93. Al calor del fuego
93. Al calor del fuego.
Entre los dos habían traído troncos ya trozados del exterior —lo que Chris había agradecido al no tener que ponerse a cortar a hachazos en la fría noche—, y de paso, guardado la camioneta bajo el cobertizo de madera en la parte trasera de la cabaña.
Una vez adentro, Aurora había dejado a Chris la tarea del encendido y aprovechaba para pasear —como su curiosidad siempre le dictaba—, por cada rincón y fotografía, conociendo una vida que se notaba feliz y completa. Se detuvo en la imagen que reconoció en la propiedad neoyorkina de su amigo y sonrió.
—Tienes la misma foto en tu casa —dijo más para sí que hacia Chris.
Pero enseguida lo tuvo a su espalda, viendo lo mismo que ella. A ese adolescente delgado luciendo una amplia sonrisa, feliz por una presa que sostenía y siendo abrazado por quien no cabía dudas era su padre. Un hombre imponente de anchos hombros que rodeaba los de su hijo con su fornido brazo, dejando caer su mano por delante del pecho del muchacho. Ambos con camisas leñadoras remangadas hasta los codos.
—Es uno de mis recuerdos favoritos. Papá y yo veníamos de caza. Teníamos algunas cornamentas colgadas en las paredes.
De manera automática y simultánea revisaron a su alrededor, comprobando que ya no había vestigios de eso.
Chris se encogió de hombros.
—Las sacamos y dejamos de cazar por pedido de Emily. Si bien no es vegetariana ni nada de eso, nos lloró a papá y a mí que dejáramos de cazar por deporte. Solamente lo hacíamos cuando nos quedábamos aquí por el verano y teníamos que comer lo que conseguíamos por nuestros medios, o nos moriríamos de hambre.
—Eso es increíble. Así que por él te hiciste francotirador —dedujo.
—Exactamente. Ver un blanco, exhalar el aire y quedar en una calma total es para mí, como estar en trance. Y hoy, que no tengo a mi padre, es una manera de sentirme unido a él. Y de hacerlo sentir orgulloso desde donde me observe.
Aurora arqueó una ceja y Chris rio.
—Sí, Aurora. Creo que mi padre me ve.
No quiso debatir cuando los ojos de cielo brillaban de ilusión. En su lugar, esbozó una ligera sonrisa llena de cariño y regresó a la imagen. Notó algo que llamó su atención y buscó su confirmación en la muñeca de Chris.
—Llevas el reloj de tu padre.
El agente curvó sus carnosos labios hacia arriba, enternecido.
—Lo notaste.
—Claro que lo noté. —Volteó completamente hacia él, inclinando su cabeza hacia atrás para conectar con sus ojos—. Te veo Chris. No conoceré todo de ti, pero sí lo que me muestras cada día.
La sonrisa del hombre decayó levemente, deseando en parte que ella pudiera realmente ver todo lo que deseaba.
Rechazó de inmediato ese pensamiento.
No creía que fuera una buena idea.
Una parte de él se cuestionó qué ocurriría si reconocía en voz alta sus sentimientos. Si se los confesaba de una vez y poder quitarse la angustia que llevaba en él, aunque eso lo alejara para siempre de Aurora.
Su ángel.
En lugar de perderse en repetidas ideas que lo llevaban a una estrepitosa caída por un abismo, eligió seguir tomando lo único que podría recibir de Aurora.
Su amistad.
—Ven preciosa. —La guio a la cocina anexa—. Hace un par de horas que comimos. ¿Quieres algo? No hay mucho más que latas de conservas, té y café. Pero podremos engañar los estómagos por varios días, incluso cuando llegue Steve. Hasta que todo se resuelva en casa.
—No me gusta el café, así que, prefiero un té.
—Genial.
Aurora contemplaba la fuerte figura adueñándose de todo el espacio mientras Chris preparaba las infusiones. Descansó su cabeza sobre su mano, apoyando el codo en la barra de madera, a la espera de la taza.
—Como dije antes, hay mucho que no sabemos uno del otro —soltó de repente, obteniendo un ceño arrugado como respuesta—. A pesar de ser amigos, me avergüenza no saber que te llamas Christian Jordan Webb. Y tantas otras cosas.
Un cosquilleo se extendió por todo lo alto y ancho de Chris, como hormigas enloquecidas. Terminó con el té y entregó la taza correspondiente, quedándose con la suya, de pie al otro lado, con sus codos apoyados y sus pupilas clavadas en su acompañante.
—¿Y qué te gustaría saber? —ronroneó, sugerente, llevando su boca al borde del pocillo.
La muchacha también bebió, saboreando el brebaje. Apoyó la taza y frunció su boca de cereza, entrecerrando sus párpados.
—¿Tu mamá te puso Christian porque son cristianos?
La varonil carcajada estalló en sus oídos.
—¡Oh, No! ¡Santo Dios! No es una fanática. —Su pecho se movió con los ecos de su risa—. Mientras estaba embarazada de mí, leía cuentos en voz alta de Hans Christian Andersen y bueno, al nacer ella escogió ese que parecía tan natural.
—Esa es una escena muy conmovedora. Me gusta. ¿Y Jordan?
—Mi padre lo eligió. Por Michael Jordan. Al parecer, siendo jóvenes se cruzaron en algún partido, despertando la admiración de papá y creo que intercambiaron unas palabras. Algo en él le dijo que ese chico sería grandioso. Y no se equivocó. —Aurora parpadeó, confundida ante el desconocido nombre—. Sabes de quien hablo. ¿El jugador de básquet?
—No lo conozco. ¿Es bueno?
—¿Qué si es...? ¿Cómo es posible que no conozcas al que probablemente es el mejor jugador del mundo? No. De la historia. Juega de escolta. Yo tenía su misma posición en la universidad.
Aurora se encogió de hombros.
—Esto es herejía. Un insulto al deporte —bufó, haciendo reír entre dientes a Aurora—. Ahora dime tú. Pudiste escoger tus nombres cuando cambiaste tu vida, pero ¿cómo te llamabas antes?
—¿Antes? ¿Dices Shiroi Akuma?
—No. Digo... ¿Cómo te llamabas antes de ser capturada por Arata? ¿Qué nombre tenías al nacer?
—Pues... el Dr. T. no llegó a ponerme un nombre.
—¿Doctor T?
—El doctor Tasukete. Dr. T.
—Ah, sí. El doctor que modificó tu ADN. Steve me contó eso y que por ello Cale Cameron estaba obsesionado con tu sangre. Quería lo mismo que tú tienes.
—¿Qué fue lo que te dijo Steve? ¿Qué es lo que sabes de mí?
—Pues eso... Que fuiste mejorada genéticamente con un suero para ser superior a... bueno, a todos nosotros. Algo del programa Hércules.
—Fue algo así... ¿No te dijo cuándo o cómo nací? —Negó, desconcertado—. Chris, yo nací hace un año. Y un poco más. El doce de diciembre del dos mil siete abrí mis ojos a este mundo.
Creyó entender mal, porque una cosa así era imposible. Pero con Aurora había aprendido que nada lo era.
—Sigo sin comprender. ¿Cómo...?
—Soy un experimento, Chris —expuso con cuidado, posando sus ojos en sus manos, que movían sus dedos con nerviosismo sobre la superficie de cerámica. Sus dientes apretaron su labio inferior. No se atrevía a elevar la vista por temor a encontrar en los ojos celestes repulsión o miedo.
—Eso ya lo sé.
—No Chris. Lo que quiero decir es que soy un fenómeno. Una quimera. Algo creado desde que era un feto. El Dr. Masao aprovechó que había inyectado un suero para mejorar el rendimiento de los soldados modificando su genética en mi madre, Olivia Woods, y cuando esta murió por los efectos adversos, me tomó de su vientre y escapó. Eso fue hace ya once años atrás.
—Once años atrás, pero naciste hace uno. Lo que significa... no, espera. No puede ser posible. Deberías tener, o al menos lucir...
—Como una niña de diez años, un poco más.
—Y luces como una mujer —<<una hermosa diosa>>—, de veinte años.
—Me tuvo en una cuna de crecimiento y aceleró mi desarrollo durante ese tiempo, combinándome con ADN de otras especies, sin despertarme. Quién sabe por qué. Eso no lo sabré nunca. Pero sí sé que su fin, o al menos su proyecto inicial, era crear soldados perfectos con sentidos más desarrollados. Y yo soy ese producto. Una aberración de la naturaleza.
—No permitiré que digas una cosa así.
La severidad con la que había hablado sobresaltó a Aurora, aunque de inmediato, el regaño dejó paso a la ternura cuando Chris la contempló con calidez, estirando una sonrisa suave y acogedora, que los envolvió. Lo que él veía era pura luz. Rayos de sol colándose entre ramas de cerezos en primavera.
—Eres lo más increíble, maravilloso y hermoso que existe. Sin ti, yo... yo... digo... Has cambiado tanto nuestras vidas, que no puedes pensar que eres otra cosa más que un rayo de luz. Eres alegría, Aurora. Adonde sea que vayas, iluminas a todos.
Sintió la emoción anidar en su pecho al escucharlo en aquella profunda voz, como si hubiera murmurado un hechizo.
Steve era el único que, conociendo su secreto, la hacía sentir especial y querida. Y a partir de ese momento, Chris sería su otro confidente.
—Acabo de darme cuenta de que todo este tiempo que supiste que era una mutante, nunca me temiste o rechazaste. Y ahora que conoces algo aún más extraño, sigues aceptándome.
—¿Por qué te rechazaría? Cuando te veo, no veo tus mejoras genéticas. Veo a la mujer más dulce, lista, graciosa y valiente que existe. Tus adaptaciones te harán más fuerte, rápida e inteligente, pero tu esencia, tu bondad, no se debe a esos cambios. Eres tú.
—Lo mismo dice Steve.
—Claro que lo diría. Porque es cierto. Somos dos hombres extremadamente sabios.
—Veo que también comparten la modestia.
—Se le llama honestidad. —Rieron—. Eres una verdadera caja de sorpresas.
—Hay personas que no les gustan las sorpresas. Steve es uno de ellos, aunque dice que si vienen de mí, las acepta.
—Somos hombres a los que las sorpresas le pueden costar la vida. Pero hay sorpresas y sorpresas. Tú me provocas infartos cada vez que sé que están haciendo algunas de sus benditas misiones.
Le sacó la lengua, a modo de burla.
—Pues a mí me encantan. Como por ejemplo, la que me diste en mi cumpleaños, esa deliciosa caja de chocolates.
El rubor tomó el rostro de Chris.
—Me alegro mucho.
—Esto me hace pensar en otra cosa que no sé de ti: cuándo cumples tú.
—Fue en octubre —respondió despreocupado—. El veintidós.
Las piedras ambarinas se abrieron al recordar esa fecha.
—Chris, lo siento. No lo sabía. —Se levantó y caminó hasta donde estaba—. Feliz cumpleaños. No tengo nada para darte ahora—. Lo abrazó y besó en la mejilla—. Espero poder compensártelo.
Recibió con los ojos cerrados el mejor regalo que podía desear.
—Ya lo acabas de hacer.
—Qué fácil te contentas.
—No te das una idea —musitó.
Se quedó observándola unos segundos, perdido en el color de sus iris, dominando el impulso de sus manos de acariciarla. Carraspeó dando un paso atrás, calmando el ardor en su sangre. Si seguía mirándola, no podría controlarse y la besaría en los labios.
—Todavía no es muy tarde. ¿Quieres sentarte un rato frente al fuego?
—Me encantaría.
Buscó dentro de su taza y apretó el entrecejo. Chris la imitó para luego reconectarse en un mismo antojo.
—Tengo que prepararme otro té. ¿Quieres?
—Por favor.
—Ve a la chimenea, enseguida voy.
—¿Podríamos apagar las luces? Creo que las llamas tienen cierto encanto que se disfruta más cuando brilla en soledad.
—Puedes hacer lo que quieras, preciosa.
Quedaron sentados uno al lado del otro entre almohadones, sobre la alfombra, con nuevas tazas de té caliente en sus manos. Aurora tenía sus piernas cruzadas como indio, en tanto Chris recostaba su largo cuerpo, con una pierna extendida y la otra flexionada, ladeado para tener su torso frente al calor del hogar.
Sentían cómodo el mutismo que los rodeaba, cortado solamente por el crepitar de las llamas, el cual, junto a su luminiscencia, llenaban el lugar con una fuerza abrasadora que irradiaba magia en la reducida sala que habían dejado en penumbra, encantados por la danza de fuego.
Una danza que los tenía hipnotizados y poco a poco los había llevado a perderse en laberintos mentales.
De improvisto, un suspiro lastimero resonó en el oído de Aurora, llevándose su atención al hombre a su lado. Su masculino perfil lucía rígido y sus ojos idos sobre las llamas.
—¿Estás bien, Chris? —El rostro del aludido se fijó en ella, todavía en trance—. ¿En qué pensabas?
Un par de parpadeos lo trajeron de regreso. Su cuerpo se tensionó y con la mirada otra vez sobre el fuego, dejó que las palabras fluyeran con desánimo. Si podía hablar con alguien, era con Aurora.
—Pensaba en Carly. En lo ocurrido.
—No fue justo nada de ello. Para ninguno de los dos.
—No. —El pesar los embargó como testigos de demasiada crueldad—. Pero estamos tratando de hacer nuestra parte para que ellos no ganen. Ella te lo agradecería.
—Nunca sabrá lo que hicimos, pero lo haremos por ella. Por todos los que sufrieron.
—Así es, preciosa —sonrió de esa manera que siempre la maravillaba—. Me alegro de que seas tú la que luche conmigo. Tú y Steve.
Se removió, buscando un nuevo tronco que añadió al calor de la fogata, quedando sentado por completo junto a su amiga.
—También pensaba en lo que tuvimos.
—Me apena que lo de Carly y tú no funcionara.
—No te apenes. No estábamos enamorados. Es que... Me siento engañado. No es que pensaba que fuéramos a avanzar, pero después de estar tanto tiempo solo, pude conectar con alguien a... nivel íntimo. Pero al final, nada fue real. Follamos sólo porque era un blanco. Lo que es humillante.
—No creo que haya sido así. Estuvo sometida a mucho y sólo buscó cómo sobrevivir. Ella habló de ti. —Chris arqueó las cejas—. Ya sabes, cuando fingí ser bailarina. Fue... muy entusiasta en alabar tus dotes. Creo que llegaste a gustarle de verdad.
—Mierda. —Se tapó la cara, avergonzado—. No quiero saber.
—¿Al menos lo disfrutaste? Siempre viene bien un poco de roce piel con piel.
—Aurora Sharpe, eres atrevida.
—No te imaginas —rieron. Pero enseguida se sonrojaron cuando sus ojos se encontraron.
Desvió la mirada. Pasó su gran mano sobre su nuca, liberando su incomodidad al imaginar a una Aurora apasionada y sensual.
Las risas se apagaron y Chris notó que Aurora volvía a sentirse nerviosa cuando su largo índice empezó a dibujar sobre la tupida alfombra.
—Debo confesarte algo, Chris. Sobre Carly. Yo... —El remordimiento la tenía apretando su labio inferior entre sus incisivos, con la mirada baja, sobre su dedo inquieto—. Sabía que ella estaba enamorada de alguien más.
—¿Qué? ¿Cómo...?
—No te enojes conmigo, por favor.
—No puedo hacerlo, preciosa —suspiró—. ¿Por qué no me dijiste?
—Porque ella me aseguró que sería sincera contigo. Además... Me dijo que tú tampoco estabas enamorado de ella, sino de alguien más.
Entre el crepitar se escuchó al agente pasar saliva por su garganta.
—¿Qué... te contó?
—No mucho más. Que los dos disfrutaban del sexo. Uno muy bueno —alzó la mirada, guiñando el ojo y sonriendo con picardía cómplice, para aligerar el momento—. Pero que lo acabaría de inmediato porque los dos amaban a otras personas.
Los dos pares de ojos cayeron sobre el fuego oscilante, en una pausa necesaria que rompió unos minutos después Aurora.
—¿Es cierto Chris?
—¿Qué cosa?
—Que sigues enamorado.
—¿Sigo?
—Sí. Digo, imagino que es de tu exnovia. A ella se refería Carly, ¿verdad?
Chris rio de manera limpia y espontánea.
—Dios. Olvida lo que dijo. Clare, así se llama mi ex, ya no ronda por mi cabeza y mucho menos mi corazón. Ella me abandonó por un compañero suyo de teatro el día que le propuse matrimonio. No hay nadie en mi vida.
—¡Qué triste! Es terrible que el día que le propones a alguien ella te diga que te estuvo engañando con otro.
—Además, se llevó a mi perro. Un hermoso pastor alemán que adoraba.
—Esa definitivamente es la peor parte.
Ambos se miraron y comenzaron a reír nuevamente. La herida ya estaba sanada y se daba cuenta lo ridículo que era todo.
—Perdón. No es gracioso nada de eso.
—Sí lo es. Tienes razón en reír. Fui un tonto que no pudo darse cuenta de todas las señales de que las cosas andaban mal entre nosotros dos desde hacía tiempo. Es vergonzoso para un agente del FBI.
—Lo lamento. Pero estoy segura de que fue para mejor. —Fijó sus ojos, que con el reflejo de las llamas brillaban más de lo habitual—. No soy experta en el amor, pero creo que para poder aceptar a alguien en tu vida, en tu corazón, primero debes cerrar heridas y pasados. Eres un gran y atractivo hombre. Mereces a alguien igual de increíble que tú y no debes conformarte con nada menos. No te desanimes, porque no dudo de que la mujer de tus sueños anda por ahí, para cuando estés listo. El día que la encuentres, sé que la harás feliz. Y espero estar a tu lado, como tú lo has estado conmigo, con nosotros.
Chris se quedó mirándola.
—¿Crees que soy atractivo?
La risa alegre de campanillas repiqueteó en el pecho de Chris.
—Dije cosas más profundas, ¿pero tú escuchaste eso?
No podía explicarle lo que su discurso había removido en él, por lo que lo más sencillo fue sonreír con un guiño travieso.
—Así que Aurora Sharpe me considera atractivo.
Sin dejar de sonreír, Aurora rodó los ojos.
—¿Es que no te has visto al espejo? Claro que eres atractivo. Podrías tener a cualquier mujer.
—No me interesa estar con cualquier mujer —suspiró—. Sólo quiero estar con alguien el resto de mi vida. Alguien que me ame y a quien ame con toda el alma. Tal vez sea atractivo, pero soy un desastre encontrando buenas mujeres.
Una nueva y angustiosa exhalación llenó el espacio entre ellos.
—No quiero ser mezquino, pero...
Chasqueó la lengua con una triste mueca.
—¿Pero...?
—Sentí envidia por Jean-Pierre porque alguien como él tiene una familia, y por un instante en ese hombre... El verdadero padre... Otro criminal. —Se contuvo sabiendo que era la decepción la que hablaba—. Joder. Toda mi vida fui un buen hombre, o al menos, lo intento cada día. Sueño con una familia... —Apareció un brillo húmedo en los ojos que repetían el rojo y amarillo de las llamas, conmoviendo a Aurora, que lo escuchaba en silencio—. Cuando supe del bebé... Fue un gran impacto y sentí que el mundo se volteaba. Dolió pensar en su pérdida cuando creí que yo era el padre. Y luego... me vi como padre en otra realidad. Me encantó la idea, a pesar de las circunstancias. Aunque entre Carly y yo no hubiera nada más, saber que habría un pedacito de mí en el mundo, un niño o niña... Joder...
Aurora lo comprendía. Demasiado bien, pero era el momento de desahogo de Chris, por lo que decidió no compartir su mismo dolor.
Se arrodilló enfrentando el perfil del alto hombre y sin saber qué otra cosa hacer para consolarlo, lo rodeo con un abrazo que lo arropó, tocando su alma y llenando cada rincón de su entidad con el calor de su resplandor.
—Tendrás tu pedacito de ti y el mundo será un mejor lugar por ello, Chris. Mi querido Chris —susurró sobre su hombro—. Ya lo verás.
Respondió con fuerza al mismo gesto, aferrándose a esa promesa y al aroma que llenaba sus pulmones.
—Gracias, preciosa. —Apretó su abrazo—. Gracias.
Ruidos de un motor llegando a lo lejos alertó el agudo oído de Aurora, poniéndola en guardia.
—Viene alguien —habló en voz baja, rompiendo el contacto para observar hacia la pared de troncos como si pudiera atravesarla y alcanzar la distancia a través de los árboles nevados.
—No escucho nada.
—Todavía están lejos. Pero deberíamos prepararnos.
—¿Lo puedes escuchar?
—Perfectamente.
Chris prestó atención hurgando por el sonido, pero era inútil. Supuso que sería una de las mejoras que el científico había efectuado en ella para crear un soldado más eficiente.
Dejó sus divagues para centrarse en algo más importante.
El hecho de ser descubiertos, lo que lo tenía alarmado.
—¿Cómo es posible que supieran? Nadie conoce este lugar salvo mi familia —gruñó Chris, poniéndose de pie y alcanzando uno de sus rifles.
Lo revisó y comprobó que estuviera listo.
Rebuscó también su celular, maldiciendo al ver que no tenía señal, aunque ya lo supiera.
—Desde ayer que no sé nada de Lara y del caso. Quiero creer que ha podido poner sus manos en Cross y los suyos, pero si no es así...
—Ellos nos encontraron —completó Aurora, agazapada junto a una de las ventanas, esperando ver al enemigo desde un lado de la cortina.
Aprovechando que las gruesas telas cerradas ocultaban la visibilidad de las luces de las llamas del interior, Aurora y Chris se prepararon para lo inevitable.
El francotirador abrió una rendija de la ventana, acomodando su arma en el filo y fijando su ojo en la mira de visión nocturna, buscando el ángulo de aparición del vehículo.
Aurora seguía la misma dirección que le había indicado a su compañero, agudizando sus ojos adaptados para atravesar la oscuridad reinante, alcanzando límites más allá de lo posible.
No demoraron en aparecer un par de faros a la distancia, desplazándose lentamente por la espesa nieve.
La tensión recorrió por cada fibra muscular de ambas anatomías, que contuvieron la respiración en un mismo impulso. El sonido del arma enlistándose erizó la piel de Aurora en tanto Chris dejó que el aire saliera lentamente de su sistema.
Enfocó hacia el interior del habitáculo, apuntó y...
—¡Carajo!
Bajó el rifle en un brusco movimiento y se paró, alzando sus casi dos metros de altura, frotando su nuca y mascullando palabras inentendibles.
—¿Qué pasa Chris?
—No es el enemigo.
—¿Y quién es?
—En estos momentos, algo peor.
N/A:
Nuestro Chris necesita consuelo... ¿Alguien se ofrece? Estos momentos juntos les da la posibilidad de una intimidad que abre más sus corazones. Me gustan esas charlas frente a un rico fuego. ¿Y a ustedes?
¿Quién será el que llegó?
Espero les haya gustado. Comenten y vote.
Gracias por leer, Demonios!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro