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92. Cuestión de fe.

92. Cuestión de fe.

Eran las seis de la tarde y en la casa familiar de los Webb se olía una próxima cena. Una cena en solitario, aunque Mary siempre cocinara como si en cualquier momento su hogar se llenara de bocas para alimentar. A pesar de vivir con su hija menor, sabía que esa noche no iría a dormir, por lo que la pasaría sola.

Últimamente repasaba en su soledad más que nunca. Con sus dos hijos ocupados con sus trabajos —uno de ellos viviendo en Nueva York y la otra, casi sin pisar su casa—, las horas del día con sus propios pensamientos la llevaban a recordar con más frecuencia a su adorado esposo, fallecido ya hacía cinco años.

Extrañaba su vozarrón, su risa estruendosa y sus alegres ojos. Siempre de buen humor y listo para prestar ayuda a cualquiera que la necesitara, más allá de sus deberes como oficial de la ley. Y sus abrazos. Ese gigante había sido su hogar por casi treinta años, por lo que sus chistes todavía resonaban entre las paredes de la casa que habían compartido la mayor parte de su matrimonio. Se consolaba pensando que seguramente en poco tiempo se reencontraría con él, que volvería a escuchar sus repetidos chistes y le cantaría al oído como hacía cuando se iban a dormir, cada noche.

Lamentaba no llegar a conocer a ningún nieto antes de partir. Le hubiera gustado ser abuela. Descubrir en los rasgos de los pequeños algo de sus propios hijos. O de ella y su marido. Un retazo de ellos que quedaría una vez partiera a la otra vida.

Sus pupilas buscaron el calendario colgado al refrigerador, que le recordaba la próxima cita con su oncólogo. Una difícil y que determinaría todo para ella.

Para su familia.

Llegaba irremediablemente el momento de revelar la situación ocultada durante meses, y con ello, su decisión. Era por eso que cada día rezaba a Dios. Para obtener fuerza de Él.

La sobresaltó el timbre del teléfono, haciéndola soltar el plato vacío que tenía en la mano, que se estrelló con estruendo contra el suelo. Enseguida se repuso y buscó acallar el sonido aceptando la llamada.

—Hola —respondió de forma seca, mirando con molestia los restos de la vajilla, sintiendo su corazón latir apresurado.

¿Señora Webb?

—Ella habla.

Un suspiro de alivio pareció llenar el espacio del otro lado del teléfono.

¿Se encuentra su hijo?

—Él está en Nueva York. ¿Quién es?

Maldición. Necesito que me escuche con atención. Sé que sonará extraño, pero es de vida o muerte. No puedo decirle mi nombre, pero debe saber que soy un amigo de su hijo. Él está yendo hacia su casa. Con alguien que es muy importante para mí.

—¿Quién?

Habiendo estado casada con un policía por muchos años y con un hijo agente federal, nada la sorprendía, pero debía reconocer que nunca le había pasado una cosa así, por lo que se prestó a escuchar con atención aquella grave y profunda voz.

Ya lo sabrá. Debe darle un mensaje a ella. Dígale que estoy bien. Estoy siguiendo sus pasos y pronto los alcanzaré. Los tendré en mi radar.

—¿Qué significa eso? ¿Es una amenaza?

Su voz tembló a pesar de su intento por sonar firme.

Se preguntaba en qué se había metido su hijo, si acaso se había escapado con la esposa de aquel hombre. Recelosa, hurgó en el silencio en la línea, desentrañando lo que sus palabras indicaban. Y como madre protectora de su cachorro, no dudó en defender su honor al creer comprender su insinuación.

—Mi hijo es un buen hombre.

El mejor.

—Es honrado y jamás tendría un comportamiento tan vil como...

Lo sé, señora Webb.

Buscó un tono irónico que contradijera sus dichos.

—No bromea.

No se me da ser bromista.

—Confía en mi Chris.

Lo hago. Tanto que tiene en sus manos lo más valioso que poseo en el mundo. En mi vida. Y sé que usted y su hija son lo más valioso para él... —<<y Aurora>> le recordó una voz en su interior—. Es por eso que le pido que les dé ese mensaje. Ellos me esperan.

—¿Por qué debería creer en usted? ¿Cómo sé que realmente es un amigo si no me dice su nombre?

Steve demoró unos segundos en dar la respuesta que esperaba fuera una prueba sólida.

La navidad pasada él recibió un paquete por correo allí mismo. Un regalo. Un libro. Nosotros se lo obsequiamos.

—¿Qué libro?

Moby Dick.

Mary respiró más tranquila. Pero duró un parpadeo al darse cuenta que algo malo estaba pasando para tanto secretismo y no le gustaba nada.

—¿Qué está ocurriendo? ¿Mi hijo está en peligro?

Su hijo le explicará. Escúchelo y haga todo lo que le diga. Y deles mi mensaje. Tal cual se lo dije.

Cortó.

La mujer se quedó con el receptor en la mano, sin poder quitarlo de su oreja. Sus palabras la habían angustiado pero comprendía la importancia de no perder el temple. Despacio, acomodó el aparato en su lugar y caminó como sonámbula a terminar con la tarea pendiente. Buscó un trapo para tomar los trozos de porcelana cuando escuchó que la puerta principal se abría.

¿Mamá?

Otra grave voz —pero aquella era familiar y adorada por la mujer—, se escuchó amortiguada a través de las paredes que los separaban de la entrada.

—¡En la cocina!

Perdón que viniera sin avisar. Pero...

Se puso de pie justo cuando Chris ingresaba y aunque lo esperaba acompañado según lo que el hombre de la llamada le había anticipado, quedó pasmada al ver la presencia angelical que lo seguía. A pesar de que el atuendo que vestía —a juego con su imponente hijo—, anticipara batalla.

No duró mucho su inspección porque Chris hizo lo mismo con ella, observando el plato roto en su mano.

—¿Todo bien mamá?

—Claro, claro. Un amigo tuyo llamó recién. El sonido me sorprendió. Eso es todo.

Giró hacia el cesto de basura, arrojando los trozos.

—¿Un amigo?

—Fue el que me dijo que vendrías. —Desvió la atención a la muchacha, que abría los ojos desmesuradamente, con el anhelo impreso en ellos y el sonrojo ardiendo en sus mejillas—. Que vendrían. Dejó un mensaje para ti.

Los iris dorados bailaron en su humedad. Aurora llevó su mano a su boca, ocultando un gimoteo que igual llegó a oídos de Chris y Mary.

—¿Él... está bien?

—Lo está —sonrió con dulzura maternal, que enseguida mudó por un semblante de preocupación—. Dice que... —reviró los ojos, llamando a la memoria—, que está siguiendo sus pasos y que pronto los alcanzará. Que los tendrá en su radar.

—Steve... —Sus cuencas se inundaron y volteó hacia Chris, abrazándolo con necesidad—. Chris, Steve está bien. Él... Pronto estaremos juntos.

El gigante la consoló con sus largos brazos, acariciando su cabeza con ternura.

—Claro que sí, preciosa.

Cuando movió sus ojos hacia su madre, que los observaba de manera analítica, se tensionó. Apartó la vista de la mujer que le había dado la vida y que podía leerlo como a un libro.

Sin embargo, podía sentir la profundidad de la fuerza muda de Mary sobre ellos.

—No sé qué es lo que está pasando. Y vas a explicármelo, Christian Jordan Webb. Pero lo harás mientras cenamos.

Chris sonrió, frotando su mano en la nuca y Aurora parpadeó asombrada, repitiendo mentalmente el nombre completo de su amigo. Aunque la madura dama sonara severa,  se notaba la calidez del amor.

—¿No esperaremos a Em?

—Emily no vendrá esta noche. La pasará con su novio.

La mandíbula de Chris se apretó marcándose al máximo.

—No digas nada, hijo. Mejor, vayan a lavarse las manos y vengan a ayudarme a poner la mesa.


Una vez hechas las presentaciones y sentados, los penetrantes ojos celestes procedentes de Mary Webb los obligó a contarle una versión suavizada del motivo que los tenía allí. Aurora y Chris no necesitaron ponerse de acuerdo para comprender que los detalles no debían ser expuestos para no angustiar mucho más a la señora.

Suficiente fue para ella el aceptar que debía marcharse de su casa por algunos días, bajo orden devenida en súplica por parte de su primogénito.

Después de lograr semejante cometido, la concentración estuvo en degustar la deliciosa comida casera de la señora Webb.

Aurora espiaba de reojo a la madre de Chris. Había visto las fotos en la casa de él, pero teniéndola a su lado —la señora de la casa en la cabecera de la mesa—, la percibía desprendiendo calma, amor hacia su hijo y... melancolía. O eso le parecía.

Sus sentidos quiméricos la habían alertado. Fue en el momento en que rozaron sus dedos cuando la ayudó a llevar los platos a la mesa. Un instante insuficiente para hacer algo al respecto.

Distraída en sus pensamientos, volvió la atención a la conversación cuando Mary se dirigió a su hijo.

—Christian, querido, ¿estás yendo a misa?

Aurora abrió sus ojos con sorpresa, llevándolos hacia la mujer y luego a su amigo.

—No sabía que ibas a la iglesia.

—No lo hago. —Observó a su madre que le recriminó sin disimulo—. Paso cuando puedo a reflexionar. Intento hacerlo una vez por semana o cada quince días. Prefiero la soledad a escuchar sermones.

—Al menos, pasas por la casa de Dios con cierta regularidad —suspiró—. ¿Y tú, Aurora, vas a la iglesia?

Se sintió como una chiquilla a la que acababan de atrapar robando caramelos.

—No.

—Pero crees en Dios, ¿no?

—No.

La mujer quedó contemplándola en silencio y Chris, boquiabierto, con la comida a mitad de camino a su boca. Le invadió un repentino temor por haberlo decepcionado. Lo que no podría soportar.

—Lo siento. Simplemente no comprendo la creencia de un ser supremo al que se le encomiendan oraciones. No creo en el más allá. Ni en el cielo ni en el infierno. Sólo tenemos una vida. Esta. Y la debemos atesorar, pelear con cada fibra de nuestro ser por vivir cada minuto al máximo. Llenar nuestros días de amor. Ser felices. No necesito que nadie me dé mandamientos. ¿Cómo creer en un Dios, en una religión, que ordena, se contradice y que se ha ido adaptando?

Chris parecía a punto de sufrir un colapso. El hombre se aferró a su vaso de agua, llevándolo a su boca para tragar su contenido con desesperación.

—¿Qué quieres decir con eso de contradecirse y adaptarse?

—Para ejemplificarlo... Que el universo primero gira alrededor de la Tierra. Y ahora la Tierra gira alrededor del sol. La Tierra tiene unos miles de años y luego millones. La mujer era la causa de todos los males, brujas, y ahora son santas, presidentas, científicas, lo que quieran. —Expuso, enumerando con sus delgados dedos—. Demasiadas adaptaciones cuando esos hombres santos se veían acorralados por los hechos que los contradecían. ¿Acaso uno no descubre a un farsante cuando su versión cambia continuamente para encajar con la verdad? ¿No es como seguir con un novio mentiroso una y otra y otra vez?

Chris escupió su bebida.

—Aurora —susurró en un grito suplicante porque no continuara, pero ella solo lo miró ladeando por un instante la cabeza antes de regresar sus ojos a la señora de mirada seria.

Mary levantó su mano, deteniendo a Chris, hablando con voz solemne.

—No hay que confundir a Dios con los hombres. Nosotros cometemos errores, porque somos imperfectos. Tratamos de comprender lo que Él nos dice pero el mensaje muchas veces se opaca por nuestros espíritus débiles.

—O lo que ocurre es que el hombre es tan ambicioso que la justificación de un Dios les da libertad para ser crueles y aprovecharse de los ingenuos. No puedo aceptarlo. Ni la hipocresía. No la soporto. Hablan de amor y sólo veo odio en ellos. Promulgan la compasión, pero estigmatizan a quien vive diferente. No puedo creer en un Dios que permite torturas. —Los ojos se le nublaron al recordar lo soportado por Arata—. He visto a niñas sufrir atrocidades mientras le rezaban aun dios por salvación. Y las he visto morir sin conocer una pizca de amor. Eso es lo que permite su Dios.

Las lágrimas contenidas revelaron mucho a Mary. Incluso sin conocer la historia de la hermosa joven, comprendía que hablaba por experiencia.

—¿Entonces, en qué crees?

—Pues... en la ciencia. En acciones comprobables. No tiene que ver con opiniones o versiones de una verdad, sino en la certidumbre.

—Pero hay muchas dudas que no pueden ser respondidas con la ciencia.

—Por ahora. Al igual que en la antigüedad no se podía explicar qué era un terremoto, los eclipses o las estaciones del año. Pero es porque las personas estamos limitadas. La tecnología está limitada a su vez. Pero con su avance, se añade luz a las interrogantes.

Aurora refrenó su impulso y bajó la mirada brevemente antes de regresarla a la señora que le sonreía con interés y paciencia.

—¿En realidad cree que hay alguien allí afuera que responde a sus plegarias o habla? O las ignora. Y si lo hace... ¿por qué ignora cada pedido?

—No nos ignora. Nos envía lo que necesitamos para superar nuestro propio desafío. Porque cada uno tiene una misión. Sólo que a veces estamos ciegos para ver lo que nos deja delante.

—¿Como aquella historia que Dios envía a personas en diferentes oportunidades a salvar a otra de morir ahogada? ¿Pero que ignoró a cada una porque esperaba que el mismo Dios se apareciera a salvarla?

—Exacto.

—Pues no creo que fuera Dios el que enviara a esa gente. Sólo fue una sucesión de hechos que cruzó los caminos de todos ellos. Si la persona necesitada no hubiera creído en un ser mitológico, seguramente hubiera aceptado la ayuda del primer hombre.

—¿Mitológico?

Mary se horrorizó. Y su hijo, que seguía el debate, ahogó una maldición, mortificado.

—Claro. Al igual que lo son Zeus, Amón, Odín... Ellos en su época fueron lo mismo que el Dios cristiano es ahora. ¿Por qué ellos no son verdaderos y un dios invisible que no hace nada es real?

—Ay, muchacha, creer en Dios es cuestión de Fe.

—¿De fe? ¿Cómo creer en algo intangible como la fe?

—La Fe será invisible, pero une a las personas y puede ser poderosa. —Aurora hizo una mueca, poco convencida—. ¿Qué me dices del amor? Debes creer en el amor.

—Por supuesto —resplandeció al pensar en Steve.

—Eso es como la Fe.

—No. El amor puede demostrarse con acciones. Se puede ver, se puede sostener. —Miró a Chris—. Como el amor entre dos persona que se manifiesta en un nuevo ser ¿verdad?

Al decir aquello, escuchó su propio corazón resquebrajarse y se hundió en su asiento.

—Y... También... —titubeó. Mordió su labio inferior y recuperando su voz habló con seguridad—. Creo en mi Steve porque me ha demostrado que puedo hacerlo. Eso hace que no dude de que vendrá por mí. Como también creo en que Chris nos mantendrá a salvo. Y confío en que todo saldrá bien, aun si tengo que dar mi vida para ello. Pero seré yo la que luche. No Dios. Y lo haré porque ellos son lo que más me importa en todo el mundo.

A Chris se le hizo un nudo en la garganta. Aurora hablaba de forma apasionada con Mary, por lo que no pudo notar cómo se empañaban los ojos azul claro del hombre.

Él era importante para la joven. No sería su amor, pero tenía su amistad. Y haría lo que fuera por él. Por ellos, se corrigió.

Mary calló ante la confesión de su interlocutora. No estarían nunca de acuerdo en cuanto a la existencia de Dios, pero esas últimas palabras revelaban más que todo lo que había escuchado antes.

—Vaya, realmente no te gusta la religión.

El fuego incandescente de sus iris dorados se aplacó al darse cuenta de su arrebato, y sonrió a modo de disculpa.

—Lo siento.

—No tienes nada que lamentar. Dios te creó con sabiduría. Y hablas de amor. Eso es suficiente para mí. Siempre y cuando lo honres.

Al decir aquello, miró de reojo a su hijo, que fingió no notar sus ojos celestes sobre él.

—Sí señora. Amo a mi Steve con todo mi corazón —sonrió hinchando su pecho con la sola mención de su nombre.

—Dime Mary, por favor. Después de un debate así, creo que podemos ser más informales. —Aurora asintió con entusiasmo—. Muy bien. —Se puso de pie, con su plato vacío en la mano—. Es hora de irnos.


Las tres figuras se despedían sobre la acera, bajo los livianos copos que caían.

Aurora, reconociendo la última oportunidad que se le ofrecía, tomó las gélidas manos descubiertas de Mary, apretándolas con cuidado. La calidez las cubrió, desconcertando brevemente a la madre de Chris, que no tuvo tiempo de reaccionar cuando la joven cambió su lugar por un abrazo.

—Mary, gracias por la comida. Y por haber criado a un maravilloso hombre como es Chris. —Mary se emocionó, apretando el abrazo—. Cuidaré de su hijo. Se lo prometo.

Se apartaron y Mary contuvo unas lágrimas intrusivas.

—¿No se supone que él te está protegiendo a ti?

La joven curvó sus labios en una sonrisa ladeada llena de orgullo y confianza.

—Él me está ayudando, pero yo haré que esté a salvo.

—Acabo de conocerte, querida. Sin embargo, confío en ti.

—No la decepcionaré.

La maternal mano acunó la mejilla de Aurora y sus ojos se unieron en un encuentro familiar.

—Puede que tú no creas en Dios, pero Él de seguro cree en ti. Y dices que no hace nada por sus hijos. ¿No pensaste que tal vez tú eres parte de su plan divino? ¿Que te puso en el camino de esas jovencitas que me has dicho que tú, tu esposo y Chris salvan?

Aurora no respondió, concediéndole una tregua.

Fue el turno del atlético hombre que les sacaba más de una cabeza a ambas mujeres de despedirse. Estrechó contra su fuerte cuerpo el de su madre, percibiendo una vez más la fragilidad desconcertante en ella.

Besó la cima del cabello entrecano y la miró con cariño, recorriendo las arrugas que contaban una vida llena de dichas y pocas, pero profundas penas.

—Esta noche te pasaste. Casi me dan un infarto. ¿Tenías que avergonzarme con Aurora?

—¿Yo? ¡Qué dices! Si hice una nueva amiga. Una encantadora y fascinante. Lo único que te pido, es que mantengas tu cabeza fría y tu corazón honrado.

Al decir aquello, posó su mano sobre el pecho de su hijo, deseando poder evitarle el dolor de un corazón enamorado y no correspondido.

—Tranquila mamá. Estaremos bien. Nos quedaremos en la cabaña esperando por Steve. Te pido que sigas intentando avisarle a Em que vaya contigo. En la montaña no tendré señal.


La nieve se había detenido, pero seguía amenazante sobre sus cabezas mientras avanzaban por el sinuoso y lento sendero montañoso. Chris conducía concentrado, ansioso por el arribo a su refugio. Un espacio que no había compartido con nadie más que su familia.

Volteó brevemente hacia Aurora que mantenía la misma atención frente a ellos.

—Estás sonriendo.

—Lo hago. Saber que Steve llegará pronto ha sido como volver a respirar. Siento que el oxígeno regresó a mis pulmones y me hace sentir ligera otra vez.

Chris la miró de reojo, comprendiendo lo que decía, regresando enseguida al camino. Él mismo estaba aliviado, a pesar de que una puntada de preocupación taladraba el centro de su cerebro. Algo no se sentía bien y no podía ponerle el dedo a la razón de su malestar. Y estaba seguro de que la clave de ello la tendría Steve.

Suspiró.

—Perdón si mamá te hizo sentir incómoda.

—Tu madre es una gran mujer. Soy yo la que debe disculparse.

—Eso no es cierto. Fuiste sincera. Créeme que mamá prefiere la honestidad por encima de la falsa religiosidad. Pero debo reconocer que ustedes me asustaron.

Aurora se reclinó en su asiento, dejando su cabeza de lado para observar el perfil de su amigo.

—¿Tú... no estás molesto o decepcionado porque no crea en tu Dios?

—Carajo —masculló y luego se echó a reír por lo bajo—. No es mi Dios. Y claro que no me decepcionas, preciosa. Nunca podrías hacerlo.

Le guiñó el ojo, sonriendo.


Una hora después, llegaron por fin a su destino. Los faros de la Ranger alumbraron la cabaña antes de apagarlas y descender con sus bolsos. La oscuridad era combatida con la blancura de la nieve a su alrededor, aunque Aurora viera con la claridad de un animal nocturno.

Chris subió los peldaños de madera y enseguida abrió la puerta para darles paso al interior. Al encender las luces bajas inspiró profundo, asimilando el humilde lugar que tanto adoraba y hacía mucho no visitaba.

Las paredes eran de madera, de donde colgaban retratos, estanterías con libro y dos rifles empotrados. A la derecha, una gran chimenea de piedra hasta el techo invitaba a darle vida y calor. Un par de sofás se alineaban enfrentados, con una mesa baja de madera rústica entremedio. Una pequeña cocina con una barra y una mesa con cuatro sillas se abría a la izquierda. Y en el fondo tres puertas entornadas dejaban entrever dos dormitorios y un cuarto de baño.

—Este lugar es encantador —exclamó Aurora con entusiasmo.

—Gracias. Era de mi abuelo y luego de mi padre. Él y yo pasábamos mucho tiempo aquí —explicó con añoranza—. A Emily no le gusta tanto alejarse de la ciudad, por eso, al fallecer, me lo heredó.

Aurora se le quedó mirando, con el pecho comprimido al notar el tono nostálgico al hablar. A punto de intentar un consuelo, su amigo giró hacia ella con una amplia sonrisa.

—¿Encendemos la chimenea? Puede que no tengas frío —se sacudió en su lugar—, pero se me va a congelar el culo.

—¡Chris! No digas cosas así —rio, palmeándole el hombro—. Estoy de acuerdo. Hay que darle fuego.

Dejaron sus cosas en las habitaciones y se reencontraron frente a su objetivo. Chris frunció el ceño al inspeccionar el hogar, notando restos de cenizas y troncos quemados.

—Maldición, Em —masculló.

—¿Qué ocurre?

—Al parecer, a mi hermanita no le ha molestado venir a la cabaña y ha dejado todo sucio —exhaló agotado—. Tendremos que limpiar primero las cenizas para poder encenderlo.

—No hay problema. Dime en qué te ayudo.

Chris la barrió con la vista, notando que se había quitado el grueso abrigo de invierno y estaba con una simple blusa negra de cuello y mangas largas que le seguía las curvas, tentándolo una vez más con su esbelto cuerpo. Y haciéndolo envidiar que no sufriera de las bajas temperaturas, porque él no era capaz de quitarse siquiera el gorro de lana.

—Vas a ensuciarte. Será mejor que te dé algo que ponerte encima.

Antes de que Aurora lo detuviera, regresó con una enorme sudadera que la muchacha se colocó, riendo ante el enorme tamaño.

—Esto es gigante, Chris —señaló mostrando que las mangas superaban el largo de sus brazos—. Además, te la ensuciaré.

—Eso no importa. Yo creo que te sienta de maravilla.

Su corazón giraba y revoloteaba en su tórax, feliz de verla con una prenda suya y que quedaría impregnada de su aroma. Una imagen que se llevaría a la tumba y que posiblemente lo condenaría como el peor amigo del mundo.

Meneó la cabeza, recordando el pedido de su madre.

<<Mantén la cabeza fría y el corazón honrado>>.

Dios lo estaba torturando y de seguro, se reía de él.


N/A:

Lamento si el capítulo es medio tedioso por el debate filosófico. No lo pude evitar frente al encuentro entre Mary y Aurora. Necesitaba exponer los puntos de vistas de ambas. Espero que con ello, no haya ofendido a nadie en sus propias creencias. Lo importantes es que al fin y al cabo, se respetan mutuamente.

Aun así, espero que haya valido una estrellita, jeje.

Gracias por leer, Demonios!

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