75. El tiempo se acaba
75. El tiempo se acaba.
Como un talismán, o un escudo, Carly sacó de la gaveta la delicada joya que representaba todo lo que la tenía contrariada.
La balanza de la justicia que en ella estaba bailando de un lado a otro.
Se sentía desestabilizada.
Con náuseas, sabiendo la conversación a la que se enfrentaría, se colocó entre temblores el intento de persuasión sobre el agente.
Miró el reloj que se posaba sobre la mesa decorativa en la sala, junto a una fotografía de ella con su hermana, comprobando que la hora fatal estaba por tocar.
Y así como lo pensó, se materializó en tres golpes contundentes en su puerta, sobresaltándola.
Apresurada, la abrió, topándose con la imponente figura del agente.
Porque eso era lo que parecía en ese momento.
No su ardiente, salvajemente delicado y atento amante.
Era el agente del FBI en unos vaqueros oscuros, con un jersey que imitaba el celeste de sus ojos y una chaqueta de abrigo negra.
—Chris... cómo...
—Una vecina me dejó pasar. ¿Y tú? ¿Me dejarás pasar también, o tendremos que conversar en el pasillo?
Notó la dureza en su voz, descendiéndola a niveles del inframundo. Y aunque la angustia atenazó su estómago todavía más, no pudo evitar el palpitar indecoroso en su sexo por el influyo de la poderosa voz.
—Sí, perdón. Adelante.
Lo siguió, observando cómo pasaba su mano por su nuca, con evidente nerviosismo.
Se volteó hacia ella, posando sus grandes manos en jarra sobre su estrecha cintura.
Con sus cejas en una línea y sus carnosos labios acompañando de forma apretada.
Carly vio cómo sus pupilas acariciaban su colgante, pero regresaron a ella sin cambios evidente en su semblante.
—Vayamos al grano, que al parecer me viste la cara de imbécil.
El ataque encendió en respuesta el orgullo de Carly.
Y el temor de que hubiera descubierto la verdad.
Comenzó a negar con la cabeza.
—¿Qué sabes en realidad de lo que ocurre en Las Ninfas? Y no intentes volver a mentirme. Si no quieres salir perjudicada, debes decirme todo.
—¿Qué? ¿Si no te digo nada dejarás de follarme?
No entendió de dónde había salido aquello, pero lo había soltado sin cuidado.
—No te he tratado como prostituta, Carly —dijo seriamente— así que no me trates como un aprovechado.
La muchacha sonrió de medio lado, evocando la frase, tan similar a la de Kenneth.
Iba conociendo el carácter de Chris Webb en sus diferentes facetas.
Había empezado por su lado serio y profesional. La timidez inicial de su primer encuentro íntimo le dio la luz de un hombre tierno y apasionado que se equilibraba a la perfección entre las sábanas con su lado salvaje. Sin embargo en ese momento, parecía tener frente a ella una nueva cara, que la hizo excitarse a pesar de las situación.
Estaba enfadado.
Y eso la encendió.
Sus hormonas se apoderaron de ella, como si de un ente maléfico se tratara y no pudo contener la irresistible atracción que el hombre provocaba en ella.
Sin saber si era para distraerlo, para apagar el fuego que se acababa de encender en sus entrañas o por el ya conocido sentimiento de la culpa, se colgó del cuello del alto hombre y atrapó sus labios con los suyos.
—¿Qué haces? —La apartó con sus manos en ambos hombros—. No hagas esto —susurró contra sus labios—. No así, Carly.
—Joder Chris. Por favor —le devolvió en el mismo tono bajo.
No pudo rechazarla, aun sabiendo que desde la noche anterior, su cuerpo ya no parecía anhelar las mismas curvas de la pelinegra.
Cerró los ojos con fuerza y se dejó arrastrar a la habitación.
Se quitaron las ropas a las apuradas, presos de deseos carnales que muy en su interior sabían que no eran con los motivos adecuados, pero que debían saciar de alguna manera.
Conociendo la gaveta de los condones, Chris se enfundó su miembro empalmado y atrajo de un tirón el cuerpo de Carly. La alzó en volandas, recibiendo las largas y fuertes piernas de la bailarina alrededor de su cadera y enceguecido por la lujuria, la empotró contra la pared, estrellando sus torsos agitados.
Chris hundió sus dientes en un pecho al momento en que se ensartó en ella de un brusco movimiento, oyendo el grito de placer de Carly.
La joven gemía, presa de la pasión de los embistes primitivos del gigante. Su cabeza giró hacia un lado, topándose con su reflejo en el espejo de cuerpo entero y eso la calentó más.
Ver los poderosos músculos contraerse en cada fragmento de la viril anatomía, que brillaban por el sudor emergente, la enloqueció, perdiéndose en el frenético ir y venir de la pelvis masculina, abriendo su chorreante coño en cada furiosa penetración.
Atrapó mechones del corto cabello castaño entre sus dedos y lo hizo conectar miradas al tirar de él, hallando la oscuridad de las pupilas dilatadas, que absorbían casi por completo el color de sus iris.
Estaba ido, en una nebulosa.
Como si lo que observara fuera un espejismo.
Y Carly supo perfectamente qué ilusión personificaba ella.
Bajó sus ojos a los labios entreabiertos y se lanzó a ellos.
Sus lenguas batallaron, aplacando cualquier nombre que pudieran desear pronunciar y que no fuera de ninguno de los de allí presentes.
En un bestial gesto, Chris los lanzó a la cama sin desprenderse, y en el nuevo destino, sus movimientos se hicieron más intensos, más urgidos, más violentos.
Alzó las piernas de la desnudista sobre sus hombros, abriéndola más para él.
La veía retorcerse bajo su cuerpo con los párpados cerrados, apretando sus prominentes bíceps en tensión.
—Sí, joder. Sí. Dame duro. ¡Rómpeme!
Mordió su lengua para no soltar el nombre de Kenneth.
Chris gruñó en respuesta, acelerando en la recta final.
Él también cerró sus ojos cuando se dejó ir en su liberación final, arqueando su cuerpo y ahogando el aullido a una luna llamada Aurora.
***
Las revistas con el rostro de su musa estaban esparcidas por todo el suelo de su estudio de arte, donde se encontraba sin camisa, dedicando sus manos a nuevos trazos que no alcanzaban a satisfacerlo, desechándolos con un gruñido. No había conseguido muchos ejemplares. Al parecer, la pareja era discreta. Pero las que había obtenido las había saboreado una a una, imaginando el momento en que la tuviera consigo.
Cuando se la llevara con él a Francia.
No quedaba demasiado tiempo más, por lo que mantenerse encerrado sin la posibilidad de verla de cerca se estaba tornando un tormento al que pronto le daría fin.
Con ella a su lado, la obra que reposaba en su despacho sería la primera de muchas que le dedicaría.
Se relamió, excitado, imaginando cada escena que retrataría.
Con sus iris dorados colmados de pánico como había visto al conocerla; con su cuerpo maleable a su merced; y con sus lágrimas surcando sus mejillas para ser bebidas por él.
Y luego iría cediendo al placer, hasta volverse su esclava.
Una perspectiva que lo inspiraría mucho más que las fotografías que la mostraban sonriente y feliz del brazo del cabrón infiel de su esposo.
—Mi Perséfone. Falta poco. Y serás toda mía.
El sonido de un puño sobre la madera de la puerta estalló la ilusión, molestándolo.
—¡¿Qué?!
—Lo siento señor Durand. Vino un hombre a hablar con usted.
—No quiero ver a nadie que no tenga cita previa.
—Fue muy insistente. No habla inglés al parecer, pero su acompañante dice que no ha podido convencerlo de esperar.
Supo quién lo buscaba y un escalofrío se mezcló con el enfado.
—Iré enseguida. Hazlos pasar a mi despacho.
—Como ordene, señor.
Con un cambio de ropa, apareció ante las miradas de dos pares de ojos rasgados, que se hallaban de pie, uno junto al otro con aparente complicidad.
Al más bajo lo reconoció como uno de los hombres que manejaba el agente bajo su nómina.
El otro —un oriental que imponía con su gran envergadura y mirada asesina—, le provocó acidez.
—Ryota.
—Durand.
—Señor Durand, lo lamento. Ryota estaba decidido a salir del apartamento y conseguir un teléfono para comunicarse con su padre, y supuse que eso no sería conveniente cuando usted me ordenó que le quitara sus dispositivos —explicó velozmente Park, echando una mirada fugaz a su pseudo prisionero.
—Sí, sí... entiendo. —Esgrimió una sonrisa de maestro de ceremonias importándole poco si el japonés entendía o no lo que se decía. Abrió los brazos para invitar al heredero del clan Yoshida a que tomara asiento, pero este lo ignoró—. ¿Puedo ofrecerte algo? —moduló lentamente.
—Venganza.
—Lo sé. —Caminó hasta su sillón y se acomodó—. Tendrás tu venganza. Pronto. Estamos por conseguir el nombre del responsable de la muerte de tu hermano menor. Pero esto que has hecho de aparecerte en mi propiedad fue un movimiento imprudente. —El japonés gruñó, disconforme—. No queremos delatar tu presencia. Mi agente te dará la información en cuanto la tengamos.
—Cinco días.
Belmont endureció su mandíbula.
—No me presiones, Ryota. La muerte de tu hermano no tuvo nada que ver conmigo. Lo que estoy haciendo es una cortesía hacia tu padre por los años en que hemos hecho negocios. Y por la amistad que tenía con mi hijo —añadió entre dientes.
—Cinco días —reiteró.
La mano de Park sobre el tenso hombro de Ryota pareció aplacarlo. El coreano dijo algo al oído del japonés y este pareció reducir levemente su disgusto.
—Volveré —soltó, dándose la vuelta, siendo seguido por el soldado.
—Maldita sea.
Frotó una mano contra su prolija cabellera.
Su hijo no estaba dando la talla y la paciencia se le acababa.
Y para colmo, Chris Webb seguía metiéndose de alguna manera en sus negocios.
Girando sobre su butaca, se levantó para capturar el retrato cubierto y buscar aplacar con este su enfado. Le quitó su protección y regresó a su lugar, deleitándose una vez más con su fantasía dorada.
Ya no aguantaba más la distancia con su musa.
Necesitaba volver a respirar su aroma floral, deleitarse con la curva de sus carnosos labios y apoderarse del miedo de sus ojos de oro líquido.
Una siniestra sonrisa ladeada se curvó en su rostro.
—Creo que saldré de paseo. Mañana sería un día perfecto para ello.
***
El fuego de la pasión se había enfriado en la habitación de Carly, y en su lugar, llegó el silencioso reclamo con el que cada uno se atormentaba.
Aun así, Carly, recostaba boca arriba, se giró hacia Chris, que la imitaba, notándolo perdido en las líneas imperceptibles del cielorraso.
Necesitada de su calor —o del calor de un cuerpo—, se unió a Chris de lado, apretando sus senos contra él y dejando que sus uñas largas y decoradas perfilaran los relieves de sus músculos cincelados.
El largo brazo respondió automáticamente, abrazándola.
Lo percibió resoplar y ascendió sus ojos hasta chocar con su varonil mandíbula, notándola tensada.
Comprendió que el agente estaba emergiendo cuando soltó las primeras palabras que asfixiaron una vez más su estómago.
—Me preocupas Carly. Y tampoco me gusta que me engañen. Por lo que sea que tengamos, debemos ser sinceros uno con el otro.
—¿En serio me dices eso? ¿Tú?
—Yo soy honesto. No te he mentido.
—¿Y tus sentimientos?
—¿De qué hablas? —titubeó, sabiendo perfectamente a lo que se refería.
Carly rio de manera rasposa, denotando el sarcasmo.
—Eres un descarado —siseó, molesta.
Ambos se estaban usando para engañarse a sí mismos.
Se sentó de lado, arrastrando la sábana para cubrir su desnudez.
Chris la contempló mudo.
Quiso sonreír, imaginando que en otras circunstancias, verla con el pelo despeinado por sus arrebatos y tan atractiva a sus ojos sería motivo suficiente para enorgullecerse y caer enamorado por ella.
Pero había mucho más con lo que lidiar además de su corazón caprichoso.
No podía dejar de sentirse traicionado.
Retomó el tono de firme reproche.
—Tú sabías lo que ocurría en Las Ninfas. ¿Por qué te acercaste a mí sin decirme eso?
—No es así. —Se sentía sucia al continuar con su mentira—. No estaba al tanto de que el club trataba esos negocios.
—¿Por qué no me lo dijiste cuando lo sospechaste? Sabías de los hermanos.
—No entiendes. Mitchell es inocente, al igual que todas nosotras. Y si arrestas a los Verbeke, todos los que trabajamos aquí caeremos. Nadie sabe. Salvo yo.
—Creo que te he demostrado que si me pides ayuda, te la daré. Pero necesito de una vez por todas, que seas sincera. Nada de engaños.
—¿Qué quieres saber? —se rindió ante el impresionante agente.
—¿Cómo obtienen a las muchachas?
—No tengo idea. —Lo vio arquear una ceja—. En serio. Ese ricachón...
—Grant —le recordó.
—Eso. Ese tipo no sé cómo hizo... cómo la consiguió. O cómo hacen las cosas. Lo único que sé que el hermano menor, Adam, es el responsable. El otro belga no tiene nada que ver —justificó a regañadientes.
Odiaría a Peter, pero era su manera de proteger a Kenneth.
—Joder Carly. Asesinaron al cliente de Eco. Esto ya está saliéndose de control.
La noticia impactó en ella.
No tanto porque un ser despreciable como ese fuera asesinado, sino por la implicancia de ello.
—¿Quiénes lo hicieron?
—No lo sé. —Pasó una mano por su nuca—. Pero si fue para acallarlo, significa que buscarán cada cabo suelto.
Carly no pudo más de los nervios. Salió de la cama como si así pudiera escapar del problema en el que se había metido.
El miedo ascendió desde los pies y se clavó en su pecho. Las náuseas quisieron superarla, y su respiración se volvió errática e insuficiente.
Chris se puso de pie y la tomó de los hombros.
—Respira, Carly. —La guio, enseñándole un ritmo profundo y pausado que poco a poco ella igualó, aplacándose, aunque el terror todavía estuviera bajo su piel—. Que estés asustada es lo mejor. Lo suficiente para irte de aquí. Ve con Eco y su novio.
Hundió sus ojos en los claros de Chris y a ella regresó cierta seguridad.
—No... no lo sé. Chris, no quiero escapar. Quiero... quiero hacer que paguen.
—Lo haremos, pero no puedes ponerte en más peligro.
Carly intentó una sonrisa y se pegó al pecho desnudo de Chris, absorbiendo su perfume. Cerró sus ojos y dejó que el brazo que no sostenía la sábana lo rodeara.
Él hizo lo mismo con los suyos y la apretó contra su torso.
Desde allí, Carly habló, sintiéndose protegida.
—Conocí a la muchacha que te tiene loco de amor.
—¿De qué hablas?
—La chica nueva que reemplaza a Eco. Se hace llamar Calisto. Casualmente empezó a trabajar el viernes.
Se rio por lo bajo al darse cuenta tarde lo obvio de la situación.
Chris no pudo ocultar su preocupación. Y su cuerpo lo confirmó con la evidente rigidez que emergió.
Se alejó de ella y los dos sintieron el repentino frío.
Chris buscó su bóxer y se lo colocó, esquivando la mirada de la desnudista, dispuesto a continuar con la búsqueda de las demás prendas.
—E imagino que el hombre al que le baila y con el que se encierra por un par de horas en una de las habitaciones privadas es su esposo —habló suave, como pidiendo permiso y perdón al mismo tiempo—. Tu amigo.
—Lo es —suspiró, ignorando el comentario sobre el uso de dos horas de una sala para propósitos sexuales.
El alto hombre cayó sentado en el borde del colchón, con los hombros caídos y sus pantalones apretados en una mano.
—¿Son ellos también los que ayudaron a Eco?
—Carly... no preguntes, por favor.
—Tranquilo, no diré nada —aseguró, acercándose a él y ubicándose entre sus piernas. Posó sus manos en sus mejillas, animándolo a mirarla—. Comprendo por qué no puedes sacarla de tu corazón —susurró. Podría haber sonado a reclamo, pero era sincera—. Estás irremediablemente enamorado.
—No lo estoy.
Hasta él se dio cuenta que no sonaba convincente.
—Como tú digas —sonrió con pesar, negando con la cabeza—. El punto es que, no sólo es la mujer más hermosa que he visto. Sabe mover lo que tiene. Y es una chica dulce. Muy dulce. Ya se ganó el afecto de todas las chicas y de Mitchell, que la tiene como a una hija.
Chris asintió con un movimiento lento.
—No solo es dulce. Ella es admirable. Valiente, noble, lista y graciosa —soltó en un arrullo sin darse cuenta.
—Deberías decirle lo que sientes.
—No podría hacerlo. Se alejaría de mí —su voz gruesa se quebró.
Carly no soportó verlo desmoronarse y lo atrajo a su cuerpo, dejando que se aplacase contra su pecho.
Recordó la mirada de Kenneth al confesarle su enamoramiento.
Tan similar a la sufrida de Chris.
El tiempo voló hasta que, sin volver a hablar, se vistieron y ya en la salida, se dieron un corto beso en los labios.
Ambos sabían lo que no querían reconocer en voz alta.
Que nada entre ellos iba a funcionar.
Que sus corazones le pertenecían a alguien más.
Uno, a un amor peligroso.
Y el otro, imposible.
En cuanto la puerta se cerró, una imperiosa necesidad por un cigarrillo llevó a Carly hasta la ventana. En cuanto encendió el tabaco, el olor revolvió su estómago y supo que los nervios seguían carcomiéndola, forzándola a correr al baño.
Caía de golpe sobre ella el terror de ser descubierta.
***
Lo primero que Chris percibió cuando las puertas del elevador que lo enfrentaba con la imponente entrada del penthouse de los Sharpe se abrieron, fue el sonido de un piano.
Enseguida sus latidos se desbocaron al pensar en ver a Aurora, y como en cada oportunidad que fantaseaba con un mundo alterno, de inmediato lo seguía la sensación de remordimiento.
Sacudiendo sus pensamientos de su cabeza, tocó el discreto timbre, interrumpiendo la tonada del otro lado.
Peinó sus cabellos, arregló el cuello de su abrigo y descartó que menos de media hora atrás había ardido entre las piernas de Carly.
Y llorado contra su pecho.
Algo en él le hizo sentir que todo entre ellos había tocado a su fin.
Pero ya lidiaría con eso.
Su visita imprevista a sus amigos respondía a una necesidad urgente de compartir lo ocurrido con Grant.
Y reclamar por la participación de Aurora en un trabajo que le había encargado al exsicario.
Al abrirse una de las hojas de la puerta doble, la sonrisa —que Chris no se había dado cuenta que curvaba sus labios al máximo—, decayó de golpe al toparse con la figura de Steve, a quien detalló rápidamente vestido con unos simples vaqueros y una camiseta que se ajustaba a su entrenado torso.
—No luzcas tan decepcionado de verme, Chris —se mofó moviendo apenas una ceja para alzarla—. Evidentemente, esperabas que Aurora te recibiera, porque parecías peor que Hunter moviendo su cola.
El rubor pobló las mejillas del castaño, que pasó su manaza por su cuello, deslizando una sonrisa ladeada de disculpas.
—Perdón, no era... no pretendía... ¡Joder! ¿Tanto se me notó? Lo siento. Juro que no es adrede.
—Al menos, no es obvio para mi niña, así que, tranquilo. Pasa. —Steve dejó abierto el acceso, dándole la espalda a su amigo, quien cerró la puerta al pasar—. ¿Quieres algo de beber?
Empezó a negar, pero cambió de opinión.
—Creo que me vendría bien una cerveza.
Steve le entregó una botella fría y lo guio hacia la sala para acomodarse en los amplios sofás, quedando enfrentados.
El elegante dueño del lugar se sentó con un brazo extendido sobre el respaldo y en la mano del otro había recapturado su vaso cortado con bourbon. Sus piernas cruzadas una encima de la otra.
Chris, se ubicó del otro lado de la pequeña mesa, con las piernas separas y la botella entre ellas, sostenida por sus manos, cuyos codos se afirmaron a sus rodillas.
—¿Eras tú el que tocaba el piano? —indagó al mirar hacia el gran instrumento en un extremo, buscando en realidad a la mujer dorada.
—Así es. Aurora sacó a pasear a Hunter.
—No sabía que tocaras —bebió un trago y regresó sus ojos a su amigo.
—No lo he hecho desde que mi madre murió. Pero Aurora tiene talento nato, así que estaba afilando un poco el mío porque le gusta que toquemos juntos.
Un leve pinchazo de envidia se clavó en su pecho y no dudó de que fuera la forma de Steve de marcar territorio.
Y sabía que lo merecía.
Los acerados ojos de azul zafiro se lo confirmaban.
Pero no había tensión alguna cuando una media sonrisa del rubio parecía zanjar el tema.
—¿Vienes por lo de Charles Grant? —preguntó llevando su vaso a sus labios.
—No me extraña que estés al tanto. Tus buitres estaban sobrevolando su cadáver y se me abalanzaron como si yo tuviera el último trozo de carne.
—Esos buitres, como los llamas, son grandes reporteros que hacen su trabajo, como tú el tuyo.
Chris gruñó.
—No me gustan que me estrellen sus grabadoras o micrófonos en la nariz, o que me bloqueen el paso con sus cámaras, haciendo preguntas que saben que no se pueden responder en una investigación abierta. Enséñales modales.
La mano libre de Steve enmarcó un lado de su rostro, usando su índice y pulgar, sin quitar su leve mueca de burla.
—El gigante agente federal Chris Webb molesto con unos reporteros. —Chris rodó sus ojos, bufando—. Bueno, vayamos al punto.
La actitud de Chris cambió, oscureciéndose cuando dejó el botellín de cerveza sobre un posavasos frente a él y rebuscó en el bolsillo de su chaqueta un pendrive.
—Necesitaremos un ordenador.
Steve asintió y poniéndose ambos de pie, fueron hasta el despacho y en poco minutos, veían en la pantalla de la máquina el video que había captado la pequeña cámara oculta.
El gesto del mayor de los dos, sentado en su silla, era el de una esfinge. Imposible de leer.
El agente, de pie a su lado, pero con sus manos separadas apoyadas en el escritorio, apenas ocultaba la incomodidad de lo que veía.
Una mujer con cabello negro y corto, en ropa interior y de espaldas, balanceaba sus caderas mientras montaba el grueso cuerpo de Grant.
Se escuchaban los gemidos de ambos mientras las manos grotescas del obseso amasaban los carnosos glúteos.
Chris apretó sus párpados ante la imagen, recordando sin poder evitarlo el cuerpo casi desnudo, solo cubierto por dos pequeñas fracciones de tela, de Aurora en la noche anterior, contorneándose hábilmente de una manera que invitaba a pervertir la mente.
Agradeció la voz profunda de Steve interrumpiéndolo.
—¿Así se divierte en el FBI? ¿Viendo videos de prostitutas?
—¿De qué hablas? —volteó hacia su amigo, confundido— ¿No ves que es Aurora? Y eso no es todo... Lo que quiero que veas es lo siguiente.
—Esa no es Aurora.
—Claro que sí. Tiene el cabello como el día en que suplantó a la amiga de Carly.
—Chris, creo que puedo distinguir el cuerpo de mi mujer. Y cómo se mueve. Te lo digo, esa no es ella. Además, no es su voz.
—Pero si no ha hablado.
—No necesito que diga una palabra para reconocer sus gemidos —lo dijo con cruel provocación. Le molestaba que dudara de él.
Chris se quedó mudo ante el comentario y se avergonzó. Claro que podía reconocer y diferenciar a su esposa de cualquier otra mujer. Era Chris el que apenas tenía idea de cómo se veía el cuerpo de Aurora.
Pero no tenía idea alguna de cómo sonaba su voz en el salvaje frenesí del sexo.
Mantuvieron la vista en el video hasta el momento en que la mujer dispara al hombre, asesinándolo a sangre fría con una pequeña arma silenciada que sacó de improvisto de un bolso cerca de ella.
—Además, Aurora jamás usaría un arma. Recuerda que las odia. Y no las necesita. Ella es la más letal arma que existe. Si así lo desea —finalizó de forma siniestra.
Chris sabía que tenía razón.
Él había sido testigo de su instinto más mortal.
—Dime Chris, ¿por qué se te ocurrió que nosotros haríamos algo así? Especialmente ella. Yo, no tendría problema, pero sabes que Aurora apenas lo soporta.
El agente enderezó su casi dos metros de altura.
—Simplemente... esperaba descartar esta ridícula hipótesis.
Idea que le había quedado rondando cuando Carly mencionó la desaparición de la pareja en una de las VIP, sabiendo que de querer asesinar al perverso ricachón, esa sería su ventana.
—Phil Harrison acusó a la misma prostituta de la otra vez cuando los técnicos revelaron esta grabación.
—¿Cómo dices?
—Sostiene que se disfrazó para no ser reconocida y así asesinarlo.
—No tiene sentido.
—Claro que no. Es una mentira insostenible sólo para despistarnos. Quiere culpar a la misma mujer que estuvo corriendo por los techos de Manhattan.
—Lo que quiere decir que otra mujer está envuelta.
Y Chris tenía sus ojos en una pelirroja.
—Chris, amigo, hay algo más que Aurora descubrió anoche.
El gigante se volteó, recostando su trasero en el filo del escritorio y cruzando sus brazos. Sus ojos se volvieron duros hacia Steve.
—Me enteré que ella está haciéndose pasar por una ninfa. Steve, te pedí a ti ayuda. A tus años de experiencia como sicario.
—¿Acaso crees que ella no sería parte? ¿Es que no la conoces en lo absoluto? Ella fue la que insistió en que aceptara tu pedido. —Vio al agente rezongar algo entre dientes y no pudo evitar asomar una ligera sonrisa antes de apagarla para retomar la seriedad—. Concéntrate.
—Perdón. Dime, ¿encontraron la manera en que venden a las chicas? ¿Alguna evidencia que me ayude?
—No del todo. Aunque puedo empezar a darte nombres. Anoche perseguí a uno de ellos. Te daré su dato. Lo que ha preocupado a Aurora, y nos confirma una vez más que tienes a agentes podridos a tu alrededor, es que vio a una de las muchachas que rescatamos del edificio de los rusos.
—Joder. Otra vez. Esto es parte de la Operación Ángeles Perdidos. —Steve confirmó con un sutil cabezazo—. Más que nunca, creo que es hora de que conozcan personalmente a mi compañera Lara.
N/A:
El tiempo se acaba... los caminos se van a cruzar y todo estallará.
Ryota está impaciente y eso es malo.
Y nuestro pobre Chris... ¿cuándo lo dejaré de maltratar?
Espero que les haya gustado. Comenten y voten!
Gracias por leer, Demonios!
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