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96. Lo que pasa en la cueva... ¿queda en la cueva? (Parte I)🔞

96. Lo que pasa en la cueva... ¿queda en la cueva? (Parte I).

El día siguiente llegó sin nevada, aunque las nubes no se abrieron en el cielo gris. Chris y Aurora caminaban uno al lado del otro. Él cargaba sus dos rifles sobre uno de sus hombros, colgando su bolso militar del otro. Ella tenía su propio morral, sin armas.

A su paso iban dejando sus huellas diferenciadas. Grandes y profundas las del hombre. Ligeras y casi imperceptibles las de la elfina mágica.

Su misión en ese momento, además de mantener la distancia con sus perseguidores, era la de conseguir alimento animal y preservar las pocas latas de comida que les quedaban.

—Lo mejor será poner alguna trampa para alguna presa chica. En la medida que podamos, será mejor no usar armas de fuego que delaten nuestra posición.

—No necesitamos trampas. Déjamelo a mí. —Se señaló con el pulgar, alzando su mentón con confianza—. Si olfateo algo, no escapará.

—Das miedo.

Lo había dicho en broma, pero cuando Aurora volteó hacia él con una sonrisa animal y el fulgor dorado en sus iris, quedó impactado al punto de quedarse mudo. Instintivamente, permaneció rezagado, cediendo el control a la que parecía volverse parte de la naturaleza.

El silencio los rodeaba, solo roto por la nieve al pisar.

De alguna manera, el estado de concentración de ambos los había llevado a cada uno a un mismo pensamiento. Uno que los regresó al día anterior, cuando el bosque los envolvió en un hechizante e íntimo momento.

—Por cierto, Chris... ¿Qué ibas a decirme en tu lugar especial? Antes de ser interrumpidos.

Su voz había sido mínima, sutil, para no quebrar la tarea furtiva de caza. Su mirada se mantuvo al frente, esperando por la respuesta.

Una respuesta que Chris no podía dar. Así lo había decidido, hundiendo en lo más profundo de su ser cualquier intento de quebrar el equilibrio de su amistad.

—Eh... nada. Ya ni lo recuerdo. —La joven se detuvo, irguiendo su esbelto cuerpo, y girando sobre sus talones para enfrentar al esquivo hombre, que rehuyó de sus ojos—. ¿Sabes? Creo que lo mejor será que nos separemos. Tendremos mayor rango de éxito si ampliamos la zona de búsqueda.

La mirada inquisitiva de Aurora, con su cabeza inclinada a un lado, no parecía creerle mucho. Pero no emitió juicio alguno, y Chris se sintió librado.

—Bien. Si así lo prefieres. Reunámonos aquí en dos horas.

Chris asintió conforme, y dio los primeros pasos para escapar como cobarde. Cuando fue detenido abruptamente. Y los dos quedaron viendo al mismo punto. Uno lejano.

Un aullido los había atrapado, erizando los vellos de sus nucas.

Uno largo y penetrante que se mantuvo latente en el viento.

Y luego más.

Aullidos simultáneos.

—Mierda. Se escuchan demasiado cerca. Eso no es bueno.

—Son sólo lobos.

—¿Son sólo...? Aurora, no son Hunter, a los que puedas adiestrar. Los lobos serán mejores rastreadores que los hombres de Cross. Y si no logramos mantenerlos alejados, tendremos demasiados cazadores detrás nuestro.

—Nunca he visto lobos —susurró, como si nada más la preocupara.

—Y espero que no los veamos, porque créeme, cuando una presa capta su atención, no la abandonan hasta capturarla.

—¿Y piensas que nosotros somos sus presas?

—No lo sé. Ojalá que no. Que se marchen en sentido opuesto.

—Me gustaría poder verlos —volvió a hablar para sí, pero Chris la escuchó y la atravesó con una mirada censurante.

—Ni se te ocurra, Aurora.

—¿Qué?

—No son cachorros. Son predadores. Animales salvajes.

Se encogió de hombros.

—Me he enfrentado a otros.

Chris quiso penetrar lo que eso significaba. Si se refería a animales en el bosque de Japón, o la naturaleza humana en su estado más vil. Calló cualquier intención de averiguarlo. En cambio, descolgó uno de sus rifles del hombro y se lo presentó, recibiendo una mueca de confusión.

—Quédate con uno de mis rifles. Y no me pongas esa cara.

—¿Qué cara? —protestó con un mohín que Chris hubiera devorado a besos.

Carraspeó incómodo, desviando su rostro en llamas. Se recuperó enseguida cuando la vio poner sus manos en jarra, haciéndolo sonreír.

—La cara de disgusto que calzaste como si te hubiera dado un pantalón cagado.

—¡Chris! —sus ojos y boca se abrieron y luego se echó a reír—. ¡Qué bruto que puedes ser!

La prefería así. Haciendo sonar sus campanillas.

—Vamos. Tómalo. En caso de que lo necesites. Yo tengo otro. Si llegara a pasar algo, dispara y la detonación me alertará.

—Solamente por eso, lo aceptaré.

—Y en caso de que los lobos se aparezcan, no juegues con ellos. —Aurora enseñó sus dientes en una sonrisa traviesa—. No bromeo. Disuádelos. El estallido los ahuyentará.

—No prometo nada.

—Aurora... Joder, que no me iré tranquilo.

—No te preocupes. Seré una buena niña... —Saludó al modo militar, guiñándole el ojo al exmilitar.

Rezongando, reemprendió el camino para hallar comida, dejando de lado cualquier preocupación por los lobos.


No era la primera vez que tenía que preparar una trampa para liebres. Satisfecho por su estructura improvisada, se alejó para armar algunas más. Llegó hasta un lago congelado. El lugar lo maravilló. La extensión era tan impresionante que casi no alcanzaba la vista para ver la orilla opuesta.

A su memoria acudió el recuerdo de disfrutar con sus amigos partidos de hockey sobre hielo en su adolescencia. O cuando enseñó a patinar a Emily, siendo la menuda y enfermiza niña que no aceptaba un no como respuesta a sus peticiones. Y él no podía negarse cuando sus ojos celestes brillaban de ilusión.

Perdido en un pasado simple y sin complicaciones, se sobresaltó cuando varios gruñidos se manifestaron a su alrededor.

—Mierda —masculló, dando un giro muy lento.

Se topó con demasiados pares de ojos lobunos. En cámara lenta, bajó su bolsón al suelo y alzó su rifle, escuchando el leve click que ponía a su arma en guardia.

—Tengo una amiga que se enfadaría mucho si les hiciera daño —comenzó con voz grave, calma, retrocediendo con cuidado—. Así que, ¿qué les parece si se dan media vuelta y se marchan por donde vinieron?

Las fieras, con las orejas gachas y los colmillos visibles, avanzaron, buscando acorralar a su presa, que respondió con más pasos en retroceso.

—Fuera —gruñó, poniendo su dedo en el gatillo y preparándose para un disparo disuasivo.

En cuanto uno de los lobos intentó saltar hacia él, gatilló, haciendo volar la nieve delante del animal, que aulló, regresando a la protección de los árboles.

Pero no fue suficiente, porque enseguida, entre ladridos enloquecidos, volvieron al ataque.

Chris se preparó para otro tiro. Uno más contundente y mortal, cuando el sonido de cristal quebrándose lo hizo llevar la atención a sus pies.

Una gran rajadura se abrió paso bajo su enorme cuerpo.

—Joder.


Aurora observó satisfecha la liebre cazada en su mano. Acarició la suave piel y besó la cabeza, en un gesto de agradecimiento y perdón.

Pero no pudo celebrar.

Escuchó un gruñido que podría haber sido imperceptible para cualquier otro y aunque no se vislumbraba nada a su alrededor, agudizó su poderosa vista para atravesar las penumbras del bosque frente a ella.

Lo notó. Pudo ver como un par de luceros minúsculos se acercaban acechantes. Su oreja se movió al percibir el mudo paso de otro juego de patas a su derecha.

El lobo no estaba solo.

Se preparó, agazapada, pero sin huir.

Sabía que no lo necesitaba.

Sólo esperó.

En unos segundos, el enorme animal tapizado por un grueso pelaje blanco y gris erizado se hizo presente como el rey del bosque.

Su cabeza estaba agachada, sus orejas orientadas hacia atrás y su hocico fruncido, hablando con los largos colmillos en el idioma del que se sabe peligroso y dueño de la captura.

Su escolta, seguramente su hembra, cerraba a un lado, con el mismo gesto, aguardando el movimiento que diera paso al ataque.

Pero la presa no titubeaba. Seguía firme, con el rostro serio y sus ojos poderosos atravesando sus homólogos casi tan dorados como los de ella.

—Alto —ordenó como la melodía de una flauta mágica.

Todo quedó en pausa. La fiera tenía una garra levantada del manto helado y así quedó.

Aurora se puso de pie, batallando con la mirada encendida del cánido.

El lobo no cejaba en su orgullo, manteniendo sus ojos en la atrevida humana.

Su duelo cayó abruptamente cuando un estruendo seguido de aullidos y ladridos descontrolados desviaron la atención de los tres, que perfilaron sus cabezas hacia el sonido del resto de la jauría, con las orejas en punta y cuerpos erguidos.

—¡Chris!

Toda su anatomía se puso en acción y se movió con la más absoluta ligereza. Volaba sobre la nieve de tal manera que parecía no tocarla.

No era la única que corría.

Los dos lobos querían estrechar la distancia que Aurora ampliaba cada vez.

Jamás la alcanzarían si ella no los dejaba.

Lo único que anhelaba era llegar a Chris. Su rastro la podía guiar. Sin embargo, era su aroma, ese tan familiar y distintivo, la que la estaba llevando a su destino. El que se abrió ante ella al alcanzar un enorme lago que parecía sin vida.

Frente a ella, el gran bolso de Chris yacía solo. Miró a un lado y a otro, con el latir desenfrenado producto de la angustia.

—¡Chris! ¡CHRIIIIIIS! ¿Dónde estás?

Analizó el lugar, encontrando huellas de más lobos, ya desaparecidos. Volvió sus ojos a la helada superficie y lo que encontró paralizó su mundo.

Un hoyo a unos metros de la orilla delataba que algo había ocurrido allí. Junto a este, el rifle de su amigo había quedado huérfano.

—¡¡No!!

Etérea como un hada, flotó por el hielo buscando el cuerpo de Chris, sin hallarlo. Pero no tenía dudas.

Chris había caído al agua helada.

Aurora se quitó el abrigo, dejándolo sobre la nieve, dispuesta a rastrear bajo la superficie congelada a su amigo. Moviéndose con ligereza y apremio activó todos sus sentidos, llamando a la quimérica criatura dormida bajo su piel.

Y esta respondió a su llamada, porque a varios metros, bajo la prisión de hielo, distinguió el abrigo de Chris, haciéndola correr.

Este no estaba estático, por el contrario, parecía que la corriente lo atrapaba y lo alejaba de ella. Comprendiendo que debía superarlo, aceleró, pero sus botas no lograban un buen agarre por el suelo helado y húmedo, provocando que patinara cada tanto.

Encontró su oportunidad con una roca que sobresalía de la superficie, como la punta de un iceberg. Se subió de un movimiento y se impulsó de este con todas sus fuerzas, saltando lo más lejos posible, cayendo varios metros por adelante de Chris, dejándose resbalar por el impulso.

Sin demora, comenzó a patear la gruesa capa de agua congelada sin dejar de mirar la trayectoria de Chris. Logró romper el hielo y justo cuando el hombre pasaba por al lado del agujero metió uno de sus brazos hasta el hombro, manoteando para apresar lo que fuera. Logró sujetarlo del cuello del abrigo, pero el pesado cuerpo, arrastrado por la corriente la desplazó de la resbaladiza superficie, rompiendo aún más el hielo.

Rugió, tensionando su mandíbula para vencer cada obstáculo que se oponía al rescate. Con su fuerza superior, atrajo el pesado bulto, descubriéndolo inconsciente. Sabiendo que el tiempo apremiaba, metió su otro brazo y la mitad de su cuerpo colgó sobre el hueco. Tomó de las solapas al hombre, y lo empujó hacia arriba, llevando al cuerpo sobre el hielo.

Terminó de sacar a Chris y con cuidado sobre el frágil terreno, se arrastró llevando del brazo el inconsciente cuerpo, hasta la orilla.

Desesperada, con las lágrimas corriendo por sus mejillas heladas, comenzó a hacer las maniobras de resucitación, presionando el pecho e insuflándole aire.

Insuflándole vida.

—Chris. Por favor, gigantón. No me abandones —lloró con los dientes apretados, sin detenerse.

Hasta que Chris respondió de manera automática, escupiendo agua. Aurora lo recostó de lado, buscando asegurarse de que no se ahogara. Cuando creyó que no tenía más agua, lo volvió a colocar boca arriba. Acercó su oído a la boca y giró su cabeza para observar el movimiento del ancho pecho, confirmando que respiraba por su cuenta.

Suspiró, aliviada de lograr una parte. Pero seguía sin recuperar los sentidos. El azul de sus labios y el temblor continuo la estaban preocupando.

Analizó los siguientes pasos para luchar contra la hipotermia que se quería llevar a su amigo y poder regresarlo por completo al calor de la vida.

—Vamos, Chris. Encontremos un refugio.

Tomó al hombre de los brazos y lo sentó. Pasó uno de sus brazos por la espalda para levantarlo. Se agachó para ubicar mejor el peso corporal y se puso de pie, cargando a Chris sobre sus espaldas.

Caminaba deprisa, entre las rocas y árboles. El suelo nevado la frenaba, hundiéndose hasta las rodillas. Pero no se cansaba. La necesidad de encontrar un refugio donde pudiera ayudar a Chris la mantenía concentrada, hasta que vislumbró en una colina lo que creyó era una cueva.

Rogando estar en lo cierto, subió dejando un surco profundo en la nieve. Tendría que volver después para borrar su rastro. Además, debía recuperar su abrigo, las armas y los bolsos.

En cuanto entró al rocoso abrigo, revisó que no hubiera ningún animal salvaje. Depositó el cuerpo tembloroso y helado sobre el suelo y salió corriendo en busca de leña para hacer un fuego que calentara el organismo debilitado.

Corrió, saltó y se colgó de las ramas de los árboles, dejando nieve caída a su paso. Sin el cuerpo de Chris sobre sus hombros, se movía con ligereza, sin hundirse sobre la blanca superficie. Recolectó troncos, ramas secas y hojas, que colocaba sobre su jersey húmedo, que usaba como si fuera un saco que llenar. Sabía que parte del material se humedecería, pero esperaba que lo que quedara arriba fuera suficiente hasta secar el resto de las ramas. Tomó algunas piedras también para buscar mayor irradiación del calor.

De regreso a la cueva, procedió de inmediato a frotar dos maderas secas, hasta que la fricción generó el calor necesario para iniciar algunas chispas, que sopló con suavidad, acercando algo de hojarasca. Encendió enseguida. Fue alimentando el fuego, obteniendo una hoguera que creyó suficiente para comenzar a calentar el pequeño espacio.

Volvió a salir, para buscar ramas que pudiera usar de aislante, evitando que el cuerpo de Chris se mantuviera sobre la fría roca. No le demoró mucho. Partió muchas ramas con algo de follaje y regresó una vez más a la cueva. Usó algunas para tapar la entrada. Otra cantidad, la depositó en el suelo y fue desnudando al agente, dejando de lado cualquier pudor, aunque no pudo evitar apartar la mirada al desnudar su masculinidad. La ropa empapada la colgó sobre el resto de las ramas traídas, cerca del fuego, sabiendo que en cuanto se recuperara, necesitaría abrigarse con urgencia.

Acomodó la imponente anatomía lo más cerca de la hoguera posible. El roce con su piel la estremeció por lo extremadamente frío que estaba. Observó su cuerpo, musculoso, alto y fuerte, con algunas cicatrices de viejas heridas y marcado con tinta —de tatuajes conocidos y recién descubiertos—, convulsionando por el frío.

No lograba entrar en calor, volviéndose cada vez más azul. Y el castañeo de los dientes era un sonido de terror en sus oídos.

—Chris, vamos. —Miró las llamas con súplica—. El fuego no es suficiente.

Las rocas que ella había colocado alrededor para obtener algo de irradiación tampoco alcanzaban.

No podía perderlo. Además de Steve, ese hombre era lo más importante en su vida.

Posó sus manos sobre el cuerpo desnudo y se concentró en su poder, esperando reactivar la temperatura del hombre todavía inconsciente. Mantuvo ese contacto por lo que sintió una eternidad, pero sus intentos no obtenían resultado.

—No puede ser... no puede ser. ¿Por qué? —lloró angustiada—. ¿Qué más puedo hacer?

Abrazó el torso tembloroso y mortecino, deseando darle su propia vida de ser necesario. Se dio cuenta que su ropa helada y empapada empeoraba su estado y no lo dudó. Con apremio, se quitó las prendas, quedándose en su desnudez. Su cuerpo quimérico, a pesar de haber sufrido las mismas inclemencias, se mantenía cálido, ganándole al frío.

Se arrodilló al lado de su amigo y lo miró con desesperación. Se recostó sobre él. Su delgado cuerpo no lograba cubrirlo. Ella medía poco más de un metro setenta, por lo que el metro noventa y seis la sobrepasaba. Frotó sus manos, su piel, sus muslos por cada rincón de la helada figura.

Se concentraba en su poder. Suplicaba a todo su ser que la ayudara a salvar a Chris. Pero sentía que no le respondía. No había heridas o enfermedad que sanar. Era un cuerpo que colapsaba por la hipotermia. La desesperación la hacía restregarse con más intensidad para lograr elevar la temperatura, pero parecía una tarea imposible. El dorado brillo de su propio cuerpo no alcanzaba a contrarrestar lo sufrido por el tiempo sumergido.

Su llanto aumentó y su voz rota se alzó una vez más.

—Por favor, Chris. —Apoyó su cabeza sobre el pecho frío y azul del hombre—. No puedes morir. ¿Qué puedo hacer? —Lloró con más fuerza—. ¿Qué debo hacer?

Siguió refregándose, decidida a no abandonar ni un segundo.

De repente, sintió algo contra su pelvis, entre ambos, y abrió los ojos, estupefacta, deteniéndose. No necesitaba bajar la vista para comprender lo que ocurría. Una gran erección que podría significar su regreso a la vida. Miró a la cara de Chris, ansiosa, esperando verlo despierto.

Pero no era el caso. Seguía con los ojos cerrados y los labios azules, tiritando. Él no se daba cuenta lo que estaba ocurriendo. Había sido una respuesta natural, primitiva, al movimiento de una mujer.

Desconcertada y paralizada, no supo cómo continuar.

En realidad, sí lo sabía. Comprendió la única solución posible y eso la hizo ruborizar, atacando su labio inferior con nerviosismo y temor.

Su poder de sanación no estaba funcionando con el contacto exterior. Lo que le quedaba, era lograrlo desde el interior. Eso significaba tener sexo con alguien que no fuera Steve.

—No —murmuró—. Debe haber otra solución. Tengo que...

Retomó la tarea de frotarse, esperando que la fricción subiera la temperatura corporal. Pero llevaba demasiados minutos y sentía que cada vez el estado de su amigo empeoraba. El temor de perderlo para siempre la hizo convulsionar por el llanto desconsolado.

No le quedaba más que una elección. El tiempo era su enemigo y debía decidirse sin demora.

Con lágrimas cayendo por sus mejillas, apretó sus párpados con fuerza y deslizó titubeante su mano por el duro vientre de Chris, hacia abajo. Sus yemas recorrieron los relieves abdominales con timidez, siguiendo el camino casi imperceptible de vellos desde el ombligo que la llevó hasta el miembro erecto del hombre. Sus delgados dedos rodearon su ancho y largo tronco y lo movió, guiándolo su destino.

Como una lanza en busca de su diana, lo alzó apuntando hacia arriba. Elevó su cadera y sin abrir en ningún momento sus ojos, movió la punta hacia su sexo y lentamente se dejó caer, percibiendo la magnitud de su envergadura abrir su canal al introducirlo en ella.

Necesitó acostumbrarse a la invasión al sentir su carne estirarse con un leve dolor por falta de humedad, pero no importó. Terminó de empalarse ella misma con necesidad y urgencia. Una basada en los instintos más básicos.

El carnal.

Y el de supervivencia.

Debía primar este último si Aurora quería salvar la vida de su amigo.

Sentirlo dentro suyo la rompía en muchas formas. Ese pensar inició un estado agónico que se manifestó en sollozos.

Pero debía continuar.

Debía hacerlo.

Porque no lo perdería por nada del mundo.

Empezó a moverse con suavidad, manteniendo su cuerpo pegado al de Chris. A medida que sentía que el hombre reconocía los movimientos sexuales, la intensidad fue creciendo.

Aurora sabía que su curación sólo funcionaría si ella llegaba al orgasmo. Sin embargo, parecía una tarea imposible. ¿Cómo disfrutar cuando lo que hacía la condenaba? Sólo podía pensar en Steve y en el dolor que le causaría, porque sabía que no podría evitar decirle lo que había hecho. No podría ocultárselo.

Su llanto se incrementó, gimiendo desconsoladamente.

Entonces las manos frías y grandes de Chris la tomaron por la cadera, con fuerza, sorprendiendo a Aurora, que abrió los ojos.

Sintió pánico. Uno diferente al temor de perderlo.

Porque lo que la asustaba, era toparse con los ojos celestes que siempre la alegraban en un momento tan íntimo. Uno que le pertenecía solamente a Steve. A los ojos nocturnos que tanto amaba.

Alzó la vista y notó que Chris seguía inconsciente. Era su cuerpo el que actuaba automáticamente, como si estuviera soñando. Aurora se secó las lágrimas, aliviada por eso y porque su amigo parecía estar volviendo a la vida, lo que haría que su padecimiento valiera la pena.

Sus cuerpos rozándose en la torpe danza estaba aumentando la temperatura. Aurora lo sentía, por lo que debía continuar con el acto de salvataje, concentrándose en imaginar a Steve.

Pero eran otras manos las que subieron por su espalda. Un par de manos grandes, ásperas y varoniles, que involuntariamente, la dominaron, y en un movimiento repentino la voltearon, ubicándola debajo del hombre.

Aurora contempló otra vez hacia la cara de Chris. Tenía los párpados entreabiertos, con sus pupilas dilatadas, pero su mirada parecía perdida, fija en algo más allá de lo que tenía delante de él.

Quedó escondida debajo de la gran figura, con sus brazos pegados a su pecho, como si quisiera evitar que sus senos tuvieran contacto con la piel masculina. Llevó también su rostro hacia abajo. Ya no podía ver a los ojos azul claro de su amigo.

Los gemidos guturales y arcaicos fueron escalando en volumen, rebotando en las paredes de roca. Lejos de crear una atmósfera erótica, el sonido producía en Aurora el doloroso cantar de un sacrificio que sentía podía costarle demasiado.

Su amistad con Chris.

Su alma y mente quedarían marcados por ese encuentro obligado, urgente y salvaje.

Y, especialmente, podía costarle lo que más amaba en el mundo cuando este se enterarse que su cuerpo había sido tomado por alguien más.

Aurora quería a Chris, lo amaba, pero sólo como amigo y sentirlo llenándola sexualmente, volviéndose uno de aquella manera, quebraba algo en su relación. Mas no era el momento para pensar en ello o dejarse llevar por la desesperación. Tenía que concentrarse en llegar al orgasmo con el hombre.

Volvió a llorar con angustia al sentir cómo el roce de los dedos masculinos sobres sus piernas buscaban sus nalgas para poseerla con más fuerza y los labios de él recorrían su cuello. La tomaba con desesperación, embistiendo en ella con fervor. Abriéndola más para él.

Cerró los ojos una vez más para mantener sus pensamientos en Steve. Imaginó su piel, su cuerpo, su perfume, abstrayéndose de lo que ocurría a su alrededor. Eso era lo único que le quedaba por hacer. La similitud entre ambos cuerpos era de ayuda para lograr su objetivo, mientras se repetía a sí misma que no era Chris.

Era Steve, su amado Steve.

Con eso en mente, aflojó su cuerpo y llevó sus manos a la espalda del hombre que estaba encima. Lo apretó contra ella, transmitiéndole su calor.

Más que su calor. Le entregaba toda su vida, para rescatarlo de la fría muerte que quería robárselo. Se movió con más fuerza, buscando la armonía necesaria para alcanzar el hechizo salvador que tanto necesitaban. Los gemidos que escuchaba provenientes del hombre, roncos y salvajes, querían sacarla de su trance, pero los rechazaba. Estaba por alcanzar su estado divino, dador de vida y fuerza. Sólo necesitaban un poco más.

Un empuje final.

El miembro se clavó con más ímpetu, alcanzando lugares extremos que provocaron que su espalda se arqueara ante el brutal ataque. Dejó que los instintos primitivos hicieran el trabajo, dejándose llevar por la vorágine del placer carnal, esquivando cualquier pensamiento que la traicionara en su objetivo.

Hasta que ambas entidades se tensionaron al llegar al orgasmo.

Los dos brillaron y esa luz iluminó todo su ser. 

Lo sintió colmarla, rebalsarla de su simiente.

Poco a poco, el gran hombre se relajó sobre la muchacha que, al volver a la realidad, sollozó sin tregua escondiendo su cara en el hombro de su amigo. Se mantuvo en ese lugar, recuperando la posición de sus brazos sobre su propio pecho, buscando algo de distancia física.

Esperó unos minutos y al comprobar que el calor había vuelto a Chris, abrió sus ojos y confirmó que por fin estaba fuera de peligro. El color de su piel había vuelto a la normalidad.

Sobreviviría.

Ahora era su propia alma la que necesitaba salvar.

Recostó a Chris con suavidad de lado para que el frente tomara el calor de la hoguera, agradeciendo mentalmente que siguiera dormido. Creer que no sabría lo que había tenido que hacer, los límites que había tenido que sobrepasar sería lo que evitaría que se alejara de él para siempre.

Al ponerse de pie, el cosquilleo recorriendo la parte interna de su muslo captó su atención, nublando una vez más sus ojos.

Las esencias de ambos, mezcladas, parecían quemar su piel, atravesando su carne.

Tenía que limpiarse de inmediato.

Borrar en ella todo vestigio, toda marca de su gesto de amistad.


N/A:

¡¡¡Por fin!!! Este capítulo es el que dio origen a esta secuela. Se apareció, como me suele ocurrir, en sueños (no tan explícito, malpensadas), sino, el ataque de los lobos a Chris. El resto, cayó por su cuenta... 😏🔥

A partir esto, ¿podrán Chris y Aurora mantener su amistad intacta?

¿Qué pasará con Steve?

Espero les haya gustado. Comenten y voten.

Gracias por leer, Demonios!

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