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87. Inicia el ataque: la primera jugada del tablero

87. Inicia el ataque: la primera jugada del tablero.

Detuvo el coche a un par de calles. Sacó de la guantera una gorra oscura y su 9 mm, escondiéndola a su espalda, bajo la gabardina negra. Su favorita. Chasqueó la lengua al pensar en que a partir de ese día quedaría inservible y se reprendió por ponérsela.

Bajó de la máquina y miró a su alrededor. Aunque él mismo sabía que eran callejones solitarios —por eso habían seleccionado ese lugar para su encuentro—, podía sentir sobre él la mirada de su ángel guardián.

Se colocó la gorra de manera que cubriera sus facciones lo mejor posible, dejando sus cabellos negros enmarcando su rostro, imposibilitando así un blanco sobre él. Subió el cuello de su abrigo, cuadró sus hombros y con paso resuelto, se encaminó a su destino final sin temor a enfrentarse a su ejecutor, al cual halló poco tiempo después al girar en una esquina.

Adrien se encogía en su abrigo, moviendo las piernas y exhalando calor de su boca, mezclado con el humo del cigarrillo que sostenía a un lado de su boca, en tanto frotaba sus manos. Miraba hacia el río que en esa mañana invernal corría con sus aguas excitadas. Parecía como si los nervios que debiera sentir Pierre en su torrente sanguíneo se manifestaran en la fuerte marea del Hudson.

—Adrien —saludó al detenerse junto a él.

El joven se giró para quedar enfrentados y lanzó el resto de cigarrillo al río.

—Joder, Peter. Adam. Soy Adam. Me gusta más. Tiene que ver con mi futuro en este lugar.

—Como digas. ¿Qué querías decirme? —Sus ojos cayeron en el último tramo de tres líneas rojas en el cuello de Adrien, quien al notar la atención de Pierre se cubrió mejor con la bufanda—. ¿Qué tienes ahí?

—Una gata peleona. Pero tranquilo, le corté las garras y no podrá arañar nunca más —rio de su propio chiste y su sonido desagradó a Pierre—. ¿Dónde estuviste? No recibías nuestros mensajes o llamadas.

—Me quedé sin batería. Pero como verás, ya lo solucioné. Ahora dime, ¿qué mierda pasa?

—¿Dónde está el puto de tu sombra? ¿Asshole? —escaneó a su alrededor esperando por él.

—No lo necesitaba, así que no lo llamé.

—Mejor...

La punta de su lengua toqueteó el metal en su labio, sonriendo de medio lado con sadismo.

—¿Sabes? Hubo una época en la que te admiraba, viejo. —Jean-Pierre lo examinó con una ceja arqueada por debajo de la visera—. Claro que sí. Joder. Lo tenías todo. Poder, dinero, chicas, la herencia de la organización. Eres listo y con educación, luces bien y puedes vivir entre nosotros, los del bajo mundo o moverte como el más cabrón de los ricachones. Tú, Didier y yo éramos inseparables.

El hijo de Durand estaba alerta, algo desconcertado por el repentino desahogo.

—Entonces, algo cambió. Didier se cagó en ti y en la organización. ¿Fue por una puta? ¿La puta de Yoshida? ¿Esa de los poderes raros? Reconozco que estaba muy buena. No sé... —se encogió de hombros—. Tampoco me importa. Pero sí me importa que desde entonces fuiste otro. Y ya no me pareciste tan increíble —chasqueó la lengua, con desaprobación—. ¡Qué decepción!

—¿Para esto me citaste? ¿Para lamentarte de que me caí de tu puto altar?

Adrien se empujó con las dos manos del barandal de hierro y se alejó caminando de espaldas, sin quitarle la vista a su interlocutor. Pierre no dejó de observarlo, volteando hacia el rubio. Cuando varios metros los distanciaba, el más joven sacó sin disimulo su arma automática, manteniéndola sobre su costado.

Pierre tuvo el impulso de responder a la amenaza sacando la suya, pero se contuvo, apretando sus puños a cada lado de su cuerpo.

—Estamos aquí, en este lugar que tan bien elegiste, porque al parecer tu padre también notó tus cambios. Ya no le sirves y es por eso que me encargó eliminarte y con ello demostrar mi valía. Me quedaré con el club Las Ninfas y los negocios de droga. Por supuesto, continuaré con mis muñequitas.

Pierre torció su gesto en una sonrisa ladeada. Había esperado ese momento.

—¿Crees que eres el primero que me traiciona? Hueles igual que Didier. A pura mierda y ambición.

—Aquí, el traidor eres tú. ¿Y otra vez todo es por una mujer? ¿Por eso has pasado información al FBI? Antes de que lo niegues, la vimos con el agente que debías espiar. —La sonrisa de Pierre se borró, ocupando en su rostro un gesto severo. Adrien se rascó la mejilla con el cañón del arma, bajando hasta las uñas marcadas en su cuello, compartiendo sus reflexiones como un artista del monólogo—. Pensé que la zorra esa que me faltó el respeto era tu puta. Estaba seguro de que le dabas información a cambio de mamadas o buenas folladas. Te entiendo, tenía un coño de lujo y esas tetas... ¡puf! Un lamentable desperdicio.

La tensión en Jean-Pierre aumentó frente a la revelación, que no parecía acabar.

—Le dije a esa maldita que me las pagaría y le di una lección. Pero bueno, el punto es que, después me quedé pensando... el ratón. El puto ratón que aplasté en tu despacho no era un simple roedor. Era del niño. El mocoso bastardo de la otra putita. Aquella con la que tampoco me dejabas jugar. ¿Esa es la que te coges? Yo creyendo que la experta puta era la que te había cambiado... pero me parece que me equivoqué. Es una muchachita con un niñito, ¿no? Acaso es por tu madre? ¿Son una necesidad de reparar tu pasado? ¿Lo haces por culpa o lástima, acaso? —Rio a carcajadas. Un sonido escalofriante que rayaba con lo psicópata—. Creo que elegiste mal. No tiene tetas ni culo. Aunque si te gustan las que lucen como adolescentes inocentes, es perfecta. Tal vez, después de que te mate, vaya por ella y la pruebe. Así comparo.

—La tocas y te despellejaré vivo. Te cortaré la polla y te la meteré por el culo.

La lengua traviesa de Adrien lamió una vez más su piercing y luego repasó sus colmillos con hambre.

—¿Cómo podrías hacerlo, estando en el infierno? —Volvió a reír. En su mirada brillaba la perversa lascivia—. No sé si eres o no el responsable de pasar información al agente ese. Si te follabas a una o a las dos o si intentabas quedarte con el negocio del jefe. Sea el motivo que sea, el viejo te quiere muerto y yo, tengo el placer de darle lo que quiere. A cambio de quedarme aquí dirigiendo los negocios. —Apuntó con su arma ansioso por hacerla escupir hacia Pierre, que no se inmutó—. Y yo no fallaré como lo hizo Didier. Tu existencia se acaba aquí.

—¿También quieres parte de mi rostro? —desafió desde la oscuridad de la gorra.

—No me interesa tu rostro, cuando tienes otro punto débil más interesante. Un puto corazón. Será más divertido reventártelo.

No hubo más palabras.

El estallido rebotó contra las paredes del callejón, adueñándose del lugar.

Pierre se tocó el pecho y ante sus ojos, sus manos se mancharon de sangre. El dolor fue intenso y abrumador. Miró frente a él, hacia Adrien, que no paraba de reír de manera siniestra, entre juvenil y satánica, con el arma todavía empuñada en alto.

—Hijo de puta —masculló entre brotes de sangre, sintiendo que las fuerzas se le escapaban y sus pasos tambaleantes lo llevaban hacia los límites del río, detrás de él.

Un segundo disparo a milímetros del otro hizo que el cuerpo de Pierre cumpliera los designios de la física y fuera empujado hacia atrás, golpeando con la delgada barrera que lo separaba de la corriente del Hudson, cayendo en sus intempestivas y gélidas aguas.

—¡Adiós jefe! ¡Le mandaré tus saludos a tu zorrita y su pequeño bastardo! —gritó al cuerpo que desapareció en cuestión de segundos, para enseguida encender una nueva carcajada.

Con los restos de su risa, procedió a cumplir con la siguiente parte. Tomó su móvil, caminando con despreocupación, y habló con tono risueño.

—Señor Durand, está hecho. El jefecito recibió su mensaje directo al corazón y ahora nada con los peces.


Y ahora nada con los peces —repitió por lo bajo desde su nido de águila Steve, observando desde la mira telescópica de su rifle—. Te tengo cabrón.

Un lado de su boca hizo su mueca torcida, mostrando su satisfacción. Adoraba que sus planes salieran a la perfección.

—Qué sencillo sería echarte plomo a esa cabeza —lamentó sin quitar su ojo y jugueteando con su dedo en el gatillo—. Me encantaría darle tu masa encefálica de alimento a las palomas. Pero no es hora para ti, cabrón.

Mantuvo la vista a través del arma hasta que lo vio desaparecer en su coche por entre las callejuelas. Cuando se supo solo, echó nuevamente su mirada amplificada por las orillas del río. Esperó con paciencia y minutos después, abandonó su posición, desarmando a su compañera para resguardarla.

Su parte había concluido.


Sintió cómo la vida se le iba en el río, siendo arrastrado por la corriente que lo alejaba veloz del borrón en que se había convertido Adrien. Su cuerpo pesado y entorpecido por la ropa fue hundiéndose indefectiblemente, alejándose de la claridad de la superficie. La luz se le fue apagando entre burbujas que ascendían hacia la superficie y las aguas turbias lo absorbieron. En su mente halló el consuelo de los hoyuelos de Gigi y su reproducción en Noah, que entibiaron su lacerado corazón cuando el aire lo abandonó por completo, seguido de su consciencia.


Pierre...

Una melódica voz resonaba en la negrura a su alrededor. No podía identificar su origen.

Pierre... Pierre...

Insistía la voz.

El sonido fue convirtiéndose en luz. Una cálida, intensa y brillante como el amanecer, que lo fue envolviendo poco a poco, abrasándolo por dentro. De la luz surgió una silueta. Esta fue enfocándose hasta que en la embotada mente de Pierre distinguió el rostro de Gigi. Su cabello revuelto con sus rizos castaños cobrizos. Sus pecas resaltaban en su blanca y luminosa piel y sus ojos, esa mezcla curiosa de tonos verdes, marrones y amarillos lo buscaban con una sonrisa cálida que recorrió su cuerpo.

Su cerebro reaccionó. O lo intentó cuando lentamente, reconoció que su cuerpo vibraba.

Sentía su cuerpo.

Lejano, entumecido, mojado.

Y helado.

El calor anterior se había esfumado.

Entonces, tosió, deshaciéndose del agua tragada. Y cuando lo hizo, abrió sus ojos de par en par, encontrando que la figura de Georgia se había convertido en la hermosa muchacha de ojos de oro.

Se encontraba sobre él, empapada y con el corto cabello dorado enmarcando sus facciones preocupadas.

—¡Pierre! ¡Qué alegría!  —exclamó echándose sobre él.

—¿Lo... logramos? ¿Estoy vivo?

—Por supuesto que lo estás. No te dejaría morir. Todo salió como lo planificamos.

—Joder, mon trésor. —La abrazó con fuerza, apretándola contra él, necesitando desahogar el desconcierto vivido, la breve pérdida de esperanzas y las renovadas ansias de vivir—. Merci, mon ami. Merci. [Gracias, mi amiga. Gracias].

Se apretó más a ella y besó la cima de su cabeza. Cuando se desprendieron, ella se arrodilló y lo ayudó a sentarse. Miró a su alrededor, descubriendo un lugar desconocido y aislado, lejos, muy lejos del punto de caída. Bajó la vista a su cuerpo, hallándose con las prendas desgarradas y su torso descubierto. Palpó la congelada carne, analizando lo que veía. Lo que sentía.

No había dolor.

Tampoco hoyos en su pecho.

Notó que su piel blanca volvía a ser visible y que parte del color artístico de su pectoral había sido borrado.

—Me había olvidado lo impresionante de tu don. Esto es... magia. No tengo las jodidas heridas.

—No, no las tienes. Extraje las balas, o mejor dicho, tu organismo lo hizo mientras te curaba —señaló los pequeños trozos de plomo que le entregó y este guardó en un impulso automático—. Pero, como podrás notar, la sanación fue tan profunda que no pude evitar que algunos tatuajes se eliminaran. Incluso... —Aurora mordió su labio inferior y apartó la vista de su amigo.

Pierre inconscientemente rebuscó con su mano la zona sobre su corazón y comprobó lo que su amiga intentaba decir.

Los hipnóticos ojos de ámbar —el secreto de su fugaz amor y la culpa hecha tinta—, ya no existían.

Para Aurora había sido un impacto toparse con ese retazo de su propiedad —recuerdo de su pasado juntos—, que debió ignorar de inmediato para dedicarse a salvar la la vida del francés que pendía de un precipicio.

Él comprendió el desconcierto y la incomodidad suscitada, por lo que habló como si pidiera perdón.

—Te necesité, mon trésor. Mucho. Una vez te dije que ese espacio en blanco sería cubierto algún día por algo importante. Algo que valiera la pena para mí. Tú lo fuiste. Lo eres. —Sus dedos rozaron el lugar como si todavía pudiera recorrer sus líneas—. Esto se volvió mi condena. Tus ojos me observaban cada vez que miraba hacia abajo y merecía sentir que no había sido suficiente para ti. Que te había fallado.

—Tonto... —masculló presionando más sus dientes sobre su labio. Llevó sus ojos hasta encontrarse con los de Pierre—. No me fallaste. Aun si hubiera muerto, lo hubiera hecho sabiendo que al menos conocí algo tan hermoso como la amistad. Tú me diste eso. Momentos mágicos en un mundo muerto y sucio.

Ambos, en un mudo acuerdo, se fijaron nuevamente en el espacio en blanco.

—Igualmente, me alegro de que ya no cargues con eso. No lo mereces. Como tampoco lo merece Gigi. —Sonrió con compasión—. Debió ser duro para ella encontrarse con algo así.

—Lo fue. Así que, creo que tienes razón. Ahora este lienzo a estrenar tendrá un nuevo par de ojos.

—Eso la emocionará. Y ya que estamos, podrías cambiar esta frase —señaló la línea en francés que había sobrevivido a la curación.

<<El amor es una mierda>>.

—Esa queda. Sigo sosteniendo que el amor es una mierda. —Aurora abrió con sorpresa sus ojos, y la boca acompañó—. Sin embargo, creo que le añadiré <<...Pero vale la puta pena>>.

—¿Es necesario ese vocabulario? —rio.

—Por supuesto. Sino, no tendría sentido.

Se pusieron de pie y Pierre escurrió lo que pudo sus ropas, quitando el exceso del agua.

—Por cierto, creí que no sabías nadar.

—Steve me enseñó.

—Bendito sea. Por un minutó pensé que no la contaba. Deberé agradecerle. ¿Dónde está él?

—Sigue observando a Adrien. Aunque imagino que ya se debe de haber ido. Han pasado varios minutos ya.

Caminaron juntos hasta un vehículo aparcado. Aurora se agachó y tomó de debajo del guardabarros, sobre la rueda delantera, la llave que esperaba por ellos. Todo había sido calculado por la muchacha diseñada por el Dr. T. y Steve.

Se volteó hacia el joven que la seguía de cerca y se las cedió. 

—Vehículo irrastreable. En la cajuela tienes un bolso con ropa seca, un celular y dinero. Vete y busca a Gigi. Andrew irá cuando pueda a buscar a Hunter. 

—Voy a conocer por fin al misterioso Andrew. El verdadero héroe que te rescató del barco infernal.

—Te gusta pelear con Steve incluso si él no está presente.

—Qué puedo decir, es un nuevo pasatiempo —rio cuando Aurora lo empujó—. No tengo manera de agradecerles lo suficiente. Me has cambiado la vida, Freya. No. Aurora.

—Freya, para ti. Así está bien.

Sostuvieron sus miradas con sonrisas llenas de complicidad y cariño. La delicada palma de Aurora buscó la rasposa mejilla y siguió el trágico camino de sus cicatrices. Pierre percibió la familiar calidez en su piel y la detuvo por la muñeca, apartándola con suavidad.

—Déjame —pidió ella en un susurro.

—Es un recordatorio.

—No la necesitas. No la cicatriz física cuando hemos quedado marcados más profundamente. Aunque no quiero que sea dolor lo que nos una, sino lo que hemos aprendido. A amar. Y a avanzar en busca de nuestro propio destino. Además... —continuó—, si pensamos de manera práctica, tus cicatrices son fáciles de detectar. Si te las quito, dejarás de ser Jean-Pierre Clement. Pasarás desapercibido.

Su amigo sonrió con soberbia y la soltó para que prosiguiera, percibiendo el leve resplandor y la calidez de su toque penetrar en él.

—¿Por quién me tomas? ¿Acaso no me conoces? Yo nunca pasaría desapercibido. Soy el candente y mejorado Jean-Pierre Delacroix. Hasta las ciegas voltearían por mí.

Idiot —replicó riendo por lo bajo cuando bajó la mano—. Listo. Tendrás que inventarle una excusa a Gigi.

—Sí, no me creería si le dijera que me curaste. —Aurora se sobresaltó—. Tranquila. Nunca revelaría tu secreto. Ya veré qué le digo. Una muy buena cirugía reconstructiva.

—Nadie se lo creería en tan poco tiempo. Sé que encontrarás la respuesta. A no ser que... Tal vez, podría confiar en ella...

—Puedes hacerlo.

Se quedaron en silencio, contemplándose nuevamente. Hasta que Aurora se estrelló contra Pierre en un llanto infantil y un abrazo afligido.

—Te extrañaré. Ahora que te recuperé, temo no verte en mucho tiempo.

Mon trésor... —La acarició con el amor de un hermano—. Ya no te desharás de mí nunca más. No importa cuánto tiempo pase, tú y yo somos familia ahora. Por siempre.

—Más te vale. Y como tu familia... te pido que no busques a Durand. Olvídate de matarlo. Aléjate de él. Lo detendremos con la información que nos diste. Chris se hará cargo —rogó con angustia—. Por favor. Temo por ti y por lo que pueda hacerte.

Su llanto lo conmovió y sin verbalizar su respuesta, le dio un apretón que la apaciguó.

No queriendo desprenderse, tuvieron que aceptar el camino que cada uno debía tomar a partir de allí. Con ojos oscilantes y un último abrazo cargado de palabras y promesas afectuosas, Aurora se alejó al encuentro del hombre que esperaba por ella.

Pierre se quedó de pie, perdido en la divina estampa hasta que se esfumó con la agilidad de una ninja. Solo ahí, recuperó el control y con un veloz parpadeo, procedió a cambiarse de ropa, desechando —con un lamento dramático—, su abrigo y el resto de las prendas, recuperando solamente las dos piezas de los proyectiles como recordatorio.

Se introdujo en el coche y al acomodar el espejo retrovisor, se encontró con sus ojos turquesas y grises.

—Lo lamento, mon trésor. No podré cumplir con tu pedido.

Aprovechando el nuevo dispositivo móvil, sí cumplió con la promesa dada a Kenneth de entregarle el nombre de quien le había arrebatado todo, esperando que con ello alcanzara la paz antes de desaparecer por completo.

Era su despedida y agradecimiento.

***

Ryota reposaba recostado a medio sentar en la cama, con su musculosa anatomía al desnudo sin preocuparse por cubrirse o limpiarse los restos del último encuentro carnal con su escolta. Un brazo tensionaba sus bíceps al mantenerlo flexionado debajo de su cabeza, mientras en su mano opuesta sostenía la fotografía que no había dejado de grabarse desde que se la había dado el agente del francés.

Su humor había empeorado en esos pocos días, rayando con un ensimismamiento que solo interrumpía para gruñir contra la imagen arrugada del responsable del brutal final de su hermano menor; o para follar.

Ya ni descargar toda su impaciencia en ardientes y salvajes embestidas sobre John lo libraban de la furiosa ansiedad por la falta de respuesta. Ya tenía el rostro y los datos de su blanco, pero no podía actuar todavía. Aunque era el más frío de los Yoshida, la espera le sabía a burla por parte de Frank Cross al mantenerlo enjaulado como un animal, y sabía que su límite había terminado en ese mismo momento.

Apretó en su puño la foto y maldijo en japonés, presionando con fuerza su mandíbula.

—Preparar —impuso a su amante, que salía desnudo del baño, secándose el corto cabello negro con una toalla—. Cansado de esperar. Tomar cosas con mis manos de una vez por todas. Tu jefe, faltarme el respeto.

—Ryota, joder. Dijo que tendría noticias hoy mismo. Esperémoslo a que venga.

—¡No! —rugió—. Esperar tú si querer. Irme ya. No necesitarte.

John resopló resignado, dejando la toalla a un lado.

—Olvídalo, Ryota. No te dejaré solo. Iré contigo. —Se sentó en la cama, de espaldas al japonés, sabiendo que lo que haría enfadaría a su jefe—. Solo porque ensartas de puta madre, me tienes haciendo lo que quieres como un puto esclavo.

Aunque lo último lo había dicho más para sí mismo, Ryota lo entendió a medias y esbozó una mueca extraña a modo de sonrisa. Algo entre ellos dos se había formado que los volvía cómplices más allá de lo sexual. A pesar de no saber —o querer—, darle sentido.

—¿Tener lo que te ordené?

El agente se volteó y le sonrió.

—Por supuesto. —Gateó hasta el impresionante hombre y le estampó sus labios en la boca—. Tengo unas enfermizas ganas de verte en acción.

Ryota lo capturó de la parte de atrás de la cabeza y propinó otro beso, uno agresivo y deseoso.

—Querer que me veas vengarme. Y luego, llevarte conmigo.

Una propuesta que no se mencionaba por primera vez entre ellos.

—No he dicho que sí todavía, japonés. Por más líder que seas, y eso me calienta demasiado, no acepto ser tu juguete como para que me arrastres a tu país. ¿Qué  mierda haría allí?

—Ser mi mano derecha. Darte dinero. Más poder. Ser importante. —Afianzó el agarre en la nuca, acercando sus alientos—. Ser mío.

—Lo pensaré —jadeó, ardiendo en su interior—. Ahora, será mejor que busquemos a ese negro, o dejaré que me rompas el culo otra vez.


N/A:

Como dice el título... estamos empezando a mover fichas... espero que estén preparadxs para lo que se viene.

Y tenemos el próximo adiós a nuestro francés favorito. Jean-Pierre Clement murió, Jean-Pierre Delacroix acaba de nacer, y aviso que tendrá spin off. Se está contruyendo... Espero contar con ustedes para seguir sus andanzas.

Detalle, por si no lo notaron... El segundo nombre de Steve es Hudson, por el río que recorre Nueva York. Imaginé a sus padres en algún momento romántico a sus orillas y por ese motivo incluyeron ese nombre en su hijo. Tal vez, su proposición de matrimonio.

Comenten y voten, que estos chicos lo merecen.

Gracias por leer, Demonios!

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