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81. Planes en marcha (Parte II) 🔞

81. Planes en marcha (Parte II).

Quedaban pocas cosas para empacar.

La joven madre, acostumbrada a gerenciar el orden, se impuso frente a los dos hombres de su vida.

—¿Qué es esto? —curioseó Gigi al descubrir entre las cosas de Pierre un gran estuche nuevo que pesaba mucho para sus delgados brazos.

—¡Ah! Una sorpresa, mon chaton. Pero no la verás hasta que no estemos en nuestro nuevo hogar.

Lo rescató de las pequeñas manos y lo empacó en su maleta.

—Eso es cruel, mon Scarface —protestó, haciendo reír a Pierre cuando la atrajo hacia su pecho perfumado.

—Paciencia, niñata descarada. Paciencia.

Besó la punta de su nariz respingona y retomó la búsqueda de sus artilugios artísticos y lienzos pintados recuperados de su penthouse.

Georgia le robó uno que atrajo su atención y se quedó prendada de este.

—Pierre... —susurró admirada, llamándolo—. Esto es bellísimo.

El joven se acercó, comprobando que en sus manos sostenía un dibujo en detalle de la misma muchacha que amaba.

—Tú me inspiras, Georgia —la besó en la cima de su cabeza, entre sus hebras rebeldes.

El rubor ocupó todo su blanco rostro, encantando al francés.

—Puedes ser lindo cuando tu suciedad queda relegada. —Pierre rio otra vez—. Lo digo en serio. Eres increíble. Y cuando estuvimos viendo las pinturas en tu galería, se notaba que amas esto por cómo te brillaban los ojos al hablar de ellas.

—Sí, lo amo. En otra vida, me hubiera gustado dedicarme al arte. Ser artista. Tener mi propia galería. Pintar. Pintarte —ronroneó contra su oído, mordiendo el lóbulo de la debilitada muchacha.

—Pues no tienes otra vida, tienes esta —jadeó, cerrando sus ojos, cediendo al sensual mimo—. Deberías aprovecharla.

—Eso suena a Freya. Ella diría lo mismo.

La mención de su amiga lo hizo recordar algo.

Con gesto preocupado, dejó el abrazo a Gigi y se puso a rebuscar entre sus cosas, maldiciendo en francés.

—¿Qué pasa? ¿Qué buscas?

—Mi carta. La carta que le escribí a Freya. ¿La viste?

—No cariño. No la vi.

Merde! La necesito. No podemos irnos sin dársela. —Reaccionó de golpe, llevándose la palma contra la frente—. Lo dejé en el despacho del club. Debo ir a buscarla.

—No tienes que ir por la carta. Escribe otra.

—No puedo, Gigi. Sé que parece tonto, pero me costó mucho escribirla. —Pasó sus dedos por su cara. Cuando sus ojos regresaron a la muchacha, lucía desamparado, como cuando lo recibió después del encuentro con su amiga—. No viste la decepción en sus ojos. Sabiendo que era un criminal, me creyó siempre. Confió en mí hasta con su vida. Cuando me preguntó por mi padre, mentí. Y cuando descubrí que era amiga de...

—¿De quién? ¿Tiene que ver con lo que le pediste a Carly?

Todavía había tanto que desconocía y que Jean Pierre le había prometido terminar de contar en Canadá.

—Sí. Joder. Todo está jodidamente relacionado. El puto destino se ríe en mi cara.

Él mismo soltó una carcajada histérica que terminó quebrada en un bufido. Sus hombros cayeron, alargando sus brazos al suelo.

—Por eso necesito aclarale todo. Pedirle perdón por no haber hablado en su momento. Necesito... despedirme. Me dio mucho y le retribuí ocultándole el peligro que podían correr. Echándole en cara mis cicatrices. Gigi... ella no lo merece.

Suspiró contagiada por su desánimo.

—Lamento no haberla podido conocer.

—Te hubiera adorado. Me hubiera gustado que fueran amigas —habló nostálgico.

Lo buscó otra vez, calmándolo con sus manos acunando su rostro entristecido.

—Entonces, vayamos por la carta.

—No, mon amor. Iré yo solo. Y la dejaré en la recepción de su edificio.

—¡Ni hablar! Lo haremos juntos. Y de ahí, directo a nuestra nueva vida.

Lo abrazó apoyando su barbilla en el medio del firme pecho, para mirarlo desde su posición. Gigi parpadeó lentamente, intentando ser coqueta. Su torpe intento hizo sonreír nuevamente al francés, que rodeó el menudo cuerpo con sus largos brazos.

—Muy bien. Tú ganas.


Cuando Pierre aparcó a una calle del club, estaba evidentemente nervioso. Miraba hacia todos lados.

Su estado era contagioso al punto de tener a Noah silencioso, sosteniendo a Mickey sin dejar de acariciarlo desde su asiento infantil.

Mon chat, espérenme aquí.

En el momento en que pronunció esas palabras, su celular, aquel que Gigi sabía que era para sus negocios, sonó dentro de su chaqueta.

Al tomarlo, el nombre de "Adam" en la pantalla lo enervó.

Salió del vehículo y se quedó en la acera.

—¿Qué quieres?

Vaya, definitivamente, eres un amargado. Quería saber si estabas en tu penthouse.

—No, estoy llegando a la galería.

Mientras Pierre mentía, Gigi y Noah —en brazos de esta—, bajaron del coche.

La joven madre moduló claramente un <<Noah necesita ir al baño. Iremos al club>>, al que Pierre correspondió con un asentimiento de la cabeza sin dejar de hablar por teléfono, entregándole las llaves correspondientes.

Caminaron a prisa para escapar del frío, agradeciendo el momento en que entraron a su lugar de trabajo, iluminado por el sol de la tarde que ingresaba por los tragaluces de un rincón.

Paseó sus ojos por el ambiente desolado, con la melancolía de una despedida.

Visualizó en un parpadeo su vida en ese lugar. Bastante turbia cuando palabras y manos subían de tono con intenciones sucias. Sin embargo, el contraste con las risas, compañerismo y confianza con cada integrante que hizo de su paso por allí lo más parecido a una familia, la conmovió.

—Mami, pipí.

—¿Qué? —reaccionó, parpadeando de regreso—. Ah, sí. Vamos cariño.


Gigi y Noah salieron del cambiador. Suponiendo que Pierre estaría en la oficina, caminaron hacia allí.

—Papá ya debe de estar en el despacho cariño. Vamos a ayudarlo a buscar la carta.

Shi, mami.

Cuando entraron al espacio de trabajo, lo encontraron vacío.

—¿Y papi?

—Ya debe de haber encontrado lo que buscaba. Vayamos al coche. ¿Estás contento con el viaje que haremos?

—¡Shi! —celebró con inocencia infantil, envolviendo entre sus manitos a su ratón, pasando la suave cabeza por su mejilla—. Y Mickey tambén.

El entusiasmo de su hijo era un gran aliciente para todo el miedo que llevaba en sus hombros desde hacía días.

A punto de salir del despacho, un silbido alegre —y por alguna extraña razón que no pudo identificar, lo consideró también siniestro—, la alarmó. Entrecerró la puerta, dejando una mínima distancia para espiar al inesperado visitante.

Su corazón se paralizó y el terror la atrapó, clavándola al suelo.

Adam venía por el pasillo, como un niño alegre yendo a un parque.

De repente, la adrenalina activó sus defensas y el impulso de huida la hizo reaccionar cerrando del todo la puerta. Los latidos pausados se volvieron ensordecedores. Dio dos pasos hacia atrás, mareada, ahogándose en su pánico.

Desesperada por una salida, miró a su alrededor, escaneando el espacio. Sus pupilas cayeron en el macizo escritorio, que se convirtió en su única salvación.

Tomó a su pequeño en brazos, contagiándole el miedo y corrió hasta el otro lado del mueble. Movió a un lado la silla con rueditas y se refugió en el hueco debajo de la imponente mesa con un Noah asustado, que comenzaba a llorar.

—Shhh, Noah. Por favor, cariño. No llores.

Lo besó en la frente y lo sujetó contra su pecho después de acomodar la silla en su lugar, justo a tiempo de escuchar la puerta abrirse.

Contuvo su respiración, aunque sentía tan fuerte a su corazón golpeando contra su pecho que temió ser escuchada.

Abrazaba con fuerza a Noah, que contenía su angustia en casi imperceptibles gimoteos.

Maldijo no haber llevado con ella su celular para avisarle a Pierre de la presencia de su compatriota.

Escuchó los pasos ligeros moverse hacia un lado de la habitación. Identificó que era la biblioteca. Siguió los sonidos de carpetas moviéndose. Una de ellas impactó sobre la mesa en la que se encontraban, sobresaltándolos.

Apretó más el agarre sobre su hijo, agudizando su oído, a la espera de una reacción del joven. No parecía haberse percatado de nada porque percibió la sucesión de páginas hasta que se detuvo.

—Te encontré —gritó Adrien, exultante.

Arrancó de un movimiento el resultado que lo entusiasmaba y regresó todo a su lugar.

Caminó hacia la puerta y con ello, Gigi sintió que estarían a salvo en cuestión de segundos.

Sin embargo, el sonido de pasos regresó en su dirección, tensando a madre e hijo, que involuntariamente, cerraron sus párpados. Se creyó descubierta cuando los pies resonaron cerca de su escondite. Abrió sus ojos con horror al ver el par de piernas delgadas enfundadas en unos pantalones oscuros deteniéndose junto a ellos. Sus pupilas quedaron fijas en las gruesas botas de motociclista, rogando porque Pierre apareciera en ese instante.


Adrien abrió la primer gaveta. Rebuscó en su interior, descartando un par de sobres que no le interesaban hasta que se topó con el pequeño tesoro que deseaba encontrar, pero que no había creído que siguiera ahí.

Feliz por su inesperada victoria, se la metió en el bolsillo de la chaqueta, listo para emprender el trayecto a su siguiente misión. Una que lo hacía relamerse con perversa hambruna.

A punto de tomar la perilla, la puerta se abrió, encontrándose con el rostro marcado que lo recibió con estupefacción.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Adrien, sorprendido—. Dijiste que estabas en la galería.

Le extrañó que el hijo de Durand mirase alrededor antes de regresar con evidente molestia sobre él.

A pesar de lucir tranquilo, por dentro Pierre rezaba que Gigi y Noah hubieran regresado al coche después de usar el baño, cruzándose sin haberse dado cuenta.

—Dije que estaba llegando a la galería. Estoy de camino. Tampoco es que deba explicarte nada. Y dime tú, ¿qué mierda haces aquí? Y no digas que venías a verme.

Adrien quedó callado, jugueteando con su argolla en la esquina de su boca, buscando una respuesta.

Las manos en sus bolsillos se removieron ansiosos hasta que los dedos de la derecha le dieron la solución.

—Me quedé sin droga. —Sacudió el paquetito a la altura de los ojos turquesas—. Vine por la ración que me robaste. Me alegro de que no te la hayas inhalado. Con la ansiedad que te cargabas, no creí que durase un minuto a salvo.

Pierre entornó sus párpados, dudando de la veracidad de sus dichos.

—Bien. Si eso es todo, vete y llévatela contigo.

—Bueno... eso no es todo. —Rio entre dientes. Sus ojos se transformaron en un par de tenebrosas amenazas—. El jefe tiene un nuevo plan para el boy scout. Al final, fue conveniente que no mataras al agente el miércoles pasado.

—Ahora no estoy de humor para escucharte. Ya hablaré con él para que me expliqué qué mierda quiere que haga.

—No eres tú el que se encargará de él en esta oportunidad.

La noticia tensionó a Pierre, que de inmediato pensó en Aurora.

—Bien. Menos trabajo para mí —fingió desinterés.

Adrien clavó sus ojos con recelo, desconcertado por la apática actitud de quien semanas atrás ansiaba robar la vida de Webb.

—No te entiendo. Y no me gusta no entenderte. Me hace sentir...  incómodo, ¿comprendes?

—No. No te comprendo. Tampoco sé si me interesa hacerlo.

Con las recientes palabras del agente corrupto dando vueltas en su cerebro, no pudo evitar pensar que Pierre apestaba a deslealtad.

—¿Acaso una de estas putas te lavó el cerebro? —Un leve tic en el ojo izquierdo de Pierre hizo sonreír de lado a Adrien—. No puedo creer que hayas caído por un par de tetas. Espero que sean unas que lo merezcan.

La imagen de la sensual desnudista que lo había humillado en reiteradas oportunidades lo azotó y vio con claridad la traición.

Aquella donde el delgado y esbelto asesino frente a él era responsable de toda la información filtrada, poniendo en riesgo la organización francesa.


Desde el oscuro escondite, Gigi atestiguaba cada palabra, asimilando su significado. Mientras Noah temblaba de miedo entre sus brazos, al punto de quedar entumecido. Sus débiles manos cedieron y el agarre sobre su ratoncito se desarmó, liberándolo.

Quiso gritar por su mascota, pero la mano de su madre fue rápida para silenciarlo, suplicándole con un beso desesperado sobre su frente que callara.

El pequeño animal, cargado con el mismo pánico del niño, huyó sobre el suelo, en dirección directa hacia los jóvenes parados junto a la puerta.

Los dos pares de ojos vieron la blanca pieza resaltar en la penumbra de la habitación, mientras se acercaba a ellos.

Con veloz y asesino movimiento, Adrien dejó caer el peso de su pesada bota sobre su víctima.

El grujido de los minúsculos huesos y los órganos reventados reverberó entre las paredes, volviendo el ambiente denso.

—Vaya. Qué sorpresa. No sabía que había ratas por aquí. ¿Y tú? —Quitó su pie de la presa vencida y elevó sus ojos hacia los turquesas grisáceos, que por primera vez, mostraban hacia su subordinado algo que lo hizo regodearse. Miedo—. ¿Sabes, jefecito, lo que le pasa a las ratas? —Vio a Pierre tragar grueso y sonrió como una hiena—. Se las aplasta.

Estallando en una de sus risas psicópatas, palmeó el pecho de Jean-Pierre, dándole la espalda al emprender su salida.

Afuera, tomó su teléfono móvil e hizo la llamada que aguadaban de él.


Cuando Pierre se aseguró que Adrien se había ido, corrió hacia el escritorio, lanzando la silla a cualquier lado y arrodillándose en el suelo para encontrar una imagen desoladora que destrozó su corazón.

Gigi y Noah se lanzaron hacia los fuertes brazos para llorar todo el terror contenido.

Supo que los planes debían cambiar.

***

Kenneth se mantuvo en silencio mientras Carly se despedía telefónicamente de Mitchell, dando vueltas por el espacio de la sala. Las lágrimas no habían faltado, junto a frases de disculpas por fallarle siendo sábado, a tan solo unas horas de la noche más ajetreada del club.

No se sorprendió cuando el mismo Mitch le confesó que Gigi también lo había abandonado, mas no había reclamo en sus palabras. En el fondo, el hombre se complacía de los caminos escogidos por sus muchachas.

Me alegro mi preciosa Egeria. Te habías tardado demasiado en irte de Las Ninfas.

—¿Cómo dices Mitch? —respondió, secando sus mejillas con la mano libre.

Se refugiaron mucho tiempo en este lugar. Y fue bueno mientras lo necesitaban. Pero ya están listas para tomar otra vida. La vida que merecen.

—Mitch... —gimoteó, desmoronándose en el sillón, siendo acompañada por Kenneth, que la alcanzó en un pestañeo, acariciando con su gran palma el muslo de Carly.

El miedo en ella se mezcló con cierta decepción.

Se iba porque huía.

Y algo se apretó en su interior al imaginar el alcance del problema en el que se había metido.

No te olvides de nosotros, y ven a visitarnos cuando puedas.

—Lo haré —susurró, temblorosa.

Con la llamada acabada, se dejó caer de lado, para apoyar su cabeza en el hombro de Kenneth, que cambió su caricia por un abrazo apretado.

—Todo estará bien, mi margarita.

Ese apodo la hizo sonreír como boba, descontando la tristeza del momento.

—Lo sé. Confío en ti.

Se enderezó, girando hacia el moreno. Posó su mano en el rostro rasposo y pasó su pulgar por el canoso labio, que sonrió en respuesta. Fijó sus ojos en los mieles que adoraba y el hombre supo que algo importante quedaba por decir.

—También debo despedirme de él, Ken.

—Kenneth —corrigió molesto, sabiendo de quién hablaba—. Hazlo cuando estemos lejos. Ya nos hemos atrasado mucho. Está cayendo el sol y todavía no terminaste de empacar.

—Mira, no porque quieras se mi novio, me ordenarás, Ken.

Kenneth abrió los ojos, estupefacto, para enseguida curvar su boca con alegre sorpresa por la promesa del título.

—¿Novio? —Carly se sonrojó al percatarse lo que había dicho, pero afirmó encendiendo incluso más sus mejillas—. Me gusta. Pero sigo siendo Kenneth, no el jodido muñeco.

Rio ante el tono serio que tomaba para continuar corrigiéndola.

—Necesitaré privacidad para hablar con Chris.

Otra vez el hombre desarmó su sonrisa.

—No.

—Sí.

—Joder, no.

Carly se cruzó de brazos, frunciendo el entrecejo. Sin embargo, al ver la firme resolución en Kenneth, cambió de estrategia.

Bajó el escudo y con tono meloso, atacó a besos al criminal.

—De paso, puedes comprar provisiones.

—No hace falta. Podremos comprar en el camino —atajó, tratando de sostener su postura.

—Prefiero algunas cosas que sé que podemos conseguir aquí. Imagínate que no haya de mis cremas allí a donde vamos.

—Y Dios no permita que uses otras.

—Por favor... Ken, Kenny, Kennicito...

El puchero armado en la tentadora boca lo venció.

—Mierda... Vas a volverme loco —suspiró—. Vamos, dime qué es.

Lo besó con una mueca de triunfo y le dio una trozo de papel donde garabateó rápidamente una breve lista.

En cuanto lo vio salir, su gesto se esfumó y sus manos se movieron con nerviosismo mientras se adentraba en el cuarto de baño. Sacó del fondo de un cajón una delgada cajita y gimió.

Se sentó en la tapa del retrete, sacando el artilugio de su protección y lo miró con terror.

Desde que Kenneth mencionó aquella primera vez en que se deshizo bajo su tacto, haciéndola suya, no había dejado de rondarle la duda. La explicación de su malestar, al que le había adjudicado el embrollo en el que había caído.

Repasando cada supuesto síntoma por varios días, la molesta sospecha fue llenándose con cada punto tildado que parecía confirmar lo que la tenía preocupada y lo que la había empujado a comprar aquella prueba casera. La que estuvo a punto de usar cuando Kenneth llegó horas atrás a su apartamento.

No tuvo que leer las instrucciones. No era la primera vez que probaba una de esas. Pero sí era la primera oportunidad en que prácticamente sabía de antemano el resultado.

Quiso aprovechar los eternos minutos de espera tras realizar la prueba llamando a Chris, pero, como seguía haciendo desde hacía una semana, este rechazó su llamada, dejándola llegar al contestador. No tenía caso repetir los mensajes pasados, por lo que colgó y fue en busca de la respuesta que más le importaba en ese instante.

—¡Mierda! No puede ser. No. Jodida mierda —sus ojos se humedecieron y sintió su boca seca mientras su cerebro procesaba lo que veía y lo que implicaba—. Dos rayitas. Dos putas rayitas. —Sus lágrimas empañaron su vista y empaparon sus mejillas—. Estoy jodida.

No entendía cómo había ocurrido, si ella tomaba anticonceptivos.

—¡Mierda! —volvió a gritar—. Nada es cien por ciento efectivo. ¡Pero vamos! ¡Dos veces nada más lo hicimos sin protección!

Porque no dudaba de que Kenneth era el padre.

Sus lamentaciones quedaron interrumpidas cuando unos golpes en la puerta del apartamento hicieron eco en el interior.

—¿Tan rápido volvió?

Sintiendo el pulso a mil revoluciones, envolvió su prueba casera —o evidencia de su desgracia—, en papel higiénico y lo desechó en el pequeño cesto de basura del baño.

Caminó temblando hasta la puerta y antes de sujetar el pomo con su mano, esta se apoyó sobre su vientre bajo y sin esperárselo, una calidez la recorrió, haciendo aparecer una sonrisa en sus labios.

—Voy a ser mamá —susurró y esas palabras le dieron una nueva fortaleza.

Esperando hallar al futuro padre del otro lado, abrió la puerta, luciendo su sonrisa más esplendorosa.

Lo que encontró la desconcertó.

—¿Señorita Carly Miller? Soy el agente federal Phil Harrison. ¿Puedo pasar?

Toda su felicidad de esfumó cuando la figura se adentró a su hogar, sin esperar respuesta.

Un escalofrío premonitorio la sacudió y el terror cubrió cada parte de su ser.

—¿Qué... qué es lo que quiere?

—Necesitamos hablar del agente Christian Webb.

***

Una vez que Aurora y Steve habían planeado la siguiente estrategia con Chris, habían regresado a su penthouse y pasado el resto del día tratando de disfrutar del regalo de tenerse en la vida del otro.

Juegos de ajedrez, de billar, o lecturas en el sofá, con la compañía de Hunter, no habían liberado del todo a Aurora de su estado de divagación mental.

Sólo entre abrazos y con besos de amor plantados sobre sus desnudos cuerpos fue que dejó que la preocupación volara lejos.

Y por horas, fueron ellos dos solos, apartados del mundo, dedicados a adorarse con todas las palabras, gemidos y gestos que al amar llenaban sus corazones y ascendían a un nuevo estado de éxtasis.


Con sonrisa somnolienta, Aurora se removió en la cama, desde su posición boca abajo, cuando Steve se recostó nuevamente a su lado al regresar de hacer una llamada de comida a domicilio. Un pedido peculiar de su esposa, pero que jamás podría negar.

Quedó sobre su lateral, con una mano sosteniendo su cabeza y usando la otra para seguir lo que sus ojos detallaban, disfrutando de la penetrante y dulce mirada de Aurora en él.

Los dedos cosquillearon sobre ella, haciéndola reír entre dientes, disfrutando de la calidez del mimo.

—Al final... —Besó un trozo de su espalda—. No eres tan perfecta.

—¿De qué hablas?

Unió otra vez sus labios contra la seda dorada de su piel.

—Tienes unos minúsculos lunares por aquí.

Sus yemas y boca fueron marcando de manera metódica y provocativa cada prueba.

Ella rio suavemente con el rostro contra la almohada, provocando que el corazón de Steve saltase ante la dicha que semejante sonido producía en él.

—Perdóneme por no ser perfecta como usted, señor Sharpe. 

—Bueno, mis padres me han hecho con mucho entusiasmo —se regodeó con soberbia.

Aurora se carcajeó, apartándolo de un empujón.

—Después de todo, fui alterada genéticamente por un ser humano. Ni siquiera el gran Masao Tasukete estaba libre de errores.

—Esos "errores" son preciosos, cariño —respondió, volviendo a su posición inicial.

La masculina y ardiente boca fue recorriendo uno por uno, a lo largo de su espalda, las casi inexistentes marcas.

—Me alegro que te gusten. También me gustan los tuyos. Tienes uno en la punta de tu... —El rubor se ubicó en sus pómulos—. En la punta.

Fue el turno de Steve de reír, sorprendido por el descubrimiento y fascinando a la joven por esa espontánea música.

—¿En serio? No lo había notado.

—Pues yo sí.

—Claro que sí, mi pequeña pervertida.

El tono jocoso se apagó y sus iris de profundo azul resplandecieron con tierna seriedad. Su mano buscó el rostro de Aurora y lo acarició con lenta devoción, pasando sus dorados bucles por detrás de su oreja decorada de minúsculos aretes, perdiéndose como siempre hacía, en las fuentes de oro líquido que lo tenían atrapado.

Con voz profunda, ronroneó.

—Tú me haces perfecto, Aurora. Tú y yo, mi niña. —Sonrió como pocas veces lo hacía—. Lo nuestro nos hace perfectos.

La joven, parpadeó, controlando las pestañas húmedas de repentina emoción.

—Steve...

La silenció con un beso largo, sostenido y devorador. Robándole tanto el oxígeno como la razón. Alterando sus neuronas y acelerando su enamorado corazón como las turbinas de un avión.

Quedó suspendida en una nube, con los ojos apagados dejándose venerar por el hombre que había descendido a sus pies y que comenzó a recorrer con su lengua la suave y fuerte pierna de su diosa.

Al llegar a sus glúteos, se los mordió, haciéndola gritar de excitación. Siguió ascendiendo por su espalda hasta quedar recostado sobre ella.

La tomó de la mano entrelazando sus dedos por encima de sus cabezas, y con la otra, la suejtó por el cabello para girar su cabeza hacia él, encontrando su boca de cereza. Los besos se hicieron constantes y urgentes, entre mordidas, lamidas y gemidos.

El agarre se aflojó y redirigió la mano por debajo del sensual cuerpo hasta alcanzar el delicioso fruto entre sus piernas. Jugó con el sexo femenino, buscando aumentar el placer de ella, que se movía en respuesta a su experto tacto, llevando su cadera contra su fuerte anatomía, retorciéndose como una gata.

Cuando la sintió mojada, estuvo listo, y volvió a poseerla disfrutando del contacto de sus nalgas contra su pelvis.

Aurora jadeaba enloquecida, cada vez con más fuerza, disfrutando del movimiento acompasado de ambos que fue intensificándose entre sonidos húmedos y chasquidos de pieles.

Hasta que quedaron ahogados por el brillo que los unía en las estrellas.


El timbre en la puerta llegó justo a tiempo.

Fue Aurora, la que con su bata de seda puesta, fue en busca de la comida ansiada, acompañada de Hunter que movía su cola con entusiasmo.

Al abrir, su corazón se paralizó.

—Freya, por favor. Necesitamos tu ayuda.


N/A:

Se acaba de declarar una guerra entre líneas. ¿Pierre escapará ileso?

¿Y qué me dicen de Carly? Ojalá Kenny llegue a tiempo.

No se olviden de votar y aligerar las penas que se nos vienen...

Gracias por leer, Demonios!

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