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81. Planes en marcha (Parte I)🔞

81. Planes en marcha (Parte I).

No amanecía, y sin importar que fuera sábado, Steve y Aurora corrían en la gélida soledad de Central Park, acompañados del amarillento brillo de las farolas y las luces tenues del día por llegar.

—Por aquí —susurró ella, doblando en un camino invisible, entre ramas que combatían el invierno.

La joven guio el camino hasta el punto de encuentro, buscando en las penumbras la gran figura que esperaba por ellos.

Su olfato mejorado lo encontró antes de que tuvieran el contacto efectivo al percibir el perfume de madera con sándalo mezclado con su humanidad.

—Aquí es.

Se detuvo, seguida de Steve, que se colocó a su lado.

—Gigantón. Puedes salir.

La sombra emergió de su escondite dando una corta risa, cubierto por capas de abrigo y refugiado bajo la capucha oscura.

—Hola preciosa. Steve.

Los tres quedaron resguardados entre árboles y matorrales, tanto de ojos curiosos como del frío.

—¿Por qué nos hiciste venir aquí a esta hora? —masculló Steve.

—Yo también preferiría haberme quedado en el calor de mi cama. Pero no podía aguantar esta información y con las cosas como andan, mejor ser lo más discretos posibles. Es sobre Durand Belmont. Contactos en Interpol me la enviaron.

El instinto de protección de Steve hizo tomar a su esposa de la cintura, como si al nombrar al francés, lo hiciera presente entre ellos.

—Joder. Definitivamente, no me agrada congelarme el culo por ese cabrón de mierda.

—Steve... —llamó Aurora en tono de regaño.

Chris sacó del bolsillo de su gruesa chaqueta un montón de papeles doblados y se los entregó directamente a Aurora, pasando de Steve, que había estirado su mano libre.

Aurora parpadeó confusa, mirando las hojas. Elevó sus dorados ojos, que resplandecían en la oscuridad como dos hogueras, y los enfrentó a Chris, que mantenía la mitad superior de su rostro cubierto. Aun así, pudo sentir la intensidad de su mirada. Luego saltó a Steve, que la enfocaba con seriedad y un atisbo de preocupación que no le pasó desapercibido.

Regresó a las blancas páginas y las tomó con timidez. Con suma lentitud, las desdobló y contuvo un jadeo cuando chocó con los ojos turquesas que tanto conocía. Sin su cicatriz.

—Lo lamento Aurora. —Su tono demostraba verdadero pesar—. Durand y Pierre son padre e hijo. Ambos criminales. Y al parecer, bastante reconocidos en Francia, aunque imposible de asociarlos con evidencia suficiente. Viven entre la elite, que desconoce el origen real de su fortuna.

Leyó velozmente todo lo que la tinta tenía para decir, con su corazón comprimido. Poco era lo que le importaba.

Salvo la relación biológica que ya conocía.

El único detalle que buscó y no encontró, fue la información de un segundo hijo. Eso la desconcertó.

—No se llama Jean-Pierre Delacroix. Sino...

—Jean-Pierre Clement. Lo sé.

—Lo dice, sí.

—No. —Miró directo a Chris—. Lo sé porque él me lo dijo. Y también sabía que era un criminal, aunque no estos detalles.

No esperaba esa respuesta de la joven. Bajó su capucha mostrando su mandíbula contraída e irguió su imponente anatomía, luciendo el titán que podía ser.

—¿Qué más sabes? —Por primera vez, la voz careció de la habitual ternura hacia la muchacha de su corazón—. Y no me mientas. No otra vez —remarcó.

—Tranquilo Chris. —Steve avanzó un paso, amenazante—. Le hablas a mi mujer. No a una sospechosa.

—Creí que le hablaba a una amiga.

—Lo siento Chris. De verdad. No podía decirte que era un criminal. Pero debes creerme cuando te digo que no sabía de la relación con Durand hasta esta semana.

—Sigue.

—Él... es el que... —no pudo mantener la vista en los ojos celestes que la atravesaban. Mordió su labio inferior y sus ojos bajaron a sus pies.

—El que me estuvo siguiendo. —Ella asintió—. Lo que quiere decir que es el mismo que...

—Intentó matarte, Chris —prosiguió Steve—. Sí. Pero ella lo evitó. Dos veces.

—La primera vez no sabía que era él.

Su gran mano enguantada buscó su nuca. La frotó, moviendo su cuello de un lado a otro, rememorando la situación. Analizando lo que escuchaba.

—El miércoles —adivinó—. La llamada. Alguien me llamó pero no hubo nadie del otro lado.

—Fui yo, para despertarte.

—No iba a dejar que te hiciera daño —gimoteó Aurora, con los ojos húmedos de regreso a él, golpeándolo—. Jamás permitiré que alguien te haga daño si puedo evitarlo.

El gigante exhaló, rendido.

—Lo sé, preciosa. Lo sé.

Su postura se aflojó y se acercó a sus amigos. Posó una mano en el hombro de Steve y la otra en el rostro de Aurora, barriendo la lágrima escurridiza en su mejilla con su pulgar.

—Debió ser una mierda quedar ente nosotros.

—Cuida tu boca —murmuró con una sonrisa ladeada, que de inmediato se hundió—. Y sí. He perdido un amigo esa noche.

—Si sirve de algo, agradezco que cuides mi espalda. —Se dirigió a Steve—. Que los dos lo hagan—. Suspiró, recuperando su pose—. Ya que estamos, deberíamos planear la manera de recuperar a las víctimas.

El matrimonio asintió, conforme.

***

Los gruñidos de ambos estaban creciendo dentro de la habitación frente al inminente orgasmo que se estaba anudando en los fuertes cuerpos. El impacto de sus caderas impartía el ritmo acelerado que acompañaba sus gemidos guturales.

Watashi wa anata no oshiriga sukidesu —rugió Ryota entre dientes, apretando desde atrás el hombro del amante para ensartarlo con rudeza—. Watashi wa anata o kowasu tsumoridesu.

—No tengo idea qué mierda dijiste, ¡pero sigue! ¡Joder! ¡Rómpeme el culo otra vez!

Los testículo del japonés se estrellaron contra las nalgas de Park al penetrarlo más profundo. Tan hondo que los enloqueció. Con una de sus grandes y callosas manos le dio más velocidad a la masturbación sobre el pene de John, presionando sus embestidas al máximo, excitado por el sudor de sus pieles chocando, y por el vaivén sincronizado.

Las descargas vinieron enseguida.

El coreano-americano se dejó ir sobre la sábana, con el lujurioso toque de la mano invasora.

Ryota se había corrido en el ano de Park, dejando los últimos pulsos de su clímax bombear hasta vaciarse. Salió con un bramido bajo, deleitándose por el chorro que rebalsaba del orificio dilatado.

Se puso de pie para ir al cuarto de baño, dejando que el agente rodara por la cama, recuperando el ritmo de su respiración.

—Mierda. Qué buen uso de tu sable, Ryota —habló desde la cama, sintiendo su culo todavía escupiendo el semen ajeno—. Pero para la próxima, quiero ser yo el que te haga morder la almohada. Es lo justo. Siempre me follas tú.

Desde que se habían identificado —la noche siguiente de conocerse, cuando Park salió de la ducha sólo con una toalla en la cintura y los ojos de Ryota lo devoraron sin disimulo—, no dejaron de follar. Una manera de pasar el tiempo sin que Yoshida se alterara por la falta de información de Durand. Y siempre el enorme nipón había sido el activo.

—Yo cojo. No me cogen —respondió.

Iba a reclamar, pero su móvil los frenó, dirigiendo sus miradas ansiosas al resplandor de la pantalla que indicaba un mensaje recibido.

El agente de Belmont revisó lo que decía y esbozó una media sonrisa sádica.

—Tienen a tu asesino. En media hora estarán aquí para darte el nombre.

No hubo casi modificación en los músculos faciales del hermano mayor de Arata, pero la oscuridad de sus iris reflejó más que muerte.

Un brillo que anunciaba venganza.

***

Los tres habitantes del pequeño departamento se movían como peonzas en un patio de juegos, yendo y viniendo cada uno a su ritmo para preparar su huida.

Georgia ingresó a la habitación de su hijo, deteniéndose en el marco de la puerta, paseando la sortija que colgaba de su cuello de un lado a otro de la delicada cadena que lo sujetaba. Una sonrisa cargada de cariño apareció al contemplar la pequeña maleta a rebosar de los muñecos que Pierre le había estado comprando, y un desorden mayor con aquellos que quedaban en el suelo, esperando por su turno de ser empacados.

—Noah, cariño, no puedes llevarlos a todos.

El pequeño se detuvo con sus brazos ocupados con tres peluches apretados. Sus grandes ojos castaños —imitación de su madre—, se colmaron de lágrimas.

—¿Pol qué no? Quelo.

Gigi se sentó en el borde de la cama infantil, donde Mickey acompañaba desde su caja acrílica.

—Lo sé, mi amor. Pero no entran. Puedes elegir dos —levantó los dedos para señalar la cantidad.

Shinco —contrapuso, levantando su mano, ahogando con su brazo los animalitos de felpa al presionarlos contra su cuerpito.

—Tres.

Noah miró los dedos de su madre y los tres muñecos en sus brazos. Parecía meditarlo y eso enterneció a su madre.

—Muy bien. Tresh.

El timbre retumbó en el piso y Gigi dejó a su hijo para asomarse al pasillo.

Vio la espalda de Pierre acercarse a la mirilla de la puerta. Tras comprobar quién estaba a la espera, le dio acceso.


—Buen día señor.

—Hola Kenneth. Pasa.

El moreno de músculos de acero obedeció, plantándose en el medio de la sala. Era la segunda vez que estaba allí. La primera, había sido antes de que se ocupara con madre e hijo, siendo el responsable de su preparación previa.

En ese momento de nueva inspección, comprobaba —a pesar del desorden propio de un viaje a punto de iniciar—, que se veía lleno de vida. Una que se iría.

—Es hora —habló Pierre.

Kenneth sabía a lo que se refería.

Rebuscó en el interior de su gabardina el sobre con los documentos solicitados y se lo entregó a Pierre, que examinó su contenido brevemente antes de dejarlo sobre la mesa.

Pierre miró a su compañero americano. Pocas veces habían coincidido personalmente durante su carrera criminal. Pero en los pocos meses que estuvieron juntos, prácticamente todos los días, conoció al primer hombre que podría considerar un amigo leal.

El único que le quedaba, al parecer.

—¿Qué más puedo hacer por usted?

—Que te vayas de aquí y te lleves a Carly.

El hombre parpadeó varias veces, haciendo sonreír al francés.

—Por favor, Kenneth. Estuve dos minutos en la misma habitación con ustedes y noté que están locos el uno por el otro. No tengo la menor idea de qué es lo que tuvo con el agente. Pero créeme. Él no le podría corresponder como tú. Así que, deja de ser un pendejo, y actúa como el adulto que eres.

—Ya la escuchó. No quiere irse.

—Insiste. Creo que sólo tú podrías hacerlo, porque temo que el peligro se nos está echando encima. Estará a salvo si va con quien daría la vida por ella. —Contempló a Kenneth que desvió su atención a la mujer que aparecía para colocarse junto a Pierre. Regresó a los ojos bicolores que lo miraban con determinación—. Váyanse. Lo antes posible.

—Pero... Me necesita. Estará solo —titubeó.

—Ella te necesita más. Y no estaré solo.

Tenía a su familia.

Aunque sintió el dolor de haber perdido a su trésor.

—Y, amigo, aléjate para siempre de nuestra mierda. Busca algo más. Puedes hacerlo.

El hombre de medidas descomunales y manos asesinas apodado Blackhole lo miró con agradecimiento.

Le estaba dando una salida que nunca había creído llegar a conocer.

Pierre le apoyó una mano en el ancho hombro, palmeándolo antes de darle la señal para que pudiera irse sin voltear atrás.


Kenneth bajó las escaleras. Se topó con el frío que lo obligó a recogerse dentro de sus ropajes y se dirigió hacia su vehículo con una fila de dientes blancos brillando en su rostro.

Tenía un destino al cual asistir.

***

Con puntualidad, Adrien y el agente se presentaron en el apartamento que servía de escondite para Ryota Yoshida y su escolta impuesta —y más que aceptada—, de manera de compartir la información pertinente sobre el objeto de interés del japonés.

—¿Este? ¿Este matar a Arata?

—Sí, nipón torpe.

Ryota gruñó, reconociendo el insulto del agente. Pasando de él, se centró en la fotografía que retrataba a su blanco, memorizando el desconocido rostro con sus ojos filosos.

—Matar ya. —Alzó la mirada hacia el hombre que le había proporcionado su próxima víctima—. Ir ahora.

—Tranquilízate. No puedes ir por ahí matando gente. Este no es tu territorio. —De manera intimidante, se paró a centímetros del heredero Yoshida, apretando sus mandíbulas—. Vas a esperar a que te dé la jodida orden cuando lo vea conveniente. Aquí, japonés, no mandas tú. Ni tu familia.

La dura estampa de Ryota avanzó el paso que los separaba, chocando su ancho pecho contra el del trajeado. Una de sus manos se deslizó por su espalda de manera furtiva, envolviendo con sus hábiles dedos la empuñadura de su daga kunai escondida dentro de su pantalón, dispuesto a darle sangre.

Pero la palma de John sobre su hombro aplacó momentáneamente su instinto asesino.

—No se preocupe señor. Aguardaremos su señal.

Sin más que decir, el agente federal se marchó, seguido de Adrien, que había observado la secuencia con su habitual mueca burlona.

Afuera, el joven habló, intrigado, en tanto regresaban al vehículo que los esperaba.

—Así que, ese es el hijo mayor del viejo Yoshida. Conocí a Arata. No se parecen en nada. Este tiene cara de loco —se mofó—. Arata tenía lo suyo, pero era más divertido. Su perro guardián era el que daba miedo.

—Ese pendejo era un imbécil.

—Un imbécil que fue lo suficientemente inteligente para crear un burdel en aguas internacionales. —Se relamió recordando su breve experiencia marítima.

—Pero un imbécil que se dejó matar. Y ahora, nos jode la vida. Todo se fue a la mierda en el momento en que Webb lo relacionó con Durand.

—Al menos, pronto lo tendremos todo solucionado.

—Tú encárgate de tu parte. Yo haré la mía.

—Iré de inmediato. ¿Y qué hay de Pierre? ¿Me dirás por qué no lo estamos incluyendo en todo esto?

—Pierre no puede saber nada al respecto.

—¿Por qué?

—Órdenes de Durand. Él sabrá el motivo.

—Uh, me huele a conflicto.

—Me importa una mierda a qué creas que te huele.

—Vamos, dime. Hay algo raro en todo esto.

Su compañero analizó al muchacho. Cualquiera lo vería como un típico chico universitario, alegre y despreocupado. Pero conocía de oídas su sadismo y había notado en sus pupilas cómo estas se dilataban de placer ante la idea de sucumbir a sus siniestros gustos.

Una retorcida idea surgió en su mente, con el nombre de Jean-Pierre impresa en ella.

—Su padre lo considera un traidor. Una mujer es la manzana de la discordia.

Adrien estalló en una carcajada, tomándose el abdomen con una mano.

—No... puede... ser... —Se enderezó, secando una lágrima jocosa—. Otra vez se jodió por una mujer. Este pendejo no aprende. ¿Y qué quiere hacer el señor Durand?

La sonrisa del agente fue la respuesta elocuente que recibió Adrien.

***

Qué diferente sentía Kenneth el regreso al edificio de Carly ese día. Los nervios lo engullían, mas no dejaba de creer que el ramo de margaritas que llevaba consigo haría un mágico truco sobre la chica que lo tenía enamorado por primera vez en su vida.

Después de sortear la puerta de acceso, se plantaba en el apartamento de la desnudista, dando tres golpes ansiosos a la madera.

Al encontrarse con ella, su semblante desmejorado lo preocupó.

—¿Te sientes bien?

—Sí.

Su tono tajante y la manera de abrazarse enrollándose en un tapado de lana la contradecían.

—¿Eso es para mí?

Ambos miraron las flores.

—Ah, sí. Para ti —respondió torpemente, haciendo sonreír levemente a Carly cuando las recibió.

—Gracias. —Las abrazó, hundiendo su rostro entre los suaves pétalos—. ¿Por qué viniste?

—Por ti. Digo, para intentar hacerte cambiar de opinión. Las cosas están más jodidas de lo que crees.

La larga cabellera negra se sacudió y las lágrimas aparecieron de inmediato.

—No quiero irme —protestó con ojos humedecidos, enfrentándose a Kenneth—. No puedo abandonar mi vida. Quiero darle justicia a las chicas.

Recordó aquellas capturadas que Calisto había descubierto, usando esa excusa para ocultar la verdad.

—Esas chicas serán salvadas. Y tú pondrás tu vida en pausa. Te prometo que la detendrás sólo por un tiempo. Yo me aseguraré de ello, Carly.

—Te odio —soltó Carly muy bajito—. No entiendes nada.

Se aferró más a las delicadas flores, apretándolas contra su agitado pecho.

—Yo te amo. Lo hago desde que te sentí temblar con mi tacto. Desde que mostraste el valor en tu corazón y la determinación en tus bellos ojos. —Su voz sonó suave, dolida, olvidando la emoción con la que había llegado—. Y sé que también sientes algo por mí. Aunque me niegues. Pero lo entiendo. Después de todo, soy la peor opción entre un agente del FBI y un... criminal. Merezco tu rechazo.

Se mantuvieron estáticos en la misma mínima distancia, detallándose en lo más profundo de sus almas.

Carly suspiró, dejando caer sus barreras.

—Eres un criminal. Sí. Pero debo de estar loca, porque ya no encuentro sólo al asesino desalmado, duro, insensible. —Su mano libre subió hasta acariciar la mejilla rasposa—. Veo al chiquillo que no debió morir en ese lugar oscuro.

—No soy ese niño, Carly. No volveré a serlo. Todo lo que me rodea es peligroso y te he metido en eso. Lo que hace necesario que te marches lo antes posible.

—No puedo... No quiero irme.

—Lo entiendo. Es por él. —Su maxilar se tensionó, aguardando la confirmación—. No se lo respondiste a... Peter. ¿Acaso... preferirías que él se fuera contigo? Dijiste que te importa.

—Eres un idiota —masculló, correspondiendo con una pequeña sonrisa—. Sí, me importa. Pero no por lo que crees. Tú me importas más —murmuró, fluyendo sus pupilas de un lado a otro de los del hombre—. Por eso quiero quedarme. Contigo.

Kenneth abrió sus párpados con sorpresa.

Lentamente, sus gruesos dedos buscaron los finos y blancos femeninos, entrelazándolos bajo la mirada atenta de ambos.

—No. No nos quedaremos aquí. Te llevaré lejos. Yo te protegeré.

La mujer comprobaba una vez más que sólo él hacía latir su corazón como nadie.

Y este le gritaba que se arriesgara.

Que amara.

—Muy bien. Vayámonos.

—Aunque no sé qué puedo ofrecerte. —Notó las pequeñas flores alegres junto al portarretratos de ella y quien parecía su hermana. Miró también el ramo que él acababa de traer—. Salvo darte una margarita cada día, si eso te hace feliz.

—Es más fácil que eso, Ken. —El hombre arqueó una ceja—. Te quiero a ti. Porque sólo tú me tienes y espero que no me dejes ir. O, en este caso, que nos vayamos juntos.

El corazón de Kenneth brincó desbocado. Su gran boca se estiró como nunca antes lo había hecho.

—¿Te tengo?

—Me tienes.

—Te tengo —repitió en un susurró, confirmando lo que tanto anhelaba.

Cerró el espacio entre ellos y sus grandes manos ahuecaron las mejillas sonrojadas de Carly, justo antes de tomar en un beso los labios de la mujer.

Uno que inició lento, pausado, como pidiendo permiso. Hasta que la reacción de Carly abriéndose a él y aferrándose con sus brazos al cuello del hombre los hizo profundizar el beso. Sus lenguas se invadieron y sus gemidos chocaron en eco con la boca del otro.

Se sintieron libres por primera vez para llevar su pasión hasta la cama, donde desbordó de gestos y sonidos al amarse.


N/A:

¿Alguien más teme por Pierre?

Al menos, Carly y Kenneth por fin están en la misma página.

Y Aurora y Chris aclararon las cosas. Nuestra peque no podría soportar mucho más el guardarse las cosas.

Las cosas se van a complicar.

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Gracias por leer, Demonios!

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