96. Lo que pasa en la cueva... ¿queda en la cueva? (Parte II)
96. Lo que pasa en la cueva... ¿queda en la cueva? (Parte II).
Chris creyó que moría.
Había visto imágenes distorsionadas de Aurora volando por el cielo encima de él sin comprender bien cómo había ocurrido eso. Escuchó gritos de angustia que lo llamaban por su nombre y se confundían con otros momentos en que lo que miraba era la nieve y los pies de la mujer hundiéndose en la blanca superficie y luego todo se volvió negro.
Sólo oscuridad.
Viejos recuerdos de su infancia aparecieron como flashes y desaparecieron para ser reemplazados por nuevos recuerdos de Aurora, su preciosa Aurora, corriendo entre el fuego del laboratorio Quirón o del día de su casamiento.
Después, otra vez la helada oscuridad.
Nada más.
Lo sintió como si fuera una eternidad y se dejó estar, lleno de desasosiego, por perder lo que más amaba en su vida.
La dulce joven.
Algo lo arrastró a un frío y desolado abismo. Entonces, una pequeña luz comenzó a brillar a lo lejos y un tibio ardor surgió de su pecho. En realidad, lo percibió en su pelvis y de allí, se irradió lentamente al resto de su cuerpo y nuevas fotos surgieron en su mente, de Aurora en sus brazos y su cuerpo desnudo y perfumado moviéndose debajo del suyo.
Siendo uno.
La sintió en sus manos ávidas tocando esa piel, con su labios besando su cuello. Y antes de caer en otro profundo sueño, una explosión dorada lo encegueció y se sintió salvado y en paz. La alegría lo colmó por completo y la oscuridad se alejó de él.
Leves sonidos de leña quemándose y su resplandor lo despertaron de a poco. A medida que recobraba la consciencia, todavía con los ojos cerrados, iba identificando cada tramo de su organismo, pasando revisión como en el ejército.
Se encontraba de lado con algo que lo cubría, calor delante suyo y olor a carne asándose. Quiso abrir los ojos, pero no le respondieron. En su mente, trató de ordenar sus últimos recuerdos, pero la tarea lo fatigó. Todo era muy confuso y con algo de esfuerzo, levantó de a poco sus párpados. Veía borroso. Se refregó la cara y ajustó su vista a la silueta que tenía cerca de él.
Era Aurora, sentada sobre unas piedras, usando solamente su ropa interior. Atizaba el fuego, donde estaba cocinando un conejo o algo parecido, ensartado en una rama. Algo en su semblante lo preocupó, porque mostraba unos ojos colmados de infinita tristeza. No estaba seguro si era el movimiento de las llamas, pero el dorado de su mirada parecía temblar. Fue cuando lo notó.
Unas gotas brillantes rodaban por sus mejillas. No supo qué hacer y cerró fuerte sus ojos azules. Simuló estar despertándose entre gemidos, imaginando que con eso, evitaría avergonzar a la joven, que en cuanto lo escuchó, pasó rápido sus palmas y se secó la cara.
Pero no lo miró, concentrada en la lumbre.
—Hey —saludó en voz pastosa Chris.
—Hey —respondió Aurora, con una mueca, que intentaba ser una sonrisa sin éxito. Sus largos y desnudos brazos buscaron la forma de cubrirse.
Se puso de pie y buscó su camiseta blanca, que estaba casi seca y se la colocó. Luego se acercó a Chris, que había apartado la vista de la tentadora figura. Arrodillándose a su espalda, tocó su frente, comprobando que su temperatura fuera normal.
—¿Cuánto dormí?
—Unas dos horas. Ya es pasado el mediodía.
Seguía sin verlo a la cara, pero sin controlar las lágrimas, apoyó su cabeza sobre el hombro de Chris, cubierto con el abrigo seco de la mujer.
—Me alegro de que estés bien. Creí que morirías.
Él sacó su brazo y acarició la cabeza de su amiga, tratando de consolarla.
—Yo también, preciosa.
Trató de incorporarse, pero se mareó.
—Despacio, Chris. Aunque usé mi... poder en ti, todavía estás débil.
La joven lo ayudó a sentarse y Chris notó que tenía puesto sus bóxers. Sus piernas estaban cubiertas por su otro par de pantalones; su torso vestía una camiseta y por encima, apenas lo tapaba la chaqueta de su amiga, en un intento por mantenerlo abrigado.
—Me salvaste la vida.
Ante aquellas palabras, Aurora abrió grande los ojos que se le llenaron de más lágrimas y volvió a evitar cruzar sus miradas. Se preguntó qué tanto recordaría Chris de lo que tuvo que hacer para salvarlo.
Cada gesto apagado de Aurora y su distante comportamiento estaban confundiendo a Chris, que no entendía por qué actuaba de esa forma.
—Aurora, ¿pasó algo? Quiero decir, además de casi morir —intentó bromear. Pero no hubo rebote.
—¿Qué es lo que recuerdas?
Él se sujetó la cabeza, ordenando la secuencia de sus recuerdos fragmentados.
—Caer al agua helada. —Hacía un gran esfuerzo—. Ver hacia arriba, a través del hielo. Ver la nieve. Y no mucho más.
La miró a ella. El movimiento de las llamas le conferían un aspecto fantástico, de ensueño. Algo más creyó recordar, pero se le escapaba.
—¿Eso es todo? —sonó aliviada.
—Creo que sí. —Observó la ropa que lo cubría, desconociendo cómo había terminado vestido así—. ¿Qué más pasó?
—Tuve que desnudarte —lo dijo ruborizándose hasta las orejas—. Y darte calor con el fuego y frotando mis manos sobre tu cuerpo, usando mi habilidad, hasta que respondiste. —Bajó el semblante y se mordió el labio inferior. A Chris no se le escaparon esos gestos—. Después, regresé al lago a buscar tus cosas y fui abrigándote con lo que tenías de repuesto. Las prendas con las que caíste al agua todavía están húmedas, y como no tenías mucho más, usé mi abrigo.
—¿Y fuiste así?
Al momento de hacer su pregunta se arrepintió. Aurora se encogió, avergonzada. Los dos se sintieron incómodos ante la parcial desnudez de la joven.
—No sufro del frío. Sin embargo, tener la ropa seca es mejor que estar con ella empapada. Mientras se secaba, tomé lo que estaba en condiciones y salí. —Señaló con la cabeza la carne sobre la hoguera—. Y traje algo para que recuperes las fuerzas. Debes comer.
—Gracias. Otra vez —respondió con timidez. El ruido de su estómago rompió la tensión del momento, haciéndolos sonreír—. La verdad, estoy hambriento.
—Bien, entonces, veré si ya está listo.
Se puso de pie ante la mirada de Chris y caminó apresurada hasta el fuego. Sus largas piernas se movían con ligereza. Agarró la presa y la compartió con él. También tomó algo del suelo, del lugar donde había estado sentada cuando Chris despertó y se lo entregó con vacilación.
Era su reloj.
—Lo siento Chris, tu reloj se rompió y se estropeó con el agua. Sé que era muy valioso para ti.
—Tranquila. Sólo es un reloj —respondió con una leve decepción. Después de casi morir, un reloj no debería ser importante. Sin embargo, para él, valía mucho. —No lo necesito para recordar a mi padre.
—Lo siento —repitió.
—Eso ya lo dijiste —sonrío, tratando de animarla, sin lograrlo—. No te preocupes.
—Tus viejas cicatrices desaparecieron —añadió en un susurro.
—Eso sí que es conveniente.
Se revisó lentamente, con asombro, mientras mordía el mayor trozo de carne.
—Y tus tatuajes. No pude evitarlo. Mi habilidad hizo que la tinta se diluyera y se regenerara tu dermis.
—No pasa nada Aurora, si quiero, puedo volver a hacérmelos. —La miró, siguiendo las líneas de su perfil—. ¿Eso es lo que te tiene desanimada? —Ella no respondió, limitándose a observar el fuego—. No deberías estarlo. Vivo gracias a ti. —Volvió a sonreír.
Comió con desesperación, sin dejar de seguir los movimientos de la muchacha. Algo había cambiado, que ya no estaba tan tranquila cerca de él. Pensó que sería la angustiante situación por la que habían pasado, que todavía la tenía en un estado de alerta, y que pronto todo volvería a la normalidad, si es que salían vivos de aquella aventura. Porque, ahora se había salvado del frío, pero un enemigo más peligroso continuaba hostigándolos.
Llevó su atención a las llamas, dejándose hipnotizar por sus oscilantes movimientos, sintiéndose transportado a la cabaña, tan solo un día atrás. A pesar de parecer un siglo.
Un repentido fulgor pasó por su mente y llevó sus pupilas hacia Aurora.
La luz dorada del fuego le hizo recordar otra luz dorada en su interior. Esa supernova que había creído pertenecer a un sueño... De golpe, lo sintió real.
Un recuerdo.
Todo quedó claro para él.
Un aguijón en el pecho lo ahogó y el hambre desapareció de golpe.
No sabía cómo reaccionar. Aunque tenía algo claro. Aurora, su amada Aurora, sufría por lo que había tenido que hacer. Pero si ella iba a hacer de cuenta que no había ocurrido, él haría lo mismo.
Sería su más hermoso secreto.
Así como el más condenatorio y tormentoso que cargaría hasta su muerte.
Aurora saltó en su lugar, con la vista en la entrada cubierta parcialmente por las ramas, alterando cualquier pensamiento de Chris. Su cuerpo estaba tensionado y parecía ajustar su oído.
El soldado la copió.
—¿Qué ocurre?
—Alguien viene.
Se movió deprisa para calzarse cada una de sus prendas, sin importar su estado. Chris hizo lo mismo.
—Joder. No más lobos.
—Son pasos de hombre sobre la nieve.
—¿Uno solo?
—Eso parece. Iré a ver.
Chris capturó su rifle recuperado y comprobó su estado. Sintiéndose nuevamente dueño de sí mismo, acompañó a Aurora al exterior tras separar la cobertura vegetal.
—Te cubriré desde aquí. Mantente a mi vista, pero no te expongas innecesariamente.
Aceptando la orden, procedió a avanzar. Pero no tuvo que dar muchos pasos cuando un aroma, el más familiar y deseado de su vida, llegó a sus fosas nasales. Sus lágrimas se agolparon de inmediato en sus cuencas y corrió hacia la curva de la colina, desde donde debería aparecer la figura del hombre gobernante de todos sus sentidos.
Apenas dobló, la imponente anatomía de Steve Sharpe emergió como un fabuloso espectro de los bosques. Uno oscuro y misterioso al vestir todo de negro, con el rostro oculto debajo de la capucha, sosteniendo en sus manos un poderoso rifle.
—¡Steve!
Su grito alzó la cabeza del receptor que se detuvo, contemplando aliviado a la divina criatura que movía su mundo, sintiendo por fin que su corazón volvía a la vida.
Lucía agotado, con la sombra de barba rubia oscura asomándose en su rostro. Sin embargo, al verla, se iluminó.
—¡Mi niña!
Corrieron al encuentro de uno y otro, apretándose en un abrazo desesperado, en busca del bálsamo que calmara el vacío de sus cuerpos y almas. Se fundieron en un beso que agitó sus pulsos y enloqueció sus neuronas.
—Te extrañé tanto, Aurora, mi amor —suspiró sobre los labios de cereza, que repetían besos ansiosos.
—Steve, ya no soportaba más. Me dolía no tenerte conmigo —sollozó.
Tantas sensaciones la abrumaron y terminó refugiándose en el fuerte pecho que la recibió, encajando a la perfección. Sus manos empuñaron la chaqueta y dejó que sus lágrimas lo humedecieran.
—Mi niña, ya estoy aquí. Te seguí.
Posó su dedo debajo de la barbilla de su mujer, guiándola a un encuentro de piedras ambarinas y noches brillantes. Subió la palma enguantada hasta la mejilla empapada, acariciando su rostro y despejando algunos mechones ondulados que llevó detrás de su oreja, tocando al final el localizador que los había reunido.
Al tenerla tan cerca de él, no pudo dejar de notar cierta sombra en la mirada de Aurora, que evitaba el contacto directo con los ojos de su marido, buscando en su lugar presionarse contra él, como una niña asustada.
La presencia a unos pasos de ellos lo hizo mirar por encima de la cabellera rubia, encontrando a Chris, con su arma apuntando hacia abajo y una extraña mueca en su semblante, que quedaba a la mitad del alivio y una seriedad desconcertante.
—¿Están bien? —preguntó en dirección al alto agente, en tono duro.
—Ahora que regresaste, estamos perfectos. —Una sonrisa apagada se estiró en el varonil rostro—. Era hora.
—Tuve que dar una gran vuelta. Un helicóptero militar estuvo sobrevolando del otro lado de la montaña. No dudo de que sean hombres de Cross ¿No lo escucharon por aquí?
Aurora volteó hacia Chris y ambos negaron.
—No. El viento debe de haberse llevado el sonido. Igualmente, por aquí no pasaron.
—Mejor.
—Regresemos a la cueva —recomendó Chris—. Y dinos qué sabes.
Acomodados alrededor del calor que Steve recibió con gusto, comió una de las latas que le cedieron.
—Pasé por tu cabaña y temí que los hubieran atrapado al ver el estado en el que quedó. El cobertizo quedó quemado hasta los cimientos.
Una vez más, Chris y Aurora intercambiaron muecas de confusión.
—Debieron eliminar evidencia —reflexionó Chris, sabiendo que incluía borrar cuerpos.
—Cross evidentemente descubrió tu lugar. De hecho, hizo seguir a tu madre.
—¿Cómo lo sabes?
—Su casa fue mi primera parada y tuve que silenciar a un vigilante que seguramente esperaba alguna señal para informar.
—Mierda.
Los puños de Chris tenían sus venas a punto de estallar, y su mandíbula tensionada lo hacía ver peligroso.
—Tranquilo Chris —animó Aurora, dejando su mano en el aire cuando esta iba a tocar su antebrazo, regresando a su lugar. Actitud que extrañó a Steve—. Tu mamá y Emily están bien resguardadas.
Los iris encendidos se clavaron en Steve, que reconoció la resolución en la intensa mirada.
—No quiero huir más.
Steve asintió, completando la idea.
—Si ellos nos están siguiendo, que la montaña sea su final.
—¿Qué pretenden?
Los hombres conectaron un mismo pensamiento. Y Aurora supo que tenían un plan.
Aurora y Steve habían salido del refugio para buscar más leña y alguna caza.
La joven se sentía nerviosa y afligida, con el corazón palpitándole tan rápido que lo creía a punto de colapsar; y la culpa en ella apretaba tanto la boca de su estómago que lo poco que había podido ingerir parecía a punto de ser vomitado.
Inhaló el gélido aire y despejó su mente.
Observó la ancha espalda de Steve y deshizo la distancia que los separaba con la cabeza gacha, sabiendo que lo que confesaría haría añicos un corazón.
No, dos corazones.
Dejó caer sobre la nieve la madera recogida.
—Steve.
El hombre se volteó, respondiendo al llamado, encontrándose frente a él a una niña cuyas manos se apretaban a cada lado de su cuerpo y su labio inferior era mordido con ansiedad.
—Debo decirte algo —titubeó, mirando hacia abajo—. Algo ocurrió y necesito que escuches todo lo que diré, aunque duela.
Aquellas palabras tan turbulentas lo habían puesto alerta y temeroso en igual proporción. Al igual que ella, dejó caer su carga.
—Aurora, ¿de qué hablas? ¿Estás bien? —Ella negó—. ¿Qué es lo que ocurrió?
—¿Qué ocurre cuando un hombre cae en un río congelado y se queda bajo sus aguas por demasiado tiempo?
—¿Me estás poniendo a prueba? No comprendo cuál es el punto de semejante cuestionario.
—Por favor, responde.
—Tendría hipotermia si la temperatura de su cuerpo desciende a más de treinta y cinco grados Celsius.
—Así es. La persona en cuestión podría morir. De hecho, no reaccionaba.
—¿Reaccionaba? ¿Hablas de Chris? ¿Chris tuvo hipotermia?
Ella asintió. Cuando lo hizo, Steve notó que sus ojos se humedecían, sin comprender el motivo de su congoja. Su amigo estaba bien, lo que no dudó de que sería gracias a ella, que lo habría salvado con su habilidad.
—¿Qué se hace cuando no reacciona?
—Se le da calor.
—Así es. Pero estábamos en medio del bosque, con la ropa de ambos empapada y helada. Tardé en encontrar refugio y en encender un fuego, después de encontrar leña seca en un bosque nevado. ¿Qué más se hace? —Las lágrimas comenzaban a rodar por sus mejillas enrojecidas.
Comenzaba a comprender hacia dónde se dirigía la mujer y no le gustaba para nada el juego en el que estaban.
El presentimiento que se había alojado a su llegada adquiría luz. Una que no estaba seguro de poder asimilar.
—Para esos casos, se debe desvestir a la persona. Sin una manta, bebida caliente o bolsas de agua caliente, lo mejor es el calor corporal. —Lo que Steve entendía era que la única que podría habérselo dado era ella, con su cuerpo igualmente desnudo. Algo en lo que no quería pensar—. Pero en tu caso, podrías usar tu poder de curación.
—Sí, lo intenté. Una vez que lo desnudé, lo acerqué al fuego, pero todavía no era suficientemente fuerte y su cuerpo estaba colapsando. No alcanzaba con apoyar mis manos sobre él. —El llanto se intensificó—. ¡Estaba muriendo! No respondía a nada de lo que hiciera, salvo...
—Que hicieras el amor con él... —respondió automáticamente Steve, con la vista perdida en el vacío.
Con su voz fría como la nieve y la quijada rígida.
La dorada cabeza negó con énfasis, alzando por fin sus ojos llorosos hacia Steve, que no le correspondía.
—Que me asegurara de salvar su vida. No hice el amor. No lo amo. Lo quiero sí, pero como amigo. ¡Lo sabes!
Steve no podía hablar. Su mente estaba atribulada. Comprendía lo que había ocurrido y sabía que no había tenido otra opción. La vida de una persona dependía de su accionar. Una decisión difícil. Su corazón estaba dolido y no podía aceptar que alguien más hubiera acariciado su piel, que la hubiera poseído.
Que la hubiera llenado.
—Debes saber que él no recuerda nada del suceso —continuó, tomando por los brazos a su esposo, buscando recibir sus zafiros en ella, pero no lo logró—. Apenas sí recordaba haberse caído al agua. Y no lo besé.
No estaba seguro si el hecho de que Chris no recordara nada o que no se hubieran besado era bueno. Quería pensar que algo positivo tenía, pero no lo convencía.
Quería gritar. Maldecir al cielo y golpear algo muy fuerte.
A alguien.
En lugar de ello, se liberó del agarre de Aurora y posó su mano sobre su rostro, ocultando su dolor.
Ahondó en la profundidad de sus fuentes de oro fundido y la vio. Ella había tomado una decisión que sabía sería hiriente y eligió aquella cuya consecuencia le permitiría vivir con menos remordimiento. Había tenido que elegir, temiendo que el costo fuera demasiado alto si Steve no podía perdonarla y la abandonaba.
Pero que Chris hubiera muerto sería un castigo mucho peor, especialmente porque podía salvarlo. Pudo salvarlo.
Ella trató de abrazarlo, pero él la rechazó alejándose de su mujer, sin poder verla a la cara.
—Sé que lo que hiciste era necesario. Salvaste la vida de nuestro amigo. Sin embargo, eso no lo hace fácil.
—Por favor, no olvides que sólo te amo a ti, con todo mi ser. Chris ni siquiera sabe lo que tuve que hacer. Sólo lo sé yo, pero no podía ocultártelo. —Las lágrimas no dejaban de caer, mojando su pecho. Aún en ese estado, seguía siendo preciosa y eso lo hería más—. Te lo suplico, no dejes de amarme.
Pensó en ese momento que hubiera deseado que no se lo hubiera dicho nunca. Aunque con ella, eso no era una opción. El secreto le hubiera carcomido el alma y la hubiera consumido. Su adorada y dulce esposa.
Demasiada nobleza lo estaba rompiendo.
A los dos.
—No dejo de amarte porque hiciste todo por evitar que alguien muera, pero necesito tiempo para procesarlo.
Tuvo que irse, dejándola sola, desamparada, con las manos caídas a los costados.
Como una frágil y quebrada estatua.
Una nueva nevisca los mantuvo recluidos en la misma cueva, impidiendo el inicio de su plan. Lo único que les quedaba por hacer, era comer para mantenerse con fuerzas hasta el día siguiente.
El silencio, interrumpido por el crepitar de la madera, era insoportable.
Por la forma en que Aurora y Steve se comportaban, Chris supo que algo entre ellos había pasado y no dudó de que tenía su nombre impreso. Ambos estaban ensimismados en sus pensamientos. Steve, viendo a la nada y Aurora observándolo a él, con los ojos llenos de húmeda tristeza. Ninguno de los dos podía fijar la mirada sobre Chris, quien se sintió angustiado y responsable.
Él había soñado tantas veces con el magnético cuerpo de la joven, haciéndole el amor, pero nunca lo hubiera hecho mientras ella estuviera casada con Steve, el único hombre que existía para ella y que se notaba por la forma en la que siempre lo contemplaba, con devoción total. Nadie recibía la misma mirada. Mucho menos Chris, que ya se sentía afortunado cuando ella le sonreía con cariño.
El remordimiento lo estaba carcomiendo y decidió que en cuanto Steve estuviera solo, lo abordaría para tratar de interceder en nombre de la mujer.
La oportunidad apareció al anochecer, con la tormenta de nieve lejos de ellos, cuando Steve avisó que iría a vaciar su vejiga.
Se acercó despacio por la espalda, a pesar de que sabía que Steve estaba al tanto de su llegada.
—Steve, necesito hablar contigo.
—Webb. —Su apellido fue un puñetazo para Chris—. No es buen momento.
—Es importante y necesario.
—Escúchame, Chris. Tal vez tú creas que es necesario, pero no lo es. No ahora.
Steve se volteó para verlo de frente y notar sus ojos vidriosos empeoró el malestar de su amigo.
—Debes saber que lo que hizo Aurora, me salvó la vida —continuó hablando, sin hacer caso del pedido de silencio de Steve.
—Me imaginé que lo recordabas bien —respondió en voz baja y acerada, mientras clavaba sus pozos de profundo azul sobre los claros del agente.
—Lo siento. Tuve que hacerle creer que no lo recordaba, por ella.
Tomó aire. No sabía cómo seguir explicando un tema tan delicado.
—Realmente, no creo que debamos hablar ahora. En este momento podría hacer o decir algo de lo que me arrepentiré. Algo que podría dañar... —sacudió su cabeza, desechando alguna idea.
—Por favor, dime lo que sea.
Steve reaccionó sujetando a Chris por el abrigo, empuñando la prenda con rabia. Su rostro deformado por el dolor, la furia, la desolación. Aunque el agente lo superara por unos pocos centímetros, se sentía empequeñecido y avergonzado ante el hombre que parecía desarmarse delante suyo.
—No entiendes. Quiero golpearte. —Sus gélidos ojos lo congelaron más que el agua donde casi se ahogó—. Me siento traicionado. Confié en ti. En que serías el único capaz de proteger a Aurora sin aprovecharte de ella. Te creí mi amigo.
—Lo soy. Por favor, Steve...
Lo cortó, con los iris relampagueando y la mandíbula tan apretada que sus dientes rechinaban al hablar.
—Por fin te la follaste —cargó con veneno en un siseo que sonó a trueno—. Te cogiste a mi esposa. ¿Satisfecho?
—¡Joder, Steve! —gruñó. Sus pesadas manos se cerraron sobre las muñecas del esposo herido—. Entiendo que estes dolido, pero no dejaré que me insultes de esta manera. ¡No me la follé, carajo! ¡Me salvó la puta vida! Ni siquiera era consciente. Al despertar creí que todo había sido una pesadilla. —Un sueño atacó su subconsciente y ese segundo de traición lo carcomió como ácido. Pero no aceptaría esos recuerdos que sólo le harían daño—. Sabes bien que jamás haría una cosa así en mis cinco sentidos.
—Después que matemos a esos bastardos, no quiero que te acerques más a ella, o a mí. Vete, y llévate la daga que dejaste enterrada en mi espalda.
—Lo comprendo. —Esa decisión lo destrozaba, aunque no podía culparlo. No había excusa que pudiera borrar lo ocurrido y el hombre estaba herido—. Y lo haré. Pero antes quiero tratar de explicar... —clavó sus ojos Steve, para hablarle con la sinceridad de su alma—. Realmente creí que iba a morir. No tengo registro de lo que ocurrió antes de que ella... —no había forma de decirlo.
—Antes de que hicieran el amor.
—No fue eso. Ella me rescató. Me aferré a Aurora, a la vida que ella me estaba devolviendo como un náufrago se sujeta de un salvavidas. Eso fue. Pensé que lo había soñado. Sólo supe realmente lo que había ocurrido, cuando volví en mí, horas después y noté que Aurora estaba destruida. Me había salvado, pero la culpa de lastimarte la abatía. No podía verme y creí que lo mejor sería que ella creyera que no recordaba nada.
Steve seguía con los ojos fijos en Chris. Pero algo había cambiado. Parecía más comprensivo y hasta con arrepentimiento. El agente continuó hablando.
—Tal vez no lo creas. Pero nunca haría nada que pudiera herirla. A ambos. Eres mi amigo. Uno al que aprecio a pesar de nuestras diferencias. Y Aurora te ama más que a cualquier cosa en el mundo. Lo eres todo para ella. Nadie podría nunca competir contigo.
—Quiero entenderte. Juro que sí. Pero ahora no puedo. No niego que agradezco que sigas respirando, sólo que odio saber que exhalaste aire sobre mi esposa... y otras cosas... —acalló una nueva protesta endureciendo todavía más sus facciones y clavando su mirada resentida en Chris—. Lo asimilaré, porque no soy tan hijo de puta como para preferir tu muerte antes que... —tragó con esfuerzo como si una roca se le atravesara en la garganta—, esta mierda... ¡Pero joder! ¡Eres tú! ¡El hombre que a veces pienso que merece más a mi mujer que yo!
Steve había gritado eso último, con los puños apretados y los ojos nublados.
Todo fue silencio después del impacto de esas palabras.
Chris comprendió que toda la seguridad del gran Steve Hudson Sharpe tambaleaba cuando de Aurora se tratara. Y eso parecía haber sido un secreto que había estado consumiendo el espíritu del poderoso hombre que se descubría vulnerable ante el agente.
—Steve...
—No digas nada. Ya fue suficiente.
—Carajo, no, no me callaré. No sabemos cómo hubieran sido las cosas. Pero lo que sí sabemos es que Aurora, tu Aurora, sólo vive por ti. No tiene que ver con merecer, sino con amar. Y ella te ama a ti. ¿Es que no te das cuenta de que resplandece con la sola mención de tu nombre? Y con solo verte nace una nueva y mágica sonrisa que sólo la puedes poner tú en su rostro.
Steve meditó sobre las palabras de Chris. Él también lo consideraba un amigo. El único al que podía llamar así. Y Aurora, su Aurora, era una criatura divina que amaba total y perdidamente. Se dio cuenta que esto era una prueba a su amor y que no podía, no debía reprobarla.
Relajó sus músculos y fijó sus oscuros ojos en los celestes. Sus siguientes palabras serían claves para su relación, la de los tres, de ahí en adelante.
—Aurora no puede saber que lo recuerdas. Haremos de cuenta que nunca ocurrió y permanecerás en su vida. —Puso una mano sobre el hombro de Chris—. Me alegro de que estés vivo.
Chris Webb asintió con la cabeza, aliviado. Sabía que no sería algo inmediato, pero creía que se recuperarían de aquello.
Había llegado la noche y el día siguiente los aguardaba con un nuevo desafío.
Uno mortal.
No podían más que esperar, por lo que se habían acomodado alrededor del fuego. Los hombres, recostados, cubiertos por sus abrigos. Steve, mirando hacia el fuego y Chris de espaldas a este, durmiendo. Aurora era la única que estaba sentada, manteniendo vivas las llamas, con la mirada perdida en ellas. Su rostro se mantenía desanimado, cargado de culpa, aunque sabía que lo que había hecho para salvar a su amigo era lo correcto, repasaba una y otra vez si habría tenido otra opción.
La voz de Steve la sobresaltó.
—Ven Aurora —susurró, casi como una orden. Pero ella no se movió—. Por favor. —El tono de su voz había cambiado a súplica.
Sonaba arrepentido y ella obedeció. Despacio se puso de pie y caminó hasta su lugar, metiéndose entre sus brazos de espaldas a él, debajo de la chaqueta que usaba como manta.
—Perdóname.
—¿Por qué? —gimoteó, sin apartar la vista del fuego.
—Por comportarme como un idiota celoso.
—Estabas herido —trató de justificarlo. Más para ella que para él.
—Estaba celoso. Alguien más te toco y eso me enloquece.
—Muchas antes de mí te tocaron y nunca me importó.
—Pero nadie después de ti —dudó y ella se dio cuenta el motivo—. Bueno, a excepción de...
—Sí, lo sé. Y lo comprendí en su momento —suspiró—. Yo también tengo mi excepción y fue sólo para salvarlo —habló con dureza, muy bajo, para que sólo Steve la escuchara—. Y lo volvería a hacer, porque no podría vivir si lo dejara morir sabiendo que estaba en mis manos sanarlo.
Su marido asintió. Estaba seguro de que ella no hubiera podido volver a ser feliz si por él Aurora no usaba sus habilidades. Pero eso no disminuía su pesar.
—Si morimos, él habrá sido el último en acariciarte.
—No lo hizo. —Su voz se ablandó—. Pero si morimos, no quiero que sigas sintiéndote herido. Te amo. Soy sólo tuya y tú mío. —Se volteó hacia su esposo y enseñó su sonrisa. Aquella que lo derretía completamente y que se había estado ocultando tras la tristeza de haber lastimado al hombre que más amaba en el mundo—. Podemos solucionar la cuestión de las caricias. Si morimos, tendré las marcas de tus manos en mi piel —murmuró mientras ambos buscaban debajo de la ropa del otro el cálido contacto de sus cuerpos.
No podrían hacer el amor, pero se recorrerían con los dedos y bocas de forma erótica.
Chris había escuchado cada palabra y en ese instante seguía el familiar sonido de labios besándose, entre suaves y casi imperceptibles gemidos, que fueron para él como truenos ensordecedores durante una tormenta.
Y lloró en silencio.
N/A:
Usé grados Celsius en lugar de Fahrenheit (lo que sería habitual en USA), cuyo equivalente sería 95°.
Como no podía ser de otra manera, Aurora se confesó. Steve deberá lidiar con eso, pero parece que al final, podrá superarlo. Esperemos.
El que no lo podrá superar, al parecer, será Chris. ¡Ay! ¡Cuánta crueldad le cae! 😈😈.
Que lo que ocurrió en la cueva... quede en la cueva... 😏😏.
Espero que les haya gustado. Comenten y voten.
Gracias por leer, Demonios!
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