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78. Día de miér... coles (Parte II)

78. Día de miér... coles (Parte II).

El sonido de las llaves en la puerta detuvieron tanto los preparativos del poco elaborado almuerzo de Gigi, como los garabatos de Noah. Madre e hijo alzaron con ilusión sus miradas para atravesar con ella la gruesa madera.

Cuando la esbelta figura de Pierre se hizo presente, los dos corrieron a lanzarse sobre el cuerpo envuelto en capas de ropa.

—¡Papiiiiiii!

—Parece que me echaron de menos —bromeó, aunque su semblante extenuado no terminó de producir la felicidad que pretendía.

—Desapareciste desde el domingo. Ya es miércoles y salvo algunos mensajes, no diste más señales de vida. Y ni hablar de venir a dormir a casa. De eso, hace casi una semana —reclamó Gigi con sus mejillas infladas después de besar los tentadores labios de Pierre.

—Lo siento, mon amor.

Se agachó para cargar en brazos al pequeño que se aferró a su cuello y así recostar su cabeza sobre el hombro del joven­. Con Noah colgado de él, se sentó en una de las altas butacas de la isla de la cocina.

—No podía venir. Tuve... —negó con la cabeza—. Mejor que no lo sepas.

Su respuesta apagada impactó en la boca del estómago de Gigi.

—¿Qué ocurre? ¿Es por la... espía?

—Hay demasiadas cosas de las que prefiero mantenerte alejada, Gigi. No quiero contaminarte con más de mi mier... —se contuvo cuando las cejas castañas rojizas de la muchacha se alzaron en advertencia—, basura —corrigió.

Georgia se acercó, pero para sorpresa de Pierre, fue para bajar a Noah de su regazo.

—Noah, cariño, sigue dibujando.

—¿Pala papi?

Esa palabra obró una intensa magia en Pierre, que se insufló de vida.

La sonrisa tonta que había subido su ánimo, bajó enseguida al comprender que tenía una familia que proteger.

Esperaba poder hacerlo.

—Sí, dibuja para papi —animó Gigi.

Cuando el pequeño se alejó a la sala para concentrar su atención en sus hojas y crayolas, ella se cruzó de brazos a un lado de Pierre, quien se giró para colocar sus manos en la estrecha cadera. Abrió sus larga piernas y ubicó a la menuda chica entre ellas.

Pero la tensión en el cuerpo de Gigi no presagiaba un reencuentro amoroso.

—No me mires así.

—¿Así cómo?

—Con tu naricita arrugada y tus cachetes inflados, como si contuvieras una batería de insultos.

Se relajó, bajando los brazos y soltando los reproches aplacados en forma de resoplido. Sus palmas se apoyaron en los muslos de Pierre y uno de sus dedos comenzó a deslizarse de arriba abajo sobre la tela del pantalón. Sus pupilas seguían el movimiento, en tanto los del francés se perdían en las líneas del dulce rostro.

—Te siento lejos de aquí —murmuró—. Me pides que abandone todo, pero no compartes lo que te ocurre. ¿No confías en mí?

La forma en que lo dijo caló en Pierre, sintiéndose más miserable todavía. Con su dedo índice enguantado, levantó su mentón, notando la humedad retenida en sus orbes otoñales.

—Gigi, claro que lo hago. Es que no quiero que veas más de mi oscuridad. De mi mundo lleno de putrefacción.

—Pero es parte de lo que eres. Aunque estés dejándolo atrás, es lo que te hizo. Soy fuerte para soportar tu pasado.

Pierre sintió un nudo en la garganta. No solo el pasado lo condenaba. El presente y lo que debía hacer en el futuro próximo podrían espantar a su gatita.

—¿Y si...? —carraspeó—. ¿Y si para irnos, para armar nuestras vidas lejos tuviera que hacer algo malo? ¿Muy malo?

—¿Qué tan malo?

—Una de las peores cosas que una persona le puede hacer a otra. —Aunque Pierre era testigo de que había cosas más aberrantes—. ¿Incluso así me querrías contigo? ¿Podrías aceptarme?

—¿Es realmente necesario que hagas eso?

—Lo es.

Gigi no demoró en darle su respuesta con un lento asentimiento.

—Sé que harás lo que sea necesario por nosotros. No tengo miedo si dices que no tienes otra opción.

Esa respuesta logró desarmar la mayor parte de sus temores atenazados.

Deseó que fuera así de fácil para su amiga comprender lo que tenía que hacer.

Dejando a un lado a la dorada muchacha, atacó el rostro blanco con tenues pecas a besos estridentes.

—¿Cómo es que puedes ser una cosita tan linda y a la vez tan follable?

—¡Idiota! —rio, golpeándole en el pecho y sintiendo el ardor en sus mejillas. Se alejó, retornando a su preparación—. ¿Quiere ir comiendo algo? No es un gran menú. No me llevo con la cocina.

—Déjame a mí, chaton. Soy tu chef personal.

Se puso de pie para quitarse el sobretodo, la bufanda y los guantes, dejándolos sobre el respaldo de la butaca.

El jadeo de Gigi lo hizo voltear preocupado, descubriendo que era por su causa. Miró hacia sus nudillos, el mismo punto que ella observaba, y torció su boca sabiéndose atrapado.

—¡Pierre! ¿Otra vez peleando?

No le importó el regaño cuando su nombre real era música en su aguda voz.

—No es nada.

—¿Por eso no estuviste llegando a dormir?

—Es complicado. Pero te contaré —se apresuró a decir ante el rostro asesino de Gigi—. No hoy. Necesito salir después de comer. Y lo que tengo para contar requiere tiempo. Tiempo que no tengo ahora mismo.

—¿A dónde irás?

Pierre lo meditó, ordenando los pasos a seguir.

—Debo hablar con Carly.

—¿Por qué? Creí que ya habías terminado con ella.

—Yo también lo creí, pero tengo la sensación de que lo de Taylor está relacionado con ella. Y que hay muchas cosas que me oculta y pueden ponernos en peligro.

<<Y a Aurora>>, pensó.

Un escalofrío los recorrió a ambos.

—No te referías a ella, ¿verdad? No es a Carly a quien le harás algo.

Su timidez al preguntar, y cierto miedo en sus ojos, lo hizo sonreír.

—Gigi, mon chaton, jamás he dañado a una mujer. No lo haré ahora.

—Lo siento, esto es nuevo para mí.

Pierre rio y la abrazó, besando su frente, tan baja desde su posición, que lo forzaba a inclinar su cuerpo.

—No te estoy convirtiendo al lado oscuro de la mafia, mon amor. Tú me estás llevando a la luz. Sólo necesito aclarar algunas cosas. Y de ser necesario, advertirle.

—Muy bien —rio nerviosa por lo bajo—. ¿Irás con Blackhole?

—Kenneth. Y sí. ¿Me esperarás para que te lleve al club? —Ella afirmó—. Tendréque llevarte temprano. Antes de que lleguen las demás. —Entendía por qué lodecía—. Pasaré rápido por el despacho y me marcharé. Esta noche otra vez debo ocuparme de algo y no sé si llegaré a casa, pero Kenneth te traerá a la salida. —Sus manos cargaron con el bello rostro y fijó sus turquesas en los de Gigi—. Prometo que será la última noche lejos. Después, estaremos a nada de irnos. Luego de despedirme de mi amiga Freya, seremos nosotros tres en una nueva ciudad.

***

Pierre se encontró con Kenneth en las puertas del elevador y juntos llegaron al vehículo aparcado en la calle.

—¿A dónde? —quiso saber cuando se acomodaron en los asientos delanteros y giró la llave.

—A lo de Carly —respondió de forma distraída.

De inmediato reaccionó hacia su compañero.

Notó los dedos estrangular como boas marrones el volante y los músculos mandibulares marcarse en su rostro.

—Muy bien señor —masculló.

—¿Algún problema?

—Ninguno.

El francés no pudo evitar imaginar la decepción de su cómplice cuando se enterase de la relación que intuía entre Webb y la chica que lo tenía loco.

Prefirió callar y centrarse en mirar las aceras blancas sin dejar de bombardear su cerebro con ideas, conversaciones, estrategias y fugas, en tanto sus dedos jugaban con la piel desnuda de su meñique, extrañando el tacto sobre su anillo predilecto.

***

Carly mantenía su vista hacia afuera de la ventana, con su barbilla apoyada en la palma de su mano, un libro de leyes abierto en la mesa con la vana intención de estudiar, y una taza de té para calmar su constante malestar.

Uno que la tenía sumida en una nueva preocupación y que ni siquiera el maquillaje disimulaba.

Los dedos de su otra mano rozaban errantes la balanza de oro que no había podido quitarse del cuello desde su revelación frente a la ninfa misteriosa.

De alguna manera, sentía que debía hacer un extraño duelo por Chris y la intimidad compartida.

La mirada de la rubia se quedó clavada en ella, y aunque sabía que no era la intención de Calisto, se sintió infiel.

Bufó de manera irónica.

—Al final, no sólo los hombres son unos perros.

Ella que repudiaba a los infieles porque con sus anillos de casados iban al club a quebrar cualquier voto efectuado a quienes se suponía les debían su amor y lealtad, terminó siendo la que jugó con los sentimientos de dos hombres.

Suspiro con profundidad, comparándolos por milésima vez desde que los conoció.

Chris Webb era el hombre perfecto. No tenía dudas de ello. Desde su atlético cuerpo entallado hasta sus ojos tiernos, sonrisa moja bragas y voz grave y profunda. Era inteligente, valiente y gracioso. Su única imperfección —para Carly—, era que no la miraba de la manera en que un hombre enamorado lo haría.

No como la contemplaba Kenneth. Que era la otra cara. Lo opuesto al agente. Un criminal que no terminó la escuela. Asesino, despiadado y torpe. Astuto, sí. Atractivo. Lo era. De piel oscura, pero no tanto. Su color se acercaba al café con leche y no al ébano.

Sin embargo, sus ojos color miel la veneraban cada vez que se posaban en ella. Y los labios que se mantenían apretados se estiraban como los de un niño frente a una dulcería.

Y eso, para Carly, era la perfección.

Con tambaleante confianza, salió de su ensimismamiento para capturar tu teléfono móvil.

Aguardó a que el tono de llamada se abriera al hombre del otro lado. Cuando escuchó la voz que esperaba, comprendió que era el contestador.

—Hola Chris. Yo... —titubeó—. Quisiera que habláramos. Creo que tenemos que hacerlo. Frente a frente. Aunque creo que sabes el motivo. Sí, lo sabes —reafirmó asegura—. Nosotros... Lo nuestro no funcionará. Perdón. Igual... Quiero... —Presionó el colgante en su palma—. Llámame. O ven a casa. Sabes mis horarios. Adiós. Por cierto, soy Carly.

Apretó sus párpados sintiéndose una estúpida por la obvia aclaración y cortó.

El timbre que resonó en su apartamento y la llamaba desde la entrada al edificio acabó con su paz.

***

—¿Qué hacemos aquí?

Pierre alzo una ceja hacia su soldado mientras subían por las escaleras después de recibir el acceso.

—Perdón. Sé que no es mi asunto, sólo... —carraspeó incómodo—. Creí que ya la había liberado de sus tareas con el agente.

—Kenneth, tal vez sería mejor que esperes aquí afuera. O mejor en el coche.

—¿Por qué? —Cuestionó con cejas apretadas hacia su jefe—. No le hará nada, ¿verdad?

—Joder. ¿Tú también? —Rodó sus ojos—. ¿Qué les pasa? Sabes que no daño a mujeres.

—Lo siento.

El muchacho le puso una mano en el hombro de acero, deteniéndose frente a su destino.

—Tengo que conversar de algunas cosas que noté en el club y que pueden perjudicarnos.

—Permítame acompañarlo. Ella le teme —trató de justificar—. No se sentirá cómoda con usted encerrada. Conmigo...

—¿Se sentirá más segura? —terminó por él, con una sonrisa ladeada—. Te puedo confirmar que no se muerde la lengua en mi presencia. ¿O es que hay algo más entre ustedes?

La puerta se abrió y la respuesta no se completó.

Los dos giraron para recibir la imagen de Carly molesta en el marco de la puerta.

—¿Qué esperan? No estoy para perder mi valioso tiempo de estudio en ustedes.

Dio media vuelta y regresó al interior de su piso.

Los hombres se irguieron y la siguieron. Cuando quedaron enfrentados en la sala, dos pares de ojos cayeron al círculo enrojecido sobre uno de los montes visibles en el pecho de la mujer.

De reojo Pierre percibió la evidente molestia en Kenneth, que parecía arder de rabia.

Avergonzada al percatarse, buscó con apremio una sudadera que se colocó para encogerse en ella, mientras que Kenneth no le quitaba su atención de encima, notando a la claridad del día el fútil intento de ocultar un rostro ojeroso.

Ante la penetrante mirada no tardó en recuperar su altivez, e ignorándolo, se enfocó en los ojos turquesas y grises.

—¿Por qué están aquí?

La transmutación en las facciones de Jean Pierre —Peter para ella—, que parecieron resaltar las cicatrices que deformaban su atractiva cara la hizo dar dos pasos hacia atrás de manera inconsciente. Su aura pareció volverse negra y helada y su cuerpo agrandarse cuando avanzó hacia Carly, amenazante.

Kenneth, detrás de él, se enderezó, expectante.

—Te has estado portando mal, Egeria. —El pánico la tomó por completo. Sus ojos saltaron de Peter a Kenneth hasta regresar y quedarse atados a los perturbadores bicolores—. Has informado más de la cuenta a nuestro querido boy scout. Llegaste muy lejos con él.

Como siempre le ocurría al sentirse atacada, no pudo evitar dar su propio zarpazo. Pero su objetivo fueron los mieles endurecidos detrás del mafioso.

—No pudiste callarte. ¿No? ¿Tenías que irle con el cuento de que me follo a Chris? Eres un celoso de mierda.

Mientras el moreno negaba sutilmente, Pierre abrió sus ojos como platos hacia su hombre.

—Joder. ¿Tú estabas al tanto? —Su mano frotó su cara—. ¿Desde hace cuánto tiempo llevas ocultándomelo, Kenneth? ¿Sabes? Mejor no digas nada. Ya hablaremos.

—¿Él no te lo dijo? —tembló Carly.

—No, bocazas. No lo hice —respondió serio.

—Ustedes me van a matar. Pero vayamos al punto. ¿Qué mierda pensabas al acostarte con él?

—Que confiara en mí —siseó. El ácido nauseabundo de la traición subió hasta su garganta—. ¿No era lo que pretendías? Lo tengo donde querías.

Pierre se paró entre Carly y Kenneth, dándole la espalda a este. Era su manera de protegerlo de la conversación a seguir.

—Nunca te dije que lo cogieras. Sólo debías darle información. La que yo te proporcionaba. Pero ahora... ¡Mierda! —estalló—. ¡Hay personas que me importan que están en peligro por tu culpa!

—¡Tú fuiste el que me mandó hacer de mensajera con un agente, estúpido belga! —escupió en defensa—. ¿Creías que él se iba a quedar de brazos cruzados?

—Ese Chris Webb sí que complicó todo —masculló, pasando otra vez su palma por su cara—. Si hubiera sabido...

Meneó la cabeza.

Nunca se hubiera imaginado todo lo que ocurrió.

El destino burlón que los había unido a una diosa ambarina para cambiar la vida de todos ellos.

—Pues, todo está jodido —retomó con voz apaciguada—. Es por eso que debes decirle a tu jodido agente que no se meta en esto. Y que aleje a sus espías.

—¿Sabes... de eso?

—Eso es lo que me tiene aquí. Pusiste en peligro a Gigi y Noah.

Ellos dos eran su prioridad.

Pero no podía olvidar a su amiga.

—Yo... —suspiró Carly, aceptándolo—. Lo sé. No los quise arriesgar. Ni a nadie del club.

—Ya me encargaré de ellos. De todos. En cambio tú... será mejor que te vayas.

—¿Qué mierda dices? No puedes venir a seguir dándome órdenes.

Ya Chris le había aconsejado eso y sentía la misma negativa emerger en ella.

—Escúchame. Intuyo que fuiste tú, con Webb, los que ayudaron a Taylor y Mikola, ¿no es así? —Carly no contestó, salvo torciendo su boca—. Dime. Por Georgia. ¿Están bien?

—Lo están.

—Pues ve con ellos. Síguelos. Aquí todo se está complicando.

—Hazle caso, Carly. —Kenneth esquivó a Pierre, posándose tan cerca de la muchacha que esta tuvo que inclinar su cabeza para mirarlo, rozando sus alientos. Tembló afectada por él—. Por favor. Al menos, hasta que las cosas cambien.

—No. No quiero... No puedo alejarme ahora que...

Sus ojos llorosos se mantenían fijos en el moreno, manteniendo sus lágrimas a raya.

Apretó sus labios para no abrir delante del joven marcado lo que su corazón caprichoso por fin comprendía. Lo que reclamaba para su vida.

A quién ansiaba mantener a su lado.

El testigo silencioso admiró lo que los ojos del criminal y la hermosa desnudista decían pero sus voces callaban. Lo reconoció en el resplandor de ellos.

Sonrió meneando la cabeza.

El encanto se rompió con la repetición de la negativa de la muchacha.

—Me quedaré. Haré que paguen tu hermano y los que sean.

—¡Esto no es una película donde tú y tus amigos salen como héroes!

—Pues no me iré —se cruzó de brazos, bufando.

El francés buscó paciencia en el oxígeno que tomaba.

—¿Es por el agente? —indagó Kenneth—. ¿Él te importa?

Pierre lo conocía lo suficiente para notar que en su dura voz, la decepción se hacía presente.

—Claro que me importa. No soy un animal. Pero no es por él.

—No te haremos cambiar de opinión, ¿verdad? —preguntó Pierre.

Sin soltar los ojos de Kenneth, negó.

—Muy bien. No te podemos obligar. Estás advertida. Pero si necesitas algo —miró a su compañero—. Avísanos.

Se marcharon.


Tras la puerta cerrada, soltó el mar de lágrimas y lloró.

—Esto es una mier... —las náuseas la ahogaron, haciéndola correr hacia el cuarto de baño.

***

Steve se mantenía impasible, con sus fuertes brazos cruzados sobre su pecho, esperando el regreso de Aurora, que se había adentrado a la galería de arte fingiendo ser una mensajera motociclista para descubrir la identidad del supuesto dueño.

Manteniendo su rostro oculto por el casco, no quitaba su vista opacada de la entrada.

Cuando la vio descender la escalinata, aun con su propio casco puesto, supo por sus hombros caídos y su paso acelerado que huía de la verdad confirmada.

Una vez junto a él, la atrapó por los brazos antes de parecer desmoronarse, con un frenético meneo de su cabeza protegida.

Dejando las motocicletas ancladas en su lugar, la arrastró hasta una esquina solitaria y se quitó el casco para dejarlo en el suelo. Hizo lo mismo con el de ella, con extremo cuidado, topándose con sus bellas piedras ambarinas brillando por el llanto.

—¡Steve! —se lanzó contra el ancho pecho, descargando su tristeza—. Peter Verbeke. Jean Pierre es Peter Verbeke. Me mintió.

—¿Lo viste? ¿Te confesó todo?

—No estaba. Su recepcionista tomó el paquete que entregué y me confirmó que él es el dueño. —Otro gimoteo se clavó en Steve, que apretó a su mujer contra su cuerpo, ansiando resguardarla de todo dolor—. Tú y Chris tenían razón. Es un criminal. Y siempre lo será.

—Mi niña —la meció con ternura, besando su coronilla—. Lo lamento. Pero sabes lo que debemos hacer, ¿verdad?

Aurora ascendió sus luceros hacia los pozos profundos.

—Lo sé. Es parte de esto. De la muerta de aquella niña y de las chicas esclavizadas.

—Es nuestro enemigo. Y un riesgo para ti. —La sintió tensarse entre sus brazos—. Será mejor que no regreses como ninfa. Si Jean Pierre te reconoce, o su hermano, podrían alterar nuestros planes y delatarnos con los suyos. Mi amor. —Sus grandes manos cubiertas la sostuvieron del rostro lloroso—. Pueden delatar tu condición. Pueden ponerte en peligro.

—No puedo dejar esto así. Debo enfrentarlo en el único lugar que me queda. Tengo que hacerlo. Ver en sus ojos la verdad. Me lo debe.

Steve asintió.

Cuando Aurora tomaba una decisión, nada la movía de ella.

***

Con la pérdida de los rayos del sol invernal que moría lentamente, Aurora se escabulló por el callejón donde dos noches atrás había seguido desde las alturas —junto a Steve—, el traslado de las chicas restantes. Aprovechando que el sótano infernal estaría despejado de soldados, forzó la entrada para hacerse paso hasta la puerta que lo conectaba con el interior del club.

Emergió en la habitación número cinco. Agudizó su oído tras la siguiente puerta que la conectaba con el pasillo de la planta alta, sabiendo que a unos metros, Pierre acaba de ingresar.

Abrió un resquicio y al comprobar la soledad del lugar, se abrió camino con el paso acechante de una loba.

Una ruidosa cadencia de trancos provenientes de las escaleras la alertó, forzándola a regresar a su escondite, para desde allí, espiar la espalda del hermano de Pierre, que se dirigía al mismo destino que ella.

Una vez este se perdió en el despacho, sus sentidos la alertaron de un inminente peligro.

***

Tenía la caja fuerte abierta y el arma a punto de ser tomada cuando la puerta se abrió, sobresaltándolo.

Por un instante, temió que fuera Gigi, o peor, Noah, en una nueva aventura por su oficina para compartirle una de sus obras de arte.

La presencia del delgado y jocoso joven lo relajó e irritó en igual medida.

—¿Qué haces aquí? Y a esta hora. ¿No tienes mujeres a quien torturar?

—Siempre tengo una a mano.

—Vienes por la nueva —tanteó con repulsión.

—Me encantaría, pero ahora mismo no vengo a mezclar placer y negocios. Vengo por ti.

—No tengo tiempo para tus tonterías. Y ya me tiene cansado el tener que repetir que te alejes de la ninfas.

—Eso lo hace más divertido.

Pierre lo ignoró y se centró en tomar el arma que reposaba en su espera. Se la calzó en la cinturilla del pantalón chándal que usaba, descargando encima la sudadera que lo cubriría.

Se enderezó y se perfiló hacia la salida, invitando a Adrien a irse, con un gesto que no tenía nada de amabilidad.

—Vete a volar, Adrien. Tengo que irme. Fastidia a otro. A mí déjame en paz.

—Pues te jodes. Te dije que venía por ti.

—¿A qué te refieres?

—Te acompañaré a cargarte al boy scout. Tu papi así lo quiere.

—¿Acaso piensa que necesito niñera?

No se lo creía para nada.

Su compañero rodó sus ojos y bufó.

—Quéjate con él. Vamos. Quiero ver dónde vive. El jefe se pondrá feliz de librarse de él. Ese puto agente ya no joderá más.

Masculló unos insultos en francés que el rubio ni se molestó en escuchar, pero que lo hicieron reír igual.

***

A Aurora se le detuvo el pulso al escuchar la sentencia mortal.

Abandonó el club temblando, con la rabia fundiéndose con el temor de sus deducciones.

Giró a un lado en la esquina sabiendo que encontraría a Steve descendiendo de su escondrijo en las escaleras de incendio del edificio de en frente.

—¿Qué ocurrió Aurora?

—Debemos seguirlos —ordenó contundente, subiéndose a su motocicleta.

—¿Por qué? —Steve se paró a su lado, deteniéndola antes de que se pusiera el casco—. Amor, mi niña... dime.

—Pierre. Va a matar a alguien. Y creo... —negó enfáticamente—. No. No puede ser. No a él.

—¿A quién?

—A Chris.

Los músculos faciales de Steve se endurecieron, transformándolo por completo en el helado témpano que había sido por años.

—Tiene sentido. Joder.

Aurora comprendía también.

***

La calle estaba silenciosa y la nieve relucía bajo las tenues luminarias. El frío mantenía a las personas en sus casas desde temprano, al abrigo del calor del hogar.

Eso le permitió a Pierre moverse entre las sombras con facilidad. Palpó su arma en la cintura, por debajo de la sudadera. Desde el cobijo de la capucha, revisó una vez más a derecha e izquierda que no hubiera testigos.

La casa del agente estaba en penumbras, salvo el pequeño farol en el pórtico frontal. Rodeó la estructura hasta alcanzar el jardín trasero, desde donde pensaba colarse por la puerta más discreta.

—No quería terminar de creerlo.

La voz femenina lo detuvo.

La reconoció, a pesar de la dureza desconocida del tono.

Apretó sus párpados y trató de controlar su corazón desbocado ante el inminente encuentro. Uno que se anticipó a sus intenciones.

Y que no lo dejaba bien parado.

Giró, topándose con un espectro oscuro. Su silueta infernal se delineaba por la ropa negra ajustada. Aunque llevaba capucha, una máscara blanca cubría las facciones que conocía.

Lo que más le impactó, fue el fulgor dorado de esos iris.

Un fuego diferente a cualquier otro que hubiera percibido en ellos.

—Freya —susurró, preso del miedo—. ¿Cómo...? ¿Qué haces aquí? Fui a buscarte el lunes. Esperé hasta muy tarde. ¿Dónde estuviste?

—Siguiendo a tu hermano y a las chicas que tienen esclavizadas.

La joven se deslizaba como si flotara.

Pierre reaccionó alejándose de la puerta. Comenzó a deshacer su camino, huyendo instintivamente de la presencia que parecía cernirse sobre él, regresándolo por el pasillo lateral de la propiedad.

—Lo sabes.

—Siempre me hiciste creer que tú no tenías nada que ver con eso.

—Y no lo tengo. ¡Debes confiar en mí! Me conoces.

—No. No lo hago. Tú mismo lo dijiste. No sé quién eres, salvo el criminal que siempre te jactaste de ser. Y tú tampoco me conoces. Lo que soy capaz de hacer, Jean Pierre Durand. —Abrió sus ojos estupefacto—. Ese es el apellido de tu padre, ¿verdad? Ese hombre que solo conoces de oídas. —Chasqueó la lengua—. Tantas mentiras.

—Por eso intenté hablar contigo cuando descubrí que podrías estar en peligro.

—Pero no lo hiciste.

—Porque no los encontré.

—Tuviste oportunidades para decirme a qué viniste realmente. Esta... era tu tarea, ¿no? ¿Limpiar al boy scout? Tú eres el que estuvo siguiéndolo. —Apretó sus dientes—. Tú le disparaste. Viniste a matarlo.

—No... no es lo que piensas. No sabía que tú...

Pierre estaba descolocado. La inocente y dulce muchacha —extinta esa noche—, estaba al tanto de demasiadas cosas.

Frunció el ceño y volvió a repasar la vestimenta de Aurora. Entendió como un relámpago que aquella sombra que había protegido a Chris, era ella.

<<¿Quién eres, mon trésor?>>.

—No te dejaré hacerle daño a Chris —prosiguió en un susurro hipnotizante—. Lo defenderé con mi vida si es necesario.

—¿Lo eliges a él sobre mí? —Su ego se hizo lugar, desafiando a la diosa vengativa frente a él—. ¿El primer hombre que te tuvo? ¿Que te besó? Soy el que se sacrificó por ti. ¡El que tiene esto por enamorarme de ti! —Señaló con su mano la mejilla media descubierta, controlando apenas su grito para no perturbar la calma nocturna.

Su dolor y desolación lo clavaron al piso.

Aurora, que no dejó de avanzar, se plantó a un palmo. Sus ojos se enfrentaron en un duelo cargado de decepción y tristeza.

—Chris es mi amigo.

—¿Y yo?

—Quebraste lo que alguna vez fue. Si es que fue real.

—Claro que lo fue.

Quiso abrazarla pero la delgada mano se posó en su pecho y de un simple gesto, lo empujó, haciéndolo tambalear.

—No eres el mismo. O tal vez sí, y nunca conocí tu verdadera cara.

—No digas eso, por favor —suplicó—. Tú fuiste la primera en ver más allá de mí.

—No puedo creerte. No cuando eres igual de mentiroso que tu padre. Y esa muchacha ingenua que conocías no se tragará más tus embustes.

—Déjame explicarte —volvió a intentar, con voz quebrada—. Escúchame.

—Ya me confirmaste lo más importante. Todo lo demás, no me interesa. Eres nuestro enemigo.

—No lo soy. Y sé que a pesar de lo que crees, no me enfrentarías.

—Por Chris, por los que amo, sí.

Lo empujó una vez más. Tan rápido como potente, lanzándolo al suelo, para plantarse a sus pies, imponente. Los pupilas de ambos siguieron el recorrido del arma que cayó en la nieve, corroborando para Aurora una verdad irrefutable.

Cuando regresó su vista a él, toda ella parecía resplandecer de manera escalofriante.

Hechizante.

—Y te vencería.

***

Steve se había quedado rezagado, espiando a quien Aurora había reconocido como uno de los hombres que la había torturado en su estadía en el buque del japonés que había asesinado.

En su espera, el recuerdo de sus gritos, llantos y el olor a sangre y temor regresó a él. No le pesaba haberlo asesinado lentamente. Aunque hubiera deseado demorarse más en ello. Nunca sería suficiente castigo.

Su mente divagó en maneras en que le retribuiría al joven francés el sufrimiento causado a quien se había convertido en su razón de vivir.

Notó el brillo del celular cuando una llamada fue contestada por él en el interior de la cabina. Unos segundos después, se bajaba del vehículo.

Lo que hizo a continuación lo puso en estado de alerta de inmediato.

El francés comprobaba que un revolver que relució bajo una farola tuviera munición antes de regresar el tambor a su posición, lista para ser usada.

Tomó su propio móvil y sin demora, marcó el número agendado.

***

El timbre de un teléfono los interrumpió.

Aurora y Pierre giraron en simultáneo sus cabezas hacia la casa, que enseguida iluminó a través de las cortinas una de sus ventanas en la planta alta.

—Vete —murmuró amenazante—. Por nuestra historia. Por lo que fuimos. Por lo que te debo, te dejaré ir. Huye. Vete con la mujer que dices amar. Espero que sea cierto. Y no vuelvas. O te haré lamentarlo.

—Freya.... mon trésor.

—No tienes derecho a llamarme así. A partir de esta noche, para ti, soy Shiroi Akuma.

Se encogió sobre sí mismo. Ahí en el suelo, conoció un nuevo tipo de miedo. Uno de llameantes orbes de oro que ardían en su alma en aquella noche glacial. Comprendió por qué hombres crueles y curtidos habían llegado a nombrarla así.

A temerla.

—Es que no entiendes. No vine aquí para...

El sonido de unos matorrales moviéndose los puso en guardia, posando sus ojos en sentido opuesto a la puerta de la casa de Chris.

Unos susurros fueron acercándose, haciendo que Pierre se alzara sobre sus pies.

—Peter. Hermano. ¿Dónde estás?

Cuando la sombra del rubio surgió de un costado, Pierre volteó con pánico hacia Aurora, encontrando un sorpresivo vacío.

Y suarma desaparecida.

Dejó salir el aire atrapado en sus pulmones, y rearmando su pose habitual, gruñó hacia Adrien, manteniendo el volumen bajo.

—¿Qué mierda haces aquí? ¿Viniste a comprobar que cumpliera con mi tarea?

El otro se encogió de hombros.

—Tal vez quiero disfrutar del espectáculo.

—O tal vez quieres armar uno.

La puerta de entrada del agente se abrió y su soberbia altura se iluminó en el pórtico, haciendo escabullir como cucarachas a los jóvenes.

Desde entre las ramas de las plantas de su guarida, notaron el arma automática sostenida en la mano derecha de Webb, que escudriñaba a su alrededor.

—Dispara ahora —susurró al oído de manera sibilante.

—¿Estás loco? Vámonos.

Sin poder protestar, Adrien siguió al rezagado cuerpo de Pierre hasta alcanzar su coche.

Una vez dentro, le reclamó.

—¿Por qué mierda no lo mataste? Lo tenías a tiro.

—La intención es hacer creer que es un robo frustrado. Si le disparaba, sería todo un revuelo que podría terminar de señalar a la organización. No sabemos si su compañera está al tanto de nosotros.

Poco satisfecho, Adrien se cruzó de brazos, mientras Pierre, al volante, se alejaba esquivando la casa de Chris Webb.

A las pocas calle, no pudo evitar maldecir, golpeando el timón.

Quelle journée de merde! [¡Qué día de mierda!].


N/A:

Perdón, quedó más largo de lo que pensé. Espero que aún así lo disfruten y vivan el mundo de emociones de nuestros personajes.

Aurora se encegueció y no escuchó a Pierre... ¿una amistad quebrada para siempre?

Leo sus comentarios y agradezco sus estellitas.

Gracias por leer, Demonios!

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