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74. La habitación N° 5

74. La habitación N° 5.

Chris corría esa mañana en modo automático, perdido en una mente que lo bombardeaba con diálogos aun no creados.

Le había escrito a Carly la noche anterior, urgido de la conversación pendiente, y esta le había respondido —de manera escueta, seguramente en consonancia con su breve mensaje—, que lo esperaba ese sábado al mediodía, por lo que su carrera lo ayudaba a descargar la ansiedad, la frustración acumulada y a tratar de calmar sus pensamientos.

Sus músculos se contraían y aflojaban, avanzando en grandes zancadas que ni percibía. Su respiración chocaba con el frío exterior y quemaba sus pulmones en su ingreso. Su corazón galopaba bombeando hasta sus oídos.

Todo quedaba en segundo plano, como música de fondo que no se registraba.

Cuando sus pies se toparon con el primer escalón de su entrada, fue el momento en que despertó, reaccionando con sorpresa.

Parpadeó para enfocarse y miró hacia arriba, hacia la puerta que a varios escalones de altura lo esperaba.

Había estado tan sumido en sus cavilaciones que había hecho su entrenamiento habitual sin siquiera sentirlo.

Meneó la cabeza, y pasó su gran mano por la nuca húmeda de sudor, cepillando el cabello corto de atrás, comenzando el ascenso al pórtico.

El silencio de su casa lo recibió cuando fue hasta la cocina a tomar una botella de agua del refrigerador.

Se rompió con el intenso grito del celular que lo hizo voltear en su búsqueda.

—Webb.

Sus vellos se erizaron debajo de la ropa deportiva de abrigo y su postura se irguió como el soldado que era.

—Entiendo señor. Enseguida iré.

Cortó.

—Joder. Esto se está yendo a la mierda.

Ojeó su reloj, calculando el tiempo que le demandaría cumplir con su asignación, cuestionándose si llegaría a quedar libre para su cita.

***

Pasó por las cintas amarillas y llegó al interior de la suite que bullía de movimientos de trajes completos de color blanco, como si fueran entes que recolectaban almas —o, más precisamente, evidencias—, para alcanzar a la médica forense y a su compañera de armas que habían arribado primeras, al vivir en Manhattan, cerca de la ubicación del hotel.

—¿Vicky? ¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar en tu cueva esperando los cuerpos?

—Buenos días para ti también —respondió Lara con sarcasmo.

—Lo siento —sonrió apenado—. Buenos días chicas.

—Así está mejor —saludó con un beso en la mejilla la doctora Dumas—. Y para responderte, nos quedaba de paso, así que, acompañé a Lara y a los analistas para luego llevar los cuerpos.

Chris cabeceó, conforme. Le gustaba cuando en raras ocasiones, podía contar con la asistencia de Vicky desde el inicio.

Asumiendo su rol investigador, se dirigió a su compañera.

 —¿Qué tenemos aquí? —escaneó los cuerpos en el suelo de la sala, finalizando en el desnudo obeso en la habitación contigua, que hundía el centro del colchón de la enorme cama,  empapando de carmesí las sábanas revueltas—. Vaya desastre.

—Esto es culpa tuya —señaló Lara con su índice apoyado sobre el duro y ancho pecho trajeado—. Si no hubieras intervenido con lo de este ricachón, sería la policía la que estaría trabajando un sábado por la mañana. No nosotros.

Chris torció su boca, incómodo, pasando por al lado de su amiga para alcanzar el escenario que era rodeado por un batallón de los entes analistas de escenas, con sus fotografías, hisopos, carteles numerados y demás artilugios.

Victoria lo siguió, parándose a su lado, dándole una sonrisa condescendiente.

—Vicky, hermosa, sé que hasta no tenerlos en tu mesa no sacarás conclusiones, pero ¿puedes darme algún dato inicial a simple vista?

—No empalagues, que si Lara está enfadada contigo, yo no estaré entre medio de ustedes. —Chris sonrió, aceptando la pérdida de su aliada—. Charles Grant, obviamente —señaló con las manos enguantadas—. Por eso es que estamos nosotros aquí. Recibió una herida producida por proyectil de arma de fuego en la parte central del frontal. Con la necropsia tendré los resultados exactos, y si no hay orificio de salida, podemos recuperar los restos del proyectil. Los otros —se volteó, caminando al punto donde se encontraban los guardaespaldas, con Lara junto a ellos—, también tienen orificios de proyectiles de entrada y salida en sus cráneos. Muerte fulminante. No veo livideces completas aún, así que estimo los decesos alrededor de la medianoche y la una de la madrugada.

A esa hora, Chris regresaba a su casa.

Se le cruzó por un momento, que Steve tuviera algo que ver.

Un deje de su pasado vengativo.

—Debió deshacerse de ellos después de su ineficacia pasada —interrumpió sus pensamientos la voz de Lara.

—Seguramente no lo hizo porque conocerían demasiados secretos —se le escapó, con la mirada ocupada en los occisos.

La agente Yang no pudo evitar entrecerrar sus ojos hacia su compañero, intuyendo nuevamente que sabía más sobre esos posibles secretos.

—¿Qué sabemos? ¿Quién estuvo aquí con ellos? —continuó Webb.

—La empleada de limpieza encontró los cuerpos cuando vino a hacer su trabajo. Casi muere de un infarto y quedó conmocionada. Y según el gerente, nadie pidió por la habitación de Grant.

—Lo que significa que sabía a dónde debía venir. Y por cómo se encuentra sin ropa, debió ser otra prostituta.

—¿Es que este hombre no aprendió? La primera lo robó... ¿Y ahora otra lo asesinó? —Lo miró con gesto desagradable—. Aunque entiendo que si buscaba sexo, sólo lo podría conseguir con una profesional o una cazafortunas. 

Chris no le respondió, aunque sonrió de medio lado ante su comentario.

—¿Tenemos las grabaciones?

—Las estoy esperando.

—Agentes —los llamó uno de los fantasmas—. Encontré una pequeña cámara oculta sobre el mueble a un lado de la cama.

—¿Por qué dejaría Grant una cámara oculta? —se extrañó el castaño.

—¿Para grabar su encuentro sexual? Le gustaban las prostitutas. Tal vez era más que sólo sexo y era un pervertido que disfrutaba de otras cosas —Lara se rascó una mejilla de forma reflexiva—. Esperemos que tenga grabado su asesinato.

Eso puso nervioso a Webb. No sabía qué podían hallar y a quién verían en esas imágenes.

—Joder Chris —murmuró muy cerca de él al notarlo tenso, inclinando su cabeza hacia arriba para enfocarse en los ojos claros del gigante junto a ella—. ¿Quién era este hombre? ¿Por qué lo asesinaron?

Su amigo la contempló, deseando compartirle todo lo que sabía.

Bufó, frotando su nuca y moviendo el cuello, agotado mentalmente por todo, guardando silencio.

***

Esa noche estaba siendo muy agitada. Como todos los sábados. Un nuevo grupo de seis hombres que apestaban a dinero estaban presentes en un rincón de las mesas exclusivas, siendo atendidos por ninfas que les coqueteaban sabiendo que sus sonrisas y exceso de piel atraerían billetes grandes.

Muchos habían rogado por un baile privado de la intrigante y hermosa Calisto, quien no dejaba de regalarles una sonrisa hechizante y un guiño provocativo al dejarles los tragos pedidos, entre bromas subidas de tono.

—¡Qué éxito linda! Anoche hiciste arder la pista —halagó una Electra con antifaz cuando ambas se deslizaron entre manos sudorosas hasta alcanzar la barra, resaltando el brillo de una piedra en la narina izquierda, haciendo juego con el artefacto—. Con Egeria nos preguntábamos si querrías bailar con nosotras.

—¡Claro! Me encantaría. Mañana podríamos preparar algo. Ahora me toca salir en cinco minutos.

—Ve, preciosa. —La palmeó en su firme culo, haciéndola saltar en su lugar y abrir los ojos antes de echarse a reír—. Haz que estos perros aúllen por ti. O tal vez, ya tienes al lobo que quieres que te vuelva a montar.

Calisto se ruborizó por debajo de la máscara cuando la atrevida latina inclinó su cabeza hacia el cliente que ya aguardaba por el espectáculo en el mismo sitio que la noche anterior había ocupado. En el extremo de la pasarela, como dueño y amo del lugar.

—Deberá aguardar su turno. —La latina parpadeó sorprendida—. Los ricachones le ganaron de mano.

—¡Qué suertuda! Esos son clientes para el Chanel N° 5.

—¿Cómo el perfume?

—Así es. Antes no teníamos clientes con dinero por aquí. Pero desde que llegaron los belgas y reformaron las habitaciones, y el club en general, atrajeron esa clase de hombres, que usan la VIP número cinco. Es la habitación más cara de todas. No usan las otras, como si supieran que es la mejor. Y las que hemos sido seleccionadas para un baile privado nos hemos llevado una buena cantidad de pasta.

Calisto desvió su mirada al grupo de hombres de ropas elegantes, entornando sus párpados.

—Vaya. Qué interesante. ¿Qué más?

***

Todo ese día había sido en caos para el FBI.

Chris y Lara al final habían pasado una jornada extra en las oficinas, tratando de aclarar los puntos principales del asesinato de Grant. Siendo ya tarde, con el agotamiento encima y más preguntas que respuestas en su cabeza, supo que no podría marcharse a su casa sin antes despejar de su pecho el puñal que sentía clavado por Carly.

Por eso, al finalizar la jornada laboral, esperó a que fuera lo suficientemente de noche para cambiar su rol de agente federal a cliente de un club de hombres.

Incluso sabiendo que debía mantenerse alejado, la rabia y la punzante interrogante sobre el engaño de su amante ya no le permitía conservar la paciencia que solía caracterizarlo.

Estacionó a varias calles y se quitó la gabardina, el saco del traje, la corbata y la camisa. Se quedó con la camiseta de mangas cortas y buscó en la cajuela de la SUV una chaqueta corta de abrigo y una gorra, siempre preparado para mudar de ropa de ser necesario. Escondió su arma en su cintura, sobre la espalda y guardó su identificación en el bolsillo trasero.

Con paso firme y veloz, caminó las manzanas que lo separaban de la entrada.

Se adentró en el bullicio lleno de testosterona que tanto le desagradaba, buscando con su mirada la posible entidad de su amigo. Pero la multitud que se amontonó ante el siguiente espectáculo que estaba siendo presentado por el hombre obeso en toga no se lo permitió.

A la que localizó desde lejos entre ninfas con novedosos antifaces fue a Carly —Egeria, como sabía que personificaba dentro de ese mundo—, y fue a acomodarse en una de las aisladas mesas que dedujo, estarían bajo su control.

Sólo tuvo que esperar unos pocos minutos cuando perfiló sus largas y tonificadas piernas a su lado. Al subir la vista, se topó con los orbes celestes grisáceos —poco visibles por la falta de luz—, abiertos con espanto.

—Hola Egeria.

Su semblante distaba mucho de ser el del afectuoso y amable hombre por el que Carly sentía algo.

—¿Qué haces aquí, Chris? Íbamos a vernos en mi apartamento al mediodía. Y no viniste. —reprochó entre dientes, sin poder ocultar su miedo—. Me meterás en problemas.

—¿Con quién? ¿Con los Verbeke? —No pudo ocultar el tono ácido ni su mirada afilada.

Egeria tembló en el lugar y un sudor frío corrió por su columna.

—¿Cómo sabes...?

—Así queconocías sus apellidos.

—Chris... por favor. No aquí. Será mejor que te vayas —suplicó.

Algo se ablandó en Chris al reconocer que el temor en Carly era real. Quiso abrazarla, besarla y poder confiar en ella.

Especialmente, confiar en ella.

—Está bien. Me iré. Pero mañana sin falta, tú y yo deberemos aclarar muchas cosas —soltó con dureza.

Por algún motivo, Carly lo detuvo cuando se incorporó, posando su mano en su pecho. Sentir el calor emanar de él la estremeció, y ardió en tantos lugares al mismo tiempo que se sintió en llamas.

—Siéntate. Te traeré una cerveza, cariño. Si te vas tan rápido, será más sospechoso.

Suspiró sonoramente, y se dejó caer nuevamente en su asiento, justo cuando las luces sobre el escenario lo distrajeron brevemente y la música tomó posesión del ambiente. Elevó sus ojos por inercia desde debajo de la visera, quedando atrapados en la increíblemente erótica chica enmascarada que iniciaba una danza que fácilmente podía hacer que cualquiera perdiera la cordura.

Hasta que agudizó su vista y su mandíbula quedó colgando.

Los ojos oscurecidos, el pelo alisado y posiblemente con extensiones, y el rostro cubierto no podían disfrazar ante él a la mujer que amaba irremediablemente.

Sintió su pulso elevarse y la sangre hervir hasta quemar cada palmo de su anatomía, complicando su punto más sensible. Con culpa, siguió instintivamente la mirada al punto focal de la intrépida bailarina, reconociendo en la figura en las penumbras, la ancha espalda de su amigo.

Ella le bailaba a él.

—Carajo —gruñó pasmado.

Egeria arrugó su entrecejo. Había seguido con curiosidad la reacción de Chris ante la nueva ninfa. Miró por encima de su hombro hacia el centro del salón admirando la habilidad de la muchacha. Su gracia, elegancia y sensualidad eran naturales. Y aun así, exudaba cierta inocencia que la hacía resplandecer.

La comprensión llegó a ella como un relámpago y volteó tan rápido hacia Chris que su peluca casi siguió vuelo por su cuenta.

El hombre que contemplaba era otro totalmente diferente al que había visto con anterioridad. Más allá del evidente impacto en sus facciones, había algo más que le daba un brillo especial a sus ojos color cielo.

La identificación de ese sentimiento en él golpeó en sus entrañas y un breve dolor se alojó en su pecho. Ella sabía que no lo merecía. Que estaba atrapada entre dos hombres que la hacían desear todo de ellos. Sin embargo, ver a Chris con mirada de enamorado hacia otra mujer le supo a desolación.

—Enseguida vuelvo con tu cerveza —masculló.

Se marchó sabiendo que no la había escuchado.

De repente clavó los pies en el suelo cuando un nuevo rayo de luz se hizo en su cerebro. Otra vez viró hacia Chris y enseguida en dirección a la chica que había descendido de la pasarela y se movía provocativamente sobre un cliente.

Uno muy especial, dedujo.

Todo su cuerpo se irguió y la piel se erizó congelando todo a su paso.

Supo lo que hacía ella allí. Lo que el imponente y misterioso sujeto fingía hacer con ella, comprendiendo el grave error que había sido pedir ayuda al agente Webb.

Su cabeza se movió agitada de un lado a otro, desesperada por evitar ojos intrusivos.

Ojos color miel.

Pero se topó con ellos a lo lejos, desde las sombras, y sintió el corazón caerle a los pies. Tragó grueso e inhaló profundo para plantar una sonrisa desafiante en sus labios. Aceptando la penetrante mirada de Kenneth, le guiñó un ojo antes de proseguir su camino en busca de la cerveza para Chris.

Debía hacer que se marchara sin demora.

***

La ninfa que había enloquecido a todos con su baile orbitaba alrededor del afortunado desconocido que volvía a ser el centro de su atención.

—Ese grupo de allí —señaló con los ojos a un lado de ellos, mientras las manos del hombre se apoderaban de sus caderas hipnóticas, sintiéndose el cliente excitado que fácilmente personificaba—. Según escuché, los ricos suelen pedir una habitación especial, la número cinco, y desaparecer por más tiempo de lo que el baile de las ninfas conlleva.

El rubio asintió, entendiendo el mensaje.

Para disimular, Calisto se zafó de su agarre para continuar con el sensual bamboleo de pelvis de pie, a un lado de él, dejando a sus espaldas al contingente que les interesaba.

—Los veo. Y ellos a ti —gruñó, dejando que su visión periférica se hiciera cargo del análisis.

—Eso es bueno. —Se inclinó hacia la boca visible del hombre de la gorra, manteniendo sus rodillas extendidas, regalando así la vista de sus nalgas elevadas a los ricos aulladores—. He conseguido que me soliciten un baile privado. Necesitamos corroborar si ellos son compradores —murmuró sin casi mover los labios, fingiendo acariciar con su aliento el oído masculino.

No pudo responder sin sentir la bilis subir por su esófago. En cambio, sus manos ascendieron por las largas piernas para acaparar el culo y ocultarlo infructuosamente de los pares de ojos ávidos de probarlo.

—Creo que tus clientes están cerrando el trato con tu gerente —escupió con desagrado.

Calisto le dio la espalda, oscilando sus caderas delante de él, pasando sus manos por las líneas de sus curvas hasta recoger su cabello extendido, desnudando su largo y sensual cuello, y así poder mirar de reojo cómo Mitchell era solicitado por los encendidos hombres que señalaban a la ardiente ninfa.

El gerente meneaba su cabeza y sonreía de manera nerviosa, exagerando un movimiento de manos ensortijadas que desconcertó a la pareja.

Siguieron con la vista la redonda figura cuando esta se alejó del grupo que no disimulaba su hambrienta decepción.

Rápidamente Aurora y Steve intercambiaron una mirada comprensiva que los puso en guardia.

***

—Debes irte. Acábate la cerveza y hazlo —ordenó apenas regresó a la mesa, golpeando la botella contra la superficie. El rostro confundido de Chris la ablandó, suavizando su tono—. Por favor, Chris. Fue un error decirte que te quedaras.

Con un lento asentimiento, se puso de pie para abandonar el establecimiento, sintiendo de pronto que todas sus energías habían mermado, drenando las fuerzas de sus poderosos músculos.

—Tranquila Carly. No quiero importunarte más. No debí venir.

Echó unos billetes sobre la tabla de madera y se ajustó la gorra, con una sonrisa de derrota en él.

En su paso entre los eufóricos visitantes, Chris sintió su espalda picar y se detuvo. Su cabeza giró por sobre su hombro, escudriñando entre las pocas luces de colores para hallar al dueño de los ojos que lo quemaban.

Sólo encontró a una Egeria, todavía pasmada, de pie, justo antes de que el hombre de la toga la interceptara.

Movió su cabeza en una última despedida que no supo si llegó a destino y terminó de alejarse, sin poder quitarse la impresión generada.

O la imagen caliente de un cuerpo que lo descendía al infierno como el peor de los pecadores.


Se internó en su vehículo para recostarse contra el respaldo del asiento y resoplar, quitándose la gorra y sobando su nuca.

Bajó su mentón al pecho para enfocarse en el grave problema entre sus piernas.

Uno vergonzoso que lo tildaba como un pésimo amigo.

—Soy un asco.

***

Calisto había abandonado las ardientes manos de Steve para seguir en persecución de Egeria y Mitch hasta la habitación que hacía de vestidores.

Pretendía quedarse del otro lado de la barrera, agudizando su genéticamente mejorado oído, cuando la presencia de Egle —la ninfa de piel oscura—, que regresaba de su baile en el escenario interrumpió sus intenciones.

Sonriendo inocentemente, le abrió la puerta y la acompañó al interior, encontrando a Egeria y Mitchell tensionados en una conversación silenciada.

La chica nueva se encontró con dos pares de ojos alterados apuntando a ella.

Plantó una actitud eufórica frente al dúo.

—¡Mitchell! He conseguido que ese grupo de adinerados me pida un baile privado.

—Esos son los que mejor pagan. Bien hecho Calisto —celebró Egle mientras comenzaba a cambiar su atuendo.

—Ehhh —vaciló Mitch, apretando sus gordos dedos con nerviosismo—. Lo siento linda. Estaba diciéndole a Egeria que tome el turno. Ya se lo expliqué a ellos.

Eso la descolocó, llevando su mirada a la susodicha que se mantenía seria. Parecía querer penetrar debajo de su máscara y alcanzar sus secretos.

Y eso la erizó como un animal acorralado.

—Pero... ¿Por qué?

—Bueno... Es tu primer fin de semana. Egeria sabe lidiar con grandes grupos de clientes. —Los ojos negros se abrieron enseñando una evidente decepción que contrarió a Mitch—. Confía en mí. Son más difíciles de controlar de lo que piensas.

Apenas pudo disimular una mueca de aceptación.

Con su aguda y suave voz, Mitch la tomó de las manos, pretendiendo animarla.

—Pero puedes usar las otras habitaciones. Sé que clientes no te faltarán y hasta estarás más cómoda —sonrió a modo de disculpas—. Te vi con el de anoche. Seguro que estará más que feliz de poder solicitarte otra vez.

Egeria le echó una nueva mirada a Calisto que esta no supo interpretar cuando se acomodó en su tocador, alistándose para su tarea impuesta.


Desconcertada, regresó al epicentro del círculo de la lujuria, escaneando el lugar al que se había recluido Steve. Al hallarlo, avanzó como si fuera el único ser humano en la sala y antes de que pudiera reaccionar, lo halaba del brazo hacia el piso superior.

Apenas entraron a la habitación junto a la Chanel N° 5,  giraron el cerrojo.

Aurora sentó de un solo movimiento a su esposo sobre uno de los asientos mullidos y lo siguió quedando a horcajadas sobre él.

—¿Qué hacemos aquí? ¿No era que tenías a los sospechosos en la mira? —cuestionó perdido en la actitud de la joven, que iniciaba un intenso vaivén de sus caderas.

Aurora rezongó, bajando sus cejas con decepción, alcanzando un puchero con sus deliciosos labios.

—Egeria... Carly, se los quedó.

Steve se tensionó, tomándola de las muñecas para detener las manos que se escabullían bajo su sudadera, alterándolo.

—¿Crees que sepa de ti?

—No lo sé —respondió pensando en su forma de mirarla—. Igualmente, fue Mitchell el que lo decidió. Quiso protegerme.

—Mierda. Su cuidado nos perjudicó.

—Mañana lo lograré. Ahora, sácame la frustración —ordenó.

Le quitó la gorra y lo besó con pasión, sin dejar de moverse adelante y atrás sobre su pelvis, que enseñaba su protuberancia con furiosa intensidad.

—Aurora... —protestó entre dientes apretados, haciendo bailar su nuez de Adán al pasar sonoramente saliva. La excitación que había logrado domar después del espectáculo volvía a opacar su razón—. Estás loca.

—Es Calisto. Te lo dije anoche. Aunque no lo usaste —lo besó con hambre, ignorando el gruñido—. Y no estoy loca. Eres mi cliente.

—No diré el nombre de otra mujer que no sea el de mi esposa. Por más ficticio que sea todo esto.

Aurora detuvo su arrebato y su semblante se dulcificó. Sus manos enmarcaron el masculino rostro y sus iris colisionaron hasta hacerse uno.

El calor de las grandes palmas abrasó su cintura desnuda y su cuerpo se acopló más al del hombre.

—Eres Aurora. Te besaré como Aurora —la besó como lo anticipó, descargando junto al contacto sostenido una sonrisa cómplice que ella le correspondió—. Y te follaré como Aurora.

—Ya tenías que sacar tu lado bruto.

—Para compensar. No vaya a ser que tanta dulzura inspirada por mi esposa me termine dando diabetes.

—Como si yo lo permitiera. —Buscó el cinto y la cremallera para liberarlos. Metió su mano en el pantalón de Steve y desnudó su miembro, disfrutando con orgullo el rugido ronco que descargó—. Me enciendes como no te imaginas —susurró entre jadeos—. Ven adentro mío. Arrasa conmigo.

—Detente —masculló sin convencerse de querer hacerse caso.

—Debemos hacer bien nuestra actuación. Vamos, ven. —Se bajó de los muslos de Steve y se quitó la ropa en un rápido movimiento para regresar a ubicarse sobre su objetivo—. Sé que te gusta. Anoche lo hiciste.

—Sí... —su voz casi no se escuchó.

Steve llevó su cabeza hacia atrás, recibiendo los besos de la bailarina que ahora danzaba sobre él. Recuperó algo de control, sólo lo suficiente para sujetarla de las nalgas con fuerza y devolver cada oscilación.

La sacudió, cada vez más rápido, chocando sonoramente allí donde sus anatomías se volvían una.

No ocultaban sus gritos, gemidos de placer o súplicas, desatando todo su salvajismo hasta que brillaron. Hasta que su mágica y gloriosa supernova los regocijó.

Ligeros y relajados, Aurora se abrazó al atlético cuerpo de su esposo y él la tomó entre sus brazos, acariciando su cabeza y espalda.

—Realmente, estás loca —murmuró—. ¿Qué me has hecho, Aurora, amor mío? —La miró a los ojos, besándola con cuidado—. Que no puedo contenerme.

—Sólo me dejé guiar. Si debo acostarme con clientes, tú tendrás que pagar por mí. Otra vez. —sonrió traviesa—. Todo mi horario.

—¿Cuál sería el valor esta vez?

—Un anillo de diamante amarillo.

—Hecho —estiró apenas un lado de su carnosa boca. Besó con ternura sus párpados, la punta de su nariz y finalizó con un ligero toque en sus labios—. ¿Y ahora?

—Pensaba investigar. —Se puso de pie y recogió su ropa para volver a vestirse—. Si no puedo conseguir nada con los posibles compradores, trataré de descubrir si las chicas que venden ya están aquí o las traen para la venta.

Steve aprovechó para acomodarse el pantalón.

—¿Cómo tienes pensado hacer eso?

—Metiéndome en los conductos de aire —contestó, mirando hacia esos estrechos y aéreos pasillos metálicos que se vislumbraban sobre ellos—. Quepo en ellos y soy ligera. Estoy segura de que podré moverme en silencio. —Volvió la vista hacia Steve.

—Yo estaré pendiente en caso de que algo suceda... Calisto —indicó con una ceja arqueada.

—Bien. —Caminó hasta él y lo besó en los labios—. No tardaré mucho. —Mordió su labio con su mirada encendida. Si ese gesto muchas veces había sido señal de duda o confusión, en aquella oportunidad Steve reconoció otra función—. Si te portas bien, tendremos otra ronda cuando vuelva.

No podía controlar sus hormonas. Se sentía sedienta de él. De sus besos, de su cuerpo, de su sexo atravesándola.

—Seré un santo. —Se puso de pie y se acercó a la figura de Aurora—. ¿Te ayudo a subir?

—Gracias.

No lo necesitaba realmente, pero eran un equipo. Además, le gustaba sentir sus manos sobre su cuerpo.

Él se agachó, apoyando su hombro sobre las nalgas de la muchacha y se enderezó, elevándola encima suyo. Así, Aurora alcanzó la rejilla del extremo y la sacó con facilidad. Luego, con un ágil y veloz accionar, desapareció por el tubo, reptando en silencio por si interior.

—Ten cuidado —dijo en voz baja su esposo.

Sabía que incluso a ese volumen y habiéndose ido, lo escucharía. Sólo esperaba que le hiciera caso.


Aurora se movía con sigilo, sin hacer ruido por el reducido canal.

Pasó por el VIP número cinco y detalló a conciencia los rostros perfilados de los sospechosos entre las líneas visibles de la rejilla. A su vez, no pudo evitar repasar a la desnudista que dominaba el caño vertical. Sonreía coqueta, pero Aurora reconoció en su gesto la repulsión. Sus ojos no mentían.

Aprovechando la música que acallaba todavía más sus imperceptibles movimientos, continuó en búsqueda de algo que pudiera revelarle lo que Charles Grant había despuntado.

No tenía mucho tiempo antes de que el turno de Egeria acabase.

Al llegar a una bifurcación se detuvo, agudizando su oído como un animal al acecho.

Un leve sonido llegó a ella y la estremeció. No dudó en identificar su significado.

Miedo.

El miedo en forma de gimoteos.

Y palabras amenazantes en voz de hombres crueles.

Se dejó guiar, dejando que su olfato también se añadiera a la búsqueda.

Y no le falló.

Fue llevada por el olor del terror, sudor y desolación hasta localizar una sala desconocida, que parecía estar más allá de las instalaciones del club, conectada por los ductos de aire.

Aunque sospechaba que no era el único punto de unión entre lo que ocurría en Las Ninfas y ese espantoso lugar.

Había un grupo de jovencitas que no tendrían más de veinte años. Parecían recién duchadas y con ropas elegantes que no quedaban entalladas en alguna de ellas, pero que les daban el aspecto de muñecas. Estaban amontonadas contra una pared, sostenidas ente sí como si conformaran una hermandad protectora, conteniendo su llanto con la mirada baja.

Agudizó su vista y reconoció a un par de ellas de rescates anteriores, sintiendo la rabia de la corrupción hervir en sus venas.

De frente a ella —y de espaldas a la espía—, los hombres las amedrentaban.

Uno de ellos, con acento —lo que la hizo suponer a Aurora que se trataba de uno de los hermanos belgas—, pasaba de una a otra, escapando de su visión. Sólo podía ver la parte posterior del delgado cuerpo y la mano que usaba para acariciar los rostros, mientras les susurraba algo que parecía espantarlas más, provocando que abrieran sus ojos hasta casi salírseles de sus cuencas.

Imaginaba lo que eso significaba y en ese momento tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para controlarse y no saltar hacia ellos, revelando su presencia.

Debía ser paciente. Antes de cualquier movimiento precipitado, debía recabar toda la información necesaria. Así se lo había enseñado Steve.

Aunque la bestia en su interior quisiera emerger, rugiendo con todo su poder quimérico.


N/A:

Gracias a mi querida PinkDoll04 por ayudarme a ajustar algunas cosas en cuanto a la escena del crimen y a la conversación de Vicky con Chris.

Los médicos forenses no se encuentran en las escenas del crimen (salvo situaciones excepcionales), sino que reciben los cuerpos. Son los peritos los que se encargan de todo el resto del análisis, planimetría, fotos, señalamientos, cadena de custodia, etc. Todo lo que tiene qué ver en la escena del crimen.

Pero como me gusta que la Dra. Dumas aparezca, decoré un poco la situación.

La tensión se va sintiendo cada vez más...

Espero les haya gustado. Comenten y voten.

Gracias por leer, Demonios!

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