78. Día de miér... coles (Parte I)
78. Día de miér... coles (Parte I).
Llevaba dos noches sin dormir.
La primera, cuando se había escabullido de Las Ninfas como la rata mentirosa que se sentía al descubrir a su amiga infiltrada.
Con un mundo de reclamos y angustia en la garganta, esa noche había terminado en El Patio de Juegos para descargar sus frustraciones.
Casi había matado a uno de sus contrincantes a puño limpio, absorbido por un sinfín de escenarios mentales en los que unos ojos dorados lo apuñalaban con dolor y tristeza.
Despertando a la realidad con el olor a sangre y el escándalo de un público enardecido que pedía más, dejó caer al pobre bastardo para marcharse sin dar explicaciones.
Sucio —en cuerpo y espíritu—, herido en sus manos y consumido por la fatiga, se había refugiado en el vacío de su penthouse desde donde había resuelto confesarse al día siguiente.
Revelarle todo a su Freya.
Antes de su huida les advertiría del plan de Durand de asesinar al jodido Chris Webb.
Y sobre las chicas secuestradas.
Se lo debía.
Pero el lunes había sido un fiasco.
Pues esperando que la oscuridad nocturna al final de esa jornada le sirviera de escudo, había aguardado por el matrimonio a una calle de la entrada de su edificio.
Cuando se hizo demasiado tarde sin la aparición de la pareja, el desconcierto y la frustración lo llevaron a rastras a su soledad.
De ahí, el resto había sido un revoltijo de sábanas en la cama de su propio penthouse, extrañando el calor de su gatita.
Ese martes tenía que ser el definitivo. Así lo determinó esa misma mañana.
Miró la hora en su reloj Cartier de muñeca, calculando que su amiga estaría en sus clases de la universidad. Esperaría a la noche al regreso del matrimonio a su hogar para escabullirse en la oscuridad una vez más.
Eso lo tenía en un estado de pánico.
Sólo Gigi le había producido algo semejante y nuevamente sentía que podía perder uno de los regalos más grandes que en su miserable vida había recibido.
El timbre de su piso lo sobresaltó.
Frunció el ceño con extrañeza, pero sabía que no había muchas opciones.
Con su torso desnudo, perfilando sus delgados y definidos músculos tatuados, dejó la pequeña taza de café sobre la mesada de la cocina y se encaminó descalzo hasta la puerta.
—¿Qué hacen ustedes dos aquí? —resopló con evidente malestar al encontrar del otro lado a sus visitantes indeseados.
—Vamos hermanito, no seas así. Hace mucho que no tienes el placer de mi compañía. Casi siento que me estás ignorando cuando tú y yo éramos inseparables.
—Eres sólo un empleado más. No te creas la gran cosa —gruñó.
El joven alegre se hizo paso en la sala, hasta tirarse sobre el largo sofá.
Detrás de él ingresó el agente que no ocultó su desagrado hacia Peter.
Cerrando la puerta, siguió con elegante andar a los recién llegados, acomodándose a horcajadas en uno de los apoyabrazos del sillón individual, cruzando sus brazos sobre su pecho, marcando cada relieve de sus brazos y pectorales.
Sus nudillos enrojecidos llamaron brevemente la atención de los otros ocupantes.
—Los escucho.
—Ayer descubrí a quien creo que es el informante de Webb —soltó en voz profunda el hombre corrupto—. Un negro con el que juega a veces al básquet. Lo creímos del FBI, por eso lo ignoramos.
Peter agradeció el leve de alivio al comprender que su amiga y el esposo quedaban descartados. Sin embargo, algo peor se avecinaba.
Sintió un nuevo golpe en el estómago.
El mensaje le llegó fuerte y claro.
Era hora.
Tomando todas sus fuerzas para no delatarse, tensionó los músculos de su mandíbula antes de asentir con la cabeza.
—Entiendo. ¿Cuándo y cómo quiere el jodido Belmont que lo haga?
—Haremos una redada para recuperar a las muñecas no vendidas en unos días. Ahí aprovecharemos para que lo liquides.
La mirada peligrosa del hombre maduro decía algo más. Algo que Peter trató de desentrañar afilando sus ojos bicolores hacia él.
—Estarán poniendo a mis hombres en riesgo. Sé que para Belmont son prescindibles, pero no mandaré a mis soldados a ser arrestados o abatidos por un puto agente del FBI que le está tocando las pelotas. Además, un rescate en el club podría hacer que unan los cabos.
—Es un riesgo que debemos tener. Webb está demasiado cerca. Ha estado indagando cosas sobre el club. Como Grant y los Verbeke. Tememos que haya estado allí.
El hijo del líder se quedó duro ante la explicación, confirmando lo cerca que estaba el amigo de Freya.
El agente tomó su reacción como el impacto sorpresivo de lo que Chris había avanzado en su investigación.
—Con más razón debemos evitar que se realice esa redada —masculló Peter.
—No será en Las Ninfas —aclaró el rubio. Peter arqueó una ceja en su dirección y este rio entre dientes—. Anoche trasladé la mercancía a un nuevo lugar. Esperaremos un par de días y ¡bang! —Una palmada resonó de forma estrepitosa para acompañar su grito—. Armamos fiesta con el FBI. Y tú, te lo cargas por fin.
Peter pasó su mano por el largo de su cara, buscando una veloz salida.
A su mente acudió un intento desesperado por cambiar la situación a su beneficio.
—Ni siquiera tú y tus otros sucios agentes podrían evitar que los compañeros de Webb investiguen hasta descubrir todo. Especialmente para saldar la muerte de su amigo.
—¿Qué sugieres?
—Un intento de asalto en su propia casa. Nada relacionado con el tráfico de mujeres. Un ladrón ingresa, las cosas salen mal y él muere. Durand tendrá a su agente muerto y los negocios protegidos. Los amigos de él estarán avocados a localizar a su asesino mientras tú y los tuyos toman el caso de las mujeres a nuestra conveniencia.
La áspera mano del experimentado hombre de ley se frotó contra su mentón, analizando la propuesta. Sus orbes no se despegaban de Peter que le devolvía la mirada con la arroganciapropia de un líder que no pide permiso sino que da una orden.
Lo que incrementaba el odio que sentía por el muchacho engreído.
Pero era listo y comprendía que la idea era acertada.
Ya vería en qué momento cumpliría con la segunda parte de la tarea encomendada por el progenitor.
—Tienes razón. Seguro que Durand coincidirá. Lo mejor es no atraer la atención. Ya suficiente con la estupidez de salir por segunda vez de su refugio. —Se puso de pie, tirando de las solapas de su gabardina—. Todo por la calentura hacia una mujer.
—¿Qué mujer? —preguntó Adam, irguiéndose en su asiento, y adelantándose así a la misma pregunta que Peter sostuvo en la punta de su lengua.
—Qué sé yo. Mi informante no la vio, pero sabe que la primera escapada que hizo estuvo muy entretenido con una mujer en un restaurante. Pudo haber sido la misma.
—¿Una joven bonita? —volvió a indagar Adam en lugar de Peter, quien agradecía mentalmente su perverso interés.
—Más bien, una mujer madura. Pero atractiva y rica. —Miró con una sonrisa ladeada hacia el hijo de Durand—. Quien te dice, pronto tienes una madrastra.
Su risa seca le revolvió el estómago a Peter.
Se encaminó hacia la puerta. Antes de abrirla, se volteó hacia los jóvenes que seguían en la sala.
—Le diré a Belmont tu plan. Seguro que lo querrá hecho para esta noche.
—Pues no será así. Esta noche... —dudó, pensando en sus planes—. Haré investigación de sus movimientos. Será mejor mañana miércoles. Por cierto —detuvo al hombre interrumpiendo su salida—. ¿Tienes el nombre del informante?
Trató de sonar desinteresado.
El otro se encogió de hombros.
—Ya lo estoy haciendo investigar. Pero ese no es tu asunto.
—Todo lo concerniente con mi organización es mi asunto —siseó.
—Como digas —respondió curvando una sonrisa sarcástica, para marcharse, dejando a Peter con una sabor amargo en la boca.
Volteó, recordando que el rubio seguía allí.
—¿Y tú? ¿No tienes nada que hacer?
—No. Con el club cerrado hoy, pensé que tú y yo podríamos divertirnos. Aunque por lo que veo —señaló las manos de Peter—, estuviste haciéndolo y no me invitaste. ¿A quién escarmentaste?
—Sólo disfrutaba de una buena pelea —mintió—. Un club de primera con luchadores clandestinos.
—No te he visto pelear desde hace tiempo. ¿Qué te parece si me llevas? Quiero ganar dinero a tus expensas —se carcajeó, poniéndose de pie—. Tu lado sádico me servirá para hacerme ganar una fortuna.
—Tengo que ir a realizar el reconocimiento del objetivo —descartó la proposición.
—No necesitas ir, si ya lo has seguido durante dos meses.
Gruñó, temiendo no librarse del insistente Adam.
—Vamos. Llévame. Necesito descargar algo de tensión. Tienes una nueva ninfa en el club que me ha llenado los huevos. Me dejó duro desde el domingo cuando la vi bailar. No hubo paja o coño que me la quitara de la cabeza.
Peter casi perdió los estribos al suponer de quién hablaba, temiendo que descubriera su identidad. Se puso de pie de un salto y antes de abrir la boca, Adam levantó las manos, anticipándose al regaño repetido que creyó iba a escuchar.
—Ya sé, me dijiste que no me acercara a tus ninfas. Pero esta inglesita tomó el turno para entretener a mis clientes antes de la subasta. Está para chuparse los dedos... O para que la chupe toda la noche —rio descaradamente—. Se hace la difícil, pero haré que caiga.
—Ni. Se. Te. Ocurra —siseó, erizando su cuerpo en clara amenaza.
Adam no se amedrentó. Por el contrario. Gozaba desafiarlo, esgrimiendo una sonrisa descarada, con la danza de su lengua sobre su argolla.
Peter resopló. Pasó su palma otra vez por su rostro y buscó la paciencia que se esfumaba con la presencia del irreverente joven. Derrotado y sabiendo que sus planes estaban jodidos, decidió ceder, temiendo que un rechazo promoviera que Adam lo siguiera al hogar de los Sharpe.
Debía cambiar la estrategia.
—Muy bien, pendejo. Iremos al anochecer. Y mañana me encargaré de Webb.
Sus carnosos labios se curvaron hacia arriba con malicia, ladeándose sobre su rostro marcado.
Lo haría a su manera.
***
Era el tercer día de clases en que la mente de Aurora se dedicaba a divagar en un pantanoso laberinto, donde arenas movedizas parecían amenazar con tragársela si seguía adentrándose a ciegas en busca de respuestas que no conseguía.
—Señorita Woods, ¿se encuentra bien?
La gruesa voz del profesor tardó en llegar a ella para hacerla reaccionar, descubriéndose como la última estudiante en el salón en guardar sus apuntes —en blanco—, para marcharse.
—Claro. ¿Por qué lo pregunta?
—Yo... perdón, es que la he visto algo distraída desde el lunes.
<<Apagada>>, quiso decir.
—Lo lamento mucho, profesor —se avergonzó, colgándose su morral en un hombro—. He escuchado todo y le aseguro que me apasiona la genética. No volverá a ocurrir.
—No lo digo por eso.
No sabía qué decir en realidad. Siempre había sido un docente preocupado, pero ella despertaba algo más en él.
Su mano inició un tímido ascenso en busca de un atrevido contacto que todavía no sabía dónde aterrizaría.
—¿Aurora?
Hombre y mujer giraron hacia la grave voz que resonó en el lugar, topándose con la figura de donde había emergido descendiendo por los escalones con majestuosidad y altivez.
De inmediato, David mudó su rostro a uno de rechazo y su mano regresó a su sitio.
—¿Sharpe? ¿Es acaso una broma? ¿Qué haces tú aquí?
—¿Se conocen? —miró al recién llegado con recriminación, aunque Steve evadió sus ojos reprochones—. Nunca me dijiste eso.
Steve, con su imponente estampa, se plantó junto a su mujer, tomándola por la cintura para llevarla contra él.
Barrió en un segundo a David.
Había mejorado su anatomía con evidentes horas de entrenamiento, aunque no equiparara la contextura física del cuerpo atlético y musculoso de Steve, ni mucho menos alcanzara su altura, quedando algunos centímetros por debajo del rubio.
Seguía usando lentes para enmarcar sus ojos verdes, pero eran más modernos y su aspecto ya no era el de un exagerado empollón. De hecho, debía reconocer que lucía más seguro de sí mismo. Y a ojos de una mujer, bastante atractivo.
—Aurora, cariño, Eastman y yo fuimos compañeros en esta universidad, compartiendo unas pocas asignaturas. Eastman, como sabrás, ella es Aurora Sharpe, tu alumna más brillante sin lugar a duda. Y mi esposa.
Remarcó la última frase con orgullo.
—Steve... —siseó con sus mejillas ruborizadas—. Aquí soy Aurora Woods, no lo olvides. Y no digas lo de su alumna brillante. Es incómodo.
—Lo eres, mi amor —respondió tras dejar un beso en su sien, sin quitar su mirada acerada de su antiguo compañero.
—Así que, es tu mujer. Ahora entiendo porqué la nueva piscina olímpica y el ala ampliada de la biblioteca tienen tu engreído nombre. —La acidez resbalaba en su voz—. No me extraña para nada, siempre fuiste un niño caprichoso.
Aurora abrió grande sus ojos ante el nuevo aspecto que mostraba el siempre correcto científico. De inmediato, sus cejas se hundieron con molestia.
—Steve solo me apoyó cuando demostré con mis resultados que merecía estudiar aquí porque tengo una mente privilegiada —defendió, frunciendo su boca en un gesto que hizo desviar la mirada de David allí—. Podría haber elegido cualquier universidad, pero si elegí estudiar aquí es porque el hombre que amo transitó este campus en su juventud.
—Yo... No quise...
El titubeo de David creó una tenue sonrisa en Steve, que su mujer arrebató de una mirada.
—Tú no te pases —señaló a su esposo—. Los dos se han comportado como un par de tontos. Tú con tu necesidad de marcar territorio, y usted —regresó al catedrático que la miraba con la mandíbula caída—... con lo que sea. Son mejores que esto.
Dejó a ambos hombres pasmados por su arrebato.
Aurora bufó, echando chispas de sus iris encendidos al pasar sus ojos de uno a otro.
—Hombres... —masculló, dándose media vuelta para desaparecer tomando con fuerza su morral.
Steve estiró las mangas de su camisa por debajo de su saco y endureciendo sus facciones se volteó, abandonando el lugar.
Lo último que vio David fue la ancha espalda del millonario, aunque imaginaba la sensual silueta de su estudiante meneándose en cada paso.
El timbre de su móvil lo hizo mirar su mano cuando lo tomó del bolsillo. Se olvidó de Steve y Aurora cuando reconoció el nombre en la pantalla.
—Doctor Hennesy. Qué bueno que llamó. Tengo algunas teorías sobre lo que me estuvo preguntando.
***
Afuera, Aurora no tardó en ser alcanzada por su esposo, que a largos trancos la equiparó, contemplándola con una ceja alzada como si estuviera escaneándola con profundidad.
—Steve... viniste hasta mi salón porque sabías que él era mi profesor. —No hubo respuesta de la esfinge que se mantenía impasible—. ¡Steve! Debes controlar tus celos.
—¿Viste la manera en la que te miraba?
—¿El profesor Eastman? Por favor, Steve. Soy sólo su estudiante. Y es mayor.
—Tiene treinta y dos, Aurora —el tono evidenciaba su malestar. Con Chris había sido gracioso hablar de la edad días atrás, pero en ese instante no tenía una pizca de humor—. Te follas a alguien que tiene su misma edad. ¿Crees que a él le molestaría cogerte sobre su escritorio sólo porque tienes diez años menos?
La muchacha se frenó en medio del campus, tomando el musculoso bíceps para obligarlo a mirarla. Sus fuentes doradas parecían luceros de fuego.
—Hago el amor, de forma salvaje, frenética y excepcional con mi esposo. —Empuñó las solapas de su abrigo y lo atrajo hasta sus labios para devorarlo con un beso furioso que terminó en un suave toque—. No vuelvas a decirlo de esa manera, como si fuera sólo sexo. O insinuar que el profesor haría una cosas así conmigo o con sus alumnas.
El arrebato lo había derretido al punto de casi caer de rodillas frente a su divinidad. Se sostuvo de la pequeña cintura como un niño que aprende a caminar, hasta que se rearmó, escudándose en su soberbia cuando detalló la mirada socarrona de su esposa.
—Claro, como si no fueras la puta fantasía de cualquier hombre.
—¡El vocabulario!
—Y encima tenemos el cliché del profesor con su estudiante —la ignoró.
—¿Cliché? ¡Pero eso no sería correcto!
Steve no pudo contener una corta risa detrás de sus dientes, cortando con la tensión para reanudar el camino abrazados.
—Oh, cariño. Cierto que no tienes experiencia en esto. Verás —alzó su mentón, tomando un tono aleccionador que hizo alzar una ceja de la muchacha—. El reglamento puede decir una cosa, pero la realidad es otra.
—¿Quieres decir que los profesores se aprovechan de su posición para acostarse con sus alumnas?
—En la mayoría de los casos, sí. Pero no siempre. A veces, son las estudiantes las que seducen al profesor. —Aurora pensó en lo que Carly le había dicho y lo creyó posible—. Por la autoridad que desprenden, por obtener una calificación más alta... es indistinto también entre profesoras y estudiantes del sexo masculino. O femenino. No hay que discriminar —se mofó.
—¿Por amor?
—Puede ocurrir. Son las excepciones.
—Vaya... interesante. Ahora comprendo lo que Carly dejó entrever cuando nos conocimos. —Se detuvo una vez más, obligando a Steve a imitarla, rodeando su cuello con sus brazos, atrayéndolo a ella—. Pero sabes que te amo.
—Lo sé.
—Entonces no dudes. No podría traicionarte nunca. No cuando eso sólo provocaría dolor.
Su mirada cayó, sintiendo la verdad de esas palabras.
Steve suspiró largamente. Posó su gran mano sobre el sublime rostro para reconectarse, perdiéndose en el oro líquido que lo tenía ahogado. Sólo podía ver en esas aguas el reflejo del más puro y entregado amor.
—No lo hago, mi niña. Confío en ti.
—Bien. Deja tus celos.
—Perdón. Es que es Eastman.
—¿Qué tiene que sea él?
—No nos llevábamos bien en la universidad. Él nos tenía resentimiento a Edward y a mí.
—¿Por qué?
Se encogió de hombros.
—Éramos carismáticos, atraíamos a las mujeres. Yo tenía las más altas calificaciones y trofeos ganados que demostraban que era el mejor deportista. Los profesores me apreciaban y era rico.
—¿Y él?
—Siempre fue más reservado, embebido en sus enormes libros sobre... —sonrió al recordar que una vez lo había ayudado a levantar unos tomos cuyo autor era el Dr. Tasukete. Los hilos de la vida que los anudaban en una telaraña, como sostenía su niña—, genética. Además...
—¿Qué? —indagó curiosa cuando de repente lo vio ido en algún recuerdo que lo llevó a deslizar sus ojos más allá de ellos.
—La última vez que hablé con mi madre me topé con él. Lo habían provocado unos bravucones y le di una mano.
—Fuiste amable con él. ¿Por qué entonces te resentía tanto?
—Porque creía que tenía una vida fácil. Perfecta. Me soltó en ese momento todo su desprecio. Horas después, yo lloraba la muerte de mi madre y temía la de mi padre. En el velorio de mi madre, David se acercó a mí. Pude ver la culpa en sus ojos. Pero mi dolor y rencor me hicieron atacarlo con cinismo. Le reproché si aún creía que mi vida era tan perfecta.
—Steve —gimió, posando sus manos suaves y consoladoras sobre las mejillas perfectamente afeitadas.
—Tranquila. Ya no duele tanto. Y David, en realidad, es un buen hombre. Y un genio. Quiero creer que ha dejado toda rivalidad de lado y que no intentará nada contigo. O que te perjudicará en clase.
—Puedo controlar cualquiera de la dos situaciones.
—Lo sé, mi amor. Sólo te pido que cuando debas entregar la tesis final, no lo elijas como tu tutor asesor.
—Lo siento, cariño —rio—. Si él es el mejor prospecto, no lo desaprovecharé.
—Mierda —masculló.
Caminaron abrazados hasta el coche con la presencia de Andrew a la espera de abrirles la puerta trasera.
Una vez adentro, Aurora se recostó sobre el hombro de Steve, que comprendió en ese gesto la necesidad de un abrazo. La tomó contra él con fuerza, sintiéndola temblar.
—Mi amor... Aurora —susurró con cuidado, besando su coronilla—. ¿Qué te está pasando? Llevas días perdida en lo que sea que te perturba. Es por eso en realidad que vine a buscarte. Eastman me importa una mierda. Y recién tuviste un arranque de enojo que luego pasó a la ternura. Aunque te prometí tiempo, no puedo verte más así. ¿Qué es, mi niña?
Ella se mordió el labio inferior, y Steve supo que estaba en lo correcto.
Se echó a llorar, escondiendo su rostro contra el pecho de Steve, que se apuró a sostenerla ante el evidente dolor hecho lágrimas.
—Mi niña... ¿Qué? Joder. ¿Qué ocurre? ¿Es por Las Ninfas? ¿Acaso Durand te hizo algo más? —su tono duro prometía sangre al rememorar la angustia con la que la había encontrado dos días atrás cuando Andrew la había regresado a Sharpe Media.
Cuando Aurora elevó su cara la rabia cedió paso al desasosiego, acompañando a aquella que veía reflejada en los orbes oscilantes y el rostro empapado.
—Es Pierre. Él... Oh, Steve —volvió a ahogarse en su llanto, apretando entre sus puños las prendas que cubrían el cuerpo de su esposo.
—¿Eso era lo que debías procesar?
—Lo sospeché el domingo. Y el encuentro con Durand me dejó más dudas convertidas en sospechas. Necesito... ir a enfrentarlo.
N/A:
¿No les pasa que cuando "deciden" hacer algo, mil obstáculos aparecen para frenar sus intenciones? Así está Pierre. Al menos, pretende ser sincero.
¿Y llevará a cabo su plan de liquidar a Chris?
Aurora, su Freya, quedaría devastada.
¿Reconocieron algún nombre por ahí? 🤭
Espero les haya gustado. Prometo que ya tendrán el encuentro entre Aurora y Pierre... y otras cosas más...
Gracias por leer, Demonios!
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