8. Cuentos 🔞
8. Cuentos.
Trataba de concentrarse en los papeles que tenía delante o en las lecturas desde el ordenador, pero sus ojos inquietos rodaban involuntariamente hacia Aurora, que ya tenía un nuevo libro entre sus manos, recostada sobre el sillón.
Dándose por vencido en su tarea —que ya había releído incontables veces sin tener la menor idea de lo que contenían sus hojas—, se dejó caer contra el respaldo de su gran asiento, focalizando sus ojos en la verdadera merecedora de su atención.
Era increíble cómo unas pocas palabras, un <<te amo>> rompían una maldición como por encanto.
Así era como se sentía Steve.
Recuperada toda su energía que una hora antes había perdido, y con una creciente necesidad de ella, sentía sus manos hormiguear por acariciarla.
Aspiró profundamente, llegando a sus fosas nasales las flores que desprendía la piel de la mujer y que se había adueñado de su despacho; y un estremecimiento recorrió su cuerpo, teniendo como destino su entrepierna.
Regresó en el tiempo a la primera vez que le regaló algo real, aparte de su libertad. Una habitación muy especial.
—Ven aquí, Aurora.
Su voz profunda ordenaba reviviendo esa escena, sabiendo que su prodigiosa memoria conectaría enseguida con el recuerdo.
La aludida arqueó sus cejas abandonando su lectura, pero antes de reclamar por recibir una orden, el brillo intenso y lujurioso del hombre la hizo sonreír. Captaba el mensaje y las intenciones del Señor Steve.
Aurora obedeció, llegando hasta Steve con paso seductor, que sin mediar palabra, la sujetó por la cadera y la sentó sobre sus piernas, de espaldas a él, chocando contra su pecho.
Ella usaba un sweater de suave lana blanca de cuello holgado, dejando uno de sus hombros al aire libre. El hombre, encendido por la dulce fragancia y el simple contacto de su cuerpo sobre su torso, llevó una de sus manos por encima del hombro desnudo y buscó uno de sus senos por debajo de la prenda, acariciándolo con fogosidad, disfrutando una vez más la ausencia de ropa interior.
Delineaba con un dedo la aureola y cuando sintió el pezón erguirse con furia, lo apretó entre sus yemas. Tironeó de él, disfrutando del gruñido erótico de la mujer que se removía sobre su empalme. Apretó con más fuerza el pecho, provocando un mar de sensaciones en la receptora de sus atenciones.
Aurora cerraba sus ojos, llevando su cabeza hacia atrás. Comenzaba a gemir disfrutando del sorpresivo contacto y para silenciarse tuvo que morderse el labio. Steve llevó su otra mano, sin desatender la tarea sobre el suave pecho, hasta la estrecha cintura. Con sutileza, desató el cinto de tela que ataba el elegante pantalón palazzo de su esposa y llevó la mano hasta la entrepierna, buscando por dentro de la prenda. Aurora se sobresaltó en primer lugar, abriendo grande sus ojos, para enseguida voltearlos hacia atrás y retomar su posición, recostada sobre el musculoso cuerpo de su esposo, mientras comenzaba a moverse adelante y atrás en respuesta al erótico estímulo. Un uso notable de los expertos y salvajes dedos del amante. Tenía su cabeza apoyada sobre el hombro de Steve y su pecho, cada vez más agitado, se elevaba y descendía con rapidez.
—Steve... —murmuró, casi sin poder emitir palabra.
—¿Te gusta? —ronroneó contra su oreja, lamiéndola.
Descendió por su cuello, mordiéndola con ansias. Luego pasó su lengua para robar el sabor de su piel. Sus labios tomaron vida propia, posándose por cada espacio desnudo. Haciendo suyo cada centímetro de la dorada carne.
—Me enloquece —quería que siguiera así, porque sentía que en cualquier momento podría llegar a un solitario orgasmo con esos dedos de oro.
Dedos que cambiaban de ritmo, provocándola sin compasión. Entraban y salían de ella. La masturbaban entre dos y hasta tres dedos largos y traviesos, que se empapaban de los jugos que se volcaban de su interior. Su pantalón quedaría arruinado.
Su calidez, el olor de su esencia y de su piel, su humedad, eran su perdición.
—Tú me enloqueces, mi niña. Tú, cada sonido que sale de ti, cómo responde tu cuerpo a mí —su voz ronca y cargada de deseo lograba llevarla más rápido a la meta deseada. Su dedicación a darle placer, junto a esa declaración estaban por hacerla llorar—. Eres mía. Tú y yo, nos pertenecemos.
—Sí... lo hacemos —ahogó un grito cuando los dedos profundizaron su invasión y su canal comenzó a cerrarse a su alrededor. Estaba a punto de colapsar—. Te amo Steve —susurró.
Ese hechizo volvió a remover su corazón. Aquel que había comenzado a latir por ella. Estaba todo bien. ¿Lo estaba? Sí, debía ser así. No se podía fingir lo que estaban haciendo. Se entregaban uno al otro. Como cada día.
—También te amo. Eres todo para mí —besó su cuello, por debajo de la oreja, excitándola más.
El encendido hombre seguía con maestría el juego en el sexo de su mujer ante la respuesta descontrolada del cuerpo elástico de ella. La delicada mano que vestía el enorme anillo de diamante amarillo lo sujetaba con fuerza por la nuca cuando de golpe, todo el cuerpo se tensionó y quedó estático unos segundos, con la espalda arqueada y la cabeza caída hacia atrás, ahogando un grito agónico. Aurora había mantenido sus párpados cerrados, concentrada sólo en el placer que le daba su marido.
Cuando pudo hablar, arrastraba la voz.
—Agradezco que esta vez no me hayas dejado a mitad de camino.
Ambos sabían el motivo del comentario y eso provocó una sutil risa en el hombre, que lentamente liberó su mano de la intimidad de su esposa, que soltó un leve quejido.
—Me alegro que lo hayas disfrutado —llevó sus dedos hasta su boca, soltando un largo <<mmmm>> al limpiar con su lengua los jugos de Aurora.
—Todo lo que me haces es magnífico. Me abres nuevos universos, Steve.
—No te acomodes mucho.
El hombre estaba excitado y su mujer, que sintió la erección debajo suyo, sonrió con lascivia.
—¿Qué tienes planeado enseñarme ahora?
Como respuesta, Steve se puso de pie junto a Aurora y de un ágil movimiento, la giró para quedar enfrentados. La intensidad del dorado de su mujer lo abrasaba. La besó con pasión, y sin contenerse le quitó el sweater por arriba de la cabeza. La miró. No se cansaba de contemplar su perfecto y redondo pecho. Tan delicioso como la fruta más pecaminosa que existiera. No había punto de comparación con cualquier otro. Mucho menos, uno plástico que no despertaba nada en él, a pesar de los burdos intentos de Crystal.
Aprovechando que el ancho pantalón de ella estaba suelto, se lo quitó, dejándolo caer al suelo.
La joven, a su vez, respondía al llamado mordiendo los carnosos labios de Steve y le quitaba su pantalón. Cuando estaba por quitarse los zapatos negros de taco aguja, el hombre la detuvo.
—No. Déjatelos.
—¿Sólo los zapatos? —preguntó extrañada.
—Sólo los zapatos —confirmó con una suave sonrisa.
La sujetó con sus grandes manos de la cintura y la sentó en el escritorio. Pasó su corbata por encima de su hombro de manera de no ser estorbado por la elegante prenda. Luego llevó ambas manos al largo y delgado cuello dorado de su mujer y le besó todo el rostro. Cada rincón de él, con la delicadeza de las alas de una mariposa. Venerándola como la diosa que era.
Ella, con sus párpados cerrados, se dejaba guiar como la buena estudiante que era, ansiosa por su siguiente lección.
Bajó por el cuello con su boca, pasando por el valle entre sus tetas. Desvió su camino hacia el lado derecho, devorando la carne del jugoso monte. Lo apretaba con furia con su boca, usando su lengua para degustarla. Se movía al compás del cuerpo debajo del suyo.
Aurora estaba extasiada y se removía con desesperación, aferrándose a la ya despeinada cabellera masculina con sus dedos delgados.
Las fuertes manos capturaron la cadera desnuda y la tironearon con brusquedad hasta el límite del escritorio, chocando con su dura anatomía.
Sentir lo que le esperaba en unos minutos era una tortura con la que quería acabar. Lo necesitaba adentro, sacudiéndola, empalándola. Amándola.
La concentración del caballero se orientó al otro seno, que recibió otro tipo de atenciones. Su nariz rodeó el dibujo rozado de la aureola, como si aspirara el aroma que desprendía y que se intensificaba por el acto erótico que desarrollaban.
Cada roce, la humedad de su lengua y los pellizcos con los dientes la estaban arrastrando a su perdición. No podía contener los jadeos, ni siquiera mordiéndose el labio, que de tanto apretar temía desgarrarlo. Se retorcía, se arqueaba. Sus piernas envolvían con fiereza la cintura de Steve, clavándole los talones en su muy bien formado culo, demandándole su invasión.
Pero él aún no estaba dispuesto a cumplir con sus exigencias. La estaba adorando, adueñándose de toda ella con voracidad. Gruñía cuando abrió más su mandíbula para succionar la teta que tenía atrapada.
—Te quiero adentro, por favor, Steve... —sollozaba su pedido.
—Me tendrás adentro mi niña, follándote como te lo mereces —atrapó el carnoso labio con sus dientes y luego se lo lamió—. Te haré el amor una vez más, para que toques las estrellas, amor mío.
Un gemido sentido se escapó de su garganta.
Aurora abrió sus ojos y bajó la mirada hacia la oscurecida del rubio, que, liberando su juguete de su boca, apoyó una mano sobre su abdomen y con un firme contacto, la recostó sobre el mueble. No desprendían la conexión visual mientras él descendía con un camino de besos y lamidas por las definidas curvas de su vientre, llegando al ombligo. Allí, la punta de su lengua provocó nuevos estragos en la joven, que tenía otro punto sensible que la desarmaba.
Steve continuó el recorrido de sus manos por cada una de las largas piernas, que en sus extremos vestían el elegante calzado. Besó una de sus pantorrillas y le elevó ambas piernas hasta apoyarlas en sus anchos y fuertes hombros, a cada lado de su cabeza. Sujetándola por los muslos, introdujo su roca en la cálida y húmeda Aurora y comenzó a moverse en ella.
La intensidad iba en aumento. La muchacha llevó sus manos hasta el otro extremo del escritorio, por encima de su cabeza para sostenerse y escondiendo su cara contra uno de sus brazos, se mordió el labio para acallar sus gritos. El placer que le daba su marido era inacabable.
La golpeaba con dureza con su pelvis. Con constancia y por mucho tiempo. Ella respondía arqueándose y sus senos se mecían con la misma vehemencia de las embestidas.
Sus piernas elevadas daban profundidad a cada estocada, sintiéndose llenar con dolor y goce por toda la envergadura del miembro. Su sexo lo apretaba cada vez, próxima a su estallido estelar. Hasta que ambos se congestionaron en su rictus orgásmico y gritos largos y roncos acompañaron su estado de euforia. Si los escuchaban, que se murieran de envidia.
Cuando los músculos de Steve perdieron su fuerza, aún dentro de Aurora, dejó caer su cabeza sobre el sensual pecho de la mujer, que bajó las piernas, rodeándolo, apresándolo con ellas para no permitirle desprenderse, alejarse de su cuerpo. Del lugar al que correspondía.
Él jugaba con sus dedos a lo largo de esas suaves piernas, besando con ternura cada centímetro de sus pechos.
—¿Este escritorio tiene la huellas de muchas de tus empleadas? —preguntó tratando de mostrarse con naturalidad, y una puntada de dolor apareció al imaginar a una Crystal recibiendo el mismo placer que ella.
—¿De dónde sacas eso? —respondió con extrañeza, mientras se ponía de pie y se acomodaba—. Me rijo por el dicho "Donde se come, no se caga".
—Eso sonó muy vulgar Steve —el aludido sonrió de medio lado ante el regaño—. Y no estoy segura de lo que significa.
—Significa que nunca es una buena idea acostarse con empleadas. Muy complicado.
—¿Salvo conmigo?
—Tú nunca fuiste una empleada —amplió su sonrisa ante el brillo pícaro de su mujer—. Esa era una excusa para tenerte en casa —la tomó de la mano para levantarla.
Ambos tomaron la ropa tirada en el suelo y juntos fueron al cuarto de baño. Ella desnuda. No le importaba dónde estaban porque mantenían la puerta con la llave girada.
—Sólo pensaba... —No sabía si compartir con el hombre la sensación que la embargaba desde su llegada.
Él se detuvo y la miró con intensa curiosidad, con aquellos profundos ojos azules. Creía que tras esas vacilaciones se encontraba lo que tanto ansiaba descubrir, y que estaba bombardeando su mente con inseguridades.
—¿Qué pensabas? —El labio mordido de la joven confirmaba alguna preocupación en su dorada cabeza—. ¿Qué ocurre Aurora?
—Muchas de las mujeres de aquí te desean.
¿Eso era lo que la perturbaba? ¿Habría visto a Crystal sobre él? ¿Habría notado cuando inconscientemente su mirada había caído sobre el escote empapado de la platinada en su burdo intento por provocarlo? Sólo habían sido un par de segundos que sólo sirvieron para hacerle hervir la sangre de furia ante el descarado acercamiento. Pero desconocía lo que habría interpretado su inexperta esposa en esa situación.
—Ignóralas. Lo único que obtendrán será mi indiferencia —siguió la línea de su rostro, que hacía una mueca—. Me crees cuando te digo que no he estado con ninguna de ellas, ¿verdad? Tú eres la primera con la que hago el amor aquí —enseñó su suave sonrisa—. Tú eres la primera con la que hago el amor y punto. Amor frenético, tierno, descontrolado. Todo tipo de amor.
Su semblante se relajó.
—Claro que te creo. Nunca me mentirías. ¿Cierto? Siempre debes ser sincero conmigo. De lo contrario, me matarías.
Con qué tierna inocencia se lo decía, con ojos que lo consumían.
—Nunca te mentiré.
Lo decía en serio. Al menos, eso pretendía.
—Muy bien —lo besó con fuerza. Estaba más animada.
***
La vuelta a casa había sido su paliativo.
No tenía nada en contra de Sharpe Media. Podría decir que hasta lo encontraba curioso y fascinante.
Eran las personas las que todavía la inhibían.
No era como si con cada rostro su pasado abarrotado de manos, ojos y labios libidinosos, crueles y violentos la atosigaran. No veía en los empleados a sus antiguos torturadores.
Sin embargo, los temía como a una nueva clase de castigadores. En realidad, a ellas las temía. Que no usaban el cuerpo para dañar, sino las palabras.
Por lo que dejar afuera del penthouse los sucesos del día era como respirar una bocanada de aire fresco, aire de las montañas de su memoria, que la revitalizaba.
Además de tener de forma exclusiva a su amor.
Después de pasar el resto de la tarde dedicándose uno al otro, donde las caricias, conversaciones y proyectos se hilaban de manera perfecta, combinando colores que prometían un futuro ambicioso que ansiaba alcanzar con Steve de la mano, habían marchado a la cama a terminar con su rito nocturno de gemidos y nombres susurrados. O exclamados a viva voz.
Con Steve dormido, <<agotado>>, se dijo con una sonrisa de orgullosa satisfacción, aprovechaba como hacía una noche a la semana, para encerrarse en el despacho de su esposo y usar su laptop para comunicarse con Nomi, que salía en esos momentos de la universidad.
—¿Cómo estás Nomi?
—¡Uf! Bien. Agobiada, con trabajos por cumplir, ayudando a mis hermanos con sus tareas, yendo a terapia una vez por semana... —a pesar de la extensa lista que la suave voz exponía en japonés, sus ojos brillaban y una sonrisa se estiró en su juvenil cara—. Pero feliz. Puedo elegir hacer todo esto, o no. Decidir ir por otro camino a mis clases, qué vestirme, qué comer. Elijo, cada día, esforzarme por mí y por mis hermanos. Vale la pena todo este sacrificio, porque es lo que me da la libertad.
—Me alegro tanto Nomi. Lo mereces. Lo merecen los cuatro.
—Gracias. Aunque dan algo de guerra mis tres pequeños diablillos. Jun me ayuda mucho. Se siente el hombre de la casa y agradezco tenerlo a mi lado —su voz se quebró y unas lágrimas rodaron por su mejilla.
—Nomi...
—Estoy bien. No sé qué haría sin él. Me da fuerzas, a pesar de que sé que lidia con todo esto de vivir en una ciudad grande. Por momentos le cuesta, pero al menos creo que ha hecho un amigo.
—Sé lo que es eso. Todavía no encaja del todo.
—Ninguno lo hacemos.
—Pero lo lograremos.
—Aiko es el único que se siente como si hubiera nacido aquí. Es Raito el que más sufre. Hace unos días tuvo unos problemas en su escuela. Pero quiero creer que podremos solucionarlo. Tal vez me preocupo demasiado.
—Eres una buena hermana —la vio sonreír más calmada—. ¿Cómo estás tú con tus sesiones?
—Sigo lidiando con atreverme a estar sola con algún chico. Me sobresalto cuando alguien se aparece de golpe a mi lado y notar que me miran me hace querer huir y encerrarme a llorar. Y en las noches, a veces despierto creyendo que alguien me sujeta para arrastrarme a una de las habitaciones del barco.
—Ojalá mi poder sanara heridas tan profundas.
Sabía que sí podía vencer ese tipo de oscuridad, pero sólo había funcionado con Steve. Con cada caricia, beso y orgasmo su luz sanaba las grietas hechas a su corazón. Pero iba más allá de su quimérica sangre. Era el amor que colmaba todo su ser lo que lograba ese cometido.
—No te preocupes, Aurora. Sigo con mis penas, pero, o me estoy volviendo más fuerte, o lentamente, estoy dejando que esa carga caiga a mis pies, aligerando mi espalda de a poco.
—Las dos cosas, Nomi. Las dos cosas.
—Debo dejarte. Ya estoy por recoger a mis hermanos de la escuela, hoy los llevaré a pasear.
—Dales saludos de mi parte.
—Lo haré. —La japonesa se detuvo mirando fijamente la pantalla—. Gracias Demonio Blanco. Aunque ese nombre traiga grilletes, también es quien nos mostró el camino a la libertad. Es parte de ti. Nunca podré agradecerte lo suficiente —su labio temblaba y nuevos caminos salados marcaban sus mejillas enrojecidas—. Tú, tu esposo y Chris son mis héroes.
Aurora se ruborizó antes de ver la cara de la niña desaparecer.
—Si supieras. Esta Shiroi Akuma se ha vuelto una tonta que no puede dejar que las inseguridades la hundan —resopló frustrada consigo misma.
Cuando cerraba la puerta doble, unos golpes a la entrada principal la sobresaltaron. Se quedó contemplando la madera que había sido aporreada, como si entre sus habilidades existiera el de visión de rayos-X y pudiera atravesar el material para revelarle quién invadía a medianoche el hogar del matrimonio.
No necesitó tal poder, porque la voz de Edward lo delató.
—Vamos Steve, ábreme.
Sus palabras salían arrastradas, lo que evidenciaba un estado de embriaguez que preocupó a la muchacha, que avanzó con paso apresurado a recibir al invitado sorpresa.
—¡Edward!
Lo encontró recostado sobre el marco de la puerta, con los ojos vidriosos, a punto de caer al suelo y apestando a alcohol. Aurora lo tomó entre sus brazos —olvidando que sólo vestía una delicada y fina bata de seda azul atada en su cintura—, para arrastrarlo sin dificultad hasta uno de los amplios sillones, donde quedaron sentados sin desprender el contacto.
—¿Cómo llegaste?
El penthouse tenía acceso limitado, empleando una clave para usar el elevador hasta el último piso. Nadie sin autorización podía subir a la propiedad. Pero la pregunta no quedaría respondida al parecer, porque el inglés tenía sus propias preocupaciones.
—El bastardo. Ese bastardo. Lo odio.
Se aferró a la figura de la joven con más fuerza, escondiendo su rostro compungido contra el pecho parcialmente desnudo, llorando sobre ella como si fuera un refugio maternal.
—¿A quién Edward?
Trataba de consolarlo, acariciando su espalda sin comprender cómo había logrado llegar en ese estado.
—¡A mi padre!
—¿Por qué mejor no despierto a Steve? Sé que el consuelo de un amigo puede ser lo más reconfortante.
Amagó con levantarse del mullido asiento, pero las manos masculinas la apresaron con la desesperación de un ahogado.
—Por favor, no me dejes. No me abandones tú también. Mi madre, Madison, Steve. No tú.
No tenía la menor idea de quién era Madison. Ni de lo que podía hacer ella misma en ese momento.
—Tranquilo, Edward, me quedaré contigo.
Eso pareció tranquilizar al hombre, que se removió contra el pecho de Aurora, rozándolo con su nariz y con sus labios con tanta sutileza que no parecía real. Despacio, fue recostándose a lo largo del sofá y trasladó su cabeza al regazo de la muchacha, que se mantenía expectante e incómoda con sus manos en el aire, hasta que finalmente, parecía que el castaño alcanzaba un estado de calma que los relajó a los dos.
Bajó sus manos para acariciar el cabello oscuro del amigo casi inconsciente de su marido.
Se tensionó cuando sintió los dedos del hombre ascender por su pierna descubierta en una tenue caricia, deteniéndose en su muslo.
Miró hacia los ojos del dueño de los dedos atrevidos y los encontró cerrados. Eso la hizo soltar un soplido de alivio.
A sus oídos llegaron los pasos de Steve que iniciaba el descenso de la escalera, hasta que ambas miradas se encontraron en medio de mudas interrogantes.
—¿Aurora?
Steve había escuchado en sueños los agresivos martilleos contra la puerta de su casa, pero el nebuloso mundo de Morfeo no lo quiso liberar fácilmente, tardando en percatarse que estaba solo en la cama, lo que lo llevó a abrir sus ojos creyendo comprender que Aurora había ido a averiguar sobre la intromisión.
Desnudo, se había levantado y vestido con unos ligeros pantalones chándal para bajar y descubrir qué retenía a la joven y quién era el atrevido que había logrado sortear al guardia de seguridad a esa hora.
No esperaba la escena que tenía frente a él.
—¿Ese es...?
—Edward, sí —murmuró.
—¿Pero qué mierda? —Sus largos y enérgicos pasos eliminaron cualquier resto de somnolencia que su mente aún conservaba—. Edward, levántate —bramó.
—¡Steve! Necesita ayuda. Llegó ebrio y sollozando algo sobre su padre y que no lo abandonemos.
El hombre en cuestión comenzó a removerse en su lugar, frotándose contra las piernas de Aurora, lo que casi hizo que Steve lo tomara del cuello. Pero recuperando su frialdad, se irguió.
—¿Edward ebrio? Él tiene la tolerancia de todo un equipo de rugby irlandés.
Se agachó y tomó de las solapas del traje a su amigo, hasta hacerlo sentar. Con sus manos liberadas, levantó a Aurora de su lugar que lo miraba perpleja y la colocó detrás de él, en una clara maniobra de posesiva protección.
—Sin embargo, llegó muy mal.
El inglés comenzó a reaccionar, abriendo de forma alternada sus ojos, hasta que logró focalizarlos sobre aquella mirada acerada del azul de las heladas profundidades. Steve tenía las mandíbulas apretadas.
—Aurora, cariño —trató de que su voz fuera suave al dirigirse a su ingenua esposa—. ¿Por qué no preparas un café cargado para nuestro borracho invitado?
Con su ligero y sugerente caminar, se alejó hacia el otro extremo de la estancia, desde donde se abocó a la tarea encomendada.
Sabiendo que no podía hablar con libertad sin ser escuchado por la mágica criatura, Steve siseó entre dientes.
—Así que, llegaste borracho a mi casa y te aprovechaste de la amabilidad de mi esposa.
—Steve —fingió sorpresa—. Amigo. El único que tengo. —El rubio cruzó sus brazos sobre su pecho desnudo, remarcando cada fibra muscular, en un gesto de incredulidad—. Por favor, no tenía a donde ir.
—¿Qué me dices del hotel donde te alojas?
—No quería llegar solo.
—¿Qué? ¿Nada de conquistas esta noche? ¿Estás perdiendo tu toque?
—Tú no entiendes —llevó su cara a sus manos, anclando sus codos sobre sus rodillas. Desde el encierro de sus palmas habló a su viejo amigo—. Me siento solo de verdad. Verte con Aurora, lo que has logrado, quiero eso.
—Déjate de imbecilidades. Te conozco. No me voy a creer el cuento.
Reconociendo que su actuación no obtendría ningún Premio Tony, dejó que su espalda se desplomara contra el respaldo del sillón.
—Lo tenía que intentar. Pero sí estoy algo ebrio y malditamente jodido por el cabrón de mi padre.
Steve se sentó a su lado, justo cuando Aurora regresaba con la taza de café negro.
—Aquí tienes Edward.
—Gracias bombón —le guiñó un ojo, sorprendiendo a la dama su veloz recuperación. Este la ignoró, sabiendo que era al chico de oro al que debía conquistar en aquella noche—. Mi padre me llamó hace unas horas. Estaba en un restaurante, con una hermosa chica y me amargó la velada. Ni siquiera sé en qué momento quedé solo —se encogió de hombros. Aurora se sentó junto a Steve, en el otro extremo, lejos del inglés, tapándose las piernas que el castaño había aprovechado para echar mano—. Pura mierda escuché. Y terminada la paternal conversación, mi cabeza repetía una y otra vez cada palabra. Bebí hasta que su voz se apagó. El gerente me puso en un taxi, pero no recordaba la dirección de mi hotel. —<<Patrañas>>. Steve tenía razón. Su tolerancia al alcohol era envidiable, o un castigo cuando realmente quería ahogar los reclamos de su progenitor, la única verdad en toda esa historia—. Pero recordaba que mencionaste que ahora vivías aquí.
—¿Cómo superaste al guardia?
—Soborno, claro está. Me vio destrozado y le mostré fotos nuestras desde el móvil de la visita a tu padre, corroborando que te conocía y que necesitaba verte. Además de muchos billetes. Él marcó la clave de acceso.
—Hiciste bien en venir aquí.
La dulce voz de Aurora apaciguó un poco el fuego interno de Steve, aunque comprobaba una vez más, que a pesar de desconfiar de las personas por su pasado, creer que Edward era un verdadero amigo la hacía tener fe ciega en él. A pesar de haberle advertido de sus maniobras engañosas.
—Gracias Aurora. Eres una buena amiga.
Esas palabras iluminaron a la joven y volvieron a enervar al rubio. No quería por nada del mundo que fueran amigos, conociendo los antecedentes del embaucador.
—¿Por qué no se quedan hablando? —Se había puesto de pie, posando una mano en el hombro de Steve. Estaba feliz de que se hubiera presentado una nueva oportunidad para reforzar aquellos viejos lazos—. Iré a la cama mi amor —se agachó para besar a su esposo. Su escote abierto fue una visión de pura tentación para los ojos chocolate de Edward—. Puedes quedarte en la habitación de invitados. Theresa siempre la tiene lista.
—Gracias otra vez. Eres un ángel. Si Steve se comporta como el idiota que suele ser, yo te recibiré con los brazos abierto —rio entre dientes al ver por el rabillo del ojo la tensión mandibular acentuarse, a pesar de mantenerse en su dura postura.
—Lo siento Edward. Este idiota será mi idiota por siempre.
Una vez solos, Steve cambió su posición, sentándose en una de las butacas individuales frente al sillón.
—Sé lo que haces.
—Sufro. Eso es lo que hago.
—Aurora no caerá.
—No sé de lo que hablas.
Cómo le divertía jugar con el puto chico de oro.
—Te lo advierto. Esto no es uno de tus juegos. No hay competencia aquí. Y ella no es ningún trofeo a capturar.
—Sólo quiero recuperar nuestra amistad. Olvídate de cualquier teoría conspirativa y conversemos con una partida de ajedrez.
—No tengo. Lo perdí en el incendio.
—¿Y no te alcanza para comprar otro?
—No tengo tiempo para jugar.
—Todavía no puedo creerme la forma en que hiciste estallar tu mansión. Por unas putas velas. Eso te pasa por ponerte romántico. Ridículo.
—Pues créetelo —rumió.
Su viejo camarada se encogió de hombros.
—Entonces, si no podemos batirnos en el ajedrez, acompáñame con otra ronda de tragos y riámonos de nuestras viejas locuras. —Los ojos de Steve parecían dos témpanos en la oscuridad—. Vamos. No me lo niegues. Hazlo por el placer de tener mi compañía.
—¿No puedo devolverte a la calle? —Edward rio entre dientes. —Además, Aurora te recibió. Si fuera por mí, te hubiera dejado durmiendo en el pasillo. —A pesar de lo dicho, había algo de burla y complicidad, que el inglés captó palmeándole la espalda—. Vamos a mi estudio.
Una solitaria carcajada del extranjero resonó con fuerza mientras ambos se dirigían a destino. Ese sonido ascendió hasta la alcoba principal, haciendo sonreír a la muchacha que desnuda, esperaría a su marido entre las sábanas, sintiéndose dichosa.
Hasta el día siguiente, que tuviera que volver a enfrentar a las fieras de Sharpe Media.
Su sonrisa se apagó.
***
—Pago por ver.
Chris sonrió satisfecho cuando su escalera real aplastó los dos pares de William.
—Maldición —masculló derrotado, dejando caer su cuerpo con pesadez contra el respaldo de la silla—. Es suficiente para mí. Creo que mejor me voy a casa, a recibir mi premio consuelo.
—Haré lo mismo —adhirió Lara, dándole el último trago a su cerveza antes de ponerse de pie—. Hoy nos has desplumado, Webb. Parece que con la edad, realmente te vuelves más sabio.
—Y un cabrón desalmado.
—Y guapo.
Todos voltearon al mismo tiempo como si estuvieran coreografiados hacia la pelirroja de cabellos oscuros que había soltado aquel comentario.
Ella se encogió de hombros y sonrió con coquetería sin quitar la vista al receptor del cumplido, que en lugar de sonrojarse, la observaba con desconfianza.
Al día siguiente de su cumpleaños, la agente lo había ignorado en el trabajo, lo que para Chris era una reacción que se esperaba después de un rechazo. Y había creído que su orgullo herido la mantendría alejada.
Sin embargo, Hannah Moore había llegado a su casa esa noche, junto a Robert y los demás —que desconocían lo ocurrido entre ellos—, para participar de la noche semanal de poker, sin que él la hubiera invitado. Todavía ni siquiera entendía por qué insistía en buscarlo, volviendo a la carga como un soldado suicida que tenía todas las de perder contra un batallón.
Fue Lara la que rompió con la incomodidad, bufando sonoramente.
—Will, ¿me llevas a casa? No tomé más de una cerveza, pero prefiero no conducir.
—Sí claro —se levantó, tomando su chaqueta.
—Chris —la chica lanzó las llaves de la camioneta hacia su compañero, que capturó sin dificultad—. Mañana tú me recoges, ¿vale?
—Hecho.
Guardó el llavero en su bolsillo y recuperó los restos de botellas y algunos platos para llevar a la cocina, siendo alcanzado por Bob, que traía en sus manos otra tanda. Aprovechando que estaban solos, el gigante se volteó hacia su amigo, con el ceño arrugado.
—¿Me dirás ahora por qué carajos trajiste a Moore a mi casa?
—Woowww —levantó las manos todavía con las botellas sujetas, calmando la furia de su compañero—. Lo siento. Me pidió muy amablemente que quería unírsenos. Tratar de dejar de lado nuestras diferencias. Creo que de verdad quiere encajar.
—¿Qué tan amable fue? —cuestionó, arqueando una ceja al tiempo que cruzaba sus poderosos brazos sobre su pecho y recostaba su cadera contra la pequeña isla central de la cocina.
—¡Hey! ¡No pienses obscenidades!
—Contigo, prácticamente es lo único que puedo pensar.
—Eso sonó muy extraño, Chris, debes reconocerlo —ambos rieron, meneando la cabeza—. Me regaló dos entrada para ver a los Yankees. Si quieres, en compensación, te llevo como mi acompañante.
—Paso, pero gracias. Sabes que lo mío es el básquet.
Will y Lara aparecieron para despedirse desde la distancia, saludando con la mano; y salieron por su cuenta.
Enseguida, la figura de la última mujer también se asomó, llamando la atención de los hombres.
Robert fingió una tos antes de hablar.
—Bueno, yo también me voy. Tú viniste en auto, ¿no Hannah?
—Así es Robert —sus palabras eran para él, pero la negrura de su mirada sólo tenía un objetivo—. Nos vemos mañana.
El hombre captó el mensaje y dando una palmada en el musculoso hombro de Chris, se marchó.
El dueño de la casa ignoró a la visitante y procedió a lavar los platos y a desechar los desperdicios, cuando su empalagosa voz lo abordó, demasiado cerca de su entidad.
—Estuve pensando en lo que dijiste, Chris.
—He dicho muchas cosas.
—Yo tampoco quiero sólo una follada —captó la atención del hombre, que se volteó hacia ella abandonando su tarea y arqueando una ceja—. No digo que quiero una relación. Me han herido mucho y eso me ha hecho ser extremadamente cuidadosa con mi corazón. Pero como ya te dije, me gustas —avanzó hasta que la distancia entre ellos desapareció. Posó sus manos en el fuerte pecho y atrapó la celeste mirada de Chris en su oscuridad—. Ya ni siquiera estamos trabajando en los mismos casos. No ha habido rescates en la última semana. No somos compañeros.
Las manos de Webb apretaron la pequeña cadera de la joven, atrayéndola hacia su pelvis, lo que provocó que los ojos de esta brillaran.
—Yo tampoco tengo buenas experiencias —su voz fue suave y profunda, como si estuviera compartiendo un secreto muy cerca de la boca de Hannah, donde sus alientos colisionaron.
—Podemos iniciar sólo divirtiéndonos y dejar que la corriente nos lleve.
—Tal vez —se separó de ella—. ¿Por qué no comenzamos con una simple plática? Después de todo, no nos conocemos.
—Me parece bien.
Su sonrisa tiesa y carente del carisma habitual fue suficiente para atraer la atención del agente experto en leer gestos delatores. Algo no andaba bien. ¿O sería su paranoia por estar solo con alguien del equipo de Harrison?
—Siéntate en la sala, llevaré un par de cervezas.
Ella asintió y desapareció.
Se sentó en el sofá pensando a máxima velocidad respuestas a posibles preguntas que podrían llegar a formularse entre ellos. Trataría de ser ella la que guiara la conversación, centrándose en el hombre.
Su mente se detuvo en aquel huracán cuando vio delante suyo, en la mesa baja de centro, el teléfono celular de Chris. Sus ojos se abrieron enormes, pues era una oportunidad que no había esperado tener. Rápidamente, se abalanzó sobre él, encendiéndolo y desbloqueándolo, siguiendo el patrón de dígitos que había observado realizar por el hombre en reiteradas oportunidades.
Sabía que el informante se comunicaba con él y esperaba que ese fuera el medio que utilizara. Recordando la fecha de la última redada, movió con agilidad sus dedos para hallar las llamadas recibidas, con un ojo y oído hacia la cocina, desde donde en cualquier momento Chris podría aparecer.
Alcanzó a ver un número bloqueado cuando saltó en su lugar, desprendiéndose del dispositivo, con tan mala suerte, que este cayó al suelo en el momento en que su dueño llegaba con dos cervezas.
—¿Qué fue eso?
—Oh, nada. Creí que era mi teléfono y cuando me di cuenta del error, me asustaste —sonrió fingiendo inocencia, recuperando del suelo el objeto en cuestión, bloqueándolo enseguida antes de entregárselo a Chris.
Él lo recibió y al abrirlo, comprobó la torpeza de la mujer en su búsqueda.
<<Mierda, sí que soy idiota>>, se imaginó dándose un golpe en su frente por haber estado a punto de comerse el cuentito de la coqueta Hannah.
—Sabes, creo que todo esto es una equivocación.
—¿De qué hablas? —Como un resorte, Hannah reaccionó poniéndose de pie, enfrentándose a la enorme figura que se cernía sobre ella desde el otro lado del sofá—. ¿Qué es un error?
—Cualquier cosa que tenga que ver contigo. Por favor, vete.
—Pero Chris —rodeó el mueble buscando presionarse contra él, sabiendo que aunque su boca decía palabras de rechazo, su cuerpo respondía hacia ella, como su pelvis evidenciaba—. Sé que te gusto. ¿No confías en mí?
—Ese justamente es el problema. No te conozco. No confío en ti y esto no es correcto —se alejó unos pasos hacia atrás y por primera vez, la joven vio en aquel rostro atractivo y de ojos tiernos una frialdad que la petrificó como a una estalagmita en el suelo—. No lo repetiré. Vete Moore.
Sabiéndose derrotada, se batió en retirada, sin poder ocultar la furia que desprendían sus ojos. Capturando su chaqueta, salió dando un portazo.
Caminaba por la acera hacia su coche, desprendiendo vahos con cada resoplido de frustración en la fría noche. Tomó del bolsillo del abrigo su verdadero celular y tras presionar el botón del contacto requerido, sólo necesitó esperar un segundo para escuchar la voz del otro lado.
—El puto boy scout me rechazó una vez más. Definitivamente me tiene en su lista negra. No confía en mí.
—Me has decepcionado Hannah.
—Vete a la mierda.
—Contigo, cuando quieras. Pero por ahora nos focalizaremos en Webb. Después aceptaré esa cita.
—¿Qué harás ahora?
—Ya inicié la siguiente parte del plan. Modificaré lo necesario y haré que él se haga cargo de nuestro Capitán América. Solo no vuelvas a decepcionarme.
La llamada quedó en silencio y un estremecimiento helado recorrió su columna vertebral.
N/A:
Capítulo con algo de cuento y embustes. Algunos engaños comienzan a fraguarse. ¿En quién confiar?
La conversación con Nomi se hace en japonés, por eso está en cursiva, y justamente por eso, cuando anoto "Demonio Blanco", Nomi diría "Shiori Akuma".
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Gracias por leer, Mis Demonios!
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