ella.
Y la había encontrado.
La madre.
La única que quedaba viva. Y en ese momento, se encontraba frente a la puerta de su casa, con la criatura envuelta en una manta y un pequeño bolso con lo mínimo que había comprado para su cuidado, usando una gorra para ocultar su cabello anaranjado y un par de lentes de contacto negros para no evidenciarse como padre del bebé.
Tocó timbre.
Había ensayado lo que diría, que esperaba sonase convincente.
La puerta se abrió y una mujer de unos sesenta años lo miraba con extrañeza. No era habitual recibir a un joven desconocido con un bebé en brazos.
—¿Sí? —saludó con desconfianza.
—¿Señora Woods?
—Sí, soy yo.
Escudriñó de arriba abajo al visitante. Era agradable a la vista, con ojos oscuros, de altura media y de contextura delgada pero de tono definido, como de corredor. Parecía un estudiante universitario, todo prolijo y de modales corteses.
—Soy el doctor Rowan Hennessy...
Había pensado en inventarse un nombre, pero mudó de plan cuando recapacitó sobre su participación en la vida del bebé. Necesitaba mantener cierto contacto para seguir su progreso y realizar experimentos. Si ese ser era todo lo que imaginaba, sería un semidiós.
Y el que dominara al semidiós, sería un dios.
—Conocía a su hija, Olivia Woods.
Notó cómo el semblante de la mujer se transformó en un evidente dolor.
Hacía cerca de doce años que no tenía contacto con su hija. Más, si incluía el tiempo en el que solo lo habían mantenido por correspondencia desde que se había ido de la casa, a los dieciocho años, después de que discutieran. Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—¿Olivia está bien?
—No, lo siento señora. —Trató de mostrar desconsuelo—. Murió hace unos meses. —Hizo una pausa ensayada—. Dando a luz.
Acercó el bulto a la mujer, que bajó los ojos hacia el pequeño rosado que dormía plácidamente, comprendiendo lo que le estaba enseñando.
—¿Dando a luz? ¿Pero cómo, cuándo? —No sabía cómo reaccionar. Sus piernas estaban flaqueando y creía que iba a desfallecer—. Necesito sentarme.
Se giró y despacio, caminó hasta un pequeño sillón de la reducida sala de estar.
Rowan la siguió, pero se mantuvo en pie. Solo dejó el bolso en el suelo, al lado de su pierna.
—Lamento mucho ser el portador de estas malas noticias. Tardamos bastante en dar con su dirección para poder entregarle nuestras condolencias.
—¿Quiénes?
—Trabajamos con veteranos. Los ayudamos a lidiar con el estrés postraumático. Su hija, era una buena mujer. La estimábamos. —Se admiraba por la facilidad con la que se había inventado toda la historia—. Aunque era reservada y no compartía mucho sobre su vida personal. Ni siquiera sabemos quién es el padre. Pero la considerábamos de la familia. Sin embargo, un bebé...
—¿Un bebé? —repetía, con la mirada perdida en el suelo.
No terminaba de despertar. Aunque ella había creído que su hija había muerto hacía años, nunca tuvo una notificación oficial del ejército.
El joven doctor que tenía en el centro de su sala le decía que ella había estado con vida todo ese tiempo, sin volver a casa. Ni siquiera le había escrito. Tanto rencor las había alejado.
En ese momento se lamentó no haber intentado más por ella. Nunca le había respondido ninguna de las cartas. Simplemente las leía para luego archivarlas en un cajón oscuro. Las primeras al menos. Los últimas de ellas —de años atrás—, directamente las dejó junto a las demás.
—Ella me pidió... —La mujer levantó los ojos, hacia los del mensajero, que continuó explicando—, que le trajera a su hijo. Su nieto.
—Mi nieto... —susurró—. ¿Mi nieto? —Volvió a fijar sus ojos color miel, igual a los que había heredado su hija, sobre la inesperada carga—. Mi nieto.
Se puso en pie, sintiendo en su oxidado cuerpo la tardía reacción.
—¡Mi nieto!
—Sí, señora. Lo he traído a casa.
Se lo entregó. Ella lo recibió con cuidado y despejó la manta que cubría parte del suave rostro dormido con delicadeza. Poco a poco, sus ojos se abrieron, quitándole el aliento a la mujer ante el misterioso color violeta con pequeños destellos dorados que la contemplaron con seria fijeza.
—Si me lo permite, le dejaré mi contacto por si necesita algo. Este bebé es muy especial para mí. Es el primero que tengo en brazos y su hija me hizo cargo de la tarea de traérselo. Me gustaría seguir en contacto.
—Oh, gracias, muchas gracias doctor...
Se le había olvidado el nombre, o no le había prestado real atención.
—Hennessy. Pero llámeme Rowan, por favor.
—Gracias Rowan.
<<Misión cumplida>>, se dijo el delgado mentiroso.
Sacó su tarjeta de uno de sus bolsillos y lo dejó sobre la mesa baja en frente del sofá. Y se encaminó hacia la salida. Se volteó levemente para observar a la abuela, en realidad, bisabuela, que acariciaba el bebé.
—Dentro del bolso tiene su certificado de nacimiento. —Falsificado—. Su nombre es Oliver Woods.
***
El silencio del rojizo atardecer ocupaba la mansión Sharpe, que resplandecía con los rayos a través de los ventanales como un cristal mágico. Todos se habían ido, dejando a los padres con su recién nacido. Y en ese momento, el bebé descansaba en brazos de su madre, en la enorme cama de su habitación.
Instante que Steve aprovechó para encerrarse en su despacho y encender su computadora, lista para grabar.
Pasó sus dedos por su cabellos liso de rubio oscuro, rastrillándolo hacia atrás y resopló, ordenando sus pensamientos antes de dar al botón que registraría a futuro sus próximas palabras.
Sus anhelos.
Consejos.
Temores.
Los zafiros enfocaron la cámara y con voz profunda y suave, habló.
—¡Joder! No sé cómo empezar esto. —Sonrió sutilmente a la cámara—. Tu madre me regañaría por hablar así. Pero quedará entre nosotros. Es la emoción del momento, así que espero que me perdones. Hoy naciste y quiero registrar este día.
Inhaló y exhaló profundamente.
—Hijo, nunca pensé en ser padre. No sabía si estaba preparado para ello. O si lo merecía. —Hizo una mueca al rememorar su vida pasada—. Pero desde el instante en que te vi, supe que descubría un amor tan grande que no cabría en mi pecho. Debo confesarte que todo este amor viene acompañado de mucho más... ansiedad, miedos, estrés, pero sobre todo, felicidad.
>>Tú, hijo mío, junto a tu madre, se han convertido en todo mi mundo.
>>Eres el perfecto ensamble del amor que tu madre y yo nos tenemos.
>>Un amor que espero sea para siempre.
>>Pero, en caso de que alguna vez llegara a pasarme algo...
FIN
Finalizada: 28/11/24.
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