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89. El ataque enemigo (Parte II)

89. El ataque enemigo (Parte II)

Había perdido a su objetivo como si de repente este se hubiera esfumado entre la plomiza niebla sobre las cimas de los edificios de baja altura, y eso tenía a Frank Cross maldiciendo. Con el amargo regusto de la derrota y la humillación en la boca, se recostó contra una sucia y húmeda pared en un solitario callejón. Se quitó la máscara y resopló molesto, viendo su aliento condensado flotar.

Nunca había pasado por tantos fracasos en tan poco tiempo. Haber fingido siempre ser un agente mediocre junto a otros para no llamar la atención le había servido para volverse una hábil serpiente. Silenciosa y escurridiza hasta morder con su veneno sin que nadie se percatara a tiempo.

Y como hombre de acción cuando tomaba las armas a favor de los intereses de la organización mafiosa que años atrás había visto tu potencial y seducido su ambición, se volvía un perro de caza hambriento de carne.

Pero allí se encontraba, con todo su equipo derrotado, sin poder acabar con Webb y sin ponerle las manos encima a su misterioso informante.

—Te odio Chris Webb. Me estás jodiendo tanto la vida —gruñó.

Despegó la espalda de su sostén y emprendió el camino de regreso a una base que estaría vacía. Tendría que solicitar los refuerzos de los demás agentes y exsoldados vueltos mercenarios que disponía. Los usaría a todos. Webb y su compañero no se librarían de su odio.

Revisó a ambos lados de la calle, notando que los pocos transeúntes refugiados en sus abrigos no le prestaban atención y caminó entre ellos. El timbre de su celular lo llamó y al ver el nombre de Durand en la pantalla, la amargura se incrementó en su estómago.

—No tengo buenas noticias para ti.

¿Qué ocurrió?

—La mierda del boy scout volvió a escapar y su aliado se escurrió entre nuestras manos.

¿De qué hablas? El informante fue destrozado. Lo atraparon en su casa cuando regresaba. Hablé con el viejo. Me llamó para confirmar la deuda saldada. Nuestras familias ya están en paz.

Frank frenó bruscamente en medio de la acera, ignorando los insultos de los que chocaban con su cuerpo entumecido.

—¿Qué dijiste?

Que el hijo ya se hizo cargo. No fue como yo lo tenía planeado. Ya sabes que ese japonés de mierda hace lo que quiere. Pero al menos, ya nos sacamos ese problema de encima. Cumplió su capricho y, al parecer, disfrutó de descuartizar al negro de mierda.

El agente no lo podía creer. Su mente se volvió ruidosa, dejando de fondo la voz de Durand, que seguía hablando. Hasta que el tono de fastidio del francés lo regresó con un bufido.

—¿Qué decías?

Que ahora vayas por mi musa. Ya estoy en el aeropuerto y no puedo esperar mucho más. No quiero que el FBI sepa dónde me encuentro hasta que esté en el aire y sea demasiado tarde para ellos.

—Pues vete ya. Las cosas no están tan fáciles.

No me hagas repetir las órdenes. Esa diosa es mía y tú también. Me perteneces. —Cross apretó su mandíbula, aceptando la indigna realidad—. Tráemela.

—Lo mejor será que te la lleve una vez que te hayas ido. Ordenaremos otro jet privado. Si te quedas más tiempo, pondrás todo en riesgo. Además, lo importante es priorizar la eliminación de nuestros obstáculos.

Se hizo el silencio del otro lado, y Frank podría jurar que escuchaba los dientes de Belmont rechinar.

Muy bien. Me iré. Encárgate de que la tenga pronto.

Cortó la comunicación. De un arrebato, estampó el aparato contra una pared, haciéndolo añicos e importándole poco la presencia de los pocos peatones, que se sobresaltaron y alejaron, temerosos.

—¡¿Qué mierda está pasando?!

Volvió a emprender el regreso a la cueva, a paso acelerado. Su cerebro trabajaba igual de rápido.

—No puede ser. Yo vi al informante hasta recién. Es imposible que haya llegado tan rápido a su casa. ¿Cómo es posible...?

La única respuesta que se abría ante él, era que habían estado errados.

Con gesto veloz de su mano, tomó un teléfono ajeno prosiguiendo su camino; y sin dejar de maldecir, marcó el número de quien le confirmaría lo que había pasado.

Y de ser así, debería aceptar que el rapto a la joven esposa debería hacerlo de inmediato, antes de que la muerte del asistente de Sharpe los alarmara, haciendo que se rodearan de más seguridad, complicando así su misión.

Chris Webb sería el siguiente objetivo.

***

John había quedado excitado después de la estimulante escena que Ryota le había regalado. Aunque ya se habían duchado —juntos, dejándose llevar por la euforia de lo compartido, intercambiando gemidos y embistes mojados y salvajes—, todavía sentía sus venas hirviendo al rememorar la sangre de la víctima cubriendo el rostro duro y afilado del japonés.

Esa intimidad macabra había sido el punto clave para aceptar marcharse a la pequeña isla del Pacífico con su amante. Iniciaría una nueva vida, en una nueva organización, olvidando su doble papel de mafioso y agente del FBI y se dedicaría al mundo criminal por completo. Junto al imponente hombre que se movía con elegancia ninja en el apartamento mientras terminaban de empacar.

La llamada a su móvil interrumpió su ensoñación. Frunció el ceño al no reconocer el número, pero aun así respondió.

—¿Quién habla?

¡La puta madre! Cometimos un error.

La inconfundible voz del otro lado lo alertó.

—¿De qué habla, jefe?

No estoy seguro. Por lo que no quiero que le digas nada al japonés. Pero creo que ese negro no era el único responsable de lo de Arata.

John viró hacia Ryota, que lo observaba expectante, a pesar de no escuchar o entender.

Sea como sea, no hemos terminado. Te espero en nuestro centro de comando. Y trae a ese jodido nipón. A partir de ahora, lo llevaremos con nosotros y lo usaremos. —El tono se volvió oscuro y amenazante—. Tenemos una cacería que hacer.

***

Christian Webb sabía que era cuestión de nada que Frank —porque no dudaba de que estaba detrás de la trampa—, perdiera por completo los cabales y terminara por mostrar todas sus cartas en algún intento final por obtener su cabeza.

Con eso rondando entre sus pensamientos, ingresó a su casa anhelando un baño caliente que relajara sus músculos. Enseguida su fatiga se alejó de su cuerpo y ánimo, alertándolo del enemigo presente, que ni se había molestado en ocultar su presencia.

—¿Qué mierda haces tú aquí?

En un rincón de su sala, Jean-Pierre lo observaba con una sonrisa ladeada que parecía burlarse de él, y que Chris quiso borrar de un golpe. Su mal humor se elevó cuando notó el libro que el joven sostenía en sus manos ensortijadas.

Su tesoro más valioso.

Pierre siguió la línea de sus ojos y su sonrisa socarrona se amplió. Cerró el libro y lo alzó a un lado de su cabeza.

<<Moby Dick>>.

—Un clásico. La persona, o personas, que te lo regalaron tienen buen gusto —se burló—. La dedicatoria me conmovió.

—Quítale tus manos de encima —gruñó y Pierre obedeció con elegancia, dejándolo en la mesa junto a él, donde se encontraba también una gorra negra—. ¿No deberías haberte ido ya? Aunque no merezcas tener la libertad de vivir una vida feliz con la mujer que amas, le prometí a Aurora no interferir.

La curva en los labios de Pierre se había desvanecido. Y fue cuando Chris notó que la cicatriz de su rostro ya no lo marcaba.

—Lo sé. Créeme que soy el más consciente de que no valgo nada. —Su voz había descendido y toda gracia había volado—. Como también siento todo lo ocurrido con Carly.

Chris marcó su quijada con fuerza.

—Aurora me contó que fuiste tú el que la obligó a acercarse a mí. Tú eres el responsable de lo que le ocurrió.

Aunque soltó esa sentencia, Chris sabía que no era del todo cierto. Su dolor y humillación lo hacían dar golpes a ciegas cuando en realidad comprendía que él también compartía esa carga.

—Entonces Freya también te debe de haber dicho que yo le pedí que te lo contara. Aun así, nunca le dije a Carly que se acostara contigo.

—Me vale una mierda.

—Lo hizo porque le gustabas. Eras importante para ella. A pesar de...

—¡Cállate!

Se lanzó sobre el francés aferrando con sus fuertes puños el cuello de su sudadera, elevándolo de la butaca como si su peso fuera de pluma. Lo superaba por una cabeza en altura. Con un cuerpo adiestrado como un atleta, sumado a su experiencia como soldado, se impuso con facilidad al arrastrar y levantar por los aires a Pierre cual muñeco de trapo, hasta estamparlo contra una pared lateral, donde cuadros colgados se sacudieron ante el impacto.

—¡Joder! —Enroscó sus manos en los antebrazos de acero, tratando de librarse—. No tenemos tiempo para esto. ¡Freya está en peligro!

—¿Qué mierda dices?

Si bien sus brazos aflojaron sus grilletes —permitiendo que Pierre regresara sus pies al suelo, entre toses cortas y secas—, la tensión fue mayor en el pecho del agente.

—Durand pretende llevársela. Debes ir por ella antes de que lo haga él.

—Ese enfermo... —dio un paso atrás, pasando su mano por su nuca y fijando sus celestes orbes en los bicolores del francés, con la confusión nadando en ellos—. ¿Por qué vienes a decírmelo a mí? ¿Por qué no la buscaste a ella?

Pierre suspiró, volviendo a sentarse en la butaca, pasando su índice por las líneas del libro que había dejado allí.

—Porque no puedo acercarme a ellos sin revelar que estoy vivo. Si Durand la está siguiendo, me descubrirían y entonces, todo lo que Freya y su príncipe azul hicieron por mí, por mi familia, para alejarnos de toda esta mierda, habrá sido en vano.

—Aurora es más que capaz de defenderse. No tienes idea de sus habilidades. Ella y Steve no permitirían que Durand se saliera con la suya.

—Sé que me ha dejado atrás con sus enigmas y con lo que puede hacer. Lo que me ofende un poco —sancionó con fingido desaire, marcando un puchero en sus carnosos labios. Subió sus ojos a Chris, que lo miraba con una ceja alzada—. ¿Eso te deja tranquilo para no intervenir?

El agente sintió la provocación. Se irguió, apretando sus puños a los lados de su imponente anatomía.

—No dejaré que ese bastardo cabrón le ponga un dedo encima. Nadie le hará daño mientras yo siga respirando.

—Claro que no —sonrió burlándose del enamorado hombre.

Tomó su gorra y se la colocó, bajando la visera. Sacó de entre las páginas de la obra clásica el secreto encontrado y se puso de pie. Con su habitual elegancia, enfiló hacia el alto y atractivo espécimen y golpeó contra su pecho el recorte gastado que Chris recapturó bajo su palma. El color en el rostro de Webb desapareció al reconocer la fotografía que tan celosamente había guardado.

Pierre prosiguió su camino hasta la salida. Pero antes de abrir la puerta, habló por encima de su hombro a la ancha espalda de Chris.

—No permitirías que algo le pasara a la mujer que amas.

***

Terminó de calzarse la última prenda que la regresaba a ser Aurora Sharpe y abandonaba la aventura de ser una misteriosa sombra justiciera.

Se sintió satisfecha cuando pudo volver a vestir su dedo anular con las sortijas que representaban su amor con Steve. Batió lentamente sus largas pestañas, sonriendo embelesada ante el brillo dorado de la gema que emulaba la magia de sus ojos. Acompañó en su muñeca el brazalete que había recibido para su primer cumpleaños y terminó de colgarse la piedra de fuego que su amigo Chris le había obsequiado.

Por fin se sentía completa.

Sin esas joyas valiosas para ella —por cada uno de los significados que le había impreso—, se sentía desnuda.

Sola.

Sacudió su cabeza, desechando esa idea, riendo por lo bajo.

Ya no estaría sola nunca más.

Sin embargo, en ese momento, era la única que se encontraba en medio del escondite desde donde habían partido esa mañana para iniciar su propio ataque al enemigo.

Resopló, aburrida, porque Steve no llegaba, pero enseguida empezó a reírse como una niña traviesa al recordar la cara de estupor y reproche del experimentado asesino al caer al contenedor de basura por su culpa.

Supuso que eso, y buscar el camino más seguro para regresar a la poderosa motocicleta sin ser descubierto, lo habían demorado.

El corto timbre de un mensaje en su celular la hizo buscar el aparato de un ágil salto. No se acostumbraba a estar atada al dispositivo, pero en ese momento se alegraba de tenerlo consigo al leer que Steve le explicaba que estaba yendo a lo de Andrew, ya que no le respondía las llamadas, y le indicaba que regresara al penthouse sin él. Ya la alcanzarían allí.

Se encogió de hombros, aceptando la orden.


Llegaba distraída a la esquina que la haría girar hacia el imponente edificio donde residía, pensando en cuándo terminarían con la persecución a Chris, llevando a los culpables de todo lo ocurrido en los últimos meses ante la justicia.

Estaba dispuesta a todo por protegerlo y limpiar su nombre.

Al momento en que dobló y enfiló hacia la elegante entrada de su hogar, se frenó, clavando los pies en la acera ante lo que veía.

Era Frank Cross, atravesando las puertas de cristal al interior. No entendía qué hacía allí el corrupto agente del que Pierre les había advertido. Pero no dudaba que era una mala señal. La única manera de saber lo que ocurría era enfrentándose a él cara a cara, aprovechando su natural ingenuidad e inocencia, segura de que no tenía idea de quién era ella en realidad.

A punto de dar el primer paso, un firme agarre a su muñeca la hizo voltear. Sus iris se encendieron, y su cuerpo en guardia estaba por atacar a quien la había sujetado, cuando reconoció los hermosos ojos celestes como el cielo de verano frente a ella y la calma la embargó.

No duró mucho al captar que su presencia allí no auguraba nada bueno.

Antes de pronunciar una palabra, Chris la llevó a la vuelta dejándola contra la pared para esconderla tras el edificio de donde había salido. Miró por el filo para revisar que Cross no los hubiera visto y exhaló aliviado.

—¿Chris? ¿Qué haces aquí?

—Tu amiguito, el francés, vino a visitarme —susurró con fastidio, fijando sus ojos en las sorprendentes piedras ambarinas. Sin poder evitarlo, una sonrisa centelleó en sus labios, pero la apagó de inmediato—. Me advirtió que Durand planea secuestrarte y llevarte con él a Francia.

—¡¿Pero qué dices?!

Las personas que pasaban a su lado, envueltos en exclusivas ropas, los observaron con reproche, prosiguiendo su camino con desdén. Aurora se encogió en su lugar, pero Chris los ignoró, acercándose más a ella, obligándola a alzar la cabeza para conectar sus miradas.

Sus mejillas estaban coloradas. Aunque sabía que no se debía al frío a su alrededor.

—¿De dónde sacó eso? —repitió en voz baja—. Él debió irse en cuanto fingimos su muerte.

—No me explicó eso. Pero está seguro de que te tiene en la mira. Y Frank Cross es su perro, por lo que lo más probable es que le haya dejado a él tu captura.

—¿Dices que vino por mí? ¿Aquí? ¿No sería demasiado evidente?

—Es un agente del FBI. Podría inventar cualquier excusa para hacerte salir de tu casa.

Volvió a escanear al frente desde el borde de la esquina, descubriendo que Cross estaba de regreso en su vehículo oficial y emprendía la marcha por la avenida. Su instinto lo llevó a usar su cuerpo como escudo, encerrando entre su poderoso torso y la pared a la delgada joven, que subió sus manos hacia el pecho duro y perfumado de Chris, sintiendo su musculatura bajo su tacto, a pesar de las capas de ropa.

Permanecieron así unos instantes, escuchando sus propios latidos y sus respiraciones agitadas ante la tensión de verse descubiertos.

Chris no dejaba de posar sus ojos en la cabeza gacha de Aurora, imaginando la suavidad de su dorada cabellera entre sus dedos. Aspiró instintivamente el aroma a cerezos que siempre irradiaba la muchacha, cerrando por un segundo sus párpados.

Hasta que la dulce voz lo hizo reaccionar y de repente, regresó a un paso de distancia. Que sintió como un helado abismo. Ella no parecía turbada, sino que inspeccionaba a un lado, corroborando que el coche hubiera desaparecido.

—¿Y entonces? ¿Qué crees que debería hacer?

—Tenemos que irnos. Despistarlos por el momento. Y una vez a salvo, regresaremos.

—¿Irnos? ¿Los dos?

Chris tragó duro, moviendo su nuez de Adán al comprender lo que decía.

—Los tres —carraspeó—. Steve también. Por cierto, ¿dónde está?

—Nos tuvimos que separar para distraerlos y confundirlos —gimió—. Están interesados en tu informante. Imagino que Durand piensa que con ello, tú no podrás seguir estorbándole.

—Puede ser... Al menos, no saben su identidad. Eso lo mantendrá a salvo. Lo importante ahora es que sabemos que no es el único que les interesa.

Un escalofrío recorrió a Aurora.

—Eso es tan retorcido. Su obsesión me da asco.

Chris la observó hacer una mueca de rechazo y pensó en la fina línea que podía haber entre obsesión y amor. Esperaba estar del lado del amor. Se sacudió ese desagradable pensamiento y se alejó un paso más de Aurora, avergonzado de sí mismo.

Rebuscó en su abrigo el celular nuevo que Steve le había dado y marcó su número.

—¿Qué haces?

—Llamo a Steve. Lo mejor es avisarle lo que ocurre.

***

Notó el vehículo que Andrew había usado para llevar a la familia de Pierre a su refugio, por lo que sabía con ello que estaba en su casa. Eso lo confundió, porque llevaba intentando comunicarse con él desde hacía rato, sin respuesta.

Algo no se sentía bien y eso mantenía a Steve con sus sentidos alerta. Aunque esperaba que fuera la tensión vivida recientemente lo que lo tuviera turbado y que en realidad Andrew estuviera descansando pesadamente para recuperarse del doble viaje realizado.

Aun así, no dudó en invadir la propiedad, comprobando que la puerta cedía con facilidad.

Entró con sigilo. Sus vellos erizados como radares, captando lo que el ambiente le comunicaba. Confirmando que algo no andaba bien.

A sus fosas nasales le llegó el inconfundible olor de la sangre —superando la pestilencia de la basura que lo impregnaba a él—, y su corazón se aceleró, bombeando con fuerza.

La poca luz diurna que entraba a través de la tela de las cortinas le permitía ubicar la silueta de cada cosa. Con paso sigiloso y precavido, avanzó en la habitación contigua, alarmándose al hallar todo destrozado. De inmediato, volteó hacia el centro de la sala, donde se topó con la imagen que menos esperaba hallar.

Un cuerpo recostado en el suelo.

En medio de sangre seca, restos orgánicos y una soga cortada a su lado, cual serpiente en huida.

Corrió hacia el bulto inerte en que se había convertido su más ferviente aliado, cayendo de rodillas para tomarlo entre sus brazos con la desesperación corriendo por todo su ser.

—¡Andrew! No, mierda... ¡ANDREW! —Lo apretó contra su torso, apoyando su palma sobre el vientre desgarrado, como si con ello pudiera cerrarle la herida y restituir su carne—. ¡No! ¡No! ¡No! ¡Noooo! ¡¿Por qué?! ¿Quién...?

Sus profundos pozos, abiertos al máximo, escaneaban cada centímetro de Andrew, deseando encontrar cualquier vestigio de vida latente en él. Su mano, empapada de la coagulada sangre, recorrió el inerte cuerpo, ya frío y pálido.

La comprensión fue apoderándose de él a medida que el impacto calaba hondo.

Un impacto tan solo comparable con el de la visión de su padre en una cama de hospital, once años atrás. Ya no era el mismo joven universitario de aquel entonces, y sin embargo, así se sintió frente a los restos masacrados de su compañero, confidente y amigo.

El dolor se anudó en su garganta.

Mucho dolor.

Y desconcierto.

Trataba de hallar el motivo por el que el hombre se había vuelto blanco de tan cruel final. Se habían ensañado con él de manera despiadada y Steve, con años de experiencia, comprendía que había algo que se le escapaba.

Recostó contra su pecho la cabeza de Andrew y allí permaneció, mascullando maldiciones y juramentos con la mandíbula apretada y los ojos nublados, aunque las lágrimas no corrían por su rostro endurecido, estancadas en sus cuencas.

—Te vengaré, Andrew. Te juro que les haré pagar por esto. No irán a prisión, los destrozaré como ellos lo hicieron contigo.

En medio de su trance vengativo, sus pupilas detallaron un extraño patrón en una de las palmas ensangrentadas del moreno. Parpadeó dos veces, deteniendo su duelo y con este, sintió también que su respiración se cortaba con un escalofriante presentimiento.

Se estiró para traer hacia él la gran mano, sosteniéndola sobre la suya, y estudió la marca que poco a poco fue tomando sentido.

Sus labios pronunciaron las dos letras que se revelaron frente a él. Una A en la base de la palma y una S donde comenzaban los dedos.

<<A S>>.

Un mensaje.

Escrito con la sangre de la herida de la otra mano. Su ágil mente imaginó que estando atado con las muñecas juntas, usó su sangre como tinta.

—A y S —repitió en un susurro. El alma se le cayó a los pies al entender el código—. ¡Aurora Sharpe! ¡Mi niña! ¡Está en peligro!

Con el mayor cuidado que pudo —a pesar de que quería salir corriendo con todas sus fuerzas—, alineó a Andrew, colocando con respeto y ceremonia sus brazos sobre el abdomen abierto de este. Se puso de pie sin quitarle la vista de encima y le dedicó un último agradecimiento.

—Gracias, amigo mío. Tu sacrificio no será en vano. Protegeré a mi niña como lo hiciste tú. —Un fulgor ardió en sus témpanos azulados—. Descubriré quién te hizo esto y lo lamentará.


N/A:

Confirmo con esto, que Andrew no regresará... lo siento tanto. Era uno de los personajes al que más cariño le tenía. Steve lo sufrió, pero pudo contenerse. ¿Cómo lo hará Aurora?

Se viene un arco muy importante. Y con él, la escena que inspiró esta secuela (sí, recién llegaría a ella, jajaja).

No se olviden de comentar y votar.

Gracias por leer, Demonios!

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