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98. Lobos al acecho

98. Lobos al acecho.

https://youtu.be/0I647GU3Jsc

La tranquilidad tenía absorbido al grupo completo, y habiendo caído la helada noche sobre ellos, los tenía encogidos alrededor de las llamas, sumergidos en el sueño de los que se sienten ganadores.

Solo uno de ellos se mantenía despierto como vigía, atento a los prisioneros ubicados un poco más alejados de la hoguera. Sentados lo suficientemente cerca para que el calor los abrigara mínimamente, pero no tanto que pudieran escuchar las conversaciones en voz baja que habían mantenido los mercenarios.

Con la cara descubierta, John se acercó al par maniatado, plantándose delante de Steve, que mantenía su cabeza vencida sobre el pecho. Sus cabellos colgaban errantes por debajo del gorro de lana, cubriendo parte de su rostro con algo de barba de rubio oscuro. Chris, en cambio, frunció el entrecejo, extrañado por la actitud del carcelero. Abrió los ojos preocupado al notar cómo la mano temblorosa del sujeto rozaba el arma en la pistolera.

Sus músculos atrapados se tensionaron, listo en caso de tener que evitar que su amigo fuera asesinado a sangre fría.

—Tu esposa... —comenzó en un hilo de voz—, se llevó a alguien importante para mí. Te haré pagar lo que me quitó.

—Maldito desquiciado. Tú y tus amigos son unos asesinos traidores —masculló Chris, pero sólo recibió un breve vistazo de ojos rasgados antes de regresar a Steve.

Los dedos nerviosos abandonaron el frío metal, pero toda la rabia acumulada en él se manifestó en un repentino movimiento de la pierna, que descargó su fuerza contra el pectoral de Steve, lanzándolo hacia atrás.

No hubo más reacción del hombre desgarrado que una tos ahogada.

John escupió sobre el cuerpo caído y se giró de regreso al círculo dormido de soldados.

Chris movió su atlética anatomía hacia su amigo para ayudarlo a sentarse nuevamente, maniobrando como pudo. El toparse con los ojos apagados, espejos de un alma en pena, fue un impacto que lo desarmó.

No comprendía cómo era que no reaccionaba con furia volcánica, amenazando con destruir a los responsables ante la pérdida de la mujer que amaba, compartiendo de esa manera el dolor que él mismo sentía.

El odio que ardía en su pecho, en sus entrañas, y quemaba cada centímetro de su cuerpo, deseando volver cenizas el mundo que les había arrebatado lo que más adoraban.

En su lugar, Steve se había rendido.


Unos ruidos entre los árboles alertaron a John, que todavía de pie, se quedó paralizado observando hacia el punto de origen. Con ligereza, se movió entre sus compañeros y sin quitar la vista de la negrura entre los árboles, pateó al primero de los dormidos —Mahony—, que no tardó en protestar.

—Joder, Park. ¿Qué mierda pasa?

Notó la atención marcada en la dura quijada, y supo que algo malo ocurría. Lo comprobó al escuchar sonidos extraños y se despertó de golpe, tomando su rifle y parándose de un salto.

—Hay algo en el bosque.

No había luna, por lo que la oscuridad era profunda, salvo en la proximidad de la hoguera. El reflejo del fuego brillaba en la blanca nieve, pero más allá de su luminiscencia, no se podía ver nada.

El que se acababa de sumar a Park fue despertando a los demás y en unos segundos las seis armas buscaban con la mira nocturna al responsable de los ruidos.


Chris se enderezó, interesado también en descubrir lo que ocurría. Trató de penetrar la oscuridad, pero no lo logró. Steve, por el contrario, no mostraba interés alguno por resolver el misterio y permaneció en su desoladora posición. Sólo reaccionó cuando Chris lo sujetó del brazo con ambas manos atadas y lo arrastró hasta sentarse contra la roca, sabiendo que lo mejor sería tener al menos las espaldas cubiertas y ver de frente lo que sea que tenía en estado de ansiedad a sus enemigos.

Entonces, escucharon unos gruñidos.

Varios.

Y un aullido que heló la sangre a todos.

Mahony, con el arma en posición de ataque se alejó un poco más del grupo y localizó un par de ojos brillantes, descubriendo un lobo con el hocico arrugado, enseñando sus afilados colmillos. Sin dudarlo, disparó al blanco, hiriendo al animal, que emitió un lastimero aullido, agudo y corto, seguido de gimoteos.

—Putos lobos —se mofó—. A ver si se atreven a regresar.

Miró hacia sus compañeros, que se habían mantenido cerca de la seguridad de la fogata.

—¡Ve a buscarlo Mahony! —gritó uno de ellos, entre risas engreídas—. ¡Lo despellejaremos y te harás un buen tapete!

—Esa es una excelente idea. Me hará quedar bien con mi chica.

—Te dejará que le des tremenda follada encima del pelaje —rieron.

El mercenario imaginó la lujuriosa escena y caminó sin bajar el rifle en busca del lobo, con el orgullo inflando su pecho. Pero sólo encontró manchas de sangre sobre la nieve. El animal había huido, pero con la herida que tenía, no creía que llegara lejos. Maldijo en voz baja y disparó al aire un par de veces para espantar al resto de la manada, escuchando cómo corrían entre los árboles.

—¡Eso, lobos de mierda! ¡Huyan!

Decepcionado, le dio la espalda al bosque, emprendiendo el regreso al refugio.

Nunca se dio cuenta del ataque y murió sin emitir sonido alguno.


Cross y los demás mantuvieron su atención en las sombras que se habían tragado la silueta. En cuanto escucharon los disparos de Mahony para ahuyentar a los lobos y su voz amenazadora, se fueron sentando en sus respectivos lugares, bromeando entre ellos, aunque con cierta tensión latente.

—Jodidos Lobos. Esperemos que no vuelvan en toda la noche. Mantendremos el fuego encendido y seguiremos con los turnos la guardia —ordenó Cross, reposando su rifle sobre su regazo.

Tras varios minutos, la ausencia de Mahony se volvió preocupante. Se miraron entre ellos, con extrañeza y dirigieron su vista al rastro de pies que se distinguía en la nieve y se perdía en la oscuridad.

—¡¿Mahony?! —Llamó Frank. Nada. Volvió a gritar—. ¡Mahony!

Nuevamente se pusieron en guardia detrás de sus respectivos rifles. Todos sentían un escalofrío recorriéndoles la columna. Eran agentes experimentados. Soldados que habían enfrentado innumerables enemigos, sin embargo, algo era diferente en aquella situación y no podían dejar de sentir un frío sudor en sus axilas y en sus frentes. Se miraron unos a otros entendiendo que no debían alejarse de la luz.

Sin decir palabra, armaron un círculo apuntando hacia el oscuro bosque y vigilaron ansiosos hacia la nada. A través de la mira sólo podían concentrarse en limitados puntos, por lo que recorrían velozmente el espacio que cada uno tenía en frente.

Percibían un inminente ataque que no llegaba y la tensión aumentaba ante el desconcierto.


Chris no había dejado de seguir lo que ocurría, comprendiendo que uno de los hombres de Cross había desaparecido después de que los lobos se hubieran acercado y vuelto a alejar al oír las descargas del arma. Pero algo más pasaba que los tenía en estado de alerta. Él también trató de agudizar el oído. Codeó levemente a Steve, que seguía perdido en su duelo. Insistió hasta que este, molesto, levantó la vista.

—Déjame —masculló.

—Steve, algo pasa.

—No me interesa.

—Joder Steve. Hazlo por Aurora.

Se encontró de repente con los gélidos témpanos de Steve, que irradiaban triste rabia. Mantuvieron un enfrentamiento de miradas que Chris sostuvo con valiente insistencia. Hasta que el rubio suspiró y asimiló la curiosidad del agente.

—¿Qué dices que ocurre?

Chris sonrió de medio lado ante la minúscula victoria.

—Observa. Uno de ellos desapareció.

El exsicario contempló la imagen que tenía delante suyo. Sus captores estaban con sus armas en alto y parecían asustados por algo. Chris continuó murmurándole al oído.

—Al parecer, los lobos llegaron hasta aquí.

Chris también sintió un escalofrío al decirlo. Regresó a él el momento en que cayó al agua helada después que lo habían rodeado para darle caza. Su cercana muerte por congelación al final los había librado de esas fieras insistentes. Pero ahora, estaba otra vez acechados por ellos.

Steve lo miró, creyendo que exageraba.

—¿Lobos? ¿Los lobos se llevaron a uno de ellos?

—No tengo la menor idea de lo que está ocurriendo, Steve. Pero si son lobos, Cross y los suyos no serán los que nos maten. Seremos devorados por esos animales salvajes.

—A no ser que se los coman a ellos y se indigesten.

Había respondido sin ánimo de hacer bromas, pero la había soltado y Chris lo miró con una nueva sonrisa. Una completa.

—Si se indigestan, será nuestra oportunidad de escapar.

Al escuchar esas palabras, el desánimo lo invadió otra vez.

—¿Para qué?

—No puedes darte por vencido.

—Chris, tú escapa en cuanto puedas, pero yo, no tengo fuerzas ni interés en volver. —Se le quebró la voz—. No puedo sin mi Aurora.

—Fue lo último que me pidió y no puedo incumplirlo. Debes vivir.

—Yo te pido que no me obligues a sufrir su abandono. No tengo motivo para regresar a la vida cuando lo que movía mi corazón ya no está. Ella me dio luz. Ahora, mi sol se apagó y con ello, mi existencia.

Chris estaba por replicar a su desquiciado pedido cuando una aparición los sobresaltó.


Varios lobos se hicieron presentes, acercándose descaradamente al círculo de hombres, gruñendo y enseñando sus afilados dientes.

Los hombres los veían entre los árboles y enseguida solo estaba el vacío. Movían sus armas tratando de seguir el rastro de sus depredadores cuando escucharon un grito al lado de ellos y al voltear, hallaron un nuevo hueco.

El segundo había desaparecido.

No llegaron a ver el lobo que había arrastrado a la noche a uno más de ellos. No parecían animales normales, sino espíritus malditos.

Demonios.

Con una organización estratégica envidiable.

Eso es lo que notaron los soldados, porque parecía que mientras unos simulaban el ataque, distrayendo el punto de atención, para que otro capturara al eslabón débil del momento.

—Astutos malnacidos —farfulló Frank.

Ya solo quedaban cuatro de ellos. Tembló al pensar cuántos de los suyos perdería antes de que esos asesinos espectrales decidieran que era suficiente.

Cuántos más hasta que fuera su turno.

Sin tiempo para contraatacar, una sombra atrapó al siguiente, solo que en esa oportunidad, quedó muerto en el lugar, con el cuello roto. Sus últimos compañeros observaron el cuerpo sin comprender lo que ocurría.

Un cuello roto.

Sin mordidas o desgarros.

—¿Qué carajos es esto? —preguntó a la nada John.

No podían ven el rostro del ser que los había estado derrumbando como simples fichas en el tablero de un juego infantil.

El tercero de ellos gritó con desesperación. Un grito lleno de miedo. Disparó a la nada sin parar hasta que se quedó sin balas. El click del vacío fue tormenta en sus oídos. Lanzó el rifle al suelo y tomó su 45mm de la cintura de la pistolera, pero antes de gatillar, desde uno de los costados saltó de entre los árboles la misma oscura y demoníaca sombra, sorprendiendo al asustado mercenario que no vio más que dos ojos dorados encendidos antes de que la oscuridad lo alcanzara para siempre.

Solo quedaron Cross y Park.

Y ella ya no se escondió más.

Emergió con elegancia lobuna, como reina de la manada. Dueña del bosque y ladrona de las vidas de aquellos hombres que habían amenazado a los que más amaba.

Estaba de pie, frente a los dos condenados, que no comprendían cómo aquella muchacha había sobrevivido a la caída del acantilado sin heridas evidentes, y temieron estar en presencia de un fantasma.

Pero no lo era y no estaba sola.

Con un suave silbido, los lobos abandonaron la protección de los árboles para acompañar a la hechicera, achicando su propio círculo alrededor de las presas sin dejar de gruñir, con sus ojos brillando en la penumbra como luciérnagas terroríficas.

Los iris de mágico oro de Aurora también adían. Más intensos que el fuego del infierno de donde había salido.


Steve se había puesto de pie en cuanto la vio, con el palpitar enloquecido vibrando por toda su entidad.

Aurora, su Aurora estaba viva. Su adorada y dulce Aurora transformada en un animal de caza. No lo podía creer.

Su alma volvió al cuerpo.

—¡Aurora! ¡Mi niña!

Pero ella no parecía escucharlo. Solo estaba concentrada en sus dos objetivos, que apuntaban sus armas a ella.


Frank y su último colega mantenían ambos rifles dirigidos al enemigo, listos para halar el gatillo, pero ninguno se atrevía a hacerlo, temiendo que al hacerlo, aquellas feroces bestias que parecían obedecerla como si los tuviera bajo algún encantamiento, los destrozaran.

Fue John el que rompió con la pausa.

—¡¿Dónde mierda está Ryota?! ¡¿Qué hiciste con él?! —Aurora mantuvo sus intimidantes ojos sobre él, ladeando levemente la cabeza.

Frank lo contempló de reojo. Él mismo se había preguntado aquello, con una ligera esperanza de que el japonés hubiera sobrevivido al igual que la joven.

Sin embargo, era su subalterno el que parecía preocupado por el mafioso.

Entonces la voz de la joven los estremeció por su profunda frialdad.

—Todos están donde merecen. En el infierno. No se preocupen... —Avanzó seguida por las criaturas salvajes—, ustedes los acompañarán enseguida.

El terror recorrió cada fibra de los entrenados cuerpos y se arraigó en sus sucias entrañas, sabiendo que no era una amenaza vana. Era un hecho.

John gritó. Gritó desesperado, en tanto Aurora se limitó a observarlo en silencio.

—Por favor —interrumpió suplicando Cross—. No nos mates. Si nos dejas con vida, te juro que desapareceremos para siempre y nunca más sabrás de nosotros.

John se volteó de inmediato, con el semblante marcado por el reproche mudo. Él quería su venganza. El castigo por la muerte de su amante. Pero al ver a su líder, comprendió la intención al notar la mirada calculadora y la mandíbula rígida.

—Estamos muertos de cualquier forma —continuó, sabiendo que eso era una posibilidad si Durand o Yoshida lo decidían así ante su fracaso—. Temo... por mi familia. Sé que soy un criminal, pero ellos son inocentes. Durand podría hacerles daño.

Algo relampagueó en el fuego ambarino de Aurora.

—¿Alguno de ustedes fue el que asesinó a Andrew? —Un intercambio silencioso entre los hombres los ubicó en la misma página, negando de manera simultánea—. Si los vuelvo a ver, los mataré.

Caminó despacio hasta uno de los lobos, el más grande de entre ellos —aquel primero que tuvo frente a ella con anterioridad—, y como si de un simple perro se tratara, una mascota de toda la vida, lo acarició. Como por arte de magia, estos desaparecieron por donde vinieron, dejando a Aurora sola junto con los asesinos.

—Ahora, váyanse.

—¿Qué hay de los lobos?

El temor de morir destripado por los lobos era algo nuevo, que no quería experimentar, por lo que dejó su rifle en el suelo para enseguida erguirse, siendo imitado por Park. 

—No les harán daño.

—Gracias.

Frank esbozó una sonrisa de retorcida satisfacción, y con un asentimiento de cabeza al creerse libres de las fauces de aquellos animales demoníacos, dio la orden para tomar en un rápido movimiento sus pistolas. Park reaccionó con velocidad y ambos, con sus armas en las manos, dispararon a la mujer.

Pero esta se había esfumado de su visión, y antes de que ellos comprendieron el error cometido, Aurora se lanzó sobre Park en un encuentro mortal.

Saltó sobre sus hombros y giró sobre él con sus piernas enganchadas en su cuello, volteándolo y rompiéndole el cuello.

Previniendo que Frank dispararía sobre ella, rodó por la nieve, desvaneciéndose una vez más de la vista de su perseguidor, que se puso a dar vueltas en círculos sintiendo cómo el pánico volvía a apoderarse de su cuerpo.

Los gritos desaforados rasgaban su garganta.

—¡Puta! ¡Maldita perra! ¡Sal de donde estés!

Se detuvo en sus giros de frente a Steve y Chris, quienes estaban de pie contra la roca que les había servido de escenario ante la interacción entre Aurora y los mercenarios. Levantó su arma, apuntándoles y caminó hacia ellos con los ojos saliéndoseles de sus órbitas, deteniéndose a dos metros.

—Sal puta de mierda o mato al niño bonito de tu esposo.

No terminó de decir su amenaza que una vez más, la oscura figura de la muerte saltó desde la nada misma y lo golpeó con fuerza, tirándolo al suelo para desaparecer de inmediato en las entrañas del bosque.


Steve seguía cada segundo de la secuencia en completo estupor. Había visto durante meses a su esposa moverse como una pantera, pero aquello que tenía en frente era todo un nivel diferente. Aparecía y desaparecía con la velocidad de un pestañeo.

Con una mirada desconocida para él.

Pero estaba viva. Eso era lo único que le importaba.

Viva.

Chris también estaba mudo ante el espectáculo que se presentaba delante de él. La fantástica y misteriosa Aurora había vuelto de las entrañas de la tierra para salvar al hombre que amaba.  Aquella alegre e inocente criatura se había vuelto un arma letal.

Siendo capaz de acabar con sus captores ella sola.

Ella, junto a unos lobos.

Y no dudaba de que el último de los asesinos tendría el mismo final que los demás.


Frank giró sobre sí mismo en cuanto se vio liberado de su atacante y volvió a ponerse de pie, apuntando su arma hacia el punto por donde escapó. Estaba agitado, respiraba por la boca y el vaho del frío era intenso.

De repente, sintió su presencia detrás suyo y se volteó manteniendo el arma en alto.

Allí estaba, con sus ojos dorados incandescentes. El miedo se agudizó y disparó.

Se oyó un aullido masculino de fondo, que fue ignorado.

Cross supo que le dio en el hombro cuando vio que retrocedía. Pero ella enseguida se enderezó, acomodándose como si solo hubiera recibido en leve empujón.

Frank dio un paso hacia atrás y volvió a disparar, y otra vez, nada.

El demonio seguía avanzando, despacio, inmutable.

Implacable.

Con las llamas de su mirada cada vez más intensas. De un rápido gesto, su delgada mano tomó el arma por el cañón y se lo apoyó en la mitad del pecho ante un aterrorizado hombre que no comprendía lo que ocurría.

Con pánico en su voz, preguntó.

—¿Quién eres?

—Soy Shiroi Akuma. 

Sin darle tiempo a responder, saltó sobre él, dando alaridos de rabia.

Lo desarmó sin esfuerzo rompiéndole el codo, recibiendo el grito del hombre. Aurora usó todo su cuerpo para voltearlo contra el suelo nevado, dejándolo boca arriba. Se ubicó arriba de él, sujetando sus brazos con sus piernas al sentarse a horcajadas sobre su torso y comenzó a golpearlo en la cara con sus puños.

Gritaba, con lágrimas en los ojos.

Ella se sentía un demonio, pero el hombre debajo de ella era un monstruo. Un asesino desalmado, responsable de tanto dolor.

El del buen Andrew, que la había protegido y salvado.

De Carly, la alegre Carly que había arriesgado su vida por ayudar a inocentes niñas.

Gritaba y lloraba por su amigo Chris, al que le habían traicionado sus compañeros.

Por su amigo Pierre.

Y por el que más gritaba, por el que había recurrido a todas sus fuerzas para sobrevivir, para volver de la muerte, y por soltar a la bestia en su interior, convirtiéndose en su peor pesadilla, era su amado Steve.

Steve, su fuerte y dulce esposo, que por ella era capaz de sacrificar todo. Su dinero, su seguridad, su vida.

No dejaba de golpear el rostro que tenía delante suyo, sobre el suelo, sin percatarse que la sangre embarraba la nieve.

Tardó en darse cuenta de que alguien gritaba y no era ella. Decían su nombre, pero lo escuchaba lejano hasta que vio una figura arrodillarse delante de ella y levantó la mirada, deteniéndose ante el embrujo de su nombre murmurado con ternura.

Era su Steve.


En cuanto vieron que Aurora se detenía delante de Cross, otra vez tuvieron miedo.

En el momento que escucharon la detonación, Steve gritó su nombre.

Pero ella parecía estar poseída. Nunca había visto a la real Demonio Blanco y en ese momento, la tenía a unos metros. Temió que no fuera su amada esposa. Que fuera un espíritu vengador que volvía para castigar a los hombres que habían provocado su muerte y amenazado al hombre que amaba.

Temía que su inocente espíritu hubiera quedado quebrado.

Que le hubieran arrebatado a la mujer que hacía girar su mundo.

Al verla saltar y lanzar al suelo al último de aquellos hombres, en un mutuo acuerdo, Chris y Steve corrieron hasta el cuerpo desnucado para tomar su cuchillo de comando y cortar sus ligaduras.

Una vez liberados y sin dejar de frotarse las muñecas, buscaron detener a los gritos a la muchacha que no dejaba de castigar a un casi inconsciente Frank.

Steve se puso delante de ella y se arrodilló, llamándola. 

Estando tan cerca de ella, susurró su nombre, como una suave melodía, logrando así que la joven se detuviera, agitada y exhalando vaho.

Su cara, que durante la golpiza había estado encendida y con lágrimas en los ojos, concentrada en su tarea, ahora retomaba su habitual semblante, aplacando el intenso dorado. Miró a su esposo y sin dejar de llorar, sonrió, saltando a su cuello y rodeándolo con sus brazos, cayendo los dos sobre las espaldas del alto hombre.

—¡Steve! —Volvía a ser la dulce niña—. Mi Steve. Mi amor.

Lo colmó de besos que él recibía con emoción.

—Aurora, mi adorada Aurora —murmuró.

La tomó en sus brazos, sobre su pecho. El frío no existía aunque la nieve estuviera debajo de su espalda. Sólo sentía el cálido cuerpo de su esposa, que volvía a él.

—Creí que te había perdido para siempre —lamentó, sintiendo un nudo en la garganta—. No lo hubiera soportado. Lo siento.

Aurora se detuvo en su efusivo encuentro.

—Por eso volví. Porque sabía que me necesitabas. Nunca te dejaré, tonto.

—¿Sabías que ibas a sobrevivir a la caída?

Ella dudó un momento, mordiéndose el labio, señal que le indicaba a Steve, que ella se había arrojado al vacío sin saber si las tenía todas consigo.

—Aurora... —reprochó con severidad.

—Eso es lo que calculé. —Movió su cabeza de un lado a otro, quitándose una horrible imagen que surcaba su mente—. No iba a dejar que ese hombre te torturara. Que los torturara. Y fue la única salida que pude tomar.

—Estás loca.

Le acarició el rostro, despejándole la frente de mechones rebeldes y besó su boca con cariño.

—Sí —respondió al liberarse de su cálido beso—. Por ti. —En voz muy baja y con la culpa de una niña temerosa en la mirada, le reveló un secreto que creía, decepcionaría a su marido—. Perdí el brazalete que me diste en mi cumpleaños. Sé que debí quitármelo, pero me hacía sentirte a mi lado. Lo siento cariño. Sé que era importante para ti.

La risotada que estalló desde el fondo de Steve, haciendo mover su nuez de Adán en el largo y grave sonido, resonó en la montaña, que respondió en ecos.

Las piedras ambarinas quedaron hipnotizadas ante el tesoro que relucía frente a ella como un oasis en el desierto, secreto e íntimo. Un regalo por y para ella.

Cuando se detuvo, dejó que sus labios marcaran su felicidad en una suave sonrisa de brillante azul nocturno.

Su niña estaba de regreso y había mandado a dormir a la bestia en su interior.

—Aurora, mi adorada Aurora, tú eres importante. Lo más importante del mundo. Sólo me interesas tú y tenerte en mis brazos.

Y se quedaron allí, sobre la nieve, él recostado sosteniendo encima suyo a la mujer que tenía el corazón del hombre dominado.


N/A:

Comparto el tema de "Natural" de Imagin Dragons (que Steve Sharpe -El chico de oro- ya usó), porque la sentí a Aurora, descubriéndose una vez más como Shiori Akuma, siendo NATURAL. Igual que Steve en su primer encargo.

Perdón que me haya quedado tan largo, pero no podía acortarlo...

¿Qué les pareció? Espero los haya gustado. Es uno de mis capítulos favoritos, el cual ha esperado casi dos años por ver la luz (es gracioso, pero estos últimos capítulos tienen más tiempo de vida que el resto de la historia, jaja).

Gracias por leer, Demonios!

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