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90. A casa

90. A casa.

Se ubicó sobre su motocicleta, y se detuvo antes de colocarse el casco. Sus ojos cayeron sobre la fachada de la propiedad que había sido de Andrew y apretó su mandíbula con el máximo odio del que era capaz. Sus manos se tensionaron sobre la dura protección, imaginando que estrujaba la cabeza del asesino de su colaborador.

La llamada de su celular fue el regreso necesario a su oscura realidad. Reconoció el número y soltó el aire condensado ordenando sus pensamientos con velocidad antes de responder.

—Chris.

Steve. Menos mal. Aurora está preocupada por ti. ¿Estás con Andrew?

—No —masculló como pudo. Tuvo que toser para recuperar su voz y temple—. ¿Aurora está contigo?

Ah, sí.

Aquí estoy, cariño.

La escuchó de fondo y enseguida comprendió que Chris colocaba el teléfono entre ellos para que la muchacha los escuchara.

—Escúchame Chris. Buscan a Aurora...

Lo sé —lo interrumpió.

—¿Lo sabes?

Sí. Pierre me advirtió y vine a buscarla al penthouse. Cross ya intentó llegar, pero evitamos que nos viera. ¿Cómo lo sabes tú?

—And... —El nombre se le enganchó en la garganta y lo ahogó—. Él...

No podía decirlo. No era la manera en que Aurora debía enterarse. O Chris. Debía ser él el que les explicara lo que había encontrado.

Apretó con fuerza sus párpados, intentando rechazar el momento recientemente vivido.

—No importa. Lo que deben hacer es irse de inmediato.

Lo haremos en cuanto estemos los tres juntos —aseguró su esposa.

—No. Váyanse sin mí. Deben hacerlo de inmediato, sin demoras. Yo debo asegurarme de que papá esté a salvo.

No. No puedo hacerlo.

Sabía que el tiempo apremiaba. La decisión debía ser tomada en ese instante.

—Chris, ¿me oyes?

Sí amigo, sigo aquí.

—Llévatela. Ahora mismo.

¿Pueden dejar de decidir sobre mí? No me iré sin ti, Steve.

La percibió refunfuñando del otro lado.

—Yo no estoy en peligro inmediato, Aurora. Ustedes sí. Escóndete mi niña. Ya sabes cómo. Te encontraré. —Su voz se volvió un arrullo que sonaba a promesa—. Sabes que iría por ti hasta el mismo infierno. Pero necesito saber que estás a salvo y que no te atraparán.

Esa vez, la escuchó suspirar, rendida.

Si alejarme garantiza que estarás bien... —Steve la imaginó mordiéndose el labio inferior con angustia. Ese acto sensual que lo volvía loco en cualquier circunstancia—. Lo haré. Después de todo, es a mí a quien quiere Durand. A Chris y a mí. Pero prométeme que te cuidarás y nos seguirás en cuanto sepamos adónde nos dirigimos y que papá no corra peligro.

—Lo haré. ¿Confías en mí, mi amor?

Lo hago. Siempre lo haré.

—Es todo lo que necesito. Te amo.

—También te amo, Steve. Tú y yo.

—Tú y yo.

Mantuvo sus ojos en la pantalla del celular después de terminar la comunicación. Pasó una vez más la vista por la casa de Andrew, como si pudiera atravesar las paredes hasta el maltrecho cuerpo y volvió al aparato. Necesitaba cerciorarse que alguien confiable tomaría sus restos con respeto. Con eso en mente, marcó un nuevo número.

***

Llegaron en el coche de Chris al mismo refugio en el que Aurora se había cambiado una hora atrás. Una vez que ingresaron y cerraron la gran cortina metálica que los aislaba del exterior, el joven no pudo evitar admirar el gigantesco almacén.

Silbó agudo y largo al contemplar la colección de armas y vehículos a lo largo de las paredes. Coches deportivos, camionetas y motocicletas posaban como en una revista de motores. Y toda clase de armas de fuego —desde cortas y largas—, cuchillos, granadas y cualquier otro tipo de juguete que Steve pudiera desear lucían perfectamente alineados enganchados en estantes.

—Me iré a cambiar, Chris —avisó Aurora con un remolino en la cabeza, sintiendo el vacío al marcharse sin su esposo.

—Aquí te espero.

Aprovechó para recorrer mejor el espacio, disfrutando como un niño en dulcería con cada pistola, rifle y otros instrumentos que se topaba para examinar y sostener en sus manos, apuntando a un blanco invisible.

Se volteó, dejando la ametralladora en su lugar, al escuchar los suaves pasos de Aurora al regresar a él. Volvía a cubrirla un atiendo de combate completamente negro, con botas resistentes y largas que apretaban sus pantorrillas. Su cabello dorado y ondulado flotaba rozando sus hombros.

—¿Lista?

—Sólo una cosa más.

Abrió una gaveta junto a Chris y sacó un pequeño arete que intercambió con uno de los tantos que decoraban su oreja bajo la atenta y curiosa mirada de su amigo.

—¿Un localizador?

—Así es. Steve debería venir a reabastecerse. Y seguramente a cambiarse de ropa. La que tiene debe de apestar a basura —rio entre dientes obviando el gesto de desconcierto de Chris—. Además, podrá tomar el equipo de rastreo y aunque puede que no esté en rango para que me localice, en algún momento lo tendremos cerca. Lo necesito cerca... —murmuró.

—Tranquila, Aurora. Ya nos reuniremos con él.

—Claro. Sé que esto será momentáneo —sonrió con los labios apretados—. Bueno, agarraré mis cosas y estaré lista. ¿Y qué tomamos? ¿Alguno de los coches? ¿O las motocicletas? Son rápidas y fáciles para escabullirnos en el tránsito. Sería difícil que nos alcancen. A no ser que no sepas controlar una de esas.

Su tono burlón hizo sonreír a Chris, que se irguió orgulloso, guiñándole un ojo.

—Preciosa, piloteo helicópteros. Una motocicleta es pan comido.

Aurora soltó una carcajada, tomándolo como una broma, y continuó su recorrido entre las máquinas.

—¿Entonces?

Chris se detuvo junto a una potente Ford Ranger color negra.

—La camioneta 4 x 4.

—¿La camioneta? Es más lenta. ¿Por qué...?

—Adónde iremos, necesitamos atravesar todo tipo de terrenos y ser resistentes.

—¿Adónde iremos?

—A casa.

—¿Eso dónde es?

—Montana.

Los orbes ambarinos se anclaron con firmeza en Chris. La distancia era considerable y nunca se había ido tan lejos de Steve. Menos en coche. Pero debían hacer todo lo posible para perderse de sus perseguidores.

—Comprendo —aceptó con fuego en su mirada—. Debemos dejarle nuestro destino a Steve.

—¿Tienes un mapa? —Aurora ladeó su cabeza, con la ceja derecha alzada, lo que hizo reír a Chris—. Por supuesto. Dámelo, por favor.

Con el plano en sus manos, lo desplegó sobre una de las amplias mesas de estrategia con Aurora a su lado. Buscó rápidamente su destino y lo marcó con un círculo rojo.

—En cuanto Steve venga, sabrá dónde buscarnos. Mientras tanto, debemos esperar a que Lara y los míos se hagan cargo de Cross y desmantelar la organización de Durand en Estados Unidos. Aunque él se marche a Francia, aquí no volverá a poner un pie.

—Sigo sin entender cómo es que está libre. Eso es tan injusto.

—Lo es. No se lo puede arrestar porque los testigos no están dispuestos a declarar contra él.

—¿Qué me dices de la hija del senador que rescataron en el puerto?

—El hombre prefiere mantener todo en la oscuridad. La vergüenza y humillación son más importantes para él que la justicia para su hija. No permitirá que su imagen caiga ante la sociedad.

—Todo por las apariencias. Odio eso.

—Somos dos, preciosa. Son los entresijos de la política y la suciedad de la corrupción. —Abrió la puerta del conductor de la camioneta, dispuesto a subirse—. Es hora. Debemos irnos ya.

—¿Qué haces? ¿Por qué vas a conducir tú?

—Pues...

—Apártate. —Lo empujó con su delicada mano, sacándole la lengua—. Es mía, después de todo. Yo conduciré. Con mi gorra puesta, pasaré inadvertida. En cambio tú, llamas mucho la atención. Mejor quédate en los asientos traseros.

—¿Me estás enviando atrás como a un perro?

Aurora respondió con una risita y subió de un salto al puesto del piloto.

—¿Siquiera sabes el camino?

—Lo memoricé. Además, te tengo a ti para que me indiques.

—No puedo contigo —se resignó, sentándose a lo largo de manera de quedar lo más recostado posible contra el lateral a pesar de su gran estampa—. Bien, ya estoy listo. Vámonos, pero antes, necesito pasar por casa para ponerme ropa adecuada para mí, y tomar mis armas.

—Steve tiene de sobra aquí —señaló con obviedad a la amplia colección visible del otro lado del cristal.

—Para un francotirador, su arma es su compañera. No le puedo ser infiel.

—Lo entiendo —sonrió, meneando la cabeza—. Ustedes dos son extraños. Y tal para cual.


Los minutos pasaron en silencio, mientras Chris contemplaba el perfil de Aurora desde su posición, embelesado en las facciones del concentrado rostro.

Su melodiosa voz se hizo presente sin apartar la mirada del camino.

—¿En serio piloteas helicópteros?

La risotada clara y masculina llenó el habitáculo y Aurora aprovechó el semáforo en rojo para girar hacia el responsable, copiándole la sonrisa contagiosa.

—¿Te quedaste todo este tiempo pensando en eso?

—¡Es que es increíble! Poder volar de alguna manera. Así que... ¿es cierto?

—Claro. No te mentiría preciosa.

Sus increíbles ojos dorados se abrieron con admiración.

—Y... ¿me enseñarías, por favor?

No podía negarle nada a la mágica diosa que lo tenía conquistado. Su corazón se calentó y sintió un enorme placer saberse capaz de obsequiarle algo de sí mismo.

—Por supuesto. Todo lo que quieras. Siempre.


Aparcaron a unas calles del tranquilo barrio donde Chris vivía. Con cautela, evitando el contacto directo con posibles paseantes, caminaron hasta la puerta trasera de la modesta casa.

Chris abrió y la hizo pasar primera. Todavía había luz natural que aprovecharon para moverse por el interior sin tener que encender alguna lámpara delatora.

Con paso vacilante, Aurora se deslizó guiada por Chris a través de la cocina hasta llegar a la sala principal desde donde se veían unas escaleras ascender. El reconocible aroma viril y amaderado del hombre impregnado en el ambiente llenó sus pulmones, embriagándola, envolviéndola. Un cosquilleo se instaló en su vientre al sentir que entraba al espacio personal de Chris y eso le gustó.

Conocía una nueva parte de su mejor amigo.

—Tienes una bonita casa.

—Gracias —murmuró con timidez, maravillado de tenerla en su hogar—. No es la gran cosa.

—¡Claro que lo es! El hogar de una persona es su propio castillo. Y no tiene nada que ver con el tamaño o el precio. El valor que tiene depende del corazón de quien lo ve.

—Creo... que tienes razón. Me gusta aquí. —Revisó a su alrededor, satisfecho y regresó a Aurora, que sonreía—. Bien, enseguida vuelvo, preciosa. Me cambiaré y tomaré mis cosas.

En un par de zancadas, el impresionante cuerpo desapareció en las escaleras.

La visitante aprovechó y dejó que su curiosidad la llevara a recorrer el espacio plagado de libros, fotografías y toda clase de efectos personales. El lugar no era muy amplio, pero estaba ordenado y limpio.

Sus pupilas examinaron las impresiones donde rostros de amigos —algunos que reconocía como sus compañeros del FBI—, paisajes con Chris como protagonista o desconocidos que compartían rasgos delatando su parentesco, llenaban portarretratos.

Pasó por delante de una hermosa guitarra y no pudo evitar rasgar con cuidado sus cuerdas, disfrutando el leve sonido.

Se detuvo en una pequeña mesa junto a una butaca cuando se encontró con la obra de <<Moby Dick>> que ella y Steve le habían obsequiado y no pudo evitar que sus labios se curvaran hacia arriba.

A punto de tomarlo, Chris apareció llegando al último escalón. Al notar la intención de la joven, se adelantó con el rostro enrojecido para recuperar el libro con delicadeza.

—Lo has estado leyendo.

—Po-por supuesto. Es el mejor regalo que me han hecho en muchos años.

—Me alegro. Para mí, fue la primera vez que hacía regalos a personas tan queridas por navidad y lo disfruté. —Sus miradas quedaron colgadas por un eterno instante que se interrumpió cuando Chris tosió, incómodo y Aurora aprovechó para señalar hacia los portarretratos—. Por cierto, me apena que no tengas retratos de nosotros.

Chris apretó el libro contra su pecho, donde resguardaba la única fotografía robada que tenía de ella.

—Me encantaría que pudiéramos tomarnos una. Los tres. Y mostrarla, pero...

—No es conveniente que tus amigos y familiares que vengan de visita sepan nuestra relación. —Se lamentó, bajando la cabeza. Enseguida, regresó a los ojos celestes con una sonrisa asombrosa—. Pero en cuento venzamos a Durand y los suyos, nuestra amistad no debería seguir siendo un secreto. Además, con la fundación en funcionamiento, será más que evidente.

—Tienes razón.

Chris sonrió feliz, llevando sus labios a su máxima expresión.

—Te traeré una copia de la fotografía que nos tomamos el día de nuestra boda para que sea la primera de muchas. Esa en la que estamos los tres.

—Eso... —vaciló, rascándose la nuca al pensar en tener aquella imagen recordándole lo lejos que la tenía. Pero la ilusión en el bello rostro hizo que rechazara ese pensamiento—. Me gustaría. Entonces, tendré un lugar especial para ti. Para nuestras fotos.

—Sería fantástico.

Chris tuvo que romper la burbuja que habían creado al recordar que el tiempo no era su aliada y debían apurarse.

—Tenemos que irnos. Solo me queda llevarme mis armas y estaré listo.

Aurora asintió, cambiando su semblante conforme la situación.

Siguió en silencio los movimientos seguros y dominantes del alto hombre mientras rebuscaba la llave que abría el armario donde descansaba su arsenal. Capturó todo lo que guardaba y lo colocó con cuidado dentro de un gran bolso negro militar. Y sin hablar, la tomó de la mano y salieron como habían llegado.

En secreto.

***

El pasillo de hospital por el que caminaba Hannah Moore llevando una taza descartable de café caliente lucía mudo y vacío, salvo por el novato agente de pie al final del mismo. Parecía aburrido y cansado, como lo manifestó el gran y sonoro bostezo que apenas ocultó con su mano justo cuando llegó junto a él, sobresaltándolo.

—¡Perdón, agente Moore!

—Tranquilo. Debe ser tedioso. Todos hemos pasado por eso cuando empezamos —sonrió de forma coqueta, disfrutando el rubor del joven—. Ten. Te traje un café. Eso te animará.

—¡Muchas gracias! Es muy amable.

—No es nada. Ya llevas algunas horas aquí vigilando la seguridad de Yang, ¿verdad? Supe que quedó inconsciente y no pudo declarar.

—Ah, sí. No ha despertado desde que llegó, según escuché. No he podido verla. Solo han entrado y salido los médicos y enfermeras. Pero es fuerte y sé que se recuperará pronto.

Otro bostezo, más escandaloso lo atacó tan rápido que no lo esperó. Sus ojos empezaron a caer pesados y lágrimas de sueño empañaron su visión.

—Eso esperamos todos —murmuró Hannah, sosteniendo el cuerpo que se tambaleó—. Hey, ¿estás bien?

—Sí... Vaya, lo siento —rio nervioso, parpadeando rápido y palmeándose la mejilla afeitada con la mano libre—. Ya me hará efecto la cafeína.

—Bueno. Me voy. Sólo venía a chequear el estado de Yang. Nos vemos.

—Nos vemos. Gracias otra vez por el café —repitió, levantando la taza y sonriendo con pereza.

Regresó por donde vino y al llegar a la esquina y doblar, se detuvo, apoyando la espalda en la pared y se limitó a esperar, mirando el reloj de muñeca.

Unos minutos después, escuchó el sonido de un peso caer al suelo.

—Listo.

Con sigilo y rapidez, volvió a la habitación donde su vigilante yacía dormido a un lado. Pasó por encima de este, abriendo suavemente la puerta y se introdujo, cerrando tras ella.

Su visión de Yang estaba obstaculizada por la cortina celeste que se encontraba deslizada. Dando lentos pasos, sacó su arma y le colocó el silenciador con habilidad. Dispuesta a dar el tiro de gracia que se le escapó en el callejón, descorrió la tela y alzó la pistola.

El desconcierto bloqueó su cerebro al encontrar la cama vacía.

—¿Qué mierda...?

—Sorpresa, maldita perra.

La voz de Yang la sorprendió cuando esta apareció desde la segunda cortina que separaba la otra cama vacía de la habitación. La punta del cañón de la 9 mm de Lara la miraba con su único ojo de manera amenazante.

Por la puerta aparecieron William y Robert en posición de ataque, cerrándole cualquier posibilidad de huida a Hannah.

—¿Cómo...? Yo te vi herida...

—Chaleco antibalas, querida. —El dedo de Moore tembló en el gatillo—. Por favor, haz cualquier movimiento para que pueda meterte una bala. Te lo suplico.

La pelirroja pareció dudar. Su mandíbula se apretó, pero enseguida, suspiró. Vencida, bajó el brazo. En cuanto Will y Robert dieron un paso para acercarse a tomar el arma y esposarla, la corrupta agente lanzó su último acto suicida.

Con la rabia deformando su rostro y sus iris relampagueando hacia los rasgados ojos de su contrincante, subió su mano armada de un violento movimiento con un grito de guerra.

—¡¡Muere perra!!

La respuesta de Yang fue veloz y contundente, marcando el final de Moore con un tiro en la frente, desplomándola de un latigazo hacia atrás.

—Mierda. No era cierto que quería meterle una bala. —Sus compañeros alzaron una ceja hacia ella, que se encogió de hombros—. Bueno, sí, pero primero necesitábamos que nos dijera cosas de la organización. —Chasqueó la lengua—. Carajo. El jefe Estrada no estará contento.

***

La noche ya había caído y un fila de sombras encapuchadas se movieron como criaturas nocturnas hasta rodear la casa de Webb. Con precisión mecánica, uno a uno se fueron introduciendo por la puerta trasera después de forzar la cerradura.

No se escuchaba nada en el interior de la vivienda. Utilizando el haz de luz de sus rifles cortos, se movieron en sincronía desde el piso inferior hasta el superior, recorriendo las pocas habitaciones que componían la propiedad.

—Nada señor —habló el primero.

—Lo mismo aquí, jefe —murmuró John.

Un gruñido salió desde el pasamontañas de Ryota, que acompañaba a regañadientes, molesto porque no le habían explicado realmente porqué estaba allí. Sólo había ido porque John le había insistido que debían terminar con el trabajo antes de marchar a Japón.

Las maldiciones de Frank Cross se hicieron presente al comprender que no había nadie.

—Puta madre. Maldito zorro escurridizo.

Segunda presa que se le escapaba después de la señora Sharpe. O tercera, si contaba al misterioso informante. Su nueva interrogante por resolver.

Algo llamó su atención. Un mueble con compartimentos no estaba bien cerrado. Con el extremo de su arma abrió las compuertas, descubriendo que era el escondite de un pequeño arsenal. Vacío.

Eso sólo podía significar una cosa.

—Se ha ido. Carajo. ¿Dónde mierda está? Revisten todo. Revuelvan hasta los cimientos, pero encuéntrenme algo que sirva.

Dejando de lado el mismo cuidado inicial, comenzaron a remover cada rincón, cada libro, cada gaveta en la penumbra, buscando cualquier pista que delatara el destino de Chris.

Ryota lo ignoró y se sentó, sacando su kunai de su cintura, y jugando con él, hipnotizado por el brillo que destellaba cada tanto. John y su otro compañero registraban todo alrededor de Frank, que permanecía de pie, meditabundo, pasando la blanca luz de la pequeña linterna por las estanterías. Hasta que por curiosidad se detuvo en una fotografía.

En ella, Chris, en una versión adolescente, sonreía junto a un hombre de rasgos casi calcados, junto a una caza exitosa. Lo que llamó la atención del agente y mafioso, era la cabaña detrás de ellos.

—Allí —señaló. Tres pares de ojos siguieron la señal luminosa—. Avísenle al resto. Que averigüen en dónde queda ese lugar. De inmediato. Que tengan todo para cuando regresemos al centro de comando.

Con placer morboso, disparó con el sonido amortiguado al orgulloso rostro del muchacho.

—Te tengo, pendejo.


N/A:

¡AAAHHH!!! Qué emoción que tengo. Por fin ya casi llego a la parte que lleva esperando por varios años, jaja... Cross y los suyos no abandonarán la persecución hasta no acabar con Chris. ¿Lo lograrán?

Al menos, Lara se quitó las ganas con Hannah.

Como siempre, voten y comenten, para animarnos!

Gracias por leer, Demonios!

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